Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoCUARTA PARTE - Lección XVIICUARTA PARTE - Lección XIXBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

CUARTA PARTE

Lección XVIII

Segunda guerra de independencia. Origen de la guerra. Convención tripartita. Napoleón III y los traidores. Plan de monarquía. Maximiliano de Austria. Expedición de las tres potencias unidas. Ocupación de Veracruz por la escuadra española. Ultimátum. Convenios de la Soledad. Negociaciones en Orizaba. Inglaterra y España se retiran. Almonte y Saligny asumen la responsabilidad de la continuación de la guerra.


El triunfo disputado de los principios liberales y la loca esperanza de una restauración al antiguo régimen en vista de la intransigencia del clero y de la posición que guardaban los más distinguidos jefes militares, hicieron al partido conservador volver los ojos al antiguo proyecto de monarquía, que no se había dejado de la mano y que permanecía sin resultado práctico.

El ministro Touvenett había expuesto a nuestro enviado don Juan A. de la Fuente, la resolución de la Francia, la Inglaterra y la España, para hacer con las armas en la mano sus reclamaciones a México.

En vista de las agitaciones de México, Gutiérrez Estrada, Almonte e Hidalgo, dieron eficacia a sus agencias para el establecimiento de la monarqUla.

Gutiérrez Estrada era conocido por esas agencias que fracasaron en 1853, representando a Santa Anna y por su orden, y en 1857 a Miramón y Zuloaga.

Almonte e Hidalgo, amigos íntimos de Gutiérrez Estrada, le comunicaron la noticia del rompimiento de España, Inglaterra y Francia contra México; y Gutiérrez, que se hallaba en París, comenzó a dar los pasos convenientes en la corte de Napoleón III, rehusando ir a Miramar a ofrecer la corona a Maximiliano, porque deseaba lo hiciese persona de más representación que él. El pensamiento se lo comunicó al conde de Rechberg, y éste partió a Miramar a ofrecer la corona al archiduque.

El príncipe Maximiliano de Austria nació en Viena, en el palacio de Schoenbrun en 1832, y casó con la princesa Carlota Amalia, hija de Leopoldo, Rey de Bélgica, en 1857.

Maximiliano aceptó la corona con las cuatro condiciones siguientes:

1° Que lo eligiera la mayor parte de los mexicanos.
2° Que Napoleón III le prestase el auxilio de su ejército.
3° Que su hermano Francisco José, emperador de Austria, aprobase su proyecto; y,
4° Que lo aprobase también su padre político, el Rey de Bélgica.

Las condiciones de Maximiliano fueron aceptadas; el Rey de Bélgica calificó de honrosa la empresa aunque se desgraciara, y Napoleón ofreció su apoyo; únicamente los padres de Maximiliano aparecieron como disidentes.

No es cierto que de Napoleón partiese la iniciativa de que ocupase el trono de México Maximiliano.

Santa Anna ofreció servir al imperio; pero en esa época era un hombre totalmente desprestigiado.

La expulsión de los ministros extranjeros, la ley de 17 de julio que suspendió los pagos, y la guerra que en los Estados Unidos comenzaba, ofrecían pretextos favorables al escandaloso atentado, y se provocó la llamada Convención de Londres, que era siempre una intervención injustificable, ya que no se pudo lograr de pronto el establecimiento de la monarquía.

La convención llamada tripartita celebrada en Londres en representación de Inglaterra, Francia y España, por lord Roussell, M. Flahaut y don Javier Isturis, se redujo a los puntos siguientes:

1° Ocupación de fortalezas y posiciones militares para defender los intereses extranjeros.
2° A no procurar adquisición de territorio ni injerirse en la política interior del país, ni en nada que menoscabase los derechos de México como nación soberana e independiente.
3° Nombramiento de comisarios para que decidieran sobre los negocios de los súbditos extranjeros en México, cuidando de la recaudación y distribución de las sumas que correspondiesen a los extranjeros.
4° Excitar a los Estados Unidos para que se adhiriesen al tratado; y,
5° Fijar el término de quince días para la ratificación del tratado.

A la vez de que se ajusta este tratado, Napoleón III por sí, y excitado por don José Gutiérrez Estrada, don Francisco J. Miranda, turbulento clérigo, el ministro y el secretario de la legación mexicana, unidos en intereses con los agentes del banquero Jecker, M. Morny y otros mexicanos y extranjeros, formaba el plan del establecimiento de una monarquía; y aceptaba la candidatura que se le propuso del archiduque Fernando Maximiliano de Austria (Véase el Compendio de don Luis Pérez Verdia, pág. 319).

Entretanto la expedición se había organizado con el comodoro Dunlop, el almirante Jurien de la Graviere y el general Prim, fungiendo de comisarios M. Wyke y M. de Saligny, asumiendo las facultades necesarias el general don Juan Prim, conde de Reus y marqués de los Castillejos.

La escuadra española se adelantó y ocupó, sin formalidad ninguna y como invasión pirática, Veracruz, el 17 de diciembre de 1861.

El 8 de enero de 1862 el conde de Reus, desde Veracruz, dirigió su ultimátum a nuestro gobierno, exponiendo como motivos por parte de Inglaterra, el asalto de los reaccionarios a la legación inglesa; la España, el asesinato de varios españoles y la falta al tratado Mon-Almonte (1), y por Francia, agravios al representante M. Saligny, hombre, como se sabe, de pésima conducta y ebrio consuetudinario. Como causa común a las tres potencias, se exponía la suspensión de pagos prevenida en la ley de 17 de julio.

Este último fundamento de queja era el más injusto, porque habiéndose derogado la ley de 17 de julio, no había motivo alguno de queja.

La ocupación de los fondos de la legación no era, en último resultado, más que un asalto de bandidos que pagó el gobierno legal, y era lo más singular del mundo ver aliados al ofendido y al autor del atentado, contra el que lo satisfacía y reparaba.

Los asesinatos de San Vicente fueron crímenes que el gobierno puso los medios para que se castigase con toda energía.

En una palabra, y para vergüenza de la triple alianza, los derechos de México se habían puesto en claro y defendido por Thiers, Julio Favre, Picard Geroult y otros franceses eminentes por su ciencia y por su probidad.

En cuanto a M. Morny, ministro y favorito de Napoleón, no era sino el cómplice de Jecker, pendiente de un negocio en que se versaban quince millones de pesos (Véase México y sus cuestiones fiancieras, obra escrita por don Manuel payno).

El gobierno, a la altura de su papel, contestó que estaba dispuesto a atender y obsequiar todas las reclamaciones justas, y al mismo tiempo expidió su ley de 25 de enero, imponiendo terribles penas a los que favoreciesen la invasión extranjera, porque a tales auxiliares no podía considerarse sino como traidores a la patria.

Celebráronse los convenios de la Soledad para atender a los comisarios, y las negociaciones se abrieron en Orizaba.

En esas negociaciones fue tanto y tan eficaz el ministro Doblado, tan irresistible su elocuencia y tan patentes los derechos de México, que Prim y Dunlop se retiraron de la alianza, acatando la justicia y poniendo muy alta la moralidad de los gobiernos de Inglaterra y España.

Doblado se hizo, por sus servicios, digno de la gratitud nacional; pero ellos no se encarecen aún, porque no tienen el estrépito de los hechos de armas.

Los soldados de Napoleón asumieron la responsabilidad de aquella situación, usurpando su nombre a la Francia. Almonte y Saligny se convirtieron en directores del partido conservador, y las tropas, rompiendo villanamente el tratado de la Soledad, avanzaron a Orizaba (2).



Notas

(1) Sobre los preliminares de la intervención puede verse a Iglesias en su obra intitulada La intervención francesa en México, tomo I, página 17 y siguientes; y Rivera Cambas, Gobernantes de México, página 628 y siguientes. El señor licenciado Zamacona, enviado por el señor Juárez a los comisarios, que representó en esta comisión honrosísimo papel, posee documentos preciosos que por desgracia no han visto la luz pública, y en que se pone de manifiesto, como dice el señor Rivera Cambas, el patriotismo, el valor civil y la altura a que se supo colocar el señor Juárez para defender los derechos de la nación.

En cuanto al tratado Mon-Almonte que motivó la venida de Pacheco a México, véase Arrangoiz, páginas 363 y 364.

(2) Véase los autores citados, en las mismas obras, tomos y páginas.

Sobre semejante suceso (Pérez Verdía, en la página 323 de su Compendio) decía el señor Prim en el Senado español: No es tiempo de anatematizar este hecho único en los anales militares desde que el mundo es mundo. Alude a la ruptura de los tratados de la Soledad.

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