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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
SEGUNDA PARTE
Lección X
Los chalquenses. Expedición de Sandoval y su triunfo. Alianzas favorables a Cortés. Soltepec. Marcha de Sandoval a Tlaxcala. Conducción de útiles para los bergantines. Marcha de Cortés hasta Tacuba. Varios combates. Asalto de los indios a Huaxtepec. Disgusto de Cortés con Sandoval. Ejecuciones sangrientas. Reconoce Cortés el mérito de Sandoval.
Templóse la decepción horrible que sufrió Cortés en Iztapalapa, con la solicitud con que Otompan y otros pueblos pidieron su alianza, que les otorgó de muy buen grado, poniéndoles por condición que vigilasen por la seguridad común y se apoderasen de los espías de los mexicanos, dándole aviso de todas las disposiciones y movimientos de sus enemigos.
Entre estas solicitudes se hizo notable la de Chalco, ciudad populosa situada a la orilla del lago de su nombre, invadida constantemente por los mexicanos, contra quienes ya sabemos que los chalquenses tenían profundo resentimiento.
Organizó Cortés para la libertad de los chalquenses, una expedición a cuya cabeza puso a Sandoval con algunos soldados españoles de infantería y caballería, y aguerridas fuerzas tlaxcaltecas. Trabóse la batalla, en que de pronto vencían los mexicanos; pero llegando los españoles, hicieron en ellos destrozos, y la población entera de Chalco salió regocijada a recibirlos, haciéndoles los honores del triunfo.
Según también recordamos, el señor de Chalco, al morir de viruelas, había recomendado a sus deudos y súbditos la sumisión a los españoles; así es que enviaron a dos hijos de éste y muchos nobles con suntuosos regalos a Cortés, implorando una amistad que fue duradera y conveniente en alto grado al conquistador.
Cortés, después de haber obsequiado a los dos príncipes, dividió entre ellos el Estado, dándole al mayor la investidura del mando de la ciudad principal con otros pueblos, y al menor la de Tlalmanalco y Chimalhuacán.
Después de esto, los chalquenses, temerosos de la venganza de los mexicanos, enviaron a Texcoco emisarios pidiendo el auxilio de los españoles; pero Cortés, teniendo ocupadas sus fuerzas en la custodia de los bergantines no pudo favorecerlos, y se limitó a aconsejarles se uniesen a los de Huejotzingo, Cholula y Coahquecholan. Los chalquenses rehusaron este partido, porque los dividían anteriores resentimientos; pero amagados de cerca por los mexicanos, se decidieron por la alianza, resistiendo con buen éxito a los comunes enemigos, y asegurando una unión sólida y fiel que duró por dilatados años.
Mientras se verificaban las alianzas que hemos mencionado, extendiendo y afirmando el dominio de Cortés, éste no perdía un solo instante de vista el objeto privilegiado de sus afanes, que era la toma de México.
Pareciéndole ya llegado el tiempo de que se condujese a Texcoco el maderaje, la jarcia y los útiles todos de los bergantines que estaban en Tlaxcala, envió por ellos a Sandoval con doscientos infantes bien equipados y armados, y quince jinetes arrogantes, encargándoles que antes de llegar a su destino escarmentasen a los de Soltepec por la muerte en aquel pueblo de los cuarenta soldados españoles y trescientos tlaxcaltecas de que ya hemos hablado.
Los de Soltepec, a la noticia de la proximidad de los españoles, abandonaron en masa sus hogares, dejando la ciudad desierta; pero los españoles los persiguieron tenazmente y habiendo logrado darles alcance, hicieron en ellos una espantosa carnicería, haciendo esclavos a los pocos a quienes perdonaron la vida.
De Soltepec marchó Sandoval a Tlaxcala, donde encontró todo dispuesto para el transporte de los bergantines.
El primero de éstos fue construido por Martín López, soldado español; los otros doce los construyeron los tlaxcaltecas imitando el modelo.
La conducción de los bergantines tenía el aspecto de una marcha triunfal; oigamos sobre este punto a Clavijero:
Ocho mil tlaxcaltecas llevaban a hombro la madera, las velas y todos los demás objetos necesarios a la construcción; dos mil conducían los víveres, y treinta mil marchaban armados para la defensa del convoy, mandados por tres caudillos principales, que eran: Chichimécatl, Ayotécatl y Teotépetl.
La comitiva ocupaba, según Bernal Díaz del Castillo, una extensión de más de dos leguas.
A la salida de Tlaxcala marchaban los tlaxcaltecas a la vanguardia; después ocupó ese puesto Sandoval, no sin resentimiento de sus aliados que creyeron que se les despojaba del lugar de honor.
Cortés, ricamente vestido y con un brillante séquito, salió a recibir la comitiva entre las músicas, aclamaciones y demostraciones de regocijo.
Las tropas gritaban entusiastas: ¡Castilla, Castilla, Tlaxcala!, en medio del más ardiente entusiasmo.
Sin dar la más ligera tregua a las fatigas, Chichimécatl suplicó a Cortés le emplease en la persecusión de los enemigos. Éste aprovechó tanto denuedo, y ocultando el objeto, dispuso una correría con veinticinco caballos, trescientos cincuenta infantes, seis cañones y treinta mil tlaxcaltecas.
Dirigióse Cortés primero a Xaltocan, pasando en seguida a Cuautitlán, Tenayucan, y por último, situándose en Tacuba, donde pensaba o celebrar convenciones con los mexicanos, o hacerse de noticias para mejor logro de sus miras.
En todas estas poblaciones encontró resistencias heroicas que venció al fin con esfuerzos extraordinarios; le acompañaban la matanza, el incendio y el saqueo; la guerra era espantosa; los ancianos, las mujeres y los niños huían despavoridos a los montes, dejando las ciudades convertidas en ciudadelas formidables.
En Tacuba, donde hicieron parada los ejércitos aliados, los tlaxcaltecas prendieron fuego a gran parte de la ciudad: cuando no combatía en masa el ejército, había desafíos parciales entre tlaxcaltecas y tlacopanecas, y cuando a todos los rendía la matanza, se levantaba una grita de atroces oprobios que terminaba con la renovación de la encarnizada lucha.
Empeñados los españoles con estas refriegas espantosas, llegaron a las cercanías de la ciudad hasta los últimos fosos testigos en otro tiempo de su derrota. Allí las fuerzas de los mexicanos los atacaron con tan desusado brío, que perdieron los españoles cinco soldados, quedando heridos otros muchos y multitud de tlaxcaltecas. Cortés se vio obligado a retroceder a Texcoco, hasta cuyas puertas le siguieron los mexicanos, llenándoles de insultos y haciendo estragos en los tlaxcaltecas, interpretando su retirada como un acto de vergonzosa cobardía.
Los tlaxcaltecas, habiendo recogido en su expedición valiosos despojos, pidieron permiso a Cortés de conducidos a su tierra, a lo que gustoso accedió el conquistador.
Dos días después de la llegada de Cortés a Texcoco salía Sandoval en medio de los chalquenses, amenazados por un grueso de ejército mexicano situado en Huaxtepec, lugar célebre por su industria algodonera y sus jardines, distante quince millas de Chalco. En el camino sufrió Sandoval por dos veces el ataque de las fuerzas mexicanas, que desbarató sin gran dificultad, descansando y curando a sus heridos en Huaxtepec; pero apenas alojados, fueron hostilizados con furor por los mexicanos que tenían sus cuarteles en Yecapixtla, ciudad considerable situada en la cima de una elevada montaña a seis millas de distancia de Huaxtepec.
Sandoval envió a los de Yecapixtla mensajeros de paz, que fueron rechazados con arrogancia; entonces decidió el asalto de aquel monte riesgosísimo, casi inaccesible para su caballería, no sin zozobra de los tlaxcaltecas; los mexicanos defendían rabiosos sus posiciones, lanzaban nubes de dardos y de piedras, precipitaban con estrépito enormes peñascos que partiéndose, se convertían en proyectiles que hacían gran daño a sus enemigos.
Españoles y tlaxcaltecas mal heridos, cubiertos de sudor, de polvo y de sangre, con los caballos medio derrengados y llenos de fatiga, ascendían sin vacilación entre los gritos, los lamentos y el estrépito inaudito del combate.
Tanta fue la sangre derramada, que Cortés asegura que por más de una hora corrieron enturbiadas con ella las aguas de un arroyo que pasaba a la falda de la montaña, sin poder los combatientes apagar la sed. En esta jornada pereció Gonzalo Domínguez, que fue universalmente sentido.
Llenos de rabia los mexicanos al saber los sucesos de YecapixtIa, enviaron dos mil hombres contra Chalco; los chalquenses imploraron el auxilio de Sandoval, cuando éste venía casi en derrota de Yecapixtla. Cortés, interpretando con ligereza aquella sucesión de hostilidades como el resultado del descuido de Sandoval, sin permitir que tomara descanso alguno le obligó a que le siguiese y se dirigió a Chalco, donde chalquenses, huejotzincas y cuauhquecholenses aliados habían derrotado a sus enemigos pasando a cuchillo muchos de ellos y cogiendo cuarenta prisioneros, entre ellos un general y dos personajes de la primera nobleza, los cuales fueron entregados por los chalquenses a Sandoval y por conducto de éste a Cortés. Éste conoció lo injusto de su procedimiento contra su invicto capitán, y le colmó de distinciones y de honores, tratando de borrar en su ánimo el recuerdo de su injustificable procedimiento.
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