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PARA LOS QUE FINGEN IGNORAR LA SIGNIFICACION DEL GRAN CONGRESO LIBERAL

Los timoratos, los indiferentes, los escépticos y toda esa mala semilla que ha pesado sobre la patria y que con trabalanceando la opinión enérgica y viril sólo ha servido para estancar las energías, debilitándolas a fuerza de permanecer siempre inmutables; esa mala semilla que lleva estereotipada en un rostro idiota la sonrisa diabólica para todo lo que sea culto por los ideales democráticos y veneración por las instituciones liberales, y para cuyos individuos nada significan la democracia, la República y la libertad, si en los gobiernos más despóticos y en las administraciones más absolutistas, de un personalismo crudo y repugnante, pueden vegetar y satisfacer con la fruición de las bestias los más elementales apetitos, de esos que harían feliz a un hipopótamo y harían gesticular grotescamente a un mico, todos esos individuos: timoratos, indiferentes y escépticos, preguntan a cada paso la importancia del congreso liberal./p>

Para que ellos lo sepan y todo el mundo también lo sepa, les diremos que el Congreso Liberal reunido en San Luis ha sido el despertar de las energías, que parecían muertas después de veinte años de sueño, sueño que había hecho de nuestra infortunada República un inmenso camposanto en el que no se oía más que el graznar de los mochuelos de sacristía, el antipático tintineo de las espuelas, el taconeo furioso de las botas del soldado y el rechinar de las correas del recluta.

Parecía que habían muerto las energías. El pueblo, de por sí tan generoso, al grado de servir de escaño a los tiranos, se había retraído; una opresión brutal había enfriado las más nobles aspiraciones y la decepción ocupó los pechos de todos los buenos mexicanos, que habiendo gastado sus energías para conquistar la libertad, obtuvieron como trofeos sarcásticos la cadena del esclavo y el uniforme del galeote.

Decepcionado el pueblo, no quería tocar más los asuntos políticos y se había hecho el propósito de seguir siendo siervo, ya que no podía ser soberano. Tenía horror a la cosa pública, y para él la política no era más que una disoluta pronta a dispensar sus favores al primer mimado de la suerte que se le presentara, sin discutir sus méritos ni parar mientes en las cualidades buenas o malas del afortunado.

Ese estado pasivo del pueblo, fomentado rabiosamente por los periódicos semioficiales y oficiosos, que veían en la decadencia del espíritu público un terreno apropiado para el cultivo de las bajezas, dio origen a todos los servilismos y margen a todas las adulaciones, porque habiendo perdido vigor los ciudadanos, fácil era que flaquearan sus piernas o hincaran las rodillas delante de los despotismos, inclinando la frente ante tanta maldad y tan refinada injusticia.

Pero surgió un grupo de ciudadanos de buena voluntad. En el corazón de la patria, herida de muerte, nació una idea libertadora. El ingeniero Camilo Arriaga comunicó esa idea a varios patriotas y la buena nueva se extendió por toda la República, excitando los nervios de los entusiastas y despertando las energías de los timoratos y de los indiferentes.

De todas partes de la República acudieron los verdaderos mexicanos al llamamiento del Club Liberal Ponciano Arriaga y, ya unidos, formando un conjunto compacto y viril, decidieron abordar las causas de los males que afligen a la patria, para poner el remedio.

Todos los pensadores habían señalado con más o menos vigor el origen de nuestro malestar político. Todos habían declarado, con más o menos valor civil, que el origen de nuestra decadencia estaba en el clero corrompido, amancebado con la actual administración. Todos estaban conformes en asegurar que de ese maridaje, el del bonete y el sable, había de resultar un monstruo, la política de conciliación, que además de hacer burla de nuestras instituciones y mofa de nuestras libertades, porque la tal política sólo sirve para reducir al ciudadano a la condición de esclavo, al impedir que se practique la democracia, que es el principio de los pueblos libres, conduciría a nuestra patria a una ruina segura, entregándola encadenada a la codicia de cualquier déspota de la iglesia o del militarismo.

Nunca ha sido benéfica la tal política, porque encierra el principio de las autocracias, pues que el clero nunca ha sido amigo de las democracias.

Una vez que el núcleo de patriotas reunidos en San Luis Potosí apreció los males que resultan de esa política, estudió los medios que deben emplearse para reducir a la nada la influencia política del clero y la de su negro partido, que en unión de los traidores se encaraman al poder. Entre esos medios se encuentran el ejercicio de los derechos en los comicios, para tener mandatarios libres; las conferencias públicas dadas por los miembros de los clubes para infiltrar el civismo; las excitativas a los gobernantes para que se cumpla la ley y se administre justicia; la propaganda de las ideas democráticas por medio de la prensa, de las escuelas, etcétera, etcétera.

Otros muchos medios, prácticos todos, se estudiaron y aprobaron, siendo acogidos con aplauso unánime cuantos se referían a evitar la tiranía de los gobernantes, la venalidad de los jueces, las arbitrariedades y los crímenes de los jefes políticos, las alcaldadas de los caciquillos y tantos y tantos abusos que se cometen a la sombra de la actual administración, que da el espectáculo del oropel cubriendo un esqueleto plagado de úlceras y podredumbre.

Por más que se pretenda negar la significación del Congreso Liberal y que la prensa asalariada guarde absoluto silencio de él, porque a sus intereses y a los de sus protectores no conviene despertar el espíritu público, pues que una vez despierto ese espíritu, surgirá potente y viril el valor de los patriotas, y los pueblos valientes no consienten bajezas ni tiranos; por más que se pretenda por los órganos del oscurantismo negar la importancia del movimiento político liberal y trate de ponerlo en caricatura apelando para ello a las cobardes armas de la calumnia y la difamación, azuzando al mismo tiempo a los esbirros del poder, dispuestos siempre a hincar sus garras contra el que tiene valor de llamar a las cosas y a los individuos por sus nombres: tirano al tirano y ladrón al ladrón; por más que se pretenda desencadenar la furiosa tempestad de los odios y de las persecuciones contra los ciudadanos honrados, que ven en la actual administración el peligro de las instituciones con la pérdida de la vergüenza, y con esa carencia la pérdida de la nacionalidad, el pueblo, que tiene mejor sentido del que se le atribuye, comprende bien la significación del gran congreso liberal reunido en San Luis Potosí y agradece el valor de los ciudadanos que, alejándose de sus hogares y descuidando sus negocios, fueron a reunirse a donde los convocó el benemérito Club P. Arriaga, que es hoy el portaestandarte de la democracia.

Vean, pues, los timoratos, los indiferentes y los escépticos la importancia del gran congreso liberal. Ahora no podrán dudar de la existencia de un grupo compacto de ciudadanos de buena voluntad que luchan por liberar al pueblo de la rapiña del clero, haciendo de cada individuo un ciudadano libre, capaz de ejercitar y sostener sus derechos exigiéndolos con virilidad y energía de los déspotas que se los arrebatan, para hacer de nuestras instituciones liberales el centralismo que pese sobre nuestra patria.

El pueblo, educado en la democracia, se hará respetar, y del inmenso rebaño de corderos que puebla la República surgirá el clamoreo de los hombres libres, cuya única aspiración será hacer de nuestra querida patria una nación próspera y feliz, en la que no vuelvan a incubarse los gérmenes malditos del clericalismo ni inficionen la atmósfera los miasmas de la autocracia generadora de bajezas y de cobardías.

(De Regeneración, No. 27 del 23 de Febrero de 1901).

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