Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo Prieto | TERCERA PARTE - Lección XIX | TERCERA PARTE - Lección XXI | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
TERCERA PARTE
Lección XX
Casa de Borbón. Guerra de Independencia. Virreyes de la Nueva España. Conducta del Virrey Lizana. Conspiración de Valladolid. Gobierno de la Real Audiencia (8 a 14 de mayo de 1810). Venegas, 59° Virrey. Grito de Dolores. San Miguel el Grande. Granaditas, saqueo.
En circunstancias bien difíciles se encargaba del poder el señor arzobispo Lizana; la autoridad Virreinal había recibido un terrible golpe con la prisión de Iturrigaray. Los españoles serviles, más que nunca soberbios con sus triunfos, tenían exigencias violentas y aspiraban a que el Virrey fuese instrumento de sus pasiones; el partido de Fernando VII conspiraba, y sus combinaciones se ocultaban en claustroS y palacios.
En Valladolid germinó la idea de independencia con los licenciados Michelena, Soto y el capitán García Obeso, descubiertos y puestos en libertad con prudencia política. Los criollos, amigos de la independencia, se aleccionaban y aprovechaban las oportunidades para sus planes. El Virrey tomó el partido de los oprimidos, oponiéndose a toda persecusión injusta. Esto descontentó a los españoles, que procuraron su remoción y la lograron, aunque encubriéndose el desaire con enviarle al arzobispo la cruz de Carlos III.
En el intervalo de seis días que quedó vacante el Virreinato, entró a gobernar la Audiencia. Este cuerpo influyente dio nueva organización a sus trabajos para expeditarlos y creó una junta de seguridad para juzgar reos políticos, quitando el conocimiento de estas causas al oidor Blaya que se había hecho odioso por su suspicacia y crueldad.
El decreto de un préstamo de 20 millones de pesos y los preparativos para hacerlo efectivo, acabaron por exasperar los ánimos y exacerbar el odio de los criollos contra sus dominadores.
Bajo tan tristes auspicios, tomó posesión del mando el nuevo Virrey, don Francisco Javier Venegas, jefe del ejército español que en la última guerra se había dado a conocer con poca fortuna.
Como era natural, el nuevo Virrey fue objeto de temores y esperanzas, y trataron de atraerlo a sí los diversos partidos en que estaba dividido el país.
En el camino de Veracruz a México tuvo conocimiento, aunque confuso, de la revolución que había estallado en Dolores.
No bien tomó posesión del mando, previas las ceremonias de estilo, convocó una junta de personas las más notables, que tuvo por objeto la lectura de la proclama de la Regencia que motivó el préstamo, y la mención de los premios concedidos a los que promovieron y llevaron a cabo la deposición de Iturrigaray. En los momentos en que se celebraba esta junta, el grito de guerra se escuchaba en las montañas de Guanajuato, anunciando al mundo los primeros síntomas de vida de la independencia nacional. Busquemos y contemplemos en su origen esta gloriosa insurrección.
Entre las ramificaciones de la conspiración de Valladolid en que Indudablemente figuraba el señor Hidalgo, se contaba Querétaro, con su corregidor don Miguel Dominguez y la señora doña Josefa Ortiz, que contando con la tolerancia debida a su sexo, protegía con ardor a los amigos de la independencia.
Los capitanes del regimiento de la Reina, Allende (1) y Abasolo, el licenciado Aldama y don Joaquín Arias, residentes de San Miguel el Grande los dos primeros, y los últimos en Dolores y sus inmediaciones, se correspondían con los conspiradores de Querétaro, que celebraban sus reuniones con pretexto de juntas literarias. Algunos afirman que el señor Hidalgo no se decidía por que estallase el movimiento, haciéndolo aparecer como secundario en estas primeras tentativas; pero semejante supuesto no es creíble por la importancia real del cura Hidalgo, por la altura de su civilización y de sus dotes, por la influencia que le concedieron los que se consideraron como sus enemigos en primer término, y porque a él y a sus planes se refirieron sus amigos y enemigos ya para confesarse sus cómplices, ya para incriminarlo.
No se han fijado bastante en los celos que había despertado Hidalgo, ni en la vigilancia y amonestaciones de la Inquisición, ni en los encargos obtenidos a pesar de esas sospechas. Esto era más sensible que su conducta en su curato; dulce y humano, propagando entre los indígenas el cultivo de la vid, la fabricación de loza, etcétera, que suponen cierta educación y cierto orden de ideas excepcionales en aquel tiempo, y por último, el irreprochable juicio de Riaño, que dio suma importancia a la revolución luego que supo que Hidalgo la dirigía.
Nació don Miguel Hidalgo y Costilla en 8 de mayo de 1753 en el Rancho de San Vicente de Cuitzeo de los Naranjos, de la provincia de Guanajuato; hizo sus estudios con bastante aprovechanúento, y después de haber servido varios puestos honrosos, desempeñaba el cargo de cura de Dolores.
Relacionóse con Allende, Abasolo y Aldama; hizo entrar en sus confidencias a Garrido, sargento influyente entre sus soldados, y considerado como director del futuro movimiento, estaba en acecho de un momento que fuese propicio.
Don Joaquín Arias, sobrecogido de temor, denunció la conspiración; lo habían hecho sin duda algunas otras personas, como don Mariano Galván, empleado en el correo, y otros. Alarmados los corregidores de tal publicidad, porque al fin eran cómplices, dieron parte al Virrey; pero la señora Ortiz envió un expreso a Allende y Aldama, los que sin pérdida de momento se dirigieron al cura Hidalgo. Entre las varias delaciones la más importante y la que yo tengo por decisiva, fue la del alcalde ordinario de Querétaro, don Juan Ochoa, quien menciona a los conspiradores Altamirano, de la Vega, capitán Arias y otros, poniendo a Hidalgo en primer término como autor y alma de la independencia, por más que las malas pasiones le hayan querido quitar esos títulos indisputables.
En cuanto a los mandarines de México, creyeron, como es de rutina en todos los gobernantes tiranos y estúpidos, que con el empleo de la fuerza y algunas prisiones todo quedaba concluido.
La noticia enviada por la señora Domínguez llegó a Aldama, porque Allende estaba en Dolores. Corrió a dicho punto, donde 1legó el 16 a las dos de la mañana; habló con Hidalgo y con Allende diciendo el primero sin un momento de vacilación: No queda más remedio que ir a coger gachupines; y resolvió en aquel instante, con la expectativa de un sacrificio heroico y confiriéndose él, y sólo él, el título de Padre de la Independencia, levantar el estandarte de la revolución.
Dirigióse a la cárcel, libertó a los reos, se rodeó de serenos y de algunos infelices, y habló en aquella reunión de los avances de los franceses, del mal gobierno y de todo lo que creyó conveniente para exaltar los ánimos, vitoreándose la independencia, a la Virgen de Guadalupe, a Fernando VII, y gritándose mueras a los gachupines y muera el mal gobierno.
Lo estupendo del suceso, la hora, el toque de campanas, algunas antorchas que se encendieron, y las explosiones de ira o regocijo, trajeron el desorden, el saqueo a algunas casas de españoles, y la confusión consiguiente.
Rodeado de una multitud tumultuosa, ebria de júbilo, mal armada con hondas, palos, machetes y fusiles, se dirigió en triunfo a San Miguel el Grande con sus compañeros, adonde llegó al anochecer del 16.
Despoblábanse las rancherias; peones, niños, mujeres, ancianos, a pie, a caballo, en mulas y en asnos, todos seguían en tropel a los caudillos del pueblo gritando vivas, desfogando cóleras, prorrumpiendo en desahogos no para explicados, contra la dominación española y a favor de Fernando VII; en una palabra, todos los delirios de la venganza, el fanatismo y la barbarie, y todos los instintos de la libertad y del derecho.
Verificáronse en San Miguel algunas prisiones de españoles, unióse a Hidalgo allí el regimiento de la Reina, de que eran capitanes Allende, Aldama y Abasolo, y partió para Celaya en dirección a Guanajuato.
En Atotonilco tomó de la sacristía un lienzo con la Virgen de Guadalupe, que estaba en un cuadro, y al vitorearla, el pueblo cOmpletó el grito de ¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!, como la fórmula de los sentimientos más prominentes en aquella multitud, el fanatismo y la venganza.
En Celaya fue proclamado el señor Hidalgo Capitán general de América.
La intendencia de Guanajuato estaba mandada por Riaño, hombre caballeroso y leal, firme, y modelo de altas virtudes.
Riaño, al saber el movimiento de Dolores y que Hidalgo lo acaudillaba, le dio suma importancia, y así lo escribió a Calleja. El 28 de septiembre recibió la intimación de Hidalgo para que se rindiese Guanajuato.
Antes había deliberado sobre el punto en que debería hacer resistencia, y resolvió encerrarse con sus familias, tesoros y elementos de guerra en la Alhóndiga de Granaditas, vasto edificio cuadrado y sin defensa, dominado por altas laderas de montañas, muy inadecuado para la resistencia.
A los enviados de Hidalgo, Abasolo y Camargo, el intendente contestó con suma entereza, y el ejército insurgente voló sobre Guanajuato.
Aquel tropel inmenso, aquellas chusmas de indios y mestizos desarmados, rancheros decididos, niños, mujeres, etcétera, se precipitaron como torrente, inundaron caminos y plazas, hormiguearon en barrancos y alturas, ciñeron, anegaron en gente los alrededores de Granaditas.
El mayor don Diego Berzábal, el señor licenciado Valdés y otros esforzados realistas sostuvieron los primeros choques.
Metralla, piedras, fuego, rabia y frenesí se desataron por todas partes, sucumbiendo el noble intendente Riaño en su puesto y como un héroe (2).
Un hombre oscurísimo del pueblo, llamado por apodo Pípila, en lo más encarnizado de la refriega se puso una loza en la espalda, empuñó una tea e incendió la puerta de la Alhóndiga; el fuego derramó sus llamas sobre el edificio, y aumentó el terror.
La carnicería fue espantosa. Riaño murió en la acción dando ejemplo de honor y de bravura. Los indios se vengaban en Granaditas de la Conquista; parecía que veían entre las llamas a Pedro de Alvarado y a Nuño de Guzmán.
El saqueo, la muerte y toda clase de horrores se desencadenaron sobre Guanajuato.
Hidalgo quiso en vano restablecer el orden por medio de un bando que publicó el 30 de septiembre.
Dio algunas disposiciones acertadas de gobierno, mandó acuñar moneda, fundir cañones, y en sus conferencias mostró no sólo cordura, sino dotes que le atrajeron importantes partidarios.
La fama del nombre de Hidalgo y de los insurgentes voló en las del relámpago, conmoviendo todas las provincias, y desde los pueblos más remotos acudieron gentes a ofrecer a Hidalgo sus servicios y su vida.
El Virrey, con las noticias de los avances de Hidalgo, ni se aturdió ni perdió momento para poner en estado de defensa la capital.
Dispuso, desentendiéndose de las fanfarronadas de los aduladores, que viniesen a México los regimientos provinciales de Tres Villas y Puebla, dejando acantonadas en Oaxaca las fuerzas de Tlaxcala.
Mandó subir a México los soldados de marina de la fragata Atocha, con el capitán de navío don Rosendo Portier, y entre sus oficiales se contaba don Pedro Celestino Negrete.
Ordenó Venegas, con toda energía, a Calleja que residía en San Luis Potosí, marchase a perseguir las fuerzas indisciplinadas de Hidalgo: por último, confió a don Manuel Flon, conde de la Cadena, intendente de Puebla, uno de los más hermosos regimientos, lo que le convirtió a la causa de España.
La Iglesia y la Inquisición, aliadas íntimamente con el Virrey, esgrimieron todas sus terribles armas espirituales contra los patriotas.
Calleja se dispuso a partir contra Hidalgo, exigiendo a sus tropas el juramento de fidelidad a Fernando VII, en San Luis Potosí, con desusada ceremonia.
Flan estaba en Querétaro para unirse a Calleja; allí publicó una célebre proclama en que se jactaba de ir a pulverizar a la despreciable cuadrilla de malvados que mandaba Hidalgo, advirtiendo a los habitantes de Querétaro que si no se manejaban con cordura, volvería a hacer correr arroyos de sangre.
Calleja y Flon se reunieron en Dolores, y compitieron en iniqUidades contra los pueblos indefensos
Hidalgo permaneció en Guanajuato hasta el 10 de octubre, al mando de cincuenta mil hombres. Allí invitó a Iturbide a que se le reuniese, e Iturbide rechazó las invitaciones de los insurgentes.
El 11 de octubre partió Hidalgo para Valladolid donde entró el 17; allí se le reunió el regimiento de infantería provincial, y el 19 salió para Acámbaro con dirección a México. En aquella población pasó revista a su ejército, que se componía de ochenta mil hombres. Antes de partir de Valladolid nombró intendente a don José María de Anzorena, miembro de una familia notable. En Indaparapeo o Charo se le presentó Morelos.
Pasó Hidalgo por Toluca sin detenerse en ella, siguiendo el camino de México; en el monte de las Cruces hizo alto al frente de una brigada de observación, mandada por el coronel don Torcuato Trujillo, constante de siete mil hombres, y en la que figuraba don Agustín Iturbide.
La acción se empeñó entre el empuje desordenado y tumultuoso de chusmas mal armadas y medio salvajes, y fuerzas disciplinadas, dirigidas por jefes inteligentes y conocedores del arte militar. La matanza fue espantosa, y no obstante, dominaron los insurgentes, distinguiéndose Allende con prodigios de valor, lo mismo que Jiménez; y en el bando realista sobresaliendo Iturbide y Bringas, que murió peleando heroicamente.
La conducta de Trujillo fue pérfida y villana. Se jactaba de haber enarbolado bandera de paz solicitando parlamento, haciendo fuego sobre el enemigo, que vino confiado al llamamiento.
A la hora de la derrota abandonó sus fuerzas y se presentó despavorido, con unos cuantos hombres de Santa Fe.
La alarma y la consternación que se apoderaron de la capital fueron estupendas. Gritos, carreras, confusión y tumulto se veían por todas partes, aprestos de marchas, rumores de sublevación, etcétera.
En medio de su aturdimiento los próceres, para acudir a algún elemento popular, discurrieron sacar en procesión solemne a la Virgen de los Remedios, a la que colocaron en el altar mayor de Catedral, acercándose el Virrey a la imagen para conferirle el mando del país, poniéndole un bastón en las manos y ciñéndole banda de generala.
La Virgen de Guadalupe y la de los Remedios venían a recordar, como dice Zavala, la guerra de los dioses.
Hidalgo llegó victorioso a la vista de Santa Fe, emprendiendo en seguida su retirada para el interior, lo que en concepto de muchos equivalió a derrotarse, aumentando la desmoralización de su tropa y privándose de cuantiosos recursos, porque su entrada a México podría haber sido indefectible.
Los que defienden la conducta de Hidalgo, alegan la completa desmoralización de sus tropas, los grandes elementos que quedaban en México para una resistencia invencible, el inminente peligro de poner a sus fuerzas entre los fuegos de la plaza de México y los de Calleja y Flon que venían en su seguimiento, y los horrores, dado caso de penetrar en la ciudad, a que podían entregarse aquellas hordas, sedientas de riqueza y de venganza.
Contra la opinión de Allende y sembrando la discordia de pareceres de gérmenes funestísimos de descontento, tomó Hidalgo el camino de tierra adentro que traían Calleja y Flon, avistándose las fuerzas cerca de Arroyozarco; Calleja, previsivo y con sus fuerzas disciplinadas y escogidas, se situó dividiéndose a la derecha en campo adecuado, y esperó a Hidalgo, porque veía las vacilaciones de sus tropas y temía por el éxito.
Los caudillos insurgentes, sin freno, plan ni disciplina, se lanzaron en tumulto sobre los enemigos en los llanos de Aculco, procurando con su desorden una derrota que exagero, mintiendo, el jefe español, siendo así que más fue dispersión, porque sólo quedaron ochenta y cinco muertos en el campo de batalla.
Calleja obtuvo con la victoria riquísimo botín y restableció la moral en México, haciendo más insolente al poder y arraigando la creencia estúpida de que a fuerza de escarmientos y de sangre, se desbaratan las revoluciones de la opinión. En Aculco recobraron su libertad el conde de la Cadena, García Conde, y el intendente de Valladolid.
Allende, separado de Hidalgo, se retiró a Guanajuato, e Hidalgo, con algunos fugitivos, tomó el camino de Valladolid.
Calleja hacía, entretanto, su entrada triunfal en Querétaro.
Mientras pasaban los acontecimientos que acabamos de referir, José Antonio Torres, hijo de San Pedro Piedragorda y mayordomo de una de las haciendas de Guanajuato, aparecía en La Barca y otros pueblos de Morelia levantando la bandera de la Independencia.
Torres era hombre excelentemente dotado para la empresa que acometía. De talento natural despejadísimo, valiente hasta lo inverosímil, y próvido, recto y lleno de magnánimos instintos.
Con el auxilio de los patriotas Gómez Portugal, Godínez, Alatorre y Huidobro, levantó un ejército de más de doce mil hombres, morigerados, aunque inexpertos, y con ellos derrotó las fuerzas que mandó en su persecusión don Roque de Abarca, entrando por fin victorioso en Guadalajara el 11 de noviembre, de donde huyeron despavoridos los próceres del Virreinato. Con motivo del levantamiento de Torres, el obispo Cabañas crió una falange clérico-militar de cuya crónica se encargó el ridículo.
En La Barca y Zacoalco logró Torres dos victorias espléndidas.
Don José María Mercado, cura de Ahualulco, declarado insurgente, se apoderaba de Tepic.
Al esparcirse en Zacatecas la noticia del levantamiento de Dolores, don José Rendón, que era el intendente, quiso hacer resistencia; consultó, y la junta convocada opinó en sentido opuesto; entonces se apeló a la fuga; la plebe, insurreccionada, se opuso a la marcha; entonces el conde de Santiago, vecino respetable por su posición y riqueza, se propuso acompañar a Rendón, pero fue nombrado intendente y lo dejó partir.
Don Rafael Iriarte, insurgente perVerso, amagó a Zacatecas y se comisionó al doctor Cos, que después hizo papel tan brillante entre los patriotas, para que conferenciase con él; pero Cos no volvió, y quedó de hecho la provincia al arbitrio de Iriarte.
En San Luis Potosí, dos legos de San Juan de Dios, Herrera y Blancas, y un oficial oscuro, tomaron por su cuenta la causa de Dolores, sorprendieron la guardia que custodiaba el convento del Carmen, armaron a los presos de la cárcel, se apoderaron de todos los puntos fortificados a pesar de la heroica defensa de don Toribio Cortina, comandante de artillería, y triunfaron por todas partes.
Como hemos indicado, después de la derrota de Aculco y disimulando sus enojos nacidos de los diversos planes militares, Hidalgo se decidió a marchar para Valladolid, y Allende, dándole mayor importancia a Guanajuato, corrió a su defensa, empleando asombrosa actividad, dando disposiciones las más eficaces para resistir al enemigo, levantando trincheras, colocando la artillería convenientemente, abriendo minas para que volaran las fuerzas de Calleja a la entrada de Guanajuato, sin descuidar la parte moral; apelando a rogativas y procesiones, sermones y prácticas piadosas, y por último a pesar de las invencibles dificultades de la fortificación de la ciudad, distribuyendo su fuerza con tino y pericia.
Pero lo más conspicuo de esta situación fue la instancia vehemente de Allende a Hidalgo para que acudiese a su auxilio, situándose a la retaguardia de Calleja, distrayéndolo y debilitándolo hasta hacer segura su derrota, si emprendía formalmente la toma de Guanajuato.
El encarecimiento de las operaciones que exigía Allende, su congoja por el silencio que guardaba Hidalgo, la repetición de sus cartas haciéndole presente la frustración de todos sus esfuerzos, el despecho de los pueblos sacrificados a una inercia que no podía tener por móvil sino intereses personales, hacen de las cartas de Allende una muy seria acusación en contra de Hidalgo en aquellas críticas circunstancias.
Entregado Allende a sus propias fuerzas y a la voluble cooperación de la plebe, no desmayó un punto en el propósito de vencer o morir en la demanda.
Calleja no tuvo obstáculo alguno en su marcha hasta llegar a la entrada de Guanajuato, donde se informó de que en la tarde del día anterior un negro llamado Lino, convocó a la plebe sin que se le pudiese contener, atizó su ira, irritó hasta el frenesí su venganza, rompió las puertas de la Alhóndiga de Granaditas, invadió las bodegas interiores en que estaban refugiadas familias enteras, compuestas de ancianos, mujeres y niños y como manada de tigres feroces, como hienas sedientas de sangre, se avalanzaron a aquel conjunto inerme de desgraciados, puñal en mano, despedazando sus miembros, desgarrándolos, regando sus entrañas por los suelos, persiguiendo a los que querían escapar malheridos, consumando horrores que la pluma se resiste a pormenorizar.
Algún tiempo después, en las paredes de la principal de las bodegas de la Alhóndiga, se veían estampadas las manos de los que huían desangrándose y rastros de sangre de los que se rozaban agonizantes contra la pared.
Todo esto lo supo Calleja y además que el camino estaba minado, por lo cual ordenó al conde de la Cadena tomase un camino y entrase tocando degüello; lo mismo verificó Calleja por opuesto lado, sucediéndose combates a cual más terribles y encarnizados, haciéndose comunes los actos heroicos de los combatientes de ambos mandos, hasta convertirse el delirio en dominador y la matanza en propia de la naturaleza de aquellas fieras.
Allende, después de agotados sus esfuerzos, se retiró a las dos de la tarde del 15 de noviembre del campo de batalla y la lucha continuó, no obstante, hasta la llegada de la noche, quedando la ciudad entregada al asesinato, con el refinamiento de la barbarie.
En el degüello espantoso que continuó sin cesar, parece que las fuerzas de Calleja se rendían a su ejercicio de verdugos; pero Flon continuaba hasta que el santo e ilustre padre fray José de Jesús Belaunzarán, en medio del tumulto detuvo su caballo y con un crucifijo en la mano, en nombre del Altísimo le ordenó con acento enérgico que se suspendiese aquella horrible carnicería.
Posesionado Calleja de Guanajuato, continuaron las ejecuciones en pelotón y desorden mandadas por Flon en Granaditas, y que fueron al extremo de tener que desembarazar varias veces el sitio de los fusilamientos de los miembros despedazados, de los cráneos divididos y de las entrañas que se estuvieron sacando en bateas constantemente para que pudiera seguir la matanza.
Quedaron caracterizados y con estigma de maldición eterna Flon y Calleja, que por no dejar añadió la nota de mala versación a su sangrienta hoja de servicios.
Hidalgo había permanecido en Valladolid, donde dio disposiciones de gobierno, y sabedor de la conducta de Calleja en Guanajuato, y sucumbiendo acaso a las exigencias tumultuosas de sus tropas, mandó degollar el 16 de noviembre, víspera de su salida para Guadalajara, a varios españoles, en los cerros de las Bateas y el Molcajete.
Don Antonio Torres, conocido con el nombre del amo Torres, se había levantado en armas en favor de la independencia.
Hombre honradísimo, valiente y humano, se reunió con compañeros distinguidos como Godínez y Huidobro, derrotó en La Barca y Zacoalco a Recacho y Villaseñor; le llenaron de prestigio sus disposiciones acertadas, se apoderó de Guadalajara y nombró al padre Mercado, que con hechos verdaderamente heroicos, se hizo dueño de San Blas y con esa plaza de inmensos recursos.
Emprendió Hidalgo su marcha para Guadalajara, aclamado con entusiasmo por las poblaciones de tránsito. Entró en la ciudad el 26 de noviembre; las tropas de Torres le hicieron espléndidos honores.
A poco se le reunió Allende que volvía a Zacatecas.
Trató de crear un simulacro de gobierno, nombrando sus ministros a don José María Chico y a don Ignacio López Rayón.
El señor Hidalgo publicó en Guadalajara un notable manifiesto en que se defiende de los cargos de herejía y se irrita de que se quiera que la religión sirva de escudo a la tiranía.
¿Creéis acaso -dice- que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español?
Y más adelante:
Rompamos esos lazos con que nos han querido tener ligados tanto tiempo; para conseguirlo no tenemos que hacer más que unirnos.
La Inquisición tronó contra este manifiesto, que se mandó quemar por mano de verdugo.
Entre otras disposiciones publicó Hidalgo un decreto aboliendo la esclavitud.
Se dedicó en seguida a la organización de su ejército, mandando a San Blas por artillería y proveyéndose a precio de oro de armamento.
En Guadalajara se entregó también Hidalgo a sangrientas ejecuciones, que le han sido muy severamente reprochadas, aunque sin tomarse en cuenta ni su posición ni la clase de chusmas que mandaba.
Como en su lugar indicamos, Morelos se presentó al señor Hidalgo cuando pasó por primera vez por Valladolid, y recibió órdenes para levantar gente, tomar Acapulco y mandar en el sur.
Morelos era de una familia oscura y pobre; nació en Valladolid, pasó su infancia y parte de su juventud como vaquero y en destinos humildes, a los treinta y dos años emprendió la carrera eclesiástica; aprendió en el colegio filosofía y moral, bajo la dirección del cura Hidalgo.
Dióle el caudillo de la Independencia a Morelos orden amplia para levantar fuerzas, y se refirio a instrucciones verbales.
MorelOs salió de Carácuaro con dos o tres criados y cuatro o seis fusiles o carabinas viejas por todo armamento,
En ZacatUla recibió un primer refuerzo; su tacto, sus maneras y cierto ascendiente que sabia ejercer en cuantos le conOcian, aumentaron sus fuerzas hasta tres mil hombres.
Sabedor el Virrey de los progresos y el prestigio del nuevo caudillo dio orden a don Francisco Paris, comandante de la quinta divisiÓn de las milicias de Oaxaca, para que le persiguiese. Hubo insignificantes escaramuzas, pero el poder de los insurgentes crecía, naciendo y fortificándose el prestigio de Morelos en toda la tierra caliente.
Calleja había propuesto al Virrey un plan para mantener expedita su comunicación con México. A este efecto se comisionó al brigadier don José de la Cruz para que desembarazase el camino de las guerrillas insurgentes que lo obstruían.
Buscó a Villagrán en Huichapan, y no encontrándole, asesinó a infelices indios, y marcaron su paso el incendio y matanzas horribles.
Cruz llegó a Valladollid el 27 de diciembre de 1810; la plebe se amotinó para asesinar a los españoles; asesinato que evitó el canónigo conde de Sierra Gorda. Cruz, al saber la noticia, mandó que se tocase a degüello y que se incendiase la ciudad; pero una diputación del Ayuntamiento calmó los ánimos y protestó obediencia y fidelidad a Cruz, retirando entonces el brigadier español sus órdenes feroces.
Cruz fue relevado en Valladolid con Trujillo, y marchó a unirse a Calleja que venía sobre Guadalajara, pero fue detenido en su camino por el jefe insurgente don Ruperto Mier, y aunque triunfó de él en el puerto de Urepétiro, cerca de Zamora, Hidalgo, al mandar que Mier se le interpusiese, frustró en mucho los planes de Calleja.
Entretanto, el señor Hidalgo con un ejército constante de cien mil hombres, entre los que había fuerzas disciplinadas como las de Allende, y con numerosa artillería, se decidía a librar batalla y mandó fortificar el puente de Calderón.
Allende era de contrario parecer, porque sabía lo poco que valían las fuerzas sin instrucción ni disciplina.
Calleja por su parte, se alentaba con ideas análogas a las de Allende, es decir, combatir chusmas tumultuosas con tropas aguerridas.
El 16 de enero se avistaron las fuerzas insurgentes y realistas. Después de esfuerzos heroicos, la victoria para los españoles fue completa, ocasionada por la confusión, el desorden, lo embarazoso de los movimientos de la gente indisciplinada, el incendio del parque, y la regularidad, obediencia y previsión del ejército de Calleja. En la batalla murió el conde de la Cadena (Flon), y fue grande la pérdida de Calleja.
Los insurgentes fueron menos desordenados que en Aculco. Hidalgo y Allende se retiraron con dirección a Chihuahua, y Rayón, recogiendo a tiempo los caudales, tomó el camino de Aguascalientes para reunirse a las fuerzas dispersas.
Calleja entró victorioso a Guadalajara, donde se le tributaron magníficos honores. Allí se le reunió Cruz, que partió a poco para San Blas y Tepic, quedando Calleja organizando el gobierno de Guadalajara.
En Aguascalientes, Rayón recibió a Iriarte con más de dos mil hombres, y allí se presentaron Hidalgo y Allende.
Diose a Hidalgo el mando político en una junta de guerra, declarando Generalísimo de las fuerzas a Allende. Éste no pudo sostenerse en Zacatecas y dispuso la marcha del ejército al Saltillo. En este punto, una nueva junta confió el mando a Rayón, disponiendo que Hidalgo y Allende fuesen a proveerse a los Estados Unidos de elementos de guerra.
Luego que tuvo noticia Venegas de la resolución de marchar Hidalgo y sus compañeros a los Estados Unidos penetrando por Texas, comisionó para su persecución al coronel don Joaquín Arredondo con quinientos hombres, quien embarcándose en Veracruz y tocando en Tampico, se dirigió a Aguayo, comenzando con el suplicio de Herrera una serie de persecuciones y atrocidades que llenaron de luto aquellos pueblos.
Los jefes insurgentes en aquel rumbo eran fray Juan Villerías, Mateo Acuña y Bernardo López de Lara (a) Huacal, con quienes tuvo sangrientos encuentros en Río Blanco, Ébano y otros puntos; Huacal, después de su derrota en Matehuala, fue fusilado en San Miguel el Grande, hoy de Allende. En esas expediciones hizo sus primeras armas don Antonio López de Santa Anna.
A pocas leguas del Saltillo, Hidalgo, Allende y sus compañeros fueron sorprendidos por la horrible traición de don Ignacio Elizondo, quien obraba de acuerdo con la junta de seguridad de Monclova. Elizondo había pertenecido a los insurgentes, pero disgustado con Allende y frustradas sus miras de ascensos rápidos, quiso, entregando a los jefes de la revolución, volver a la gracia del gobierno español para contentar su ambición.
La aprehensión de Hidalgo y compañía se efectuó en un lugar llamado Acatita de Baján o las Norias de Baján, en 11 de marzo de 1811 (También se llama a este lugar hoy desierto, Loma de Prendimiento, aludiendo a la prisión de Hidalgo).
Conducidos los prisioneros a Chihuahua, les formó causa el gobiernO español a su sabor y bajo su consigna. Las causas, los trámites, retractaciones y dllaclones supuestas, no fueron sino tramas de imposturas forjadas para degradar a los héroes a los ojos del partido independiente.
El 26 de junio fueron ejecutados en Chihuahua Allende, Aldama y Jiménez, y el 30 de julio siguiente de 1811, después de una cruel degradación, fusilaron a Hidalgo en su prisión de San Felipe, demostrando el héroe grande entereza y valor en sus últimos momentos.
En diferentes días siguieron las ejecuciones sangrientas en más de treinta patriotas, entre ellos Camargo, Lanzagorta, Santos Villa, don Mariano Hidalgo, Chico y otros.
Las cabezas de los cuatro ilustres caudillos, citados al principio, fueron llevadas a Guanajuato y clavadas en escarpias en los cuatro ángulos de la Alhóndiga de Granaditas, donde permanecieron hasta 1821.
Los restos de los héroes fueron sepultados en 1823, en el altar de los Reyes de la Catedral de México.
Éste puede considerarse como el fin del primer periodo de la guerra de Independencia.
Morelos, en el intervalo que acabamos de recorrer, en los pueblos del sur y entre la gente que le rodeaba e iba a formar un pueblo y un ejército de hombres libres, defensores de la independencia, no descuidó medio para vulgarizar los beneficios de la libertad, poniendo en práctica sus máximas, ganándose el corazón de los pueblos.
Paris se encontraba, al principiar el año, en el pueblo de Tonaltepec. Morelos quiso abrir su campaña de un modo atrevido y ruidoso, a pesar de lo bisoño de sus tropas. Hizo tan hábiles movimientos y de tal modo concertó sus planes, que cuando menos se pensaba sorprendió el campo enemigo, haciéndole ochocientos prisioneros, tomándole seiscientos fusiles, cinco cañones y un obus, nueve cargas de parque, mucho oro, plata, porción de víveres y pertrechos (4 de enero de 1811).
Tratóse a los prisioneros con la mayor humanidad, llevando la fama hasta los últimos confines del país el nombre del gran caudillo del sur.
Acudían de todas partes a alistarse a sus banderas, citándose en primer término a Galeanas y Bravos; después figuraron en sus filas Matamoros y otros ilustres caudillos.
Empañáronse algunas acciones desde el campo del Veladero sobre Acapulco; frustróse, por la perfidia de José Gago, la toma del castillo, y sofocó la conspiración de Tabares en el seno de sus fuerzas, castigando a los traidores.
Supo que el comandante español Garrote le acechaba desde Chilpancingo, y volvió a su encuentro, obteniendo en Chichihualco completa victoria. Sin dar tregua a sus tropas entusiastas, apareció en Tixtla y lo tomó después de un reñido combate, haciendo al enemigo seiscientos prisioneros y ganando doscientos fusiles y ocho cañones.
Al desaparecer de la escena los primeros caudillos, se desprendieron del ejército, dispersándose, partidas en varias direcciones y obrando algunas de ellas como cuadrillas de bandidos.
El grueso de las fuerzas, un tanto más regularizadas, quedó a las órdenes del licenciado don Ignacio Rayón, quien no teniendo objeto, ni pudiendo hacer fructuosa la revolución, emprendió sin armas, sin recursos, y bajo los peores auspicios, su famosa retirada a Zacatecas.
Antes de partir, fusiló por conspirador al bandido Iriarte, y refundió sus tropas.
Derrotó en su penoso tránsito a Ochoa, en Piñones, y sufrió la deserción de Ponce que se unió a las tropas españolas.
Más de un mes duró la peregrinación heroica de Rayón, hasta llegar en los primeros días de abril a Zacatecas.
El insigne don José Antonio Torres, a quien vimos figurar en La Barca y Guadalajara, sorprendió el campo realista ganando quinientas barras de plata y numerosa artillería.
Rayón ocupó Zacatecas el día 12 de abril.
Se dedicó activamente a moralizar y disciplinar sus tropas, y sean cálculos prudentes, sean resultados de su educación, sean apreciaciones de que no podemos juzgar, hizo publicaciones en pro de Fernando VII contra los franceses y en favor de los derechos de los Reyes.
Como se ha visto, Morelos de nada de esto se ocupaba, trabajando neta y resueltamente por la causa de la independencia.
La posición de Rayón era comprometidísima, y se resolvió abandonar Zacatecas. En el rancho del Maguey le alcanzó Emparan, jefe español, y hubo reñido combate, retirándose Emparan para Aguascalientes y marchando Rayón para Michoacán.
Don Juan B. Torres acababa de triunfar de don Benedicto López a quien mataron los indios a palos, y Rayón se dirigió a Zitacuaro a unirse al jefe insurgente victorioso.
Emparan, en persecución de Rayón, estaba en las inmediaciones de Valladolid. Corrió al campo de Rayón, pero derrotado, se refugió en Toluca, dejando la carrera militar, por el odio que le mostraron Calleja y los suyos.
Castillo y Bustamante apareció entonces por aquellos lugares, y se verificaron las acciones de Acucho y Zimapeo, donde fueron batidos Muñiz Y el padre Navarrete.
Serrano, Osomo Y otros insurgentes agitaban las provincias. Los insurgentes llegaban hasta las puertas de México, y los triunfos parciales de Calleja no tenían significación.
Rayón, disgustado con la prolongación de una lucha anárquica, sin pensamiento ni plan fijo, promovió la instalación de un centro directivo, y con el asentimiento de Morelos se creó la junta de Zitácuaro, presidida por Rayón, Liceaga (don José María) y el doctor Verduzco.
El programa que publicó la junta recuerda al Plan de Iguala. Ante todo, reconocía a Fernando VII, como soberano de México.
Morelos, que estaba por la instalación de la junta como principio de unidad, de acción y de orden, pero no conforme con la declaración de la junta de reconocer a Fernando VII, la reprochó altamente, marcándose en el seno mismo del partido insurgente dos tendencias, una acomodaticia y contemporizadora con los españoles; la otra, partidaria ardiente de la independencia y de la soberanía del pueblo.
Pocos días antes de la batalla de Calderón, el general don Mariano Jiménez, muy notable por su instrucción científica, así como por su valor y honradez, había partido para el norte con el objeto de organizar aquellas provincias. Sus tropas bien disciplinadas y vahentes, derrotaron primero a Ochoa en el puerto del Camero y después a Cordero cerca del Saltillo. Después se presentó a Elizondo Sin saber que había traicionado, y éste lo hizo conducir a Monclova de donde siguió con los otros héroes prisioneros en Acatita hasta ser fusilado en Chihuahua.
Rayón y Morelos caracterizaron desde entonces la honda división entre el partido nacional y el moderado conservador o como quiera llamarse a las contemporizaciones y al partido español, o mejor dicho, anti-independiente y servil.
En este tiempo había dado y recibido Morelos veintiséis acciones de guerra, triunfando en veinticuatro de ellas, y contando las provincias importantísimas de Puebla y Oaxaca.
También en aquellos días Morelos y sus fuerzas obtuvieron las victorias de Chautla sobre Musitu, Izúcar, donde se le reunió Matamoros, y sobre Soto Maceda, venciendo Galeana en Tepecoacuilco, y hecho capitular en Tasco a García Ríos.
La abnegación y el acrisolado patriotismo de Morelos moralizaban sus fuerzas, acrecentaban su prestigio y lo comunicaban a la junta de Zitácuaro. Morelos mandó acuñar moneda y dio muchas acertadísimas disposiciones de gobierno.
Rayón dividió en grandes porciones la sobrevigilancia y mando de la insurrección. A Morelos dio el sur; a Verduzco, Michoacán; a Liceaga, Guadalajara y Guanajuato.
Concibió entonces la idea de que se tramase en México una conspiración contra el Virrey, reuniéndose los conjurados en el callejón de la Polilla, casa de don Antonio Rodríguez Dongo.
El plan era apoderarse de la persona del Virrey en el paseo de la Viga y remitirlo inmediatamente a Rayón. Descubierta la conspiración, fue la víctima el licenciado Ferrer, a quien nada se le pudo probar, y fue, sin embargo, conducido al patíbulo.
Alarmado Venegas con los progresos de Morelos y la actitud de Zitácuaro, dio órdenes terminantes a Calleja para que exterminase a Rayón.
Calleja llegó a Zitácuaro en diciembre, y en enero de 1812 lo tomó por asalto y trató con barbarie inaudita. Las casas fueron incendiadas y saqueadas y los habitantes diezmados.
Los miembros de la junta se retiraron a Tusantla; Calleja tomó el camino de Maravatío, donde debió haberse reunido a García Conde.
Morelos, por asegurar la conquista de Tasco y su victoria sobre Soto Maceda, no pudo auxiliar a Zitácuaro.
El prestigio de la junta decayó visiblemente.
El comandante español Portier derrotó a Obando en las inmediaciones de Toluca, pero fue vengado por Bravo y Matamoros, enviados por Morelos; y derrotado Portier en Tenancingo, volvió a Toluca, difundiendo el terror con las reliquias de su ejército.
Las gavillas del cura Correa, Villagra, Cañas, etcétera, recorrían Huichapan, Nopala y hasta las goteras de México. Casi todas las provincias estaban inundadas de patriotas.
El ilustre don José Antonio Torres levantaba el occidente del país con sus disposiciones acertadas y sus ejemplos de valor temerario.
El intrépido Jiménez, a quien hemos visto pelear en las Cruces, convertía a la santa causa la frontera del norte y derrotaba a Cordero, justamente reputado como el jefe más importante de aquellas regiones, y don J. Manuel Ochoa era el único jefe realista que se oponía débilmente al poderoso movimiento que ponía al país a las órdenes de Hidalgo.
Calleja hizo su entrada triunfal en México el 5 de febrero de 1812.
Todas las miradas se fijaron en el general realista, y le señalaban como punto decisivo para el éxito de la revolución, el exterminio de Morelos que había llegado triunfante a Cuautla haciendo sus exploraciones con Bravo hasta San Agustín de las Cuevas, a cuatro leguas de la capital.
Venegas concertó planes, escalonó tropas y dio sus órdenes a Calleja el 8 de febrero, para que saliese el 11 de la capital, como lo verificó, encontrándose el día 17 al frente de Cuautla, con un ejército de doce mil hombres perfectamente dotados de cuanto era necesario.
Morelos se hallaba en Cuautla, pequeña población de cuatro a seis mil almas, circundada de haciendas de caña, todas de españoles, que habían tenido cierta organización militar muy desfavorable a Morelos.
La población a la que nos referimos está situada al sureste de una hermosa llanura cubierta de sembrados de caña y circundada a todos los vientos, menos al sur, de altísimas montañas.
Las casas eran de zacate y adobe, sobresaliendo los templos de Santo Domingo, la parroquia, la capilla del Señor del pueblo, y una pequeña hacienda que está casi dentro de la ciudad y se llama Buenavlsta. Tres calles principales o avenidas constituyen la parte central del pueblo y corren de norte a sur.
En la parroquia, entonces Santo Domingo, se situó Morelos; Galeana en San Diego; Matamoros en la hacienda de Buenavista; Ordiera en el pueblito, acompañándole Guerrero en los primeros momentos del sitio.
Calleja se linsojeaba con la idea de llegar y vencer; hizo sus aprestos para un ataque general, señalando el día 19, con tal confianza, que tuvo listas acémilas, equipaje y víveres, para ir a descansar a mediodía en el Palacio después de la victoria.
El ataque fue sangrientísimo por todos los puntos, hasta un extremo increíble; los actos heroicos se hicieron vulgares; personas desconocidas se dieron a conocer por acciones temerarias (Como la del niño Narciso Mendoza, las excursiones de Matamoros, el combate singular de galeana, Sagarta, etc.). Calleja, en el delirio de su ira, ordenó el incendio, el degüello y la matanza de mujeres y niños (Todo el pueblo de Tecelcingo), y retrocedió al fin, con grandes pérdidas, dejando en el campo muertos al conde de Casa Rul y al coronel Oviedo, esforzados guerreros y modelos de pundonor y de arrojo marcial.
Entonces se estableció el sitio, que duró desde el 20 de febrero hasta el 2 de mayo de ese mismo año de 1812. En esos setenta días no hubo uno en que no se repitieran hazañas sublimes por cualquier incidente, señalándose las de los ataques constantes por la disputa del agua.
Las fuerzas de Morelos constaban sólo de tres mil hombres; el hambre, la sed, la peste y todo género de plagas ponían a prueba el patriotismo; los soldados se familiarizaron con el peligro, y la muerte había perdido sus horrores, paseándose por todas partes y haciendo sus estragos en medio de la indiferencia general.
El sitio se prolongaba; la urgencia de Venegas era tenaz; Calleja, herido en lo más vivo de su orgullo, acudía a moratorias y evasivas que reprochaba Veñegas con la hiel de la mala voluntad; el terror y la vergüenza de los que despreciaban a Morelos, estallaba en inculpaciones contra el gobierno, y el prestigio del caudillo del sur hacia que se comparase la resistencia de Cuautla a la de Jerusalén, Sagunto y Zaragoza.
Morelos, para quien la situación era muy apremiante, quiso resolverla rompiendo el sitio valientemente, salvando sus tropas, armas y municiones, dejando burlado al ejército de Calleja, lo que equivalía a una espléndida victoria.
Morelos, auxiliado de sus valientes, verificó su salida de Cuautla el 2 de mayo, dirigiéndose a Izúcar y dejando a Calleja que paliase su despecho con el asesinato y las iniquidades que dejaron desierta por mucho tiempo la ciudad heroica que hoy lleva el nombre de Morelos.
En Chiautla se incorporó al grueso del ejército Matamoros, y derrotaron las fuerzas reunidas a Cerro y a Añorve, antes de ocupar Chilapa, y sin dar aliento a sus soldados, voló Morelos en auxilio de Trujano que sostenía, hacia cien días, un sitio en Huajuapan contra Régules y Caldelas, que fueron derrotados por completo, quitándoles catorce cañones y más de mil fusiles.
Dirígese Morelos, después de esta victoria, a Tehuacán¡ ordena a BraVO que ataque en El Palmar un rico convoy que custodiaba el coronel Labaqui, que muere en la demanda, dejando a los independientes un riquísimo botín.
Por aquellos días fue fusilado en México don Leonardo Bravo, padre de don Nicolás, y éste, con sublime grandeza, perdonó la vida a trescientos españoles que tenía prisioneros en su poder, como venganza digna de la venerada memoria de su padre.
De Tehuacán marchó Morelos para Orizaba; tuvo un sangriento encuentro en Aculcingo y tomó el rumbo de Oaxaca con cinco mil hombres y cuarenta piezas de artillería. Después de asaltos sangrientísimos en una lucha que duró cuatro horas, en que se distinguieron, además de Morelos, Victoria, Galeana, Matamoros, Sesma, Mier y Terán en primera línea, ocuparon los insurgentes la plaza el 25 de noviembre, ganando sesenta cañones, mil fusiles, y haciendo prisioneros a Sarabia, Régules, Bonavía y Aristi.
Notas
(1) Tenemos evidencia de que existen datos en alguna oficina pública que prueban que Allende está distante de figurar en primer término entre nuestros héroes; y por el contrario, existen pruebas fehacientes en poder del señor Hernández Dávalos, que no dejan duda de que Morelos mismo siguió las instrucciones del señor Hidalgo.
(2) Se omitieron en la página que citamos, los pormenores de la muerte de Riaño, tipo noble, caballeroso, con la debida extensión; pero en Alamán, en Mora y en todos los papeles de aquella época, se encuentran los más cumplidos elogios del intendente.
En la preciosísima colección que se está formando en el Archivo General, por disposición del gobierno, bajo la activa e inteligente dirección del señor general don José Justo Álvarez, colección que consta ya de cerca de cuatrocientos volúmenes, y constituye un verdadero tesoro para la historia patria, se encuentran datos para creer que en los momentos del asalto estalló dentro del fuerte un movimiento en favor de Hidalgo, que fue sangrientamente reprimido.
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