Indice de La vida heróica de Práxedis G. Guerrero de Eugenio Martínez Nuñez LIBRO SEGUNDO EL REVOLUCIONARIO - Capítulo sexto - Acción revolucionaria de ViescaLIBRO SEGUNDO EL REVOLUCIONARIO - Capítulo Octavo Acción revolucionaria de PalomasBiblioteca Virtual Antorcha

LA VIDA HERÓICA DE PRÁXEDIS G. GUERRERO

Eugenio Martínez Nuñez

LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO SÉPTIMO

Acción revolucionaria de Las Vacas



Los preparativos.

Un día después de la acción de Viesca tuvo lugar el levantamiento de Las Vacas. Este levantamiento fue preparado por Encarnación Díaz Guerra, por Jesús María Rangel y por Antonio de P. Araujo, que era el Delegado de la Junta en los Estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, y que en Austin, capital de Texas, editaba el periódico Reforma, Libertad y Justicia, que como se sabe era el lema de la Junta, y en cuyas tres palabras estaban simbolizadas entonces las aspiraciones revolucionarias del Partido Liberal.

Ya para esas fechas, debido a las últimas traiciones sufridas por la insurrección en Torreón y Casas Grandes, todas las poblaciones fronterizas estaban guarnecidas por fuertes contingentes militares, pues desde que el Gobierno descubrió la existencia de la vasta conspiración, el telégrafo -como dice Guerrero- había comunicado órdenes apremiantes a todos los pueblos y ciudades para que las autoridades civiles y militares hicieran cuanto pudieran para sofocar la rerolución ... Pero a pesar de estas difíciles circunstancias, Díaz Guerra, Rangel y Araujo habían podido terminar los preparatiros para este levantamiento a mediados de junio, logrando reunir una buena cantidad de pertrechos así como organizar un grupo de sesenta y cinco combatientes seleccionados entre los correligionarios de la frontera de Coahuila y Texas, entre los que se encontraban los excelentes luchadores Benjamín Canales, Pedro Miranda, Calixto Guerra, Néstor López, Modesto Ramírez, Patricio Guerra, Guillermo Adam, Juan Maldonado, Julián Rodríguez, Emilio Munguía, Antonio Martínez Peña, Pedro Arreola, Basilio Ramírez, Julián Hernández, Joaquín Hipólito, Calixto Ramírez, Pedro Vara, Jesús Longoria, Manuel V. Véliz, Lázaro Alanís, Julián Alvarez, Rafael Barrera, Benito Solís, Pedro Henríquez Guzmán, Hilario de Hoyos, José Torres, Francisco Morales, Froilán Guerra y Eulogio Ortiz.

Encarnación Díaz Guerra era, como Jesús María Rangel, un viejo luchador que había combatido a los americanos en la época de la Intervención; Benjamín Canales era un joven de veinticinco años que había sido militar y que, como Hilario de Hoyos, como Julián Alvarez, como Néstor López y Calixto Guerra, era periodista; los demás eran comerciantes, mineros, mecánicos o agricultores. todos ellos de firmes convicciones revolucionarias y radicados en distintas poblaciones fronterizas desde hacía algunos años.

Según me lo comunicó personalmente Antonio de P. Araujo en una entrevista que con él sostuvo en el Hotel Bristol de esta capital, los planes para este levantamiento habían sido discutidos desde dos meses antes en la casa de Julián Alvarez, situada en la población texana de Del Río, que queda separada de Las Vacas únicamente por el Río Bravo. Allí acudían diariamente por la noche Rangel, Canales, Díaz Guerra, Alanís, el mismo Araujo, Calixto Guerra, Néstor López y otros de los más caracterizados miembros del grupo, quienes de acuerdo con las instrucciones que Guerrero le había dado en sus recientes visitas, tomaban secretamente las providencias para empuñar las armas contra la dictadura. Por diversas circunstancias no pudieron entrar en acción el 24 de junio como estaba previsto, pero en la medianoche del 25, después de haber celebrado una junta en que pronunciaron candentes discursos contra la tiranía, Encarnación Díaz Guerra, Néstor López, Rangel y Calixto Guerra, salieron de la casa de Alvarez en pequeños grupos en dirección a la ribera del Río Bravo, en donde otros compañeros les entregaban las armas y el parque que habrían de emplear en el combate.

En territorio mexicano.

Cerca de las tres de la mañana del día 26 de junio los rebeldes se encontraban ya en territorio mexicano, no haciendo alto sino hasta llegar a una distancia de unos cuatrocientos metros del cuartel de Las Vacas. En este lugar se dividió el grupo en tres guerrillas, quedando dirigida la del centro por Benjamín Canales, la de la izquierda por Basilio Ramírez y Calixto Guerra y la de la derecha por Díaz Guerra y Jesús María Rangel, indicándose el cuartel como punto de reunión y barriendo con el enemigo que se encontrara en el trayecto. Cuando las guerrillas iban a ponerse en marcha, Rangel gritó con energía:

¡Compañeros! ¡La hora tan largamente ansiada ha llegado por fin! ¡Vamos a morir o a conquistar la libertad! ¡Vamos a combatir por la justicia de nuestra causa! (1)

Se inicia el combate.

Las tres pequeñas columnas se pusieron en movimiento, llegando poco después al borde de un arroyo. Uno de los rebeldes de la guerrilla de la izquierda descubrió que un grupo de soldados se encontraba cerca, y gritó: ¡Allí están esos mochos!, palabra conque se designaba en aquel tiempo a los por todos conceptos dignos de conmiseración soldados de la dictadura. Al escuchar esa exclamación, los demás revolucionarios atravesaron rápidamente el arroyo con el agua hasta la cintura, y entonces los soldados que estaban tendidos pecho a tierra entre los matorrales, se levantaron en desorden ante la acometida de los rebeldes, buscando, unos, abrigo en las casas, mientras otros desertaban pasando el río a nado para internarse en los Estados Unidos (2).

Se generaliza la batalla.

Inmediatamente después las guerrillas avanzaron hacia la población, cuyas calles fueron recorridas en pocos minutos, trabándose combates a quemarropa con el resto de la guarnición, que dividida en varias secciones y protegida por los edificios, pretendió detener a los libertaríos.

Benjamín Canales, al frente de su guerrilla, llegó en primer término a pocos pasos del cuartel; se parapetó cerca de un sicomoro, y momentos después recibió varias heridas de fusil, que él mismo se curaba con pequeños trozos de estopa. Pero no duró mucho tiempo en el combate: disparando su carabina y dando vivas a la libertad se acercaba a la puerta del cuartel, cuando recibió una bala en medio de la frente, quedando muerto con el cráneo deshecho y los brazos extendidos ...

Encarnación Díaz Guerra y su fracción sostenían un fuerte tiroteo con un grupo de soldados, quienes fueron impotentes para resistir el ataque y huyeron rumbo al Norte para internarse en los Estados Unidos. Mas no bien había obtenido Díaz Guerra este triunfo, cuando fue atacado de improviso por una valiente mujer, amante de un soldado, que armada con una carabina sostuvo un combate durante algunos minutos, al fin de los cuales se rindió.

Hacia el norte del cuartel, y protegidos por un jacal, Lázaro Alanís y Jesús María Rangel disparaban sus armas sobre los defensores, pero pronto fueron descubiertos por el Capitán Pérez, jefe de la guarnición, quien seguido por cinco soldados abandonó el edificio, gritando:

¡Ora, ora, muchachos, adentro con esos del jacal!

Y mientras los soldados avanzaban atacando el parapeto rebelde por los dos flancos, el Capitán Pérez, por el frente, se acercó disparando su arma hasta una distancia como de treinta metros del jacal; pero lanzando un grito de dolor cayó en tierra herido gravemente. Los soldados retrocedieron y lo llevaron rápidamente al interior del cuartel.

Fuertes pinceladas.

Desalojados repetidas veces los defensores de la tiranía -dice Guerrero-, buscaban una posición que pudiera librarlos del ímpetu de los libertarios, que inferiores en número y armamento, se imponían por su temerario arrojo y su terrible precisión de tiradores. Al principiar el combate los tiranistas llegaban a muy cerca de cien, entre soldados de línea y guardias fiscales; al cabo de dos horas su efectivo había descendido considerablemente por las deserciones y las bajas. En ese primer período, en el cual muchas veces se dispararon las armas chamuscando la ropa del contrario, fue en el que cayó el mayor número de los nuestros ...

En ese lapso cayó Pedro Miranda, el revolucionario por idiosincrasia a la vez que por convicción, el hombre que según Guerrero era la acción y la firmeza encarnadas en un cuerpo hecho a las luchas de la naturaleza y contra los hombres de la injusticia.

Néstor López, un joven y talentoso propagandista de la causa revolucionaria, a la que no sólo había ayudado con sus ideas sino también con todo el dinero de que disponía, quedó en tierra con una pierna destrozada en las cercanías del cuartel; Modesto Ramírez, que había escrito en vísperas del combate una Carta Abierta llena de vibrantes anatemas contra la dictadura, cayó también; momentos antes de morir dijo a un compañero que pasaba cerca:

Hermano, ¿cómo vamos? ... Dame agua y ... sigue adelante ...

Juan Maldonado, Joaquín Hipólito, Emilio Munguía, Antonio Martínez Peña, encontraron también la muerte luchando con un valor temerario.

Pedro Arreola también cayó en ese lapso. Guerrero dice refiriéndose a su muerte:

Pedro Arreola, revolucionario y perseguido desde los tiempos de Garza (3), y por largos años uno de los hombres más temidos por los esbirros de la frontera de Coahuila y Tamaulipas, murió con la frase burlesca en los labios y el gesto del indomable en el semblante. Atravesado por una bala que le rompió la columna vertebral, se esforzaba por alcanzar su carabina que había saltado lejos de él a tiempo de caer; un camarada se acercó y puso el arma en sus manos desfallecientes; sonrió, quiso, sin conseguirlo, colocar nuevo cartucho en la recámara de su carabina; interrogó sobre el aspecto que presentaba la lucha y en medio de su trágica sonrisa deslizó lentamente la última frase de su áspera filosofía: la causa triunfará; no hagan caso de mí; no porque muera un chivo se acabará el ganado.

Manuel V. Véliz, al verse obligado a abandonar su posición por falta de parque, quedó tendido en tierra atravesado por las balas que salían de una casa cercana.

Hubo otros muertos -dice Guerrero-, cuyos nombres no he podido recoger; ya en los momentos del combate se unieron a los nuestros. Se dice que uno era de Zaragoza; el otro vivía en Las Vacas, y al sentir el ruido de la pelea y oír las exclamaciones de los combatientes se despertó en él la solidaridad del oprimido; ciñóse la cartuchera, tomó su carabina, se echó a la calle y al grito de ¡Viva el Partido Liberal! se lanzó a pecho descubierto sobre los soldados del despotismo. Una fusilada lo dejó en medio de la calle.

Por largas cinco horas se prolongó el combate -agrega Guerrero-. Pero después de las dos primeras ya no fueron mortales los disparos de los tiranistas; su pulso se había alterado notablemente, no obstante que algunos tiraban a cubierto. Las carabinas libertarias hablaban elocuentes. Asomaba el cañón de un máuser y en diez segundos la madera de la caja saltaba hecha astillas por las balas del winchester. Aparecía un chacó por alguna parte y presto volaba convertido en criba por los 30-30. Los libertarios estaban diezmados; había muchos heridos; pero su empuje era poderoso, su valor muy grande. Díaz Guerra se batía en primera fila con su revólver; sus viejos años, pasados en el destierro, se habían vuelto de repente los ligeros y audaces del guerrillero de la Intervención. Un fragmento de bala le hirió en la mejilla; otra bala disparada sobre él a quemarropa desde una ventana le atravesó un brazo. Esa herida costó el incendio de una casa. Se avisó que salieran de ella los no combatientes y se le prendió fuego. Rangel sostenía una lucha desigual; solo, en un extremo, tenía en jaque a un grupo de soldados, mandados por un sargento, que recortaban su figura de león enfurecido por el plomo silbante de sus fusiles.

Por todas partes se desarrollaban escenas de heroísmo entre los voluntarios de la libertad. Cada hombre era un héroe; cada héroe un cuadro épico animado por el soplo de la epopeya.

Un joven, rubio como un escandinavo, corría de un peligro a otro con el traje desgarrado y sangriento; una bala le había tocado en un hombro, otra en una pierna, abajo de la rodilla; otra en un muslo y una cuarta fue a pegarle en un costado sobre la cartuchera: el choque lo derribó; el proyectil liberticida había encontrado en su camino el plomo de los proyectiles libertarios y saltó dejando intacta la vida del valiente que, puesto de nuevo en pie, continuó el combate.

Calixto Guerra, herido como estaba, se mantuvo en su puesto con bravura y energía admirables.

Por el sur del cuartel, Pedro Vara y otros tres rebeldes, disparando sus armas con serenidad extraordinaria, infundían el pánico entre los defensores del edificio.

Los enemigos -dice Guerrero con punzante ironía- también tuvieron sus grandes hechos; los defensores de la tiranía y la esclavitud se revelaron en sus actos.

Un grupo de ocho soldados y un sargento se vieron cortados de sus compañeros y acometidos de flanco por el fuego de los rebeldes; junto a ellos estaba el cuartel, pero tenian para llegar a él que cruzar la calle que estaba en poder de los rebeldes. Apurado el sargento por salir de la falsa posición en que lo había metido una de las bruscas acometidas de los libertarios, apareció en la calle agitando un pañuelo blanco en señal de paz, seguido de los soldados llevando los fusiles con las culatas hacia arriba; los rebeldes creyeron que se rendían y los dejaron avanzar, pero de pronto, cuando los traidores esbirros se hallaban próximos a la puerta del cuartel, volvieron los fusiles e hicieron fuego sobre los que habían perdonádoles la vida. Hicieron fuego sin efecto y corrieron a meterse al cuartel, menos tres, que no pudieron llegar. Las balas del 30-30 le evitaron para siempre la repetición de su cobarde estratagema.

Cómo terminó el combate.

Ya para las doce del día 26 la población de Las Vacas presentaba un aspecto de ruina y desolación. Los destrozos de las balas se apreciaban por todas partes, en las ventanas, en las puertas, en las fachadas de las casas y de los edificios del Gobierno. En las calles ensangrentadas se encontraban tirados algunos cadáveres de rebeldes y soldados, pero éstos eran en mayor cantidad en el cuartel y sus cercanías, donde los cuerpos estaban casi amontonados en las posturas que el dolor y la desesperación les había impreso al sobrevenir la muerte.

Para esas horas la guarnición del pueblo estaba tan diezmada que los soldados no llegaban a cuarenta, incluyendo a su capitán herido. Este capitán, justo es decirlo, a pesar de encontrarse luchando entre la vida y la muerte Desde el principio del combate, había dictado con toda entereza y valentía desde su lecho las mejores disposiciones para la batalla, pugnando heroicamente porque sus soldados no abandonaran las últimas posiciones. ¡Lástima de tanto valor sacrificado en aras de la tiranía!

El parque de los revolucionarios estaba ya totalmente agotado; que de no haber concurrido esta circunstancia, se habrían apoderado de la plaza. Los pocos rebeldes que habían sobrevivido al combate se hallaban con ánimos magníficos para proseguir la lucha; en cambio los soldados, que peleaban únicamente porque la dictadura había puesto en sus manos un fusil y que mataba a sus semejantes sin tener conciencia de sus actos, estaban ya completamente desmoralizados. Jesús María Rangel, secundado por algunos compañeros, haciendo un último esfuerzo por desalojar a los soldados del cuartel y de las casas donde se habían parapetado, inició un postrer ataque con unos cuantos cartuchos que le quedaban; pero al avanzar recibió un balazo en una pierna que lo imposibilitó para seguir luchando.

La retirada.

En aquellos momentos Encarnación Díaz Guerra se acercó al viejo guerrillero y le dijó:

Compañero, todo está terminado; ya no es posible seguir combatiendo ... Vamos a marchar ...

Y fue entonces, cerca de las dos de la tarde, después de haber sostenido una lucha desigual contra bien equipadas tropas, cuando los rebeldes se vieron obligados a abandonar, junto con muchos cadáveres de sus compañeros, una victoria que ya era suya, y a iniciar la retirada por falta de elementos de combate.

Los soldados, conformándose con el triunfo de no haber sido desalojados del cuartel y de las casas, no pretendieron perseguir a los revolucionarios.

Un héroe anónimo.

Pero aquí refiere Guerrero un hecho insólito; un hecho que pinta con vigorosas pinceladas el heroísmo de un hombre hasta hoy desconocido; de un personaje casi de leyenda que poseído de un valor sobrehumano no quería abandonar su puesto en el combate sino a cambio de la victoria o de la muerte.

Un rebelde se negó a salir -dice Guerrero-; tenía algunos cartuchos; no iría con ellos sin completar el triunfo; escogió Un lugar y él solo permaneció frente al encmigo hasta las tres de la tarde. La carabina vacía, la cartuchera desierta, se alejó, intocable para las balas, a continuar la lucha por la emancipación. Más tarde el nombre de este héroe, y los de todos los que tomaron parte en la acción de Las Vacas se oirá, cuando de sacrificios y grandezas se hable.

Hacia el destierro.

Al retirarse, los revolucionarios se reunieron en las afueras de la población, encontrando que faltaban cerca de veinte compañeros que habían caído en el combate, y que entre los supervivientes que sólo llegaban a unos treinta y cinco, se hallaban algunos heridos como Lázaró Alanís, Encarnación Díaz Guerra, Rafael Herrera, Jesús María Rangel, Melquíades Hernández, Hilario de Hoyos, Calixto Guerra y Francisco Morales.

Ayudando a los compañeros más gravemente lastimados, los rebeldes emprendieron penosamente la marcha siguiendo de lejos la margen del Río Bravo, y después de haber caminado lo suficiente para perder de vista el caserío de Las Vacas hicieron alto con objeto de curar a los heridos con el agua de la corriente y con unas vendas que llevaban consigo. Momentos después reanudaron la marcha, y tras una peregrinación de largas horas se dispersaron en lugares desiertos para atravesar más tarde la frontera en pequeños grupos y en distintos días, internándose de nuevo en los Estados Unidos para protegerse de la persecución de los cuerpos militares que la dictadura había destacado sobre ellos.

Pero Díaz Guerra, Rangel y demás compañeros, al vo!Yer al destierro, no se consideraban vencidos ni fueron presa del desaliento por el fracaso sufrido, pues todos sabían que su derrota no había sido más que un incidente de la lucha empeñada en favor de una Revolución que tarde o temprano triunfaría a pesar de todos los escollos que se interpusieran a su paso.

Aspectos contrarios.

Esta es la verdad de los sucesos ocurridos en el levantamiento de Las Vacas. Pero ahora veamos cómo explicaron tanto sacrificio, tanto desinterés, tanta abnegación y tanto heroísmo los funcionaríos del Gobierno y los periódicos serviles de aquel tiempo.

El Imparcial decia que una compañía de rurales habia encontrado en la población de Las Vacas a un destacamento de filibusteros y que, habiendo dado con el lugar en que se ocultaban los bandidos, les había dado muerte, abandonando los cadáveres en las montañas. El mismo periódico, el 27 de junio, publicaba lo que sigue:

San Antonio, Texas, junio 26.

Un telegrama especial procedente de Del Río, Texas, dice:

La población de Vacas y la policía del mismo pueblo, que se encuentra frente a la de Del Río, en el lado mexicano de la frontera, fue asaltada en las primeras horas de la mañana por algunos bandidos armados. Es indudable que los salteadores organizaron el movimiento en Del Río, pues aquí fueron vistas gentes sospechosas con algunos ladrones conocidos. En el asalto, los bandoleros fueron dispersados y muchos de ellos aprehendidos ...

La información que sigue, enviada de El Paso a la ciudad de México al día siguiente de los acontecimientos, fue publicada en El País el 1° de julio de 1908. Este periódico, a despecho de El Imparcial, que fue la hoja servil por excelencia, ya comienza a cambiar en sus noticias sobre el movimiento el nombre de bandidos por el de revolucionarios, y en dicha información ya no se advierte el empeño de infamar a los rebeldes como ocurrió con los del levantamiento de Viesca. Y esto es fácil de explicar, si se considera que hasta los mismos elementos gobiernistas se iban convenciendo de que no se trataba de una empresa de bandolerismo, sino de una revolución popular. La información dice asi:

El Paso, Texas, junio 27.

Ayer en la mañana fueron atacadas las tropas mexicanas destacadas en las poblaciones de Las Vacas, Coahuila, cerca de la frontera del Río, por unos revolucionarios, resultando muertos en este encuentro cuarenta o cincuenta hombres, y fue mal herido el comandante de las tropas mexicanas, según se sabe por las noticias que se recibieron anoche. El relato de la batalla que se conoce aquí, es como sigue:

Las habitaciones de los oficiales mexicanos y los cuarteles de las tropas fueron incendiados por los asaltantes, centralizándose el combate en la Aduana Federal. Entre el desorden causado por el intempestivo ataque, lograron reunirse cuarenta soldados, descubriéndose luego que las barracas de madera que habitaban éstos eran presa del fuego, y que los revolucionarios habian capturado sesenta caballos pertenecientes a la caballería mexicana. Una vez que las tropas se encontraron junto al edificio de la Aduana, hicieron una decidida defensa, continuando el combate sin interrupción toda la mañana, disparándose cerca de cinco mil tiros. Los revolucionarios cortaron todas las líneas telefónicas y telegráficas cerca de Las Vacas, con objeto de impedir que los sitiados pidieran refuerzos. Sólo después de un reñido combate que duró hasta cerca del mediodía, pudieron ser rechazados los asaltantes, estableciéndose inmediatamente las comunicaciones que habían sido cortadas por los revolucionarios. Inmediatamente salieron en auxilio de las fuerzas federales, tropas de distintos lugares, y se cree que hayan llegado anoche. Las noticias recibidas de Del Río, dicen que se temía un segundo asalto antes de que llegaran los refuerzos. El sherifl de Valverde, Condado de Estados Unidos, telegrafió al Gobernador Campbell, de Texas, que los revolucionarios habían sido rechazados, y que un gran número de ellos habían huido a refugiarse en territorio de los Estados Unidos. Las autoridades oficiales preguntaron al Gobernador si podían aprehender a los fugitivos por violación de las leyes de neutralidad. Por indicaciones del fiscal de justicia, el Gobernador Campbell dijo al sheriff que las autoridades federales sólo tenían instrucciones de permanecer quietas y no mezclarse en esto.

Política de exterminio.

Como se ve por la comunicación anterior, el Gobernador de Texas, apegándose al espíritu de la ley de neutralidad, no permitió que se persiguiera en su territorio a los rebeldes refugiados. La actitud imparcial de este funcionario alarmó al Gobierno de México, por lo que ordenó al Embajador Enrique C. Creel que se presentara en Washington a la mayor brevedad, para conseguir que las autoridades americanas activaran las persecuciones de los revolucionarios mexicanos, inclusive de los que se hallaban en el Estado de Texas y que, al parecer, estaban protegido:, por el Gobernador del Estado.

Uno de los pretextos que invocaba el Gobierno de México para pedir a los Estados Unidos su cooperación en el exterminio de sus opositores era el de que éstos, según declaraciones oficiales, no eran revolucionarios sino bandoleros, gente de la peor calaña que se encontraba al margen de la ley.

No se trata de revolucionarios -declaró el Ministro Mariscal (4)-, de manera que los refugiados en los Estados Unidos, después de asaltar la población de Las Vacas, están perfectamente comprendidos en los capítulos de la ley de extradición.

Y luego agregó:

No son refugiados políticos en los Estados Unidos, porque su acción no obedece a un movimiento revolucionario bien definido, y en cambio sí ha quedado demostrado por las depredaciones y los robos de caballos cometidos, que los revoltosos no son otra cosa que una banda de gente desalmada, que ha creído encontrar seguro refugio en el vecino país, después de cometer en el nuestro delitos de pillaje, robo, asesinato e incendio voluntario ... (5)

En tanto que el Embajador Creel llegaba a Washington a traetar las negociaciones diplomáticas de una manera formal, las había iniciado ya el encargado de negocios de México, señor Godoy, quien ante el Secretario de Estado norteamericano, Mr. Bacon, discutía la situación mexicana en el sentido de violentar la movilización de tropas a lo largo de la frontera, y también en el de obtener cuanto antes la extradición de las primeras figuras del movimiento insurreccional.

La comunicación que sigue demuestra claramente que el Gobierno de los Estados Unidos, sólo para satisfacer las demandas del general Díaz, y apartándose de los principios americanos mantenidos por generaciones, y por los cuales se llamaba a aquella nación la cuna de la libertad, se aliaba con el despotismo del sur para exterminar a los rebeldes refugiados:

Washington, junio 30.

Hay tropas en ambos lados de la frontera. Los nuevos hechos que se suscitan con motivo de los desórdenes en la parte norte de México, están siendo cuidadosamente observados con el mayor interés por las autoridades de Washington.

Todos los funcionarios dependIentes de este Gobierno están cooperando con la administración del Presidente Díaz, y el Departamento de Estado y el Ministerio de la Guerra, así como el de Justicia están trabajando unidos en un movimiento colectivo para guardar el orden dentro del dominio de los Estados Unidos. Minuciosas instrucciones para el cumplimiento de esta línea de conducta se han dado ya, y cualquier infracción que se cometa, llegará a conocimiento de las autoridades respectivas.

El brigadier general Myer, ya se ha dado cuenta de la situación. El citado funcionario es el Comandante de las fuerzas militares del Estado de Texas, con oficinas en San Antonio, y anoche se le dieron órdenes para que despachara cierto número de tropas a Del Rio y otros puntos de Texas, para ayudar a las autoridades civiles en el estricto cumplimiento de las leyes, y evitar toda clase de ayuda que pueda prestarse a los revoltosos mexicanos.

Se le han dado al general Myer razonables poderes en el asunto para que obrando de acuerdo con las autoridades civiles, sitúe tropas en varias poblaciones que se encuentren a lo largo de la frontera, donde haya necesidad de ellas.

El mayor número de tropas serán estacionadas en Del Río, en donde pueden prestar grandes servicios, dejando al juicio del general otras concentraciones.

Los funcionarios de la administración predicen que pronto quedarán sofocados los desórdenes en México, declarando que la presencia de unas cuantas tropas bien organizadas darán al traste con las bandas de forajidos ...

Se han recibido noticias en el Ministerio de la Guerra, que indican que cuatro regimientos de caballería serán enviados a Del Río. Dos de ellos serán enviados de Fort Clark, y el resto del campamento de maniobras de León Springs, Texas ... (6)

Mientras todo esto sucedía era esperado en Washington el Embajador Creel, por cuyo motivo los funcionarios del Departamento de Estado continuaban haciendo toda clase de esfuerzos para enterarse hasta de los más mínimos detalles de los hechos ocurridos en la frontera, a fin de estar bien preparados y contestar la queja que se esperaba iba a ser presentada por él ante el Gobierno. Efectivamente, Creel, que se encontraba en Chihuahua, salió para la ciudad de Washington, a donde llegó el 9 de julio, haciendo inmediatamente después declaraciones a la prensa en el sentido de que protestaría ante las autoridades americanas acerca de la conducta poco amistosa de Texas durante los disturbios de la frontera, tal como si la movilización de las tropas del general Myer y la incesante actividad del servicio de espionaje, no fueran pruebas elocuentes de cooperación que dejaran satisfechos los deseos del Embajador con respecto a las obligaciones que suponía tener la Casa Blanca para con el Gobierno mexicano. Pero no obstante estas declaraciones, Creel no presentó ninguna queja, concretándose a pedir en sus conferencias con los funcionarios americanos lo que más interesaba al general Díaz, o sea. que se persiguiera enérgicamente a los revolucionarios mexicanos. El servicio telegráfico de la ciudad de Washington transmitió a México el resultado de dichas conferencias, y sobre este asunto, El País, el 11 de julio de 1908, decía lo siguiente:

Declaraciones del Embajador Creel.
Washington, julio 10.

El señor Enrique Creel, Embajador de México en los Estados Unidos, llegó ayer tarde a esta capital para tratar con las autoridades americanas respecto de las cuestiones que se han suscitado con motivo de los recientes desórdenes registrados en la frontera.

Esta mañana el señor Creel tuvo una entrevista con Mr. Robert Bacon, Secretario interino de Estado. Uno de los asuntos que discutió con él fue el concerniente al castigo de los mexicanos que habían tomado parte en las recientes correrías por la frontera mexicana y también habló de las medidas que habían de ser tomadas para evitar en lo futuro la repetición de ellas.

Los desórdenes en la región septentrional de México fueron causados por gavillas desorganizadas de salteadores que trataban de hacerse por cualquier medio de dinero, pues habían estado sin trabajo desde hacía algún tiempo.

El señor Creel dijo: Tanto en la frontera de México como en la de los Estados Unidos hay gente de tales inClinaciones que siempre toman parte, con júbilo, en las expediciones de bandolerismo. Las turbulencias han pasado, pues las tropas del Gobierno mexicano han dominado la situación.

La mayor parte de los salteadores llegaron de Texas y. cruzaron la frontera hasta territorio mexicano y, después de saquear casas, y robar cuanto encontraban al paso, regresaron a territorio de los Estados Unidos. No creo que nunca, durante los desórdenes, los causantes de ellos hayan llegado a más de 120.

México no tiene ninguna queja que exponer contra el gobierno central o contra las autoridades del Estado de Texas, pues la protección de las leyes de la neutralidad en la frontera es un deber federal y no podía suponerse que las autoridades texanas se pusieran a vigilar sin instrucciones la línea fronteriza. Además, tan luego como los funcionarios de la Administración de esta capital fueron advertidos de lo que sucedía obraron con presteza.

Los forajidos serán castigados y todo lo que pedimos es que se les persiga de conformidad con las leyes norteamericanas. Creo que sería posible extraditar a algunos de ellos a México para que se les abriera proceso por robo y asesinato, de acuerdo con el tratado de extradición que existe entre los dos países. Los que no puedan ser extraditados serán juzgados en los Estados Unidos por violación de la neutralidad.

Con el fin de impedir se repitan las correrías desde Texas, el Gobiemo mexicano aumentará el número de sus fuertes a lo largo de la frontera. Ahora hay varios puestos militares allí que serán adicionados con otros nuevos.

Persecución casi sin precedente.

Declaraciones parecidas a las del Ministro Mariscal y a las de Creel las hicieron también ante representantes de la Prensa Asociada el Vicepresidente de la República y otros altos funcionarios del régimen porfirista, quienes cubriendo en ellas de lodo, de oprobios y calumnias a los revolucionarios mexicanos, trataban de justificar ante la opinión pública mundial los procedimientos inhumanos, brutales y antipatrióticos de la dictadura al perseguir sin piedad a sus opositores en tierra extraña con la complicidad del Gobierno americano.

Nunca en la historia de los Estados Unidos se había dado el caso de que por complacer a un gobierno extranjero los refugiados políticos, de cualquiera nacionalidad que fuesen, se les hubiera hecho víctimas de tan despiadada táctica de exterminio sino que siempre, de acuerdo con los principios de la libertad mantenidos por generaciones por los gobiernos de aquella nación, particularmente por los de Franklin, de Lincoln y de Washington, habían encontrado sobre su suelo estímulo, protección y apoyo en las luchas emprendidas en beneficio de los pueblos de sus respectivos países. A este respecto, el periodista norteamericano John Kenneth Turner, en el capítulo decimoquinto de su magnífica obra México Bárbaro, escrita en los Estados Unidos en aquel tiempo; dice lo siguiente:

... El derecho de los ciudadanos de una nación despótica de encontrar refugio en otro país, donde proyectar cosas mejores para los suyos, fue por muchas décadas reconocido por los poderes constituidos en los Estados Unidos, que protegían a los políticos refugiados.

Hace dos años Palma estableció la Junta Revolucionaria Cubana en la ciudad de Nueva York, y en lugar de ser aprehendido fue alentado. Por más de un siglo los refugiados políticos venidos de Europa, América del Sur, y hasta de China, han encontrado seguridad entre nosotros. Los jóvenes turcos prepararon su revolución aquí. Aquí recolectaron dinero agrupaciones irlandesas para emprender un movimiento que libertara a Irlanda. Las Sociedades de Defensa de los judíos han sido protegidas en toda la nación y ninguno de los iniciadores ha sido enviado a recibir la venganza de zar. Y todos han operado abierta, no secretamente. En la actualidad los revolucionarios portugueses tienen sus oficinas principales en los Estados Unidos. Porfirio Díaz en persona -¡qué ironía hístóríca!- cuando se convirtió en revolucionario, encontró seguridad sobre el suelo americano y, siendo su causa en extremo dudosa, nadie lo capturó. Y lo que es más, Díaz cometió un crimen idéntico al que, por medio de la maquinaria legal de los Estados Unidos, quiere él castigar en muchos de los refugiados; el poner en pie una expedición militar contra una potencia extranjera. En marzo 22 de 1876, DÍaz cruzó el Río Grande en Brownsville, Texas, con cuarenta hombres armados para hacer la guerra al presidente Lerdo de Tejada. Fue forzado a volver sobre sus pasos y, aunque toda América supo de su expedición, ningún intento se hizo para reducirlo a prisión.

Pero ahora la política ha sido cambiada para complacer al Presidente Díaz. Sólo se ha obrado en contra de refugiados políticos de otra nación, Rusia, y podemos asegurar que si se tomaron tales medidas, fue con el único objeto de facilitar a las autoridades un medio de defensa contra los cargos de usar parcialmente la maquinaria del Gobierno contra los mexicanos ...

Pero a pesar de esta confabulación de los dos gobiernos en su contra, y sin tomar en cuenta el estado de agitación militar que reinaba en México, donde ya para mediados de julio de 1908 estaban mbre las armas a lo largo de la frontera cerca de cinco mil soldados dispuestos a perseguir a los bandidos, los revolucionarios procedieron desde luego a organizarse nuevamente en los Estados Unidos para llevar adelante el movimiento libertador.



Notas

(1) Guerrero, Episodios revolucionarios. Las Vacas.

(2) Guerrero, artículo citado.

(3) Teniente coronel Catarino Garza, que en unión del general Ignacio Martínez organizó en 1891 la primera expedición armada contra la dictadura porfirista.

(4) Licenciado Ignacio Mariscal, Secretario de Relaciones Exteriores. Fue Diputado por el Estado de Oaxaca en el Congreso Constituyente de 1857.

(5) El Imparcial, junio 30 de 1908.

(6) El Imparcial, julio 1° de 1908.
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