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Las Revolucionarias
La causa de la libertad tiene también enamoradas. El soplo de la revolución no agita únicamente las copas de los robles; pasa por los floridos cármenes y sacude las blancas azucenas y las tiernas violetas. Aliento de lucha y esperanza, acariciando a las olientes pasionarias, las transforma en rojas y altivas camelias.
Nuestro grito de rebelión ha levantado tempestades en muchas almas femeninas nostálgicas de gloria. El ideal conquista sus prosélitos entre los corazones limpios, y la justicia elige por sacerdotizas a las heroínas que adoran el martirio; las irresistibles seducciones del peligro tienen el mismo atrayente imán para todos los espíritus grandes, por eso, cuando el odio de los déspotas nos acomete más fieramente, el número de las arrogantes y animosas luchadoras se multiplica.
No envidiamos a Rusia sus bellas revolucionarias; en torno de nuestra bandera acribillada se agrupan las obreras de la revolución, merced a las persecuciones salvajes y a las traiciones infames; gracias al furor desbordado de los tiranos, la pureza de nuestra causa ha encontrado franco asilo en el delicado pecho de la mujer. La lucha redentora que sostenemos se ha hecho amar de la belleza, y amar, no con el platonismo inútil de los caracteres, sino con la pasión ardorosa, activa y abnegada que lleva a los apóstoles al sacrificio.
La resignación llora en la triste sombra del gineceo; el fanatismo destroza inútilmente sus rodillas ante la pena de los mitos insensibles, pero la mujer fuerte, la compañera solidaria del hombre, se rebela; no adormece a sus hijos con místicas salmodias, no cuelga al pecho de su esposo ridículos amuletos, no detiene en la red de sus caricias al prometido de sus amores; viril, resuelta, espléndida y hermosa, arrulla a sus pequeños con cantos de marsellesa, prende en el corazón de su esposo el talismán del deber y al amante le impulsa al combate, le enseña con el ejemplo a ser digno, a ser grande, a ser héroe.
¡Oh, vosotras las luchadores que sentís ahogaros en el ambiente de la ignominiosa paz! ¡Cuánta envidia causaréis con vuestros ímpetus de divinas iluminadas a los hombres débiles, a los hombres mansos que forman el esquilmado rebaño que baja estúpidamente la cabeza cuando siente en sus lomos el ultraje del fuerte!
Vosotras las inspiradas por el ígneo espíritu de la sublime lucha; vosotras las fuertes, las justicieras, las hermanas del esclavo rebelde y no las siervas envilecidas de los señores feudales; vosotras que habéis hecho independiente vuestra conciencia cuando millares de hombres viven aún en la sombra medrosa del prejuicio, cuando todavía muchas nervudas manos permanecen enclavijadas en ademán de súplica ante el rebenque implacable y odioso de los amos; vosotras que levantáis los indignados brazos empuñando la rojiza tea, y que erguís las soñadoras frentes en épica actitud de desafío, sois las hermanas de Leona Vicario, de Manuela Medina y de la Corregidora, y hacéis enrojecer de vergüenza a los irresolutos, a los viles encariñados con el oprobio de la ergástula. ¡Cómo temblarán los protervos cuando el rayo colérico de vuestras hermosas pupilas fulgure sobre ellos, anticipándose al golpe del libertario acero!
Cuando la mujer combate, ¿qué hombre, por miserable y pusilánime que sea, puede volver la espalda sin sonrojarse?
Revolucionarias: ¡El día que nos veáis vacilar, escupidnos el rostro!
Práxedis G. Guerrero
Regeneración, N° 123 del 11 de Enero de 1913. Los Angeles, California.
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