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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

CUARTA PARTE

Lección I

Reflexiones preliminares. Junta Provisional Gubernativa. Estado del país. Congreso constituyente. Republicanos borbonistas. Iturbidistas. San Juan de Ulúa. Pío Marcha proclama emperador a Iturbide. Primeras providencias del emperador. Nombramiento de don M. Zozaya, ministro plenipotenciario a los Estados Unidos.


Al dar el grito de insurrección en Dolores lo que podría llamarse bajo pueblo, es decir, curas y vicarios, oficiales subalternos del ejército, mayordomos, arrieros e indios semisalvajes, creaban un estado de cosas anómalo que en nada se parecía al orden establecido por la pauta virreinal.

Las intendencias y los municipios constituían entidades, divisiones políticas y sin orden administrativo, que se relajó totalmente desde el punto en que se convirtió todo el territorio en un campo de batalla.

La misma fuerza imprevista e irresistible de las circunstancias variaba totalmente el sistema rentístico, y ponía de manifiesto las condiciones económicas creadas por el gobierno virreinal.

Por las transformaciones del plan de Iguala, de los tratados de Córdoba, y la expresión genuina de los intereses que Iturbide representaba a su instalación en México, la decoración cambiaba totalmente, y en la misma acta de Independencia aparecían generales del Rey, obispos y doctores, condes y marqueses al frente de los destinos del país. Era el triunfo de las clases, consentido y aplaudido. por el pueblo, porque con ello lograba la independencia, y ella tenía que conquistar y consumar sus libertades. Tal sentimiento no podía contener la exaltación de los mestizos, cuyas aspiraciones iniciaron una revolución permanente y fructuosa contra los privilegios. Ellos tenían la intuición de que era suyo el porvenir.

En el terreno de los hechos, esas aspiraciones se convirtieron en vitales, y desde entonces la cuestión política fue absorbente, prOduciendo agitaciones perpetuas.

La sed del participio en los negocios públicos, el cebo de los empleos para quienes no tenía ni atractivo el trabajo, y la facilidad de aliarse a masas brutas para quienes la vida de aventuras y peligros era un solaz y un lucro, vivían como elementos agitadores y propicios a las aspiraciones de todos los que tuviesen las armas en la mano.

Nadie pensó entonces en la cuestión económica, tan esencial para nuestros futuros destinos, nadie se fijó en que una división territorial tan absurda iba a crear obstáculos para todo sistema administrativo¡ y aunque algunos hombres, como Zavala, Mora y el Pensador hablaron de libertades del comercio, de bienes del clero y de mejorar las condiciones del trabajo tan bien y acaso con más acierto que nuestros politicastros de hoy, no fueron comprendidos ni tuvieron resultado práctico sus predicaciones.

Iturbide, al siguiente día de su entrada en la capital, instaló la Junta Provincial Gubernativa, compuesta de treinta y cuatro personas, cuya junta nombró una Regencia en que figuraban Iturbide como presidente, O'Donojú, don Manuel de la Bárcena, don José Isidro Yáñez y don Manuel Velázquez de León.

Iturbide en el nombramiento de la junta y por su personal, puso de manifiesto su adhesión a los intereses de las clases privilegiadas, elemento vital de la colonia, y su odio a la independencia, no obstante haber declarado en el preámbulo del plan de Iguala que la causa que proclamaba era la misma que resonó en el pueblo de Dolores.

En la junta había enemigos de Iturbide, que aunque con suma cautela, se organizaban en oposición, formándola Fagoaga, Tagle, Odoardo y otros, que o bien porque odiaban los antecedentes de Iturbide, o porque odiaban también la independencia, se coligaron.

Iturbide nombró un ministerio inepto y muy abajo de las exigencias del país (1).

Iturbide hizo los siguientes nombramientos de capitanes generales:

Para las provincias internas de oriente y occidente, don Anastasio Bustamante:
Durango, Zacatecas y San Luis, don Pedro Celestino Negrete;
México, Querétaro, Valladolid y Guanajuato, don Manuel Sotarriba;
Para Veracruz, Puebla, Oaxaca y Tabasco, a don Domingo Loacez, dando jurisdicción para algunos pueblos del sur a don Vicente Guerrero.

El 8 de octubre dejó de existir O'Donojú, y tal acontecimiento aumentó el poder de Iturbide.

La oposición en tales momentos se organizó; el rito escocés, en que dominaba el elemento español, enemigo de la independencia, fue el receptáculo de los descontentos de todos los partidos. Los borbonistas, partido compuesto de españoles, figuraban en primer término en estas agitaciones.

La Junta Gubernativa facultó a la Regencia para contratar empréstitos en el extranjero, y decretar contribuciones, primero y funesto ejemplo de las facultades extraordinarias.

La Regencia luchó, desde su nacimiento, con enormes compromisos: las fuerzas ascendían a sesenta mil hombres; las rentas estaban aniquiladas, y de todas partes se acudía al centro gubernativo para la subsistencia de la vida social.

Chiapas y Guatemala se unieron en este tiempo a nuestro territoria, y aumentaron las atenciones del gobierno.

La ley electoral había robustecido el descontento, y aun provocado a tiempo una conspiración en que figuraba el general Victoria.

El Congreso constituyente se instaló en México el 24 de febrero de 1822, presidiéndolo don Hipólito Odoardo, en los momentos en que se tenía noticia de la enérgica reprobación de España a los tratados de Córdoba.

En vista de esto, la primera atención del Congreso era elegir un soberano, y esta necesidad fue la manzana de la discordia lanzada en medio de los diferentes partidos.

En el seno del Congreso se aliaron republicanos y borbonistas contra los iturbidistas, y destituyeron como a tales, de la Regencia, al obispo Pérez, Bárcena y Velázquez de León, sustituyéndolos con don Nicolás Bravo, el conde de casa de Heras Soto y el doctor don Miguel Valentín.

Los jefes de las fuerzas militares se habían abanderado en los partidos beligerantes, figurando de un modo anómalo en el partido republicano, compuesto de Victoria, Guerrero, Bravo y otros antiguos insurgentes, borbonistas intolerantes.

En el partido iturbidista sobresalían decididos los generales Bustamante, Cortazar, Filisola y otros que se habían distinguido como enemigos de los insurgentes.

Aunque se habían embarcado y tomado el rumbo de España fuerzas españolas; Dávila, jefe español, que no había entrado en transacción alguna, permaneció dueño de San Juan de Ulúa, que se designaba como punto de apoyo de una reacción en favor de España.

La exacerbación de las pasiones había llegado a su último extremo; en el seno de la Cámara y en el público se notaba la decadencia rápida del partido de Iturbide.

En tales circunstancias, Pío Marcha, sargento del primer regimiento de infantería de línea, la noche del 18 de mayo de 1822, en medio de la embriaguez y de un asqueroso motín de cuartel, proclamó emperador a Iturbide con el nombre de Agustín I: el populacho lo secunda, los repiques y las dianas difunden el movimiento tumultuoso, y la chusma escandalosa se dirigió al frente de la casa de Iturbide, gritando: ¡Viva Agustín I!

Iturbide no quería desairar la tan espontánea manifestación del voto del ejército y del pueblo, pero aparentaba resistir, mientras que ocultamente atizaba con sus manejos el movimiento. Llamado al seno del Congreso, se discutió si se confirmaba o no aquella proclamación pérfida y revolucionaria; y el Congreso, después de un ardientísimo debate, en presencia de Iturbide, en que éste representó el papel más jesuítico, respecto a sus enemigos, aprobó la elección por sesenta y siete votos contra quince, habiéndose ocultado dos individuos diputados (2).

El emperador volvió a su casa, tirando de su carruaje el pueblo, en medio de un entusiasmo que se parecía al delirio.

Las provincias dominadas, hasta en los ayuntamientos, por entidades militares, se transmitieron resignadas la consigna que partía de la capital.

La corona se declaró hereditaria; la nobleza de abarrote, que era la sola existente en México, desempolvó sus pergaminos y conservó la ridícula farsa aristócrata, haciendo caricaturas con las imitaciones de Europa.

Celebróse al fin de la coronación, y se instituyó la Orden de Caballeros de Guadalupe.

Alucinado Iturbide con estas manifestaciones de la adulación, reclamó el derecho del veto sobre los artículos de la Constitución, derecho absoluto de nombrar y destituir jueces de todas categorías, y por último, pidió la creación de un tribunal militar, con el objeto de juzgar soberanamente. A pesar de las circunstancias y de los partidarios que tenía Iturbide en el Congreso, todos esos proyectos de decreto fueron rechazados.

Iturbide envió a don Manuel Zozaya, como ministro a los Estados Unidos, los que retardaron el reconocimiento de la independencia hasta la caída de Iturbide.



Notas

(1) Este ministerio nombrado por Iturbide, lo compusieron don Juan Pérez Maldonado, Hacienda; don Antonio Medina, Guerra; don José Domínguez, Justicia, y don Manuel Herrera (eclesiástico), Relaciones. La apreciación de las cualidades de estas personas puede verse en don Lorenzo Zavala.

(2) Sobre los antecedentes de la coronación de Iturbide y otros pormenores análogos, véanse las Memorias de don Anastasio Zerecero, impresas en San Luis Potosí y dedicadas al señor licenciado don José María Iglesias y al autor de estas lecciones. Puede consultarse, aunque con reservas, a don Luis Cuevas Gonzaga, en su obra titulada Porvenir de México, página 215 y siguientes; Memorias de Iturbide, Mexicanos distinguidos de Sosa, etcétera.

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