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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
PRIMERA PARTE
Lección XI
Ritos. Matrimonios. Exequias. Sepulturas.
En el nacimiento de un niño había curiosas ceremonias: acabado de nacer, se le lavaba cuidadosamente, diciéndole estas palabras: Recibe el agua, pues tu madre es la diosa Chalchihueye; este baño te lavará las manchas que sacaste del vientre de tu madre, te limpiará el corazón y te dará una vida buena y perfecta.
Había otras abluciones acompañadas de ceremonias y arengas de la partera.
Si era niño el que nacía, se le preparaban armas adecuadas a su tamaño, e instrumentos de labranza; si niña, un huso, y cosas análogas a su sexo.
El nombre del niño se tomaba del día o mes del nacimiento.
El día del último baño había un gran banquete.
En los matrimonios se observaban estrictamente las leyes del pudor.
Luego que el hombre y la mujer tenían edad competente, esto eS el hombre veintidós años y la mujer decisiete o dieciocho, los padres de familia concertaban el matrimonio y se procedía a la solicitUd de la novia; la primera instancia era desechada con grave dignidad; en la segunda se emplazaba la respuesta hasta consultar la voluntad de la novia.
Obtenido el consentimiento de ésta se señalaba el día de la boda. Llegado éste, conducían con pompa, música y regocijos a la doncella a la casa del novio. Éste, acompañado de sus padres, salía a recibir a su futura a la puerta de la casa, con un incensario en las manos y rodeado de personas que llevaban hachas encendidas.
Después de incensarse los novios mutuamente, tomaba el joven a su prometida por la mano y la conducía a la sala en que la boda se iba a verificar.
Poníanse los dos sobre una estera nueva y primorosamente labrada, cerca del fuego que se había preparado para la ceremonia.
Un sacerdote entonces ataba las extremidades de los vestidos de los novios, que era por esencia la ceremonia conyugal. Después de este acto; los novios, asidos de las manos, daban vuelta siete veces alrededor del fuego, quemando incienso, dirigiendo palabras sentidas a los dioses y haciéndose recíprocos obsequios.
Seguía el banquete.
Los esposos, sirviéndose mutuamente, comían en la estera aislada del medio de la pieza, y los convidados a distancia en derredor.
Cuando los vapores del neutle (pulque) animaban demasiado a la concurrencia, ésta desalojaba la pieza y se salía a bailar al patio.
Los novios quedaban en la pieza durante cuatro días, entregados a la penitencia y al ayuno, e implorando la asistencia de los dioses.
Preparaban los lechos los sacerdotes, y en el centro del novio se ponían unas plumas, y en el de la novia una joya preciosa.
La festividad terminaba haciendo varios regalos a los convidados.
La poligamia era permitida entre los mexicanos.
Dirigía las complicadas ceremonias de las exequias un maestro de ceremonias.
Vestíase el cadáver de un modo análogo a la profesión o costumbres que había seguido en vida el difunto.
Si el muerto había sido militar, lo vestían como el ídolo HUitzilopochtli; si moría ahogado, como vestía Tláloc.
Al que era ajusticiado por adúltero, como a Tlazotéotl, y al borracho, como a Tecatzóncatl.
Poníasele entre los vestidos un poco de agua para que se refrigerase en el viaje.
Llevaba un papel o salvoconducto para pasar ocho desiertos: mataban un techichi para que lo acompañase.
Encendían, mientras duraban estas y otras varias ceremonias, una grande hoguera, donde quemaban el cadáver, entonando himnos fúnebres los sacerdotes.
Recogían en una olla las cenizas, las cerrclban poniendo una joya en ella, y durante cuatro días hacían sobre el objeto cinerario oblaciones de pan y vino.
Respecto de los Reyes había un ceremonial particular. Desde que enfermaba el Rey, se les ponía una máscara a los ídolos de Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, y no se les quitaba hasta que el Rey sanaba o moría.
Publicaban la noticia de la muerte del Rey con grande aparato, y mientras se procedía a las ceremonias, permanecía en el palacio el cadáver, custodiado por los domésticos.
Reunida al quinto día la nobleza, vestida de gala, ostentando sus plumas y sus adornos más ricos, conducían al Rey en procesión. Antes, como se ha indicado, se le vestía con gran magnificencia, cubriéndose su rostro con una máscara, y horadando su labio superior, en el que colgaban una esmeralda para que le sirviese de corazón.
El cadáver del Rey, como los demás cadáveres, se quemaba, pues recordemos que en esto había muy pocas excepciones, entre ellas los ahogados, los hidrópicos, y algún otro herido de otra enfermedad, ignorándose la causa de la diferencia.
No había sitios determinados para enterrar los cadáveres, puesto que generalmente se quemaban; las cenizas de los grandes señores se depositaban en las torres de los templos, esencialmente del Templo Mayor. También se solían enterrar las cenizas en las inmediaciones de un templo o en los lugares sagrados de los montes destinados a los sacrificios.
LOS chichimecas enterraban el cadáver en las cuevas de los montes. Los zapotecas embalsamaban el cadáver del señor principal de su nación.
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