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¡Obremos, luchadores!
Violentemos el paso, multipliquemos la acción. En tanto que la patria esté esclavizada no debemos tomar una hora de reposo. Mientras las cárceles priven del movimiento y de la luz a nuestros hermanos caídos es un crimen fijar a nuestros pies el grillete de la indolencia.
Avancemos; el camino está a nuestro frente esperándonos; los despojos de los guerreros sorprendidos por la infidencia, nos indican los peligros no para que los esquivemos sino para que venciéndolos, pasemos sobre ellos.
No podemos detenemos un momento porque el grito de nuestros camaradas, los héroes aprisionados traidoramente, nos llama al cumplimiento del deber.
No podemos dormir porque nuestra conciencia vela en la noche del infortunio para mostramos el cuerpo ensangrentado de la patria, abandonado al diente del chacal, al corvo pico del buitre, al feroz arrebato del sayón. Nuestros ojos, siempre abiertos, no pueden substraerse a esa visión dantesca, enclavada en la sombra. Agrandemos la llama de nuestra tea soplando sobre ella a pleno pulmón hasta darle magnitudes de incendio, para desvanecer en rojos resplandores ese cuadro de horror.
Las heridas de la madre patria están envenenadas; tomemos la candente braza y apliquémosla a ellas, sin tardanza.
El fuego ahuyenta las bestias; agreguemos combustible a nuestra hoguera y su radio lumínico crecerá, y dominando a la oblicua pupila del felino, dilatará nuestro campo.
No malgastemos un minuto, no dilapidemos en el ocio ni un segundo; demos a nuestros nervios la rápida vibración de la onda eléctrica, para sacudir la atmósfera del qwetismo infame que sofoca a nuestro suelo.
El látigo de la tiranía cae implacable sobre los mártires nuestros hermanos; su continuo chasquido es un oprobioso silbido que llega a nuestros oídos, que zunba provocativo y sangriento sobre nuestras cabezas, y hiere nuestras almas indomables, excitando la tempestad de nuestros odios.
¡Obremos luchadores!
Nuestro deber es combatir sin tregua.
No permitamos que aumente la lista de los sacrificados sin mermar el número de los sacrificadores.
Descarguemos el golpe de nuestros puños y desatemos la tormenta de nuestros cerebros.
Si no podemos dar pasos para alcanzar la libertad, demos saltos.
Derrochemos energías sin temor de quedar exangües; el patriotismo y la voluntad tienen caudal inagotable de fuerzas poderosas.
Retrasarse en la marcha, quedar a espaldas de los que sucumben, sin apresuramos a vengarlos, permanecer mudos, tomar aliento en vez de empuñar la espada y asaltar la brecha arrollando al enemigo; es ser desertores de la gloriosa vanguardia.
Doblemos la fatiga, más tarde descansaremos cuando el cuerpo del viejo histrión de Tuxtepec, en la extremidad de una cuerda, sirva de plomada al arquitecto Porvenir, a levantar las paredes de la casa del pueblo.
Práxedis G. Guerrero
Revolución, N° 21 del 9 de Noviembre de 1907
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