Índice de La revolución de Independencia en México de Pedro PrunedaCapítulo PrimeroCapítulo TerceroBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SEGUNDO

Segundo periodo de la revolución de independencia en México.

MORELOS.

SUMARIO

- Estado de la insurrección después de la muerte de Hidalgo y de Allende.
- La Junta de Zitácuaro y su programa.
- El cura Morelos.
- Asalto de Zitácuaro.
- Sitio de Amilpas.
- Victorias de Morelos.
- Sitio de Acapulco.
- Rasgo sublime de Nicolás Bravo.
- Batalla del Palmar.
- Primer Congreso mexicano.
- Derrotas de Morelos.
- Cae prisionero Morelos y es fusilado en México


I

La muerte de Hidalgo y de Allende irritó, en vez de intimidar, a sus partidarios; la causa de la Independencia volvió a renacer con nuevos brios, bajo el enérgico impulso de Morelos, y se extendió, como el incendio avivado por un violento huracán, a gran número de provincias, presentándose en todas partes jefes valerosos que reconocian la supremacía del cura generalísimo. Pero inmediatamente después del fusilamiento de los primeros jefes y antes de que Morelos se presentara en escena, hubo un corto periodo de confusión y desconcierto.

La victoria ganada por Calleja en el puente de Calderon, la retirada de Allende e Hidalgo hacia los Estados-Unidos y su prisión y mnerte, dejó todos los elementos revolucionarios sin cabeza, sin centro alguno de operaciones, sin un poder que pudiera ordenar y dirijir sus movimientos. De aquí resultó que la guerra continuó haciéndose en todas partes sin plan alguno, sin ningun acuerdo entre los jefes, y aun puede decirse que sin ningun objeto. Las tropas reales, poco numerosas para hacer frente y perseguir en todas partes a las bandas de insurrectos que se multiplicaban como por encanto, tampoco podian seguir un plan regular de operaciones por lo mismo que el enemigo no lo tenia. A medida que la revolución se hacía más extensa y general, la guerra vino a ser más cruel y sangrienta por una y otra parte; los insurgentes daban muerte a todos los españoles que podian haber a las manos; por su parte los comandantes de las tropas reales lo hacian igualmente con todos los jefes o cabecillas, como se los llamaba, con muchos de los prisioneros, o con los que en los pueblos eran afectos a aquellos o se entendia que les prestaban auxilios.

Para seguir con orden el curso de los acontecimientos que abraza el segundo período de la guerra, conviene que examinemos el estado de cada una de las provincias antes de la aparicion del cura Morelos.

Sonora y Sinaloa, litorales del mar del Sur y golfo de California, quedaron en completa tranquilidad; las provincias intermedias entre ambos mares permanecieron tambien tranquilas; Texas y Coahuila se conservaron en sosiego hasta que un nuevo impulso, nacido en los Estados-Unidos, vino otra vez a turbarlas. En el Saltillo quedaba el licenciado Rayon con las fuerzas que le dejó Allende, que ascendian a tres mil quinientos hombres, con veintidos cañones de todos calibres; y este, que podia considerarse como el principal ejército de los independientes en aquella época, tanto por su fuerza como por estar a su cabeza el jefe que habia sido nombrado por Allende e Hidalgo para sucederles, aumentó sus fuerzas con el contingente que despues le llevó Iriarte.

En Zacatecas, que continuaba en poder del Gobierno, habia quedado una fuerte guarnición, y en la provincia no habia por entonces partidas que pudiesen dar cuidado; pero en la de Guanajuato, apénas salió de ella el ejército real para Guadalajara, se comenzaron a levantar guerrillas con jefes oscuros y desconocidos. Propagada la insurrección por las riberas del río de Tampico hasta la costa, se hallaba en movimiento toda la Serranía de la Huasteca, que comprende parte de las provincias de Veracruz y México, dándose la mano con las partidas que ocupaban la Sierra Gorda, y con las que se habian levantado en los llanos de Apan al Norte de la capital. En Michoacán, el Gobierno no poseia más que su capital, la ciudad de Valladolid, pues toda la provincia se habia mantenido en insurrección, y después de la batalla del puente de Calderón habían vuelto a ella varios de los jefes que estaban dispersos.

Un año había trascurrido desde que la revolución comenzó, y parece increible que en tan corto periodo hubiese cundido tan rápidamente, asolando las provincias más ricas de Nueva España. En este breve espacio de tiempo habían desaparecido de la escena todos los que dieron el primer impulso al movimiento, muertos los unos a manos de sus mismos compañeros, pocos en los campos de batalla, casi todos en los cadalsos. En los seis primeros meses después de la muerte de Allende e Hidalgo, la guerra se redujo a una multitud de pequeñas escaramuzas, en las que los independientes solian llevar la peor parte, pero cuyas derrotas no aprovechaban gran cosa a la causa real. Entretanto el pais continuaba infestado de guerrillas que interceptaban las comunicaciones, sorprendían los convoyes, talaban y saqueaban las haciendas, y tenian en contiuuo movimiento a las tropas del virrey. Las principales ciudades seguian reconociendo la autoridad de éste; pero el ejército de Calleja no recibia ningun refuerzo, y aunque no pasaba dia sin que los independientes y los realistas vinieran a las manos, no se divisaba el término de aquella sangrienta lucha.


II

Rayon fue el primero que comprendió la necesidad de reunirse todos los jefes independientes, que una coalición era el único medio para competir con las fuerzas reales, y que era indispensable regularizar la insurrección constituyendo un gobierno, o Junta, o centro directivo. Bajo la influencia de esta idea política se creó la primera Junta nacional, compuesta de cinco miembros, nombrados por los propietarios de los distritos y los mayores contribuyentes de las ciudades. La Junta se estableció en Zitácuaro, en aquella parte de la provincia de Valladolid donde los insurgentes contaban mayor número de partidarios que en las demás provincias de México.

El programa de esta Junta, que sirvió de base a la famosa declaración de Iguala, adoptada por Iturbide diez años más tarde, expresaba el reconocimiento de Fernando VII como soberano de México. Extraño parece que se quisiera llegar a la independencia por este camino; pero hay que tener en cuenta la posición excepcional de los primeros revolucionarios, que no les permitia ser explícitos y francos. Loables son ciertamente la sinceridad y la franqueza, así en la vida pública como en las relaciones privadas; pero tales cualidades perjudican más bien que favorecen, cuando se quiere trasformar el estado político y social de un pueblo habituado a ciertas instituciones, y que ha permanecido largo tiempo en la ignorancia. La inercia de las masas y su falta de ilustración, es siempre el gran obstáculo que se opone a los proyectos de todos los reformadores; el entendimiento de la muchedumbre se ofusca ante el esplendor de las grandes verdades, por cuya razón las minorías inteligentes se ven obligadas a iniciar toda reforma provechosa y toda solución salvadora, ocultando el objeto final a que se dirijen. Quien ha vivido siempre entre las tinieblas de la ignorancia y bajo el yugo de un despotismo brutal, sólo gradualmente puede acostumbrarse a la libertad y al goce de los derechos políticos.

No se adelantó mucho, sin embargo, en el designio principal de Rayón con el establecimiento de la Junta. Aunque los adictos a la revolución en la capital, que se formaban de ella unas ideas teóricas muy contrarias a la realidad de los hechos, se lisonjearon con que habia ya un Gobierno nacional que sería unIversalmente reconocido, los que andaban con las armas en la mano estuvieron lejos de prestarle este reconocimiento. Algunos, como los Villagranes, no sólo no obedecieron a la Junta, sino que se pusieron en hostilidad contra ella; otros, como Albino García, para quien no habia más junta que la de dos rios, ni más alteza que la de un cerro, se mantuvieron independientes; lo mismo hicieron otros muchos, y aun los mismos individuos de la Junta acabaron por chocar y hacerse la guerra entre sí. En cuanto a Morelos, para ganarlo, la Junta se lo asoció nombrándolo cuarto individuo de ella; y como se manifestaba descontento de la superchería de seguir gobernando en nombre del rey Fernando VII, cuando las miras que se tenian eran las de la independencia, Rayón y sus compañeros se disculparon diciendo que habían adoptado tal política como una necesidad del momento y como un sacrificio a las preocupaciones populares.

Por lo demás, el manifiesto que la Junta dirijió al virrey en Marzo de 1812, redactado de una manera templada, denota un conocimiento exacto de las circunstancias. Empieza por una pintura verdadera de las calamidades del país y de los horrores de la guerra civil; protesta con energía contra la bárbara costumbre de fusilar a los prisioneros; manifiesta el espíritu de los soldados criollos, que tarde o temprano abandonarían la causa de los españoles para unirse a sus compatriotas; intenta probar la ineficacia de las medidas de rigor adoptadas contra los independientes, por los progresos siempre crecientes de la revolución, y termina formulando proposiciones de arreglo. Estableciendo, en principio la igualdad de derechos entre el español americano y el español de Europa, deduce por consecuencia que México debe tener sus Cortes como España, durante la cautividad del monarca: pide que los europeos dimitan sus empleos y consientan en la reunión inmediata del Congreso; promete que continuarán pagándose los antiguos sueldos, que las personas y las propiedades serán respetadas, que los españoles disfrutarán los mismos privilegios que los indígenas; y se compromete finalmente a reconocer a Fernando como rey de MéXico, a condición de que resida en él, Y ofrece ayudar a la Península en su lucha con los franceses y asistirla con sus tesoros.

Estas proposiciones, que merecian al menos ser discutidas, fueron acojidas por el el virrey Venegas con el mayor desprecio. Mandó quemar públicamente el manifiesto de la Junta por mano del verdugo; pero esta venganza pueril, hizo que se manifestaran las simpatías de los criollos, excitados por los triunfos de Morelos, cuya vida militar es uno de los episodios más interesantes de la revolución mexicana.


III

Don José María Morelos, cura de Nucupétaro y de Carácuaro, nació en la ciudad de ValIadolid de Michoacán, a la que por esta circunstancia, tambien se dió despues el nombre de Morelia. Fue su padre un pobre carpintero, y su madre era hija de un maestro de escuela de la misma ciudad, y por ambos orígenes procedia de una de las castas mezcladas de indio y negro. En la primera y mayor parte de su edad ejerció el oficio de vaquero, y a los treinta y dos años emprendió la carrera eclesiástica, no haciendo sino los estudios más precisos para poderse ordenar, estudiando filosofía de dia y moral de noche en el colegio de San Nicolás de Valladolid, bajo la dirección del cura Hidalgo, que era entónces rector de aquel establecimiento.

Estaba en su parroquia, cuando supo que su antiguo maestro se dirijia de Valladolid a México, en Octubre de 1810. Fue a buscarle, conferenció con él, y el resultado de esta entrevista fue que Hidalgo le nombrára su lugarteniente, comisionándole para que propagara la insurrección en las comarcas del Sur. Partió Morelos de Valladolid, llevando por toda escolta algunos criados armados con fusiles y lanzas. El primer refuerzo que le llegó fue una banda de esclavos negros que se habían escapado de Petatan y de algunas otras ciudades inmediatas, deseosos de conquistar su libertad en los campos de batalla; y después se le fueron agregando gran número de jóvenes indios, inhábiles para el ejercicio de las armas, pero robustos y llenos de ardor.

Cuando tuvo a sus órdenes un millar de hombres, intentó dar un golpe de mano sorprendiendo el campo realista. Tal empresa era temeraria con soldados tan bisoños y tan mal armados; pero la noche y la fortuna le sirvieron, y el éxito fue completo. Los realistas huyeron, dejando entre sus manos ochocientos fusiles, cinco cañones, mucho oro y dinero, y setecientos prisioneros. Trató a éstos con gran humanidad, lo cual por desgracia no volvió a reproducirse; pero que por de pronto, valió a Morelos más partidarios qne su victoria. Maravillosa fue desde este momento la rapidez de sus triunfos. De todos los puntos de México le llegaron hombres de corazón y de talento, entre los cuales deben citarse Galeana, el cura Matamoros y toda la familia Bravo, compuesta del padre y dos hijos; uno de éstos, llamado D. Nicolás, tuvo la suerte de presenciar el triunfo de su causa y de ocupar la primera magistratura de su país.


IV

El año 1811 se pasó en pequeños combates y escaramuzas, cuya narración sólo podria interesar a los mexicanos, y en los que solia llevar Morelos la mejor parte. La insurrección se extendia a lo léjos, presentándose a las mismas puertas de la capital, puesto que la vanguardia de Morelos se adelantó hasta San Agustin de las Cuevas, situado a tres leguas de México. Entonces fue cuando Calleja, dejando las provincias del Norte, vino a defender la capital, y obligó a los insurgentes a retirarse a la ciudad de Amilpas, que fortificaron apresuradamente. Algunos dias antes, el general español habia expulsado la Junta de Zitácuaro. No le detuvieron ni las dificultades de un terreno montuoso, ni la fatiga de sus tropas que habían atravesado largas distancias a marchas forzadas. Zitácuaro fue tomada por asalto el 2 de Enero de 1812, y tratada con una barbarie de que la guerra civil no habia ofrecido todavía tan deplorable ejemplo; las casas fueron quemadas, las murallas derruidas, los habitantes diezmados; sólo se salvaron de la ruina general las iglesias y los conventos.

Después de esta sangrienta expedición, Calleja marchó sobre la capital, donde inspiró tanto temor como los insurrectos; pero salió de ella inmediatamente, con grande satisfacción del virrey, para atacar la pequeña ciudad de Cuautla Amilpas. Pero no se trataba ya de Zitácuaro; en Amilpas estaba lo mejor de los insurgentes; allí se habian reunido jóvenes oficiales patriotas, que empezaban a darse a conocer. Los ataques de Calleja fueron rechazados; en uno de los asaltos que dieron las tropas reales, Galeana hizo prodigios de valor y salvó la vida a Morelos, que se expuso como el último de los soldados; D. José María Fernandez, llamado despues el general Victoria, demostró ser uno de los jefes más brillantes y más bravos del ejército. Intentó Calleja un asalto general, y fue rechazado con pérdida de quinientos hombres. Viendo Galeana, que mandaba la plaza, a un coronel enemigo a poca distancia de los suyos, salió solo y le desafió a singular combate; este duelo, que recuerda las costumbres caballerescas de la Edad media, se verificó en presencia de los dos ejércitos; el español quedó muerto, y el triunfo de Galeana redobló la energía de los sitiados.

Desalentado Calleja por lo infructuoso de sus tentativas, resolvió poner un sitio formal a la plaza. Pidió artilIería y municiones a México. El general realista Llano vino a aumentar sus fuerzas abandonando el sitio de Izucar, defendido con éxito por Guerrero.

Este jefe habia empezado gloriosamente su larga y peligrosa carrera; tenia ya más de cincuenta heridas, recibidas por la causa de la independencia, y salvó su vida casi por milagro en el sitio de Izucar. Estaba durmiendo, abrumado de fatiga, cuando una bomba cayó sobre la casa, atravesó el techo penetrando en el cuarto que ocupaba, y rodó hasta debajo de su mismo lecho donde estalló. Todos los que se encontraban en el aposento quedaron heridos escepto Guerrero.

El sitio de Amilpas es célebre en la historia de la guerra de la Independencia por la vigorosa defensa de los insurgentes. No ignoraba Morelos que todos sus esfuerzos serian inútiles para salvar la plaza; pero sabía que México entero tenia fijas allí sus miradas, y quiso crearse admiradores y uuevos partidarios, poniendo de manifiesto la heróica bravura, la firmeza de alma y la adhesión sin límites de los patriotas que mandaba. Procuró tambien prolongar el sitio hasta el principio de la estación lluviosa, tan insalubre en la terra caliente donde Cuautla está situada. Calleja por su parte, sabiendo que se encontraba bajo la influencia de un clima mortífero, se apresuró a tomar la plaza a toda costa; y desgraciadamente para los mexicanos, encontró un aliado poderoso en la misma ciudad.

Como no hubo tiempo de aprovisionar la plaza antes del sitio, segun las reglas ordinarias de la guerra, el hambre hacía horribles estragos, y la falta de agua se dejaba sentir de una manera no ménos cruel. Un gato costaba seis duros, y dos una rata; por todo alimento tenia la guarnición una pequeña ración de maiz. Cuéntase que acertando pasar un buey entre los dos campos, con el anhelo de apoderarse de él trabaron una escaramuza los sitiados y los sitiadores; ya los primeros lo tenian en su poder, cuando la vanguardia española quiso recuperarlo, y todas las divisiones fueron entrando sucesivamente en la línea, tomando parte en la pelea que llegó a convertirse en batalla general encarnizada.

Agravándose cada dia esta situacion precaria, fallaron los cálculos de Morelos; las enfermedades disminuian rápidamente sus fuerzas; para salvar el resto y no comprometer la causa de la independencia resolvió evacuar la ciudad, y la abandonó en efecto en la noche del 2 de Mayo. Con tal sigilo se verificó la retirada, que sus columnas pasaron bajo las baterías del enemigo sin que éste sospechara su marcha. Los independientes llegaron a Izúcar, no habiendo perdido mas que diez y siete hombres, en cuyo número se encontraba desgraciadamente el comandante de la vanguardia, don Leonardo Bravo, que cayó en manos de los realistas. Esta pérdida fue vivamente sentida, porque Bravo era uno de los patriotas más enérgicos y más sinceramente adictos a la causa de la independencia.

Calleja no se atrevió a penetrar en la ciudad hasta muchas horas despues de la partida de Morelos, temiendo una sorpresa o una emboscada. Una vez dentro, se vengó de la resistencia que habia encontrado castigando a los habitantes cruelmente. Diez años más tarde, los oficiales testigos de aquellos sucesos, aun hablaban con horror de sus actos de barbárie. Calleja se apresuró a volver a la capital donde creía encontrar una acojida brillanfe; pero la recepción que se le hizo, prueba que no se creyeron sus fanfarronadas ni sus pretendidas victorias. Era evidente para todo el mundo que habia sufrido pérdidas inmensas; que sólo habia conseguido estériles ventajas; que habia hecho odiosa la causa de España con sus crueldades, y que la insurrección quedaba en toda su fuerza.


V

Y con efecto, en pocos dias se desarrolló en mayor escala. Morelos, cuya intluencia continuaba creciendo, tomó la ofensiva en casi todos los puntos; derrotó el ejército de Fuentes enviado en su persecucion; se apodero de las ciudades de Chilapa, Tehuacán, Orizaba, Oaxaca, Acapulco, Veracruz y Puebla de los Angeles. Numerosas guerrillas, bajo las órdenes de Guadalupe Victoria, recorrían el país entre Veracruz y Jalapa, ocupando todas las posiciones fuertes de esta parte de México. Terán con su división, inquietaba la intendencia de Puebla; Osorno llevaba el espanto hasta los arrabales de México; en tanto que Rayón y otros jefes paseaban triunfante la bandera de la Independencia en las intendencias de Guanajuato, de Valladolid, de Zacatecas y de Guadalajara.

Este período de la revolución es para los mexicanos de funesta memoria por los asesinatos, atropellos y saqueos que durante él se cometieron. Las ciudades tomadas y recuperadas sufrian las consecuencias de un doble movimiento de reacción. Las transacciones comerciales eran nulas, porque nadie se atrevia a pasar los géneros entre partidas armadas, sin disciplina y sin piedad. Las minas habian quedado desiertas, y las aguas cubrian libremente los filones metálicos, porque los trabajadores las habian dejado, unos por defender la causa de la patria, otros porque no se les pagaba. Las tierras quedaron incultas en una gran parte del país; escaseaba el trigo, y el poco que habia se vendió a precio muy caro; las enfermedades, más numerosas que antes, se hicieron más intensas y malignas en las Tierras calientes, e invadieron las llanuras altas, donde no se habían conocido anteriormente.

Después del sitio de Cuautla Amilpas, todos los poderes civiles y militares se concentraron en la persona del General en jefe; pero Morelos se proponía declinar esta pesada carga en manos de un Congreso nacional. Jamás se consideró con otro carácter que con el de delegado de esta Asamblea soberana. Tal abdicación sin embargo era impropia de un hombre de Estado. La dictadura de Morelos constituia toda la fuerza de su partido. En las difíciles circunstancias en que la anarquía de las opiniones y la falta de cohesión colocaban a los insurgentes de todas las provincias, una reunión de demagogos, celosos de toda autoridad, infatuados con teorías filosóficas o con viejas preocupaciones, debia agravar el mal en vez de destruirlo. Morelos aspiraba sólo al honor de constituir un Gobierno popular; y para proporcionarle un asilo seguro, se apresuró a someter las ciudades más importantes de la intendencia de Valladolid.


VI

El sitio de Acapulco, empezado el 15 de Febrero de 1813, le detuvo hasta el 20 de Agosto en que la bandera mexicana reemplazó sobre el castillo de San Diego al pabeIlon español. El general se trasladó en seguida a Oaxaca, donde ya todo estaba dispuesto para la instalación del Congreso, que se compuso al principio de los miembros de la Junta de Zitácuaro y de los diputados elejidos por las provincias que ocupaban los insurgentes. Esta primera Asamblea mexicana inauguró sus sesiones el 13 de Septiembre de 1813 en la ciudad de Chilpancingo. El más notable de sus actos fue sin disputa la declaración de la independencia de México que publicó el 13 de Noviembre de 1813. ¿Quién podrá calcular el efecto que hubiera causado esta declaracion en el país, si la fortuna hubiese continuado favoreciendo a Morelos? Pero cesó de vencer antes que el acta de independencia fuese generalmente conocida. La estrella del Congreso mexicano se eclipsó casi al mismo tiempo que la del generalísimo Morelos.


VII

Los años 1812 y 1813 se señalaron por las victorias de Bravo y de Matamoros en Palmar y por la notable defensa de la montaña de Coscomatepec. En la primera de estas jornadas, que duró tres dias, fue aniquilado el regimiento español de Veracruz y tomada a viva fuerza la aldea en que se habia atrincherado. Morelos puso trescientos prisioneros realistas a disposición de Bravo, que se los ofreció al virey Venegas en rescate de su padre D. Leonardo, que habia caido prisionero y estaba condenado a muerte. El rescate fue rehusado y ejecutada la sentencia. Ante el fusilamiento de un padre cuyo hijo tenia en sus manos la vida de trescientos prisioneros, era de esperar una sangrienta hecatombe. En nuestra última guerra civil, Cabrera vengó la muerte de su anciana madre fusilando en Valderrobles varias personas, entre las cuales habia dos inocentes mujeres.

De otra manera comprendió Nicolás Bravo las leyes de la guerra que autorizan las represalias. Al recibir la noticia de la muerte de su padre, dió la órden de pasar por las armas a sus trescientos prisioneros; ya estaban en capilla para ser al dia siguiente fusilados; más durante la noche, el pensamiento de esta horrible carnicería horrorizó su alma y acabó por desecharle. No quiso deshonrar la causa de la Independencia, cuya gloria le era tan querida; y al salir el sol, no sólo mandó suspender la ejecución, sino que los puso en libertad. No quiero, dijo, tenerlos a mi vista, porque temo que me falte la fuerza de alma necesaria para resistir el deseo de venganza. ¡Honor eterno al héroe de la humanidad! Las victorias del general Bravo podrán ser olvidadas, pero siempre se recordarán sus hermosas palabras.

La segunda batalla de Palmar (18 de Octubre de 1813) es uno de los más brillantes hechos de armas de la guerra de la Independencia. En esta jornada fue donde ei regimiento de Asturias, compuesto enteramente de europeos, quedó destrozado por Matamoros al cabo de ocho horas de combate. Era este regimiento uno de los que se habian hallado en la batalla de Bailén y acababa de llegar de España con el dictado de invencible, de vencedor de los vencedores de Austerlitz. Su derrota, considerada por los españoles como una gran calamidad, destruyó el prestigio que rodeaba a los soldados de la madre patria. Sin embargo, los insurgentes sacaron pocas ventajas de su victoria, que fue para ellos como la última sonrisa de la fortuna. El tiempo de los dias de prueba se acercaba. La división de Matamoros se apresuró a reunirse en Oaxaca con Morelos, que proyectaba una expedición contra la provincia de Valladolid. Deseando Morelos dominarla por completo, para ponerse en relación con los insurgentes del interior, convocó a todas las fuerzas de éstos para dar un golpe decisivo contra la capital.


VIII

Con siete mil hombres y un tren de artillería bastante considerable se presentó delante de Valladolid el 23 de Diciembre, despues de una marcha de cien leguas en un país que aun no habia recorrido. A su encuentro salieron fuerzas considerables a las órdenes de Llano y de Iturbide, coronel entonces, bien preparados para recibirlo. Confiando demasiado Morelos en sus anteriores triunfos, en vez de dar a sus fatigadas tropas el reposo necesario, se adelantó inmediatamente hacia la ciudad, y fue rechazado por los realistas con no escasas pérdidas. En esta jornada perdió sus mejores regimientos y toda su artillería, y tuvo que retirarse a Puruaran, donde fue derrotado otra vez por Iturbide, que no habia cesado de perseguirle. Los realistas triunfaron completamente; Matamoros, uno de los jefes más distinguidos de los insurgentes, fue hecho prisionero. En vano Morelos puso todo su conato en salvar la vida de su teniente, ofreciendo por su rescate algunos centenares de soldados y de oficiales del regimiento de Astúrias que habian sido hechos prisioneros en Palmar. Calleja, que habia reemplazado a Venegas en la alta dignidad de virrey, no quiso oir ninguna proposicion; Matamoros fue fusilado, y en represalias lo fueron tambien todos los prisioneros que habían sido ofrecidos en rescate.

Aquí empieza la serie de reveses que no acaban sino con la vida de Morelos. En este período de decadencia, se le vé no menos valeroso ni menos activo; lucha con energía contra la mala fortuna; opone todos los esfuerzos humanos a la ola de la adversidad; pero todo inútilmente. Es vencido en todos los combates; la ciudad de Oaxaca vuelve a caer en poder de los realistas; cae prisionero D. Miguel Bravo, y muere sobre un cadalso en Puebla; más dichoso Galeana, perece en el campo de batalla. El Congreso de Chilpancingo es arrojado de la ciudad, y tiene que retirarse al bosque de Apatzingan, donde prosigue sus trabajos y sanciona el 22 de Octubre el primer acto constitucional. Esta Asamblea estuvo a punto de caer en manos de Iturbide, que por una marcha atrevida a través de las montañas de Michoacán, sorprendió a los diputados en el momento en que le creian muy distante. Para ponerlos al abrigo de otro golpe de mano, emprendió Morelos, con quinientos hombres solamente, una expedición a Tehuacán, en la provincia de Puebla, donde queria instalar el Congreso.

Teran había reunido en esta provincia fuerzas considerables; Guerrero se encontraba también en ella, y Morelos escribió a estos dos jefes que fueran a su encuentro. Por desgracia, sus cartas fueron interceptadas, y sus tenientes no supieron la crítica posición del general. También la ignoraban los españoles, que le dejaron penetrar hasta Tesmalaca. Se habría probablemente escapado si no hubiera sido vendido por los indios, que viéndole tan mal acompañado, dieron aviso al jefe realista D. Manuel Concha. Ajeno estaba Morelos de esperar esta perfidia; se creia libre de todo peligro y fuera de las lineas enemigas, cuando el 5 de Noviembre de 1815 se vió atacado de repente por dos divisiones realistas mucho más fuertes que la suya. Mas no se desalentó en tan gran peligro. Dió órden a Nicolás Bravo de continuar su marcha con la mayor parte del destacamento, y de velar por la seguridad del Congreso que escoltaba, mientras él a la cabeza de algunos hombres, se esforzó en detener al enemigo. Mi vida, -dijo- es de poca importancia; gustoso la perderé con tal que se salve el Congreso. Mi misión ha concluido desde que hay un Gobierno independiente.


IX

Las órdenes del general fueron ejecutadas. Poniéndose a la cabeza de cincuenta hombres, algunos de los cuales le abandonaron en el calor de la acción, consiguió ganar algun tiempo. Los realistas no se atrevieron a acercarse en tanto que quedó un hombre a su lado; pero cuando le vieron solo en el campo de batalla, se arrojaron sobre él y le hicieron prisionero. En esta lucha encarnizada, hizo cuanto pudo por encontrar la muerte, buscándola ávidamente como un hombre disgustado de la vida por sus últimos reveses; como un patriota ansioso de acabar por un gran acto de adhesión, por una ruidosa muerte, digna del primer período de su gloriosa vida militar.

Los realistas trataron a Morelos con una brutalidad sin ejemplo. Cargado de cadenas le condujeron a Tesmalaca, donde Concha le honró recibiéndole con todo el respeto debido a un enemigo caído, prodigándole los cuidados y deferencias que se deben al infortunio. Conducido inmediatamente a México, tuvo que sufrir la ávida curiosidad de una multitud insolente, y los insultos que el populacho de todos los pueblos prodiga a los enemigos vencidos. Ante tales ultrajes, Morelos permaneció impasible. En las calles, como en la prisión, su sangre fría no le abandonó un instante; y si algo le afectaba, era la idea de sufrir la degradación de las órdenes sagradas. Esta ceremonia humillante, lo fue doblemente para él, por la publicidad y el aparato que se le dió. Su proceso se encomendó al oidor Bataller, el más bárbaro de todos los miembros de la Audiencia, y se terminó rápidamente por una sentencia de muerte.

El 22 de Diciembre de 1815 fua Concha a sacar al condenado de las prisiones de la Inquisicion y le condujo al hospital de San Cristóbal, detrás de cuyos muros debia ser fusilado. Morelos almorzó en compañía del oficial, a quien abrazó tiernamente, dándole gracias por las consideraciones que le habia dispensado; despues se confesó, y marchó en seguida con paso firme al lugar del suplicio. La corta oración que pronunció antes de su muerte, merece ser referida por su noble e sencillez: Señor, -dijo- si he obrado bien, tú lo sabes, y me recompensarás por ello; si he obrado mal, encomiendo mi alma a tu misericordia infinita. Despues de este llamamiento al Juez Supremo, se vendó los ojos, dió la voz de fuego, y recibió la muerte con aquel semblante sereno e impasible que excitaba la admiración en los campos de batalla.

Con la vida de Morelos terminó el más brillante período de la revolución. Sólo él poseía bastante influencia para dominar las pretensiones de los jefes secundarios, para reunir sus esfuerzos en un objeto comun, para hacerles concurrir a un mismo plan, para conciliar finalmente sus intereses contrapuestos y sus ambiciones rivales. Con su muerte quedó roto el lazo que unia a las fracciones del gran partido de la Independencia; no hubo ya unidad de acción, y todo volvió a caer en una confusión lamentable. Aislándose cada provincia de las inmediatas, todas pretendían tener derechos separados; y bien pronto faltando dirección, plan y disciplina, la causa de los independientes, aunque defendida en ciertos puntos por jefes de reconocido talento militar, fue cayendo gradualmente en una situación desesperada.

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