Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VIGÉSIMO PRIMERO

EL DOS DE MAYO

En tiempos anteriores a la Revolución de Septiembre señalábase el día 2 de Mayo como nefasto para los extranjeros pobres. Los artistas mendicantes extranjeros que, sin experiencia o sin el consejo de un compañero, se metían confiadamente por los barrios populares pidiendo el óbolo público, pronto tenían que retirarse ante los insultos o las pedradas de los niños callejeros, excitados por los hombres, que creían obra meritoria de patriotismo humillar y maltratar a los franchutes que se presentaban, como llamaban a todo extranjero por incapacidad de distinguir, a causa de su ignorancia, las diferencias que caracterizan a los naturales de las diversas nacionalidades.

Contribuía a prolongar tan brutal costumbre el aspecto de fiesta oficial y popular con que se celebraba: el levantamiento de Madrid el 2 de Mayo de 1808 contra la invasión francesa; las salvas de artillería, las misas al aire libre celebradas en el monumento del Prado, las exequias en San Isidro, la gran parada, la procesión cívica desde dicho templo al mencionado monumento, la alocución del gobernador y la del alcalde, y por último la prensa con sus interminables columnas infladas de frases hechas, ripios y lugares comunes de altisonante y huero patriotismo, todo ello como montón de materia pútrida fermentando al aire libre obraba sobre los ineducados sentimientos populares y mantenía vivo un rencor estúpido contra un pueblo al que se deben grandes lecciones de humanitarismo, y que si, dominado por sus tiranos se lanzó en ocasiones a la guerra, ninguna otra nación, ni menos España podía echárselo en cara por haber incurrido todas en idéntica falta.

Hasta los mismos demócratas, en su deseo de aprovechar las circunstancias favorables a las manifestaciones públicas, se acogieron a la fiesta del Dos de Mayo como medio de propaganda, sin reparar en que con ello falseaban los principios de fraternidad humana que proclamaban. Al efecto recordaré que allá por los años 63 ó 64 se suprimió la fiesta oficial del Dos de Mayo. Con este motivo hubo gran agitación popular que se condensó en el Fomento de las Artes, donde, de aquella manera irregular e irresponsable por impersonal y opuesta a las formas corrientes con que se originan los motines, se formó el propósito de ir tumultuariamente al monumento del Prado y honrar como se pudiera el recuerdo de laa víctimas de la independencia.

Achacábase la supresión de la fíesta a cobardía del gobierno ante ciertas amenazadoras indicaciones hechas al embajador de España por Napoleón acerca de la paz entre ambas naciones, expresadas en un discurso en la ceremonia solemne de recepción, que empezaba con esta célebre e inconveniente frase: De la reina de España depende ... y ante semejante actitud los demócratas combatían gobierno y monarquía por antipatrióticos.

La manifestación-motín se llevó a cabo con éxito satisfactorio para sus iniciadores e instigadores: se abrieron las verjas que rodean el monumento, casi todo Madrid recorrió los jardinillos y por la noche hubo conato de iluminación, música y discursos patriótico-revolucionarios con la tolerancia de la autoridad.

El impulso dado en aquel año continuó en los siguientes, en que se organizaron grandes manifestaciones populares para dirigirse, no sólo al Prado, sino a la puerta del Parque de Montelcón (convertido después en monumento nacional) y a la Moncloa, haciéndose verdadero derroche de coronas, gasas fúnebres y retórica de relumbrón.

En virtud de tales antecedentes, la Sección Madrileña de La Internacional juzgó necesario realizar un acto que fijara la necesidad de establecer la solidaridad humana a través de las fronteras enfrente de la insolidaridad que quieren establecer los tiranos de las naciones, y al efecto acordó celebrar un té fraternal entre franceses y españoles el día 2 de Mayo de 1871, en el Café Internacional, situado en la calle de Alcalá.

Mediante la inteligencia y acuerdo entre diferentes personas y entidades necesarios para asegurar el éxito, y previo la fijación de carteles con la invitación al pueblo en que se insertaba el artículo publicado el año anterior en La Solidaridad acerca de la fiesta del Dos de Mayo, fuimos tranquilos a la reunión confiados en nuestro derecho y en la bondad de la idea.

Conviene hacer notar que aquella iniciativa que impulsó a la Comuna de París a derribar la columna de Vendome como monumento erigido a la división, a la insolidaridad y por tanto a la tiranía del triunfador, fue la misma que un año antes inspiró a los internacionales madrileños la protesta contra la fiesta del Dos de Mayo. Debida a la pluma de Francisco Mora, es un documento que merece pasar a la historia, y por si, inserto en este pobre trabajo a título de tabla de salvación que le libre del olvido, puede fijar la atención de generaciones futuras más felices e ilustradas que esta que lucha al presente en condiciones tan desventajosas, me complazco en ponerlo a continuación.

Dice así:

A LOS TRABAJADORES DE MADRID
LA FIESTA DEL DOS DE MAYO

Trabajadores: No celebremos la fiesta del Dos de Mayo.

Cuando todos los obreros del mundo se tienden fraternalmente la mano a través de los continentes y los mares, pensar en fiestas patrióticas, pensar en la eterna causa de nuestra desunión, es el mayor de los crímenes.

El patriotismo es una idea que tiende a separar a los pueblos entre sí, y a mantener constantemente el odio entre hombres que, siendo hermanos, les hacen creer los tiranos y los explotadores que no lo son, porque se interpone entre ellos el profundo lecho de un río o las elevadas cumbres de una cordillera de montañas.

La idea de patria es una idea mezquina, indigna de la robusta inteligencia de la clase trabajadora. ¡La patria! La patria del obrero es el taller; el taller de los hijos del trabajo es el mundo entero.

Cuando la tierra yacía bajo la dura planta de la barbarie y la ignorancia, la idea de patria era el astro esplendoroso que iluminaba de cuando en cuando aquella larga noche de espesísimas tinieblas. Pero hoy, en los tiempos de las ideas internacionales, la patria no tiene objeto alguno.

El patriotismo ha cumplido su misión; que descanse en paz en el panteón destinado a las ideas del pasado.

Desde que la tribu salvaje y vagabunda de la infancia de la humanidad descendió de la montaña a apoderarse de los frutos de la tribu laboriosa que habitaba la llanura, hasta la época presente, no ha cesado esa larga serie de invasiones que han producido hechos tan memorables como el paso de las Termópilas, la batalla de Roncosvalles, el Dos de Mayo y otros mil actos, en los cuales los vencedores de hoy han sido los vencidos de mañana. ¿Qué nación, qué provincia, qué pueblo, y en el pueblo, qué barrio, qué calle, y en la calle en qué casa no tendrán sus moradores que celebrar un triunfo alcanzado sobre sus vecinos, o llorar una derrota y un martirio ocasionado por los mismos?

Trabajadores: No vayáis al Dos de Mayo, porque es fácil que al lado de aquellas tumbas venerandas, cubiertas de laurel y siemprevivas, se levanten amenazadores los ensangrentados espectros de la raza americana sacrificada, destruída inhumanamente, a título de civilización, por nuestros antepasados los conquistadores del Nuevo Mundo. No vayáis al Dos de Mayo, porque es fácil que alrededor de aquellos gigantescos cipreses se encuentren vagando las víctimas que el fanatismo de nuestros padres hizo sacrificar en los Países Bajos y en la conquista de Italia. No vayáis al Dos de Mayo, adonde os impulsan a ir nuestros explotadores porque os embriagaréis de odio patriótico contra nuestros hermanos franceses, extranjeros en su patria como nosotros lo somos en la nuestra, gracias a la organización de la presente sociedad. Ellos no tienen la culpa de las víctimas causadas por los planes de un hombre ambicioso y cruel que cruzó por Europa como un meteoro de fuego, no dejando en pos de sí más que lágrimas y sangre.

Todos los habitantes de este planeta que gira en el espacio infinito en unión de un número inconmensurable de mundos, son hermanos. Todas las ideas que se opongan a la libertad, igualdad y fraternidad de los hombres, son injustas. El patriotismo, que se opone a la fraternidad de los pueblos es, pues, injusto.

Trabajadores: En nombre de la justicia, en nombre de la emancipación de la clase oprimida, en nombre de la Asociación Internacional de los Trabajadores, no celebréis la fiesta del Dos de Mayo.

Por la Sección Internacional de Madrid.
EL COMITÉ.

A las tres de la tarde hallábanse atestados los salones del Café Internacional.

Habíase preparado para celebrar el acto un patio espacioso, donde fue preciso retirar mesas y sillas para que la concurrencia en pie se colocara más fácilmente.

Conviene notar que el Café no estaba en la planta baja. sino en un entresuelo, y debido a esta circunstancia, y, por tanto, a no tener puerta de calle sino que la entrada era por el portal y por una corta escalera, se debe quizá que el atropello y el conflicto no tomara mayores proporciones.

Expuesto el objeto de la reunión por el compañero Mesa en breves y apropiadas frases, habló en francés y español el popular escritor Roberto Robert, censurando la tradición de odio patriótico que nos separaba de la gran nación revolucionaria, y dedicando sentidas y elocuentes frases a mantener la fraternidad internacional como baluarte contra la tiranía.

Habló después Morago y su discurso fue interrumpido por un rumor tremendo, procedente del exterior, que parecía como la invasión de desvastador torrente que invade la tranquila y pacífica llanura.

Todos nos pusimos en movimiento, dirigiéndonos hacia el salón, que tenía ventanas enrejadas a la calle. Por la ventana de un pasillo vi el portal ocupado por civiles de la guardia veterana, y por las que daban al exterior se veía aquella grandiosa calle de Alcalá cuajada de gente hasta el punto de impedir el tránsito de los carruajes.

- ¡Mueran los afrancesados! ¡Mueran los traidores! gritaba aquella multitud. Y al oirla, no la amenaza, sino el insulto, la consideración del abismo de atraso en que aquella gente se hallaba sumida, apenaba dolorosamente nuestro corazón.

Había aquel año aumentádose la fiesta con la gran formación en que fraternizaron o si no fraternizaron concurrieron juntos el ejército y la milicia ciadadana; soldados y voluntarios de la libertad en número de muchos miles habían ostentado sus vistosos uniformes; los voluntarios, después de comer salieron a lucir sus arreos militares, y en las tabernas cundió la voz de que unos afrancesados reunidos en la calle de Alcalá se proponían derribar el monumento del Dos de Mayo, y esta noticia y el alcohol exaltó su patriotismo hasta el punto de someterse a ser reclutas de la Partida de la Porra.

Lo que ocurrió después no sé como calificarlo, aunque habiendo mediado tantos años desde el suceso hasta el momento de referirlo, he visto muchaS cosas tan malas y peores, y he sacado la cuenta de las torpezas y tanteos que cuesta a la humanidad ir adelantando progresivamente, por lo que ahorraré al lector un párrafo sentimental e inútil, y diré simplemente que los que se aventuraron a salir en el primer momento fueron brutal y cobardemente apaleados por las turbas; que algunos pudieron escapar por una puerta trasera que daba a la calle de la Aduana, pero habiéndose apercibido de ello los patriotas amotinados, apalearon e insultaron a algunos y guardaron después la puerta. Yo salí ileso del lance, porque un compañero de trabajo llamado Aguilar, sospechando que estaría en el Café, entró a buscarme vestido de oficial de la milicia, y su uniforme me sirvió de égida protectora. En el portal vi al torero Suárez, jefe de la Partida de la Porra, dirigiendo la infame hazaña de aquel día. Era un hombre alto, de treinta y tantos años, moreno, con la nariz cruzada por una cicatriz, recuerdo sin duda de un navajazo merecido y alcanzado en garito o lupanar, escuelas del vicio de donde frecuentemente salen dignos funcionarios auxiliares del principio de autoridad. Los últimos rezagados pasaron la noche en el Café de donde no pudieron salir hasta la mañana siguiente.

El atropello de que fuimos víctimas en el Café Internacional nos incapacitaba para continuar las conferencias de San Isidro, las cuales, por otra parte, habían terminado su misión, según queda referido.

Las hazañas de la Partida de la Porra, iniciadas el Dos de Mayo, se hubieran repetido en las conferencias, y aunque había gente en cantidad y calidad suficiente para repeler toda agresión y aun deseosa de probar su coraje, la comisión organizadora creyó más prudente retirarse por el momento, poniendo un sambenito a la autoridad con el siguiente cartelón que se fijó profusamente en las esquinas.

¡ALTO!
A LOS HOMBRES HONRADOS

Todo el mundo conoce el escandaloso atentado contra el derecho de gentes cometido en la calle de Alcalá, la tarde del 2 del presente, por unos desgraciados seres que deshonran al pueblo en que viven.

Creyendo algunos ciudadanos que podían ejercitar el derecho de reunión, consignado en la Constitución, sin otras precauciones que llenar todas las prescripciones legales, fueron víctimas de un atentado que reprueba todo hombre de bien.

La autoridad, bajo cuyo amparo se creían en el ejercicio de ese derecho, no sólo tuvo que pasar por la humillación de dejar probada su impotencia durante el vandálico suceso, sino que no ha vuelto aún por su honra, apoderándose de los fautores e instigadores de aquel atentado salvaje, a pesar de ser demasiado conocidos por su constante participación en hechos de igual naturaleza.

Considerando que la autoridad no puede garantir, contra la voluntad de ciertos individuos, el derecho de reunión;

Que es imposible adivinar si el objeto que nos propongamos será del agrado de esa gente, teniendo únicamente la seguridad de que no incurriremos en la falta de hacer lo que pudiera agradarle;

Que esto bastaría para quedar expuestos a ser víctimas de sus agresiones;

Nos vemos obligados a suspender la celebración de las conferencias populares, hasta tanto que la autoridad, por el castigo de los culpables, nos dé prueba de su capacidad para hacer respetar la ley y garantizar la seguridad individual de los hombres honrados.

La Comisión.

Habiendo solicitado el gobernador una entrevista con esa comisión comparecimos en su despacho Baldomero Lostau, diputado por Gracia, Celso Gomis y el autor de estas líneas.

El Sr. Rojo Arias, a la sazón gobernador de Madrid, nos recibió con amabilidad calculada, viéndose contrariado por la presencia de Lostau, cuyo carácter de diputado ponía un freno a los intentos de arbitrariedad que pudieran ocurrírsele. Lamentose de la declaración pública de la suspensión de las conferencias y nos dió todas las seguridades de que no seríamos molestados, rogándonos revocásemos el acuerdo y celebrásemos conferencia el domingo próximo. Nosotros, alternando los tres en el uso de la palabra, nos mantuvimos fuertes en la negetiva y demostramos al gobernador que no podía ofrecernos garantía positiva contra el poder de la Partida de la Porra.

Lástima y repugnancia causaba ver aquel pobre funcionario mendigar una reparación ante la ofensa que con nuestro cartel le habíamos inferido, y después de mucho hablar y hartos de verle humillado nos retiramos dejándole madurar tal vez planes de venganza, con la que, si su honra no se rehabilitaba, quedaba dispuesto a cometer nuevas torpezas.

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