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MANIFIESTO DEL CLUB PONCIANO ARRIAGA

El congreso liberal, del modo más feliz, ha llevado a término sus trabajos, y al centro director, investido de la jefatura del Partido Liberal Constitucionalista, tócale informar oficialmente a los clubes y a los ciudadanos todos de las tendencias que guiarán a aquel concurso en sus debates y resoluciones.

Despojado el congreso, como lo estaba, de todo carácter oficial, no le incumbía en manera alguna operar reformas en la legislación ni determinar cambios inmediatos en la marcha de los asuntos públicos. Su misión, más modesta, pero no por eso menos noble, por fuerza tenía que reducirse a la esfera de acción en las democracias modernas reservada al pueblo en su conjunto y a los ciudadanos individualmente considerados. Se trató de que unidos llevemos a cabo la regeneración del maltrecho y disgregado Partido Liberal, atacado furiosamente por el clero corrompido y sus inmundos embrutecedores periódicos, y minado en sus interioridades por la prensa semioficial, no menos inmunda; por las disensiones que, en mala hora para la nación, provocó el mal llamado partido científico, organizado con fines harto peligrosos para la democracia y en extremo personalistas, y por inconsecuencia en ideas de ese conjunto de jacobinos que piensan que la sola misión del liberal es atacar al fraile, pero que permanecen mudos e impasibles, por servilismo o por miedo, ante las complicidades y los abusos del Gobierno.

Todos los medios para el óptimo logro de tan legítimas y patrióticas ambiciones son inmediatamente realizables, y sólo requieren en los buenos ciudadanos un poco de amor a la democracia y una cortísima dosis de buena voluntad.

Para formar un partido verdaderamente nacional, lo primero es contar con adeptos ilustrados y convencidos, y que, amén de no encadenar su conciencia al bando de los traidores, tengan el valor de analizar los actos del actual Gobierno, que ha procurado rodearse de individuos-maniquíes, desprovistos de carácter y energías.

Hemos, pues, prescrito, como tarea principal de los clubes, la celebración de públicas conferencias, en que, con la enseñanza de la historia y la formal excitativa al ejercicio del derecho, se infunda al pueblo el civismo, se le enseñe un patriotismo práctico, que huyendo de la patriotería declamatoria, cuyas únicas manifestaciones son los gritos destemplados que se escuchan los 15 de septiembre, procure la efectiva salvación de la patria, vigilando asiduamente sus intereses y educando al individuo para que sepa ser ciudadano y no siervo sumiso, y aprenda a que los gobernantes del país, en lugar de ser, como lo aparentan, los dueños y señores de la propiedad y de la vida, no son sino los humildes servidores del puebio; en fin, que éste es el amo y no el esclavo, y aquéllos los mandatarios y no los verdugos ni los déspotas.

Como atrevida iniciación de esta labor, cuyos óptimos frutos serán colectados por las futuras generaciones, por esas generaciones que, fundadamente, esperamos estarán exentas de cobardías políticas y de raquitismos apocados, se impuso a los liberales en los clubes inscritos, como obligación más precisa, el ejercicio vigoroso de la acción popular contra los funcionarios prevaricadores y despóticos. De este modo, y con la vigilancia perspicaz y nunca descuidada que los clubes han de ejercer sobre la conducta casi siempre inicuamente arbitraria y sospechosamente productiva de los mandatarios del pueblo, se puede esperar que algo se contendrán en sus excesos de tiranías y de exclusivo medro esas nulidades que, aprovechándose de las guerras intestinas, han subido al poder como las basuras suben a las playas, empujadas por las mareas vigorosas; porque entonces sabrán que cada uno de sus vicios será lanzado a la vergüenza pública; cada atropello, objeto de viril protesta, y cada deslealtad al pueblo, motivo de su eterno desprestigio ante la opinión social, que es el único tribunal honrado de los que, como nosotros, no tenemos justicia.

Incluimos, además, en las Resoluciones del primer congreso liberal algunas iniciativas de reforma que nuestras leyes reclaman. Bien sabemos que mientras impere el actual orden de cosas, tales reformas serán impracticables y utópicas, porque el poder desea que la libertad de imprenta siga siendo un mito, la responsabilidad de los funcionarios una ilusión burlesca, y la instrucción pública una piadosa mentira que asegure indefinidamente la sumisión de un pueblo afeminado al que ha herido el acicate de la dictadura dominante y el silencio de la clerecía triunfadora.

Pero si el pueblo no puede mandar en su legislación, que es y seguirá siendo tenebrosamente elaborada en el secreto de los gabinetes ministeriales, sí puede reclamar la supremacía práctica e inviolable en los comicios. Por eso, el que quiera pertenecer a un club liberal debe comenzar por saber elegir con criterio y con civismo, elegir conforme a los dictados de su conciencia y a despecho de las amenazas y de las ridículas consignas del tirano.

Ejercitemos, pues, este derecho, ya que es el único que se nos deja en nuestra democracia representativa, para que ésta, en vez de ser el grotesco carnaval del sufragio libre, abra paso a la intervención honrada del ciudadano en los asuntos públicos.

Y si una bien calculada reforma nos ha entregado atados de pies y manos, en caso de sucesión presidencial, al Congreso de la Unión, constituido, como se sabe, por dóciles instrumentos de las consignas, trabajemos, laboremos para que más tarde, en el próximo período, ocupe la presidencia un hombre liberal, talentoso y progresista, que respete las garantías individuales y que rinda fervoroso culto a la justicia, un individuo que siga el glorioso camino de los Victoria, Guerrero, Gómez Farías, Alvarez y Juárez, camino tanto tiempo hace abandonado.

Procuremos, por lo pronto, uniformar la opinión pública para hacerla pesar, en su oportunidad, como reclamación abrumadora y solemne sobre la Cámara de representantes, y para que pueda así conjurarse el peligro que a nuestra nacionalidad amenaza con la desaparición del hombre necesario, la que es probable no se realice sin que éste, siguiendo la funesta política que ha informado sus actos, nos imponga con una tiranía póstuma, al obrar sobre la sumisión de las Cámaras de la Unión que él ha creado con su omnipotencia, otro déspota u otro conciliador.

Porque el peligro es inminente.

No bastan las paladinas e hipócritas declaraciones de la prensa semioficial, ni mucho menos satisfacen las afirmaciones de los periódicos clericales, que ocultan la verdad para que el clero prepare un golpe de Estado en las tinieblas, o nos arroje en brazos de un candidato que mantenga el contubernio vituperable del Estado y de la Iglesia.

Nosotros, como centro director de la confederación liberal, no podemos indicar ningún candidato ni mucho menos imponerlo, ni la supradicha confederación puede con tal carácter trabajar por ningún individuo, puesto que hemos hecho solemne declaración de no tener fines personalistas y de no estar ligados en modo alguno con las personalidades, más o menos conspicuas, de la actual política militante. Esa tarea, como dejamos apuntado, corresponde a los liberales de la nación, pues no por estar agrupados en clubes hemos abdicado de nuestros derechos políticos.

Además, ponemos en conocimiento de los clubes que deben tener en cuenta, para casos en que esté comprometida la situación del país, que se aprobó por el congreso liberal la siguiente proposición del señor profesor Juan Ramírez Ramos, delegado por el Club Melchor Ocampo, de Puebla:

Es obligación de los clubes locales promover y realizar reuniones públicas (meetings), siempre que algún asunto interesante, como elecciones próximas, la expedición de ciertas leyes, etc., haga necesaria la reunión como un medio de eficaz acción política.

La omitimos en la publicación de las conclusiones del congreso, pero hoy la damos a conocer.

Mexicanos:

Hemos trabajado con plena seguridad de que el pueblo que deificó a Juárez, veneró a Ocampo y ensangrentó con su heroica sangre el inviolable suelo de nuestra patria, de que ese pueblo está hoy aletargado y de que, educándose y evolucionando pacíficamente, llegará a las más altas y luminosas cimas.

La fe en la justicia, el respeto al derecho ajeno y el culto a la democracia, nos harán fuertes y heroicos, independientes y dignos, y sabremos aherrojar al oscurantismo, encadenar al clero ambicioso y traidor, y desterrar para siempre del gobierno de la República tanto indigno funcionario, tanto servil adulador y tanto insufrible déspota.

Nuestra labor ha sido ardua, pero hemos hecho todo género de sacrificios en pro del pueblo que desde hace veinte años se transformó de amo y señor en cobarde siervo. Esa labor leal y patriótica nos acarreará las cóleras de la clerocracia, porque siempre anatematiza la verdad, que es luz, como las cornejas odian los solares resplandores; provocará las iras de la dictadura dominante, porque hemos descubierto su podredumbre y su miseria, y nos echará encima la saña de los aristócratas, porque hemos laborado por la igualdad perfecta, por la eterna justicia y por la más pura democracia.

Cuando el pueblo sea fuerte, cuando el pueblo sea sano, entonces se estimarán nuestras tareas. La historia es justiciera e insobornable, no la intimidan las excomuniones clericales ni las amenazas del poder. ¡Apelamos, pues, al fallo de la historia!

Reforma, Unión y Libertad. San Luis Potosí, marzo de 1901.

Camilo Arriaga, presidente;

Antonio Díaz Soto y Gama, vicepresidente;

José María Facha, primer secretario;

Blás C. Rodríguez, segundo secretario;

Moisés Garda, tercer secretario;

Genaro L. Zapata, cuarto secretario.

(De Regeneración, No. 32 del 31 de Marzo de 1901).

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