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CAPÍTULO XCV
Entrada del presidente Juárez a la ciudad de México
15 de julio de 1867
En los primeros días de julio debía llegar a la capital el Presidente Juárez y con objeto de recibirlo, hasta donde me era permitido separarme del centro de mi línea de operaciones, fui más allá de Tlalnepantla. Momentos después de haber llegado a aquella ciudad, y cuando nos llamaba a almorzar el Lic. Don José M. Aguirre de la Barrera, que era el Jefe Político de ese Distrito, me llamó el Presidente que a la sazón platicaba en voz baja con sus Secretarios de Estado, y delante de ellos me manifestó que hacía algunos días que estaba sin haberes la escolta que lo acompañaba, compuesta de un regimiento, dos batallones y media batería, y me preguntó si tendría yo fondos con que cubrir esa urgente necesidad. Contesté al Presidente que sí los tenía, y que podía ordenar a sus respectivos pagadores, que al volver yo a la capital, vinieran conmigo para llevar el haber que esos cuerpos habían dejado de percibir y además el que les correspondiera hasta el fin de quincena corriente.
Animado el Sr. Juárez por esta respuesta, me manifestó que tampoco el personal de las distintas Secretarías de Estado había recibido sueldos hacía muchos días, y preguntó si podría ministrar algunos fondos con este objeto. Le contesté que tenía fondos suficientes para cubrir esos sueldos y que entregaría la cantidad que me ordenara. Entonces me mandó dar diez mil pesos con cargo a ese ramo, y ordenó a su habilitado que también viniera conmigo a la capital para recibirlos.
Los presupuestos de la escolta del Presidente fueron cubiertos con arreglo a la tarifa general del Ejército y no a la tarifa económica, conforme a la cual venían ellos socorridos y que había servido de base a los presupuestos formados por sus pagadores, por cuya razón no fueron éstos aceptados y tuvieron que hacerlos de nuevo.
El Presidente permaneció en Chapultepec mientras se preparaba de una manera conveniente su recepción y su alojamiento en la capital.
Esto me dio tiempo para preparar la construcción de una gran bandera para enarbolada en el Palacio Nacional el día de la entrada solemne del Presidente, porque habiéndome dicho en una de sus cartas durante la guerra y cuando se consideraba difícil recobrar la capital, que volveríamos a izar la bandera mexicana en el Palacio Nacional, recordando su expresión de entusiasmo, prohibí que se izara la bandera en ese edificio, hasta que personalmente lo hiciera el Sr. Juárez, como en efecto lo verificó el 15 de julio de 1867, día de su entrada.
El presidente me había ordenado en carta particular fechada en San Luis Potosí, que redujera a prisión a M. Dano, Ministro del Imperio francés cerca de Maximiliano y que pusiera a disposición del Gobierno el archivo de la Legación. Contesté al Presidente que no me parecía prudente ese procedimientó, pero que no me permitía aconsejarle que no lo llevara a cabo, sino que simplemente le suplicaba me eximiera de ejecutarlo, y que puesto que ya no había enemigo en el país, no tendría yo inconveniente en entregar el mando del ejército que estaba a mis órdenes, al jefe que me indicara para que éste cumpliera sus órdenes. No recibiendo respuesta a mi carta, ni a un oficio en que resignaba el mando, le escribí otras varias cartas, suplicándole me diera sus órdenes para no perder la oportunidad de cumplirlas, porque el Ministro francés me urgía mucho para que le diera una escolta que lo condujera a Veracruz.
Cuando recibí al Sr. Juárez adelante de Tlalnepantla, pregunté al Sr. Lerdo, por qué no se habían contestado mis cartas, y me dijo que, en su concepto, había yo tenido razón en no prestarme a cumplir esa orden, que pudo haber comprometido al Gobierno y di así por terminado este incidente.
El Sr. Juárez me había recomendado muy especialmente que no nombrara yo Gobernador del Distrito; y entendí que el objeto de su recomendación era que no ocupara este puesto el Sr. Don Juan José Baz, quien se me había unido desde Puebla y quien por haber desempeñado en otra vez ese puesto, tenía aptitudes especiales para él. Para no contrariar el deseo del Sr. Juárez, no nombré al Lic. Baz, Gobernador del Distrito, sino Jefe Político de la Capital y de los pueblos adyacentes. Nada me dijo después sobre este incidente el Sr. Juárez; pero comprendí que no sin razón, le había desagradado mi conducta.
En una conversación que tuve con el Presidente, a poco de su llegada a la capital, le supliqué me mandara liquidar mis alcances, en concepto de que no deseaba yo el pago íntegro de ellos, sino solamente un abono de cinco o seis mil pesos y que el resto se me fuera pagando por la Aduana de Veracruz, con los derechos de importación que yo causara directamente, pues intentaba dedicarme al comercio y me parecía que esta manera de pago sería cómoda para el Gobierno.
El Sr. Juárez me hizo observaciones muy obvias respecto a lo difícil que me sería dedicarme a otra carrera, y a la imposibilidad de formar mi liquidación, por no saberse qué cantidades se me habían pagado por cuenta de mis haberes, durante todo el tiempo de la guerra, cuando no sólo eran irregulares los pagos, sino muy variable el personal de los comisarios y pagadores encargados de verificarlos.
Comprendiendo que las observaciones del Sr. Juárez eran incontestables, en cuanto a hacer una liquidación exacta, le manifesté que podía formarse ésta, tomando la base de que hubiera yo recibido una tercera parte del sueldo que me correspondía, y se me liquidara por las dos terceras restantes; cuando en realidad estaba seguro de que no había yo recibido ni la cuarta parte. El Sr. Juárez aceptó la idea y entiendo que una base semejante se adoptó para formar la liquidación de otros funcionarios y empleados que acompañaron al Gobierno hasta Paso del Norte, y a quienes entonces se pagaron sus alcances en efectivo.
Hecha mi liquidación sobre esa base, me manifestó el Sr. Juárez, como prueba de la benevolencia con que siempre me había tratado, que tenía dadas sus órdenes para que se me entregaran en numerario y en un solo pago los veintiún mil pesos que yo alcanzaba. Contesté al Sr. Juárez que no tenía conocimiento de que tal cantidad se encontrara a mi disposición en la Tesorería; pero que si ese pago entrañaba alguna condición, tuviera presente que aún no lo había cobrado y era tiempo de retirar la orden de pago.
Nunca llegué a sacar ese dinero de la Tesorería; pero algunos días después, lo sacó mi apoderado, Don José de Teresa, por aviso que le dio directamente el Sr. Juárez, y lo conservó en su poder hasta que el Sr. Benítez dispuso de él, con mi autorización para sostener un periódico en esta capital. Cuando supe que no me quedaban más de tres mil pesos, encargué al Sr. Don José de Teresa, que me los remitiera, pero desgraciadamente se perdió ese depósito, en un robo que sufrió su casa, y aun cuando el Sr. Teresa podía considerarse obligado a reportar la pérdida, por las condiciones que guardaba el depósito, me ofreció el cincuenta por ciento, que fue todo lo que recibí de los $21,000 de mis alcances.
El 27 de julio de 1867 nos comunicó la Secretaría de Guerra un decreto del Presidente, por el que se mandaba cesaran las facultades extraordinarias en Guerra y Hacienda, que durante la guerra, se habían concedido a los Jefes Militares y se distribuían las fuerzas existentes en la capital en cuatro Divisiones de cosa de cuatro mil hombres cada una: la prunera del Centro cuyo mando se dio al General Don Nicolás de Régules; la segunda de Oriente, cuyo mando se me confió; la tercera del Norte se puso a las órdenes del General Don Mariano Escobedo, y la cuarta de Occidente al mando del General Don Ramón Corona, organizándose además otra con Fuerzas del Sur, a las órdenes del General Don Juan Álvarez. Poco después marché a Tehuacán en donde establecí el Cuartel General de la Segunda División.
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