Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo Prieto | CUARTA PARTE - Lección VI | CUARTA PARTE - Lección VIII | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA
Guillermo Prieto
CUARTA PARTE
Lección VII
Guerra con Francia. Bombardeo de Veracruz. Origen de la guerra. Contestaciones. El barón Deffaudis. Don Luis G. Cuevas. Los franceses atacan Ulúa. El general Gaona. Don Blas Godínez. El 5 de diciembre. Herida y prisión de Santa Anna. Fin de la guerra. Bustamante toma el mando de las armas. Santa Anna le sustituye en el poder. Arista marcha contra Urrea y ocupa Tampico. Urrea se une a Mejía y marcha sobre Puebla. Santa Anna derrota a Mejía en Acajete y le fusila. Urrea se oculta y sorprende al presidente en Palacio. Bustamante resiste y triunfa de la rebelión. Pronunciamiento de Valencia. Santa Anna media y se alza con el poder. Salida de Bustamante a Guadalajara. Don Javier Echeverría en el poder. Proyecto de monarquía de don José María Gutiérrez Estrada. Plan de Tacubaya. Revolución de Yucatán. Santa Anna en el poder. Prostitución y despotismo. Instalación de un nuevo Congreso. Golpe de Estado. El 6 de diciembre de 1844. Presidencia del general Herrera. Texas se une a los Estados Unidos. Conducta indigna de Paredes.
Ocupábase la República de la importante cuestión de Texas cuando vino a preocuparla la reclamación francesa que dio por resultado el bombardeo de Veracruz (1).
El verdadero origen de esta guerra debe buscarse en las violencias de los jefes militares y en el espíritu de tráfico y de agencia mercantil que dominó a algunos ministros extranjeros, tomando el carácter de corredores de los intereses de sus súbditos, con honrosas excepciones. Amagados nuestros gobiernos ignorantes o tímidos, terminaban los negocios privados en convención, o sea compromisos de gobierno a gobierno, que produjeron muy funestas consecuencias a nuestra patria.
Había reclamaciones de súbditos franceses ocasionadas por las guerras civiles. El general Bustamante indebidamente descuidó este negocio; el gobierno francés envió al barón Deffaudis a hacer estos cobros, y el ministro de Relaciones don Luis G. Cuevas contestó que no entraría en negociaciones mientras estuviese la escuadra francesa en las aguas mexicanas.
Entonces el almirante Baroche que estaba en Veracruz, declaró que cesaban las relaciones entre Francia y México y que estaban bloqueados los puertos todos de la República.
En estos días ancló en nuestras aguas el almirante Baudin, quien pidió contestación al ultimátum.
Ningún resultado tuvo una entrevista entre Baudin y Cuevas, y el 27 de noviembre rompió sus fuegos la escuadra francesa contra San Juan de Ulúa.
El general don Antonio Gaona, con una cortísima fuerza y cuarenta cañones, hizo frente al empuje de la escuadra francesa durante cuatro horas que sufrió el fuego de ciento cuarenta piezas de artillería.
El heroico oficial don Blas Godínez defendía el Caballero Alto, y quedó entre sus escombros mutilado de un brazo y una pierna.
Habiendo volado el Caballero Alto y muerto la mayor parte de la guarnición, hizo una honrosa capitulación, quedando con el mando de la plaza el general Santa Anna.
El 5 de diciembre los franceses, favorecidos por una espesa niebla, desembarcaron con objeto de apoderarse del jefe mexicano, lo que no lograron, aprehendiendo sólo a Arista.
Santa Anna, que estaba en el propio edificio que Arista, se salvó con singular viveza; y unido a las tropas nacionales hizo, con bravura extremada, reembarcar a las francesas. En lo más recio del combate perdió Santa Anna una pierna, y tal circunstancia y el manifiesto elocuente escrito con motivo de aquella acción por el licenciado don Lázaro Villamil, le rehabilitaron en la opinión y le abrieron más tarde las puertas del poder.
Un sello de sangriento sarcasmo señaló para el gobierno francés esta guerra, que se llamó de los pasteles, por haber entre las reclamaciones una en que figuraban 60 000 pesos de pasteles, de los que valen hoy a centavo.
El señor don Ignacio Altamirano, en el estilo vehemente que tan bien maneja, se expresa en los siguientes términos de esta guerra:
A consecuencia de este desastre y de la falta de energía del gobierno de Bustamante, que no la desplegaba sino contra sus compatriotaS, se abrieron nuevas negociaciones que concluyeron con un tratado vergonzoso, padrón de ignominia para aquel gobierno que no tiene excusa alguna para tamaña debilidad. Se pagó a la Francia cuanto exigia (2).
Los pronunciamientos en contra del centralismo se multiplicaron; el presidente Bustamante se puso al frente de las armas, sustituyéndole el general Santa Anna (18 de marzo de 1839), y el general Arista marchó contra Urrea que ocupaba Tampico.
Urrea esquiva el ataque de Arista y Bustamante, y abandona Tampico, vuela a unirse al general don Antonio Mejía, y ambos se dirigen sobre Puebla, pero Santa Anna los ataca en Acajete y fusila a Mejía que cayó prisionero. El general Tornel. ministro de la guerra, que acompañó al general Santa Anna, firmó aquella sentencia.
Urrea se oculta en México, y aprovechando los elementos de la revolución, el 15 de julio de 1840 se pronuncia en la capital haciéndose del Palacio Nacional.
El general Bustamante, sorprendido en su propio aposento, observó una conducta tan valiente y resuelta que forzó a sus enemigos a que le pusiesen en libertad (3).
Ocupó el convento de San Agustín, organizó el gobierno y las fuerzas contra los rebeldes, y durante quince días la capital se convirtió en campo de batalla, hasta que vencidos los pronunciados, evacuaron Palacio.
El descontento, no obstante, crecía, y explotándolo se pronunció en Guadalajara, el 8 de abril de 1841, el general Paredes y Arrillaga.
A pocos días, el general Valencia secundó el pronunciamiento en la Ciudadela de México, y Santa Anna, que había observado una conducta equívoca ofreciéndose como mediador para sacar personalmente partido, el 9 de septiembre se pronunció en Perote.
El general Bustamante salió a combatir a los pronunciados de Guadalajara, quedando en el mando don Javier Echeverría, honrado comerciante de Veracruz que era presidente del consejo,
Con motivo de los acontecimientos de julio, don José María Utierrez Estrada, yucateco, que gozaba cierta consideración en sociedad, escribió una carta al presidente de la República exponiéndole la imposibilidad de que tal sistema se plantease en México y encareciéndole la conveniencia de establecer la monarquía con un principe extranjero a su cabeza. La impresión que esta carta folleto produjo en México fue de profunda indignación; el autor tuvo que ocultarse; pero para los enemigos de la independencia se señaló como una esperanza que a los veintitrés años creyeran realizar cuando el propio Gutiérrez Estrada fue a Miramar a ofrecer la corona a Fernando Maximiliano de Austria (4).
En octubre triunfó totalmente la revolución; los trásfugas, los traidores, los traficantes con la revuelta aparecieron sosteniendo Un plan formado en Tacubaya por los adictos al general Santa Anna. El plan creaba una junta de notables que le nombraron presidente.
Yucatán se rebeló a la noticia del cambio de gobierno, y se nombró al general Matías Peña y Barragán para que sometiese a la península.
Santa Anna casi no ejercía el poder sino por medio de sustitutos. En sus haciendas se verificaba un festín diario; sus cortesanos, los agiotistas y los aduladores, le formaban una atmósfera de placeres perpetuos. Cuando venía a la ciudad, tahúres, galleros y mujeres de mala vida se regocijaban. Sus ayudantes y adictos eran corredores de toda clase de negocios; se acicalaba y seguía una vida sibarita; premiaba los más sucios servicios con condecoraciones militares; en una palabra, se ocupó en prostituir el poder hasta lo repugnante y asqueroso, apoyándolo todo en aquella máxima estúpida que dice: quien tiene la fuerza todo lo tiene.
Entretanto, una nueva junta de notables formó las bases orgánicas, y en virtud de ellas se hicieron nuevas elecciones para otro Congreso que se instaló el 1° de enero de 1844, nombrando a Santa Anna presidente constitucional.
En este Congreso figuraban los señores Otero, Pedraza, Luis de la Rosa, Llaca y otros elocuentísimos oradores, sabios políticos y patriotas honrados y entendidos (5).
La sexta de las bases orgánicas prevenía que el presidente provisional diese cuenta al gobierno de sus actos. Santa Anna no quiso hacerlo.
Con tal motivo se pronunció Paredes en Guadalajara, y en el Congreso se reivindicaron los derechos del pueblo.
Canalizo mandó suspender las sesiones del Congreso el 29 de noviembre de 1844.
La indignación universal se hacía sensible; esta opinión tan omnipotente como despreciada por todos los déspotas, constitula una fuerza incontrastable (6).
Los diputados perseguidos se refugiaron en San Francisco, prostando contra las violencias, y entonces, rodeándoles el pueblo en masa, la capital como un solo hombre, incontenible y tremenda como la tempestad, aprehendió a Basadre y Canalizo, elevó a Herrera a la presidencia, restituyó, en marcha triunfal, a los diputados a sus puestos, y se desbordó derribando los monumentos que había levantado la adulación a Santa Anna (7).
Sabedor éste de lo ocurrido en México y contando con una fuerza de doce mil hombres, se dirigió sobre la capital, pero intimado por la actitud formidable que ésta guardaba, se retiró primero a Puebla; aturdido por la resistencia de aquella ciudad, se dirigió a Veracruz: en el camino lo abandonaron sus tropas, le hicieron prisionero los indios miserables de Jico, y reducido a prisión en Perote, fue débil e indigno de su nombre y de las distinciones con que le había honrado la nación.
Don José Joaquín de Herrera entró al poder en 1844 y lo dejó en 1846, en que fue derribado por una nueva revolución (8).
El 24 de mayo se decretó el destierro de Santa Anna, Canalizo y sus ministros.
Texas declaró que formaba parte de la Unión Americana (9).
En vista de la actitud que guardaba Texas, se confió al general Paredes y Arrillaga un florido ejército para que contuviera los avances de aquellos rebeldes; pero aquel mal aconsejado general, lejos de cumplir su honrosa misión, se pronunció contra el gobierno en la hacienda de la Pila, cerca de San Luis Potosí, el 14 de diciembre de 1845, llegando a México el 2 de enero de 1846.
El primer acto de este general fue nombrar una junta de notables que le eligió presidente, y tomó posesión del mando en 4 de enero de 1846.
Notas
(1) Véase Pérez Verdía, página 278, en su precioso Compendio de la victorla de México, impreso en Guadalajara en 1883.
(2) Véase la obra de don Francisco de Arrangoiz, titulada México desde 1808 hasta 1867, tomo II, páginas 240, 241 y siguientes. Pérez Verdía dice en la página ya citada: Y eran tan exageradas las pretensiones de Francia que todavía pagados los créditos fabulosos del pastelero y otros, conservó varios años cerca de 200 000 pesos sin entregarlos porque no había quien los reclamara.
(3) Véase Arrangoiz, página 244 del tomo II.
(4) Arrangoiz, página 246.
(5) Llaca era natural de Querétaro, joven pero enfermizo; su voz apagada, su aspecto frío y su palabra sin colorido, formaban contraste con sus vehementísimas inculpaciones contra el gabinete. En sus discursos sacaba partido de las pinturas exactísimas de los desórdenes y la prostitución de la corte de Santa Anna ... Decía en uno de sus discursos: meretrices, tahúres, galleras, escoria y basura social en orgía, en el retrete íntimo ... en las antesalas, los ministros extranjeros, los negocios que interesaban a la paz pública, los infelices llenos de mérito que en vano pedían justicia. Llaca murió poco después en la flor de la edad, de una afección de hígado dolorosísima.
(6) La opinión a que se alude, formó el movimiento de 6 de diciembre, el más espontáneo y popular que registra nuestra historia.
(7) En la plaza del mercado, en el costado de Palacio, había una estatua de Santa Anna que derribó el pueblo, así como otras, llegando en su frenesí hasta exhumar la pierna que perdió Santa Anna en Veracruz y que estaba sepultada en el cementerio de Santa Paula.
(8) Véase Arrangoiz, página 261.
(9) El comodoro Elliot, engañado por Houston y su partido, vino a México a procurar el reconocimiento de la independencia, donde tuvo crueles desengaños. Véase Arrangoiz, páginas 263 y siguientes, tomo II, y consúltese sobre todo a Roa Bárcena en su obra clásica sobre la invasión norteamericana.
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