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CAPÍTULO TRIGÉSIMO PRIMERO
LA EXCURSIÓN A ANDALUCIA
Las amenazas gubernamentales contra La Internacional, precursoras de una persecución que no podía tardar en iniciarse, tenían alerta al Consejo federal. Bien lo prueban los manifiestos preinsertos, en los cuales se revela además que el temor no era tenido en cuenta para nada y que el propósito de tener en tensión la energía revolucionaria no cedía ante ningún género de consideraciones.
En previsión, pues, de la persecución o de tentativas revolucionarias por parte de los republicanos, formuló el Consejo un plan de organización clandestina que podría reemplazar a La Internacional en caso de que esta asociación fuera violentamente disuelta, y que sirviera además para impulsar un movimiento revolucionario si los republicanos se determinaban a iniciarlo.
En cada localidad donde existieran secciones de oficios y federación local se crearía un grupo denominado de Defensores de La Internacional, que corresponderían entre sí y con el Consejo central. Por su carácter de secreto, los grupos contarían de poco número de individuos de convicción firme y carácter enérgico, procurarían por todos los medios y según las circunstancias locales de extender su acción y su influencia a todos los trabajadores, transmitiendo noticias, organizando suscripciones, declarando huelgas y fomentando la propaganda. En el caso de una insurrección, los grupos procurarían tomar la iniciativa en la constitución de juntas revolucionarias, con exclusión, a ser posible, de todo elemento burgués, evitando así la formación de manifiestos y programas de radicalismo altisonante y ridículamente estéril a que tan aficionados se muestran nuestros burgueses cuando la ocasión lo requiere, sin perjuicio de entregarse luego incondicionalmente al poder central, después de haber contenido de ese modo los impulsos proletarios, como sucedió en toda España en los días que mediaron desde la batalla de Alcolea hasta la. constitución del Gobierno provisional.
Para hacer efectivo el proyecto acordó el Consejo dos excursiones de propaganda, una a la comarca del Este y otra a la del Sur. A la primera fue Francisco Mora, que recorrió Cataluña y Baleares, y a la segunda fui yo.
De aquella excursión conservo gratos recuerdos. Visité las federaciones de Sevilla, Carmona, Utrera, Jerez, Cádiz, San Fernando, Puerto-Real, Málaga; Loja, Granada y Linares, y en ellas pude gozar de la satisfacción inmensa de ver los resultados de aquellos primeros trabajos afectuados tímidamente y en la reducida esfera en que se desarrollaba el núcleo organizador instituído en Madrid por el insigne Fanelli.
En Sevilla estaba Soriano, continuando la obra emprendida anteriormente en Barcelona, acompañado de Mingorance, barbero, que tenía la gracia del Fígaro sevillano, junto con la inteligencia y la energía del verdadero revolucionario; de Marselau, preso a la sazón, como he indicado en otro lugar; de varios otros jóvenes ilustrados y entusiastas, sobresaliendo entre todos Miguel Rubio, zapatero filósofo, mentor y casi oráculo de la juventud revolucionaria de Sevilla. Es Rubio todo lo contrario de esos tipos atávicos, que se encuentran con harta frecuencia, en los que se manifiesta el ser de generaciones remotas y aun de razas desaparecidas; mi querido amigo y compañero es un hombre de lo porvenir, pertenece a esa categoría de precursores que sirven como para inspirar confianza y dar seguridad de que el ideal no defraudará las esperanzas de los que a él se dirigen. Sabe mucho más que lo que ha estudiado, como si una selección que aun no ha podido verificarse le suministrara un capital de conocimientos que en realidad aun no existen. Su intuición es admirable, y es bien seguro que si la necesidad no le hubiera esclavizado sujetándole al jornal, y en su lugar hubiérase dedicado a escribir lo que piensa y lo que siente, el caudal intelectual de la humanidad tendría a estas horas considerable aumento, ya que lo que principalmente distingue a Rubio es una originalidad excepcional de pensamiento.
Expuesto en sesión privada del grupo de la Alianza de la Democracia Socialista, celebrada en la cárcel, única manera de que Marselau asistiera al acto, el pensamiento del Consejo federal, respecto a la creación de los grupos de Defensores de La Internacional, fue considerado útil y oportuno y aprobado unánimemente, dándome aquellos compañeros algunas indicaciones de personas y razonables consejos para su mejor éxito en las diferentes poblaciones que debía recorrer.
La aprobación de grupo tan inteligente e influyente me dió ánimo para continuar mi obra y me infundió confianza en su resultado.
En Carmona, siguiendo las indicaciones de los amigos sevillanos, me dirigí a los compañeros que me designarón y constituí sin dificultad el correspondiente grupo.
¡La acogida que tuve en aquella población fue excelente! Existía una federación importante por su número y por su calidad; la sección dominante era la de agricultores, por ser la agricultura el principal medio de vida de la localidad, habiendo además algunas secciones de oficio con escasos federados. La nota capital era el sentimiento, sin que por eso faltase y aun pudiendo ser considerada como a suficiente altura la inteligencia. Bien pude convencerme de ello en las conversaciones que sostuve con aquellos buenos compañeros durante los tres días que pasé en su compañía, en los que pude observar la rectitud de sus juicios y la confianza en el ideal.
En reunión celebrada una noche en La Lata, como llamaban, ignoro por qué, al local que les servía de Centro, vasto espacio con honores de camaranchón, y con asistencia de algunos centenares de hombres, entre los que había no pocos caracterizados con el típico traje andaluz, expuse la significación de La Internacional y el ideal emancipador del proletariado, fijándome en el limitado alcance del radicalismo político y en el egoismo de clase de los privilegiados. No sé hasta qué punto llegaría mi claridad de exposición y la fuerza de mis razonamientos, lo que observé fue la facilidad de adaptación y rapidez de juicio de aquellos trabajadores, manifestada por las muestras de asentimiento breves y poco ruidosas pero extremadamente significativas con que acogían mis indicaciones apenas declaradas. Pude bien convencerme de ello; aquellos campesinos eran excelentes elementos revolucionarios y además individuos aptos para una sociedad justa. Escasos de iniciativa, lo reconozco; pero esta circunstancia aumenta la responsabilidad de los que dedicándose a directores abren falsas vías o guían por falsos derroteros, inspirados por mezquinas pasiones.
Años después, en la época de las disidencias, cuando vi que los trabajadores carmonenses tomaban parte, acaso guiados por alguno que entre ellos ejercía de cabecilla, en pro o en contra de tirios o troyanos, sentí honda pena; parecíame ver un edificio en construcción bastante adelantada derribado por un terremoto.
En Utrera sólo pude ver al compañero cuyo nombre nos servía para la correspondencia y unos pocos más. Estos, no sé si por falta de entusiasmo o por sobra de temor, no se atrevieron a convocar la federación, y aun me aconsejaron que me largara cuanto antes, no fuera el caso que se enterara el cacique allí dominante de mi estancia en la villa y me jugase alguna pasada. Lo extraño del caso es que el cacique de Utrera, siempre refiriéndome a la opinión de aquellos compañeros en cuanto mi memoria me lo permite, no era un Pantorrilles monárquico de esos que tanto abundan en España después de la restauración, sino un republicano federal de lo más adelantado, que dominaba por el terror. No recuerdo su nombre, sólo diré que tenía forma italiana porque acababa en ini u oni.
En Jerez recibí impresiones análogas a las de Carmona. Aquellos viticultores eran hombres dispuestos para la verdad y para el bien si vivieran en una sociedad digna y honrada, pero en la sociedad actual son como aquellos esclavos que por orden de Nerón se arrojaban a los estanques para saciar la voracidad de las murenas que se criaban para ser presentadas a la mesa imperial. Con la diferencia de que aquellos esclavos convertidos en carne de murena eran devorados por el emperador y sus cortesanos, y la sangre de los trabajadores jerezanos, que trabajan de estrella a estrella en el verano a cambio de gazpacho, es consumida en forma de vino riquísimo por los privilegiados de todo el mundo. Detalle que parecerá inverosímil: tres días estuve en Jerez; parecióme que más de la mitad de los edificios de la población eran bodegas, y a pesar de ello y de que los compañeros dieron pruebas patentes de querer obsequiarme, no probé el vino de Jerez. Fuera de las comidas, en que se bebe un vino común, aguado y vulgarísimo, cuando querían obsequiarme me ofrecían una copita de mal aguardiente, que llamaban carabanchel, del cual, una vez probado, tuve buen cuidado de no aceptar una segunda.
Hubo también en Jerez constitución de grupo, reunión de federados en un local que llamaban Paris, en oposición a un casino republicano al que daban el nombre de Versalks, aludiendo a la significación revolucionaria de la Comuna y a la tiránica y cruel del gobierno republicano francés de la defensa nacional residente en aquella población.
Muchos y buenos compañeros encontré allí, de los cuales sólo recuerdo un nombre, Pedro Vázquez, que consigno aquí en testimonio de grata memoria.
Llegué a Cádiz y fuí presentado al Centro Internacional en ocasión de estar celebrando asamblea general la sociedad de mujeres. A pesar de mi deseo de pasar inadvertido y formar juicio cómodamente del aspecto de aquel centro y de la asamblea que se celebraba, la obrera que presidía, al terminar su peroración la que hablaba cuando yo entré, me dirigió breves y fraternales palabras de bienvenida, invitándome a dirigir la palabra a la reunión. Entre el ruido de aumento de concurrencia y de cierto movimiento de curiosidad y espectación ocupé la tribuna y procurando ponerme a nivel de la ilustración y cultura de los obreros gaditanos expuse las causas generadoras de la creación de La Internacional, su historia, organización y propósitos, contingencias probables que podrían sobrevenir dada la actitud del gobierno español a consecuencia de la persecución organizada por el francés contra los comunalistas de París y preparé el terreno para los trabajos que debería llevar a cabo el futuro grupo local de Defensores de La Internacional.
Todo fue a pedir de boca: las obreras y obreros gaditanos me dispensaron la más cariñosa acogida, y esto facilitó mi tarea hasta el punto de quedar constituído el grupo de Defensores aquella misma noche, en una pequeña reunión celebrada a última hora.
Allí conocí a Salvochea, que se presentó a mi consideración con los prestigios de heroismo y de las virtudes revolucionarias, aumentado desde entonces hasta el día con los del sufrimiento y de la constancia.
La proximidad y la relación constante de Cádiz con San Fernando y Puerto Real me permitieron visitar esas dos localidades en un solo día y dejar ultimados mis trabajos con la compañía del compañero Albarrán, cuyo nombre consigno con fraternal complacencia.
De un salto, y aprovechando la baratura del ferrocarril en competencia con los vapores que pasan el estrecho de Gibraltar, me planté en Málaga.
Admirable grupo de la Alianza era el de Málaga. Ilustración, buen juicio y mucho entusiasmo eran la característica de aquellos jóvenes de quienes recuerdo Deomarco, Guilino, Ojeda, y sobre todos Pino, que era puritano y fuerte como pocos, valiendo mucho como hombre de acción y como prudente y de consejo. Le abracé por última vez en Madrid, de vuelta del Congreso de Zaragoza, cuando nos despedimos para ir él a Málaga y yo a Valencia a formar parte del tercer Consejo federal. Era alto, derecho, ostentaba alta y ancha frente, ojos de fuego y una hermosa barba negra. La majestad de los principios hacíase patente en la severidad y en la lógica de su conducta, y en su autorizada y sugestiva palabra brillaba la verdad y la justicia de las aspiraciones proletarias. Fue el apóstol de la provincia de Málaga en cuya comarca quedarán indestructibles los efectos de su propaganda.
Aceptada mi misión por aquellos puenos amigos, quedaron encargados de extender los trabajos por el país, y yo partí para Loja, donde tras una entrevista con un corto número de compañeros, que oscilaban entre el socialismo y la política, pasé a Granada.
Poco trabajo tuve respecto de la idea en aquella hermosa ciudad: corto número de compañeros, pero inteligentes y bien dispuestos para cuanto fuera necesario en bien del ideal, pronto estuvimos de acuerdo en todo, y únicamente con el objeto de aprovechar mi breve estancia en bien de la propaganda, se celebró una reunión en un teatrito casero, donde ante un regular número de trabajadores expuse la significación de La Internacional.
Mis principales recuerdos de Granada los constituye la ciudad misma.
Paseé por los callejones, cuestas, encrucijadas y revueltas de la ciudad antigua; vi la parte moderna que pretende europeizarse abriendo algunas calles nuevas algo más anchas y rectas pero con casas de cinco pisos; visité la Alhambra y el Generalife, y en la parte opuesta subí al Sacro-Monte, en cuyo empinado camino vi las viviendas de gitanos, y la impresión general que saqué de todo ello es como si en breve resumen hubiera visto el conjunto del mundo y la historia de la humanidad. En las cuevas y entre los peñascos del Sacro-Monte tienen sus madrigueras gitanos semisalvajes cuyos cachorros vagan desnudos por aquellos andurriales sin asomo de pudor, en tanto que en los paseos de la ciudad se ven turistas extranjeros y elegantes damas y caballeros como en un boulevard de París. Es aquello como si suprimiendo la incontable serie de los siglos fuesen contemporáneos el troglodita de la edad de piedra y el ciudadano de nuestras modernas democracias.
Apoyadas en la hermosa y pintoresca Sierra-Nevada, que preside el elevado Mulhacén de blanca cima, y separadas por aquel Darro que tanto dió que decir a los poetas, despréndense dos altas colinas, la primera al Sur, coronada por el Generalife, ostenta en su promedio las torres bermejas de la Alhambra; la segunda al Norte remata con un monasterio. Símbolos de dos ideales, muerto el uno, agonizante el otro. Del primero puede decirse que termina su influencia material. Entre nosotros queda únicamente la marca del alcance que tiene el poder del arte en un orden determinado de ideas; del segundo, como lucha aún, como está sujeto a encontradas pasiones, sólo nuestros descendientes podrán deducir conclusiones positivas. Ambos, como concepciones absolutas del sensualismo el uno y del misticismo el otro, serán como dos capítulos del código de la belleza. Extendiendo la vista por aquella vega incomparable desde cualquiera de las mencionadas eminencias, se siente las penalidades de la vida progresiva sólo por la influencia de lo que a uno le rodea, pero se ensancha el corazón a la vista de aquella naturaleza riente y serena que se muestra dispuesta a otorgar la felicidad de vivir en paz a las generaciones que la comprendan y a ella asimilen sus instituciones, sus costumbres y sus sentimientos.
Desde Granada, y ya en dirección a casa, me dirigí a Linares, donde tuve el gusto de admirar una población laboriosa que alberga un proletariado de primer orden. El estado de aquella federación era muy próspero, mis gestiones fueron favorablemente acogidas y en su residencia social dí una conferencia de propaganda ante gran concurso de trabajadores que acogieron con entusiasmo la exposición de las doctrinas y aspiraciones internacionales.
No sé por qué causas esa importante población obrera lejos de continuar activamente en las legiones del Proletariado Militante se desvió del buen camino dejando en estado débil y canijo la acción económica para entregarse por el libre pensamiento y la República a merced de la burguesía. Es de presumir que los desengaños y la consideración del tiempo perdido la vuelvan a mejor acuerdo.
De vuelta en Madrid y habiendo terminado Mora su excursión por el Este, el Consejo aprobó nuestras gestiones y se consideró fuerte para resistir contra el poder y confiado ante las eventualidades politicas que pudieran sobrevenir.
¡Hermoso aspecto presentaba a la sazón el proletariado español!
Por desgracia nuestros enemigos el capital y la autoridad tuvieron como aliados en su nefanda obra de persecución y desorganización las pasiones de los mismos trabajadores.
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