Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo Prieto | SEGUNDA PARTE - Lección V | SEGUNDA PARTE - Lección VII | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
SEGUNDA PARTE
Lección VI
Insta Cortés por el reconocimiento de su Rey y sumisión a su religión. Anuencia de Moctezuma a lo primero; resistencia a lo segundo. Cortés reconoce la superioridad de fuerzas de Moctezuma. Síntomas de rebelión. Capilla a la Virgen. Tesoro. Muerte de Escalante. Cortés manda quemar vivos a los que lo mataron. Prisión de Moctezuma en el cuartel de los españoles. Alarmas. Arribo de Narváez a Veracruz. Marcha Cortés a combatirlo, dejando a Alvarado en su lugar. Matanza espantosa ordenada por Alvarado. Furor de los indios. Victoria de Cortés sobre Narváez. Vuelve a México. Escasez de víveres.
Posesionados los conquistadores y sus aliados del palacio de Axayácatl; distribuidos sus guardias; prevenido Cortés para evitar una sorpresa, dedicó su atención a abrirse paso en el ánimo del monarca, y a conseguir, ya por la astucia, ya por la mal encubierta amenaza, robustecerse, haciendo de Moctezuma el primero de los instrumentos de su conquista.
Pero en las varias pláticas que en las frecuentes visitas a Moctezuma empeñaba Cortés, notó que reconocía este monarca al poderoso Rey de los blancos, se allanaba a prestarle obediencia y rendirle tributo; pero en cuanto a soportar ajeno mando, lo mismo que en cuanto al cambio de religión, pudo percibir obstáculos invencibles para la realización de sus miras.
Frecuentemente emprendía Cortés pláticas sobre la excelencia de sus creencias; aventuraba la idea de sustituir la cruz a los ídolos, y de exponer en los altares la imagen de la Virgen María; pero unas veces la evasiva y otras la repulsa, frustraban los designios de Cortés.
En cambio, Moctezuma, afable en alto grado, dadivoso hasta rayar en la prodigalidad, llenaba de regalos a oficiales y soldados, irritando con esto su codicia y empeñándolos más en su temeraria empresa.
Pero si tales estímulos eran en alto grado poderosos, palpaban los peligros que de todas partes los rodeaban, y al tender la vista a su derredor, se encontraban con el peligro de perecer antes de dar fin a su intento temerario.
Al reconocer la ciudad, inmensamente poblada, con sus blancas casas de piedra, sus elevados templos, sus mil puentes, los fosos profundos que en todas direcciones cruzaban, medían la cortedad de sus fuerzas, conocían lo inútil de su caballería y se persuadían de su inferioridad, al extremo que algunos historiadores dicen que si hubiese arrojado una sola piedra cada uno de los que, como enemigos, rodeaban a Cortés, habría sido bastante para desaparecer al conquistador y a sus aliados.
En tales circunstancias, comenzaron a notar los españoles síntomas de sorda pero tremenda hostilidad; ya resentían cierta escasez de víveres, que se disculpaba malamente; ya veían algunos sospechosos reconociendo los muros en son de amenaza; ya sabían que por Iztapalapa, Tacuba y Azcapotzalco se levantaban fuerzas proclamando la muerte de los extranjeros sus enemigos y enemigos de sus dioses.
Cortés seguía visitando a Moctezuma, recibiendo obsequios de joyas de sus propias hijas, e instando por la propagación de su creencia.
Logró en estas entrevistas se le permitiese construir dentro de su palacio una capilla en que colocó la imagen de Nuestra Señora, se dijo misa y se practicaban actos de devoción.
Cuando estaban en la construcción de la capilla en uno de los muros sonó hueco; acudieron a inspeccionar los españoles, y encontraron una puerta tapada. Abriéronla, y se ostentaron a sus ojos parte de los tesoros de Axayácatl: oro en profusión y piedras preciosas, primorosos tejidos y mosaicos de encantadora belleza.
Atónitos los conquistadores con aquel descubrimiento mágico, dieron cuenta a Cortés, quien mandó cubrir la puerta como antes estaba, no sin aprovechar la ocasión de hacer comprender a sus compañeros la rica recompensa que esperaba a sus rudos afanes.
Como hemos dicho, luchaban entre los más encontrados afectos los españoles, cuando Cortés se cercioró de la noticia del ataque a los de Zempoala y de la derrota y muerte de Escalante.
Algunos dicen que en esa refriega cogieron a un español vivo, lo sacrificaron, le cortaron la cabeza y la pasearon en triunfo, desmintiendo la pretendida inmortalidad de los españoles.
Cortés estaba persuadido de que por instigación de los mexicanos se cometieron semejantes atentados, que le ponían en evidente riesgo de perecer.
Hizo presente a Moctezuma su enojo y le urgió para que entregase a los culpables; el débil monarca condescendió con esta exigencia; aprehendieron y pusieron a disposición de Cortés a los acusados como reos de la muerte de Escalante, y el bárbaro conquistador los mandó quemar vivos y refinó los tormentos de los que con motivo de la acusación cayeron en sus manos.
La sangre incendia; aquellas ejecuciones despertaron en las almas el dormido patriotismo, y las hostilidades se hicieron más visibles y resueltas.
Cortés midió la profundidad del abismo abierto a sus pies, y tomó consejo de la propia desesperación.
Resolvióse a aprehender a Moctezuma, llevarlo a su palacio y tenerlo en rehenes de su seguridad.
Aprovechó un día de entrevista, fue a su palacio con hombres escogidos y perfectamente armados, como lo estaban siempre aun para dormir.
El descuidado monarca agasajó más que nunca a su alevoso amigo, y éste, diestro pérfido, le hizo presente la conveniencia de que se fuese a vivir con él llenándole de atenciones.
Moctezuma cedió a aquella prisión inicua y pasó al palacio de Cortés en unión de sus sobrinos Cuitlahuatzin y Cuauhtemotzin, donde le pusieron bajo la vigilancia de fuertes guardias.
Apenas se propagó la noticia de la acción temeraria de Cortés, cuando estalló el rencor y se hizo sensible el rompimiento.
Moctezuma procuraba calmar los ánimos, diciendo que por su voluntad estaba al lado de Cortés; haciendo allí su despacho y dando desde allí sus órdenes; pero esto no calmaba a la multitud, que llegaba en oleadas hasta los muros del palacio en que estaba Cortés, pidiendo a grito herido la libertad de su Rey.
Aunque Moctezuma aparentaba gran conformidad, tenía sin embargo el resentimiento en el corazón y la negra trizteza en el alma. En una de las veces que se le expuso para que calmase a sus súbditos, quiso precipitarse de la altura en que se encontraba, pero le contuvieron sus custodios.
Alarmados estaban los conquistadores con la certeza de un pronto rompimiento, cuando un correo secreto trajo a Cortés la fatal nueva de que en el puerto de Veracruz se habían avistado dieciocho bajeles, numerosas tropas y trenes de guerra, al mando del valiente Pánfilo de Narváez, enviado por Velázquez.
Cuando la muerte de Escalante, envió Cortés a que lo sustituyera a Sandoval, uno de sus más expertos e intrépidos capitanes, quien confirmó con su fidelidad y denuedo lo acertado del nombramiento.
Aparentemente las cosas estaban en la mayor calma. Moctezuma parecía resignado en su prisión; alentaba los juegos de los españoles, les regalaba sin cesar, protegía a algunos, especialmente a Orteguilla, a Ojeda y otros, y aun parecía mezclarse en sus juegos y que se iniciaba en sus costumbres.
A la noticia de la llegada de Narváez, Cortés fingió una ocupación imprescindible en Zempoala, y fuese allá con algunas fuerzas dejando reencargado a Moctezuma, y dando instrucciones para que mantuviesen aquella difícil situación mientras él volvía.
Como dijimos, partió para Zempoala al encuentro de Narváez. Éste desembarcó, posesionóse de una parte de la costa, componiéndose su fuerza, como indicamos, de dieciocho buques, dos mil hombres, regular artillería y las correspondientes provisiones de guerra.
Cortés, sin pérdida de momento, con profundo secreto y cautela, de acuerdo con Sandoval, que en esta emergencia prestó los más importantes servicios, cayó de improviso con sus pocas pero resueltas fuerzas sobre Narváez, al que hirió y apresó, poniéndole grillos; hizo en sus tropas horrorosos estragos, sometiéndolas al fin, halagando a los que se le mostraban edictos, y haciéndose de buques, tropas y refuerzo con que volvió a México triunfante y poderoso.
Entretanto en México quedó Alvarado al frente de sólo ciento cuarenta españoles y de los indios sus aliados. Durante una fiesta de Huitzilopochtli, multitud de indios entraron al patio del palacio en que se hallaba Moctezuma, danzando y entregándose al regocijo; y sea que Alvarado temiese el alboroto, sea, como otros afirman, por apoderarse de las alhajas que ostentaban muchos concurrentes, cargó sobre ellos, cebándose como trigre y produciendo una mortandad horrible entre aquella gente confiada e indefensa. Enfurecido el pueblo por tan negra traición, atacó a los enemigos destruyendo parte del muro del edificio en que se hallaban; rechazados con mucha pérdida, dieron otro y otro asalto, dejando montones de cadáveres entre lagos de sangre ... Quemaron las canoas que tenían los españoles y abrieron alrededor de su palacio un ancho y profundo foso, intentando sitiar por hambre al enemigo.
Sabedor Cortés de tan graves sucesos, apresuró su marcha con el refuerzo que le había dado la victoria sobre Narváez, llegó a México, aprehendió a Alvarado, mostróse severo con Moctezuma y ocupó algunos edificios del recinto del Templo Mayor, próximos a sus cuarteles.
Como la escasez de víveres se había hecho notable, quejóse de ello a Moctezuma, y éste dijo que no se podrían conseguir mientras estuviesen presos los principales personajes del imperio.
De resultas de esto, obtuvo libertad Cuitlahuatzin para procurar provisiones.
Cuitlahuatzin era joven lleno de talento y de bravura, patriota hasta la heroicidad, y resuelto como ningún otro guerrero mexicano.
Luego que consiguió la libertad, se puso a la cabeza del levantamiento del pueblo, y lanzó el grito de vencer o morir.
Después de la llegada de Cortés, diarios y frecuentes fueron los combates, haciéndose hecatombes horrorosas, incendiándose templos y multitud de casas, y volviendo de estos horribles encuentros y derrota dispersos los españoles a sus cuarteles.
Entre los más terribles combates se cuenta, cuando se incendió el Templo Mayor, que parecía que en inmensa hoguera se había convertido la gran ciudad.
Agotados los víveres, más y más alentados los mexicanos, habían logrado a costa de miles de vidas, hacer sensible su superioridad: Cortés resolvió abandonar el campo y salir de la ciudad en el más profundo silencio y con todas las precauciones posibles.
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