Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO

LA EMANCIPACIÓN

Estábamos aún en Lisboa los que componíamos la fracción emigrada del Consejo federal, cuando un día entre nuestra correspondencia recibimos un periódico nuevo.

Rompo la faja, lo desplego y leo La Emancipación. Al fijar la vista en el programa siento emoción vivísima.

Este programa es mío, dije a mis compañeros, lo he escrito yo; ¿te acuerdas, dirigiéndome a Morago, una noche en tu casa que preparábamos original para el periódico que intentábamos publicar para que sirviera de continuador de La Solidaridad? Pues entonces y allí lo escribí, y junto con otras cuartillas vuestras quedó en tu mesa.

Nuestros amigos de Madrid nos prepararon esta sorpresa: fundaron el periódico sin decirnos una palabra, a pesar de estar en correspondencia constante.

He aquí el programa:

Somos las víctimas de todos los tiempos y de todas las sociedades que, agotada ya la esperanza y perdida la fe en mentidas promesas, venimos a pedir cuentas a la religión, a la filosofía y a la ciencia del influjo que han ejercido en la marcha de la humanidad. Somos los parias que en todas las sociedades han existido, que todos los sistemas han conservado, que venimos a arrojar al rostro de la civilización moderna sus mentidas palabras de justicia y moralidad, y a juzgar la historia con un criterio inflexible, como sólo tiene derecho a usarle el que vive en la miseria, ese legado de los siglos que acusa de insuficiencia a todos los principios que hasta ahora han aceptado los hombres.

Sí, privilegiados: vais a oir verdades que nunca se han dicho y que la dignidad humana reclama que se digan. Venimos a turbar vuestros placeres, vuestras alegrías y hasta vuestro fastidio, porque somos la conciencia de la humanidad que se levanta a gritar: ¡Caín, que has hecho de tu hermano! Vamos a levantar el tupido velo de vuestras hipocresías, y a enseñar al mundo, para su vergüenza, el repugnante espectáculo de vuestros crímenes.

Resueltos estamos a analizar uno por uno todos los principios que constituyen la base ya carcomida de la actual sociedad, y a señalar a la demoledora piqueta de la revolución todos aquellos que, no entrañando la justicia, deban ser destruídos.

Exentos de todo compromiso de partido, venimos a colocarnos resueltamente frente a frente de todas esas fracciones que se disputan el poder, ya se llamen tradicionalistas, ya conservadoras, ya revolucionarias, puesto que unas y otras, más o menos embozadamente, tienden a lo mismo, esto es, a la conservación de los privilegios de la burguesía en contraposición al derecho de la clase trabajadora.

Enemigos acérrimos de la política de la clase media, permaneceremos constantemente alejados de su círculo de acción y aconsejaremos siempre a los trabajadores la abstención completa en cuanto a esa política directa o indirectamente se refiera, puesto que, de tener participación en ella, no podrían menos de hacerse solidarios de los crímenes que en nombre de la misma diariamente se cometen.

La clase trabajadora que necesita hoy de todas sus fuerzas para realizar su gigantesca organización, y tiene apenas tiempo suficiente para llevarla a término, no debe malgastar éste ni agotar aquéllas en otra lucha que en la que directa y principalmente le concierne.

Aspirando constantemente a la libertad, y convencidos de que ésta no será una verdad ínterin los hombres no disfruten de igual derecho a los medios de conservación, instrucción y trabajo, derecho que los ha de emancipar de la explotación del capital monopolizado, defenderemos en toda su pureza los principios colectivistas aprobados en los Congresos internacionales de Bruselas y Basilea.

No teniendo otro objeto que la completa emancipación de los trabajadores todos, de toda esclavitud religiosa, política, económica y social, subordinaremos a este fin toda nuestra conducta, no transigiendo con nada ni pactando con nadie que no se encamine al mismo fin.

Este fin no puede realizarse sino por medio de la revolución social, revolución que será más o menos violenta, según sean menores o mayores los obstáculos que la clase privilegiada oponga a su realización.

Acerca de esto no nos forjamos ilusiones; un orden de cosas basado en la fuerza, sólo con la fuerza puede destruirse, pero nosotros distinguimos perfectamente el período de propaganda del período de destrucción y del de organización. Hoy por hoy nos hallamos de lleno en el primero, y faltaríamos a nuestro deber si no empleásemos los poderosos elementos que nos presta una idea regeneradora para reunir dentro de ese período todas las fuerzas vivas de la futura revolución.

Grande es la empresa, mas no superior a nuestra perseverancia ni a nuestra fe. Sabemos que hemos de triunfar porque la justicia está con nosotros, y creemos que el triunfo no está muy lejano cuando vemos a nuestros enemigos todos coaligarse apresuradamente para combatirnos y emplear para exterminarnos la más refinada crueldad, signo evidente de miedo y flaqueza.

Ellos nos enseñan el camino: Todos contra nosotros; nosotros contra todos.

La Redacción.

Periódico de combate, tanto como de doctrina, lo mismo acudía a parar los efectos de una acusación, o a dirigir una justísima censura, que exponía una tesis revolucionaria con magistral competencia.

La conducta seguida por el Partido Republicano con La Internacional mereció que La Emancipación le dirigiese el siguiente artículo:

DE POR QUÉ COMBATIMOS AL PARTIDO REPUBLICANO

Importa que deslindemos bien nuestra posición en el campo político, y sobre todo nuestra actitud respecto del Partido Republicano Federal. En estos tiempos de confusión, de mala fe, de divagaciones e intrigas, no hay pensamiento que no se tuerza ni intención que no se adultere.

Vamos, por lo tanto, a aclarar a aquél y a descubrir francamente ésta, por lo que toca a nosotros y a la conducta que con la agrupación republicana venimos observando.

Nosotros no combatimos la República, combatimos al Partido Republicano, lo combatimos precisamente porque es incapaz, a causa de sus preocupaciones y de su organización burguesa, de llevar a cabo la revolución social, y por consecuencia de establecer la República democrática; lo combatimos porque, componiéndose, en su parte más influyente, de privilegiados y monopolizadores, no aspira ni puede aspirar a la destrucción de ningún privilegio ni monopolio; lo combatimos porque no concibe la sociedad sin Estado político y autoritario, y su misma organización como partido establece jerarquías y se apoya en el principio de autoridad; lo combatimos porque, con su tibieza y su conducta vacilante, con sus semireformas y su ambición de mando, con su miedo a quedarse fuera de la ley, contribuye a sostener esta viciosa y corrompida organización social, y se pudre y descompone por no haber osado huir de la podredumbre. Y como nosotros hemos venido a luchar, y para luchar se necesita una bandera, he aquí la razón por que hemos levantado la bandera de la Revolución social en contra de todo lo existente, en contra de todo paliativo, en contra de las revoluciones políticas.

Por eso nos llamamos socialistas y no republicanos; del mismo modo que los republicanos dejaron de llamarse demócratas al ver que otro partido falseaba la democracia, y el partido progresista abandonó el título de liberal cuando vió al moderado ejerciendo en nombre de la libertad la más repugnante tiranía.

Nadie con más sinceridad que nosotros ama la libertad; el progreso forma parte de nuestro dogma; la democracia es el principio en que se apoya nuestra organización; la República fue no ha mucho tiempo nuestro grito de guerra. Mas por lo mismo que queremos que la República, la democracia, el progreso y la libertad no sean vanas fórmulas y palabras engañosas, disentimos de todos los partidos políticos existentes. Primero, en su organización esencialmente conservadora y anti-revolucionaria, y segundo, en que ellos prescinden, a sabiendas, de la igualdad, al paso que nosotros consideramos la igualdad como la base más firme y duradera de la sociedad del porvenir.

La agrupación más avanzada de los republicanos burgueses, ha escrito, sin embargo, en su bandera esta mágica palabra que hace palpitar tantos corazones oprimidos y sedientos de justicia. ¿Pero tiene ese partido una noción bastante clara de lo que la palabra igualdad significa? ¿Y en esto, como en otras muchas cosas, obedece sólo a un instinto ciego, a una aspiración indeterminada?

No se concibe la igualdad política sin el derecho práctico y realizable de intervenir cada ciudadano en la gestión de los negocios públicos, o sea el gobierno directo, la administración del pueblo por el pueblo; problema que no han podido resolver todavía, dentro del Estado, ninguno de los eminentes pensadores que hacen de él objeto constante de sus estudios.

¿Cómo pretende resolverlo el Partido Federal Español?

Hasta ahora no conocemos de su programa otro sistema que el de delegación o representación con el fraccionamiento del Estado, o formación de muchos Estados pequeños, que él llama pomposamente sistema federal y cree, quizás de buena fe, que amenguará la fuerza del poder político; mas nosotros opinamos, por el contrario, que servirá sólo para apretar los tornillos de esa máquina gubernamental, montada con el único objeto de sostener la esclavitud social, máquina de despotismo de clase que tan útil es en manos de la burguesía.

En semejante sistema, la República democrática o el gobierno del pueblo es una utopía, el sufragio universal un elemento corruptor o una arma de dos filos, y la libertad individual una halagadora mentira que a cualquier gobierno puede antojársele calificarla de inaguantable (1).

Entre la República parlamentaria de Thiers y Julio Favre, y la República representativa gue los burgueses quieren establecer en España, no acertamos a ver la más leve diferencia; allí significa el mando de las eminencias de la burguesía, aquí no sería otra cosa que el imperio del caciquismo, y de cualquier modo la explotación del trabajo por el capital y la servidumbre inicuas del trabajador. No conocemos ningún republicano federal que admita que el pueblo puede gobernarse por sí solo, sin delegar su soberanía y muy pocos aceptan el mandato imperativo. Así es que, sin temor de equivocarnos, podemos asegurar que si los republicanos subieran al poder y les pidiéramos la aplicación rigurosa de los principios democráticos, nos contestarían ni más ni menos que sus correligionarios de Francia, por la boca de los cañones y expulsándonos de los comicios, que para eso sin duda han tenido la prudencia de no rechazar de su seno el elemento militar, representado por unos cuantos generales que merecen toda la confianza del partido.

Hemos admitido hipotéticamente, para no apartarnos por completo del criterio de nuestros adversarios, la posibilidad del establecimiento de la República democrática en toda su pureza, sin que le haya precedido la revolución social que emancipe al proletario y cambie la manera de ser de la propiedad. Pero esta hipótesis es inadmisible, y aunque se nos probase que el Partido Republicano individualista tiene una solución al problema político de la democracia, o sea del gobierno directo, quedaría por resolver la cuestión principal, y que no vacilamos en llamar previa, la cuestión del capital y el trabajo, de la abolición de todas las clases y de la transformación de la propiedad.

Tenemos, pues, que el Partido Republicano, burgués ante todo, conservador del Estado político, se halla incapacitado para plantear una organización verdaderamente democrática que consiste en el gobierno del pueblo por el pueblo, y, defensor acérrimo de la propiedad individual, se hace solidario de todas las iniquidades que en nombre de la propiedad se cometen, y ha de oponerse, por lo tanto, a la realización de la justicia, al triunfo de la revolución y a la emancipación completa económico social de las clases trabajadoras.

No creemos equivocarnos al juzgar así al Partído Republicano Federal; sus actos, sus programas, los antecedentes de sus jefes están ahí para darnos la razón. Pero si los hubiésemos interpretado mal, o si nuestros adversarios, inspirados por un sentimiento de justicia estuviesen dispuestos a abjurar funestos errores, pedimos a sus órganos en la prensa una declaración franca y esplícita sobre estos dos puntos fundamentales:

1° ¿Aceptan o no la transformación de la propiedad individual de la tierra y de los instrumentos de trabajo en propiedad colectiva de la sociedad entera y la abolición del odioso privilegio de heredar?

2° ¿Aceptan o no la disolución de todos los Estados políticos y autoritarios hoy existentes y su refundición en la unión universal de libres asociaciones de trabajadores agrícolas e industriales?

Si no se nos contesta, como puede muy bien suceder, sabremos a qué atenernos sobre la buena fe de los partidos burgueses, y nos convenceremos de que se quiere seguir representando esta comedia indigna que tantas lágrimas y tanta sangre ha costado al pueblo.

Como prueba de sinceridad revolucionaria y de la competencia doctrinal con que se trabajaba en La Emancipación, inserto a continuación el siguiente artículo, verdaderamente digno de ser conocido:

LA FAMILIA

La Internacional se propone destruir la religión, la propiedad y la familia. Tres afirmaciones igualmente absurdas e infundadas, que los estúpidos burgueses propalan con el propósito de retardar todo lo posible el día de la reivindicación.

Sabido es que las creencias religiosas que residen en la conciencia del hombre no se destruyen si no se reemplazan con otras creencias, y La Internacional, que viene a mejorar la condición humana, a dar al hombre elementos de vida y de libertad, y que por otra parte encuentra a la religión vencida y reemplazada por la ciencia, no tiene nada que hacer en este terreno; no necesita combatir con un cadáver.

Acerca de la propiedad, hemos dicho ya lo suficiente en periódicos y manifiestos, en discursos y en nuestros mismos estatutos, para que se sepa que nosotros no queremos destruir la propiedad, en el sentido exacto de la palabra, sino por el contrario, queremos, transformarla, universalizarla, hacer patrimonio de todos lo que todos tienen derecho a disfrutar.

En cuanto a la familia, palabra que tienen constantemente en los labios los hombres más viciosos e inmorales, y que sirve de asunto a tanta hipócrita declamación, merece que nos detengamos un momento a examinar su organización presente, los principios en que hoy se funda, los vicios que la deshonran y el papel que representar le toca en un orden social basado en la libertad y en la justicia.

Ante todo debemos declarar que nosotros, en nuestra empresa emancipadora y revolucionaria no nos proponemos reconstruir la familia, sino que su tranformación ha de ser la natural consecuencia, el resultado ineludible del establecimiento de la justicia y de la práctica sincera e igualitaria de la libertad. Decís que la propiedad individual y la autoridad paterna son las condiciones esenciales de vuestra familia; y tenéis razón. Por eso queremos que la propiedad no sea individual y que la propiedad del padre desaparezca, para que desaparezca también vuestra familia adúltera, despótica y antisocial, dejando el puesto a la familia basada en el amor, en la igualdad y en el libre contrato.

Si fuese cierto que la propiedad individual es necesaria para la existencia de la familia, vuestra organización social ¡oh burgueses! sería la condenación más terrible que pudiera pesar sobre vosotros, puesto que al privar a tantos millones de ciudadanos de toda clase de propiedad, los privábais al mismo tiempo de familia.

Mas no es así, por fortuna, y a pesar de cuanto habéis hecho para destruirla, para desmoralizarla, para hacerla servir en pro de vuestros bastardos intereses y vuestros asquerosos apetitos, la familia existe. ¡Pero, en qué estado!

No conocemos nada más cínico y repugnante, nada más atentatorio a los fueros de la moral pública que la vida, que ellos llaman privada, de los campeones de la religión, de la propiedad y de la familia. Con rarísimas excepciones, el amor es para ellos una palabra sin sentido, o cuando más una pasión que debe satisfacerse fuera del matrimonio. Escudados por una ley que todo el mundo, y ellos los primeros, violan, y que sin embargo, ¡oh injusticia! establece la indisolubilidad de una unión voluntaria, han convertido el matrimonio en innoble especulación, el amor en vil mercancía; y con la autoridad que esa misma ley concede, tiranizan a la mujer, a quien no considerarán como igual, sino como a inferior; no como compañera, sino como a esclava.

El matrimonio indisoluble, que ha servido sin duda a la civilización y al progreso como la misma propiedad individual, con la que está íntimamente ligado, no podría justificarse hoy sino con una condición, y es que fuera sinceramente respetado. Por reconocida que sea la utilidad de una ley en principio, pierde todas sus ventajas desde el momento en que su violación es sistemática y universal. La institución del matrimonio indisoluble puede resumirse del modo siguiente: toda unión ilegítima y todo adulterio constituyen un crimen. Para que el matrimonio respondiese al espíritu de la ley seria, pues, necesario que ambos esposos fuesen vírgenes y se guardasen hasta la muerte perfecta fidelidad. ¿Sucede así en la sociedad presente? Responded con la mano puesta sobre la conciencia, hombres de la clase media, hombres de las clases altas; burgueses y explotadores de todos calibres. Vuestra literatura, vuestro teatro, vuestras costumbres publican todo lo contrario.

Vuestra ley no tiene ninguna sanción formal ni positiva; se apoya solamente en la opinión pública, y la opinión no obliga más que a las mujeres a la castidad y a la fidelidad; los hombres son libres, pueden tener todos los devaneos que les plazcan, sus amores son elogiados y enaltecidos, y las mismas mujeres son las primeras que los aplauden.

A las mujeres, el menor desliz las deshonra. Y aun asi ¡cuántas injusticias! según la sociedad el matrimonio lo borra todo. Una mujer ha tenido un amante, se casa con ella, la sociedad olvida la falta y la mujer se rehabilita. Por el contrarío, si su amante la abandona, todo el mundo la desprecia y la escarnece. La sociedad castiga en un caso con crueldad lo que en el otro perdona, y la causa del perdón no es de ningún modo la conducta de la perdonada, sino la conducta de su amante.

Así pues, la familia organizada sobre el matrimonio indisoluble y la autoridad paterna tiene por base la injusticia, como las demás instituciones sociales y es atentatoria a la libertad;

Contraría las leyes sagradas del amor, siendo, por lo tanto, causa principal de la degeneración de la especie;

Se apoya en una legislación que sólo podría obtener sanción legal y positiva por medio del establecimiento de una verdadera inquisición;

Y finalmente, las violaciones de las leyes del matrimonio son tan generales que son rarísimas las uniones que se conforman con el espíritu de la institución y permanecen fieles hasta el fin.

Cuando las consecuencias de una institución son tan desastrosas, puede decirse que la institución está juzgada, y que de no transformarse, vendría a ser causa generadora de vicio, de miseria y de muerte.

¿En qué consiste, sin embargo, que a pesar de la terrible crítica de que diariamente es objeto de los mismos conservadores, a pesar de los rudos ataques que de todos lados se la dirigen, la familia actual subsiste inmutable y refractaria a toda reforma? ¿Qué fuerza resistente posee esa institución que todos o casi todos están conformes en considerar viciosa y antisocial? Esta fuerza no es, no puede ser otra que la propiedad individual.

El hecho de la familia, tal como hoy existe, es de origen posterior y no anterior a la propiedad; su organización obedece a las necesidades de ésta, y, como las demás instituciones sociales, les sirve de garantía y afianzamiento. Lo mismo que el Estado monárquico o propietario a quien ha servido de pauta, la familia tiene por principio fundamental la herencia. Suprímase la propiedad individual, prohíbase la facultad de transmitirla por medio de la herencia, origen de tantos crímenes, de tan espantosos dramas dentro de la familia mismá, y ésta se transformará por sí sola y dejará de ser obstáculo al progreso social y piedra de inmoralidad y escándalo. ¡Cómo dudarlo al oir las diarias declamaciones de los burgueses en contra de las doctrinas colectivistas!

Nosotros estamos firmemente persuadidos de que la transformaciqn de la familia se llevará a cabo sin violencia, sin ningún acto legal ni colectivo, y sólo por efecto de la transformación de la propiedad, y por la libertad omnímoda de los contrayentes, que iguales en derechos, la mujer lo mismo que el hombre, establecerán para unirse las condiciones que crean más convenientes y equitativas.

Libre la familia del cuidado de la educación, que la sociedad asegurará a todo ser humano sin distinción alguna, el hombre podrá aplicar toda su actividad al desarrollo de los grandes intereses sociales, al cultivo de las ciencias y las artes, a la obra indefinida del progreso humano, y la mujer, elevada en consideración y en derechos, entrará a ejercer la función que la naturaleza le ha asignado, la de jefe de la familia encargada de velar por la educación moral de los hijos, de formar el corazón de éstos, de sembrar en él los gérmenes fecundísimos del amor.

Con la mira de no malgastar la energía y la sangre de los trabajadores, en Julio del 71 publicó La Emancipación el siguiente llamamiento:

A LOS TRABAJADORES TODOS

Cada día son más persistentes los rumores de próximos trastornos.

Nosotros vivimos demasiado alejados de esos centros políticos en que las conspiraciones se fraguan, para saber lo que en aquellos rumores pueda haber de cierto, pero no estamos menos obligados a dirigir nuestra voz amiga a nuestros hermanos los trabajadores para que no se dejen sorprender.

Caso de que se ínicie algún movimiento insurreccional, no podrían tomar parte en él más que los carlistas, los republicanos o los montpensieristas.

Los carlistas se han puesto demasiado en ridículo en sus recientes intentonas para que se atrevan a probar de nuevo fortuna, y aun cuando se atrevieran, es seguro que serían nuevamente batidos.

Los republicanos no supieron o no quisieron aprovechar la única ocasión que se les presentó de luchar con probabilidades de éxito contra el gobierno monárquico-democrático de Serrano y compañía, en Octubre del 69, y fueron derrotados, gracias a la impericia y a la traición de muchos de los que se llamaban y siguen llamándose sus jefes. Hoy lo que se llama parte oficial del Partido Republicano cuenta con menos gente y menos armas que entonces, y estando los mismos hombres a la cabeza, no hay para que decir que no puede intentar, hoy por hoy, ningún movimiento serio.

Descartados de la lucha los carlistas y republicanos, quedan frente a frente los hombres de la situación y los montpensieristas.

Si éstos se sublevan, apoyándose en el elemento militar, donde tantos adictos tienen, y triunfan, inaugurarán un gobierno de fuerza que empezará por negar el libre ejercicio de los derechos individuales.

Si vence la situación, sucederá lo que ha sucedido siempre después de una insurrección vencida; vendrán los estados de sitio, los fusilamientos, las deportaciones, el silencio de la prensa, la suspensión o abolición de los derechos de reunión v asociación, etc., etc.

¿Qué actitud debe adoptar la clase trabajadora en presencia de esta insurrección que se anuncia, sea de la naturaleza que sea?

Para nosotros, hacer esta pregunta es contestarla.

Lo mismo colocándose al lado de un partido que al de otro, la clase trabajadora saldría perdiendo si perdiera el partido a cuyo lado estuviese y perdiendo también si salía aquél triunfante.

Por consiguiente, nosotros aconsejaremos siempre a los trabajadores todos que conserven una actitud espectante, que no se coaliguen ni ayuden a ninguno de los partidos rivales, que procuren organizar y conservar unidas todas sus fuerzas para el día de la Revolución social, única que a nosotros interesa.

En prueba de nuestro acierto en cuestión tan delicada, y de la perfecta unidad de miras existente entre los agitadores del proletariado español, copio de La Federación, las siguientes afirmaciones acerca del articulo transcrito:

Sabemos que una comisión del Partido Republicano Federal ha salido de Madrid para diseminarse por todas las provincias a fin de saber a punto fijo la actitud que tomaremos los obreros, si, como es de esperar, los partidos históricos burgueses se lanzan al campo de la lucha a medir sus fuerzas.

Esperamos que nuestros obreros ... resolverán permanecer neutrales ante un combate que, si se verifica, ni el más insignificante de nuestros intereses se ventilará. Nosotros debemos mirar con la misma indiferencia a tirios y a troyanos ... Nuestra actitud debe ser fría y severa contra todos los infames que luchan para repartirse nuestros miserables jornales, producto de nuestros sudores. Proceder de otra manera sería servir, como siempre, de carne de cañón durante la batalla, y de carne de burgués después de la victoria.

Comprendemos que la comisión exploradora usará de todos los ardides para inclinar el ánimo de los obreros a que intenten una batalla en unión con el Partido Republicano, pero esperamos que nuestros compañeros no se dejarán fascinar por el brillo de pomposas frases ni por halagüeñas y falsas promesas. Réstanos recomendar a la prensa obrera que, imitando a nuestro apreciable colega La Emancipación, hablen desde sus columnas en este sentido, a fin de impedir que un puñado de ambiciosos derramen de nuevo inútilmente la sangre de miles de infelices.

Si digno y firme estuvo el periódico La Emancipación frente a los políticos, no lo estuvo menos frente al gobierno cuando éste preparaba los pretextos legales para iniciar la persecución contra los propagandistas de la emancipación de los trabajadores.

Véase, en prueba de ello, lo que publicó en Enero del 72:

DECLARACIÓN

Faltaríamos al deber que nuestra propia dignidad y la grandeza misma de la causa que defendemos nos imponen, si en los momentos actuales, a la vista del peligro y bajo las amenazas de la persecución no proclamásemos altamente nuestras opiniones, nuestros principios, nuestras aspiraciones todas; que el triunfo de las grandes ideas se debe, no tanto a su propia bondad, como al vigor y entereza de los caracteres que las dan vida.

Al fundar La Emancipación, razones de conveniencia para la Asociación de que formamos parte nos aconsejaron no presentarnos ostensiblemente con el carácter de órgano oficial de una sección o federación determinada: aspirábamos a defender las doctrinas y los intereses generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores, y a este alto fin se han dirigido hasta el día nuestros humildes esfuerzos. Pero La Internacional, con escarnio del derecho y menosprecio de la justicia, acaba de ser declarada fuera de la ley; su admirable organización, disuelta aparentemente, y sus miembros, amenazados con todos los rigores de un poder sin freno. Ha llegado, pues, la hora de que despleguemos al viento de la reacción la bandera de La Internacional.

Lo declaramos a la faz del mundo, y sobre todo a la faz de ese gobierno despótico: somos internacionales.

Profesamos todas las doctrinas que proclama y defiende la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Queremos la abolición de todo poder autoritario, ora revista la forma monárquica, ora la republicana, poco nos importa.

En su lugar estableceremos la libre federación de líbres asociaciones agrícolas e industriales.

Queremos la tranformación de la propiedad individual en propiedad colectiva. Por propiedad colectiva entendemos los instrumentos necesarios a la producción, como tierras, minas, ferrocariles, buques, máquinas de todas clases, herramientas de diversos géneros, valores monetarios, etc., los cuales sólo podrán pertenecer a la sociedad entera, que los entregará en usufructo a las asociaciones obreras que han de hacerlos producir.

Queremos la enseñanza integral para todos los individuos de ampos sexos, a fin de que, cesando el monopolio que de la ciencia ejercen hoy las clases privilegiadas, desaparezcan las desigualdades ficticias que produce.

Queremos que en el porvenir todos los individuos puedan aceptar libre y conscientemente el medio social que se establezca; no habiendo ya unos seres destinados a la vida del goce, del mando y de la inteligencia, ni otros condenados al embrutecimiento y a la servidumbre.

Queremos que, inmediatamente después de una revolución, las asociaciones agrícolas se incauten en debida forma de todas las fincas que no estén cultivadas por sus dueños actuales, o que hayan pertenecido a los pueblos en concepto de bienes de propios, declarándose todos estos bienes de propiedad común, como instrumentos de trabajo.

Queremos asimismo que las asociaciones industriales puedan trabajar inmediatamente por su cuenta, entrando desde luego en posesión, como usufructuarias, de los instrumentos indispensables para su trabajo.

Queremos, en una palabra, que el obrero viva y qué el holgazán trabaje; que acabe el monopolio por unos cuantos de lo que a todos pertenece; que se establezca la igualdad; que cese'el espantoso antagonismo de clases, engendrador perpetuo de desórdenes; que se funde la harmonía y la paz; que reine la justicia.

A estas reformas fundamentales subordinamos toda acción, todo movimiento político; sólo a condición de plantearlas iremos en su día a la lucha armada, ya que se nos expulsa del ancho y abierto campo de la asociación; porque, lo repetimos, nuestro ideal es la justicia, y es necesario, fatalmente necesario, que la justicia se realice en el mundo, y porque estamos íntimamente persuadidos de que la transformación económica que reclamamos es condición indispensable del afianzamiento de las libertades políticas, que de otro modo serán siempre instituciones transitorias a merced de los poderes autoritarios.

Tal es el programa que nos proponemos seguir desarrollando en las columnas de La Emancipación y emplearemos hasta verlo realizado todas nuestras fuerzas. Prepárese el gobierno de Amadeo de Saboya a arrancarnos violentamente la pluma de las manos, como nos ha privado violentamente del derecho de asociación, pues ofrecemos de un modo solemne no dejarle un momento de reposo ni cejar un punto en la lucha desigual a que el poder nos provoca.

Si sucumbimos en ella, habremos cumplido con nuestro deber, y esto nos basta.

Por el Consejo de Redacción, el Secretario, Anselmo Lorenzo.

Así era La Emancipación en aquel primitivo período de unidad de principios y comunidad de ideal, embellecido por un entusiasmo capaz de no retroceder ante el sacrificio.

Una divergencia doctrinal en su origen que no hubiera tenido consecuencias lamentables si la pasión, falseando los principios, no hubiera acudido a envenenarla, dió lugar a que aquella organización, que en poco tiempo llegó a ser poderosa y temible, viniese abajo, y aquellas rotundas afirmaciones que se imponían por la majestad de la evidencia, empleadas por la prensa obrera para consuelo de los oprimidos y terror y vergüenza de los opresores, se convirtieron en insultos entre hermanos, produciendo desilusión y escepticismo de las víctimas y mefistofélica alegría de los verdugos ... En resumen: mucho esfuerzo perdido, un retraso para los que sufren, un aplazamiento para los que tiranizan y una imperceptible nonada para el progreso que va adelante a pesar de esas miserias.


Notas

(1) Alusión a la calificación de inaguantables que en pleno parlamento aplicó Sagasta a los derechos individuales, siendo ministro de la Gobernación.

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