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CAPÍTULO LXXXI

Asalto de Puebla

2 de abril de 1867

A las 3 menos 15 minutos de la mañana del 2 de abril, rompí el fuego en brecha sobre las trincheras del Carmen y cuando estuvieron agotadas las municiones de artillería que no eran muchas, ordené el movimiento de la primera columna de ataque falso. Esta marchó vigorosamente sobre la trinchera del Carmen, siendo recibida desde que el enemigo pudo sentir su movimiento, con vivo fuego a metralla y retrocedió en desorden y con fuertes pérdidas, como unos cien metros antes de llegar a la trinchera, pues su ataque era largo y en llanura limpia. Destaqué inmediatamente a la segunda columna que llegó hasta la contraescarpa y fue también rechazada, y luego la tercera que avanzó algo más, pues no solamente llegó a la contraescarpa, sino que intentó pasar el foso y dejó algunos cadáveres dentro de él, y fue también rechazada.

En estos momentos, mediante un toque convenido de clarín, mandé encender el lienzo preparado entre las dos torres del cerro de San Juan, que significaba la orden de asalto general y que ninguno podía dejar de ver, puesto que estaba en la cúspide del mismo cerro.

El escrupuloso silencio en que habían permanecido toda la noche nuestras líneas de aproche, fue interrumpido por un fuego general, tanto de las columnas asaltantes, como de los defensores de las trincheras y de los coronamientos que el enemigo tenía en los edificios altos y balcones, que formaban un canal de fuego por donde los asaltantes tenían que pasar antes de tocar una trinchera.

Yo había reunido un gran número de Jefes y Oficiales que sucesivamente se me habían ido presentando y que no teniendo servicio que darles los había armado y formado con ellos una Legión de Honor, pero a media noche de la víspera del ataque los dividí previamente en grupos de a cinco hombres, armados todos con mosquetes cortos y ordené a cada Jefe de grupo que se posesionaran de las escaleras que habían abandonado en la parte de la ciudad que ocupábamos nosotros y que habían pertenecido al servicio del alumbrado público, para que en los momentos en que las columnas iniciaran sus respectivos ataques, estos grupos, escalando los balcones de todas las manzanas que estuvieran encerradas entre dos ataques y por las azoteas o por las horadaciones, vinieran a introducir el desorden entre los edificios de dichas manzanas que a la sazón debían estar preocupadas en las defensas de sus respectivas trincheras.

Distribuí otra parte de esa misma Legión de Honor, en grupos de cuatro personas cada uno, y designé a cada grupo una manzana para que colocado un oficial en cada esquina, por donde ya hubieran pasado las columnas de asalto, hicieran el servicio de policía para evitar los desmanes que la tropa vencedora intentara cometer en la ciudad. La señal para el movimiento de esos grupos sería el paso de las columnas.

El fuego vivísimo de fusilería y de cañón no duraría en todo su vigor, arriba de diez minutos, y a los quince minutos ya no quedaban defendiéndose más que las torres de Catedral, y las alturas de San Agustín y del Carmen.

Las columnas rechazadas por el Carmen, volvieron de nuevo a la carga y penetraron por el mismo punto por donde habían sido rechazadas, cuando el ataque se hizo general en toda la ciudad.

Los cerros que no sólo no habían sufrido ataque alguno sino que habían sido reforzados con la mayor parte de los prófugos de la ciudad, hacían fuego de artillería muy vivo sobre toda ella; y principalmente sobre las calles por donde podían ver las masas de mis soldados, pues esto pasaba cuando ya la luz del día era clara.

El enemigo había tenido cuidado de situar sus trincheras al principio de cada calle, con objeto de que la continuación de la que le servía de campo de tiro fuera ocupada respectivamente por tiradores que metía por horadaciones de uno y otro lado hasta la esquina en cada caso; por consiguiente, los asaltantes de cada trinchera tenían antes de tocarla, que penetrar por un canal de fuegos que despedían las ventanas bajas, las aspilleras, los balcones y las azoteas, más el fuego de artillería y de fusilería que a lo largo de la calle despedía la trinchera. En algunos casos ese canal de fuegos laterales era hasta de cien metros de largo.

En estas condiciones estaba la trinchera de la calle de la Siempreviva que tocó asaltar al Comandante Carlos Pacheco, quien peleó con gran brío. Al comenzar su asalto, lanzaban de las azoteas no sólo granadas de mano y tiros de fusil, sino grandes granadas, puesto que solamente tenían que encenderlas y dejarlas caer. Un casco de esas granadas hirió a Pacheco en una pantorrilla, y sin embargo de que perdía también muchos hombres su columna, avanzó hasta la trinchera. Arrojados allí los sacos de paja que traían muchos de los soldados con el objeto de pasar los fosos, pudo pasar Pacheco uno de los primeros, y allí también fue herido en una mano. Siguió sin embargo; hasta la esquina de la plaza, y allí un tiro de metralla disparado del Atrio de Catedral, puso fuera de combate a algunos soldados de su columna y a él le rompió el muslo izquierdo. En esos momentos uno de sus soldados lo tomó en brazos para pasarlo a un lugar menos enfilado por los fuegos del enemigo, y otro golpe de metralla le rompió el brazo derecho y los dos al soldado que lo conducía. Era el momento en que llegaban a la plaza como primeras columnas asaltantes la que mandaba el Coronel Luis Mier y Terán y la que mandaba el Teniente Coronel Juan de la Luz Enríquez, llegando sucesivamente todas las demás.

El Teniente Coronel Juan de la Luz Enríquez tuvo ocasión de proteger a los Tenientes Figueroa y Santiago Pou que se batían valientemente con una fuerza replegada en el Portal del Cazador, en donde fue gravemente herido y muerto poco después el Teniente Santiago Pou, de origen español.

Alargaría mucho esta relación si me detuviera a referir todos los actos de valor y de arrojo de mis subordinados en el asalto del 2 de abril. Solamente diré que considero esta acción como una de las más importantes de las que sostuve durante la Guerra de Intervención.

Inserto en seguida el parte oficial que di al Ministerio de Guerra, el mismo día del asalto y fragmentos de la carta que he citado antes que dirigí de Guadalupe Hidalgo el 3 de mayo de 1867 a nuestro Ministro en Washington, y que contine algunos detalles del asalto y toma de Puebla:


Ejército Republicano.
Línea de Oriente.
General en Jefe.
C. Ministro de Guerra.

Acabamos de tomar por asalto la plaza, el Carmen y demás puntos fortificados que el enemigo tenía en esta ciudad, quitándole un numeroso tren de artillería y un depósito abundante de parque. Don Mariano Trujeque, Don Febronio Quijano y otros veinte Jefes y Oficiales traidores fueron hechos prisioneros y fusilados con arreglo a la ley.

Una parte de la guarnición enemiga se ha refugiado en los Cerros de Guadalupe y Loreto, en espera del auxilio que trae Don Leonardo Márquez, y éste, según los informes de mis exploradores, pernoctó ayer en San Nicolás con una División de tres o cuatro mil hombres y diez y ocho piezas de artillería. Aún no puedo decir a usted las operaciones que me propongo ejecutar, pero sí me creo en aptitud de asegurarle, que los cerros sucumbirán y Márquez será batido si no regresa luego que sepa el revés que sufrieron sus cómplices. En uno u otro caso, muy pronto estaré sobre el Valle para acudir en auxilio del Ejército del Norte o emprender sobre México, según mejor convenga.

Sírvase usted poner lo expuesto en el conocimiento del C. Presidente de la República, asegurándole de nuevo las seguridades de mi respeto.

Independencia y República.
Zaragoza, 2 de abril de 1867.
Porfirio Díaz.
C. Ministro de Guerra y Marina.




Guadalupe Hidalgo (1), mayo 3 de 1867.
Sr. D. Matías Romero, etc., etc.
Washington.

Mi querido amigo:

Cuando estaba yo sitiando a Puebla, supe que Márquez marchaba a atacarme con 5,000 hombres sacados de la ciudad de México.

Debo confesar sencillamente que al principio dudé sobre qué camino debía yo tomar; si el de levantar el sitio y marchar a encontrar a Márquez, o esperar su llegada, o asaltar inmediatamente la ciudad.

Me decidí a lo último. El buen éxito favoreció el ímpetu de nuestras tropas, que sin la educación necesaria y movidas solamente por su gran valor, asaltaron las fortificaciones y tomaron las líneas de defensa con el mejor éxito a pesar del nutrido fuego de fusilería y de las granadas de mano que se nos arrojaban de los balcones y de las azoteas.

Cuando las trincheras habían sido tomadas, los defensores de las casas, temerosos de que fuesen cortados o se les atacase por la retaguardia, las abandonaron, cayendo prisioneros muchos de ellos.

Los cerros inmediatos estaban todavía en poder del enemigo pero la guarnición que los defendía se rindió el día 4.

Porfirio Díaz.




Notas

(1) Correspondencia de la Legación Mexicana en Washington durante la intervención extranjera. 1860-1867. Nota N° 219. Vol. IX, pág. 487.

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