Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo Prieto | TERCERA PARTE - Lección XVI | TERCERA PARTE - Lección XVIII | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
TERCERA PARTE
Lección XVII
Don Félix Berenguer de Marquina, 55° Virrey. Don José Iturrigaray, 56° Virrey.
Cuando el viento tempestuoso de la revolución francesa atravesó los mares, coincidiendo con alguna comunicación con la península y con Europa; cuando por estrechos resquicios y desfigurados, penetraron entre cierto número de mexicanos los debates sobre los derechos del hombre, nació naturalmente la idea de la reivindicación de esos derechos en México, y de consiguiente la de independencia. Pero ¿cómo producirse movimientos uniformes y poderosos con esa masa salvaje y con esos interesados en la causa del despotismo?
Esas masas, para las que era santa la Inquisición; indisputable el derecho divino de los Reyes, decisiva la tiranía del soldado, legítimas las mutilaciones y la picota, ¿podrían producir los frutos de los pueblos libres y civilizados?
Las personas que con sacrificio de cuanto tenían de más amado se encargaron de la regeneración de esos seres, que no podían llamarse pueblo, tenían que amoldarse a sus instintos, contemporizar con sus inconsecuencias, abajarse hasta hacerse entender de los más rudos y sacar el partido posible de su propia superstición y de sus mismos instintos feroces.
Alamán, Zavala, Mora, Cuevas y aun los escritores contemporáneos, como Fernández de Lizardi, Bustamante, Quintana Roo, Cos, Villaseñor y otros, juzgan de las ideas ajenas desde el punto de Vista de las suyas propias, y este error capital ha dejado sin sano criterio nuestra historia.
Tal comenzaba a ser la disposición de los espíritus al principiar el presente siglo y tomar posesión del Virreinato don Félix Berenguer de Marquina (1); personaje oscuro que debió sin duda alguna al favor su encumbramiento al poder, puesto que era notoria su escasa capacidad.
En los primeros días del gobierno de este Virrey, tuvo noticia de una conspiración de los indios de Tepic y la invasión del aventurero Nolland en las provincias de oriente, con el pretexto de comerciar en caballos, pero en realidad con el objeto de hacer el contrabando.
La conspiración no resultó comprobada; a Nolland lo mandó perseguir el Virrey con el brigadier don Félix María Calleja, comandante de la brigada que guarnecía a San Luis Potosí. Nolland murió en un encuentro en Tacahuana, auxiliando a Calleja el teniente don Miguel Múzquiz.
No satisfecho el Virrey con el éxito obtenido, estableció permanentemente un cantón militar en San Luis Potosí, al mando de Félix María Calleja; y no tanto porque no se repitiera una intentona como la del contrabandista que hemos mencionado, cuanto porque se tenían noticias de gérmenes revolucionarios que mantenían en alarma al Virrey.
Por lo demás, la administración continuaba tranquila; mencionándose en los últimos días de este Virrey el estupendo temblor de Oaxaca el 5 de octubre de 1801, y en 1802 la fundición de la estatua ecuestre de Carlos IV, colocada en la plaza principal de México el 9 de diciembre de 1803, gobernando Iturrigaray.
Concentremos ahora nuestra atención en la narración de los sucesos que van a seguir, y antes veamos cómo explica el señor Alamán el movimiento de Iturrigaray, prólogo evidente de la revolución de Independencia.
Habla el historiador a que nos acabamos de referir, de Iturrigaray diciendo que era nativo de Cádiz, que se condujo con valor como coronel de carabineros en la batalla de Rosellón, y que más que por sus méritos y distinción, vino al gobierno por el influjo de Godoy.
Las gratificaciones que recibía el Virrey le formaron un capital considerable, en el que tenía parte el célebre Príncipe de la Paz.
A los manejos del Virrey se unía la conducta despreocupada de la Virreina y de sus hijos.
El Virrey era de medianos talentos, y en la administración no hizo innovaciones notables.
Atribuye el señor Alamán considerable influencia al Ayuntamiento y al Consulado en los acontecimientos que vamos a narrar.
En el Ayuntamiento figuraba don Juan Francisco Azcárate, y el licenciado Verdad, actores notables entre los principales; y en el consulado, don Francisco y don Antonio Terán, y don Antonio Bassoco.
A poco de tomar posesión del mando el nuevo Virrey, visito las minas de Guanajuato, donde recibió suntuosos regalos y dio a conocer la venalidad.
Por aquellos días (1804) llegó a México, el arzobispo don Francisco Javier Lizana, y la expedición de don Francisco Javier Balmis para la administración de la vacuna; pero a éste le había precedido el médico don Alejandro Arbolella, que vino con Iturrigaray, y fue realmente el introductor de aquel precioso preservativo de las viruelas.
Con motivo de la captura que hizo Inglaterra de cuatro fragatas de guerra españolas que se dirigían a Cádiz, le declaró la guerra España, recibiendo orden Iturrigaray para poner a México en estado de defensa, lo que ejecutó el Virrey con suma diligencia.
No descuidaba el Virrey por estas atenciones otros ramos interesantes, como el desagüe, que mereció su atención, y el bando sobre la reglamentación de los obrajes (1805), que alivió en mucho la suerte de los trabajadores.
Entretanto en España se verificaban acontecimientos de influjo decisivo en la causa de la Independencia.
En los días 17 y 18 de marzo de 1808 estalló en Aranjuez una conspiración que dio por resultado el destierro de Godoy y la abdicación de Carlos IV.
Ocupó el trono, en medio de entusiasmo general, el príncipe de Asturias Fernando VII.
Esta elevación contrariaba los planes de Napoleón, quien ocupó, por medio de su cuñado, la España, dirigiendo sus manejos a fomentar las divisiones de familia. Llamó y puso preso en Bayona a Carlos IV, Fernando VII y toda la familia real.
Hizo que Carlos IV protestara contra las violencias de Fernando; éste, amedrentado, renunció la corona en favor de José Bonaparte. Murat fue nombrado lugarteniente, aprobado por Napoleón.
Los odios que engendraron las usurpaciones y perfidias de Napoleón, estallaron en el glorioso levantamiento del 2 de mayo en Madrid.
El entusiasmo por el Rey joven Fernando era extremo, no obstante su conducta inconsecuente y villana.
Formóse una junta independiente en Sevilla, que se nombró Suprema de España e Indias, y pretendía el gobierno del Reino; pero sólo fue obedecida por Córdoba, Jaén y Cádiz.
Las otras provincias nombraron también sus juntas, si bien benéficas, porque multiplicaban los centros de acción sin representación de unidad gubernativa.
El 8 de junio de 1808 llegaron a México las noticias de España a las manos del Virrey, que se encontraba en las fiestas de pascua de Tlalpan, consistentes en albures, peleas de gallos y bailes, trasladándose a aquel lugar pintoresco las familias principales y gran parte del pueblo de México.
Hízose saber al público, con reserva, lo ocurrido. El Ayuntamiento decidió sostener a la casa reinante, en representación del pueblo. Éste se mostró orgulloso y satisfecho de figurar de alguna manera en los acontecimientos políticos. El Virrey, que carecía de instrucciones para obrar en aquella emergencia, manifestó simpatías por los que aparecían sosteniendo a Fernando VII. Esta circunstancia le creaba afecto de los criollos, pero le hacía, por lo mismo, sospechoso a los españoles.
Ocupado el trono español por un monarca intruso (Historia de México, autor anónimo), y teniendo cada una de sus provincias un gobierno local, había desaparecido ese centro que constituía a la nación en metrópoli de las colonias.
Al Ayuntamiento de México quiso su junta central y que se nombrase una asamblea compuesta de diputados de todas las provincias, inspirado por los licenciados Azcárate y Verdad.
El Virrey acogió favorablemente la petición, pero el real acuerdo la calificó contraria a los derechos de la corona, llevando la voz los oidores Aguirre y Bataller. Iturrigaray insiste en la creación de la junta; la Audiencia se empeña en contrario. Naturalmente, al lado del Virrey estaba el pueblo; la Audiencia representaba el partido español (2).
La junta se instaló el 9 de julio, en el salón principal de Palacio, y a ella concurrieron la Audiencia, el Ayuntamiento, el arzobispo, el clero y lo más notable de México.
Tomó la palabra el licenciado Verdad, y en su discurso explayó, con verdadero asombro de oidores y clérigos, el sublime y evidente principio de la soberanía del pueblo, terminando con proponer la proclamación de Fernando VII.
El escándalo fue estupendo; los asesores de la Audiencia tomaron como energúmenos, la palabra. El inquisidor don Bernardo Bravo calificó de proscrita y anatematizada por la Iglesia la alocución de Verdad; el oidor Aguirre aparentó no entender lo que significaba la palabra pueblo tratándose de Nueva España.
Por último, todo lo que se acordó en aquella junta fue la proclamación de Fernando VII, entonces preso en poder de los franceses en 13 de agosto del año anterior.
Tres días antes de la proclamación de Fernando, se presentó en Veracruz con bandera francesa una goleta portapliegos. El castillo rompió contra ella sus fuegos; la correspondencia fue quemada, el pueblo se atumultó creyendo que a bordo de la fragata venía don José de Azanza, ministro de Bonaparte, y que se ocultaba en la casa de don José Ceballos; éste tuvo que fugarse para Ulúa, viendo invadida su casa, Y que partir después para los Estados Unidos. Como resultado de esta manifestación de opinión fueron reducidos a prisión Azcárate, Verdad y el padre fray Juan de Talamantes, natural de Lima.
Este sacerdote había escrito mucho en favor de los intereses de la colonia; formó una curiosa constitución política y tuvo la audacia de comunicar algunas de sus ideas a lturrigaray.
Talamantes fue conducido a Ulúa, donde murió, cubriendo el misterio de tinieblas su muerte.
La Audiencia y la Inquisición atizahan la inquietud con publicaciones vehementes que irritaban las inquietudes del partido europeo, En tales circunstancias llegaron a México dos comisionados (don Manuel de Jáuregui, cuñado del Virrey, y don José Gabriel Javat) de la junta de Sevilla, pretendiendo el reconocimiento de aquélla. El Virrey se negó abiertamente a la pretensión, ofendido por la conducta de los comisionados, que se habían dirigido al gobierno de Veracruz con atropello de su autoridad.
Reunióse una junta de personas notables, a petición del fiscal Robledo; los fiscales opinaron por el reconocimiento. Éste se decidió al fin, y el arzobispo ofreció relajar el juramento de los oidores. Pero en aquellos momentos llegaron pliegos de la junta de Oviedo en Asturias, y por esta circunstancia se suspendió lo acordado.
El Virrey, hundido en hondas cavilaciones, quiso tener por escrito los fundamentos de los votos de la junta; de resultas del examen del expediente, manifestó su deseo de renunciar, pero lo disuadió el regidor Méndez Prieto, hablándole en nombre de la ciudad.
Resolvióse, pues, el Virrey a instalar la junta el 1° de septiembre; el partido europeo se exaltó, maquinando por impedir la reunión, y teniendo noticia de la aproximación de tropas a la ciudad de México, determinó en su desesperación un golpe decisivo.
El 15 de septiembre don Gabriel de Yermo, rico propietario de Cuernavaca, con conocimiento de la Audiencia y el arzobispo, con trescientos hombres se apoderó de la persona del Virrey que dormía en Palacio descuidadamente, lo puso preso con sus dos hijos en uno de los departamentos de la Inquisición, conduciendo al resto de la familia al convento de San Bernardo.
Los conjurados con los oidores, el arzobispo y otras autoridades, declararon depuesto el mando al Virrey, nombrando interinamente al mariscal de campo don Pedro Garibay.
Notas
(1) Marquina, por una de esas aberraciones inexplicables de la ignorancia, cayó para con los historiadores en el desprecio y el ridículo, mencionándose como lo característico de su gobierno la construcción de una fuente que no produjo agua nunca, y los pésimos naipes de Macharaviaya, lugar del nacimiento de Marquina. Pero lo cierto y comprobado es que este Virrey fue un gobernante benéfico, probo, inteligente y que muchas de sus medidas deben citarse con elogio. Marquina apoyó la división de la California para su mejor administración; atendió y robusteció el poder de los municipios; dio muy acertadas disposiciones de policía; prohibió con la mayor energía las corridas de toros; corrigió los abusos de los gremios, haciendo que las mujeres se dedicaran a las industrias que les parecieran; protegió con ardor el pensamiento de la introducción del agua de Jalapa a Veracruz. En la milicia hizo reformas importantes, y cuando se separó del poder fue universalmente sentido.
(2) Véanse los primeros romances del Romancero nacional, donde se ha procurado pintar estos sucesos con todos los pormenores históricos.
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