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CAPÍTULO LXXXIV

San Diego Notario

6 de abril de 1867

Después de los sucesos que he narrado en los dos capítulos precedentes y concluido ya mi trabajo de reorganización y revista, hice salir en la misma tarde del día 5 de abril de 1867, a toda la caballería disponible, con dirección a Tlaxcala, y a poco la seguí y alcancé antes de llegar a esa ciudad, sin detenerme en ella, y nos dirigimos a Apizaco, en donde sabía yo que estaba Márquez, y a donde llegamos en la madrugada del día 6. Al salir de Puebla dejé orden para que al día siguiente nos siguiera la infantería y todo el tren de artillería que había organizado en dos días, con los cañones que tenía de antemano y los que había quitado al enemigo. El enemigo había salido en la noche del día 5 de abril, de Apizaco para Huamantla. El 6 salió mi infantería de Puebla, pasó por Apetatitlán y en la noche llegó al molino de San Diego, en donde había yo establecido mi Cuartel General, en acecho de Márquez.

Luego que amaneció el día 6, seguí el camino para Huamantla, y en la Hacienda de San Diego Notario alcancé a Márquez que había pernoctado allí; y aunque no marchaba, tal vez porque sintió mi movimiento, mandé orden a la infantería, que venía con el General Alatorre, que ya no siguiera por el camino que yo había llevado, sino que de Tlaxcala tomara el camino de San Diego Notario. El enemigo destacó a mi encuentro su caballería, compuesta en su mayor parte de húngaros y polacos.

Atacada por la mía vigorosamente, huyó hasta ocultarse entre la línea de batalla que Márquez me había establecido y la casa de la Hacienda de San Diego Notario. Entonces hice un movimiento lateral para ocupar unas colinas, poniéndome fuera de los fuegos de cañón del enemigo, mientras llegaba mi infantería.

El combate entre ambas caballerías había sido muy costoso para el enemigo, lo mismo que para las Fuerzas del Gobierno, y tal vez más para nosotros por el perjuicio que nos causaba la artillería enemiga, arma que por nuestra parte no entraba todavía en combate.

Nuestra pérdida total ese día fue de 48 hombres muertos y muchos heridos que hicimos conducir inmediatamente a Tlaxcala, lo mismo que los del enemigo que quedaron en poder de nosotros y muchos caballos muertos y heridos. Entre los muertos hubo varios oficiales, siendo uno de ellos el Teniente Coronel Ignacio Sánchez Gamboa, que mandaba un cuerpo.

Permanecimos así hasta muy entrada la noche, hora en que apareció la cabeza de nuestra columna, y como su jefe no conocía el terreno, fui personalmente a establecer sobre el camino que conduce de Tlaxcala a San Diego Notario, y la coloqué en un collado que tiene una pequeña finca que se llama Molino de San Diego, e inmediatamente en una ligera revista que pasé a la primera infantería que llegó a establecerse en su puesto, supe que no tenía cápsulas. Averigüé con los otros jefes si sus fuerzas estaban provistas de cápsulas, y encontré que todos estaban en igual condición, porque al municionarlos en Puebla nuestro Guarda Almacén que repartía las municiones acabadas de tomar al enemigo, supuso que cada panada llevaba su dotación de cápsulas en sí misma. En el acto dispuse que dos ayudantes míos, con sus respectivos asistentes, corrieran para Puebla matando los caballos que fuera necesario, para llegar y volver antes que amaneciera el día siguiente, con la cantidad de cápsulas que pudieran conducir en sus mismos caballos. Así lo hicieron, y a las cuatro de la mañana del día 7 estaba ya provista de cápsulas toda nuestra infantería y en marcha un carro con capsulería que debía alcanzarnos poco después.

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