Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoPRIMERA PARTE - Lección IPRIMERA PARTE - Lección IIIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

PRIMERA PARTE

Lección II

Los toltecas. Quetzalcóatl. Calendario. Escritura jeroglífica. Chichimecas. Aztecas o mexicanos.


Ampliaré, contando con la benevolencia de ustedes, mi lección anterior, insistiendo en mis explicaciones sobre las primeras razas que poblaron el país.

La dominación tolteca duró 449 años: tocaron durante su peregrinación en Tulancingo y Tula. De sus templos y jardines quedaron por mucho tiempo recuerdos; y entre sus leyendas se ha hecho célebre:: la de la reina Xóchitl, inventora del aguamiel de que se forma el pulque.

Muy alta idea ha dejado la tradición como ya hemos dicho, del adelanto de los toltecas.

Cultivaban el maíz, el frijol, el chile, el algodón; pulían primorosamente las piedras preciosas, fundían el oro y la plata, y les era conocido el cobre y el estaño. Sus obras arquitectónicas eran de cal y canto, de especial solidez y regularidad: en una palabra, la aptitud de los toltecas para todo género de industrias hizo que su nombre se hiciese sinónimo de artífice o arquitecto, u hombres de inteligencia superior para las artes.

Durante la dominación tolteca se sucedieron nueve monarquías, que fueron:

Chalchiutlanetzin - Nécazoc
Ixtlihuichahuac - Mitl
Huetzin - Xuitlalzin (Reina)
Totepeu - Tepancalzin
y
Topilzin.

Eran nombrados estos monarcas por la nobleza, y duraban ejerciendo el poder cincuenta y dos años, o sea un siglo mexicano: pero cuando antes de expirar el plazo moría el Rey, entonces la nobleza gobernaba hasta llenar el periodo.

Entre sus confusas tradiciones, como ya explicamos, se encuentra el diluvio.

En un principio los toltecas adoraban al sol, o a la luna y a los astros; pero al contacto con las tribus primitivas se hicieron politeístas, adorando varios genios y divinidades, entre los que se percibe a Quetzalcóatl.

Hay dos rasgos característicos de la civilización tolteca, que le asegura un lugar eminente en la civilización americana respecto de los demás pueblos en general. El primero es la formación de su calendario, que contiene cálculos astronómicos y computaciones que suponen ideas adelantadas, aun con respecto de las que se tenían en el mundo sabio de aquellos tiempos. El segundo de los rasgos a que nos referimos es la introducción de la escritura jeroglífica, verdadera llave histórica que ha inmortalizado su cronología, sus usos y costumbres, y a la que tendrán que acudir los que quieran presentar con exactitud verdadera la existencia de los pueblos antiguos.

Como hordas invasoras de todo punto salvaje se tiene que pintar a los chichimecas, que sucedieron a los toltecas. Partiendo del noreste, invadieron desordenados este suelo, viviendo de la caza y de los frutos espontáneos de la tierra, desnudos o medio cubiertos con pieles, sin más signo de razón que un culto al sol: así, vagabundos y casi sin dejar huellas, tocaron Tenayucan, costearon e invadieron algunos pueblos del valle, hasta que después de ponerse en contacto con otros pueblos y de contraer alianzas, esencialmente con los acolhuas, que eran mucho más civilizados, formaron la poderosa monarquía acolhua de que ya hablamos.

Los nombres de los Reyes chichimecas son los siguientes:

Xólotl - Ixtlilxóchitl
Nopalzin - Nezahualcóyotl
Clotzin - Nezahualpilli
Quinatzin - Cacamatzin
Techotlalala - Cuicuicatzin
Coanoatzin

No mencionando nosotros como Rey chichimeca a Ixtlilxóchitl II, que fue el último gobernante de Texcoco, por ser más bien un gobernador nombrado por Cortés para secundar sus miras.

En un principio, el advenimiento de los chichimecas se tiene que mencionar como una irrupción salvaje sobre los toltecas, irrupción semejante a las del siglo XII en Europa; y aquí aconteció como solía suceder en aquellas irrupciones, que los invasores se civilizaron con el contacto de los invadidos, cediendo todo en mayor progreso de la civilización, como cuando grandes avenidas destruyen al llegar los campos, pero enlamando las tierras las convierten después en más productivas y fecundas.

Ya dijimos que los tarascos fundaron Michoacán; y ahora, para continuar la relación de los más notables hechos, diremos que los chichimecas fundadores de Tlaxcala se hicieron célebres por sus guerras contra los mexicanos y por las instituciones republicanas que los regían.

Fijémonos por fin en los aztecas, como raza predilecta de nuestros estudios.

Acontecimientos que no ha indagado suficientemente la historia, pasaban sin duda alguna al norte de nuestra patria, que obligaron a diversas tribus a emigrar por intervalos al sur, siendo de notarse que todas ellas hablasen la lengua nahoa y que tuvieran costumbres semejantes, aunque denotando mayor o menor grado de civilización.

Aztlán, como ya dijimos en la introducción, país no distante de nuestro territorio, parecía haber sido el punto de partida de los aztecas para el centro: hay datos para creer que penetraron por el hoy Estado de Jalisco, descansaron a las orillas del lago de Chapala, atravesaron Michoacán y tocaron las inmediaciones de los lagos de México, residiendo en Chapultepec, y poniéndose en contacto con los colhuas, habitadores de las orillas del lago de Texcoco.

El nombre de la tribu mexica es derivado de Mexitli, nombre que daban a Huitzilopochtli, su dios.

La ciudad en que definitivamente se establecieron los aztecas tuvo los nombres de México y de Tenochtitlan. El primero de estos nombres lo tomó del dios caudillo o gobernante Mexitzin, y Tenochtitlan de Tenoch, nombre del Supremo Sacerdote a quien reconocían entonces.

Desnudos, miserables, a la vez que turbulentos y perversos, se guarecieron en chozas de carrizo, que presentaban más bien el aspecto del aduar que de pueblo.

Habiéndose suscitado guerras entre sus señores y los xochimilcas, aquéllos pidieron su auxilio, más bien para deshacerse de sus incómodos huéspedes; así es que no sólo les asignaron los puntos más peligrosos, sino que no les dieron armas ni elementos de ninguna especie para su defensa.

Entregados a sus recursos los aztecas, se procuraron armas, endureciendo al fuego los otates y haciéndolos servir como lanzas, haciendo de itztli cuchillos cortantísimos, formando de carrizos entrelazados escudos, y previniéndose como mejor pudieron con incansable actividad.

La gala en aquellos combates consistía no tanto en matar sino en coger el mayor número de prisioneros posible.

Trabóse la lid: los mexicanos eran pocos y no pudieron distraer sus fuerzas en la custodia de prisioneros; así es que decidieron cortar las orejas a los que como tales prisioneros cayeron en su poder, y esas orejas las fueron echando en grandes cestos o canastos.

Obtuvieron decidida victoria los colhuas de los xochimilcas, visiblemente por la intervención de los mexicanos; pero aquéllos interrogaron a éstos por los prisioneros: los mexicanos hicieron que se registrase a los vencidos, y les pusieron de manifiesto el terrible testimonio de sus hazañas, haciendo conducir y derramar a su presencia los cestos de orejas humanas que habían cosechado en la refriega.

Espantado con tal demostración el monarca colhua, sólo trató de alejar de sí a los aztecas, designándoles lo que hoy es Tizapán (cerca de San Angel) y sus inmediaciones como punto de residencia.

Instalados en Tizapán los aztecas, erigieron un templo a su dios para solemnizar su victoria contra los xochimilcas; pidieron al Rey de Culhuacan les enviase una ofrenda que presentar a su dios, invitándolo para asistir a la festividad.

El Rey de Culhuacan, ofendido por aquella audacia, les mandó un haz de basuras inmundas un pájaro muerto, signo de irrisión y de desprecio. Los sacerdotes recibieron la ofrenda impasibles pero no la colocaron en el altar, sino que pusieron la rama de una planta olorosa y un cuchillo de itztli, como diciendo: ¡cuán dulce es la veganza!

En efecto, en un momento dado y en medio del numeroso concurso que invadía el templo, trajeron dos prisioneros xochimilcas, los derribaron y quebrantaron sus pechos, abriéndolos, arrancándoles los corazones, y el humo de la sangre sustituyó el incienso en esta ovación espantosa.

Horrorizados los dominadores de sus vasallos, sólo trataron de alejarlos, dejándolos en completa libertad.

Pero en los mexicanos se había encendido un odio profundo e inextinguible contra los colhuas.

Para hacer más completo su rompimiento con sus antiguos señores, pidieron los mexicanos al Rey de Culhuacan una hija que tenía, dechado de hermosura, diciéndole que la iban a hacer la madre de sus dioses, agasajándola y venerándola como una divinidad.

El Rey, temeroso de la ferocidad de los aztecas o alucinado por los honores divinos con que se le brindaba, les entregó a su hija: condujéronla los aztecas al templo, donde los sacerdotes la sacrificaron cruelmente, y luego en medio de la oscuridad, llamaron al padre, invitándolo a que viese los honores hechos a su hija, a quien creía viva. Entra a oscuras al lugar del sacrificio el padre infeliz, colocan el incensario en sus manos, le instan a que se acerque al altar, álzase una llama siniestra, y contempla el desdichado sobre la piedra, horrible, despedazada, inundada en su sangre la hija de su corazón.

Deificada esta doncella, llamóse Teteo Innan, esto es, madre de todos los dioses.

Con tan repetidas injurias se despertó la saña de los colhuas y naciones comarcanas, quienes persiguieron a los mexicanos que se refugiaron entre los carrizales de las islas de la laguna.

En una de esas islas, según la leyenda fabulosa, buscando los signos maravillosos que les habían profetizado sus sacerdotes, vieron en medio de las aguas, en un promontorio de piedras que coronaba un nopal, a un águila con las alas tendidas brillando con el sol.

Ésta es la historia fabulosa de nuestras armas nacionales.

El padre Pichardo dice que el lugar en que se apareció el águila es en el que está hoy la capilla de San Miguel en Catedral.

Fundóse cerca del lugar que antes describimos el templo de Huitzilopochtli, de toscos adobes, y a su alrededor humildes chozas de carrizo, siendo éste el origen de la ciudad.

Al trazarse la ciudad se dividió en cuatro grandes barrios que correspondían a los puntos en que hoy se hallan los templos de San Pablo, San Sebastián, San Juan y Santa María.

Para la dedicación del templo carecían de una víctima, pero uno de los aztecas de más nombradía, Xómitl, instigado por el odio feroz e inextinguible a los colhuas, atravesó la laguna, se apoderó de un capitán enemigo, lo condujo al nuevo templo, y ésta fue la primera víctima humana que se sacrificó en México.

Rumbo al norte y junto a la isla en que se fundó México, existía otra a la que llamaron Xaltilulco, o sea un montón de arena, isla que después, terraplenada, se llamó Tlatelolco.

Allí se instaló parte de la nueva tribu azteca que se hallaba descontenta con el resto de ella, y fundó la ciudad de aquel nombre, instituyendo un gobierno que tuvo los siguientes Reyes:

Mixcóhuatl
Tlacolteotzin
Cuacuaupizáhuac
Cuautlatehuatzin
y
Moquíhuix

Este Reino, como veremos, tuvo corta duración y concluyó destruido por Axayácatl.

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