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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
TERCERA PARTE
Lección XXII
Gobierno de Apodaca, 61° Virrey (1816).
Calleja fue llamado a España; y aunque algunos elogian sus talentos militares y energía, él con sus providencias sanguinarias hizo odiosísimo al gobierno español y profundizó el sentimiento de independencia en el corazón de los mexicanos.
Acaso muchos de los crímenes que se le atribuyen son crímenes de su época y de la mala interpretación que suele darse a la energía militar. Acaso insidía en el error de muchos soldados bárbaros que creen que amontonando soldados y multiplicando los cañones y los elementos de guerra, se puede hacer triunfar la iniquidad y el atropello del derecho; repetimos que esos triunfos son efímeros, y que la verdadera fuerza de las armas estriba en la defensa de la justicia, del honor y la paz de las naciones.
Las primeras disposiciones de Apodaca fueron generosas y humanas. Cesaron las matanzas arbitrarias, se respetaron las propiedades, se procuró el bienestar y sosiego de las familias. La clemencia de Apodaca hacía más males a la causa de la independencia que todas las crueldades de Calleja.
Es cierto que la revolución quedaba malparada y débil a la separación de Calleja del gobierno, pero en lo moral vivía cada vez más enérgico el sentimiento de independencia, y el odio a Calleja era auxiliar poderosísimo de ese sentimiento.
Fatigado y exánime el país por una guerra que había durado siete años; favorecido el egoísmo por los excesos que a su vez cometían realistas e insurgentes, abierta la puerta de la clemencia para las garantías y el reposo, el país se pacificaba a la sombra de Apodaca, quedando únicamente Guerrero en las montañas del sur como una protesta enérgica contra toda transacción, sujeto a privaciones y sufrimientos inauditos con su heroico ejército. El país presentaba en 1817 el aspecto descrito, al verificarse el desembarco de don Francisco Javier Mina en el puerto de Soto la Marina el 15 de abril de dicho año.
El joven don Francisco Javier Mina estudiaba jurisprudencia en Zaragoza cuando ocurrió el glorioso levantamiento el 2 de mayo de 1808 en Madrid.
Sus primeros pasos los señaló con tan ínclitas hazañas, que a poco tiempo de darse a conocer se le nombró coronel, concediéndole el mando de Navarra y el Alto Aragón.
En el invierno de 1810, luchando heroicamente, cayó en poder de los franceses, recibiendo algunas heridas. Conducido a París prisionero, se dedicó al estudio de las matemáticas, permaneciendo preso hasta 1814.
Vuelto a España, fue objeto del desdén de Fernando VII, por su odio al poder absoluto; y aunque el ministro Lardizábal le ofreció el mando del ejército español en México, él rehusó por sus ideas liberales. Pretendió revolucionar en Navarra contra Fernando; pero descubierto se refugió en Inglaterra, donde decidió ponerse al lado de los independientes de América, por instancias del doctor don Servando Mier, refugiado entonces en Londres, según se decía, con el fin esencial de procurar la caída de Fernando VII o hacer triunfar las ideas liberales.
Con algunos cientos de fusiles, algunos vestidos y equipos militares, en tres malos buques salió de Inglaterra, y después de tocar en Baltimore y Puerto Principe, recogió los recursos con que generosamente le auxilió el presidente de Haití, y después de estar en Texas reclutó en Gálveston cien americanos mandados por un coronel Perry, y con doscientos hombres más que ya le acompañaban desembarcó, como hemos dicho, en Soto la Marina el 15 de abril.
Los que deseen pormenores sobre la expedición de Mina, lean a Robertson.
Hemos dado idea del estado decadente que guardaba el país a la llegada de Mina. Los refuerzos españoles apaciguaban a los pueblos e interceptaban a los patriotas.
En el Bajío descollaba el padre Torres, bestia negra de los insurgentes que manchaba su causa con la desolación y la tiranía. Este padre Torres, odiado bandido del fuerte de los Remedios y San Gregario, es muy diferente de José Antonio Torres, compañero ilustrisimo de los primeros héroes. Cuando Rayón, como antes hemos dicho, dividió su ejército en tres secciones, una la puso al mando del citado José Antonio Torres, y las otras dos al de Anaya y Villalongin. El padre Torres era el presidente de la insignificante junta de Jaujilla.
Apenas desembarcó Mina, cuando dejando al mayor Sardá en el puerto con menos de cuarenta hombres, penetró resuelto y como un torrente al interior del país. Atravesó rios y se empeñó en terrenos inaccesibles, sufriendo alentado y contento todo género de privaciones; llegó al valle del Maíz, camino de San Luis Potosi. Inesperadamente salió a su encuentro y le presentó batalla Villaseñor con las fuerzas de Sierra Gorda, y Mina lo desbarató sobre la marcha.
Entusiasta y apasionada su tropa, de su tan joven, tan gallardo y tan valiente jefe, marchó a Peotillos, hacienda inmediata a San Luis Potosí, donde Armiñán lo esperaba con una división de cerca de dos mil hombres; él no contaba con cuatrocientos. Avistadas las fuerzas, Mina solo se desprendió de su campo, hizo un reconocimiento en medio del fuego y volvió, ordenando a sus soldados que cargasen a la bayoneta con él a la cabeza; el combate fue sangrientísimo y se prolongó por algunas horas. Mina perdió once oficiales, pero la derrota de Armiñán fue completa, el botín riquísimo, y la fama de Mina y sus soldados espléndida.
Tan señalada victoria fue contrabalanceada para Mina por la noticia de heroica pero dolorosa capitulación de Sardá en Soto la Manna, después de resistir varios días con menos de cuarenta hombres Contra dos mil, rechazando sus asaltos y produciendo el asombro de sus enemigos cuando vieron que sólo treinta y siete hombres habían defendido al último aquel fuerte.
Mina no pidió descanso a su victoria; pasó a la hacienda de la Hedionda, atravesó las tierras del Espíritu Santo, y en el Mineral de Pinos, del Estado de Zacatecas, obtuvo otro señalado triunfo.
Aturdido con tanta gloria Orrantia que lo perseguía, le abrió paso, pero aterrorizado Apodaca a la vista de aquel meteoro que todo lo subyugaba, destacó contra el héroe navarro las numerosas fuerzas de Ordóñez y Castañón, que fueron aniquiladas en el Rincón del Centeno.
Mina fue recibido en el fuerte del Sombrero por el esclarecido patriota don Pedro Moreno, rico hacendado de Lagos, quien se le adhirió sinceramente. Moreno, patriota en el alto grado y de bUena educación, era un tipo insurgente de lo más noble y simpático que puede imaginarse.
Como hemos dicho, sobrecogido Apodaca, destinó a Liñán en persecución de Mina, dándole toda clase de facultades y recursos.
Mina había partido al Jaral, donde el conde de ese nombre, que aparecía como fuerte columna del Virreinato, corrió a la aproximación de los insurgentes, a refugiarse en San Luis Potosí, dejando en poder de aquéllos cuantiosos caudales.
El padre Torres y la junta de Jaujilla, que ya hemos dicho que no tenían influencia ni significación alguna, felicitaron a Mina por sus triunfos.
El primero de estos insurgentes fingía reconocerle como jefe, pero tenía celo profundo de su superioridad y honradez.
Liñán salió de Querétaro a la vez que Mina dejaba el fuerte del Sombrero para sorprender a Negrete que iba a unirse a Liñán.
Hubo en este tiempo varias acciones sin significación trascendental, y Liñán formalizó su sitio del fuerte del Sombrero (1) defendido por Mina.
Los primeros reconocimientos y las primeras tentativas de Liñán fueron infructuosos. Estrechó el sitio y los horrores, sobre todo de la sed, hicieron espantosos estragos.
Arriesgó Liñán un asalto, y los sitiados lo rechazaron con tal encarnizamiento, que tuvieron que retirarse en vergonzosa dispersión los asaltantes.
Mina decide salir del fuerte con las fuerzas colectivas de Encarnación Ortiz (a) el Pachón, y Borja; dejando en su lugar a Young, oficial de los de su expedición, caballeroso y de acrisolado valor.
El 15 de agosto de 1817 Liñán, con todos sus recursos, con tOdas sus fuerzas, bajo los mejores auspicios, emprendió el asalto contra el Sombrero, defendido por hombres casi aniquilados por la fatiga, por el hambre y la sed. Corrió a torrentes la sangre, y se centuplicaron horribles cuadros de matanza y terror. En lo más encarnizado de la lucha, una bala de cañón arrancó de sobre los hombros la cabeza de Young, quedando con el mando Davis Bradha en otro de los heroicos oficiales de Mina.
Prolóngose la lucha, y sitiados y sitiadores quedaron amenazantes pero inmóviles de cansancio de combatir y de matar.
Linán llegó al último grado de frenesí al ver el resultado de este asalto, pues perdieron los sitiadores cuatrocientos hombres y treinta y cinco oficiales.
Los sitiados por su parte eran víctimas de la demencia, y la sed les hacía buscar la muerte, aun dando la victoria al enemigo.
Resolvióse entonces romper el sitio, y se tomaron todo género de precauciones, pero la vigilancia estaba muy despierta. Al verificar su retirada soldados, mujeres, y todos los que estaban en el fuerte por un hondo barranco, que era la única salida, se precipitaron sobre aquella masa informe las fuerzas frenéticas de Liñán, y ejecutaron matanzas e iniquidades que la pluma se resiste a detallar.
Liñán ocupó el fuerte del Sombrero el 16 de agosto, y cebó su rabia fusilando doscientas personas, entre las que había heridos, mujeres y niños.
Mina que había salido, como hemos visto, del fuerte del Sombrero en solicitud de víveres y recursos para los sitiados, fue derrotado dos veces en dos distintas acciones, una de ellas dada por Rafols.
A la noticia de la pérdida del Sombrero, Mina se retiró al fuerte de los Remedios, que ocupaba y había fortificado el padre Torres.
Liñán, con numerosas fuerzas, se dirigió a los Remedios y le puso sitio en los últimos días de agosto.
Mina, en unión del Pachón, que le fue fidelísimo, atacó y tomó a viva fuerza la hacienda del Bizcocho, donde rindió a un destacamento realista.
Marchó a San Luis de la Paz, y triunfó allí de una poderosa resistencia.
Atacó en seguida, sin éxito, San Miguel el Grande y la hacienda de la Zanja, cerca de Salvatierra; retrocedió al valle de Santiago en busca de recursos, que no pudo conseguir por tener a todos aquellos pueblos asolados los robos, las crueldades y las depredaciones de Iturbide.
En la hacienda de la Caja tuvo Mina un encuentro con las fuerzas de Orrantia que le perseguía, y se persuadió de que su tropa indisciplinada y bisoña no podía resistirle a pesar de su valor.
Sigue la persecución de Orrantia, que cerca a Mina por todas partes.
Confía a Andrés Delgado, llamado el Giro, la vanguardia; sostiénese este insurgente con heroísmo, pero la tropa se desbanda, y Mina apenas pudo salvarse con doscientos hombres, abriéndose paso por entre sus enemigos con temeridad.
Sin pérdida de tiempo y después de conferenciar con la junta de }aujilla, Mina marchó a Guanajuato. Penetró en aquella población a las nueve de la noche; inesperadamente se empeñó el combate en varios puntos, desorientando a los defensores de la población; pero Mina desconocía el terreno y contaba sólo con tropa bisoña.
Abandonó el héroe a Guanajuato, tomando el camino de Valenciana, que incendió un tal Ortiz.
Orrantia fue advertido, por el incendio de Valenciana, del rumbo que seguía Mina. Éste se dirigió al Venadito por la Tlachiquera, donde su amigo íntimo don Manuel Herrera le ofrecía descanso y todo género de seguridades.
Mina fue denunciado y hecho prisionero por el mismo Orrantia, que abusó cobardemente de su posición, hasta inferirle golpes con la espada, haciendo que Mina, indignado, le llamase mal español y mal caballero. El villano comportamiento de Orrantia hace que desaparezca su personalidad tras este recuerdo ignominioso.
Moreno, denunciado también por su asistente, fue rodeado de enemigos en la cueva en que se había ocultado, cercana al lugar en que Mina se hallaba, y murió matando con indomable energía. La noticia de la prisión de Mina la celebró Apodaca en todo el país con loco entusiasmo, y Liñán con este motivo ganó la Cruz de Isabel la Católica.
Mina fue conducido al campo del Bellaco, y fusilado en el cerro de ese nombre el 11 de noviembre de 1817, a los veintinueve años de su edad. Murió como los héroes, es decir, despreciando altamente la muerte, y las únicas palabras que profirió fueron: no me hagáis sufrir, dirigiéndose a los soldados que lo fusilaron.
Los defensores de los Remedios fueron forzados a abandonar el fuerte el 10 de enero de 1818, después de un sitio de cuatro meses.
Los defensores del fuerte fueron alcanzados en su fuga y asesinados impíamente.
Los soldados victoriosos incendiaron el hospital por cuatro puntos, y los heridos que pretendían libertarse de las llamas fueron despedazados por las bayonetas.
Sólo el padre Torres y doce de los suyos pudieron escapar a tantos horrores.
Amortiguado el espíritu público con tanto desastre y por la política sagaz y humana de Apodaca, parecía restablecerse la confianza y alumbrar la paz.
Victoria, habiendo quedado solo en Veracruz, se retiró a los bosques y se condenó a una vida increíblemente salvaje, antes que transigir con sus enemIgos.
Mandado perseguir y siendo inútiles las pesquisas de los perseguidores, fingieron que había perecido en los bosques, formando sobre esto un proceso que se publicó en los periódicos.
En medio de tanto desastre y desolación, y cuando toda esperanza en la causa de la patria parecía extinguida, único, indoblegable y poderoso se veía a Guerrero secundado por Pedro Ascencio y por el padre Izquierdo en las orillas del Mexcala y entre las montañas del sur, como una protesta contra el triunfo de la fuerza y como un símbolo de fe ardiente en la realización de la Independencia de México.
Notas
(1) El señor don Agustín Rivera ha escrito un precioso opúsculo sobre el Fuerte del Sombrero, que contiene interesantes pormenores acerca de lo que narramos.
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