Práxedis G. Guerrero ha muerto
Últimas noticias procedentes del representante de la Junta en la ciudad de El Paso, Texas, confirman los rumores que circulaban sobre la suerte que corrió en las montañas de Chihuahua el secretario de la Junta Organizadora del Partido Liberal, Práxedis G. Guerrero.
Guerrero ha muerto, dice el Delegado de la Junta. En la gloriosa jornada de Janos dio su adiós a la vida Práxedis G. Guerrero, el joven libertario.
Práxedis ha muerto y yo todavía no quiero creerlo. He acopiado datos, he tomado informaciones, he analizado esos datos, he desmenuzado a la luz de la más severa crítica esas informaciones, y todo me dice que Práxedis ya no existe, que ya murió; pero contra las deducciones de mi razón se levanta anegado en llanto mi sentimiento que grita: no, Práxedis no ha muerto, el hermano querido vive ...
Lo veo por todas partes y a todas horas; a veces creo encontrarlo trabajando en la oficina en sus sitios favoritos, y al darme cuenta de su ausencia eterna, siento un nudo en la garganta.
El hermano se fue, tan bueno, tan generoso.
Recuerdo sus palabras, tan altas como su pensamiento. Recuerdo sus confidencias: yo no creo que sobreviviré a esta Revolución, me decía el héroe con una frecuencia que me llenaba de angustia. Yo también creía que tendría que morir pronto. ¡Era tan arrojado!
Trabajador incansable era Práxedis. Nunca oí de sus labios una queja ocasionada por la fatiga de sus pesadas labores. Siempre se le veía inclinado ante su mesa de trabajo escribiendo, escribiendo, escribiendo aquellos artículos luminosos con que se honra la literatura revolucionaria de México; artículos empapados de sinceridad, artículos bellísimos por su forma y por su fondo. A menudo me decía: qué pobre es el idioma; no hay términos que traduzcan exactamente lo que se piensa; el pensamiento pierde mucho de su lozanía y de su belleza al ponerlo en el papel.
Y sin embargo, aquel hombre extraordinario supo formar verdaderas obras de arte con los toscos materiales del lenguaje.
Hombre abnegado y modestísimo, nada quería para sí. Varias veces le instamos a que se comprase un vestido. Nunca lo admitió. Todo para la causa, decía sonriendo. Una vez, viendo que adelgazaba rápidamente, le aconsejé que se alimentase mejor, pues se mantenía con un poco de legumbres: no podría soportar, me dijo, que yo me regalase con platillos mejores cuando millones de seres humanos no tienen en este momento un pedazo de pan que llevar a la boca.
Y todo esto lo decía con la sinceridad del apóstol, con la sencillez de un verdadero santo. Nada de fingimiento había en él. Su frente alta, luminosa, era el reflejo de todos sus pensamientos. Práxedis pertenecía a una de las familias ricas del Estado de Guanajuato. En unión de sus hermanos heredó una hacienda. Con los productos de esa hacienda pudo haber vivido en la holganza, cómodamente; pero ante todo era un libertario. ¿Con qué derecho había de arrebatar a los peones el producto de su trabajo? ¿Con qué derecho había de retener en sus manos la tierra que los trabajadores regaban con su sudor? Práxedis renunció a la herencia y pasó a unirse a sus hermanos los trabajadores, para ganar con sus manos un pedazo de pan que llevar a la boca sin el remordimiento de deberlo a la explotación de sus semejantes.
Era casi un niño Práxedis cuando después de haber renunciado al lujo, a las riquezas, a las satisfacciones casi animales de la burguesía, se entregó al trabajo manual. No llegaba a las filas proletarias como un vencido en la lucha por la existencia, sino como un gladiador que se enlistaba en el proletariado para poner su esfuerzo y su gran cerebro al servicio de los oprimidos. No era un arruinado que se veía obligado a empuñar el pico y la pala para subsistir, sino el apóstol de una gran idea que renunciaba voluntariamente a los goces de la vida para propagar por medio del ejemplo lo que pensaba.
Y a este hombre magnífico le llama El Imparcial, bandido; con grandes caracteres esa hoja infame, al dar cuenta de los sucesos de Janos, dice que allí encontró la muerte el temible bandido Guerrero.
¿Bandido? Entonces, ¿cuál es la definición de un hombre de bien? ¡Ah, duerme en paz, hermano querido! Tal vez esté yo predestinado para ser tu vengador.
Al hablar de Práxedis G. Guerrero, no es posible dejar de hacer mención de aquel otro héroe que cayó atravesado por las balas de los esbirros en la gloriosa acción de Palomas en el verano de 1908 ... ¿Os acordáis de él? Se llamó Francisco Manrique, otro joven guanajuatense que renunció a su herencia también para no explotar a sus semejantes. Práxoois y Francisco, bello par de soñadores, fueron inseparables camaradas a quien sólo la muerte pudo separar; pero por breve tiempo ...
En el hermoso artículo que escribió Práxedis sobre la acción de Palomas, dice refiriéndose a Francisco Manrique: Conocí a Pancho desde niño. En la escuela nos sentamos en el mismo banco. Después, en la adolescencia, peregrinamos juntos a través de la explotación y la miseria, y más tarde nuestros ideales y nuestros esfuerzos se reunieron en la Revolución. Fuimos hermanos como pocos hermanos pueden serlo. Nadie como yo penetró en la belleza de sus intimidades; era un joven profundamente bueno a pesar de ser el suyo un carácter bravío como un mar en tempestad. Práxedis era el alma del movimiento libertario. Sin vacilaciones puedo decir que Práxedis era el hombre más puro, más inteligente, más abnegado, más valiente con que contaba la causa de los desheredados, y el vacío que deja tal vez no se llene nunca. ¿Dónde encontrar un hombre sin ambición de ninguna clase, todo cerebro y corazón, valiente y activo como él?
El proletariado tal vez no se da cuenta de la enorme pérdida que ha sufrido. Sin hipérbole puede decirse que no es México quien ha perdido al mejor de sus hijos, sino la humanidad misma la que ha tenido esa pérdida, porque Práxedis era un libertario.
Y todavía no puedo dar crédito a la terrible realidad. A cada rato me parece que va a Ilegar un telegrama consolador dando cuenta de que Práxedis está vivo. La verdad brutal no puede aniquilar en el fondo de mi corazón un resto de esperanza que arde como una lámpara de aceite próxima a apagarse. Y mi torturado espíritu cree encontrar todavía en sus sitios favoritos, en la oficina, donde tanto soñamos con el bello mañana de la emancipación social él y yo, al mártir, inclinado en su mesa de labores, escribiendo, escribiendo, escribiendo.
Ricardo Flores Magón
De Regeneración, 14 de enero de 1911.