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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
TERCERA PARTE
Lección IV
La Audiencia (1564). 3er Virrey, don Gastón de Peralta (1565). Audiencia (1568).
Por la muerte del señor Velasco, entró a gobernar la Audiencia, presidiéndola uno de sus oidores, licenciado Ceinos. Aunque mal inclinados los individuos que formaban aquel cuerpo, tuvieron como freno saludable la presencia del visitador Valderrama, hombre que dio pruebas de energía, desterrando, por sus malos procederes, a los oidores Villanueva y Puga.
Uno de los preferentes cuidados de la nueva Audiencia fue llevar a cabo la expedición que había preparado para Filipinas, con cinco embarcaciones al mando de don Miguel López, quien salió el 31 de noviembre de nuestro puerto, y llegó con felicidad a su destino, fundando Manila, que después fue el emporio del comercio de oriente, con grande beneficio de la Nueva España.
Valderrama regresó a España, y los oidores quedaron dueños del campo, cometiendo tales desaciertos, que a cada uno de ellos se lamentaba como irreparable la pérdida del Virrey Velasco, a quien conocemos con el nombre de Padre de los Indios.
Reasume la historia de esta Audiencia la supuesta o cierta conspiración del marqués del Valle, de cuyo origen, pormenores y desenlace vamos a ocuparnos. El marqués del Valle, hijo de Cortés, caballero cumplido, en la flor de la vida, lleno de riquezas y educado entre libres flamencos, se había restituido a México, donde por su educación, su sangre y su fortuna, se trataba con el fausto de un opulento señor, despertando ya envidia en los unos, ya en los otros, y en el pueblo grandes simpatías, como digno heredero del nombre de Cortés.
Entre los caballeros que frecuentaban la amistad del marqués, distíngUianSe dos jóvenes que por su belleza, su apostura y galantería, podían considerarse como flor de la juventud mexicana. Llamábanse Alonso y Gil González de Ávila; el primero de éstos, alegre, enamorado, resuelto; según parece, no era de lo más cauto en el hablar, ya del mal gobierno, ya de las prendas relevantes del marqués, dando pábulo a murmuraciones que después se convirtieron en mares de amarguras.
La esposa del marqués dio a luz, el 30 de junio, dos mellizos, y se dispuso que su bautismo fuese con la mayor pompa.
Debía bautizarlos el señor deán don Juan Chico de Molina, y ser los padrinos don Luis de Castilla y su esposa doña Juana de Sosa; de las más nobles familias de la tierra.
De la casa del marqués del Valle, por donde hoy está el Montepío, el templo de Catedral, se dispuso, en forma de arco inmenso, un cobertizo por donde atravesaron los padrinos conduciendo a los párvulos, y entre la espléndida comitiva.
Mientras el tránsito se verificaba, al pie del cobertizo se celebraba un vistoso torneo, mantenido por doce caballeros, que combatieron con singular destreza.
Las fiestas con motivo del torneo duraron seis u ocho días, variándose los suntuosos espectáculos, como si se tratase de fiestas reales.
Entre esas diversiones se menciona como deliciosa, una cacería en que se transformó la plaza en espeso bosque, por el que corrían venados y liebres perseguidos ya por caballeros, ya por indios con flechas.
Al terminar esa diversión ya estaba preparado en la casa de González de Ávila, que cuenta la tradición que estaba situada en la esquina de Santa Teresa y calle del Reloj, un suntuoso y alegre sarao, en que reverberaban de hermosura y lujo damas y galanes.
Terminó el sarao con una contradanza en que se representaba muy de vivo el encuentro de Cortés con Moctezuma, cambiándose las sogas que llevaban al cuello, y en que se colocaban coronas de laurel sobre las sienes del marqués y la marquesa, Los espías de la Audiencia, que sin duda no fue convidada, dicen que en esta contradanza, cuando lo de las coronas, no faltó quien clamase ¡qué bien le sientan!, así como en otro festín se afirmó que el deán colocó en la cabeza del marqués una taza de oro, a guisa de corona, con palabras alusivas a su coronación.
Las cosas parecía que habían pasado tranquilamente; pero los oidores Ceinos, Villalobos y Orozco, entre las sombras, proseguían con actividad incansable en su tarea rencorosa de perder al marqués, y al fin, compaginando delaciones, dando consistencia a las sospechas y agregando lo que les pareció, dieron a conocer como plan del marqués lo siguiente:
Que la víspera del 13 de agosto, día de San Hipólito, en que en celebridad de la toma de México se paseaba el pendón español en manos del alférez real acompañado de los tribunales y los caballeros, había dispuesto como en son de fiesta, en la esquina de la calle de Tacuba, conocida por las Torres del Reloj, junto a las casas del marqués, un navío cargado de gente armada, que al pasar la procesión diese paso a los insurrectos, se apoderase del pendón real, hiciera una espantosa carnicería en oidores y caballeros Y proclamase señor del nuevo Reino al marqués del Valle.
Sin otras formalidades y en virtud de esto que apareció como denuncia, se aprehendió con engaño al marqués del Valle y a la vez a la mayor parte de los nobles que habían asistido a la fiesta, cateando sus papeles, con especialidad los de Alonso de Ávila.
Los papeles de Alonso de Ávila, en su mayor parte se reducían a cartas amorosas, más comprobantes de juveniles devaneos que de asuntos políticos; no obstante, la tergiversación sacó partido, y de esos papeles se formó su proceso.
Corrió la causa sus tenebrosos trámites y el 4 de agosto sacaron de la cárcel a los jóvenes Ávila, y en un cadalso preparado en la plaza con gran pompa, cerca de las Casas de Cabildo, fueron impíamente degollados. Dice el padre Cabo:
Iban vestidos con el traje que tenían cuando fueron presos; Alonso, de negro, con una turca de damasco pardo, gorra de terciopelo con pluma negra, y cadena de oro al cuello; Gil, vestido de color pardo. lloraba México la desgracia de jóvenes tan amables, y detestaba la prestación de los oidores para dar aquella inicua sentencia. Los mutilados cuerpos se sepultaron en la iglesia de San Agustín; las cabezas, elevadas en sendas estacas, primero estuvieron en las azoteas de las Casas de Cabildo, y después fueron trasladadas a la picota.
Sedientos de sangre esos tigres a quienes hemos visto fungir como oidores, continuaban el proceso dispuesto a inmolar nuevas víctimas, cuando quiso la Providencia que llegase como Virrey don Gastón de Peralta, marqués de Falces, quien llegó a México en 21 de octubre de 1566.
El honrado Virrey reconoció la ligereza y la parcialidad de los oldores, hizo cesar las ejecuciones, y aun permitió a algunos acusados que pasasen a España a sincerarse.
Enfurecidos los oidores, elevaron sus quejas a España, llenas de calumnias contra don Gastón. Felipe II nombró jueces pesquisidores a Muñoz, a Carrillo y al licenciado Jaraba, que murió en el mar, con orden de que Peralta les entragase el mando y volviese a España.
Muñoz entró a desempeñar el mando el 31 de octubre de 1567, y fue un azote y una calamidad para México; condenó a muerte a los hermanos Quesada, sujetó a tortura a Sotelo y a otros nobles; arrebató, para hundir en los calabozos y para afligir con la persecución, a lo mejor de la sociedad mexicana.
En el drama de Rodríguez Galván, en que se pinta a este monstruo, no hay una palabra de exageración.
Al fin se transmitieron a Felipe II las impresiones de terror de este infeliz pueblo y envió órdenes para que a las tres horas de recibidas regresase a España. El bandido de quien hablamos, escuchó acobardado las órdenes, y partió a España. Felipe II lo recibió con desabrimiento, y le dijo: Os envié a Indias a gobernar, no a destruir. Muñoz se retiró anonadado, y en esa noche le encontraron muerto en su asiento con la mano en la mejilla.
Entretanto volvía Muñoz a España y se nombraba nuevo Virrey, quedó gobernando la Audiencia, que aleccionada con los sucesos pasados, se portó con tiento y moderación, durando en el gobierno hasta el 10 de noviembre de 1568, día en que llegó a México, el nuevo Virrey.
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