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REGENERACIÓN
Hoy cumple Regeneración un año de vida, que significa un año de ruda y peligrosa labor encaminada a ilustrar al pueblo.
Cien déspotas han sido desenmascarados por nosotros y somos odiados por cien déspotas. Pero no obstante ese odio, no obstante esa formidable inquina que se ha desplegado contra nosotros, hemos permanecido inflexibles, porque consideramos vergonzosa cualquier concesión que hagamos a una administración que enerva y mata las energías individuales.
Nuestro criterio independiente, apoyado en nuestro credo liberal, no ha cambiado. Hemos sabido soportar con resignación la injuria canallesca y las arbitrariedades de los esbirros de la tiranía, que han creído entibiar el calor de nuestras convicciones por medio de encarcelamientos injustificados y de persecuciones odiosas. Pero se han' equivocado, la conciencia de los hombres libres no está a merced de ningún tirano; al fin comprenderán que para sometemos es ineficaz su infamia, que para humillamos es débil su crimen.
Tenemos que demostrar a la tiranía que no nos acobarda con sus persecuciones y que a pesar de sus monstruosas represalias, a pesar de sus violencias, nuestro amor a la patria, a la patria que quisiéramos ver libre de repugnantes déspotas, nos da fuerza y valor para resistir todos los atentados, todos los atropellos. Tenemos que demostrar a la tiranía que los atentados y atropellos de que somos objeto no nos convencen de su bondad, que, por el contrario, mientras más se haga mofa de nosotros, mientras más se nos befe, más y más arraigará en nosotros la convicción de que necesitamos una República y no una monarquía que oculta su absolutismo bajo el ropaje de las democracias, porque tiene el pudor de los leprosos: disimula su inmundicia con la hipocresía de las vendas.
Nunca retrocederemos. Estamos convencidos de que nuestra obra es buena, es digna, es patriótica. Estamos convencidos de que la patria desfallece bajo el peso de una autocracia funesta, la de Porfirio Díaz, y queremos que Porfirio Díaz dimita, que renuncie, ya que no puede hacer nada de provecho por la felicidad de la nación, sino que, por el contrario, gracias a su autocracia, ha hecho que retrocediera, y por tal virtud vivimos en plena época de fanatismo religioso, en plena época de militarismo ultrajante y soberbio.
El general Diaz, si es patriota, debe dimitir. Debe fijarse en que su obra no ha sido sino la de matar el espíritu público, sin comprender tal vez que un pueblo abyecto y cobarde es el más apropiado para ser absorbido por otro pueblo más inteligente, más patriota y sobre todo, libre.
El nuestro tiene veinticinco años de soportar cadenas. ¿Cómo podrá defender su soberanía, ni qué noción podrá tener de ella si la esclavitud hace perder la dignidad?
El progreso material, esa irritante superchería con la que se nos quiere hacer comprender que la autocracia del general Díaz es saludable, se nOS pone como motivo para admirar la torpe gestión política del hombre necesario. Para los que tal lección nos dan, poco importa que a guisa de cerdos arrastremos nuestra dignidad en el fango, siempre que ese fango sea de oro con que dorar nuestra ignominia.
¡El progreso material! La miopía de los serviles trata de disculpar a la autocracia con el progreso material, al que dedican las más nauseabundas alabanzas.
¿Qué ha sido y qué es el progreso material entre nosotros? El progreso material con que tanto se envanecen los serviles se reduce a unos cuantos ferrocarriles mal construidos que han costado a la nación ríos de oro, para que los dueños, los empresarios de esos ferrocarriles, que casi todos son de extranjeros, maten el comercio con fletes inmoderados además del pésimo servicio de tales ferrocarriles. Esos ferrocarriles matan toda industria y todo comercio, porque con su alta tarifa de fletes, las empresas ferroviarias ganan la utilidad que podrían percibir el comerciante o el industrial. Además las empresas ferrocarrileras no indemnizan a los que resultan perjudicados por su mal servicio, y no indemnizan porque no hay justicia en México.
El progreso material se quiere hacer consistir en un comercio que cierra sus establecimientos porque no hay dinero, en una industria que cierra sus fábricas porque no hay dinero, en el agio que absorbe capitales y aniquila al comercio y a la industria, en minas que sólo pueden ser adquiridas por el millonario o el hombre de influencias y en concesiones ruinosas para la nación que sólo son otorgadas a los extranjeros.
El progreso material se quiere hacer palpable por medio de caminos que además de ser costosos son pésimos. Se quiere hacer palpable en regiones donde ni siquiera esos pésimos caminos existen. Todo el progreso material de que hacen alarde los serviles se reduce a levantar uno que otro edificio inútil y en tantas obras como las que se están llevando a cabo en esta capital, que consiste en derrochar algunos millones de pesos para prolongar la avénida de 5 de Mayo y edificar un teatro que hará contraste con la miseria y degradación del pueblo.
Nuestro progreso material es ficticio. Cuatro o cinco capitales pesan sobre la inmensa miseria del pueblo. Cuatro o cinco compañías afortunadas mátan toda industria por virtud de una odiosa competencia sostenida por el gobierno. Pero se quiere hacer alarde de que la nación tiene unos cuantos cuartos, ¡y a costa de qué terribles sacrificios se logra la reunión de esos cuartos! se gráva la industria, se grava el comercio, se gravan las profesiones. Las contribuciones de todas clases absorben la riqueza del pueblo y lo dejan desnudo. ¿Para qué? Para malgastar ese dinero en soldados, en un ejército inútil y sobradamente costoso, para malgastar ese dinero en edificios churriguerescos, ridículos, que caricaturiza nuestra propensión al bombo, a lo superfluo, a lo inútil.
En los Estados, las contribuciones son exasperantes. El treinta por ciento federal mata a cualquiera empresa. Pero lo peor de todo es que, después de tanta expoliación, el servilismo mexicano entone himnos a los sesudos estadistas, a los conspicuos hacendistas que logran reunir un excedente en las arcas del erario. Y cómo no había de resultar un excedente si no hay caminos transitables, si a los maestros de escuela se les tiene a dieta, y si a los jueces y magistrados se les pagan sueldos miserables, por cuya razón la venalidad de ciertos jueces hace retroceder horrorizado al cinismo y hace temblar de miedo al mismo crimen.
Si no se gasta más que en soldados, forzosamente tiene que haber excedentes y cualquier individuo puede llegar a la talla de nuestros notables hacendistas.
Vemos, pues, que nuestro oropelado progreso material está en razón inversa de la garrulería (le los papeles vergonzantes, como El Popular y El Imparcial; que si la obra del general Díaz ha tenido como fruto el progreso material, ese progreso ficticio, es aparente, no lo hay, como no es de oro el huevo porque tiene dorado el cascarón.
De todo ello resulta que ha sido inútil la larga y cansada gestión administrativa del general Díaz, y que además de inútil ha sido nociva para el pueblo hambriento de libertad.
La prensa gobiernista ha engañado a la nación diciendo que adelantamos. Adelantamos, sí, pero a la bancarrota.
Nuestro pueblo, educado en la pasividad y para la pasividad, ¿qué fin tendrá?
Honda tristeza causa pensar en el porvenir de la patria.
Sus hijos sin educación cívica perecerán, y con ellos la nacionalidad, si antes no se remedia tanto mal.
Los buenos liberales debemos unirnos y fortalecernos para educar al pueblo, ya que el presidente Díaz sólo se ha preocupado por permanecer en la Presidencia. Eduquemos al pueblo, formemos ciudadanos. Tengamos valor para ello.
Digamos al Presidente que remedie el inmenso mal que nos ha causado, o bien, si se siente impotente para ello, que dimita, que se aleje del puesto en que se ha colocado contra la voluntad nacional.
Nosotros, al cumplir el primer año de labor periodística, protestamos solemnemente ante la República no desviamos jamás del camino que nos hemos trazado, no desmayar aunque sobre nosotros se desencadene el odio formidable del poder, pues más que nuestra tranquilidad personal amamos a la patria, y crece más nuestro amor hacia ella porque comprendemos su infortunio labrado por los déspotas.
Nuestra patria sufre el más brutal de los despotismos. Su maltrecha soberanía descansa sobre millones de analfabetos, de traidores, de conservadores, de serviles y de abyectos. Su dignidad se encuentra cohibida ante el tosco sable del militarismo y su felicidad oscurecida por tanta odiosa sotana aliada a la dictadura.
Protestamos ante la nación no desviamos de nuestro camino e invitamos a todos los liberales a trabajar hasta donde las fuerzas nos lo permitan por la felicidad de la patria, vinculada en la restauración de los principios liberales, en la restauración del republicanismo, que para la democracia son la síntesis de su generación.
(De Regeneración, No. 49 del 7 de agosto de 1901).
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