Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo Prieto | SEGUNDA PARTE - Lección III | SEGUNDA PARTE - Lección V | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
SEGUNDA PARTE
Lección IV
Alojamiento en Tlaxcala. Xicoténcatl. Tentativas de Cortés sobre conversión de los indios. Bautismos de indias. Nuevas alianzas. Cholultecas. Doña Marina. Incendio y horrorosas matanzas en Cholula. Disculpas frívolas.
Dejo a la consideración de mis oyentes la apreciación de la sorpresa de españoles y de indios en sus entrevistas; la novedad para los unos; el asombro y la pavura de los otros.
En Tlaxcala fueron alojados los españoles espléndidamente, recibiendo a cada momento testimonio de leal y sincera amistad. Los presentes y agasajos se multiplicaban; la abundancia de víveres tenía en holgura y contento a los conquistadores.
A pesar de todas las pruebas de adhesión que recibía Cortés, su vigilancia era extrema y rigurosas sus prevenciones para evitar una sorpresa. Esto, percibido de sus fieles aliados, les hizo prorrumpir en quejas, y les determinó sin duda a llevarle, para afianzar su alianza, algunas doncellas hermosísimas para que se desposasen con Cortés y sus principales capitanes.
El mismo Xicoténcatl, padre del afamado general que tanto se distinguió en las batallas de los tlaxcaltecas contra Cortés, presentó a una de sus hijas, bella como un ensueño de felicidad, y fue dada a Pedro de Alvarado, a quien ya hemos hecho notar por su gentileza y su bravura.
Cortés acogió a las damas que iban en lo futuro a ser de su familia, por expresarme así; pero advirtiendo con sagacidad que impedían los matrimonios proyectados las creencias diferentes, aprovechó la ocasión para explicar las excelencias del cristianismo y disuadirlos de la práctica de su culto abominable, insistiendo en que suspendiesen los sacrificios humanos.
Los tlaxcaltecas, aunque sumisos a Cortés, mostraron su resolución de no abandonar sus creencias sino con la vida, por lo cual se limitó a pedir uno de sus cues o pequeños templos a los tlaxcaltecas, para levantar allí un altar a la Virgen María, y mandar se celebrase la misa.
Bautizáronse las indias presentadas a los españoles, tomando las tres principales de entre ellas los nombres de doña Luisa, doña Leonor y doña Elvira.
Entretanto Cortés no perdía momento para extender su prestigio y contraer nuevas y poderosas alianzas, y para informarse de la topografía de México, sus recursos y cuanto le era conveniente para el logro de su colosal empresa.
Maravillaban a los españoles las relaciones sobre estos particulares. Pintábase a México situado en una isla inexpugnable; hacían mención de sus palacios, de sus templos suntuosos, de sus puentes y calzadas, y exponían con vivos colores el cuadro que ya conocemos de la verdadera magnifencia que ostentaba Moctezuma.
En el alma de los asombrados aventureros surgían encontrados afectos de ambición y de perplejidad al lanzarse a un (lugar) desconocido, fantástico, seductor y rodeado de peligros.
Cortés envió aviso a los cholultecas para que lo recibieran al disponerse a partir de Tlaxcala.
Los cholultecas eran en un tiempo, como ya sabemos, fieles amigos y aliados de los de Tlaxcala; pero en una batalla que ambos pueblos dieron a los mexicanos, los cholultecas mataron por la espalda a sus aliados, de acuerdo con sus enemigos, y tan horrenda acción infundió, como era natural, odio profundo. Así es que cerca de Cortés aparecían encontradas influencias.
Los embajadores mexicanos trabajaban por que el conquistador desconfiase de los tlaxcaltecas, para así privarlo de su poderoso auxilio. Los tlaxcaltecas, ya comprometidos con Cortés, procuraban que evitase toda unión con los de Cholula, porque los agentes de los mexicanos tenían que obrar conforme con las inspiraciones que de ellos recibiesen.
Los mexicanos instigaban a los de Cholula para que traicionasen a Cortés, y éste observaba la marcha de las cosas, disimulando, para no descontentar a los mexicanos.
Los tlaxcaltecas, de acuerdo con su odio a los de Cholula, hicieron entender a Cortés que era despreciativo e inconveniente el manejo que había tenido no enviándole mensajeros ni dándole testimonio alguno de simpatía.
Los cholultecas se excusaron de su falta, haciéndole presente que motivaba su conducta el encontrarse en un pueblo enemigo; pero esta respuesta la dieron a Cortés por conducto de cuatro plebeyos, lo que era despreciativo; procuró nuevas explicaciones y nuevas excusas, quedando el uno con sus desconfianzas, burlándose los otros de los españoles.
Emprendió Cortés su viaje en medio de aclamaciones y agasajos; despidió parte de sus fuerzas aliadas, y se avistó a la ciudad con sus españoles y cosa de seis mil indios sus aliados.
Cholula era considerada ciudad de alta importancia; tenía sobre cuarenta mil casas y multitud de templos; sus industrias se encontraban en el estado más floreciente.
Fabricaban los cholultecas ricas telas de algodón, en la alfarería no conocían superior, y en joyería gozaban de renombre.
Toda la ciudad acudió a la entrada de los españoles; derramaban flores a su paso; tañían sus desapacibles instrumentos músicos y les presentaban frutas y víveres.
Cortés fue alojado en una de las principales casas, amplia, cómoda, de extensos patios, y de capacidad bastante para contener un ejército.
A los muy pocos días de estar Cortés entre los cholultecas, comenzó a notar que le faltaban víveres; hubo rumores de desconfianza; denuncias ciertas dieron consistencia a las sospechas.
Doña Marina prevía, vigilaba, acogía las denuncias con honda reserva, cuidando a Cortés con diligencia suma y valiéndole por todo un ejército.
Persuadióse por fin Cortés de lo que pasaba; supo que el suelo estaba minado, y que por las calles que forzosamente tenían que pasar, había encubiertos hoyos llenos de estacas agudísimas para inutilizar su caballería. Las mujeres y los niños habían emigrado de la población muy disimuladamente; en una palabra, la ciudad entera se había convertido en una inmensa trampa; no debía salir con vida ninguno de los amigos de Cortés.
En situación tan peligrosa, resolvió Cortés tentar todos los medios que le parecieron oportunos para salvarse.
Llamó a su presencia a los sacerdotes y los nobles; les preguntó si tenían queja de él o de sus soldados; les prodigó los testimonios de su consideración. Los cholultecas contestaron muy satisfechos, creyendo así encubrir sus intentos, y Cortés quedó mucho más desconfiado y resuelto a jugar el todo por el todo en aquellance terrible.
Manifestó al último su intento de proseguir su camino, y los cholultecas se fueron contentos, creyendo llegada la hora de la destrucción de los españoles.
Al siguiente día de esta entrevista y al despuntar el sol, salieron los tlaxcaltecas con órdenes severísimas de que arrollasen todo lo que obstruyese su paso, sin respetar sino a las mujeres y a los niños.
Prontos los soldados de Cortés, en buen orden y aprestados para el combate, esperaron la llegada de los nobles y de los criados que traían víveres y obsequios a Cortés.
Penetraron en el patio rodeando a los españoles: Cortés dio orden para que custodiasen las puertas de modo que no dejasen salir a ninguno de los que en aquel recinto se encontrasen, y así, en medio de ellos, les requirió de nuevo si tenían queja de él y de la conducta de las tropas: respondieron negativamente; entonces Cortés, con el rostro encendido en ira, y ebrio de furor, les echó en cara su perfidia y dio la terrible señal de la matanza.
Cayeron los españoles sobre aquellos desgraciados, como un grupo de tigres rabiosos, destrozando, sus cuerpos, bañándose en sangre, cubriendo el pavimento con un todo formado de entrañas, miembros y despojos humanos. Encarnizados aquellos feroces soldados, salieron como torrente de llamas, asolando todo lo que encontraban a su paso, y propagando la espantosa carnicería. Los indios aterrados y sucumbiendo a millares al principio se rehicieron en medio de los alaridos de las mujeres, los gritos de los moribundos y el horror de la pelea; acogiéronse a los templos, y desde ellos opusieron vigorosa resistencia: de repente comienza el incendio; vuela de casa en casa, y ondea sobre los templos, difundiendo el espanto.
Oigamos a Clavijero:
Arden las casas y las torres de los santuarios; por las calles no se ven más que cadáveres ensangrentados o próximos a que los devoren las llamas: sólo se oyen insultos y amenazas, los débiles suspiros de los moribundos, las imprecaciones de los vencidos contra los vencedores, y los lamentos que dirigen a sus dioses quejándose de que los habían abandonado.
Apartemos los ojos de ese horrible cuadro ...
Vuelto Cortés a su alojamiento, hizo cesar, aunque muy tarde, la matanza ... Después quitáronse de las calles los cadáveres, volvieron las mujeres y los niños a pisar las cenizas formadas con los despojos de su pueblo y los huesos de sus padres, y sobre la ciudad aniquilada apareció el signo de la cruz, como designando el suplicio horrible ... no la redención de un pueblo.
Fingió creer Cortés, y así lo comunicó a los embajadores de Moctezuma, que los mexicanos no habían tenido parte en aquellas maniobras, encargándoles dijesen a su señor, que si hasta aquel momento habia sido bueno, podía no ser así en lo sucesivo.
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