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CAPÍTULO LXV
Nochixtlan
28 de septiembre de 1866, en la noche
El día 14 de septiembre de 1866, en la noche, al visitar mis avanzadas de servicio, me encontré con que la que cubría el camino para Tlaxiaco había desaparecido. Mandé dos ayudantes a visitar las que cubrían las otras dos vías laterales y me participaron que había pasado otro tanto con ellas. Entonces mandé a mis ayudantes a vigilar las vías que quedaban abandonadas, y yo permanecí en la directa de Chalcatongo a Tlaxiaco con mi clarín pensando en lo que haría yo al día siguiente para interrumpir el período de desmoralización que se iniciaba en mis fuerzas. Cuando parecía pues mi posición más desesperada estaba yo en vísperas de obtener una serie de victorias que dieron por resultado la Ocupación, en nueve meses, de la ciudad de México.
Después de algunos momentos de meditación, y antes de aceptar decisión alguna, que probablemente hubiera sido emprender cualquier movimiento, oí pasos de caballo sobre el camino, y alguna voz que indicaba conversación, lo cual me hacía creer que cuando menos eran dos personas las que venían. Permanecí quieto hasta que tuve los bultos a la vista, y entonces me adelanté con mi clarín a sorprenderlos, resultando que eran un hombre a caballo y un indio a quien éste le servía de guía. El de a caballo era un español llamado ugenio Durán, a quien yo no conocía, y después de alguna conversación que tuvo conmigo, en la que ocultaba el objeto de su presencia en aquellos lugares, cuando se convenció de quién era yo, me entregó unos pequeños pedazos de papel escrito que traía con la firma de mi hermano, en que me avisaba que aprovechando el estado de debilidad en que quedó la ciudad de Oaxaca con la salida de Oronoz a perseguirme, la amagaba tan de cerca, que pocos días antes había penetrado por las calles de San Juan de Dios hasta la Plaza del Mercado, poniendo en gran alarma toda la ciudad y obligando a la pequeña guarnición de Oaxaca a meterse detrás de trincheras lo mismo que a la policía.
Entonces supe que mi hermano estaba en el país y que se encontraba en actitud guerrera, pues creía yo que se hallaba todavía en los Estados Unidos. Agregaba Durán que con motivo de las maniobras de mi hermano, que seguramente habían llegado a noticia del enemigo que ocupaba Tlaxiaco, éste se movía violentamente para Oaxaca, y era probable que en los momentos que hablaba conmigo, que serían entre tres y cuatro de la mañana, el enemigo estaría retirándose de Tlaxiaco. Con esta noticia ya no me cuidé más de los caminos; subí violentamente al Cuartel General en compañía de Durán; antes de llegar mandé tocar diana y en seguida llamada de honor. Acudieron a mi alojamiento con toda prontitud, los jefes y oficiales; les leí los papeles que acababa de recibir; les manifesté que el enemigo abandonaba Tlaxiaco en esos momentos y mandé dar el primer toque de marcha.
Ocupé a Tlaxiaco entre 10 Y 11 de la mañana, cuando el enemigo acababa de abandonarlo. Conseguí algunos recursos de los comerciantes y en el mismo día seguí la marcha sobre la huella del enemigo. En la tarde alcanzamos algunos soldados cansados y la escolta de un oficial enfermo, a quien conducían en camilla.
El hecho de haber tomado la iniciativa contra el enemigo, cambió por completo el ánimo de mis soldados y en esas condiciones emprendí mi marcha hasta Yanhuitlán donde había un destacamento de cerca de doscientos húngaros atrincherados que no quisieron aceptar combate fuera de sus trincheras.
Oronoz había hecho alto por poco tiempo en Nochistlán, y con este motivo me dirigí al pueblo de las Andallas en donde encontré a mi hermano que venía, procedente de las inmediaciones de Oaxaca, con objeto de incorporárseme, con la fuerza que había organizado.
Oronoz siguió su marcha rápidamente para Oaxaca, y yo, en compañía de la fuerza de mi hermano, pernocté en Tecomatlán, pueblo que distará unos 8 o 10 kilómetros de Nochistlán, hacia el sur y al pie de la montaña.
En la noche supe que los húngaros acuartelados en Yanhuitlán habían hecho una excursión a Nochistlán en número de 100 caballos. Calculando que allí podría encontrarlos, me dirigí a Nochistlán violentamente antes de amanecer, dejando a la infantería en Tecomatlán a las órdenes del Coronel Don Manuel González. Me acompañó mi hermano quien entre sus soldados tenía también un pequeño piquete de caballería. Llegamos a Nochistlán cuando comenzaba a amanecer y nos avisaron que los húngaros habían permanecido allí pocas horas y habían vuelto a tomar el camino de Yanhuitlán.
Apenas habíamos avanzado algunos pasos sobre el camino de Yanhuitlán, cuando vimos formado en una loma un escuadrón de húngaros al cual nos dirigimos en son de carga, en dos distinas fracciones, de las cuales yo mandaba la principal y el General Don Vicente Ramos la otra.
Tuvimos varios choques muy reñidos y sangrientos con los húngaros, que al fin emprendieron una marcha muy táctica y muy bien ejecutada que les permitió llegar a Yanhuitlán sin sufrir grandes pérdidas; si los soldados que yo mandaba hubieran tenido la mitad de la disciplina de aquellos hombres, evidentemente que no hubiera escapado ninguno de ellos.
Dejaron en el campo de combate muchos hombres y caballos, heridos unos, y muertos otros, entre los últimos el Jefe del Escuadrón, Conde de Gants. El escuadrón de húngaros tendría cien hombres y mi fuerza tal vez llegaba a muy cerca de trescientos; pero había gran diferencia entre la disciplina de ambas. Por mi parte tuve también algunos heridos, siéndolo muy grave el entonces Mayor de Caballería Don Manuel Bueno, hoy Coronel de la misma arma y Diputado del Congreso de la Unión.
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