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Los consejos del amigo
Desde que El Imparcial empezó a comprender que es imposible evitar que el proletariado de México perciba el movimiento obrero del mundo y se identifique a él, abandonó su actitud desdeñosa y se convirtió en amigo y mentor de los que tanto ha despreciado y robado en compañía de la dictadura. Editorial tras editorial viene la amarillenta hoja de los científicos tratando de los asuntos obreros con aparente seguridad, para dar a los de México la orientación que conviene a los intereses del gobierno y la burguesía; pero mal disimula sus inquietudes cuando dice: ... problema que nosotros vemos a distancia pero que no deja de interesamos por su aspecto pavoroso e indudable trascendencia. -Problema pavoroso-, sí que lo es para los engreídos explotadores el problema obrero, cuya solución se aproxima con la abolición de los privilegios, al paso que la huelga general revolucionaria gana terreno en Europa y en América.
Aconseja a los trabajadores la amarilIa hoja que paga Porfirio Díaz, con el dinero que roba; nada más que sus consejos tienen la encantadora cualidad de sugerir la idea contraria del objeto con que son escritos sus editoriales, verdaderas carabinas de Ambrosio más eficientes que si las hubiera reformado Mondragón. Menos ingenioso que aquel pillo Menonio Agripa, que contó a los primeros huelguistas romanos el apólogo del cuerpo en que el estómago eran los patricios y los brazos y las piernas los plebeyos, que debían trabajar para alimentar el estómago que les pagaba el servicio elaborando sangre para ellos, asegura que quienes padecen con la huelga general no son los ricos, que tienen automóviles y pueden ir y venir cuándo y por donde les plazca y comer como de ordinario porque tienen almacenes bien surtidos, sino los trabajadores que no pueden cambiar de lugar en busca de otro amo que los explote, ni pueden satisfacer el hambre porque no tienen almacenes ni reservas ae ninguna clase. Cree hallar en esto un argumento efectista de peso, capaz de hacer desfallecer de desesperanza y miedo a los trabajadores, ¿para qué hacer huelgas si los amos sólo se ríen de nuestra negativa a trabajar, puesto que nosotros somos los únicos perjudicados? Sabiduría imparcialesca, ignorante del alcance de sus amistosos consejos.
Los amos tienen almacenes con todo lo necesario para vivir largo tiempo, hasta que los esclavos diezmados por el hambre vuelvan a reanudar sus tareas para llevar a los almacenes lo que sus amos han consumido durante el paro; los amos tienen automóviles para ir a donde les plazca y dejar a sus siervos desobedientes con un palmo de narices en la disyuntiva de reventar de hambre en pocas horas o de reventar de fatiga en algunos días; los amos se ríen de las huelgas porque el mayor daño que pueden recibir es paralizar el aumento de sus riquezas por un cierto tiempo, para resarcirse con creces al volver sus explotados arrepentidos y escarmentados; los amos son invulnerables a la miserable arma de la huelga. Bueno. Lo primero que piensa cualquier trabajador que tenga el mal gusto de leer los consejos amistosos de El Imparcial es una cosa sencillísima. Si las huelgas son contraproducentes para los obreros, si los ricos se ríen de la imbecilidad de los esclavos que se condenan voluntariamente al hambre extrema para pedir una mejoría en las condiciones de trabajo, es porque al declararse en huelga dejan, tan generosa como tontamente, todo lo que han producido en manos de los explotadores; los ricos no se reirían de la huelga, ni los trabajadores se rendirían vergonzosamente por hambre si estos acompañaran al paro la toma de posesión de los almacenes, las fábricas, las minas y las tierras, llenos los unos por su trabajo, productivas las otras por su trabajo también, todo debido a su esfuerzo.
Tiene razón la hoja amarilla de los científicos en condenar la huelga pacifíca, rebelión incompleta de resultados nulos o adversos: la huelga pasiva causa risa a los burgueses y es contraria a los intereses de los trabajadores, porque no arrebata a los detentadores del trabajo los medios de subsistencia y producción que pertenecen al trabajador.
Práxedis G. Guerrero
Regeneración, N° 10 del 5 de Noviembre de 1910. Los Angeles, California.
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