Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO

SEGUNDO CONSEJO FEDERAL

Con la importancia adquirida por La Internacional, y con el desarrollo alcanzado por las ideas emancipadoras, aumentó naturalmente la significación y la responsabilidad del Consejo federal.

La terrible persecución de que eran víctimas los trabajadores en Francia, simbolizada en aquella frase de Le Figaro: es necesario acabar con los lobos, las lobas y los lobeznos, y coronada con la circular de Julio Favre a todas las naciones, denunciando a La Internacional como una asociación peligrosa, exigía prudencia y energía para no comprometer la asociación naciente ni ofuscar la claridad y el brillo de su ideal.

La situación particular de los miembros del Consejo era lo menos a propósito para llevar adelante tan importantes tareas: sujetos al trabajo, sin más recursos que el jornal para vivir, debíamos atender al Consejo, a la redacción de La Emancipación, a las reuniones públicas y a los mil y tantos detalles que se presentaban a cada paso.

De todo salimos con bien, sobrándonos aún alientos para más si las circunstancias lo hubieran exigido.

En el nuevo Consejo habían entrado individuos de valía. Del anterior quedábamos tres, los dos hermanos Mora y yo. Habíansenos agregado jóvenes activos e inteligentes bien dispuestos a llenar su cometido, sobresaliendo entre ellos Mesa, de quien me ocupo en otro lugar, y Paulino Iglesias (1). Era este joven, entusiasta, vehemente, distinguiéndose por la facilidad de adaptación del pensamiento ajeno más que por la actividad intelectual propia. Puntual y exacto en el cumplimiento de los deberes de su cargo, atento con todos, buen amigo, sin dar preferencia a ninguno de sus compañeros del Consejo, hizo allí su aprendizaje de los negocios públicos que tan bien ha sabido utilizar después, aplicados al medio, para desempeñar el importante cargo de jefe de un partido.

La situación política se agravaba por momentos en nuestro perjuicio. En las Cortes se hablaba de La Internacional con frecuencia hasta que llegó a plantearse el famoso debate que terminó cerrando a la Asociación las puertas de la legalidad; las autoridades de provincias menudeaban los desafueros y las arbitrariedades; la prensa, casi sin excepción, nos atacaba a diario con la difamación y la calumnia.

Con tal motivo dimos al público el siguiente manifiesto:

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
PROTESTA DEL CONSEJO FEDERAL DE LA REGIÓN ESPAÑOLA.
A TODOS LOS TRABAJADORES Y A TODOS LOS HOMBRES HONRADOS DEL MUNDO

En las Cortes españolas se está formando un proceso a la Asociación Internacional, y según las declaraciones del Gobierno, hechas por boca del ministro de la Gobernación, se nos declarará fuera de la ley y dentro del Código penal, se nos perseguirá hasta el exterminio, a fin de que esta justa y culta sociedad viva, y los privilegiados puedan gozar tranquilamente de las rapacidades llevadas a cabo con los infelices trabajadores.

Se nos dice que somos enemigos de la moral, de la religión, de la propiedad, de la patria y de la familia, y en nombre de tan santas cosas, que tienen convertido el mundo en una paraíso, es necesario que nosotros dejemos de existir.

¡Ah, trabajadores!

No basta que nos exploten; que nos arrebaten el fruto de nuestro trabajo; que nos tengan sumidos en la esclavitud intelectual por la ignorancia, y en la esclavitud material por la miseria; es necesaria la calumnia, es necesario el insulto, y esto por la espalda, cuando saben que no podemos defendernos.

Nos llaman holgazanes, porque pedimos rebaja en las horas de trabajo como aconsejan la higiene, la ciencia y la dignidad humana, ellos que no tienen ni han tenido nunca callos en las manos, que quizás no han producido una idea útil; eternos parásitos que son la causa, por su improducción y monopolio del capital, de la miseria que corroe las entrañas de la sociedad.

Dicen que somos ambiciosos, porque pedimos la justa retribución de nuestro trabajo, porque pedimos lo que es nuestro. No usarían otro lenguaje los dueños de ingenios con sus esclavos.

Dicen que somos enemigos de la moral, y sin embargo defendemos la práctica de la justicia. ¿Qué más moral queréis que la justicia en acción?

Que atacamos la religión: ¡ Calumnia! La Internacional no ha dicho nada sobre este punto en los Congresos universales, que es donde se formulan sus doctrinas.

Que somos enemigos de la propiedad: ¡calumnia también! Queremos, si, que la propiedad sufra una transformación, ya que tantas ha sufrido, para que cada uno reciba el producto íntegro de su trabajo, ni más ni menos.

El que quiera comer que trabaje.

¡Que somos enemigos de la patria! Sí queremos sustituir el mezquino sentimiento de la patria con el inmenso amor a la humanidad, las estrechas y artificiales fronteras, por la gran patria del trabajo, por el mundo. No hay otro medio de evitar guerras como la de Francia y Prusia, aunque nos privemos así de héroes como Daoiz y Velarde.

¡Que somos enemigos de la familia! Volvemos a decir que se nos calumnia. La Internacional no ha dicho tampoco nada sobre esto; el querer la enseñanza integral no es querer la destrucción de la familia; el desear, como muchos internacionales desean, que la base de la familia sea el amor, no el interés, no es ir contra la familia. Apelamos de esto a todos los hombres honrados.

Se ha dicho también que han venido a España trescientos emisarios del extranjero, que se dan una vida sibarítica a costa del óbolo del pobre trabajador; y esto lo ha dicho el ministro de la Gobernación, un funcionario que debe saber que lo que dice no es cierto. Nosotros reconocemos igual derecho en los obreros de todos los países para propagar las ideas de justicia por el mundo entero; mas como la intención de los que hacen circular tales patrañas es introducir la desconfianza y la desunión entre nosotros, lo declaramos altamente: esta es una nueva calumnia.

Ya lo sabéis, trabajadores; los que por amor a la causa de la emancipación humana, sacrificáis vuestra tranquilidad y los intereses que escapan a la explotación de vuestros señores, propagando las ideas que siente vuestro corazón y formula vuestra inteligencia, los que esto hacéis, sabed que sois agentes pagados por el extranjero, que os dáis una vida regalada, aunque no tengáis sino privaciones.

Al atacar a La Internacional en el Congreso, no han perdonado medio, por ruín que fuera, con tal de salir airosos en su empresa y en odio a la clase trabajadora, se ha faltado descaradamente a la verdad. Se han truncado los pensamientos y las doctrinas de la Asociación, diciendo lo que les convenía decir, a trueque de cometer injusticias. Cuando todo estaba convenientemente preparado el ministro de la Gobernación dijo con énfasis que traería a la barra a la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Pues bien, ministro de la Gobernación, nosotros acudiremos a la barra por más que no tengáis el derecho de llevarnos a ella; nosotros acudiremos a defendernos de las calumnias que nos han dirigido, y de este modo podrán oir las paredes del Congreso palabras de verdad que jamás han escuchado.

Pero no lo haréis porque esto no conviene a vuestros intereses de clase; que es, después de todo, lo que aquí se ventila. Nos condenaréis sin oirnos, y un tribunal que es juez y parte, y por lo tanto incompetente, sentenciara a la víctima sin apelación.

Pues bien; nosotros protestamos ante todos los hombres honrados:

Del atentado que se trata de cometer con nosotros al privamos de nuestros derechos naturales, anteriores y superiores a toda ley y por consecuencia ilegislables;

De la provocación que se nos hace a la lucha desatentada y brutal, en vez de dejamos hacer tranquilamente la propaganda, completar nuestra organización y llegar por los medios pacíficos, y después de un maduro estudio a la realización de la justicia, que es lo que nos proponemos, en bien de esta misma sociedad que nos tiraniza y explota;

De las calumnias de que somos objeto por parte de los hombres mismos encargados de velar por el derecho y de sostener la verdad;

Del llamamiento que nos dirigen a una guerra de clases, puesto que como clase se nos ataca y se quiere sujetarnos eternamente al carro de la ignorancia y de la miseria;

Y finalmente, del derecho que se atribuyen unos legisladores que todo lo han negado, todo lo han puesto en tela de juicio, instituciones políticas y sociales, para impedirnos que nosotros podamos reformar, transformar o suprimir esas mismas instituciones.

Pretendéis destruir La Internacional ¡vano empeño! Para destruir La Internacional es necesario que destruyáis la causa que le dió el sér. Mientras haya en el mundo hombres que estén sumidos en la ignorancia y la miseria, mientras existan explotados y explotadores, esclavos y señores, la pavorosa cuestión social estará siempre a la orden del día, y los privilegiados no hallarán tranquilidad ni en el silencio de las tumbas: que el ejercicio del mal atormenta casi tanto al verdugo como a la víctima.

Nosotros no cederemos, sino a la fuerza, ni un ápice de nuestro derecho.

Si nos declaráis fuera de la ley, trabajaremos a la sombra; si esto no nos conviene, prescindiremos de la organización que tenemos hoy, formaremos un partido obrero colectivista e iremos a la Revolución social inmediatamente.

En tanto repetiremos lo que hemos dicho en otra ocasión:

Si La Internacional viene a realizar la justicia y la ley se opone, La Internacional está por encima de la ley. Los trabajadores tienen el derecho innegable, indiscutible, de llevar a cabo su organización y realizar la aspiración que se proponen. Esto lo conseguirán con la ley o a pesar de ella.

Madrid 17 de Octubre de 1871.
El Consejo federal de la Región Española.
El tesorero, Angel Mora, carpintero.
El contador, Valentín Sáenz, dependiente del comercio.
El secretario económico, Inocente Calleja, platero.
El secretario corresponsal de la comarca del Norte, Paulino Iglesias, tipógrafo.
El secretario corresponsal de la comarca del Sur, José Mesa, tipógrafo.
El secretario corresponsal de la comarca del Este, Anselmo Lorenzo, tipógrafo.
El secretario corresponsal de la comarca del Oeste, Hipólito Pauly, tipógrafo.
El secretario corresponsal de la comarca del Centro, Víctor Pagés, zapatero.
El secretario general, Francisco Mora, zapatero.

Los trabajos de organización siguieron su curso, alentados más que dificultados por la actitud del gobierno y de la burguesía en general.

El gobierno llevó a cabo su propósito. La Internacional fue declarada fuera de la ley en una circular ridículamente famosa en que Sagasta calificaba el ideal del proletariado de utopia filosofal del crimen, a que por nuestra parte respondimos de la siguiente manera:

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
MANIFIESTO
EL CONSEJO FEDERAL DE LA REGiÓN ESPAÑOLA A LOS FEDERADOS Y A TODOS LOS TRABAJADORES DE ESPAÑA

Compañeros: El atentado incalificable llevado a cabo por el poder ejecutivo contra el natural y sagrado derecho de asociación, nos pone en el deber ineludible de dirigiros nuestra voz. Si no lo hemos hecho antes ha sido porque creíamos que la circular del más insolente de todos los ministros quedaría sin efecto ante la vergonzosa derrota sufrida por el mismo en el Parlamento burgués, y no queríamos distraernos de nuestros habituales trabajos de organización, ya que tan poco tiempo nos deja para ocuparnos de ellos la insaciable codicia de nuestros eXplotadores. Pero hoy que el poder legislativo ha muerto a mano airada, a pesar de la derrota del ministerio, creemos que la situación se ha normalizado, y de aquí el consideramos en el deber de hablaros de la situación creada para nosotros por la circular de Sagasta.

No protestaremos del acto llevado a cabo por el poder: esto lo hicimos ya cuando el Parlamento, con más apanencias de derecho que ahora el Gobierno, se ocupó de la misma cuestión. Lo que en aquella protesta decíamos dicho está, nos ratificamos en ello, y no perderemos ninguna ocasión que se presente para recordárselo a todos los gobiernos, que, olvidándose de su única misión, la de simples administradores de la cosa pública, se convierten en matones sin pudor que cobran el barato a la clase media en este juego inmoral que se llama explotación del hombre por el hombre.

Hasta hoy La Internacional en España ha querido vivir en paz con los poderes constituidos; es más, lo quiere aún, y por eso intentaremos el último esfuerzo apelando al poder judicial de los abusos cometidos por el ejecutivo. No es la esperanza de un fallo favorable lo que nos mueve a obrar así; ¡desgraciadamente tenemos sobradas pruebas de la venalidad de los llamados tribunales de justicia y de sus serviles complacencias con el poder! pero de todos modos, habremos cumplido una vez más con nuestro deber brindando paz a la clase media y tratando de resolver pacíficamente las pavorosas cuestiones sociales. Si después de todos nuestros esfuerzos para conseguir nuestra emancipación por las vías pacíficas se nos cierran las puertas de la legalidad, sabremos cumplir con nuestro deber; que cuando toda la clase obrera se ve privada del derecho de asociación, que es como su centro de gravedad, no le queda otro recurso que el triste y funesto de la revolución armada.

En tanto que esta llega, y para que se sepa lo que hemos hecho y lo que queremos hacer, y se vea además la ligereza e injusticia con que se nos trata, diremos cuáles son nuestras aspiraciones y cuál ha sido nuestra conducta como Asociación en el tIempo que llevamos de vida en la Religión Española.

Dos consideraciones nos mueven a obrar así: una es la de que no se diga jamás que en los momentos de peligro hemos permanecido silenciosos arrollando nuestra bandera, la única que no está manchada con la sangre de los trabajadores; la otra es la de que nuestros hermanos de trabajo sepan a qué atenerse respecto a las ideas de La Internacional y no las confundan con las de los partidos políticos que están acechando la ocasión revolucionaria para apoderarse del gobierno, so pretexto de realizar desde allí la emancipación del proletariado, pero en realidad para engañarnos una vez más después de ayudarlos a conseguir sus fines utilitarios.

Terminadas estas explicaciones preliminares, que son la justificación del paso que damos, véase ahora a lo que aspira la Asociación Internacional de los Trabajadores, y de qué modo ha llegado a formular esta aspiración.

Lo que caracteriza propiamente la actitud de la autoridad burguesa es la tendencia a convertir en una especie de dogma de fe el criterio económico de nuestros explotadores, y combatir por medio de la fuerza las ideas y los propósitos que sobre el mismo asunto tenemos los obreros.

Es necesario fijar la atención sobre este punto tan importante: se quiere formar con las injustas e irracionales doctrinas de los economistas una ortodoxia económica, y por medio de la fuerza y en nombre de la libertad se condena y se castiga a los herejes, parodiando a la teocracia de la Edad Media que en nombre de Dios quemaba a centenares a los culpables de herejía.

Este procedimiento es contrario a la razón, y no ha producido ni puede producir jamás sino el apartamiento de la verdad y el derrame de torrentes de sangre.

Nuestra Asociación, inspirada en un recto criterio de justicia, ha encontrado el medio de colocar a todos los individuos en situación de contribuir al conocimiento de la verdad. Convencida de que el privilegio de la ciencia sólo produce sectas a las cuales prestan su concurso masas inconscientes que siguen incondicionalmente al maestro, dando por único resultado esa multitud de sistemas que han dividido hasta aquí a la humanidad, ha organizado a los trabajadores de modo que concurren todos a la elaboración del pensamiento general, por medio del estudio incesante de todas las cuestiones que se relacionan con el problema social, y su discusión en las asambleas de sección de oficio, de federación local y en los Congresos regionales e internacionales. Así, la verdad hallada por el concurso de todas las inteligencias encuentra a todos los individuos dispuestos a practicarla, sin trastorno, sin imposición, dejando el campo abierto a todas las reformas y al examen de todas las cuestiones que el progreso presente.

Por este procedimiento, el único razonable y legítimo, ha formulado nuestra Asociación sus principios, y hoy pueden exclamar los internacionales a la faz del mundo:

Nosotros queremos que se realice la Justicia en todas las relaciones humanas.

Queremos la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de productores libres, honrados e inteligentes.

Queremos que sea el trabajo la base sobre que descanse la sociedad; que el mundo se convierta en una inmensa federación de libres colectividades obreras de una localidad, federándose entre sí, formen una federación local completamente autónoma, que las federaciones locales de una misma comarca formen la federación comarcal, que las diversas federaciones comarcales de una región constituyan la federación regional, y por último, que entre todas las federaciones regionales del mundo formen la gran federación internacional.

Queremos que los instrumentos del trabajo, la tierra, las minas, los arsenales, los buques, ferrocarriles, fábricas, máquinas, etc.. etc., sean propiedad de la sociedad entera, debiendo ser únicamente utilizados por las colectividades obreras que las hagan directamente producir, en el seno de las cuales recibirá el obrero el producto íntegro de su trabajo.

Queremos la enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos en todos los grados del la ciencia, de la industria y de las artes, a fin de que desaparezcan estas desigualdades intelectuales, en su casi totalidad ficticias, y que los efectos destructores que la división del trabajo produce en la inteligencia de los obreros, no vuelvan a reproducirse, obteniendo entonces las únicas, pero positivas ventajas, que esta fuerza económica encierra para la más pronta y abundante producción de las cosas destinadas a la satisfacción de las necesidades humanas.

Creemos que con la fusión de todas las clases sociales en una sola de trabajadores libres desaparecerán las luchas intestinas que corroen las entrañas de la sociedad, porque no teniendo el individuo intereses opuestos a los intereses generales, todos perseguiremos un mismo fin: el bienestar general de la hwnanidad.

Creemos que con la organización de la sociedad en una vasta federación de colectividades obreras, teniendo por base el trabajo, desaparecerán todos los poderes autoritarios, convirtiéndose en simples administradores de los intereses colectivos, y que el perjudicial espíritu de nacionalidad, el patriotismo, tan contrario a la unión y solidaridad de los hombres, desaparecerá ante la gran patria del trabajo, que es el mundo entero.

Creemos que siendo de la propiedad común los instrumentos del trabajo, utilizados únicamente por las colectividades obreras que directamente los hagan producir, y siendo de la propiedad individual el fruto del trabajo de cada uno, lograremos que desaparezca el monopolio, fuente de donde manan todos los males que aquejan a la sociedad: a la propiedad individual lo que deba ser propiedad individual.

Por último, creemos que sólo con la práctica de estas fórmulas colectivistas pueden harmonizarse la libertad y la igualdad, resultar la fraternidad y realizarse la Justicia.

Nuestro lema no puede ser más claro ni terminante:

No más derechos sin deberes; no más deberes sin derechos.

0 en otros términos:

El que quiera comer que trabaje.

Este es el socialismo que proclama La Internacional, cuyas dos afirmaCIones principales son, en economía el colectivismo; en política, la anarquía, El colectivismo, es decir, la propiedad común de los instrumentos del trabajo, utilización de los mismos por las colectividades obreras que los hagan directamente producir, y propiedad individual del fruto íntegro del trabajo de cada cual. La anarquía, es decir la abolición de los gobiernos, o. sea su conversión en simples administradores de los intereses colectivos.

Respecto a Dios y a la actual constitución de la familia, La Internacional no ha dicho nada sobre estas cosas, y cree que si son una verdad y un apoyo para la práctica de la Justicia en las relaciones humanas ellas subsistirán a pesar de todo.

Cambiemos los fundamentos económicos sobre que descansa la sociedad actual, y entonces veremos las ideas e instituciones que resisten a esta prueba de la piedra de toque de la verdad.

Ahora bien, ¿qué actos ha realizado La Internacional en el tiempo que lleva de existencia en la región española, para que se haya decretado su disolución de una manera tan injusta y tan escandalosa? Examínense las actas de sus Congresos, de sus conferencias o dc sus meetings, sus manifiestos, sus folletos o sus periódicos; véase cualquiera de las manifestaciones de su vida, y se observará una completa separación de la política activa, de los motines o desórdenes de que es ésta engendradora y que, por el contrario, todos sus esfuerzos se han dirigido a la organización de los elementos obreros, para hacerlos cada vez más razonables, más inteligentes y justos en sus peticiones de mejoramiento social. Ha tratado de organizarlos para que se acostumbrasen a la gerencia de sus propios intereses y ponerles en condiciones económicas para poder contratar con los maestros y fabricantes. Ha tratado, en fin, ya que la revolución social es inevitable, de que ésta encontrase a los trabajadores dispuestos a recibirla y aprovecharla, y que en vez de ser la revolución un trastorno general que sumiese a la sociedad en el caos, fuése, por el contrario, el iris de paz que anunciase a todos los hombres el reinado de la Justicia.

A estas generosas aspiraciones, a esta noble conducta de los hijos del trabajo contestan los hombres de la clase media con la intolerancia, con la calumnia y con la persecución. Apelamos de este modo de proceder ante todos los hombres honrados y justos, y echamos la responsabilidad de todo lo que suceda sobre la cabeza de los que, saliéndose del derecho, impulsan a la clase obrera por las vías de la fuerza.

Trabajadores que sufrís con nosotros las consecuencias de la injusticia social, escuchadnos.

Acontecimientos superiores a nuestra voluntad y contrarios a nuestros deseos pueden llevarnos a un terreno de donde hasta ahora hemos huído, ocupados en formular nuestra gran aspiración y fuertes con nuestro derecho. La revolución, la revolución armada está quizás próxima. Es probable que, arrastrados por nuestros generosos impulsos, por nuestro amor a la libertad, por el sentimiento de nuestra dignidad pisoteada, tomemos parte en la contienda. Necesario es que no reincidamos en antiguos y funestos errores; que, ansiosos de conquistar la libertad y dar asiento inquebrantable al derecho, no vertamos una vez más nuestra sangre, en tantas ocasiones derramada, para apretar más aún el dogal que nos oprime.

Trabajadores, es menester que esa libertad que todos proclaman, que todos dicen amar, tenga una garantía, la única que puede hacerla imperecedera; la transformación de las condiciones sociales.

Es menester que si la revolución llegase, si en ella tuviésemos alguna participación, no abandonemos el campo de la lucha, no soltemos las armas, sin haber visto realizada nuestra gran aspiración: la emancipación social de los trabajadores por los trabajadores mismos.

Es menester que no fiemos a ninguna clase, a ningún partido, a ningún poder la obra de nuestra emancipación. Es menester que antes de que vuelva a constituirse poder alguno, los trabajadores entren en posesión de lo que legítimamente les pertenece: el usufructo de los instrumentos del trabajo, sin lo cual no puede haber garantía para la vida del obrero, ni por consecuencia para su libertad.

Es menester que los trabajadores, una vez triunfantes, en el perfecto uso de su derecho, se constituyan en cada localidad en asamblea general de federados y acuerden solemnemente la transformación de la propiedad individual en propiedad colectiva, entrando inmediatamente a usar de todos los instrumentos de trabajo, como tierras, minas, ferrocarriles, buques, máquinas, etc., etc., haciéndolos administrar por medio de los Consejos locales de sus federaciones respectivas.

Es menester, en fin, que el proletario realice por sí mismo la Justicia.

¡Trabajadores, acordaos!

Salud y emancipación social.

El Consejo federal:
El secretario económico, Inocente Calleja, platero.
El secretario de la comarca del Norte, Paulino Iglesias, tipógrafo.
El secretario de la comarca del Sur, José Mesa, tipógrafo.
El secretario de la comarca del Este, Anselmo Lorenzo, tipógrafo.
El secretario de la comarca del Oeste, Hipólito Pauly, tipógrafo.
El secretario de la comarca del Centro, Víctor Pagés, zapatero.
El secretario general, Francisco Mora, zapatero.
Madrid 31 de Enero de 1872.

Estos dos manifiestos dan idea del carácter de aquel Consejo federal, y a esto limito este capítulo, completado además con los referentes a otros asuntos en que sus individuos como tales y como colectividad tomaron parte.


Notas

(1) El mismo que en el momento de escribir la presente, treinta años después, se llama D. Pablo Iglesias, y ajerce de jefe del Partido Obrero Español y presidente de la Asociación del Arte de Imprimir, a la cual combatió en sus orígenes, en mi compañía, en una reunión celebrada para su constitución definitiva en la Escuela Pía de San Antón, fundándose en que en lugar de crear una sociedad nueva era preferible el ingreso de todos los trabajadores de la Imprenta en la Sección de Tipógrafos de la Federación madrileña de La Internacional.

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