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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
SEGUNDA PARTE
Lección XI
Embajada de Cortés a Moctezuma. Sumisión de varios pueblos de Veracruz. Diversos combates. Combate de Xochimilco. Incendio y destrucción de ese pueblo. Preparativos para el asedio de México. Cortés pasa revista de sus fuerzas. El 28 de abril. Misa y Te Deum.
En vista de los preparativos hostiles de los mexicanos y de la resolución indomable con que reparaban sus descalabros prosiguiendo la campaña, Cortés les envió una embajada diciéndoles en sustancia que reconociesen al Rey de España como a su señor, quien no tenía otro objeto que procurar la paz y la felicidad de estos Reinos.
Tuvo por contestación la embajada el auxilio que pedían los españoles a los chalquenses, mostrándoles por medio de la pintura cuáles eran los pueblos que se armaban contra ellos y el camino por donde se dirigían. Mientras Cortés disponía sus fuerzas, varios pueblos situados más allá de la colonia de Veracruz llegaban a rendir obediencia al Rey de España.
El 5 de abril salió a expedicionar Cortés, dejando a Sandoval en Texcoco; llegó a Huaxtepec siguiendo el rumbo que señalaron los chalquenses como tránsito de las fuerzas mexicanas.
En un lugar, en la cima de una empinada y escabrosa montaña, se habían refugiado los enemigos, y prevalidos de lo inaccesible de su posición, burlaron descaradamente a los españoles. Cortés no pudo soportar aquella mofa y atacó por tres partes impetuosísimo. Recibiéronles con descargas de flechas y de piedras con tal arrojo, que les hicieron ocho muertos: la campaña hubiera proseguido, pero se avistó un ejército a la retaguardia de Cortés; éste retrocedió, embistióle furioso y le derrotó totalmente.
A poco se apoderaron, yendo en busca de agua, de otra fortaleza por la astucia, tratando con suma benignidad a los que la guarecían.
Atormentados por la sed y estando los españoles cercanos a Xochimilco (jardín o campo de flores), resolvieron posesionarse de ese punto importante.
Era Xochimilco una ciudad populosa con un bellísimo caserío entre jardines; cortábanle muchos fosos.
Los xochimilcas rompieron todos los puentes y se dispusieron a una resistencia desesperada hasta el último trance.
El combate fue de los más sangrientos; se mantuvo por algunas horas con increíble porfía: cuando Cortés se creía victorioso, se vio rodeado por un numerosísimo refuerzo de mexicanos que le acosaba por todas partes; su caballo tropezó o cayó rendido; siguió el conquistador combatiendo a pie con su formidable lanza, y hubiera cedido al número inmenso que le rodeaba, sin la llegada de un valiente tlaxcalteca y dos criados suyos que acudieron favoreciéndole, con lo que, reponiéndose, triunfó al fin de sus numerosos enemigos.
Vencidos los xochimilcas, los españoles tuvieron algún tiempo para reposar de sus fatigas y curar a sus heridos, que fueron muchos entre los que se encontraba el propio Cortés, Alvarado y Olid.
Cuatro españoles que cayeron prisioneros fueron remitidos a México, donde al instante los sacrificaron a sus dioses. Grande consternación puso en los mexicanos la pérdida de los xochimilcas; Cuauhtemotzin así lo representó a sus pueblos, encareciéndoles la necesidad de recobrar aquella plaza tan importante.
Organizóse un nuevo ejército; salió Cortés a rechazarlo disponiendo que fuese atacado por el frente y por la espalda, obteniendo así una victoria perdiendo quinientos hombres.
Mientras Cortés combatía, la tropa que quedó en Xochimilco fue hostilizada por aquellos indígenas, que la pusieron en grandes aprietos. Cortés de regreso y antes de abandonar la población, incendió los templos y dejó convertida en ruinas la hermosa ciudad; los xochimilcas, todavía en este estado hicieron los últimos esfuerzos, pero quedaron definitivamente vencidos.
Recorrió Cortés sin grandes esfuerzos la orilla del lago, tocando en Coyoacán, Iztapalapa y Tlacopan, donde le hicieron dos prisioneros; volvió por Tenayucan, Cuautitlán, Citlaltépec y Acolhuacan, hasta Texcoco, después de hacer los reconocimientos que le parecieron convenientes para formalizar la toma de México.
A punto los soldados, trenes y bergantines, en medio de innumerables y decididos aliados, con el concurso de los españoles recientemente llegados en un buque a Veracruz, se aprestaba Cortés a emprender el asedio de México, cuando unos españoles, partidarios del gobernador de Cuba, sea por resentimiento, sea por temor a lo arriesgado de aquella empresa, resolvieron dar muerte a Cortés y a sus principales capitanes.
Estaban convenidos los medios de la ejecución del proyecto, el sitio y la hora; habíanse designado los capitanes y jueces que habían de remplazar a los muertos, y al tener efecto lo acordado, un soldado, cómplice de los conspiradores, dio aviso a Cortés de lo que ocurría.
Éste al instante procedió con la mayor energía; juzgó a los reos, y fue ahorcado Antonio Villafaña que apareció como el principal, disimulando Cortés su enojo y suspendiendo por conveniencia sus castigos. Nombró de resultas de esto una guardia de toda su confianza que custodiaba su persona.
El 28 de abril se declaró abierta la campaña sobre México, haciéndose los últimos preparativos.
Celebróse solemnemente la misa, comulgaron los españoles todos, procedieron a la bendición de los bergantines, y en medio de cántico del Te Deum y al sonar de las músicas marciales, desplegaron sus velas las naves entre los gritos entusiastas de la multitud.
Pasó en seguida Cortés revista a sus fuerzas, que constaban de ochenta y seis caballos, ochocientos peones españoles, tres grandes cañones de hierro, quince chicos de cobre, mil libras de pólvora de fusil y una cantidad inmensa de balas y de saetas.
Hecho esto, envió mensajeros en todas direcciones para que se le reuniesen sus aliados, lo que se verificó violentamente, llegando de todas partes con aprestos formidables, formando las fuerzas un total de más de doscientos mil hombres. Cortés, luego que hubo reunido a sus aliados, procedió a la distribución de las fuerzas.
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