Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoSEGUNDA PARTE - Lección XISEGUNDA PARTE - Lección XIIIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

SEGUNDA PARTE

Lección XII

Distribución de las fuerzas de Cortés. Xicoténcatl se separa de Cortés. Energía de éste. Comienzan las operaciones militares sobre la plaza. Uso de los bergantines. Estragos de la artillería. Fosos. Rechazo de los bergantines. Encuentro en el templo y la plaza. Refuerzos de aliados a Cortés. Irrupción a la plaza. Terror de los mexicanos. Burla de los aliados.


El lunes de Pentecostés, 20 de mayo, reunió Cortés su gente en la plaza mayor -dice Clavijero- para dividir su ejército, nombrar los comandantes, señalar su puesto a cada uno y las tropas de su mando, y reiterar las órdenes que había dado en Tlaxcala.

Mandó a Tlacopan a Pedro de Alvarado, con fuerza competente para que por ese rumbo se interceptase toda comunicación.

A Olid se colocó con la noble investidura de jefe de fuerza y maestro de campo, en Coyoacán.

Dio orden para que Sandoval destruyese a Iztapalapa y quedase acampado en aquellas inmediaciones con pie de fuerza y artillena española, y los aliados de Chalco, Huejotzingo y Cholula, que eran como treinta mil hombres.

Cortés tomó el mando de los trece bergantines, y en ellos distribuyó trescientos veinticinco españoles con trece falconetes. El total de la fuerza era de novecientos diecisiete españoles y más de setenta y cinco mil hombres de tropas auxiliares.

Al partir Alvarado y Olid a ocupar los puntos que se les habían designado, fueron en compañía del primero Xicoténcatl el joven y su primo Piteutli. Tuvo éste una disputa con un español, quien le hirió, faltando a las prescripciones de Cortés, y poniendo en peligro las buenas relaciones entre sus aliados que a toda costa le importaba mantener.

Los tlaxcaltecas hicieron visible su sentimiento por lo ocurrido, y trató Olid de apaciguarlos permitiendo a Piteutli se retirase a curar a su país. Xicoténcatl, por razones de parentesco, o por otras, se mostró mucho más ofendido, y emprendió la fuga ocultamente para su tierra, con otros muchos tlaxcaltecas.

Diose parte de lo ocurrido a Cortés, quien pensando como debía, en la gran trascendencia del suceso, mandó a Ojeda en persecución del fugitivo. Hízolo así el enviado, y Cortés le mandó ahorcar públicamente, pregonando su delito.

Tan audaz determinación, lejos de irritar los ánimos, como era de esperarse, y de romper los lazos que unían a los españoles con los tlaxcaltecas, convirtió a éstos en más sumisos y adictos.

No obstante, los tlaxcaltecas hicieron vivas demostraciones por la muerte de Xicoténcatl; le tributaron los honores de estilo, y distribuyeron sus vestidos como reliquias.

La familia y los bienes de Xicoténcatl se adjudicaron al Rey de España y fueron enviados a Texcoco. En la familia había treinta mujeres, y entre los bienes gran cantidad de oro.

Ocupémonos ya del principio del asedio en México.

Alvarado y Olid, con sus fuerzas, se dirigieron a Tlacopan, con el objeto de cortar el agua a los mexicanos. Éstos previeron la hostilidad y se prepararon a una resistencia vigorosa.

En efecto, la hicieron, pero fueron vencidos, y los tlaxcaltecas los persiguieron, haciéndoles varios muertos y prisioneros.

Alentados con este pequeño triunfo tlaxcaltecas y españoles, trataron de penetrar en la ciudad, hasta apoderarse de un foso; pero la multitud de mexicanos que cargó contra ellos con lanzas y con flechas fue tal, que los españoles retrocedieron a Tacuba avergonzados, después de haber perdido ocho soldados por muertos y de quedar cincuenta fuera de combate.

Alvarado fijó su campo en Tacuba, y Olid fue a situarse a Coyoacán. Esto pasaba el 30 de mayo, día que fija Cortés como principio del asalto.

Mientras Alvarado y Olid, cada uno por su lado, se ocupaban en cegar algunos fosos para facilitar las operaciones militares, Sandoval salía de Texcoco el 31 de mayo, con treinta y cinco mil hombres, a apoderarse y destruir Iztapalapa.

El combate que se libró en Iztapalapa fue tremendo. Sandoval, con sus dos grandes cañones de hierro, hizo en la multitud espantosos estragos; al fin se apoderó de Xólotl, punto en que se reunían y dominaban las calzadas que iban para México y lugar igualmente cómodo y fácil para ponerse en contacto con Olid y Alvarado.

En Xólotl encontró Cortés los bergantines, y engrosando sus fuerzas con lo más escogido de las de sus capitanes, abandonando el designio de tomar Iztapalapa, concentró en México toda su atención.

En tal estado de cosas, los mexicanos hicieron una primera acometida en medio de la noche. Cortés la combatió e hizo al siguiente día una salida, que dio por resultado que se apoderasen los españoles de un foso y una trinchera. Los caballos hicieron grandes estragos, y sobre todo los bergantines, que penetraron persiguiendo a los mexicanos por la parte occidental del lago, donde incendiaron muchas casas de los arrabales.

En este intervalo Sandoval terminó felizmente sus operaciones sobre Iztapalapa, y marchó con sus fuerzas hacia Coyoacán; saliendo a su encuentro los de Mexicaltzingo, furiosos, fueron derrotados.

Cortés, teniendo noticia de esa marcha y de un gran foso abierto para impedirla, envió dos bergantines en su auxilio. Dirigióse Sandoval al campo de Cortés con sólo diez hombres, y al hallar combatiendo a los españoles, no obstante sus fatigas tomó parte en la lucha y fue herido en una pierna. Otros muchos españoles quedaron heridos pero a pesar de esto, las pérdidas inmensas de los mexicanos y el terror que les causaba la artillería fueron tales, que en muchos días no osaron acercarse al campo de Cortés. A pesar de esto, los españoles pasaron seis días en perpetuos combates, descubriendo en sus correrías un amplio y hondo canal que penetraba hasta el centro de la ciudad, y del que sacaron mucho partido como veremos más adelante.

Alvarado por su parte apretaba el cerco entre reñidos combates que le costaron algunos hombres, pero se apoderó de fosos y trincheras importantes.

Habiendo notado que por el camino del Tepeyac recibían los mexicanos constantes auxilios, lo comunicó a Cortés, quien mandó a Sandoval con ciento dieciocho hombres para que cortase toda comunicación, y así lo hizo el infatigable capitán, a pesar de la herida de su pierna, quedando efectuada la interceptación absoluta entre el agua y la tierra firme.

Hechos los preparativos anteriores, Cortés, con quinientos españoles y más de ochenta mil aliados, en combinación con Sandoval y Alvarado, al frente de otros ochenta mil hombres y apoyado poderosamente por los bergantines, dispuso su entrada a la ciudad.

A los primeros pasos encontraron los invasores un foso inmenso defendido por una trinchera de diez pies de altura, coronada de multitud de mexicanos. Los bergantines fueron allí rechazados; pero adelantándose temerariamente los españoles, repelieron a sus contrarios hasta encontrar otro foso y otra trinchera formidables; tomáronlos, y así se fueron sucediendo una serie de combates en fosos y en trincheras, hasta que penetraron los españoles en la plaza principal de la ciudad.

Amedrentados los mexicanos, huyeron al recinto del templo; allí los persiguieron los españoles con encarnizamiento, y cuando creían haber alcanzado una gran victoria, tropas mexicanas de refuerzo les atacaron por la espalda, envolviéndoles, agobiándoles, obligándoles a retirarse por el camino que habían traído, dejando en poder de los mexicanos un cañón de fierro.

En esta refriega penetraron a la plaza, atropellando por todo, algunos caballos; los mexicanos, que los veían como fieras invencibles, se desordenaron abandonando el templo y la plaza, que recuperaron los españoles sin gran dificultad.

Diez o doce nobles que quedaron defendiendo valerosamente el atrio del templo, fueron muertos por los españoles.

Éstos en su retirada, incendiaron las mejores y más hermosas casas de Iztapalapa, haciendo lo mismo por sus rumbos Alvarado y Olid.

Los tlaxcaltecas en estas jornadas mostraron un valor extraordinario, y merecieron los mejores elogios de los españoles.

Las fuerzas de Cortés engrosaban momento por momento con nuevos aliados que él acogía muy benignamente.

Los de Texcoco, los de Xochimilco y los otomites le facilitaron sobre setenta mil hombres.

Para completar Cortés su plan de asedio, le faltaba establecer de un modo activo las hostilidades por agua. A este efecto, dispuso que seis bergantines entre Tacuba y Tepeyac sostuvieran la interceptación, auxiliando a Alvarado y a Sandoval, y los otros surcaron el lago en todas direcciones, apresando y echando a pique las barcas que llevaban auxilios a los mexicanos.

Cortés, después de las determinaciones anteriores, siempre en combinaciones con sus capitanes, hizo una nueva entrada en la ciudad, repitiendo muchos combates parciales, en fosos y trincheras reparados totalmente con actividad increíble por los mexicanos.

Los sitiadores penetraron, aunque con esfuerzos inauditos, hasta la plaza mayor; allí pegaron fuego a algunos templos y casas notables, entre las que se cuenta el magnífico palacio de Axayácatl, donde en otro tiempo, como sabemos, se habían alojado los españoles, y la casa de pájaros de Moctezuma.

Los españoles se retiraron después de ejecutar estas atrocidades; dejando honda impresión en los mexicanos, más que la barbarie de las hostilidades, la mofa y el escarnio de que hicieron ostentación los aliados de Cortés.

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