Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO SÉPTIMO

EL CONSEJO FEDERAL

Salimos de Barcelona perfectamente impresionados. Habíanse ensanchado infinitamente nuestros horizontes y en la misma proporción se habían dilatado nuestras facultades y esperanzas.

Para dar mayor realce a la alegría que nos dominaba tuvimos aún la satisfacción de salir acompañados de varios delegados valencianos y andaluces, no directamente hacia Madrid, sino pasando por Valencia, donde debíamos exponer en una reunión pública los acuerdos del Congreso. Aquella línea férrea que en su mayor parte bordea la costa, el campo de Tarragona tan fecundo y hermoso, la riqueza y esplendidez de la campiña valenciana, aquel aire saturado de emanaciones marinas y de la exuberante vegetación de la costa, todo se agolpaba a nuestra asombrada consideración como una prueba patente de la certidumbre de nuestros juicios y de la justicia de nuestras aspiraciones: la miseria en medio de tanta abundancia, los horrores de la desesperación ante la generosidad de esa naturaleza que cubre la tierra de verdura, flores y frutos en cantidad suficiente para atender a toda necesidad y con gracia y donosura para embellecerlo todo, eran un contrasentido del privilegio que debía desaparecer ante la activa inteligencia del proletariado, con sólo dar libre curso a la naturaleza, destruyendo todas las trabas levantadas por el genio maléfico de la usurpación.

Vimos la hermosa Valencia, el Grao, el Cabañal y celebramos la prometida reunión obrera en el vastísimo salón de una sociedad republicana, y ante una gran concurrencia, la poesía resultante de nuestras convicciones, de nuestra juventud y de tantas y tan gratas sensaciones dió a nuestra palabra el brillo de la elocuencia, la fuerza sugestiva de la persuasión y el magno prestigio de la verdad. Los trabajadores valencianos, poseídos de delirante entusiasmo aclamaron La Internacional y se extasiaron ante el cuadro de la humanidad futura libre, feliz y exenta de toda mancha de explotación, tiranía y privilegio.

El choque contra la realidad, el trastazo causante de amarga desilusión nos esperaba en Madrid.

Los repulicanos que aun se agazapaban con malévola intención en la sección madrileña de La Internacional, al tener noticia por la información periodística del acuerdo del Congreso obrero de Barcelona rechazando la política, redactaron una protesta que publicaron en La Igualdad y se dieron prisa aprovechando la ausencia de los que habíamos sido los organizadores de aquella agrupación, a introducir el desaliento o la duda por medios reprobados.

Con nuestra presencia en Madrid se contrarrestaron los efectos de aquella mala acción; tanto que cuando nos presentamos a dar cuenta de nuestra delegación, fue aprobada sin que los de la protesta se atrevieran a intentar nada serio en contra nuestra, y no sólo esto, sino que en una asamblea posterior' celebrada en 15 de Julio inmediato se aprobó una proposición concebida en dos siguientes términos:

La Asamblea declara sentir profundamente la publicación de la protesta, que califica de grave ligereza, y la rechaza por considerarla inoportuna e improcedente, haciéndose un deber rechazarla y publicar la presente.

Entre las firmas se hallaba una así explicada y comentada:

Victor Pagés, por haber sido engañado en firmar la protesta, y no siendo su ánimo protestar sino discutir, y precisamente en contra de ella se adhiere en un todo a este acuerdo.

Constituído el Consejo federal dimos principio a nuestros trabajos de organización de la Federación regional, entablando activa correspondencia con las federaciones locales, las sociedades aisladas y aun los individuos, ansiando desarrollar una organización potente tal como la habíamos concebido en nuestra imaginación; mas por desgracia, la apatía y la rutina, cuando no la mala voluntad, nos oponían los obstáculos con que siempre tropieza toda grande obra.

Pocos días contaba de existencia el Consejo federal cuando surgió la guera franco-prusiana.

En aquel triste acontecimiento tuvimos ocasión de contribuir al movimiento de protesta obrera, una de las glorias de La Internacional, que si fue impotente para impedir la guerra, legó a la historia una de las manifestaciones más hermosas de la fraternidad humana.

Protestó el Consejo general, protestaron las representaciones de las grandes federaciones regionales y nosotros por nuestra parte lanzamos la nuestra concebida en los términos siguientes:

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
Protesta del Consejo federal de la Región Española contra la guerra entre Francia y Prusia

Trabajadores: Otra vez más los tiranos, disponiendo a su antojo de la suerte de los pueblos, han convenido en que éstos se busquen para destruirse.

¿Qué poderoso móvil impulsa a esos gobiernos a conducir a la guerra a los inocentes pueblos?

¿Intentan acaso los trabajadores prusianos apoderarse del fruto de los obreros franceses? ¿Es lo contrario lo que se intenta? No. Napoleón de Francia y Guillermo de Prusia han roto sus relaciones, y no pudiendo o no queriendo venir a un acuerdo se han declarado la guerra.

Pero si dos tiranos se declaran la guerra, ¿quién va a sufrir sus consecuencias, quién va a hacer esa guerra? El pueblo francés y el pueblo prusiano.

¿Luego cuando dos tiranos se disgustan entre sí, los pueblos hacen suyos los sentimientos de sus verdugos?

Y cuando el que oprime al ciudadano francés; cuando el que defiende y legaliza la inícua explotación del obrero francés; cuando el que persigue y encarcela a los trabajadores que en Francia se asocian para sacudir el yugo del capital explotador; cuando ese hombre niega sus simpatías al que en Prusia legaliza la explotación del trabajador prusiano, oprime al ciudadano prusiano y hace que en Prusia sea desconocido el derecho si se trata de trabajadores que desean emanciparse; cuando un francés enemigo del pueblo francés y un prusiano enemigo del pueblo prusiano riñen entre sí, el pueblo francés y el prusiano se aprestan gustosos a hacerse matar por el nombre y gusto de sus mayores enemigos.

¿Con qué poderoso talismán se arrastra a tantos miles de hombres contra sus propios hermanos, en perjuicio de sus intereses y en defensa de sus tiranos?

Con el grito sagrado de la patria.

¡Pues maldita sea la patria!

¡Cien veces maldita esa preocupación!

¡Trabajadores de Prusia y Francia: Aún sería tiempo; aún podríais evitar la guerra dándoos un fraternal abrazo y arrojando al Rhin esas armas que, lejos de constituir vuestra fuerza, son, por el contrario, el más sólido eslabón de vuestra cadena!

¡Trabajadores del mundo, protestemos contra la guerra!

Esa guerra se dirige por ambas partes contra la revolución.

El Consejo federal de la región española de la Asociación Internacional de los Trabajadores protesta en nombre de todos los de la región y en el suyo propio en contra de esa coalición de los privilegiados contra los intereses de los trabajadores.

¡Viva la paz! ¡Viva el trabajo! ¡Viva la justicia!

Madrid 28 de Julio de 1870.

La organización de La Internacional española se desarrollaba con excesiva lentitud, contribuyendo a esta anomalía la crisis industrial de Cataluña y la epidemia de fiebre amarilla desarrollada en Barcelona. Combatida aquella región, que contenía el grueso de la asociación obrera, por aquellas calamidades, naturalmente faltaba el empuje hacia la nueva organización. Por eso, cuando en circular de 4 de Octubre recordaba el Consejo federal que las secciones y federaciones que, en cumplimiento de un acuerdo del Congreso de Barcelona, no hubiesen llenado las prescripciones consignadas en los Estatutos de la Federación Regional, perdían el carácter de internacionales, nos encontramos con una organización pobrísima, lo que no fue obstáculo para que siguiéramos trabajando con fe y constancia como si el éxito nos alentase.

En Diciembre recibimos el llamamiento a los trabajadores portugueses, escrito por la Comisión nombrada al efecto por el Congreso de Barcelona, que publicaron nuestros periódicos. Es un documento notable que merece ser conocido, por lo que lo inserto íntegro a continuación:

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
LLAMAMIENTO A LOS TRABAJADORES DE PORTUGAL

Obreros portugueses, hermanos nuestros: aunque próximos, aunque procedentes de iguales tiempos y orígenes, portugueses y españoles, pasamos siglos sin que disminuya nuestro incomprensible alejamiento, sin que nos reconozcamos realmente hermanos, sin que se unifiquen nuestros intereses y tendencias, siendo así que unidos han estado y estarán seguramente nuestros destinos.

La causa de tan antinatural separación no podía fundarse sino en la injusticia; efectivamente, como no ignoraréis, el origen fue realmente bastardo, antisocial, propio del nepotismo y rapacidad de poderes cesáreos.

Erase por los años de 1185. El rey Alfonso VI estrechaba el cerco de Toledo, formidable baluarte del poder musulmán. Entre sus tropas, un aventurero francés llamado Enrique de Borgoña, logra apoderarse del ánimo del monarca ¡buen caballero sería! quizá mejor cortesano, que también bajo la lona del campamento se corrompe e infecciona el aire al soplo de la adulación. Terminado el sitio, el rey regala a su favorito la soberanía del condado de Porto-Gallo, pequeño territorio entre Duero y Miño, poco antes tomado a los moros, y ¡he aquí el destino de un gran pueblo quebrantado y torcido su porvenir! ¡Singular coincidencia! han ido desapareciendo en España una a una todas las divisiones feudales, todas las soberanías parciales que tenían por título el derecho de herencia que en cierto sentido era legítimo y sólo ha subsistido la que en ninguno se apoyaba.

En vano alguno de nuestros reyes, como el previsor Alfonso XI quiso hacer constar la unidad nacional obligando al rey portugués a rendirle pleito homenaje; siempre influencias extrañas vinieron a contrarrestar las aspiraciones de ambos pueblos. Fue menester la voluntad enérgica y universalmente respetada de Felipe II, para que 866 años después de la destrucción de la monarquía visigoda, quedara otra vez reunida la península bajo su cetro. Y para ello, téngase bien entendido, no hubo que violentar a los portugueses: bastó un paseo del duque de Alba y el respeto que a los extranjeros había inspirado la causa ibérica. En vano buscaremos el sitio y la fecha de un combate para marcar esta mal llamada conquista. Portugal se había ganado en Pavía, San Quintín y en Lepanto.

Sucédense los tiempos; al despotismo fuerte y atendido, sigue el débil y despreciado, sin que los pueblos oprimidos puedan hacerse oir y ni aun siquiera lleguen a comprender la trascendencia de lo que con ellos se hace. Impasibles asisten a una lucha que no parece importarles y al fin consiguen separarnos los franceses, después de destruir en Rocroy los restos de aquellos gloriosos tercios cuya disciplina había conseguido quebrantar la animadversión de un favorito.

Ha llegado el tiempo de que podamos consolarnos ambos pueblos de aquella gran desgracia.

En efecto, también con el historiador decimos los trabajadores, ha llegado el tiempo de que ambos pueblos reparemos errores pasados y también de que esta península, aunque pequeña en territorio, sea grande en independencia y dignidad.

Pero nosotros los trabajadores, dejando a un lado sistemáticas y raquíticas combinaciones políticas, no reconocemos nacionalidades, no soñamos en monarquías ibéricas, no queremos ser liberticidas.

Abrazamos, estudiamos y agitamos la gran causa del trabajo, que lo es de la humanidad, y por ella, haciendo imposibles las castas parásitas, gérmenes de discordia, tendremos unión, y la patria será universal.

Con nuestra perseverancia en la asociación, los trabajadores nos proponemos obtener que la fraternidad no sea ya más sólo una palabra.

Sintiéndonos más impulsados al ver que va siendo un hecho lo que nos propusimos, que va siendo real y efectiva la solidaridad fraternal; decididamente hemos de llamar a todos los que viven del trabajo, y en nuestra progresiva marcha, redoblar nuestro ánimo, completarnos, organizarnos, a fin de terminar nuestra obra.

Hoy que en nombre de la salud universal y paz social hacemos nuestra la bella divisa de los trabajadores helvecios: uno para todos, todos para uno; hoy que tanto en Londres como en Ginebra, en París como en Berlín, en Zurich como en Viena, resistimos y nos ayudamos solidariamente en la lucha inevitable entre las insaciables pretensiones del capital y las reclamaciones legítimas del trabajo, tanto los trabajadores portugueses como los españoles no debemos quedar fuera o aislados del gran movimiento emancipador, pues nuestro esclavo malestar se eternizaría.

En España ya tenemos algo adelantado, no dejéis de acompañarnos vosotros los trabajadores de Portugal. Portugueses y españoles hemos ido siempre a las grandes cosas; démonos la mano también para obtener la emancipaci6n obrera, para que podamos los trabajadores ejercer todos nuestros derechos y dejemos de ser víctimas de una organización social antihumanitaria y antinatural.

En la irregular e injusta sociedad presente, subsistiendo castas y religiones, clases y partidos, el excesivo mal, la lucha intestina interrumpida hasta hoy sólo por el triunfo del más violento o del más criminal, nos hace tener a los hijos del trabajo conciencia de nuestro ser, de nuestro valer, de nuestro poder, de nuestra misión en esta tierra que el sacerdocio ha llamado patrimonio de papas y la burocracia dominio de reyes.

Por el trabajo regeneraremos el mundo; a la organización de las fuerzas del trabajo debemos, pues, consagrarnos, desentendiéndonos de banderias políticas, de farsas religiosas, de egoísmos personales.

Nuestra tarea de reivindicación del trabajo en sus derechos y nuestra obra de consolidación en las armonizadas formas de cooperación y resistencia, exigen que en cada localidad, en cada circunstancia, en todo oficio, sepamos ante todo conocer bien la situación económica de la mano de obra, que es clave de buen éxito en nuestros primeros y reformadores pasos; y prestemos atención asídua, y demos cumplimiento a los meditados acuerdos que tras la experiencia y en amplio y libre concurso los obreros todos por medio de los Congresos vamos obteniendo.

A la constitución de bases que afectan a todos los operarios, debemos acudir todos; debe haber la representación de todos.

No dejéis, hermanos portugueses, de acudir a favorecer la dilucidación de tan íntimos y vitales intereses. Preparaos para el Congreso obrero próximo, la salud internacional del mundo obrero lo reclama. De nuestra parte recibiréis cuantos detalles os falten y se refieran a los trabajos y acuerdos de nuestra tarea emancipadora.

Los trabajadores españoles hemos hecho algo para que cuanto antes sea una realidad la mejora social de cuantos viven del trabajo; mas este acontecimiento regenerador, etapa en nuestra marcha reivindicadora no podía ser satisfactoriamente un hecho sin tener presente a nuestra hermana región portuguesa, y sin recordarla sobre todo que nuestra falta de relaciones es un crimen de lesa internacionalidad, que entre los hijos del trabajo no hay extranjeros, ni hay nacionalidades, sólo hay fraternidad; sin hacerla partícipe de nuestro sentir, de nuestra afección a la solidaridad y al trabajo. El trabajo; expresión virtual del derecho y del deber humanos y que la inteligencia del laborioso pueblo transformará para todos en grata ley de vida y salud social. El trabajo solidario nos hará fuertes como nos interesa a todos, con sus problemas y organizaciones nos hará aptos y hábiles y por esto nos llama a reunirnos, a entendernos.

Hermanos portugueses, asociémonos todos y démonos la mano.

Operarios portugueses, hermanos, compañeros de trabajo que somos en el mismo lugar y tiempo, esencialmente fraternales deben ser nuestras aspiraciones, ligados están todos nuestros intereses, solidarizados deben estar nuestros esfuerzos, y tanto más deben estarlo, entendedlo bien, cuanto unos mismos son nuestros grandes peligros.

La salud social y la paz fraternal ahuyentada y desconocida por la desigual condición de los vivos elementos sociales, exigen que los trabajadores todos hagamos alto en nuestro indiferente y galvánico rutinarismo, requieren más movimiento, circulación y esfuerzo en nuestras mutuas relaciones, exigen que no hagamos mal tercio a la grande y natural organización internacional de nuestros recursos y facultades.

Federaos y federémonos todos, obremos internacionalmente, y nuestra emancipación será.

Operarios portugueses.

Salud y Revolución social.

Barcelona Diciembre de 1870.
La Comisión nombrada por el Congreso de Barcelona.
A. Marsal, maquinista.
Juan Nuet, cerrajero.
A. Carda Meneses, tintorero.
R. Farga Pellicer, tipografo.

La prensa en general acogió a La Internacional con marcada hostilidad. Partiendo de una información deficiente y con propósito deliberado de faltar a la verdad y aun apelando frecuentemente a la calumnia, aprovechaban los periódicos las ocasiones todas para desprestigiar la naciente organización y sembrar la desconfianza entre los trabajadores.

Ya durante la celebración del Congreso de Barcelona, y con el propósito de contrarrestar el abstencionismo politico, un diario republicano de la localidad titulado El Independiente, dijo que la derrota que en las elecciones acababan de sufrir los liberales en Bélgica era debida a La Internacional, o sea a la actitud de los internacionales, que profesan la abstención en politica. El Congreso rechazó la acusación por falsedad manifiesta, porque no existiendo en Bélgica el sufragio universal, no podía en manera alguna atribuirse participación en aquel suceso a los obreros internacionales.

Poco después La Correspondencia de España publicó la siguiente noticia:

La asociación titulada La Internacional, que cuenta con relaciones y prosélitos en casi todas las poblaciones manufactureras de Europa, parece que activa sus trabaJos y prepara enérgicas demostraciones de las fuerzas de que dispone.

La Ibería anunció un día que los huelguistas de la casa Batlló habían arrastrado un mayordomo por las inmediaciones de la fábrica, completando la falsedad con la noticia de que excitados los obreros por los agentes de La Internacional acordaron el sábado el paro general para el lunes próximo. Refiriéndose a La Internacional, aseguró que explota los salarios que devenga el sudor de los trabajadores.

El Tiempo dijo que es tan considerable la riqueza adquirida por La Internacional desde 1864, que ha podido destinar fácilmente doscientos millones para comprar el ejército francés.

El Cascabel, periódico festivo que alcanzó mucha popularidad y gran tirada, dijo en su número 706, que el gobierno debería perseguir, encarcelar y deportar a los escritores socialistas porque pretenden, no sólo cambiar, sino destruir los principios fundamentales de la sociedad.

El Imparcial publicó una serie de artículos titulada La Internacional en España, en que tratando del Congreso de Barcelona y con objeto de que los lectores lo juzgasen como cosa ridícula y sin importancia falseaba los hechos, daba lugar preferente a los incidentes secundarios y no hablaba de los acuerdos ni de las discusionés, y en otra serie que denominó La Internacional en acción, achacaba a La Internacional crímenes que se imputaban falsamente a las antiguas Uniones.

El Diario de Reus expone el criterio conservador con franca y brutal franqueza. ¡Ojalá hablasen así siempre los privilegiados y sus defensores! He aquí sus palabras:

Jurisconsultos distinguidos, periodistas afamados, tribunos elocuentes y ardorosos han abogado en favor de vuestra causa; pero la historia os presenta cada día más abatidos y hasta más abyectos. Es que el símbolo de vuestras esperanzas ha sido el emblema de un partido; es que vuestra sangre y vuestras penalidades se han explotado para enarbolar una bandera, que en mal hora os dará tristes desengaños. Sois un pueblo inconsciente arrastrado al abismo donde un ideal utópico fascina vuestros corazones. El trabajo, he aquí vuestra mejor aspiración; el trabajo, he aquí el elemento de vuestra regeneración y el consuelo de vuestras penalidades. No es que se os condene a vivir pegados al pie de vuestros talleres o en los trabajos del campo como máquinas cuyo avaloramiento y aprecio sea en razón de vuestro producto, no; pero sí que debéis cifrar en el trabajo y con el trabajo esa rehabilitación social, que en vano, bajo un deslumbrante aspecto se os ofrece.

La Federación se encargó de contestar victoriosamente al diario burgués.

El Correo de Andalucía, fundándose en informaciones calumniosas acerca de La Internacional publicadas por La Epoca y La Política, insertó un escrito titulado Respeto a la Propiedad, no sólo de adulación a los propietarios y censura a los trabajadores que se asociaban para la defensa de su derecho, sino de excitación a la persecución contra los que establecían sobre la solidaridad su ideal emancipador.

Muchos periódicos republicanos de provincias, siguiendo la deplorable iniciativa tomada por La igualdad autorizada con la firma de Fernando Garrido, repitieron con malicia y sin convicción la calumnia jesuítica, con lo que demostraron ser ellos los que merecían verdaderamente la calificación con que querían manchar la honra de la organización obrera.

Tanta insistencia en falsear la opinión y en levantar obstáculos a los propósitos emancipadores del proletariado inspiró al Consejo federal la publicación del siguiente manifiesto:

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
EL CONSEJO FEDERAL DE LA REGIÓN ESPAÑOLA AL PÚBLICO

Falta imperdonable sería en nosotros, si en las actuales circunstancias, y ante las gratuitas suposiciones que la prensa de todos los matices en esta parte del globo llamada España ha hecho del carácter, tendencias y aspiraciones de la Asociación Internacional de Trabajadores, permaneciésemos callados; no debemos, y por consiguiente, no queremos, aceptar la responsabilidad que como Consejo regional de dicha Asociación pudiera cabernos, si nuestro silencio diera ocasión a que las especies vertidas y no adjetivadas por nosotros por temor de incurrir en la misma falta que los autores, viniese a darles cierto carácter de verdad y certeza.

La prensa de España, y muy particularmente sus órganos en Madrid, se han ocupado de esta Asociación; los unos dentro de los límites de la conveniencia, honradez y educación, y, los otros traspasándolos sin costarles gran esfuerzo, tal vez por la costumbre; pero seguramente todos ellos equivocadamente. Ninguno al parecer conoce los Estatutos de La Internacional, ni su aspiración concreta; alguno la ha calificado de mito, y para la inmensa mayoría parece ser un secreto.

Sin embargo, todo ello no obedece, ni es otra cosa que falta de conocimientos en la cuestión, falta imperdonable desde el momento que les causa extrañeza, pues solamente puede depender esa carencia de datos del poco interés que dicha Asociación les ha inspirado hasta aquí.

El 24 de Diciembre de 1869, publicó la sección de Madrid de la Asociación Internacional de los Trabajadores un Manifiesto dirigido a todos los trabajadores de España, el cual, a fin de darle la mayor publicidad posible, no sólo se fijó en las esquinas y se repartió en hojas sueltas por Madrid, sino que se remitió a todas las provincias de la región española.

Este documento fue reproducido por algunos periódicos en Madrid y en provincias.

Además, en la mayoría de ellas, y principalmente en las de más consideración; han circulado manifiestos publicados por las federaciones locales respectivas.

En Enero del 70, empezó en Madrid la publicación del periódico La Solidaridad, órgano de la federación local de las secciones madrileñas, de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

El órgano de las secciones barcelonesas, cuyo titulo es La Federación, hace tres años que vé la luz en Barcelona.

En Palma de Mallorca, la federación local publicó El Obrero al principio y la Revolución Social después, órganos de dicha federación los dos.

En Bilbao se publica otro con el título de La Voz del Trabajador, órgano de la federación local de las secciones bilbainas, y para abreviar, consignamos: que en hojas, manifiestos y periódicos, se ha declarado t€rminantemente el objeto, tendencia, aspiración, organización y medios con que cuenta la Asociación Internacional de los Trabajadores para conseguir su fin concreto; que es la destrucción de todos los privilegios sociales, para obtener la completa emancipación del trabajador.

Todos los periódicos órganos de esta Asociación han publicado sus Estatutos, tanto generales como particulares, de federación local, de caja de socorros, previsión, resistencia y comité de defensa. Todas las secciones han celebrado conferencias, meetings o reuniones públicas para hacer propaganda, donde han manifestado clara y terminantemente sus principios, medios y fines.

EI día 19 de Junio de 1870 celebró la Asociación Internacional de los Trabajadores un Congreso regional español que tuvo lugar en Barcelona, y en el que dicho sea, aunque de paso, fueron representados unos 40,000 obreros; públicas fueron sus discusiones, y públicos sus acuerdos, como pública la organización que allí se adoptó para la Federación Regional Española.

Al constituirse esta Asociación, primero en Madrid, y más tarde en el resto de España; ha cumplido con las prescripciones que impone la ley, poniéndolo en conocimiento de la Autoridad, y remitiendo a la misma, un ejemplar de sus Estatutos.

Habiendo manifestado lo referente a la Asociación en la Federación Regional Española, réstanos sólo decir que cuatro Congresos internacionales, tan Importantes como públicos, han manifestado clara y terminantemente la razón de ser, los principios y el objeto de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

En la prensa alemana, inglesa, francesa, italiana, belga, suiza, rusa, holandesa, en la de todo el mundo; y por consiguiente también en la de España, todos, como órganos de sus respectivas localidades, proclaman el desarrollo, y manifiestan la poderosa vida de esta Asociación, que, si bien tiene necesidad de ocultar su organización allí donde gobiernos opresores, como sucedía últimamente en Francia y sucede hoy en Rusia, no la permiten, no oculta ni tiene por qué hacerlo, sus principios, sus medios y sus fines, que no son más que una manifestación grande y espontánea del derecho moderno, del progreso y de la justicia.

Las sociedades secretas están ya juzgadas; las tinieblas no puede desearlas más que aquel a quien la luz ofende, a aquellos que, no teniendo ya un fin grande que realizar, se rodean del misterio para causar la admiración de las gentes crédulas y sencillas; pero la Asociación Internacional de los Trabajadores halla aun escasa la luz que en la sociedad encuentra para disipar las tinieblas que cubren las injusticias y las miserias sociales.

En cuanto a que los trabajadores son mandados soberanamente por determinada colectividad, semejante idea, que repugna a personas que tengan conciencia y dignidad, no pueden seguramente admitirla, más que aquellos que la han emitido que carecen de la una y de la otra.

En la Asociación Internacional el individuo es libre, como la colectividad lo es en la humanidad. Todos los cargos tienen sus deberes determinados, y todos los poderes son concebidos al mismo tiempo que el mandato imperativo que los limita; por consiguiente, concluimos desmintiendo y negando terminantemente, así el carácter de secreta, como la necesidad de la abdicación de sus derechos, no impuesta ni consentida por parte de los afiliados, que la han supuesto ciertos periódicos sobradamente conocidos.

Por último, respecto a insultos groseros y calificaciones indecorosas, no podemos descender a tocarlos, porque manchan con su contacto, puesto que sólo las apreciamos por el valor que la dignidad, honradez y carácter de las personas que las han lanzado puedan darles.

Queda con esto terminada la misión que al empezar este manifiesto nos habíamos impuesto en cumplimiento de un deber que consideramos ineludible.

Madrid 7 de Marzo de 1871.
El Consejo Federal de la Región española de la Asociación Internacional de Trabajadores.
Tomás González Morago (grabador).
Angel Mora (carpintero).
Enrique Borrel (sastre).
Anselmo Lorenzo (tipógrafo).
El Secretario, Francisco Mora (zapatero).

Los republicanos no cejaban en su propósito de distraernos de nuestro objetivo. He aquí como fue despachada una nueva tentativa, planteada por la siguiente comunicación:

ASAMBLEA DEMOCRÁTICA REPUBLICANA FEDERAL

La Comisión de la Asamblea republicana federal, nombrada para estudiar los medios de mejorar las condiciones de las clases jornaleras, y encargada de redactar un proyecto de bases económico-sociales, celebra sus reuniones los domingos, de dos a cuatro de la tarde, en la cuesta de Santo Domingo, 2, 2°, y vería con gusto que el Consejo central de la Asociación Internacional de Obreros (ni aun el nombre de la Asociación ni el de nuestro Consejo sabían poner en limpio), delegase uno o más representantes de su confianza, para que esta Comisión pueda oirles y con más conocimiento de causa llenar su cometido.

Madrid 12 de Junio de 1871.
Salud y fraternidad.
El presidente, F. Pí Y Margall.
El secretario, Eustaquio Santos Manso.

A los Ciudadanos del Consejo central de la Asociación Internacional de Obreros.

Esta comunicación fue contestada del modo siguiente:

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
CONSEJO FEDERAL DE LA REGIÓN ESPAÑOLA

En contestación a la atenta comunicación que la Comisión de la Asamblea republicana federal nos ha dirigido con fecha 12 del corriente, contestamos:

Que agradecemos el hecho y el objeto que la motiva, pero no podemos aprovechar su invitación por las razones que nos apresuramos a consignar.

Nuestra aspiración no es la que esa Comisión manifiesta: la vuestra, según declaráis, se limita a estudiar los medios de mejorar las condiciones de las clases jornaleras y redactar un proyecto de bases económico sociales.

Empezaremos manifestando que no está en el círculo de nuestras atribuciones resolver por nosotros cuestiones que todos los asociados tienen el deber y el derecho de estudiar en el seno de sus respectivas secciones, estando destinados los Congresos obreros, así universales como regionales y de oficios, a aceptar o rechazar lo que crean oportuno, según convenga a los intereses de la Asociación, y en esos Congresos se puede discutir y estudiar la aplicación de todo lo que se considere útil y conducente a realizar la completa emancipación de todas las clases.

Nosotros no podríamos llevar al seno de la Comisión más que nuestras ideas particulares, en ningún caso comparables a las generales de la clase trabajadora, expresadas por todas las secciones, así locales como de oficios, por conducto de los delegados a quienes aquellas se dignen confiar la honra de representarlas.

Sólo como particulares nos seria permitido aceptar; pero a esto se oponen las siguientes consideraciones:

Que salvando anticipadamente la honrada intención que anima a los que se proponen la formación de esas bases económico-sociales, tenemos nuestra opinión respecto a todo aquello que tienda a determinar previamente la marcha y constitución de la sociedad, determinación que nosotros consideramos imposible sin incurrir en la falta grave, por sus consecuencias, de levantar un muro nuevo, que, ya que no pueda detener, trastorne y dificulte la tranquila cuanto majestuosa marcha del progreso. Esta consideración nace de la seguridad que tenemos de que aun siendo, como no dudamos que serán, los hombres más revolucionarios los que tienen ese sagrado y difícil encargo, no podrán dar cima a su obra sin constituir lo que juzguen más conveniente, y que en tal concepto han de procurar imponer; hallándose por el solo hecho de su convencimiento inutilizados para aceptar fácilmente lo que por ser el fruto de mayor suma de inteligencias, y por inspirarles menos simpatías como a padres o autores, venga a modificar y tal vez a mejorar lo que ellos hicieron, por no conocer indudablemente nada mejor.

Comprendemos que creyéseis existía la necesidad de formular una aspiración; pero nosotros la tenemos formulada ya: no es la de esa Comisión, pero es buena como ella. La de esa Comisión consiste en Mejorar las condiciones de las clases jornaleras. La nuestra es Destruir las clases, o sea realizar la completa emancipación económico-social de todos los individuos de ambos sexos.

También creemos que existe la necesidad de estudiar y aplicar los medios de realizar nuestra aspiración, y a esa agradable tarea nos consagramos con veradadero placer, y sin cesar, diferenciándonos de esa Comisión sólo en el método; pues que nosotros, con la aspiración por único norte, discutimos, aceptamos y rechazamos todo lo que consideramos discutible, aceptable y rechazable; pero sin aceptar ni rechazar nada en la cuestión de medios con el carácter de ley impuesta, sino solamente con el de reforma que se impone sólo por la fuerza de su conveniencia.

Hemos creído de nuestro deber exponer estas ligeras razones, que no dudamos tendrán en consideración, no obstante su brevedad, para lo cual confiamos en que con su notable ilustración sabrán sacar de ellas todo el fondo que nuestro deseo no alcanza a manifestar, por la carencia de tiempo y pricipalmente por la más sensible aún de la facilidad en la manera de expresar nuestro pensamiento; por todo lo que abrigamos la esperanza de que no os dejaréis arrastrar por sospechas que son impropias de caracteres elevados y que haréis justicia a nuestros honrados propósitos, que hoy, al desearos salud y emancipación social, nos permiten despedimos de los individuos que componen esa Comisión a los gritos sagrados de ¡Viva la Humanidad! ¡Viva el Progreso! ¡Viva la Asociación Internacional de los Trabajadores!

Madrid 23 de Junio 1871.
Por A. y N. del C., el secretario, Francisco Mora.

A los Ciudadanos de la Comisión de la Asamblea republicana democrática federal.

Este documento mereció el siguiente juicio de La Federación, en su número de 9 de Julio de 1871:

Ya sabe ahora el partido republicano que no puede contar con el concurso de la clase trabajadora, en vista de la formal declaración del Consejo federal de la Región Española.

Sus trabajos, por lo tanto, van a carecer del sello de la popularidad por no merecer las simpatías de la inmensa clase proletaria, cuyas aspiraciones revolucionarias está bien lejos de satisfacer.

Ese partido, unido a la burguesía por tantos títulos, cuyos órganos en la prensa sólo tienen por misión ofrecer en espectáculo a sus ídolos para que el pueblo los venere, va cayendo rápidamente de la conciencia pública a medida que se despeja el horizonte revolucionario y nos enseña el camino por donde se llega a la extirpación del absolutismo más o menos enmascarado.

La República de carácter individual ha tenido su razón de ser a principios de este siglo, en que la clase media entraba a la vida pública, jóven, ardiente y con arduos problemas a resolver, pero hoy, que más o menos penosamente ha llegado a la consecución de su fin con la monarquía; que con ella ha logrado hacer que desaparezca por completo la nobleza de sangre sobreponiéndose a ella; que se impone por igual a pueblos y a reyes, y adopta cuando le parece el programa democrático; esa República que ya no sirve a nadie, ni para nada sirve, y mucho menos a la causa del proletariado, es un anacronismo, y debe desaparecer o fundirse con los demás partidos, ya que no hay nada en su programa que los demás partidos no hayan realizado.

Más aún. Hoy, que la monarquía inglesa da lecciones de republicanismo a la República helvética, en cuya policía no hallan seguridad los refugiados de París, que en punto a derechos individuales es la nación cuyos códigos ofrecen a todos segura garantía de que son respetados, ¿qué pretende ese partido republicano histórico, que se asocia en Francia a la reacción más tremenda que hayamos visto nunca al ver que el pueblo, en virtud de su derecho y de una necesidad apremiante, traspasa los menguados límites de su carcomido programa? ¿Qué consiente impasible que se asesine a millares de sus electores? ¿Qué aplaude con feroz venganza las heroicidades de una soldadesca ebria de sangre de ese pueblo que quiere redimirse?

¿Qué pretende de nosotros esa República formalista, esa servil aduladora de la clase media, de la cual es aborto?

Nada; no puede pretender más que el ridículo, y éste, por nuestra parte -lo decimos sin rebozo- ha caído sobre ella, en vista de la franca declaración de nuestro Consejo federal, la cual aplaudimos por estar en perfecta consonancia con el dictamen sobre la Actitud de La Internacional con relación a la política, aprobado por el Congreso obrero de 1870.

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