Indice de La vida heróica de Práxedis G. Guerrero de Eugenio Martínez Nuñez LIBRO SEGUNDO EL REVOLUCIONARIO - Capítulo séptimo - Acción revolucionaria de Las vacasLIBRO SEGUNDO EL REVOLUCIONARIO - Capítulo Noveno Nuevas luchasBiblioteca Virtual Antorcha

LA VIDA HERÓICA DE PRÁXEDIS G. GUERRERO

Eugenio Martínez Nuñez

LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO OCTAVO

Acción revolucionaria de Palomas



Práxedis G. Guerrero, los Flores Magón, Villarreal, Sarabia, Rivera y demás luchadores deploraban sin duda los fracasos sufridos por la Revolución; pero sus lamentaciones no llegaban al grado de que el desaliento cruzara sus brazos para mirar un ideal que se perdía en las lejanías de lo imposible. No; aunque estaban pobres, muchos de ellos sufriendo en las prisiones, y aunque la mayor parte de sus elementos de combate habian sido desbaratados por la dictadura, sabían que en México sus trabajos no habían sido estériles y que el espíritu revolucionario flotaba en el ambiente como una bella promesa de futuras reivindicaciones.

Guerrero empuña las armas.

Guerrero y Enrique Flores Magón, que todavía se encontraba en El Paso a fines de junio de 1908, organizaron una nueva expedición rebelde por el norte de la República para impedir que el incendio revolucionario se apagara con los desastres sufridos recientemente en el Estado de Coahuila.

Con la misma facilidad y resolución con que había tomado las herramientas para abrirse paso en el camino del proletariado y la pluma para divulgar las ideas que iluminaban su cerebro, Guerrero tomaba ahora las armas para luchar por la emancipación de los oprimidos. Y era que él mismo comprendía la necesidad de ir al combate para conquistar la libertad y el bienestar de los que padecían hambre y miseria cuando había dicho que una causa no triunfaba por su bondad y su justicia sino por el esfuerzo de sus adeptos.

Por lo tanto había que ir a la lucha armada y así lo hicieron. No contaban sino con unos cuantos rifles y cartuchos, pero ya se harían de mayores elementos en territorios mexicanos, donde sabían que los esperaban varios insurrcctos de los que formaban el pie veterano de la Revolución.

Guerrero y Flores Magón trazaron un plan de campaña, y tres días después del levantamiento de Las Vacas, mientras los supervivientes de esa acción regresaban dispersos al Estado de Texas, salieron de El Paso a Ciudad Juárez, donde se reunieron con más de veinte compañeros dispuestos a continuar la lucha hasta el fin.

Entonces Flores Magón, estando ya todos juntos en un lugar oculto, les dijo:

No tenemos más que diez armas y unos cuantos cientos de cartuchos, pero con estas pocas armas y con estos cartuchos debemos hacer la revolución. Allá dentro de nuestro país nos esperan muchos otros; un rifle será para mí, otro para Práxedis Guerrero, de manera que los ocho restantes que den un paso al frente (1).

Todos lo dieron; pero como no era conveniente llevar compañeros desarmados, se escogieron solamente ocho de aquellos valientes; entre ellos estaban Francisco Manrique el primero en todos los peligros, así como Germán López, Francisco Aguilar, Manuel Banda y José Inés Salazar, quien posteriormente manchó su pasado de luchador militando en las filas de Victoriano Huerta.

Rumbo a Palomas.

Y ese pequeño grupo de diez hombres, con todo género de precauciones para no ser descubierto por las autoridades, abandonó Ciudad Juárez en la madrugada del 29 de junio y se internó en el Estado de Chihuahua con destino a la lejana ciudad de Casas Grandes, donde Guerrero y Flores Magón creían encontrar numerosos combatientes para fortalecer el movimiento, siguiendo en la primera etapa de su larguísima peregrinación un camino paralelo a la línea divisoria internacional; pero a distancia suficiente para no ser vistos por los puestos militares que la dictadura había establecido en distintos puntos de la frontera. A poco andar se les unió otro compañero bien armado, y los once rebeldes caminaron todo el día, llegando como a la una de la mañana del día 30 a las inmediaciones del pueblo fronterizo de Palomas, que queda a unos 100 kilómetros al oeste de Ciudad Juárez y a poca distancia de la población norteamericana de Columbus, cuyo nombre hiciera resonar más tarde la célebre aventura del para unos temible y sanguinario bandolero y para otros gran revolucionario, Pancho Villa. Allí hicieron alto.

Palomas -dice Guerrero en su bello artículo de este nombre- se hallaba en el camino quc debía seguir el grupo; su captUra no era de importancia para el desarrollo del plan estratégico adoptado, pero convenía atemorizar a los rurales y guardas fiscales que lo guarnecían para cruzar el desierto sin ser molestados por su vigilancia.

Se inicia el combate.

El pueblo de Palomas, por ser una sección aduanal de cierta categoría, estaba custodiado por más de treinta hombres pertenecientes a las fuerzas rurales y a la gendarmería fiscal, y no obstante esta superioridad numérica y de que los once libertaríos eran ya víctimas del cansancio a consecuencia de la larga travesía, como a las 2 de la mañana iniciar9n el ataque contra los defensores de la población.

En esta acción revolucionaria, que tuvo menos resonancia que la de Viesca y la de Las Vacas, perdió la vida el valeroso y activo Francisco Manrique, en los momentos en que el combate tendía a resolverse con una victoria para los luchadores de la libertad.

Yo podría continuar la reseña de este episodio, pero mis palabras resultarían sin colorido ante la brillante descripción que hace del mismo la vigorosa pluma de Guerrero; dejemos, pues, que él nos refiera este suceso ya casi esfumado en las lejanías del tiempo y del olvido, en el cual solamente once libertaríos se reunieron cuando las persecuciones caían como granizo sobre el campo revolucionario, para intentar con un audaz movimiento salvar la revolución que parecía naufragar en la marejada de las traiciones y las cobardías.

Dice Guerrero en el mencionado artículo:

Este capítulo de historia libertaría debería llamarse Francisco Manrique; debería llevar el nombre de aquel joven, casi niño, muerto por las balas de la tiranía el 1° de julio de 1908 en el poblado fronterizo de Palomas. Los hechos trazan su silueta sobre el fondo borroso de esa jornada semidesconocida, que se esfuma en el gris panorama del deSIerto ...

Había brillado ya el alba roja de Las Vacas, y Viesca, evacuada por la revolución, retumbaba todavía con el grito subversivo de nuestros bandidos, cuando este grupo diminuto se formó en medio de las violencias represivas y se lanzó, con un puñado de cartuchos y unas cuantas bombas manufacturadas a toda prisa con materiales poco eficientes, sobre un enemigo apercibido a recibirlo con incontables elementos de resistencia; contra la tiranía fortalecida por la estupidez, el temor y la infidencia, contra el secular despotismo que hunde sus tacones en la infamada alfombra de espaldas quietas que se llama pasividad nacional ...

Las carabinas empuñadas y listas a disparar, los sombreros echados hacia atrás, el paso cauteloso y a la vez firme, el oído atento a todos los sonidos y el ceño violentado para concentrar el rayo visual que batallaba con la negrura de la noche, los once libertaríos llegaron a las proximidades de la Aduana. Dos bombas arrojadas a ella descubrieron que estaba vacía. Los rurales y guardas fiscales, obligando a los hombres del lugar a tomar las armas, se habían encerrado en el cuartel. Antes de atacarlo se registraron las casas del trayecto para no dejar enemigo a la espalda, tranquilizando de paso a las mujeres, explicando el objetivo de la revolución en breves frases.

Pronto se tocaron con las manos los adobes del cuartel, y pronto sus aspilleras y azoteas enseñaron con los fogonazos de los fusiles, el número de sus defensores. Adentro había el doble o más de hombres que afuera. La lucha se trabó desigual para los que llegaban. Las paredes de adobe eran una magnífica defensa contra las balas del winchester, y las bombas que hubieran resuelto en pocos segundos la situación, resultaron demasiado pequeñas.

Manrique, herido mortalmente.

Francisco Manrique, el primero en todós los peligros, se adelantó hasta la puerta del cuartel batiéndose a pecho descubierto y a dos pasos de las traidoras aspilleras, que escupían plomo y acero, cayó mortalmente herido.

La lucha continuó; las balas siguieron silbando de arriba a abajo y de abajo hacia arriba. El horizonte palidecía con la proximidad del sol, y Pancho palidecía también, invadido por la muerte que avanzaba sobre su cuerpo horas antes altivo, ágil y temerario, El día se levantaba confundiendo sus livideces con las de un astro de la revolución que se eclipsa ...

Guerrero es herido también.

Al ser herido Manrique, Guerrero se adelantó hasta media calle para levantarlo y conducirlo a un sitio que ofreciera seguridades; pero dos balas, de las muchas que los defensores le dispararon, lo hirieron en un pie y en la mejilla, cerca de la oreja izquierda. Sin embargo, tomó en sus brazos al caído y lo llevó junto con sus compañeros para atenderlo lo mejor posible; pero Pancho, desmayado, parecía haber muerto ...

Hacia adelante.

Al amanecer, después de haber recogido unos caballos que se encontraban en los corrales de la Hacienda de Palomas, de la que el pueblo tomaba su nombré por estar en sus terrenos, los revolucionarios dieron por terminado el combate sin pretender apoderarse de la población, pues era preciso continuar la marcha hacia el corazón de las serranías para llevar rápidamente el incendio de la rebelión a todos los lugares que se pudiera

El interés de la causa había sacrificado la vida de un hombre excepcional, y el mismo interés imponía cruelmente el abandono de su cuerpo frente aquellos muros de adobe salpicados con su sangre, espectadores de su agonía, testigos de su última y bella acción de sublime estoicismo ...

La sangre generosa de Guerrero y la vida heroica de Manrique, fueron los sacrificios que el pequeño grupo revolucionario ofreció en el oscuro pueblo de Palomas ante la causa de la libertad del pueblo (2).

Un informe imparcialesco.

Tan pronto como los revolucionarios abandonaron la población, el jefe de los rurales, llamado José R. Martínez, se apresuró a poner un mensaje a las autoridades de la capital de Chihuahua, dándoles parte del triunfo obtenido sobre los bandoleros (3). Y como era natural, las mismas autoridades enviaron un boletín a la prensa para que se publicara la nueva derrota sufrida por las bandidos en Palomas. La noticia se recibió con suma rapidez en la ciudad de México, y el día 2 de julio publicó El Imparcial el mensaje que con fecha 19 había recibido de Chihuahua, y que dice así:

Las autoridades de aquí acaban de recibir un telegrama, que indica que el puesto aduanero de Las Palomas, que se encuentra en este Estado y en la línea divisoria, fue atacado por un grupo de bandoleros que se cree vinieron' de las cercanías de Douglas, Arizona.

La guarnición del pequeño pueblo logró ponerlos en fuga, capturando al que fungía como jefe de la banda, quien resultó herido.

Los bandidos escaparon hacia el rumbo de Ascensión, Chihuahua, en cuyo punto ya los esperaban para echarles el guante las tropas del Gobierno Federal.

Un acontecimiento inesperado.

Pero entonces aconteció algo inesperado y verdaderamente doloroso. Francisco Manrique, que sólo había quedado gravemente herido y a quien sus compañeros habían dejado por muerto, volvió en sí de su desmayo poco después de que ellos se hubieron retirado. Los soldados lo acribillaron a preguntas sobre su identidad y la de su grupo, y él, ya moribundo, tuvo la serenidad de contestar a todo, procurando con sus palabras ayudar indirectamente a sus amigos. Conservó su incógnita hasta morir, pensando lúcidamente que si su nombre verdadero se conocía, el despotismo, adivinando quiénes lo acompañaron, procuraría aniquilarlos si la revolución era vencida. De él no pudieron saber ni proyectos, ni nombres: nada que sirviera a la tiranía.

Pancho amaba la verdad ... y él, que habría desdeñado la vida y el bienestar comprados con una falsedad, murió mintiendo (mentira sublime), envuelto en el anónimo de un nombre convencional -Otilio Madrid- para salvar a la revolución y a sus compañeros.

Hablan de nuevo los turiferarios.

Pocos días después de estos sucesos, el 7 de julio, publicaba El Norte, de la ciudad de Chihuahua, una de las muchas informaciones características de los vocero> de la dictadura, misma que fue reproducida por Nueva Era, un periodiquillo de Hidalgo del Parral, en su número del día 9. Dicha información tiene el rubro de Los bandoleros en acción, y a la letra dice:

Por detalles exactos y verídicos que obtuvimos de nuestros corresponsales en Galeana, podemos hoy informar a nuestros lectores acerca de los vandálicos procederes de la partida de bandoleros, que atacó a la sección aduanal de Palomas (Galeana) el 30 del mes próximo pasado.

A las tres de la mañana del día indicado, un grupo de individuos que venía de los Estados Unidos y que aprorechó la oscuridad para cruzar la línea divisoria, se arrojó sobre el edificio ocupado por la sección aduanal de Palomas, custodiado por doce gendarmes pertenecientes a la 23 Zona de Gendarmería Fiscal, cuya matriz es Villa Ahumada. El centinela de guardia marcó el alto que le fue contestado con una descarga de fusilería entablándose desde luego el combate entre los gendarmes y los facinerosos que se parapetaron en los corrales de la hacienda de Palomas y de los pertenecientes al señor José Maynes. Al despúntar el día, el fuego no cesaba aún y entonces por medio de un atrevido ataque los gendarmes lograron desalojar a los forajidos de sus posiciones huyendo por el camino de la sierra de Boca Grande (4).

En la fuga quedó abandonado un herido bastante grave de los asaltantes, quien declaró llamarse Otilio Madrid y que la banda a que pertenecía la mandaba un individuo llamado Manuel González.

Los valerosos defensores de Palomas fueron: el cabo José R. Martínez, los celadores Camilo Macías, Román Sánchez, Telésforo Torres y siete más, cuyos nombres en verdad siento ignorar, porque son acreedores a recibir felicitación por su digno comportamiento (5).

El grupo de malhechores, cuyo número exacto se calcula en cuarenta o cincuenta, muchos de ellos a pie, robó al señor Maynes tres caballos, en su huida, y desde luego las autoridades de La Ascensión y de los lugares inmediatos se pusieron en movimiento para perseguirlos, esperándose de un momento a otro confirmar el que volvieron a cruzar la línea divisoria para Nuevo México, o bien que hayan sido capturados por los que los persiguen.

Quién fue Francisco Manrique.

Para saber mejor quién fue el facineroso Francisco Manrique, el bandolero que rindió su ejemplar existencia en el pueblo de Palomas a la temprana edad de veinticuatro años, luchando por la libertad del pueblo, hay que leer las siguientes líneas de Guerrero:

Conocí a Pancho desde niño. En la escuela nos sentamos en la misma banca, Después, en la adolescencia, peregrinamos juntos a través de la explotación y la miseria, y más tarde nuestros ideales y nuestros esfuerzos se reunieron en la revolución. Fuimos hermanos como pocos hermanos pueden serlo. Nadie como yo penetró en la belleza de sus intimidades: era un joven profundamente bueno, a pesar de ser el suyo carácter bravío como un mar en tempestad.

Y con las siguientes palabras acaba de trazar la personalidad del joven mártir, una personalidad paralela a la suya misma, tal como si la naturaleza hubiese creado al mismo tiempo dos almas gemelas para lanzarlas por un idéntico destino de sacrificio y abnegación:

Pancho renunció el empleo que tenía en el ramo de Hacienda, en el Estado de Guanajuato, para convertirse en obrero y más tarde en esforzado paladín de la libertad, en aras de la cual sacrificó su existencia, tan llena de borrascas intensas y enormes dolores que supo domeñar con su voluntad de diamante. Sus dos grandes amores fueron su buena y excelente madre y la libertad. Vivió en la miseria, padeciendo la explotación y las injusticias burguesas, porque no quiso ser burgués, ni explotador. Cuando murió su padre, renunció la herencia que le dejara. Pudiendo vivir en un puesto del Gobierno, se volvió su enemigo y lo combatió desde la cumbre de su miseria voluntaria y altiva. Era un rebelde del tipo moral de Bakunin; la acción y el idealismo se amalgamaban armoniosamente en su cerebro. Dondequiera que la revolución necesitaba de su actividad, allá iba él, hubiera o no dinero, porque sabía abrirse camino a fuerza de astucia, de energía y de sacrificio.

Ese fue el Otilio Madrid, a quien llamaron el cabecilla de los bandidos de Palomas. Ese fue el hombre que vivió para la verdad y expiró envuelto en una mentira sublime, y en cuyos labios pálidos palpitaron en el último minuto dos nombres: el de su madre querida y el mío, el de su hermano que todavía vive para hacer justicia a su memoria y continuar la lucha en que él derramó su sangre; que vive para apostrofar al pasivismo de un pueblo con la heroica y juvenil silueta del sacrificio de Palomas.

El protomártir de la Revolución.

A propósito de la sentida muerte de este luchador, caído cuando apenas la vida comenzaba a florecer en su espíritu juvenil con las más bellas promesas, quiero hacer unas consideraciones sobre algo que pudiera juzgarse como ruin disputa de glorias póstumas, pero que en realidad no tiene más objeto que llamar la atención de los historiadores a fin de que se haga la necesaria aclaración sobre a cuál de los hombres sacrificados en la Revolución debe concedérsele en justicia el título de protomártir.

Hasta la fecha, y debido en gran parte a los trabajos desarrollados por los autores de la obra titulada Resonancias de la lucha. Ecos de la epopeya sinaloense 1910, es considerado oficialmente como tal a Gabriel Leyva, que cayó luchando bizarramente contra la dictadura en la población de Cabrera de Inzunza, del Estado de Sinaloa, el 13 de junio de 1910, sólo doce días antes del fusilamiento de Maximiliano Ramírez Bonilla, de Atilano Albertos y de José Expectación Kankum o Kantun, héroes del levantamiento de Valladolid, en Yucatán.

La palabra protomártir, como todos lo saben, quiere decir primer mártir o el primero de los mártires. Y si Leyva, el gran revolucionario, fue sacrificado en 1910 y Francisco Manrique lo fue dos años antes, ¿a cuál de los dos le corresponde aquel título? Por otra parte, considerando así, cronológicamente, el sacrificio de los rebeldes, sería preciso formar un catálogo del martirologio revolucionario, ya que también antes de Manrique cayeron luchando por la libertad del pueblo los treinta rebeldes de Las Vacas y Viesca, en junio de 1908; los centenares de insurrectos que sucumbieron en los calabozos de Ulúa antes de esa fecha; los incontables obreros que fueron villanamente acribillados en Río Blanco, en enero de 1907; los libertarios que en Jiménez y Acayucan cayeron en septiembre de 1906; los trabajadores asesinados en Cananea en junio del mismo año; los periodistas inmolados en las prisiones de 1905 para atrás, así como todos los hombres de ideas levantadas que murieron ignorados en los pueblos y en los caminos al iniciarse la lucha en los primeros cinco años de este siglo contra el despotismo de Porfirio Díaz.

También debe advertirse que no sería justo que para conceder el título de protomártir fuese condición indispensable que el sacrificado hubiese sido un revolucionario de claro talento o de gran significación, ya que el mayor holocausto que puede ofrecer un hombre ante la causa de la libertad y la justicia es el precio de su propia vida; pues el que sacrifica la existencia por el bienestar de los demás, es digno de la más alta estimación por su heroísmo, y las mejores alabanzas de la historia deben ser tributadas en su nombre.

En consecuencia, el título de Protomártir de la Revolución no debe ser aplicado arbitrariamente a ninguno de sus mártires, sino hasta que se haga la investigación, harto difícil, sobre cuál fue el primer hombre que cayó luchando dentro de nuestro último movimiento social por las libertades públicas.

Y como esto seguramente no se consiga nunca, el día que la gratitud nacional quiera levantar una estatua a ese personaje, habrá que poner esta inscripción al monumento: Al protomártir desconocido de la Revolución Mexicana.

En el desierto.

Como se ha dicho, Guerrero, Flores Magón y sus ocho compañeros abandonaron el pueblo de Palomas en la mañana del día 30 de junio sin poder llevarse el cuerpo de Manrique y, efectivamente, como dicen los informes oficiales, se dirigieron por el rumbo de La Ascensión con el propósito de llegar hasta Casas Grandes, donde esperaban encontrar a Enrique Portillo con un grupo de cincuenta rebeldes bien armados (6). Como la travesía era muy larga, y peligrosa a causa de la estrecha vigilancia ejercida por las tropas del gobierno en todos los caminos de los Estados fronterizos, el pequeño grupo tenía que dividirse con frecuencia para no infundir sospechas, dando esto como resultado que el guía, José Inés Salazar, se les perdiera al segundo día de haber salido de Palomas (7). En esas condiciones, los nueve restantes, sin conocer el terreno, se vieron perdidos en el inmenso desierto de Chihuahua, donde vagaron sin rumbo fijo por espacio de cuatro días, durante los cuales no comieron ni bebieron cosa alguna.

El calor sofocante de aquellos días de julio comunicaba a las arenas del desierto un fuego abrasador, y los revolucionarios, que no habían sido vencidos por los fusiles de la tiranía, comenzaban a serlo por la naturaleza al sentir las mortales caricias del hambre y de la sed. Especialmente para Guerrero se hacía cada vez más penosa la situación a causa de las heridas recibidas en la cabeza y en el pie; la falta de curaciones y de alimentos agotaba su resistencia física, debilitada ya por el ayuno voluntario a que se había sujetado en los últimos años de su vida. Algunos de los compañeros también se habían perdido al hacer exploraciones en busca de agua para beber, y al fin del sexto día sólo quedaban de aquel grupo Flores Magón y Guerrero, que no se habían separado ni un momento, durando todavía perdidos y sin esperanza de salvación otros nueve largos días. Práxedis describe en la siguiente forma la tragedia en medio de aquella llanura sofocante:

El grupo fue vencido por esa terrible amazona del desierto: la sed; llama que abrasa, serpiente que estrangula, ansia que enloquece; compañera voluptuosa de los inquietos y blandos médanos. Ni el sable ni el fusil ... La sed, con la mueca indescriptible de sus caricias; tostando los labios con sus besos; secando horriblemente la lengua con su aliento ardoroso; arañando furiosamente la garganta, detuvo aquellos átomos de rebeldía ... Y, a lo lejos, el miraje del lago cristalinó, riendo del sediento que se arrastraba empuñando una carabina impoténte para batir a la fiera amazona del desierto y mordiendo con rabia la hierba cenicienta sin sombra y sin jugo.

Salvados.

Y llegó un momento en que Guerrero, cuya herida en el pie tendía a gangrenarse, ya no pudo dar un paso más; entonces los dos rebeldes tuvieron que hacer un alto que hubiera sido fatal si en aquel mismo instante Práxedis, que poseía una vista privilegiada, no hubiera distinguido a lo lejos, en medio de dos raquíticas palmeras que casi se perdían en el gris panorama de la llanura, un hilo de humo que indicaba la existencia de una vivienda humana. Flores Magón no veía nada, pero orientado por las palmeras que le indicó Guerrero, caminó hasta el lugar donde salía el humo, que resultó ser un campamento minero (8). Allí pidió un poco de agua para calmar su sed, y otra poca para llevar a su compañero, que se había quedado tirado sobre la yerba seca.

Flores Magón regresó junto a Guerrero y, una vez que éste hubo calmado su sed y medio curado sus heridas, emprendieron la marcha hacia el mismo mineral, que estaba situado cerca de una pequeña estación del ferrocarril, y donde en aquellos momentos se estaban descargando unos furgones de carbón de piedra. Para no infundir sospechas entre la gente del lugar se pintaron el rostro, las manos y la ropa con el polvo del carbón, y en esa forma se dirigieron a Ciudad Guzmán, que no estaba muy lejos, diciendo que eran mineros con destino a Ciudad Juárez, a donde se iba a curar aquel compañero lastimado al caer en una mina, ya que Guerrero pasaba como tal, por los vendajes que llevaba en la cabeza y en el pie.

Derrotados, pero no vencidos.

En Ciudad Guzmán permanecieron el tiempo indispensable para reponerse un poco de las fatigas de su larga y penosa peregrinación por el desierto, y en seguida marcharon a Ciudad Juárez, de donde pasaron de inmediato a El Paso confundidos entre unos obreros que entraban a sus labores en la Smelting, para luego dirigirse al Estado de Nuevo México en donde, derrotados, pero no vencidos, se pusieron a luchar de nuevo por el triunfo del movimiento revolucionario.



Notas

(1) Entrevista de Enrique Flores Magón, El Demócrata, septiembre 3 de 1921.

(2) También fueron heridos tres compañeros más, entre ellos Germán López en la cabeza. Germán murió en Guanajuato en 1911, combatiendo bajo la bandera roja de Tierra y Libertad del Partido Liberal. (Nota de Enrique Flores Magón).

(3) Trinfo que no se debió a José P. Martínez, que acobardado a la hora de la refriega, gritaba a la gente con acente plañidero: ¡Por el santo Niño de Atocha, ríndanse, muchachos, que aquí nos acaban éstos! Lo que acobardó al tal Martínez, fue nuestro griterío que parecía de mucha gente, nuestro fuego nutrido y el tronar terrible de nuestras bombas de dinamita. Eramos diez combatientes en contra de cuarenta y cinco, pero metíamos más ruido que cien. Además, como no nos estacionamos cada quien en un lugar fijo, sino que siguiendo las tácticas de los indios de Norteamérica, aconsejé a los compañeros correr alrededor de la fortaleza enemiga, cinco hombres por la derecha y cinco por la izquierda, y el fuego salía por todas partes; lo que aumentó la ilusión de que éramos muchos. Tal táctica servía para amilanarlos e impedir que salieran. De esta manera, también, logré proteger nuestra retirada, al agotarse nuestro parque. (Nota de Enrique Flores Magón).

(4) Esto no es cierto. Para nada se atrevieron a salir. Y si nos retiramos nosotros, fue porque se nos agotó el parque, Los esbirros salieron hasta mucho después de haber amanecido, porque temieron una emboscada en la que intencionalmente les hice creer, pretendiendo que suspendíamos el fuego, para esperar el refuerzo que dizque nos iba a llegar; según lo ordené con voz fuerte. Mientras tanto, escurrimos e! bulto fuera de la población. (Nota de Enrique Flores Magón).

(5) Esos defensores eran cuarenta y cinco hombres, según nos lo informó gente del pueblo y según pudimos constatar por el número de cabezas que se destacaban en las azoteas contra el cielo, a pesar de que era una noche oscura, (Nota de Enrique Flores Magón).

(6) Guerrero y Enrique Flores Magón ignoraban la suerte de los revolucionarios de Casas Grandes, los cuales, después de haberse reorganizado, atacaron la población, siendo rechazados. Entonces las tropas los persiguieron, aprehendiendo a treinta y dos de ellos.

(7) José Inés Salazar tuvo miedo y nos abandonó a mitad del desierto, desconocido para nosotros, y huyó a refugiarse en una mina abandonada, en donde trabajaba un hermano suyo, según supimos más tarde. (Nota de Enrique Flores Magón).

(8) La columna de humo era de la máquina de un tren de pasajeros, del tramo de ferrocarril llamado en esa región Tren de Corralitos; y el hallazgo de la vía nos orientó para encontrar Ciudad Guzmán. La primera agua que tomamos al quinto día de perdidos, fue en la Laguna de Guzmán. (Nota de Enrique Flores Magón).
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