Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoCUARTA PARTE - Lección VIICUARTA PARTE - Lección IXBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

CUARTA PARTE

Lección VIII

El general Paredes. Guerra americana. Palo Alto. La Resaca de Guerrero. Abandono de Matamoros. Pronunciamiento de Guadalajara. Pronunciamiento del general Salas. Caída de Paredes. Santa Anna y Farías en el poder. Los norteamericanos en Veracruz. Pronunciamiento de los polkos. Presidencia del general Anaya. Tampico. General Parrodi. Chihuahua. General Trías. Nuevo México. California. Sitio y toma de Monterrey. Vuelta a San Luis. Fin del pronunciamiento de los polkos.


Como hemos visto, en la época del general Herrera se declaró Texas incorporado a los Estados Unidos; pero aunque se ha dado idea de los preliminares de la guerra, es preciso presentar en un cuerpo de narración encadenada, los acontecimientos para la debida claridad.

El próspero desarrollo de la Unión Americana alentó la ambición de adquisiciones de mayor territorio; y lo lograron, adquiriendo con poco esfuerzo las Floridas, la Luisiana y el Oregon (1).

La rica, feraz y extensa provincia de Texas irritó la codicia de los norteamericanos; el gobierno se hizo órgano de esos deseos y propuso a España primero, y después a México, la compra de aquel territorio.

Rechazadas las expuestas pretensiones, se recurrió a otra política más pérfida.

Protegióse la insurrección de los colonos contra el gobierno, y dizque para vigilar lo que ocurría, se mandó al general Gaines a Nacodoches, sin miramiento alguno, invadiendo de hecho el territorio nacional.

Independizado Texas, reconoció el gobierno norteamericano su independencia por un tratado de 12 de abril de 1844, en virtud del cual lo anexaba a los Estados Unidos, con tal atropello, que nuestro Ministro en Washington, don Manuel E. Gorostiza, ilustre patricio, pidió sus pasaportes y abandonó los Estados Unidos.

Las cámaras de los Estados Unidos aprobaron el robo escandaloso de territorio, y no contento el gobierno, le dio tal extensión, que aseguraba que es su límite el río Bravo; por este ardid grosero que sostenía la fuerza, se quería hacer creer que México era quien agredía, cuando se le mutilaba contra todo derecho.

Por estos motivos se declaró la guerra a mediados de 1846, estando en el poder el general Paredes después de haber derribado al señor Herrera.

Sin atender a las necesidades de la guerra, sin considerar su trascendencia, y de un modo realmente antipatriótico e infame, Paredes se entregó en el poder a una dirección retrógrada y servil que conspiraba contra la independencia y mostraba sin embozo sus aspiraciones por la monarquía.

Se decía que este pensamiento lo favorecía el ministro español Bermúdez de Castro, y lo propalaba el periódico intitulado El Tiempo, redactado por las eminencias del partido conservador, entre las que figuraban Aguilar y Marocho, el Padre Nájera y don Lucas Alamán.

Desatóse cruel persecución a los escritores liberales (2), y el general Paredes reunía noche a noche en su casa, edificio del antiguo Correo, a los jefes de los cuerpos, en cuya tertulia se escarnecía la independencia y las ideas liberales, haciéndose activa propaganda por la monarquía.

La alarma del partido liberal y el retraimiento y desconfianza de los Estados eran visibles, formando el todo un conjunto revolucionario y fatal.

El general Arista había remplazado en el ejército del Norte al general Ampudia.

El general norteamericano Zacarías Taylor rompió las hostilidades, al frente de tres mil hombres perfectamente armados y equipados, y ocupó el frontón de Santa Isabel.

El señor Arista, no obstante lo mal armado, la escasez de recursos y lo desprovisto de lo más necesario, salió al encuentro del jefe norteamericano, presentando la batalla en las llanuras desiertas de Palo Alto, cerca de Matamoros.

La poderosa artillería norteamericana decidió esta acción, no consumándose nuestra derrota por la llegada de la noche.

El general Arista emprendió su retirada frente al enemigo y con el objeto de regresar a Matamoros; pero estando en la Resaca de Guerrero (otra gran llanura) (3), avanzaron las tropas norteamericanas sobre las nuestras.

No dio seria importancia el señor Arista a aquel avance; más bien le creyó un reconocimiento que emprendía el enemigo desde un bosque inmediato; pero de repente se lanzaron sobre los nuestros aquellas fuerzas organizadas, produciendo la desmoralización más completa y el desbandamiento más incontenible.

En vano los generales don Pedro Ampudia y don Rómulo Díaz de la Vega, con esfuerzos heroicos, pretendieron rehacer a las tropas. El general Vega cayó prisionero combatiendo muy valerosamente, y Ampudia era envuelto por sus soldados.

Entonces el general Arista reuniendo algunos soldados dispersos, se disparó temerariamente, dando una carga de caballería que hizo bastante estrago sobre el enemigo; pero todo fue inútil la derrota hizo dueños de nuestro campo a nuestros enemigos, que hicieron cien prisioneros y se apoderaron de nuestra artillería y municiones.

Arista se retiró a Matamoros, que abandonó en seguida, dejando en poder del enemigo cuatrocientos prisioneros por falta de bagajes.

El general Arista fue sujeto a juicio, resignando el mando al general don Francisco Mejía, quien lo entregó a su vez al general Ampudia que ocupaba Monterrey.

Por muy superficial que sea la mirada que se dirija sobre el estado de cosas que acabamos de narrar, se ve que, prescindiendo de que el valor se mostró igualmente alto y esforzado entre las fuerzas contendientes, en las norteamericanas se notó la unidad de acción, la inteligencia directiva, la disciplina perfecta, producto de la exactitud y violencia de los movimientos, y en abundancia los recursos de armas, municiones, víveres, asistencia de heridos, etcétera.

La comparación de esos elementos y los nuestros es patente, y debe fijarse para establecer un juicio seguro e imparcial.

Mientras se verificaban tan graves sucesos en nuestras fronteras, en Guadalajara se pronunciaba el general Yáñez, gritando: ¡muera el príncipe extranjero! Acudió Paredes a batirlo, dejando encargado el gobierno al general Bravo; pero el 4 de agosto se pronunció en la Ciudadela de México el general Salas, huyó Paredes, y habiendo sido hecho prisionero, fue desterrado de la República.

Salas, de quien se había apoderado el partido liberal moderado, convocó un Congreso que eligió presidente a don Antonio López de Santa Anna y vicepresidente a don Valentín Gómez Farías.

Santa Anna tomó el mando del ejército. Farías se encargó del gobierno.

El Congreso, compuesto en su mayoría de patriotas liberales, en vista de las circunstancias y de la extremada escases de recursos, dio su decreto de 11 de enero de 1847 (4) sobre desamortización de bienes eclesiásticos, y entonces, conservadores y clericales no pensaron sino en la caída de los puros aun cuando fuese a costa de la independencia.

Los cuerpos de guardia nacional levantados para la defensa de la patria, estaban como separados por clases, y había cuerpos dependientes de conservadores, y otros del gobierno (5).

El gobierno imprudentemente quiso el desarme de los cuerpos que le eran hostiles; éstos resistieron: el clero atizaba y procuraba recursos, mOViendose con ardor inusitado.

Al fin, con eterna vergüenza y escándalo de México, estalló el pronunciamiento de los polkos (alusión al baile de la polka), es decir, la gente decente, los conservadores, acaudillados por Salas Peña Barragán, sostenidos secretamente por el partido moderado (6); quedando fieles al gobierno varios cuerpos de guardia nacional a cuya cabeza estaba el general Rangel.

Por espacio de un mes, aproximativamente, las calles de México fueron teatro de toda clase de horrores, Farías ocupaba Palacio, Peña y Barragán San Hipólito, Balderas San Diego, el cuerpo de Hidalgo el Hotel lturbide, el de Victoria la Profesa.

El país entero reprobó con honda indignación el pronunciamiento de los polkos, cuando estaba la escuadra norteamericana en las aguas de Veracruz; el partido moderado se ofuscó (7); el clero, que todo lo había promovido, retiró sus recursos y desconoció las libranzas que había aceptado, por prohibirle los cánones injerirse en cosas semejantes; y perdidos los rebeldes, acudieron a Santa Anna (8), quien aprovechando la ocasión, ocupó la presidencia el 21 de marzo, saliendo rumbo a Veracruz el 2 de abril, dejando el mando a don Pedro María Anaya, y partiendo a Veracruz a combatir a los invasores (9).

Los sucesos anteriores de la campaña habían sido la funesta desocupación de Tampico, defendido por el general Parrodi; la batalla del Sacramento en Chihuahua, en que se distinguió notablemente el general Trías, la ocupación de Paso del Norte por Doniphan; la de Nuevo México por Kearney, y la de California por Fremont, donde entraba el 19 de julio, ayudado por la escuadra de Sloat.

El país entero, aunque herido por los ultrajes del extranjero, mostraba cierta frialdad para la guerra, frialdad producida por las maquinaciones del clero, por la inmoralidad, los contratos ruinosos, la ignorancia, el favoritismo y los desórdenes de Santa Anna (10).

Ampudia se había fortificado en Monterrey con cinco mil hombres; los oficiales Manuel y Luis Robles Pezuela mostraron grande habilidad en aquellos trabajos; los ataques fueron rudos y la reSistencia valerosísima, distinguiéndose los jefes Nájera, Morett, Ampudia y otros, y haciéndose notable la señora doña Josefa Zozaya, persona distinguida, que alentaba sobre los parapetos a las tropas y les repartía víveres y municiones.

Ampudia capituló honrosamente, dejando a Taylor dueño de la plaza, y se retiró a San Luis, donde se encontraba el general Santa Anna, que con la llegada de estas fuerzas reunió catorce mil hombres (11).

El 28 de junio de 1847 salió el ejército de San Luis al mando en jefe del general Santa Anna, y acompañado de los generales Mora y Villamil, Blanco, Micheltorena y otros menos notables. En las marchas forzadas y bajo la influencia de una grande escasez de recursos y medios para prevenir los rigores de la estación, quedaron fuera de combate cuatro mil hombres, llegando las tropas así mermadas, el día 22, al frente del invasor. Éste se encontraba fortificado en la Angostura, cerca del Saltillo.

El combate comenzó y duró todo el día 23, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, peleándose por ambas partes con igual bravura. El ejército mexicano presentaba como testimonios de victoria las posiciones quitadas al enemigo, tres cañones, tres banderas, cuatro carros de parque y varios prisioneros. Por su parte, tuvo una pérdida de 594 muertos, 1 039 heridos y 1 800 soldados dispersos; y el invasor, según sus propios datos: 267 muertos, 456 heridos, 23 dispersos.

Las tropas norteamericanas, aunque en menor número, ocupaban posiciones ventajosísimas; tenían inmensa superioridad en armamento y útiles de guerra, y se encontraban abastecidas de todo lo necesario con abundancia. Sin embargo, si el general Miñón hubiera batido con la caballería la retaguardia, la victoria habría sido completa (12).

El siguiente día, el general Taylor dispuso poner en salvo sus archivos y trenes, temiendo un nuevo combate; pero el general Santa Anna dejó el campo en solicitud de víveres, porque las tropas no habían probado bocado en veinticuatro horas. Esto hace asentar el eminente historiador de esta guerra, el señor Roa Bárcena: Si no es posible apellidar vencedor al ejército mexicano, no hubo vencedor en la batalla de la Angostura.

La total falta de recursos del ejército, las enfermedades que invadieron a las tropas, y las noticias de la capitulación de Veracruz, hicieron a Santa Anna retroceder a San Luis.

Farías, al saber los sucesos de oriente, ordenó a los batallones de guardia nacional Independencia, Hidalgo, Bravos y Mina, que marchasen a Veracruz; pero esto produjo el ignominioso movimiento de los polkos que trajo a Santa Anna al poder en los brazos del partido moderado.

La mancha que aquellos guardias nacionales echaron sobre sí, apenas la pueden disimular las heroicas hazañas de esos cuerpos en las batallas de Churubusco, el Molino del Rey y las garitas de la capital.



Notas

(1) Véase Roa Bárcena y el Estudio sobre la historla de la guerra entre MéxIco y los Estados UnIdos, ya citado.

(2) El periódico que hacía más vehemente oposición al gobierno era El Monitor Republicano, cuyo editor es don Vicente García Torres; escribían entonces en ese periódico, entre otros, don Juan Navarro, Ramón Alcaraz, Sabás Iturbide, Ponciano Arriaga y el autor de este compendio. García Torres fue la primera víctima, desterrándole a Monterrey, de resultas de conferencias con Paredes, en que desplegó rara energía y gran desprendimiento de sus intereses.

(3) Véase Roa Bárcena, Recuerdos ..., páginas 22 y siguientes.

(4) Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, capítulo titulado Polkos y puros, escrito por don Manuel Payno y el autor de este compendio.

(5) En el plan de pronunciamiento intervinieron los licenciados Guadalupe Covarrubias, Pedraza, Otero y otros que se ofuscaron como dice el texto. La organización de la guardia nacional, hecha por clases y corporaciones, contenía los gérmenes de este escandaloso movimiento, que como todos, comenzó con unos propósitos y terminó como no se esperaba. El que esto escribe fungió como soldado oscuro al lado del señor Peña y Barragán, y no puede recordar sin rubor y sin remordimiento aquellos días.

(6) El señor Payno fue en comisión por Santa Anna como uno de los jefes pronunciados de guardia nacional.

(7) El corto periodo del señor Anaya fue honrosísimo. Anaya era hombre de altísimas dotes y de probidad intachable; a su lado Luis Martínez de Castro y el autor de este compendio prestaron sus servicios.

(8) La conducta del clero fue pésima; el señor licenciado don Juan J. Baz y el que esto escribe, poseemos datos sobre las aseveraciones de esta llamada. El señor Baz, bajo este respecto, es quien tiene muy justos títulos a la gratitud nacional.

(9) Apuntes para la historia de la guerra, página 52 y siguientes.

(10) Roa Bárcena, página 73.

(11) Apuntes, página 91.

(12) Arrangoiz, página 278, tomo II.

Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoCUARTA PARTE - Lección VIICUARTA PARTE - Lección IXBiblioteca Virtual Antorcha