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APÉNDICE
Documentos del 21 al 30
Número 21
Acta de defunción de la señora Delfina Ortega Reyes de Díaz
8 de abril de 1880
Gobierno del Distrito.
Para certificados de las actas del Registro Civil del Distrito.
Sin derechos.
Para los años de mil ochocientos noventa y uno y noventa y dos.
De oficio.
Administración de Rentas Municipales.
Noviembre 8 de 1892.
México.
Juzgado del Registro Civil.
México.
En nombre de la República de México, y como Juez del Estado Civil de este lugar, hago saber a los que la presente vieren, y certifico ser cierto que en el libro N° 184 del Registro Civil que es a mi cargo, a la foja 213 vuelta, se encuentra asentada una Acta del tenor siguiente: -Confrontada.
(1097) Mil noventa y siete.
Ortega de Díaz Delfina.
En la ciudad de México a las once (11) del día ocho (8) de abril de 1880 (mil ochocientos ochenta) ante mí, Santiago Aguilar, Juez del Estado Civil, compareció el Ciudadano Luis C. Curiel, Gobernador del Distrito de Guadalajara, mayor de edad, casado, abogado, vive en la Avenida Juárez núm. cuatro (4), y dijo: que hoy a las nueve y media (9 1/2) de la mañana en la casa número uno (1) de la calle de la Moneda, falleció de metro-peritonitis puerperal la señora Delfina Ortega Díaz, de Oaxaca, de treinta y dos (32) años, casada con el Ciudadano Porfirio Díaz, Presidente de la República Mexicana, de Oaxaca, mayor de edad, militar, hija del Ciudadano Manuel Ortega Reyes, de Oaxaca, casado en segundas nupcias, doctor en medicina; y de la finada señora Manuela Victoria Díaz. Fueron testigos de esta manifestación los Ciudadanos Rafael Rebollar y Florencio Riestra, mayores de edad, casados, el primero Secretario del Gobierno del Distrito de México, abogado, vive en la 2a. (segunda) calle de Necatitlán número 22 (veintidós); y el segundo Oficial Mayor de la propia oficina, de Guadalajara, empleado, vive en el Paseo de Bucareli número 10 (diez). Se pidió boleta para el Panteón del Tepeyac. Y leída la presente la ratificaron y firmaron.
Santiago Aguilar.
Luis C. Curiel.
Rafael Rebollar.
Florencio Riestra.
Y para los usos legales, expido la presente copia en México, a nueve (9) de noviembre de mil ochocientos noventa y dos (1892).
E. Valle.
Número 22
Acta de matrimonio del General Porfirio Díaz con la Señorita Doña Carmen Romero y Castelló
5 de noviembre de 1881
Gobierno del Distrito.
Para certificados de las actas del Registro Civil del Distrito.
Sin derechos.
Para los años de mil ochocientos noventa y uno y noventa y dos.
De oficio.
Administración de Rentas Municipales.
Noviembre 8 de 1892.
México.
Juzgado del Registro Civil.
México.
En nombre de la República de México, y como Juez del Estado Civil de este lugar, hago saber a los que la presente vieren, y certifico ser cierto que en el libro N° 86 del Registro Civil que es a mi cargo, a la foja 199 se encuentra asentada una acta del tenor siguiente: (Confrontado).
637 (seiscientos treinta y siete).
Díaz Porfirio y Carmen Romero y Castelló.
Matrimonio.
En la ciudad de México, a las 7 (siete) de la noche del día 5 (cinco) de noviembre de 1881 (mil ochocientos ochenta y uno), ante mí Felipe Buenrostro, Juez del Estado Civil, comparecieron en la calle de San Andrés número 5 (cinco) y seis para celebrar su matrimonio el Ciudadano Porfirio Díaz y la Señorita Carmen Romero y Castelló, el primero de Oaxaca, de 51 (cincuenta y un) años, militar, vive en la calle de Humboldt número 8 (ocho), hijo de los finados ciudadanos José Faustino Díaz y Señora Petrona Mori; viudo de la Señora Delfina Ortega, que falleció en esta Capital el día 8 (ocho) de abril de 1880 (mil ochocientos ochenta) según consta por el acta 1097 (mil noventa y siete) libro 184 (ciento ochenta y cuatro) de defunciones que existe en el Archivo de este Juzgado. La contrayente de Tuja, Tamaulipas de 17 (diez y siete) años, doncella, vive donde tiene lugar este acto, hija del Ciudadano Manuel Romero Rubio y Señora Agustina Castelló, casados, viven con su hija; el primero de México, abogado, la segunda de Tampico. El padre de la Señorita contrayente presente a este acto, ratificó su consentimiento para el enlace. Agregaron: que habiendo obtenido dispensa de publicaciones del Ciudadano Gobernador del Distrito según consta por la comunicación que correspondientemente se archiva y llenado los demás requisitos legales sin que se haya denunciado impedimento, piden al presente Juez autorice su unión. En virtud de ser cierto lo expuesto por los contrayentes les interrogué si es su voluntad unirse en matrimonio y habiendo contestado afirmativamente, Yo el Juez hice la solemne y formal declaración que sigue: En nombre de la Sociedad, declaro unidos en perfecto, legítimo e indisoluble matrimonio al Ciudadano General Porfirio Díaz y a la Señorita Carmen Romero y Castelló. Fueron testigos los Ciudadanos Manuel González, Presidente de la República, Carlos Pacheco. Jorge Hammeken y Mexía, Ramón Guadalupe Guzmán, Eduardo Liceaga y Manuel Saavedra; el primero de Matamoros, Tamaulipas, militar, vive en la calle de la Moneda número 1 (uno); el segundo de Chihuahua, militar, vive en la calle de Humboldt número 10 (diez); el tercero de México, abogado, vive en la la. (primera) de la Independencia número 12 (doce); el cuarto de Jalapa, Veracruz, comerciante, vive en el callejón de Betlemitas número 12 (doce); el 5° (quinto), de Guanajuato, médico, vive en la calle de San Andrés número 4 (cuatro) y el último de Sultepec, soltero, abogado, vive en el Hotel del Bazar; los cinco primeros casados y el último soltero; todos mayores de edad. Y leída la presente, la ratificaron y firmaron, así como los concurrentes a este acto.
Felipe Buenrostro.
Carmen Romero Rubio.
Porfirio Díaz.
Eduardo Liceaga.
Manuel González.
Carlos Pacheco.
Agustina C. de Romero Rubio.
M. Romero Rubio.
Manuel Saavedra.
Justino Fernández.
Jorge Hammeken y Mexia.
R.G. Guzmán.
Dolores L. de Hammeken.
Josefa C. de Pacheco.
Francisca C. de Fernández.
Consuelo Fernández.
Esther Guzmán.
Rosa Z. de Guzmán.
Teresa Menocal.
Matilde Castelló.
Carmen Castelló.
Carmen R. de Castelló.
J. B. Castelló.
Francisco D. Barroso.
Antonio de P.
Guzmán.
Y para los usos legales expido la presente copia en México a ocho (8) de noviembre de mil ochocientos noventa y dos (1892).
E. Valle.
Capítulo II
Después de escrito este capítulo llegó a mis manos la fe de bautismo de Don Marcos Pérez que inserto en seguida como un testimonio de gratitud hacia mi finado amigo, y de alta estimación personal por los favores que me dispensó.
Número 23
Fe de bautismo del Lic. Don Marcos Pérez
26 de abril de 1805
Al margen.
Una estampilla para documentos y libros de a cincuenta centavos.
Cancelada cón fecha de 26 de marzo de 1889, por J.F. Fajardo.
El Presbítero Bachiller Juan Francisco Fajardo, Cura de la Parroquia de San Pedro Teococuilco, en el Obispado de Oaxaca, CERTIFICO en toda forma de derecho: Que en el archivo parroquial de mi cargo existe un libro titulado 4° de Bautismos, en el que a fojas 55 vuelta se lee la partida del tenor siguiente:
En la Iglesia parroquial de San Pedro Teococuilco, en veintiséis días del mes de abril de mil ochocientos cinco años, bauticé solemnemente a Marcos Marcelino, que nació el día anterior, hijo legítimo de Juan Ignacio Pérez y María Santiago, cuyos abuelos paternos son Lucas Pérez y Juliana Miguel, y los maternos Juan Santiago y Antonia García; fueron padrinos Santiago y su madre María Pérez, a quienes advertí su obligación y parentesco espiritual. Todos son naturales y vecinos de la expresada cabecera, lo que para su constancia firmo.
Manuel Fernando de Riaño.
Concuerda literalmente con su original que obra en el libro correspondiente a que me remito, de donde deduje el presente testimonio, a pedimento de parte legítima con la estampilla relativa legalmente cancelada, siendo testigos de su cotejo los Sres. José Romualdo Ruiz y Leocadio Matías de esta cabecera y vecindad.
Conste.
Teococuilco, marzo 26 de 1889.
Firmado.
Juan Francisco Fajardo. Una rúbrica.
Capítulo X
Después de escrito este capítulo, llegó a mis manos la obra del abate Brasseur de Bourgbourg, intitulada Voyage sur l'Isthme de Tehuantepec, dans I'Etat de Chiapas et la Republique de Guatemala, executé dans les anées, 1859 et 1860, y en cuyo capítulo VII, páginas 154 y siguientes, refiere los pormenores de su visita a Tehuantepec cuando yo estaba en aquella ciudad como Jefe Político y Comandante Militar del Distrito, y la impresión que le causaron sus entrevistas conmigo.
Número 24
Opinión del Abate Brasseur de Bourgbourg sobre el General Díaz
Del libro titulado Voyage sur l´Isthme de Tehuantepec, dans l'Etat de Chiapas et la République de Guatemala executé dans les années, 1859 et 1860 par M. l'Abbé Brasseur de Bourgbourg.
París.
Arthus Bertrand, Editeur.
Libraire de la Societé de Geographie.
21, Rue Hautefeuille 1861.
Páginas 150-157.
Los criollos y los que se imaginan que lo son, son por derecho los sostenedores de Miramón. Llaman a éstos en Tehuantepec Los Patricios, que son los mismos que se arrogan la defensa de los fueros eclesiásticos y los bienes de la Iglesia. Creo, sin embargo, haber dicho lo bastante para demostrar que en esa lucha sangrienta no se trata realmente de la religión católica, sino de los restos de la dominación española. En el Estado de Oaxaca, hasta los sacerdotes han tomado las armas y se baten, por una u otra causa, según el color más o menos obscuro de su epidermis. En la misma ciudad de Tehuantepec, el Prior del Convento de Santo Domingo, Fray Mauricio López, único fraile dominicano que esa orden decrépita ha podido enviar de Oaxaca, es uno de los más activos jefes del partido liberal; es el mismo que en la época de mi paso por dicha ciudad, con el Gobernador Podirio Díaz, era el dueño absoluto de la provincia y quien dirigía a los audaces juchitecos, que hallándose una vez más en posesión de Tehuantepec, ocupaban todos los puestos públicos.
Tal era, pues, la condición que guardaba ese infortunado país a mi llegada a Tehuantepec. La primera noche que pasé en esta ciudad fue extremadamente penosa: un calor excesivo me consumía impidiéndome cerrar los ojos, hasta que en la mañana del día siguiente, refrescada la atmósfera por el sereno (rocío) me permitió conciliar el sueño por algunos momentos. Tan luego como penetró el primer rayo de luz en mi cuarto salté de mi cama de cañas y me dispuse para efectuar mis abluciones en una fuente, situada a poca distancia, pero cuyo incesante ruido no había bastado para adormecerme durante toda la noche.
Me dirigí tan luego como salí de la casa hacia la plaza principal, que es muy grande, rodeada por todos sus lados con edificios de portales, pero en general sin gusto arquitectónico. La casa más notable entre esos edificios era la de Don Juan Avendaño, para quien yo llevaba una carta de introducción. No conociendo a otra persona alguna en Tehuantepec. sin ceremonias me presenté en casa de dicho señor, a pesar de que eran apenas las seis de la mañana. Hallé al Sr. Avendaño en una vasta sala, acabado de llegar del río a donde había ido a tomar un baño, costumbre común a uno y otro sexo y a todas las clases sociales en esa ciudad. Ese señor es un comerciante zapoteca, nativo de Oaxaca, en donde su familia guarda una posición muy amplia y honorable: es un hombre de pequeña estatura y como de unos treinta y cinco años de edad, con una fisonomía franca, y de maneras corteses y afables. En Tehuantepec, en donde entonces se hallaba establecido, era considerado como uno de los más firmes sostenes del partido liberal y de los extranjeros; era el banquero y proveedor general de los americanos, los que lo querían mucho; con todo y que sacaban de él mucho partido y que al hablar de él hacían grandes elogios.
Al presentar al Sr. Avendaño la carta mencionada de introducción me acogió con extrema afabilidad; me suplicó que considerara su casa como la mía propia y uniendo el efecto con las palabras, envió desde luego a sus sirvientes por mi equipaje al Hotel Oriental, díciéndome de un modo confidencial que dicha casa no me convenía. Creo que en esto tenía razón; lo cierto es que durante las tres semanas que tuve ocasión de gozar de su hospitalidad, fui constante objeto de las más delicadas atenciones. Tomé con él una taza de excelente café, y a poco me propuso que me acompañaría a hacer una visita al Cura, Prior de Santo Domingo, y también al Gobernador, lo que acepté sin vacilar.
Cuando salimos me hizo atravesar la calle llamada del Comercio, en donde se hallaba el Hotel que por su consejo acababa yo de abandonar. Adelante de ella se halla una plaza menos extensa que la otra, y en la que se encuentra el edificio de la Municipalidad, en donde como en el antiguo Palacio del Gobierno, divisé algunos soldados juchitecos, medio desnudos, de mirar insolente, cuya mayor parte formaban la guardia por la delantera del portal. El lado izquierdo de dicha plaza estaba formado por casas medio arruinadas. En la parte de su fondo y sobre una doble azotea se alza el monasterio e iglesia de Santo Domingo, cuyo altivo y macizo aspecto da más la idea de una fortaleza que de un monumento religioso. Me bastó una sola mirada para hacer recuerdo de la época y circunstancias en que fue construido, y comprender que los frailes dominicos allí, como en tantas otras localidades de las antiguas colonias españolas, al erigir esas elevadas murallas, se propusieron labrarse un asilo en contra de la insurrección frecuentemente amenazadora de sus feligreses, o víctimas, como sucedió cuando la prisión del Rey Cocijopij. Todo lo que se ofrece a la vista antes de llegar al paraje, las escaleras, los terraplenes, los muros de circunvalación de las explanadas, todo presenta el aspecto de ruinas; la iglesia que en primer término aparece por lo alto de la azotea, se halla tan tristemente derruida en su exterior como en su interior. Su pórtico elevado, y construido de ladrillo rojo no conserva el menor adorno escultural, y costaría mucho adivinar el estilo a que pertenece, si no se percibiese una culminante cúpula poco antes de llegar al absidio, sobre la masa del edificio. Un pequeño número de tragaluces proyectan la luz sobre la única nave de que éste se compone. Todo en él es triste y lúgubre; los altares colocados de trecho en trecho a lo largo de los muros, lo mismo que el altar mayor se hallan despojados de los objetos de metal precioso que en otra época los adornaban; y ya en ellos ne hay otra cosa notable que su desaseo y las grotescas imágenes de palo que los expoliadores miraron con desprecio.
De los edificios que se elevaban a la derecha de la iglesia, ya no quedan sino ruinas. El monasterio se encuentra a su izquierda, y a él se entra por un pórtico estrecho y bajo; está construido como lo demás sin adorno alguno, ni salientes o relieves arquitectónicos y sin más ventanas que tragaluces sobresalientes, distinguiéndose de los demás edificios de Tehuantepec, en que tiene dos pisos. En su interior tiene la forma de todos los conventos: uno o vanos patios cuadrangulares, rodeados de portales, sobre los cuales, tanto arriba como abajo, tienen salida los salones y las celdas. Todo el edificio es abovedado; al piso segundo se sube por una escalera de ladrillo tan derruida como el resto del monasterio, que lo está más que la misma iglesia. Pero ese estado de destrucción no tiene comparación con el desaseo repugnante que por doquiera se observa en todo el edificio; es verdad que los que lo habitan hoy son los soldados en cueros que forman la guarnición. Jamás he visto yo nada tan inmundo; allí habitan esos soldados con sus concubinas, sus mujeres y sus hijos. En el momento que allí entré con el Sr. Avendaño, la mayor parte de los que no hacían de centinelas se hallaban tirados en todas las posturas posibles, gritando, aullando, o jugando sobre unos petates; en la galera que sirve de paso de la sacristía a la iglesia, vi algunos de ellos acostados con sus mujeres, en una agrupación obscena, en el umbral mismo del santuario. Tuve un sentimiento de repugnancia extrema; puede formarse una idea sobre el interés con que yo visitaba ese monasterio tan horriblemente profanado; traía a mi espíritu el recuerdo del infortunado Cocijopij, su fundador; me lo figuraba arrastrado a la fuerza a esas celdas habitadas hoy por los descendientes embrutecidos de sus antiguos vasallos. Qué lección para la España, si la España de entonces hubiera podido prever lo que yo contemplaba; Dios vengaba al último rey de Tehuantepec.
Sentía la necesidad de aliviar a mis ojos después de la contemplación de tan triste espectáculo. Al salir de allí entré con el Sr. Don Juan Avendaño en casa del Prior que habitaba una especie de casa provisional a un lado del convento. Este me recibió con grande afabilidad y muy corteses maneras. Fray Mauricio es un hombre de unos cuarenta a cincuenta años, y parece tener sangre indígená en sus venas. Posée una instrucción superior a la mayor parte de los sacerdotes que conocí en esa parte de México; tenía el hábito de su orden, que llevaba con propiedad. Después de algunos momentos de conversación, me condujo a casa del Gobernacor, que vivía no lejos de allí, y quien me hizo una acogida igualmente bondadosa; su aspecto y porte llamaron vivamente mi atención. Zapoteca de raza pura, presentaba el tipo indígena más hermoso que jamás había yo contemplado en mis viajes. Creía tener a mi vista la imagen de Cocijopij, en su juventud o de Guatimozín, como yo me lo figuraba. De elevada estatura, con un aspecto de notable distinción y con su noble rostro ligeramente bronceado, me parecía ver en él los signos más perfectos de la antigua aristocracia mexicana. Porfirio Díaz era entonces todavía un joven. Dedicado a sus estudios en OaXaca, aún no había terminado su carrera, cuando al estallar la guerra civil tuvo que abrazar la de las armas, y al Sr. Juárez, de quien era personalmente conocido, debió el nombramiento de Gobernador de Tehuantepec. Después de esa entrevista, tuve ocasión de verlo casi todos los días, pues que tomaba sus alimentos, así como otros dos o tres oficiales de la guarnición en casa de mi huésped; pude por consiguiente hacer un estudio de su persona y carácter. Haciendo punto omiso de sus ideas políticas, puedo asegurar que las cualidades que un trato más íntimo me hizo reconocer en el, me confirmaron en la buena opinión que a su respecto había yo formado después de nuestra primera entrevista, y en el juicio sobre que sería de desear que todas las provincias mexicanas fuesen gobernadas por hombres de su temple.
La siguiente noticia suscrita por el Contador de Glosa del Estado de Oaxaca, contiene las fechas de los distintos nombramientos civiles y militares que obtuve del Gobierno de aquel Estado, del 27 de agosto de 1855 al 6 de junio de 1859.
Número 25
Nota de los datos encontrados en el archivo de la Tesorería del Estado, sobre nombramientos del Sr. D. Porfirio Díaz
1.- Subprefecto del Partido de Ixtlán
Fue nombrado el día 27 de agosto de 1855, por el señor Gobernador Don Ignacio Martínez, quien firmó la comunicación, solo, sin Secretario. De este nombramiento tomó razón la Tesorería del Estado, el día 29 de octubre del mismo año.
3.-Jefe Político de Tehuantepec
Fue nombrado el día 27 de abril de 1858, por el señor Gobernador interino, D. José María Díaz Ordaz. La Tesorería tomó razón el mismo día 7 de abril citado.
4.-Comandante de Batallón de su Cuerpo
El día 22 de julio de 1858, fue nombrado por el señor Gobernador Constitucional D. José María Díaz Ordaz; y fue tomada razón en la Tesorería del Estado, el día 7 de agosto siguiente.
5.- Teniente Coronel de Guardia Nacional del Estado.
Fue nombrado el día 6 de julio de 1859, por el señor Gobernador interino del Estado, D. Miguel Castro. La Tesorería tomó razón de este nombramiento el día 8 del mismo julio.
Oaxaca, noviembre 3 de 1892.
Juan Rebollar.
Al ascenderme el Gobierno de Oaxaca el 22 de julio de 1858 de Capitán a Comandante de Batallón; como recompensa por la victoria de Las Jícaras, La Democracia, periódico oficial del Estado, publicó en su número del 25 de julio de 1858, el siguiente párrafo, escrito por su redactor en jefe, el Lic. D. Bernardino Carbajal.
Número 26
Ascenso del Capitán Díaz a Comandante de Batallón
Ascenso.- El valiente Capitán D. Porfirio Díaz, actual Jefe Político del Distrito de Tehuantepec, ha sido ascendido a Comandante de Batallón. Las recomendables prendas del Sr. Díaz lo hacen acreedor al aprecio y consideración del Supremo Gobierno del Estado, que al premiar sus distinguidos servicios con dicho ascenso, ha creado un jefe que dará siempre honor a nuestra Guardia Nacional. Reciba el señor D. Porfirio Díaz nuestro más cumplido parabién.
(La Democracia de Oaxaca, tomo III, núm. 28, correspondiente al 25 de julio de 1858).
Capítulo XII
La carta que sigue, fechada en Juchitán el 28 de diciembre de 1859, y escrita en la época a que este capítulo se refiere, demuestra las condiciones a que entonces me hallaba yo sometido.
Número 27
Juchitán, Dic. 28 de 1859.
Sr. Lic. D. Matías Romero.
Estimado amigo:
He visto una tabla sin óptica del Derecho Internacional de México, hecha por ud., y deseo mucho un ejemplar de esta buena pieza, importante para mí que tanto trabajo con extranjeros. Tenga usted la bondad de mandarme dos ejemplares, diciéndome su valor, para situarlo en ésa o entregado aquí a la casa que usted me indique.
Recomiendo a usted muy particularmente que no permita al señor Presidente olvidar mi pedido de rifles de Sharp, que le hice, advirtiéndole que por economía pedí cien, pero que me mande los que guste, que para todos tengo muy buena gente.
Con fecha 16 del corriente ascendí por gracia del Gobierno del Estado, a Coronel Efectivo, en cuyo empleo tengo el gusto de ponerme a sus órdenes.
Sírvase usted aceptar mi afectuoso saludo, y no olvidar que soy su afmo, servidor y amigo, Q.B.S.M.
(Firmado).
Porfirio Díaz.
Capítulo XIV
Después de haber escrito este capítulo, recordé cinco incidentes relacionados con el segundo sitio de Oaxaca, cuando el General Don Vicente Rosas Landa mandaba las fuerzas sitiadoras, y por creerlos de interés se insertan en seguida, con el propósito de incluirlos en el texto de estas Memorias.
Número 28
Toma de la manzana del Habitero
abril 19 de 1860
En los primeros días de abril de 1860, con el objeto de ganar una manzana al enemigo y de acercarnos más al Convento de la Concepción, uno de sus puntos más fuertes, y sin tener órdenes del General Rosas Landa, llegué frente a la manzana que se conocía con el nombre de Don Andrés el Habitero, por vivir en ella una persona que hacía hábitos de frailes y mortajas.
El enemigo tenía coronada de gente la azotea de la casa de enfrente y me hacía mucho mal, mientras que mis soldados no podían ofenderlo desde las ventanas de la casa que yo ocupaba. Esta era baja, pero tenía una pieza alta que era el pajar. En la noche subí a mi hermano con algunos soldados al pajar y le ordené hiciera troneras en dirección a la casa de enfrente, y coloqué además una fuerza sobre la azotea del pajar, protegida con sacos de tierra, que dominaba también al enemigo. Al amanecer del día siguiente, llamé la atención de éste desde las ventanas bajas de la casa que yo ocupaba, y cuando una gran parte de su fuerza estaba en la azotea, les rompió el fuego mi hermano desde el pajar y su azotea, causándoles muchas pérdidas y obligándolos a abandonar la azotea que ocupaban.
Me aproveché del desorden que esto produjo para atacar de frente la casa; y logré ocuparla, lo mismo que algunas otras de la misma manzana; pero repuesto a poco el enemigo de su sorpresa, no pude tomar toda la manzana. En la noche de ese día me ocupé de horadar una pared que resultó dar a una pieza que no estaba ocupada por el enemigo y que pertenecía a la casa contigua a la que yo ocupaba. La reconocí y mirando que no estaba defendida, saqué por ella varios soldados y puse un petardo en la puerta que comunicaba al patio de esa casa, encargando al Mayor de artillería, Don José Antonio Gamboa, que saliera por allí con la fuerza que le designé para desalojar al enemigo. Encendido el petardo, sin que nos hubiera sentido el enemigo, voló la puerta; salió el Mayor Gamboa con su fuerza y mi hermano y yo lo ayudamos por la azotea de la casa atacada, y desconcertado por completo el enemigo, abandonó la casa y, quedamos en posesión completa de la manzana. Esta nos debía servir de punto de apoyo para el ataque intentado a la manzana del Hospital de San Cosme, de que hablaré después.
Número 29
Ataque al Convento de la Concepción
27 de abril de 1860.
Durante el sitio de Oaxaca el General Rosas Landa me ordenó que asaltara el Convento de la Concepción. Como éste era un punto muy dominante, lo mismo de la plaza, que de nuestra línea de operaciones, el enemigo comprendía que una vez tomado este edificio estaba tomada la plaza, y por esa razón lo tenía muy bien defendido. Sin embargo, recibí orden de atacarlo y era preciso cumplirla. En el ejército sitiador no teníamos ingenieros, y funcionaba como tal un Teniente Coronel Luévanos, que era de los oficiales que habían venido de Veracruz con el General Rosas Landa. La razón que Luévanos tenía para ocuparse del trabajo de minas, sin ser ingeniero, era que las había hecho en Guadalajara bajo la dirección de ingenieros, según me lo explicaron el General Rosas Landa y el mismo Luévanos.
Practicó tres minas sobre el Convento de la Concepción, una en cada una de las esquinas noreste y sudoeste del edificio, que es cuadrangular, y otra en el centro de ese lado del convento que ve al occidente, comprendido entre esas dos esquinas. La explosión de las minas debía abrirme brecha por donde verificar el asalto; pero las minas estallaron el 27 de abril de 1860, y no fue abierta brecha alguna, sino que desfogaron por las calles, levantando las banquetas y despidiendo las losas hacia nosotros a larga distancia. No habiéndose abierto brecha, no fue posible el asalto, y en seguida el General Rosas Landa me ordenó quemara una puerta que tenia el convento frente a nosotros. La quemé, y cuando la puerta desapareció resultó una tapia de mampostería por dentro. Me ordenó entonces el General en Jefe, que destruyera yo esa tapia no a cañonazos, sino con obras de zapa, y penetrara por allí; y como la calle estaba enfilada por la trinchera del enemigo que le servía para ligar la manzana del Colegio de Niñas con la de San Felipe, con mucho peligro y perdiendo algunos hombres, puse una pequeña trinchera que defendiera mi flanco izquierdo, por donde me atacaba la trinchera del enemigo con artillería y fusilería; y para defenderme de los proyectiles de la altura del convento, desarmé una mesa de billar que había en la manzana horadada, y bajo los fuegos del enemigo saqué el tablón de la mesa para recargarlo sobre el muro de la Concepción, y proteger así a los trabajadores, de los proyectiles de la altura, formándoles una cobacha con la mesa de billar.
Se comprende desde luego, que cada operación de éstas costaba hombres, y obligaba a afrontar muchos peligros. No fue posible, a pesar de todo esto, hacer el ataque tal como lo había ordenado el General Rosas Landa, porque luego que una de nuestras barretas pasaba al otro lado del muro, salía la boca de un fusil por la perforación, y aunque ésta llegó a agrandarse a barretazos y palazos, el ataque fue imposible.
Rosas Landa me previno también que añadiera las escaleras del alumbrado hasta que alcanzaran al coronamiento del edificio y que por allí subieran los asaltantes, cosa que tampoco fue practicable, no obstante de que se intentó a mucha costa. Por último, desistió de esta operación el General Rosas Landa, después de muchos ensayos muy peligrosos y que costaron muchas vidas.
Numero 30
Ataque intentado a la manzana del Hospital de San Cosme
6 de mayo de 1860
Por el día 4 de mayo de 1860 me ordenó el General Rosas Landa que tomara yo la manzana del Hospital de San Cosme, que quedaba entre las dos alturas del Convento de la Concepción y la Iglesia de San Felipe Neri, y por esa razón era muy difícil de tomar, y más aún, de la manera que me lo ordenaba el General Rosas Landa, esto es, atacando por la puerta del Hospital, que quedaba enfilada por las torres de San Felipe y por la calle de la Aduana, que estaba a su vez enfilada por la trinchera de la Concepción y por todas las alturas del convento. Manifesté al General Rosas Landa, que atacaría y tomaría esa manzana si me dejaba en libertad en cuanto al modo de atacarla y si me daba dos o tres días de plazo para ejecutar esa operación. El General Rosas Landa aceptó mi proposición, y sin decirle cuál era mi proyecto, practiqué una mina cuyo plan o cuya boca estaba en la tienda de Noriega, frente a la esquina noroeste de la Concepción por el oriente, y frente a la Aduana por el norte. Profundizado el plan convenientemente, practiqué la galería hacia la Aduana, hasta pasar los cimientos de dicho edificio y quedar dentro del salón principal de la Oficina, que por respeto a los archivos no había ocupado el enemigo, y así lo entendía yo porque nunca nos hacían fuego por las ventanas de ese salón.
Al día siguiente, cuando estaba concluida la mina terminado el plan debajo de la Aduana y teníamos ya todo preparado para dar el asalto, se supo que había llegado a Huitzo la columna del General Cuevas, y el General Rosas Landa determinó levantar el sitio por lo cual no se verificó ya el asalto que estaba yo seguro tendría buen éxito, pues iba yo a atacar al enemigo del todo desprevenido.
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