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Dulce Paz
La Prensa de México habla de sucesos sangrientos ocurridos en la celebración del Centenario. Refiere disolución de manifestaciones pacíficas a caballazos, encarcelamientos en masa, asesinatos de hombres indefensos y mujeres inermes, niños errando por los bosques, llenos de hambre y de terror; casas abandonadas, frías, desiertas, porque en ellas ha penetrado la terrible escoba del terror oficial; bandas rurales entrando a los pueblos sorprendidos al galope de sus caballos disparando sus armas sobre el tendero que se hallaba tranquilamente a la puerta de su tienda, sobre la pobre fondista que aguardaba parroquianos, sobre todo el que no tuvo tiempo de ocultarse al escuchar el tropel de los asesinos; cuerpos desfigurados a machetazos y abandonados en las alcobas asaltadas a media noche por los esbirros; mujeres poniendo en huida vergonzosa, con las piedras arrancadas del camino, a los soldados del tirano, que se alejan para vengar su derrota en el primer viandante que tiene la desgracia de tropezar con ellos; el cuerpo de una mujer clareado por las balas, sirviendo de alimento a los perros trashámbridos y vagabundos ... Todo en pleno Centenario de la Indepedencia.
La policía de la Capital pisotea a los manifestantes, golpea con sus sables todo lo que tienen delante, no importa el sexo ni la edad; arrea a la cárcel a mujeres y hombres, rechaza brutalmente fuera de los lugares aristocráticos al pueblo harapiento. La soldadesca de TlaxcaIa siembra la muerte y la desolación sacrificando en la matanza a hombres, a mujeres y a niños.
Ya no es México esa porción de tierra que limitan el Bravo y el Suchiate; es la Compañia de los Borgia, escarbada y convertida en lodazales rojizos y hediondos. México ha tenido brutales tiranos que han vendido sus territorios; que han fusilado en tiempo de guerra a los filosófos y a los pensadores; que han sacrificado a médicos y heridos en los hospitales; que han robado, encarcelado, matado sin freno, pero ninguno como el despotismo actual se ha caracterizado como verdugo de niños y mujeres.
Los sacerdotes de la paz servil tendieron sus impuras manos sobre las multitudes, e hicieron que las frentes se envilecieran en el polvo de la sumisión, y las rodillas, trémulas de cobardía, se hincaran en la tierra, prostituidas por el crimen. La barbarie paseó altanera y engreída su bandera de exterminio sobre el rebaño mustio, todo se sacrificó en aras del mito: dignidad, derechos, libertad, el pan de los hijos, la castidad de las mujeres, la conciencia humana, el porvenir de la raza, el recuerdo de los antepasados indómitos y batalladores, el pensamiento, motor y riel para el progreso y la civilización. El cubo nacional tuvo un altar inmenso, y el ídolo, groseramente pintarrajeado exigió millares de víctimas, ya no cogidas como antaño en los campos de batalla, sino en los talleres, en las minas, en las fábricas, en las haciendas, en el rincón de sus cabañas. El canto de las nuevas liturgias es la combinación de siniestros ruidos que se anudan unos a otros en el extremo de sus ecos; la plegaria, el lamento, el silbido del látigo, el crujimiento de los huesos triturados por la herradura de los caballos, el rechinamiento de las puertas de los presidios, la maldición del sicario, la caída de los cuerpos en las aguas del mar, el chisporroteo de las rancherías incendiadas, el paso cauteloso del espía, el cuchicheo del denunciante, la risa del cortesano, el clamor de la adulación, el lloro de los pequeñuelos y el murmullo monótono de oraciones estúpidas ...
Paz dulce, paz divina. Adoremos la paz. Conservemos la paz al precio de la tranquilidad, de los afectos más queridos y aun de la misma vida, han sido las palabras que abyectos labios han pronunciado, sin cesar, al oído del pueblo sacrificado, ensordeciéndolo, destruyéndolo para que no escuche la voz del rebelde iconoclasta que rasga el espacio buscando oídos viriles. Gimió Cananea con la afrenta, el asesinato y el robo; gritó Acayucan con épico y desafiador acento; apostrofó Río Blanco en el martirio; rujieron Viesca, Las Vacas y Palomas; hablaron Tehuitzingo, Tepames y Velardeña, Ulúa y Belén bostezaron como bestias ahitas; el Yaqui lanzó alaridos de agonía; el Valle Nacional se irguió como un espectro sangriento; Valladolid levantó trágicamente el puño y ... el pasivismo nacional pennaneció de rodillas. Niños y mujeres perecieron en Sonora; niños y mujeres han muerto en Veracruz y Tlaxcala; niños y mujeres, sangrantes las espaldas, entristecidos los rostros, enflaquecidos los miembros, viven esclavos y prisioneros en Yucatán y las Islas Marías y ... tenemos paz, dulce paz, divina paz, comprada con el martirio de los seres que defender debíamos con nuestras vidas que son una vergüenza en la esclavitud.
Práxedis G. Guerrero
Regeneración, N° 5 del 1° de Octubre de 1910. Los Angeles, California.
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