Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO TERCERO

MANIFIESTO Y PROGRAMAS

Entre los escritos que nos dejó Fanelli como agentes sugestivos de nuestra voluntad, origen de ulteriores iniciativas y materia de trabajo para nuestra actividad, hay tres piezas históricas que inserto aquí como justificante explicativo de los entusiasmos proletarios, y más aún para contribuir a su popularización, ya que alguna de ellas, acaso la más importante, empezaba a caer en injustificado olvido; me refiero al manifiesto de Marx, cuya significación alcanza hasta la declaración de incapacidad progresiva de la burguesía.

Por lo que respecta a Inglaterra, fíjese la atención en la profecía de un periódico burgués y en las declaraciones de Gladstone, referidas al principio del documento; y por lo que a las demás naciones se refiere, téngase en cuenta la indicación de que Inglaterra, como reina de la industria y del comercio, representa la civilización moderna en el mercado universal, y quedará patente que el progreso quedó estancado por la burguesía en virtud de un indigno interés de clase.

Pero como esas limitaciones no tienen fuerza para impedir el desarrollo de las leyes progresivas de la humanidad, los trabajadores, constituídos en clase, organizados y con el ideal de su emancipación por guía, fundaron La Internacional.

Marx lo anunció a los cuatro vientos por medio del siguiente

MANIFIESTO
A LOS TRABAJADORES DE TODO EL MUNDO

Trabajadores:

Es positivo que la miseria de las clases obreras no disminuyó en el penodo de 1848 a 1864; y sin embargo, ese período excepcional no tiene ejemplo en los anales de la historia por el progreso realizado por la industria y el comercio.

En 1850, uno de los órganos más autorizados de la clase media inglesa profetIzo: Si la exportación e importación de Inglaterra aumentase un 50 por 100 el pauperismo inglés quedaría reducido a cero.

Pues bien; el 7 de Abril de 1864, Gladstone, ministro de Hacienda, sorprendió agradablemente a la Cámara de los Comunes declarando que el total de la importación y exportación de la Gran Bretaña en 1863 ascendía a 443.955,000 libras esterlinas; total maravilloso, casi tres veces mayor que el de 1843. Cuadro tan halagüeño tuvo este aterrador contraste al hablar de la pobreza: Pensad, señores, en los que están en la sima de la miseria; en los salarios no aumentados, y en que de cada diez hombres nueve sostienen una lucha terrible contra la miseria. Eso dijo el ministro, y no hizo mención del pueblo obrero de Irlanda, reemplazado de día en día en el Norte por la maquinaria, y arrojado del país en el Sur para que ceda el puesto a los carneros, aunque en este desgraciado país ni aun los carneros prosperan, si bien no mueren en tanta proporción como los hombres.

No repitió tampoco Gladstone lo que ya se declaró en el Parlamento cuando fue leído el voluminoso Libro azul de 1863, demostrando con números y hechos oficiales que la hez del crimen, los condenados a trabajos forzados en Inglaterra y Escocia trabajan menos y están mejor alimentados que los obreros agrícolas. Además, cuando la guerra civil de América dejó sin trabajo a los obreros de Lancashire y Cheshire, la misma Cámara de los lores envió a estos distritos manufactureros un médico encargado de averiguar qué suma de carbono y ázoe, administrados en la forma más fácil y barata, bastaría por término medio para impedir los estragos del hambre.- EI Dr. Smith, médico encargado de esta información, descubrió que una porción semanal de 28,000 gramos de carbono y 1,330 de ázoe mantendría a un adulto de mediana corpulencia sobre el nivel de ias enfermedades causadas por el hambre, y que esta pequeña dosis la encontró en la escasa alimentación de los algodoneros parados y reducidos a la extrema miseria.

Y no es esto todo: el mismo sabio doctor fue después encargado oficialmente de analizar la alimentación de la parte más pobre de la clase obrera. Sus resultados, condensados en la Sexta relación sobre el estado de la sanidad pública, dada a luz en el transcurso del presente año por orden del Parlamento, demuestra que los tejedores de seda, las costureras, los guanteros, medieros y otros trabajadores, por término medio anual, no obtienen siquiera aquella ración indispensable a los algodoneros sin trabajo; es decir: la suma de carbono y ázoe indispensable para impedir que el hambre cause enfermedades. He aquí además lo que dice la relación oficial: Respecto a la investigación realizada en las familias agrícolas, resulta que más de la quinta parte consume menos del calculado mínimum de alimento carbonado; que más de la tercera no alcanza el mínimum de alimentos azoados, y que en la alimentación media de los condados de Berkshire, Oxfordshire y Somersethshire hay una proporción insuficiente de alimentos azoados.

Hay que tener en cuenta, añade la citada relación, que el hambre es oxigente, y que antes de llegar a una gran escasez de alimentos hay muchas privaciones de todo género, pues hasta el aseo es en tal caso dispendioso y difícil, y cuando por estimación propia se le quiere conservar, cada tentativa representa un tormento adicional al hambre. Lo que se gasta en limpieza le pierde de comida. Estas reflexiones son tanto más dolorosas, cuanto la pobreza citada no es producto de la holgazanería, sino que es el estado normal de la población obrera. Y aun el trabajo con que ganan los obreros esa miserable ración es duro y excesivamente prolongado.

La relación citada revela el hecho extraño e inesperado de que en las cuatro partes del Reino Unido, Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda, donde la agricultura se halla más floreciente, la clase trabajadora es más miserable, y a pesar de ello, los pobres jornaleros agrícolas de Berkshire, Oxfordshire y Somersetshire están mejor alimentados que gran número de los más diestros oficiales de Londres.

Estos son datos oficiales publicados por orden del Parlamento en 1864, durante el reino milenario del comercio libre y al mismo tiempo que un ministro participa a la Cámara de los Comunes que por término medio la situación del obrero inglés ha mejorado notablemente, lo que niega la relación oficial de sanidad con estas palabras: El estado sanitario de un país significa el de la generalidad de sus habitantes, y ¿cómo puede ser bueno aquél si éstos están mal alimentados?

Deslumbrado por la estadística de los progresos de la riqueza nacional que brilla ante sus ojos, exclama el ministro entusiasmado: Desde 1842 a 1852 la riqueza imponible del Estado aumentó un 6 por 100, pero en los ocho años siguientes hasta 1861 aumentó un 50 por 100. El resultado es admirable hasta lo increíble; y este incremento fabuloso de riqueza y poder se limita exclusivamente a las clases acomodadas.

Si se quiere saber a costa de qué quebrantamiento de salud, de pérdida de moralidad y de ruina intelectual de los obreros se produjo y se produce ese incremento fabuloso de riqueza y poder limitado a las clases acomodadas, véase la descripción de las imprentas y talleres de sastres y costureras en la última Relación de 1863 sobre el estado de sanidad pública, y la Relación de 1863 sobre el trabajo de los niños, donde se lee entre otras cosas: Los alfareros, hombres y mujeres, como clase representan una población física e intelectualmente degenerada. Los niños enclenques serán hombres enfermizos, y la degeneración progresiva de la raza es inevitable; pero esta degeneración de las comarcas donde está más extendida la industria alfarera es lenta, porque a ella acuden hombres sanos de las comarcas vecinas y porque los de ésta se casan con mujeres de otras procedencias. El estado sanitario de los obreros de Lancashire, según el Libro azul, se mejoró a consecuencia de su exclusión temporal de las fábricas por falta de algodón, aunque en este tiempo su alimentación bastaba apenas para impedir las enfermedades causadas por el hambre, y durante el paro disminuyó la mortalidad de sus hijos, porque las madres tenían tiempo de amamantarlos en lugar de darles opio como hacían cuando trabajaban.

Insistimos en estos hechos extraordinarios, porque Inglaterra es la reina de la industria y del comercio en Europa, y la representa efectivamente en el mercado universal.

Hace poco tiempo, uno de los hijos de Luis Felipe, desterrado en Inglaterra, felicitó en público a los obreros agrícolas ingleses, diciéndoles que su posición era preferible a la de sus compañeros de Francia; y en verdad que los vejámenes que sufre la clase obrera de Inglaterra se reproducen en todos los países máa adelantados y más industriales del continente; en todos hay, desde 1848, un desarrollo inmenso en la industria y un incremento extraordinario de la exportación e importación; en todos hay un fabuloso aumento de poder y riqueza de que disfrutan únicamente las clases acomodadas; pero en todas partes las masas de la clase trabajadora se abisman en la miseria en la misma proporción que aumenta la prosperidad de las clases superiores. Es una verdad demostrada, patente para todo el que se halla en posesión de sus facultades mentales, aunque negada por los conservadores de este paraíso de locos, que ni el desarrollo de la maquinaria, ni los descubrimientos químicos, ni la aplicación de la ciencia a la producción, ni el aumento y mejora de los medios de comunicación, ni la emigración a nuevas colonias, ni la apertura de mercados, ni el libre cambio, ni todas estas cosas juntas pueden librar de la miseria a los trabajadores, antes al contrario, en la organización social presente cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo tiende fatalmente a aumentar la diferencia de clases, la desigualdad.

Durante esta grande época de progreso económico, la muerte por hambre ha subido casi al rango de institución en la capital de la Gran Bretaña. En los anales del mercado universal esta misma época se caracteriza por la mayor frecuencia, más grande desarrollo y acción más funesta de esa peste social llamada crisis industrial y comercial.

Después de la derrota de la revolución de 1848, todos los periódicos obreros fueron suprimidos por la férrea mano del poder; los obreros más ilustres emigraron desesperados a los Estados Unidos, y la leve esperanza de emancipación antes sostenida se desvaneció en aquella época de marasmo moral y de reacción politica.

Las derrotas sufridas por los obreros del continente no tardaron en llevar sus tristes efectos a los obreros de Inglaterra. Fracasaron todos los intentos que tenían por objeto sostener el movimiento; todos los periódicos obreros murieron a causa de la apatía de las masas, porque los obreros parecían conformados con su triste posición, y sin embargo el período de 1848 a 1864 no careció de importancia. Mencionaremos aquí solamente dos grandes acontecimientos.

Después de una lucha de treinta años sostenida con perseverancia admirable, la clase obrera inglesa, aprovechándose de una discordia momentánea entre capitalistas y propietarios, logró que el Parlamento decretase que el trabajo diario no podía exceder de diez horas. Las grandes ventajas físicas, morales e intelectuales que los obreros de fábrica alcanzaron con esta medida fueron reconocidas por todos los partidos. La mayor parte de los gobiernos continentales adoptaron la ley inglesa sobre las fábricas en una forma más o menos modificada, y en la misma Inglaterra su esfera de acción se extiende cada año por el Parlamento. La ley de las diez horas no fue solamente una gran adquisición práctica sino también la victoria de un principio. Por primera vez la economia politica de la clase media sucumbía públicamente ante la economía politica de la clase obrera.

Una victoria más brillante de la economía politica del trabajo sobre la del capital no tardó en efectuarse. Me refiero al movimiento cooperativo.

Es imposible apreciar con exactitud el valor de estos grandes experimentos sociales que, con hechos, no con argumentos, probaron: 1. que la producción en grande escala y de conformidad con el progreso de la ciencia moderna puede operarse sin amos; 2. que para dar sus frutos el trabajo no necesita ser monopolizado ni tomado como medio de dominación ni explotación en detrimento de los trabajadores; 3. que el salariado, así como la esclavitud y la servidumbre, es una forma social transitoria, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado, el cual cumple su misión con buena voluntad, ánimo vigoroso y corazón alegre.

En Inglaterra Roberto Owen hizo la propaganda del sistema cooperativo; los experimentos hechos por los obreros del continente fueron, en efecto, el primer resultado práctico de las teorías que no fueron inventadas sino proclamadas en 1848.

Sin embargo, la experiencia del período del 48 al 64 evidenció el juicio de los jefes más caracterizados de la clase obrera, formulado en los años 51 y 52 respecto al movimiento cooperativo inglés, a saber: El trabajo cooperativo, por más que sea excelente en principio y útil en la práctica, es, no obstante, incapaz de impedir el incremento del monopolio, de emancipar a las clases obreras y hasta de aliviar de una manera perceptible la gravedad de su miseria, cuando este trabajo cooperativo se limita al estrecho círculo de unas tentativas realizadas por corto número de obreros. Acaso esa es la razón por la cual unos lores populares y algunos charlatanes políticos y economistas encomian ahora ese mismo sistema cooperativo que antes querían ahogar en germen y escarnecían como la utopia de un soñador o condenaban como la herejía del socialismo.

Para emancipar a las clases obreras el sistema cooperativo necesita desarrollarse por medio de la protección del Estado, si bien que todos los propietarios y capitalistas se mostraron siempre contrarios a semejante protección. Conquistar el poder político, el Estado, es lo que deben hacer los obreros, los cuales parecen haber comprendido este deber, pues que en Inglaterra, en Francia, en Alemania y en Italia se observa un movimiento que tiende a la organización del partido obrero.

Este partido posee ya un elemento de éxito, el número; pero el número no tiene fuerza si no va combinado y dirigido conscientemente. La experiencia de lo pasado ha hecho ver que el menosprecio del vínculo de fraternidad, que debería ligar a los trabajadores de los diferentes países y animarlos a unirse en todas las luchas para la emancipación, se castiga siempre con el fracaso común de sus incoherentes tentativas.

Fue esta conciencia la que movió a los trabajadores de diferentes países reunidos el 28 de Septiembre de 1864 en el meeting público de San Martin's Hall a fundar la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Otra convicción animó a este meeting: si la emancipación de los Trabajadores exige la corporación de las diferentes naciones, ¿cómo es posible alcanzar este grande objeto con una políbca criminal, que fomenta las preocupaciones nacionales, que consume el bienestar y la sangre del pueblo en desastrosas guerras? No fue la sabiduría de las clases dominadoras la que preservó el Occidente de Europa de efectuar una cruzada trasatlántica para la eternización de la esclavitud en los Estados Unidos, sino la resistencia heroica de la clase obrera inglesa.

EI insultante aplauso, la fingida simpatía o la estúpida indiferencia con que las clases superiores de Europa contemplaron el asesinato de la heroica Polonia y la conquista de las montañas del Cáucaso por la Rusia, han enseñado a las clases obreras el deber de enterarse de los secretos de la política internacional y vigilar los actos diplomáticos de sus gobiernos, para contrariarlos si fuese preciso, para hacer salir como leyes supremas del gobierno de las naciones el derecho que debería regir las relaciones de los individuos.

El combate a semejante política extranjera forma parte de la lucha universal que debemos sostener para alcanzar la emancipación de la clase trabajadora.

¡Trabajadores de todos los países, asociaos!

Los Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores eran un sencillo y breve esbozo de organización, reformable incesantemente por las agrupaciones obreras regionales.

Precedíales un preámbulo cuyo mérito principal consiste en presentar al capital como enemigo común y en atraer a la unidad de acción a los que estaban separados por los idiomas, las costumbres, las religiones y las preocupaciones de todo género.

Es el siguiente:

Considerando:

Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos;

Que los esfuerzos de los trabajadores para conquistar su emancipación no han de tender a constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos los mismos derechos y los mismos deberes;

Que la sujeción del trabajador al capital es la fuente de toda esclavitud política, moral y material;

Que por lo mismo la emancipación económica de los trabajadores es el gran objeto a que debe subordinarse todo movimiento político;

Que los esfuerzos hechos hasta ahora han fracasado por falta de solidaridad entre los obreros de las diferentes profesiones en cada país, y de unión fraternal entre los trabajadores de las diversas regiones;

Que la emancipación de los trabajadores no es un problema únicamente local o nacional, sino que, al contrario, este problema interesa a todas las naciones civilizadas; estando necesariamente subordinada su solución al curso teórico y práctico de las mismas;

Que el movimiento que se está efectuando entre los obreros de los países más industriales del mundo entero, al engendrar nuevas esperanzas, da un solemne aviso para no incurrir en antiguos errores, y aconseja combinar todos los esfuerzos hasta ahora aislados;

Por estas razones, El Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores, celebrado en Ginebra en 7 de Septiembre de 1866, declara que esta Asociación, como también todas las sociedades e individuos que a ella se adhieran, reconocerán como base de su conducta para con todos los hombres, la Verdad, la Justicia y la Moral, sin distinción de color, creencia ni nacionalidad.

El Congreso considera como un deber reclamar los derechos del hombre y del ciudadano, no sólo para los miembros de la Asociación, sino también para todos los que cumplan sus deberes.

No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes.

La Alianza de la Democracia Socialista, creada por Bakunin y Fanelli en Ginebra, que se desarrolló luego en varios países, aunque sin mantener relaciones constantes, y siendo más bien grupos locales que daban iniciativas e impulso revolucionario a las secciones obreras internacionales, tenía el siguiente

PROGRAMA
DE LA
ALIANZA DE LA DEMOCRACIA SOCIALISTA

I.- La Alianza quiere ante todo la abolición definitiva y completa de las clases y la igualdad económica y social de los individuos de ambos sexos. Para llegar a este objeto, quiere la abolición de la propiedad individual y del derecho de heredar, a fin de que en el porvenir sea el goce proporcionado a la producción de cada uno, y que, conforme con las decisiones tomadas por los Congresos de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la tierra y los instrumentos del trabajo, como cualquier otro capital, llegando a ser propiedad colectiva de la sociedad entera, no puedan ser utilizados más que por los trabajadores, es decir, por las asociaciones agrícolas e industriales.

II.- Quiere para todos los niños de ambos sexos, desde que nazcan, la igualdad en los medios de desarrollo, es decir, de alimentación, de instrucción y de educación en todos los grados de la ciencia, de la industria y de las artes, convencido de que esto dará por resultado que la igualdad solamente económica y social en su principio, llegará a ser también intelectual, haciendo desaparecer todas las desigualdades ficticias, productos históricos de una organización tan falsa como inicua.

III.- Enemiga de todo despotismo, no reconoce ninguna forma de Estado, y rechaza toda acción revolucionaria que no tenga por objeto inmediato y directo el triunfo de la causa de los trabajadores contra el capital; pues quiere que todos los Estados políticos y autoritarios actualmente existentes se reduzcan a simples funciones administrativas de los servicios públicos en sus países respectivos, estableciéndose la unión universal de las libres asociaciones, tanto agricolas como industriales.

IV.- No pudiendo la cuestión social encontrar su solución definitiva y real sino en la baee de la solidaridad internacional de los trabajadores de todos los países, la Alianza rehusa toda marcha fundada sobre el llamado patriotismo y sobre la rivalidad de las naciones.

V.- La Alianza se declara atea; quiere la abolición de los cultos, la sustitución de la ciencia a la fe y de la justicia humana a la justicia divina.

Dejando a un lado el valor científico y literario de los escritos preinsertos, que no he de juzgar, no puede desconocerse su importancia histórica. De ellos partió ese gran movimiento proletario que actualmente rige la evolución progresiva de la humanidad y que se propone la destrucción de todos los privilegios; la reciprocidad entre los deberes y los derechos, la fraternidad humana, a pesar de las fronteras y de las diferencias étnicas, y por último la participación de todos y de todas en el patrimonio universal.

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