Indice de La vida heróica de Práxedis G. Guerrero de Eugenio Martínez Nuñez Dos palabras del autor por Eugenio Martínez NuñezLIBRO PRIMERO El hombre - Capítulo segundo El obreroBiblioteca Virtual Antorcha

LA VIDA HERÓICA DE PRÁXEDIS G. GUERRERO

Eugenio Martínez Nuñez

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO PRIMERO

SU VIDA EN MÉXICO



Antecedentes.

Una esquela de bautizo:

José Práxedis Gilberto, nació en Los Altos de Ibarra el 28 de agosto de 1882. Fue bautizado en San Felipe el 4 de febrero de 1883. Sus padres, José de la Luz Guerrero y Fructuosa Hurtado. Sus padrinos, Cirilo y Saturnina Díaz Infante.

Una cédula de registro civil:

Bajo el número 148 del libro respectivo, queda sentada el acta del nacimiento del joven José Práxedis Gilberto que nació el 28 de agosto de 1882; hijo legítimo del C. José de la Luz Guerrero y de la señora Fructuosa Hurtado.

Ciudad González, mayo 3 de 1895.

Estos son los documentos que dan fe del nacimiento y del ingreso legal a la sociedad del niño que habría de ser uno de los revolucionaríos más puros que ha producido nuestro país. Como ya alguien ha dicho en otra ocasión: aquí se rompió la leyenda de que la cuna de los redentores es humilde, ya que los padres de este niño no eran gente pobre, sino que pertenecían a familias acomodadas del Estado de Guanajuato, y eran propietarios de la hacienda Los Altos de Ibarra, ubicada en el antiguo distrito de San Felipe, y a cuya finca se habían ido a radicar desde el año 1875, poco después de haber contraído matrimonio. En el destino de este niño no influyó el hecho de que sus progenitores fuesen de costumbres aristocráticas y de ideas conservadoras y religiosas, pues traía en su sangre la herencia revolucionaria que le legaron algunos de sus antepasados que figuraron en las filas de los guerrilleros liberales en las luchas de Reforma, así como la de un tío suyo por la línea paterna, don Práxedis Guerrero, que por sus ideas avanzadas llegó a ocupar una curul de diputado en el Congreso Constituyente de 1857, representando un distrito de la capital del Estado de Guanajuato.

Don José de la Luz Guerrero y la señora Fructuosa Hurtado, tuvieron ocho hijos, siendo en orden de nacimiento el antepenúltimo de ellos el personaje que se intenta estudiar en este libro.

Infancia.

Como ocurre con todos los seres favorecidos por la fortuna, los primeros días de Práxedis (único nombre con que fue llamado definitivamente nuestro biografiado en memoria de su ilustre tío) se deslizaron sin pesadumbre alguna; y cuando cumplió siete años, ingresó a la escuela del señor Jesús Lira, en León, pasando luego a la de don Francisco Hernández, en la misma ciudad, donde terminó su instrucción primaria a los doce años de edad.

Por los años 1896 a 1898 hizo estudios secundarios en el internado del profesor Pedro Hernández, uno de los colegios principales de la ciudad de León en aquel tiempo; pero como el régimen educativo de este plantel, muy parecido al de los seminarios, se reducía a enseñar preferentemente las cuestiones religiosas y los modales distinguidos, descuidando las materias fundamentales de la cultura, los conocimientos adquiridos en él no fueron mi manantial de sabiduría que en algo hubieran contribuido a estimular su inteligencia, a orientar su pensamiento para sus luchas posteriores (1).

Adolescencia.

Saliendo de este colegio no ingresó a ninguno otro, y esto se debe a que su padre no intentó nunca ni tuvo deseos de que sus hijos hicieran determinados estudios profesionales; pues habiéndose labrado el señor Guerrero su posición económica sin necesidad de las universidades, ello hacía que viera con poca importancia y hasta con indiferencia las profesiones.

Sin embargo, Práxedis no se conformó con las nociones aprendidas en la escuela y continuó estudiando en su misma casa, seleccionando sus libros con los consejos de las personas letradas que cultivaban amistad con su familia, adquiriendo de este modo una ilustración poco común en los jóvenes de su edad. Desde pequeño fue muy afecto a la lectura, llegando a reunir con el tiempo una regular biblioteca con obras históricas, como de aventuras y de literatura instructiva, en la que figuraban en lugar de honor las obras de Lamartine, de Pérez Escrich, de Julio Verne, de Victor Hugo, de Juan Jacobo Rousseau, de Camilo Flammarión, Don Quijote de la Mancha y los versos de Díaz Mirón. Poco más tarde se dedicó con verdadero interés al estudio de las teorías de Darwin, y es muy posible que ello haya contribuido a debilitar las creencias religiosas de su adolescencia, al conocer los principios científicos de la evolución que destruyen la leyenda bíblica de la creación del mundo.

Probablemente estimulada su fantasía con la lectura de tan variados autores, Práxedis comenzó a hacer sus primeros ensayos de escritor desde los albores de su juventud; dícese que jamás compuso versos, pero que escribió algunos cuentos y novelitas cortas donde campeaban sus ideas liberales, y que parece que el género literario que más despertó su interés fue el epistolar, ya que le agradaba hacer con frecuencia extensas cartas sobre asuntos de pura imaginación. A este respecto refiere una de sus hermanas que muy chico sostuvo con un primo suyo una correspondencia llena de ingenio y gracia, y que el motivo de esa correspondencia había sido una ficción. Se suponía que ambos eran padres de familia, y que Práxedis se negaba a conceder la mano de su hija al hijo de su primo. Sin embargo, sus primeros trabajos literarios de importancia fueron las colaboraciones que poco después de haber cumplido diecisiete años de edad comenzó a enviar a los periódicos El Heraldo del Comercio, de la ciudad de León, y El Despertador, de San Felipe, y que consistían en artículos de fondo sobre cuestiones de interés general.

Aspectos religiosos.

Muy a pesar del ambiente religioso en que tanto él como sus hermanos habían sido educados, era natural que Práxedis, habiendo adquirido ya una no escasa cultura general y dotado de un espíritu comprensivo y de un claro talento, hubiese evolucionado moralmente y que la luz de la razón lo hubiese hecho rebelarse contra los dogmas del catolicismo que, como los de todas las religiones, pugnan por aherrojar el pensamiento en el estrecho círculo de las creencias indiscutibles y de los temores absurdos. Sin embargo, en alguna ocasión llegó a sentir simpatía por el protestantismo, por haber encontrado en esta religión un mayor acercamiento con las doctrinas de Jesucristo, por el que siempre profesó un elevado sentimiento de admiración y de respeto. Decía que esta religión le parecía menos absurda, y que los protestantes eran más sinceros y de mejores sentimientos que los católicos.

Por aquellos días tuvo amistad con una doctora norteamericana que era protestante, y tanto ella como su esposo se manifestaron muy complacidos con su conversación, exclamando con frecuencia: Qué muchacho tan inteligente y tan simpático. También cultivó amistad con una persona muy católica y de cierta cultura, la que trataba de inclinarlo hacia todo lo que debe creer un buen católico, cuidando de no discutir ni de analizar los dogmas religiosos. En el curso de una de sus pláticas, Práxedis hizo esta pregunta a su interlocutor, que lo dejó aterrado. Supuesto que no hay reloj sin relojero, dígame usted, ¿quién hizo a Dios?. La respuesta fue evasiva. Aquella persona se concretó a decir que para él valía más la fe de un sencillo campesino, que el vacío en una inteligencia cultivada y escéptica.

También el espiritismo ocupó su atención por esa época, y leyó los mejores autores sobre la materia. Sin embargo, no fue protestante ni fue espiritista; pero ambos cosas le interesaron, y como las estudió detenidamente, acabaron por conquistar su indiferencia.

Ante la sociedad.

A pesar de estos aspectos de cierta austeridad, no quiere decir que Práxedis hubiese sido ajeno a las expansiones propias de la juventud. Físicamente, la naturaleza también había derramado en su persona todo género de atractivos varoniles. A los dieciocho años de edad era alto y fuerte, de color ligeramente moreno, casi blanco, y de facciones bien proporcionadas; su mirada era firme y tranquila, con la expresión indefinible de inteligencia y de bondad que es patrimonio de las almas comprensivas. Vestía con elegancia, y le agradaba figurar entre la aristocracia. Aficionado a los deportes, llegó a distinguirse como magnífico jinete, pues en las carreras de caballos que se efectuaban en las cercanías de su hacienda, casi siempre ganaba los premios ofrecidos; y, como una contradicción a sus impulsos compasivos, que necesariamente lo hubieran hecho experimentar repugnancia por los actos de crueldad, tomaba parte, aunque sin herir o matar jamás a los animales, en las corridas de toros para aficionados que eran organizadas en León por la juventud acomodada, y en las que figuraban como reinas, las muchachas más bellas y más ricas de la ciudad; festejos que terminaban con un animado y lujoso baile en alguna de las residencias principales, y durante el cual se otorgaban a los lidiadores el galardón conquistado por las mejores faenas de la tarde.

Una persona que lo conoció y trató íntimamente desde sus más tiernos años, dice que su carácter era enérgico y resuelto, de esos caracteres que van directamente y sin vacilaciones a donde se proponen; que era caballeroso y leal con sus amistades y compromisos, generoso y pródigo (2). También dice. que era algo orgulloso y soberbio y que tenía algunos defectos propios de los jóvenes de su edad y de su clase, circunstancias éstas muy explicables si se toma en cuenta que aún no tenía bien orientadas sus ideas y el medio, no escaso de prejuicios, en que hasta entonces se había desarrollado su existencia.

El atractivo que su personalidad ejercía sobre los jóvenes de su tiempo hizo que muchos corazones femeninos palpitaran de amor por él, y que se congregara en torno suyo un gran número de amigos, casi todos pertenecientes a las familias más encumbradas de la ciudad de León, quienes lo seguían por una especie de admiración a su talento y subyugados por la simpatía que irradiaba su persona. Sin embargo, Práxedis no tuvo más que dos o tres idilios puros y fugaces, y no cultivó una íntima amistad sino con unos cuantos de sus conterráneos, figurando entre ellos Francisco Manrique, a quién había conocido desde la escuela primaria, y que tanto se habría de distinguir más tarde por su actuación heroica en los campos de la Revolución.

Algunas anécdotas.

Sano de cuerpo y alma, su alegría interior se manifestaba con frecuencia en las reuniones y en las fiestas, o bien con célebres ocurrencias y bromas llenas de ingenio, que todavía recuerdan con emoción y cariño las personas que lo conocieron y trataron desde aquellos lejanos días. Algunas de sus anécdotas, que pintan mejor estos aspectos desconocidos de su juventud, son las siguientes:

En cierta ocasión concurrió a un baile que se efectuaba en una finca cercana a su hacienda, y como la música que amenizaba la reunión fuera bastante mala, la bautizó con el sobrenombre de música de catarro; mote que mucho fue festejado por la concurrencia y que por lo mismo tuvieron que soportar aquellos filarmónicos por algún tiempo, aunque sin disgusto, pues muchas veces ellos mismos se designaban así.

En Los Altos de Ibarra ocurría que los peones preferían casi siempre a Práxedis y a sus hermanos entre las demás personas de la hacienda para que apadrinaran a sus hijos con motivo de su bautizo, pero como se diera el caso de que al que invitaban con más frecuencia era a su hermano José, él decía que aquello no era nada extraño, dado que su hermano tenía cara de compadre.

Otra de sus ocurrencias es que un día en que uno de los sirvientes de su casa se ocupaba en asear la capilla particular de la hacienda, y que al efecto habla colocado en el piso, apoyados en la pared, los cuadros con imágenes que adornaban los muros, fue Práxedis y los colocó en sentido contrario, o sea con la cabeza para abajo. El sirviente juzgó esto como una verdadera profanación, y fue a dar la queja a la mamá de Guerrero, quien lo reprendió severamente.

Una aventura.

A principios de 1900, Práxedis y uno de sus hermanos tomaron la costumbre de salir de su casa por la noche para no volver sino hasta las primeras horas de la mañana siguiente, y como este comportamiento no le pareciera muy correcto al señor su padre, los amonestó muy duramente. Ya haya sido porque la reprimenda fue demasiado severa, o porque sin haberlo sido les causó una mala impresión de sentimiento o de disgusto, el caso es que los dos hermanos resolvieron abandonar el hogar y se marcharon para San Luis Potosí. En esta ciudad permanecieron varios meses, durante los cuales se vieron en la necesidad de trabajar para su sostenimiento, primero como obreros en la Cervecería de San Luis y después como romaneros en la Fundición de Morales, no habiendo regresado a su casa sino hasta que su madre mandó por ellos a otra persona de la familia.

Esta escapatoria del hogar fue provechosa para Práxedis, porque le sirvió de una gran experiencia: la de poder apreciar por vez primera en carne propia la diferencia entre una vida rodeada de comodidades y la existencia sin más recursos que el producto del trabajo personal, escasamente retribuido. Cuando estuvo de nuevo entre nosotros -dice una de sus hermanas-, notamos que era más grave y reflexivo, y nos daba la impresión de que su inteligencia era más despejada y sutil.

Nuevas actividades.

Unos dos meses después de haber llegado de San Luis se dirigió a León, donde permaneció una temporada desempeñando ocupaciones de distinta naturaleza: atendió los asuntos mercantiles que se relacionaban con su familia, estableció una fotografía, fue agente de La Mexicana, compañía de seguros sobre la vida, y desempeñó el cargo de corresponsal del Diario del Hogar, de la ciudad de México, empleo que solicitó en mayo de 1901, y que le fue concedido en julio del mismo año por don Filomeno Mata, director de la mencionada publicación.

Primeras reflexiones.

Poco antes de regresar a Los Altos de Ibarra realizó una serie de viajes de carácter comercial a distintas partes de la República (3), y ya de nuevo en su casa se dedicó a vigilar y a dirigir las labores agrícolas en la finca de su padre, tomando ahora como una obligación estos trabajos y no como en épocas pasadas en que sólo habían sido una distracción o pasatiempo. Entonces, ya con mayor conocimiento de las cosas, pudo darse cuenta de las condiciones en que transcurría la existencia de los peones, abogando porque se les pagara un salario más equitativo, no obstante que allí ganaban más que los otros trabajadores de los contornos, o interviniendo en su favor siempre que algún extraño intentaba hacerlos víctimas de atropellos o de abusos. Al recorrer a caballo la vasta extensión de la hacienda, meditaba sobre la diferencia que existía entre su morada paternal y las humildes viviendas de los jornaleros que llenas de miseria y olvido se encontraban a lo largo del camino, y henchido de compasión contemplaba a los hombres de rostro ennegrecido inclinados sobre el surco para hacer germinar una tierra que no era suya, y a las mujeres envejecidas prematuramente llevando a cuestas sus pequeños hijos condenados a sufrir todos los infortunios que la injusticia humana reserva a los desamparados de la suerte.

Estas reflexiones hicieron germinar en su corazón un impulso de rebeldía hacia aquella deformidad social; pero ya fuese por su corta edad, o porque no estuviese aún suficientemente penetrado de la parte de responsabilidad que en ella le correspondía, no pensó por entonces en convertirse en abierto defensor de los humildes ni en tomar la resolulión de sacrificio que adoptó más tarde, y que es el gesto que más lo dignifica y eleva entre los hombres.

Guerrero, reservísta.

Hasta aquí, nada indicaba que Práxedis hubiese sido más tarde uno de los campeones más formidables de la libertad y la justicia, y la circunstancia que de modo más elocuente demuestra que aún no estaba ni orientado en sus ideas ni preparado para la lucha social por los años 1901 a 1903, es el nuevo aspecto que tomó su vida por ese tiempo, y que es completamente desconocido hasta para algunos de los que fueron sus compañeros de combate. Es sabido de sobra que el general Bernardo Reyes, entonces Ministro de la Guerra en el Gobierno de Porfirio Díaz, organizaba en esa época entre el elemento juvenil de toda la República una especie de milicia ciudadana, a la que se llamó Segunda Reserva del Ejército; cuerpo que sin estar sujeto al excesivo rigor de la ordenanza formaba dicho general con el objeto de crearse un ambiente de popularidad que le sería favorable para satisfacer sus ambiciones presIdenciales en las próximas elecciones, pero al que hábilmente hizo que fuera considerado por cierto sector de la opinión pública como un organismo militar que tarde o temprano sería capaz de enfrentarse al Ejército Federal para derrocar la dictadura. Sin duda que este aspecto fue el único que conoció Práxedis y que, por ello, sintiendo el deseo que la mayoría de la juventud desorientada experimentó de pertenecer a aquella agrupación, solicitó su ingreso a ella, cuyo nombramiento, con el grado de subteniente de caballería, recibió el mes de noviembre de 1901.

Los galones del uniforme no le envanecieron como ocurrió con muchos otros jóvenes que se pavoneaban llenos de orgullo por banquetas y paseos luciendo los brillantes entorchados, pero sí experimentó satisfacción al verse investido de una jerarquía militar que lo colocaba en condiciones de poder instruir a sus conterráneos en el arte de la guerra para que pudieran combatir, llegado el caso, contra las bayonetas del ejército regular y dar fin al estado de opresión que ya comprendía imperaba en el país. Para el efecto, se instruyó en cuestiones militares, y cuando se consideró suficientemente preparado solicitó la autorización oficial para impartir sus conocimientos en ordenanza y maniobras a los peones de su hacienda, así como a los empleados y trabajadores de Ocampo y Tlachiquera, hoy Valle de Moreno, pueblos no muy distantes de la citada finca.

No por empequeñecer la vida de Guerrero, que nada pierde con haber sido un hombre cuyos pensamientos de lucha y sacrificio le invadieron un poco más tarde que a los demás precursores de nuestra Revolución Social, sino para que se observe hasta qué punto ejerce su influencia en el destino de los seres humanos el medio en que viven, quiero establecer un contraste entre sus actividades y las de los combatientes a que antes me refiero.

Práxedis vivía aislado de toda agitación revolucionaria, y su espíritu se había moldeado en un ambiente de burguesía en el que sus amistades eran en su mayor parte personas despreocupadas y satisfechas de su destino, y era natural que este cuadro, dentro del cual habían transcurrido los diecinueve o veinte años de su vida, contribuyera grandemente para impedir que se reflejara en su imaginación el otro aspecto del mundo que es de lucha y abnegación, y que él mismo habría de conocer tan hondamente con el paso de los años.

En cambio, en San Luis Potosí y en la ciudad de México se habían reunido dos grupos de jóvenes que cuando Guerrero aún no se iniciaba en el pensamiento revolucionario, no sólo tenían ya un concepto claro de la lucha, sino que habían sufrido persecuciones y encarcelamientos por su actuación viril en la tribuna y en el periodismo de combate. Pero este fenómeno se explica fácilmente; muy al contrario de lo que ocurría en la vida de Práxedis, que era como un cachorro solitario en su terruño, las condiciones favorables en que el destino había colocado a los otros jóvenes, tenían que producir resultados diferentes. Ellos habían tenido la fortuna de crearse en las mismas poblaciones, se habían conocido y tratado íntimamente desde los primeros años, y era lógico que por el intercambio de sus ideas, expuestas con el calor del entusiasmo y de la inteligencia, tuvieran que constituir con el tiempo dos vigorosos núcleos de combatientes por la justicia y el bien público; siendo ésta la causa esencial de que cuando Práxedis no tenía otra idea de que la salvación del pueblo dependía en gran parte de los destinos de la llamada Segunda Reserva y se dedicaba con empeño a instruir a la gente sencilla en asuntos militares, algunos de los jóvenes luchadores de aquellos grupos como Camilo Arriaga, Juan Sarabia; Ricardo y Enrique Flores Magón, Antonio Díaz Soto y Gama; Santiago de la Hoz, Alfonso Cravioto, LIbrado Rivera, José Millán, Santiago R. de la Vega y otros más, fuesen ya unos personajes de prestigio en las lides populares y temidos por lá dictadura, que había encarcelado a algunos de ellos precisamente por sus ataques a Bernardo Reyes y su famosa Reserva, y a otros por su brillante labor en defensa de los oprimidos y de los intereses nacionales.

Como quiera que ello hubiese ocurrid9, Guerrero obraba lealmente; y si sus esfuerzos de entonces no estaban bien encaminados, ello sólo debe considerarse como un pequeño y justificable error de lo que pudiera llamarse su primera juventud, y es indudable que más tarde, al erigirse él mismo en severo juez de sus propios actos, debe haber considerado ese momento de su vida como un lamentable desacierto. Pero eso no importa; el destino lo había reservado para más tarde, y cuando abrazó la causa de la humanidad lo hizo de un modo tan ejemplar, que sus sacrificios extraordinarios y sus luchas gigantescas compensan con creces todo lo que no hizo en esos primeros días.

Hacia la perfección.

Siendo oficial reservista empezó a leer tanto los periódicos de oposición que se publicaban en las ciudades de México y San Luis Potosí como las obras de algunos de los escritores revolucionarios más avanzados de la época, cuyas lecturas contribuyeron poderosamente para orientar sus pensamientos y sus ideas hacia la lucha en favor de los oprimidos (4).

Antes de cumplir veintiún años de edad había dado un gran paso hacia la perfección moral, y en abril de 1903 renunciaba su cargo en la Reserva a causa de los sangrientos sucesos de ese mes en Monterrey, en los que Bernardo Reyes, a quien había juzgado como un hombre de principios capaz de enfrentarse a la dictadura, había hecho el papel de esbirro porfirista asesinando al pueblo en masa al disolver una reunión liberal por medio de las armas (5).

A partir de entonces, al mismo tiempo que comenzó a exponer sus nuevas ideas en favor de los humildes en los periódicos de León y San Felipe, las atenciones cariñosas que siempre había tenido para sus familiares y amigos, y aun para las gentes más pobres y sencillas, las acompañaba con un destello de bondad que inclinaba el espíritu al respeto y a la más alta estimación. En los contornos de la región su nombre adquiría un envidiable prestigio, y dondequiera llegó a ser considerado como un modelo de hijo, de caballero y de amigo. Su talento, la generosidad de su alma y la simpatía de su persona lo colocaban por encima de sus conterráneos, sin que estas circunstancias envanecieran su corazón, aceptándolas más bien como un exceso de cariño, o en último término, como falta de análisis para los méritos humanos, que no deben considerarse como gracias personales que reclamen recompensa.

A pesar de este nuevo aspecto que tomaba su existencia, y que hubiese sido motivo para que en su casa se le hiciera objeto de atenciones distinguidas, nunca fue considerado como el hijo predilecto, pues como dice uno de sus parientes, dentro de su familia se apreciaban debidamente su inteligencia y demás cualidades; pero ni él lo intentó nunca, ni nadie de su casa lo pretendió tampoco, que tales circunstancias lo colocaran en un lugar preponderante.

Todo el cuadro presentado indicaba que el ave iniciaba su vuelo hacia regiones más altas, pero el destino había querido que antes de escribir las mejores páginas de su historia, tenía que esperar un poco más bajo el techó del hogar, en los estrechos horizontes del terruño.

De enfermero.

Las cualidades de buen hijo que había demostrado en varias ocasiones, quedaron confirmadas con un hecho que pone de relieve hasta dónde llegaha su abnegación y su ternura para con sus padres. Ocurrió que a principios de 1904 don José de la Luz Guerrero fue atacado de una grave enfermedad que se prolongó por espacio de seis meses, y en todo ese tiempo permaneció Práxedis en su cabecera cuidándolo de día y de noche con las más solícitas atenciones, desprendiéndose de su lado únicamente aquellas veces en que a horas avanzadas era preciso llamar al médico o comprar alguna medicina, así como en los momentos en que no siendo necesarios sus cuidados iba a visitar a un amigo suyo, periodista extranjero, que vivía muy cerca de su casa. Este periodista editaba El Heraldo del Comercio, en donde Práxedis publicaba algunos de los artículos que escribía por aquellas fechas.

En vista de que el señor Guerrero no sanaba tan pronto como se hubiera deseado, lo visitó un famoso médico de San Felipe llamado don Luis Osollo para qUe se encargara de su curación, y durante el tiempo que permaneció en la casa de la hacienda, Práxedis sostuvo con él polémicas llenas de interés sobre temas históricos, científicos y religiosos, quedando asombrado aquel facultativo de la extraordinaria penetración y de la inteligencia despejada de su joven oponente. Más tarde este periódico se unió al movimiento maderista, muriendo en un combate cerca de Silao.

En Puebla.

Cuando el señor Guerrero obtuvo una mejoría, se trasladó a la ciudad de Puebla en compañía de Práxedis y de otros familiares, con el objeto de tomar los baños medicinales de Rancho Colorado. En este lugar permanecieron un poco más de dos meses, y en este tiempo Práxédis se dedico a descansar, encontrando mucho agrado en ejercitar la natación en el tanque grande del balneario, o en hacer excursiones, sólo, por las cercanías de la población. Visitó la mayor parte de los pequeños poblados y los lugares históricos de los contornos, y al hallarse en la soledad de los campos acostumbraba leer las obras de Juan Jacobo Rousseau, o escribir sus impresiones bajo el título general de Mis Memorias en un cuaderno que llevaba siempre consigo, y que nadie conoció sino hasta después de su muerte. Una de las páginas de estas memorias, escrita en una tarde tempestuosa de junio de 1904 bajo las ruinas de la Fortaleza de San Juan, es la siguiente:

Muros derruidos, agrietados, esqueleto sombrío que enseñas en la mueca dantesca de tus puertas desmanteladas la labor del tiempo que cambia todo. Como tú, el patriotismo del hombre que te defendió en 62, es una muralla acribillada de grietas, un torreón convertido en escombros donde viven y se arrastran inmundos reptiles, sucias sabandijas ...

El viento muge, su soplo pasa por tus aspilleras remedando ayes de agonía, murmullos aterradores de cadáveres que se levantan y con su ronco acento cantan una sinfonía bélica. A veces se hace atronador y parece que se distingue el grito de libertad entre el redoble del tambor y el rodar de la artillería. Allá ... el fuerte de Guadalupe en eriaza colina parece apostrofar con su mutismo de esfinge a la ciudad levítica. El silencio, el abandono de esos muros hace palpitar un mundo de ideas en mi cerebro ...

Dulces impresiones y hondas meditaciones.

El 11 de agosto regresaron a su hacienda, estando ya el señor Guerrero completamente restablecido. La dulce impresión que recibió Práxedis al hallarse de nuevo en sus campos queridos se puede ver en las siguientes líneas, llenas de sentimiento y melancolía, que escribió en sus memorias al día siguiente de su llegada al hogar paterno:

Muchas veces he llegado a esta vieja casa después de haber peregrinado dolorosamente por el mundo, pero nunca se había presentado ante mí la visión halagüeña de estos campos tan llena de dulces recuerdos y de brillantes perspectivas, tan poéticas, tan cariñosa, ofreciéndome el perfume de sus flores y la caricia de Su brisa, como la amorosa amante de nuestros primeros años, que después de larga ausencia ofrece a nuestros besos el carmín palpitante de sus labios y nos estrecha tiernamente contra su corazón ...

Semejante a esa embriaguez indescriptible que se siente al estrechar en un abrazo a la virgen de nuestros primeros sueños, así he sentido al dejarme caer ebrio de melancólica dulzura en el espléndido regazo de esta naturaleza amiga. Y parece que llegan hasta mí suaves ondas con el eco de un canto misterioso y lejano ... es la extraña melopea que el viento hace pasar por los verdes follajes, y que parece decirme: Bienvenido, ¡oh viejo amigo! Bienvenido, ¡oh triste peregrino! ...

Antes jovial y comunicativo, Práxedis se habia vuelto en esa época un poco retraído, como si en su cerebro se agitara un cúmulo de ideas que necesitara meditar alejado de los hombres; buscaba la paz y la tranquilidad del campo, y en medio de la naturaleza solitaria y silenciosa su imaginación se adelantaba al porvenir y su conciencia formulaba las más hondas interrogaciones sobre la responsabilidad que un hombre verdadero tiene para con la sociedad y para consigo mismo. ¿El cumplía con su deber viviendo una existencia estéril y egoísta, llena de comodidades y satisfacciones, mientras existían millones de infelices que solamente tenían lo necesario para no morirse de hambre? ¿Qué debía hacer él para remediar las miserias de la clase más humilde de la humanidad? (6)

Hacia el sacrificio.

Ante estas graves reflexiones, y mirando que su vida, rodeada de todos los bienes que se pueqen conseguir con el dinero, ofrecía un cruel contraste con la de los infortunados que vegetaban en el desamparo y la miseria, se sintió invadido por un deseo vehemente de abandonar definitivamente la casa paterna, donde estaban a su alcance todos los goces que la mano caprichosa de la suerte reparte en abundancia entre los menos en perjuicio de los más, para ya libre de todo lastre, con las manos vacías y la conciencia limpia, y aun con el sacrificio de sus más caros afectos, sumar su esfuerzo al de los que desde el vecino país del Norte luchaban por el bien común, y para trabajar en los más rudos oficios junto con los que en aquella nación ganaban el pan con el sudor de la frente.

Y puso en práctica su resolución. Pero ocultando a sus padres sus verdaderos propósitos, les manifestó simplemente que dejaba el hogar porque deseaba ir a los Estados Unidos a estudiar la civilización y las costumbres del pueblo norteamericano.

El 21 de septiembre de 1904, a los veintidós años de edad, estampaba en su cuaderno de memorias esta frase que entraña su anhelo de renunciación:

Mañana abandonaré, tal vez para siempre, el suelo mexicano.

En efecto, al día siguiente salió de su hacienda rumbo a León en compañía de sus amigos Francisco Manrique y Manuel Vázquez, para emigrar en seguida al hogar de los bravos y de los libres, en donde al mismo tiempo que llegó a alcanzar la suprema perfección espiritual a fuerza de excepcionales sacrificios, habría de formar parte del grupo de intelectuales combatíentes más viril, más generoso y más sincero de la Revolución Social Mexicana.



Notas

(1) Como un dato curioso, refiero una anécdota de Guerrero en relación con este colegio. Sucedía que en los días llamados de vigilia, y cuando los alumnos tomaban sus alimentos de ritual en el comedor, él hacía que los criados le sirvieran carne de res en lugar de pescado. Esto provocaba un verdadero escándalo en la familia del profesor.

(2) Esta persona era una de sus hermanas.

(3) Estos viajes eran generalmente a Puebla, México y Laredo, a donde llevaba carros de ferrocarril con loza fabricada en su misma hacienda.

(4) Estos periódicos eran El Demófilo, de San Luis Potosí, y El Hijo del Ahuizote, de la ciudad de México. Los autores que leyó fueron Gorki, Tolstoi, Bakunin y Kropotkin.

(5) El 2 de abril de 1903, ordenó el general Bernardo Reyes que la fuerza federal balaceara a un gran número de liberales que en la Plaza Zaragoza de la ciudad de Monterrey celebraba una manifestación de apoyo a la candidatura del licenciado Francisco E. Reyes, para Gobernador de Nuevo León, en contra de la del mismo general, que trataba de reelegirse.

(6) En contra de lo que se ha dicho, ante el nuevo aspecto que tomaba la vida de Guerrero, su padre no intentó oponerse al libre desenvolvimiento de sus ideas; pero tampoco trató de alentar sus tendencia revolucionarias.
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