Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VIGÉSIMO NOVENO

LA INTERNACIONAL EN LAS CORTES
DISCURSO DE PI Y MARGALL

En la discusión sobre el derecho de la Internacional en el Congreso quedó patente la profunda división que separa a los hombres en la sociedad.

Tanto los que negaban el derecho de coaligarse internacionalmente a los trabajadores como los que le defendieron, todos combatieron el ideal emancipador.

La minoría republicana acordó dejar libre el criterio de cada uno de sus miembros en este asunto, lo que, a juicio de La Federación, significa que ni aun como partido quiso aceptar el compromiso de defender el derecho que los trabajadores tienen a asociarse.

Los que de aquella fracción defendieron La Internacional, con la única excepción de Salmerón, tuvieron empeño en dejar bien sentado que nada de común tenían con los ideales obreros.

Según el periódico citado y mis propios recuerdos, Castelar defendió con elocuencia la existencia legal de La Internacional, condenando a continuación su objetivo con su odio de rencoroso privilegiado, y respecto de Pi y Margall, dijo lo que copio a continuación:

El discurso que en defensa de La Internacional ha pronunciado el Sr. Pi y Margall no ha satisfecho las esperanzas que en él algunos tenían depositadas.

Somos los primeros en reconocer que su discurso es una joya arrancada a la filosofía de la historia y a la historia misma; pero también creemos que si el Sr. Nocedal, a no impedírselo intereses de partido, hubiese querido apreciar la historia del mismo modo, el Sr. Nocedal hubiese pronunciado un discurso semejante, porque en realidad a nada obliga.

¿Qué opinión tiene hoy formada del socialismo el Sr. Pi y Margall? No lo sabemos, ni en su discurso nos lo dice.

Y que teníamos derecho a saber cuáles eran sus ideas en este punto, lo dice claramente que el Sr. Pi y Margall ha condenado la propiedad colectiva. ¿En nombre de qué otro principio propio? En nombre de ninguno.

Pero. ha hecho más este señor: ha dirigido a La Internacional la suposición denigrante de que pedía mucho para obtener algo.

Esta afirmación y la reserva que hizo notar La Federación acerca de la opinión que pudiera tener Pi y Margall sobre la propiedad son verdaderamente impropias del hombre que en La Reacción y La Revolución escribió estas palabras:

Yo, que no retrocedo. ante ninguna consecuencia, digo: El hombre es soberano, he aquí mi principio; el poder es la negación de su soberanía, he aquí mi justificación revolucionaria; debo destruir este poder, he aquí mi objeto. Sé de este modo de dónde parto y a dónde voy, y no vacilo.

Prescindiendo de lo que distara Pi y Margall, rebajándose, de aquellas sublimes alturas intelectuales, juzgo conveniente incluir aquí su opinión sobre la evolución histórica de la propiedad.

El poder y la propiedad contraen una unión indisoluble: la propiedad lleva anejo el poder; el poder lleva aneja la propiedad. Esta y no otra cosa fue el feudalismo, la consolidación del poder y de la propiedad. Pero esa consolidación fue una inmensa tiranía para las clases subalternas, y produjo más tarde el movimiento de las municipalidades de los siglos XII y XIII, movimiento que no ha sido consumado sino por vosotros. Vosotros sois los que habéis coronado la obra empezada por las municipalidades de la Edad Media.

¿Qué era la proiedad antes de la revolución? La tierra estaba en su mayor parte en manos de la nobleza y del clero. En manos de la nobleza estaba amayorazgada, en manos del clero amortizada, en unas y otras manos, fuera de la general circulación. Como quedaban todavía grandes restos del antiguo feudalismo, sucedía que la propiedad, ora estuviese en manos del clero y ora en las de la nobleza llevaba en muchas provincias aneja la jurisdicción y el cobro de tributos, así reales como personales, a pueblos enteros.

¿Qué hicisteis vosotros, es decir, qué ha hecho le revolución? Por un decreto devolvió al Estado la jurisdicción que había sido entregada a los antiguos señores feudales, y declaró abolidos los derechos señoriales; por otro declaró libre la mitad de los bienes amayorazgados en manos de los que entonces los poseían, y la otra mitad en manos de sus inmediatos sucesores.

Después de haber ahuyentado con la tea en la mano las comunidades religiosas, declaró por otro decreto nacionales los bienes de esas comunidades; y no satisfecha con esto, se fue apoderando sucesivamente de los bienes del clero secular, de los de beneficencia e instrucción pública, de los de los municipios y las provincias.

¿Y cómo habeis hecho esto? Para abolir los señoríos habéis rasgado las prerogativas y las cartas selladas de los antiguos reyes, sin tener para nada en cuenta que muchos de los hombres que los cobraban eran los descendientes de los antiguos héroes de la reconquista del suelo patrio contra los árabes; o los descendientes de los otros que hablan ido a llevar por todos los ambitos del mundo nuestra lengua y nuestras leyes.

Para desmayorazgar los bienes de los nobles habéis rasgado las cartas de fundación que habían otorgado sus fundadores, las cedulas por las que los reyes las habían confirmado, las leyes seculares a cuya sombra se hablan establecido.

Para apoderarse de los bienes del clero secular y regular habéis violado la santidad de contratos, por lo menos tan legítimos como los vuestros, habéis destruido una propiedad que las leyes declaraban poco menos que sagrada, puesto que la consideraban exenta del pago del tributo, inenajenable e imprescriptible.

¿Qué principio habéis proclamado para hacer esas grandes reformas? La conveniencia pública, el interés social. Y vosotros que eso habéis hecho en materia de propiedad, cosa que yo de todo corazón aplaudo, ¿os espantáis ahora de que vengan clases inferiores a la vuestra a reclamaros la mayor generalización de la propiedad? Porque en último resultado La Internacional no pide sino que la propiedad se generalice más de lo que la habéis generalizado vosotros, que la propiedad se universalice. ¿No es acaso esa tendencia lo que la propiedad viene teniendo? Si la examináis a través de la historia, ¿no encontráis que la propiedad está hoy más generalizada de lo que nunca estuvo? Lejos de considerar inmoral la aspiración de la clase jornalera a la propiedad, ¿cómo no advertís que vosotros mismos, por la definición que de ella dais y por las circunstancias y el poder que le atribuís no hacéis más que encender en el alma de las clases proletarias el deseo de adquirir, no sólo la de la tierra, sino también la de los demás instrumentos de trabajo? ¿No estáis diciendo aquí a todas horas que la propiedad es el complemento de la personalidad humana, que es la base sine qua non de la independencia de la familia, que es el lazo de unión de las generaciones presentes y las generaciones futuras? Es natural que la clase proletaria diga: si la propiedad es el complemento de la personalidad humana, yo que siento en mí una personalidad tan alta como la de los hombres de las clases medias, necesito de la propiedad para complementarla. Si la propiedad es la conditio sine qua non de la independencia, para la independencia de la familia necesito de la propiedad. Si la propiedad es el lazo que une la generación presente con las generaciones venideras, necesito de la propiedad para constituir ese lazo entre yo y mis hijos ...

Ya sé yo, señores diputados, que después de las grandes reformas efectuadas por la revolución, no ha faltado entre vosotros quien haya creído que la propiedad es sagrada e inviolable; pero harto comprenderéis también que esto es completamente absurdo ...

Pues qué, la tierra, que es nuestra común morada, que es nuestra cuna y más tarde será nuestro sepulcro, que contiene todos nuestros elementos de vida y de trabajo, que entraña todas las fuerzas de que disponemos para dominar el mundo, ¿había de ser poseída de una manera tan absoluta por el individuo que la personalidad social no tuviera derecho de someterla a las condiciones que exigen sus grandes intereses? ¿Por dónde venís, pues, a decir que es inmoral la aspiración de las clases jornaleras? Ya se lo que vais a contestarme: lo que tenemos por inmoral, diréis, no es que las clases jornaleras deseen la propiedad individual, sino que quieran la propiedad colectiva. ¿Y esto es inmoral para vosotros? ¿No ha existido antes la propiedad corporativa, que en el fondo venía a ser la propiedad colectiva? ¿No es propiedad colectiva la del Estado? ¿No existe hoy mismo en el Oriente dé Rusia? Todos vosotros conoceréis probablemente la organización de la propiedad en los pueblos eslavos, donde el municipio es el propietario de todas las tierras del termino. Esto no quiere decir, sin embargo, que los pueblos eslavos vivan en común ni siquiera que cultiven en común la tierra. No: el municipio lo que hace es repartir las tierras del término entre las diversas familias que constituyen la municipalidad, y cada trece años practica un nuevo reparto, si es que las dos terceras partes de los vecinos no lo decretan antes.

La propiedad es allí colectiva sin que haya un verdadero comunismo: cada familia tiene allí su hogar; cada familia tiene tierras que cultiva por su cuenta.

Y qué, ¿creéis que los pueblos eslavos son pueblos que cuentan corto número de habitantes? Los pueblos eslavos los cuentan por millones.

De cuanto dijeron en aquella discusión famosa los enemigos declarados del trabajador, ni vale siquiera la pena de ser mencionado. Afirmaciones calumniosas, razonamientos sofÍsticos, lamentaciones hipócritas y amenazas lanzadas tras el resguardo de la inmunidad autoritaria y parlamentaria, de todo eso, en antiartística y repugnante confusión, hízose verdadero derroche.

Una sola frase quiero conservar, porque es un arranque de brutal franqueza, que arrolla convencionalismos de todo género y se dirige en línea recta al objeto, valiendo por sí sola tanto como la declaración de la íntima injusticia del privilegio y la razón de ser de las aspiraciones proletarias. Lanzóla Cánovas del Castillo, y es esta:

No hay más medio de discernir lo que es justo y bueno que la lucha y el triunfo.

Por eso, por lo que en esa cínica declaración se revela acerca del poder decisivo de la fuerza, es por lo que se constituyó el Proletariado Militante, para luchar contra el privilegio y vencerle, bien persuadido de este pensamiento de Pascal: La justicia sin la fuerza es impotente, la fuerza sin la justicia, tirana. La justicia sin la fuerza es desoída: la fuerza sin la justicia, despreciada.

Conocían los iniciadores y organizadores de La Internacional la triste verdad que en la sociedad burguesa encierran estas palabras de uno de los más cínicos apóstoles de la burguesía. El derecho no es nada cuando no se cuenta con la fuerza para que prevalezca, tremenda justificación, especie de Evangelio con que Guizot animaba a los suyos diciéndoles, ¡Enriqueceos! pero los internacionales, por la voz del Consejo general de La Internacional en su protesta contra la guerra franco-prusiana, declaran:

Frente de la antigua sociedad con sus miserias económicas y su delirio político, surge una nueva sociedad cuya misión internacional será la paz, porque su misión nacional será la misma para cada uno de sus individuos, el trabajo. Los primeros obreros de esta nueva sociedad son los que actualmente componen la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Declaración conforme con este hermoso y profundo pensamiento de Víctor Hugo:

No se pone la paz debajo de la fraternidad; la paz es su resultado: no se decreta la paz, como no se decreta la aurora.

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