Índice de La revolución de Independencia en México de Pedro Pruneda | Capítulo Segundo | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
CAPÍTULO TERCERO
Tercer periodo de la revolución de independencia en México.
ITURBIDE.
SUMARIO
- Sucesos posteriores a la muerte de Morelos; se disuelve el Congreso, los Jefes Insurgentes se acojen al indulto del Virrey.
- El General Victoria.
- Tentativa desgraciada del Coronel Mina; es preso y fusilado.
- Situación de México en 1819 y 1820.
- El Coronel Iturbide; es designado por el Virrey Apodaca para un mando importante; concibe el proyecto de hacer a México independiente.
- El plan de Iguala.
- Triunfo de los independientes.
- Reunión del Congreso mexicano; su lucha con Iturbide.
- Proclamación del Imperio.
- Caída de Iturbide.
I
Seis semanas habian transcurrido entre la prisión de Morelos y su condena, y durante este tiempo, el Congreso había logrado refugiarse en Tehuacán, donde pudo reanudar sus interrumpidos trabajos. Su primer acto fue dirijir al virrey una nota, a la vez suplicante y amenazadora, en favor del desgraciado general prisionero; nota inspirada por la gratitud, pero gratitud impotente. El Congreso se quejaba en ella con nobleza de que el Gobierno español hubiera intentado dar a las naciones civilizadas una idea desfavorable de la revolución; y descendiendo en seguida hasta la súplica, rogaba a Calleja, en nombre de la humanidad, que respetara los días del generalísimo y adoptara otra conducta más benévola para con los insurrectos. Pensad, -decia-, que sesenta mil españoles responden de la vida de Morelos, cara a todos los americanos, y cuya suerte interesa hasta a los que no son mas que simples espectadores de nuestros combates.
El Congreso, que apreciaba bastante mal su posición con respecto al Gobierno español, no la comprendió mejor en lo concerniente a su propio partido. Creado por el generalísimo como un poderoso instrumento de revolución, como la expresión de la soberanía popular, se hacía ilusiones sobre su origen y sobre su poder real. Su influencia no era directa sobre el país, sino que estaba toda entera en manos de los jefes militares, que nunca le manifestaron gran consideración, y que al fin acabaron por disolverlo. Un golpe de Estado vino a sorprender a los diputados cuando menos lo esperaban: Terán pronunció la disolución del Congreso el 15 de Diciembre de 1815. Funestos resultados produjo este golpe de Estado en las circunstancias críticas en que se encontraba la insurreción; varias derrotas lo habian precedido; se generalizó el desórden, y desde este momento, todo fue confusión entre los jefes independientes, que obrando cada uno por cuenta propia, se dejaron sucesivamente aniquilar por el enemigo común, muy superior en fuerzas.
Llegaron de la Península tropas de refresco, con las cuales pudo el virrey tomar la ofensiva en todas partes, establecer un plan general de comunicaciones regulares a través del país, y hacer reconocer la autoridad real aun en los puntos más distantes de la capital. Aquí es donde empieza una serie de escaramuzas sin gloria y sin resultado, funesto período de anarquía, de robos, de asesinatos, de calamidades de toda especie. Ya no fueron respetados los jefes revolucionarios más dignos y valerosos; su firmeza en el mando se calificó de despotismo; se les acusó de traidores, y se vieron al fin arrollados por los hombres más innobles. El virrey Apodaca, sucesor de Calleja, supo aprovechar esta ocasión tan oportuna, y les ofreció una amnistía plena y completa. Confiando en promesas que les fueron lealmente cumplidas, la mayor parte se resignaron al reposo, con lo cual fue disminuyendo de tal modo el número de los insurrectos, que al empezar el año 1817, quedaban ya muy pocos hombres armados bajo las banderas de la revolución. Terán obtuvo una capitulación honrosa en el Cerro Colorado, y se retiró a Puebla donde vivió pacíficamente hasta la revolución. Su colega Rayón, uno de los primeros sublevados, se vió completamente abandonado por los suyos despues de la capitulación de Cerro de Coporo, y tuvo que aceptar las condiciones que se le ofrecieron, retirándose a la capital, donde vivió hasta la revolución de 1821 que lo elevó al grado de General. Abrumado Bravo por el número, aceptó tambien la amnistía; volvió a aparecer en la escena política en tiempo de Iturbide, contribuyó a la elevación y caída del emperador, y representó despues un papel importante en la República. Más tenaz el General Victoria, sostuvo por espacio de dos años una lucha desigual; pero en 1816 se vió abandonado por los suyos, delatado por los indios, y prefirió buscar un asilo en los bosques antes que aceptar el indulto. Su existencia vagabunda hubiera sido tolerable sin los temores pueriles del virrey, que creyó comprometida la causa de España en tanto que Victoria existiera sobre la tierra. Literalmente hablando, se trató de cazarle como a un animal salvaje; mil hombres, divididos en pequeños destacamentos, le persiguieron en todas direcciones; seis meses enteros duró esta batida, hasta que los perseguidores se cansaron, y los jefes dieron parte al virrey de su supuesta muerte; pero los males de Victoria no cesaron con la persecución. Extenuado por las fatigas, por las privaciones de todo género, con el vestido hecho girones, con el cuerpo destrozado por los arbustos espinosos de los trópicos, continuó habitando en lo más denso de los bosques, y vivió así treinta meses sin comer pan, sin ver una sola criatura humana.
II
Tocaba ya a su término la revolución de Nueva España, cuando un suceso inesperado volvió a encender sus mal apagadas cenizas. El coronel Francisco Javier Mina, sobrino del famoso general Espoz y Mina, se hallaba con su tio emigrado en Londres, donde concibió el proyecto de formar una expedición a México. Algunos comerciantes ingleses que deseaban fomentar la guerra de la Independencia, ya fuese por miras liberales, ya por fines interesados, le proporcionaron un buque, armas y dinero; se hizo a la vela por los Estados Unidos; alistó allí bajo sus banderas o varios oficiales que habian servido en los ejércitos franceses e ingleses, y una porción de aventureros de los que nunca faltan en aquel país. Concluidos sus preparativos, le despachó toda su gente el 28 de Agosto de 1816, que ascendía a doscientos aventureros, bajo la dirección de un coronel aleman, y él con todo su Estado Mayor dió la vela de Baltimore el 29 de Septiembre con rumbo a las costas de México, donde desembarcó, despues de varios contratiempos que no son de este lugar, el 15 de Abril de 1817 en la pequeña ciudad de Soto la Marina, de la cual tomó posesión. Antes de su llegada ya circulaba su manifiesto, que había mandado desde Galveston con fecha 22 de Febrero, en que expuso los motivos que le habían decidido a tomar las armas contra el Gobierno español, procurando sincerarse de la nota de traidor, y convencer que la independencia de la América estaba en los intereses de España y era deseada por todos los españoles ilustrados. El momento escogido por Mina no era propicio; pero la lectura de su manifiesto despertó las esperanzas de los insurgentes. La causa de la Independencia tenia tan hondas raices en el país, la opinión de las masas le era tan decididamente favorable, que hubiera bastado que Mina se presentara como uno de sus defensores, para conseguir resultados favorables y acaso decisivos. Por desgracia, Mina era español, y no pretendió nunca privar a su país natal del más bello florón de su Corona. Su objeto verdadero consistia en establecer en México un gobierno constitucional; pero nunca fue su propósito trabajar en favor de su independencia. Convencidos por tanto los criollos de que el triunfo de Mina no produciría otro resultado que un cambio de dueños, permanecieron neutrales ea aquella lucha trabada entre algunos centenares de aventureros y las tropas reales.
Las ventajas que consiguió Mina al principio, quedaron compensadas con la pérdida del fuerte que habia levantado en Soto la Marina, punto importante que era no solamente su depósito de armas y de municiones, sino el único medio de comunicación entre los insurgentes y los Estados-Unidos. Desde este momento, Mina se vió contrariado en sus planes de resistencia. Obstáculos de todo género le detenian en sus operaciones; y el virrey Apodaca, que lo sabia, no perdió un momento para concentrar todas las fuerzas de que podía disponer, cuyo mando dió a D. Pascual Liñán, uno de sus mejores oficiales. Los realistas atacaron la plaza de Sombrero, población de escaso vecindario, cuya guarnición apenas se componía de 900 personas, inclusas las mujeres y los niños. Corrió Mina en su auxilio; pero en vano enardeció el valor de sus soldados haciéndoles atacar los atrincheramientos del enemigo, porque fue rechazado con pérdida de sus más valientes compañeros de armas; el cabecilla Torres habia prometido socorrerle, y Torres no llegaba; faltaban además víveres y agua. En tan apurado trance, Mina, seguido de tres compañeros, se sacrificó por la salvación de todos: salió de la fortaleza, consiguió atravesar las líneas enemigas, y fue a pedir socorro a todos los jefes de guerrillas qne vagaban por las comarcas inmediatas; pero sus ruegos fueron inútiles; el ejército de Liñan era demasiado temible para bandas sin disciplina y mal armadas, y Mina se vió obligado a evacuar la plaza.
La toma de Sombrero dió un golpe mortal al partido de Mina. Pudo todavía reunir 1.400 combatientes, con los cuales se creyó bastante fuerte para intentar un ataque sobre Guanajuato, lisonjeándose que los habitantes de la ciudad le recibirian como libertador. Esta confianza le perdió. Atacó por la noche los puestos avanzados; pero falló el ánimo a sus soldados, que se negaron a marchar más adelante, dieron tiempo a la guarnición para tomar las armas, y huyeron tan precipitadamente, que a los primeros tiros quedó Mina abandonado. Comprendiendo entonces que se le había engañado acerca de la disposición de los espíritus y sobre las fuerzas y firmeza de los insurgentes, se apresuró a ponerse en salvo. Acompañado de una pequeña escolta, tomó el camino del rancho del Venadito, propiedad de un amigo suyo, donde fue descubierto, cercado y hecho prisionero.
Se le llevó con los brazos atados a presencia del miserable coronel Orrantia, que se cubrió de infamia llenando de injurias a su enemigo vencido y dándole golpes con el puño de su espada. Mina se mostró, encadenado, lo que habia sido en los campos de batalla: sin miedo y sin tacha, firme y diguo. Es una gran desgracia caer prislonero -dijo-, pero caer en manos de un hombre que no comprende ni la diguidad del soldado, ni el honor español, es ser doblemente desgraciado. Más caballero el general Liñan, le trató al menos como militar y como hombre, y ni aun dispuso de su vida sin una órden espresa del virrey. La orden de Apodaca mandaba que se le fusilara sin dilación. Mina fue llevado al suplicio el 11 de Noviembre, y murió a los veintiocho años con toda la firmeza de que habia dado tantas pruebas durante su breve y gloriosa carrera.
La expedición de Mina fue un relámpago qne iluminó por poco tiempo el horizonte mejicano; sin plan, sin relaciones, y hasta sin noticias del país, se arrojó a la ventura en una empresa cuyo objeto él mismo ignoraba; pero por su valor y su habilidad y por la clase de tropa que lo acompañó, pudo comprenderse que si hubiera llegado algún tiempo antes, o si hubiera llevado 2.000 hombres en vez de los 300 que con él desembarcaron, habria cambiado enteramente el estado de las cosas, y habria sido acaso el que hubiese hecho la independencia de México. Se presentó cuando la revolución estaba en su último período; no recibió los auxilios que le prometieron los que le indujeron a entrar en el proyecto; fue visto con desconfianza por los insurgentes; luchó contra todos los recursos de un gobierno establecido, afirmado por la victoria y sostenido por un ejército numeroso; y con todos estos obstáculos, Mina penetró por una série de triunfos hasta el corazon del país; puso en el mayor cuidado al virrey, y su expedición forma un episodio corto, pero el mes brillante de la revolución mexicana.
III
En el mes de Julio de 1819, la revolución se había llegado al último extremo de debilidad y de impotencia. Ya no vivia ninguno de los que la habian iniciado, ni dominaba ninguna ciudad ni plaza fuerte importante. Guerrillas más o ménos numerosas vagaban aun por las montañas de Guanajuato y por la orilla derecha del río Zacatala, cerca de Colima; por las costas del Océano Pacífico, donde esperaba, con Guerrero y sus guerrillas, la ocasión de volver a tomar la ofensiva. México parecía tranquilo; pero debajo de esta calma aparente, fermentaban las pasiones revolucionarias de 1808, y el mismo encono hacia la metrópoli y los españoles. El virrey Apodaca se forjó la ilusión de que todo estaba concluido, y escribió a Madrid que la revolución se estinguia, que todos los insurgentes se presentaban a indulto, y que él respondía de la tranquilidad de México sin otras tropas que las suyas.
No es la primera vez que se ve esta confianza en los agentes del poder a la aproximación de las crisis más graves. Parece que la atmósfera que los circunda se hace más densa a medida que la tempestad se forma. Pobres hombres, que no ven más allá del interior de sus moradas, toman por el acento de los pueblos la voz de los aduladores de baja estofa, y a su vez se apresuran a adormecer a sus dueños en el mismo sueño en que ellos están sumerjidos. Apodaca no llegó a comprender que lo que comprime la acción de la rebelión material, no tiene eficacia sobre la insurrección moral, y que ésta, como el volcán en reposo, se alimenta en silencio de nuevos elementos para el dia de la erupción. La calma de México no era otra que la consecuencia precisa de su cansancio, y no habia paz, sino tregua entre España y su colonia.
Durante la primera lucha, la metrópoli habia encontrado su principal apoyo en las tropas criollas que abrazaron su causa con un celo que es difícil de explicar, como no sea por el hábito de la disciplina y por la influencia de las antiguas preocupaciones monárquicas. Los soldados criollos, comprometidos bajo dos banderas opuestas, no escuchando más que los deberes de una obediencia pasiva, se batieron con un encarnizamiento que no les permitió reflexionar sobre su comunidad de orígen y de intereses. Pero cuando el ardor de la querella se amortiguó, cuando todos los insurgentes que habian aceptado la amnistía fueron incorporados a los regimientos de línea o en las milicias del ejército real, las cosas cambiaron de aspecto. Los vencidos, convirtieron a los vencedores a la causa de la independencia, consiguiendo más con la persuasión que habian alcanzado con las armas. La propaganda se completó con seducciones de otro género, todavía más eficaces; las mujeres, que se habian manifestado durante la contienda abogados celosos de la independencia, apelaron para conquistar prosélitos, a todas las pasiones generosas, al amor de la gloria, de la patria, de la libertad; y cuando hubieron conseguido inflamar las imaginaciones ardientes con sus patrióticas excitaciones, se dirijieron a los militares ya seducidos, rogándoles que se apresuráran a reparar la falta que les habia hecho cometer un honor mal entendido. Tal era la disposición de los espíritus en México en 1820, cuando se supo el restablecimiento de la Constitucion de 1812 en España, y la revolución iniciada por el mismo ejército que se destinaba a consolidar el régimen absoluto en las dos Américas. No es necesario añadir que este acontecimiento dió nueva energía al partido de la Independencia. En todas las poblaciones importantes hubo reuniones clandestinas para discutir la forma de gobierno que debia adoptarse; y como sucede siempre que un pueblo siente próxima la hora de su trasformación, hubo un caos de opiniones diversas y contradictorias. Los europeos y sus partidarios se inclinaban a la Constitución española, unos sin modificación, otros menos democrática y más apropiada al estado social de México. Los americanos querian la independencia, pero sin poder concertarse sobre el modo de obtenerla ni sobre la forma de gobierno. La mayor parte de los criollos deseaban la expulsión de los españoles; pero los más exaltados pedian sus cabezas y la confiscación de sus bienes, y los más moderados se contentaban con excluirlos de los empleos públicos, y hacerlos descender a la condición en que habian conservado los indígenas durante tres siglos. Un partido queria la monarquía constitucional, otro la república federativa, un tercero la república una e indivisible; y enmedio de esta confusión de opiniones, de preocupaciones, de pretensiones individuales, de intereses de castas y de irritacion popular, el clero trabajaba activamente en favor de la independencia del país.
La influencia del clero sobre las masas era sin limites; inmenso el odio que profesaba a la metrópoli. Los decretos de las Cortes españolas, relativos a los bienes eclesiásticos, no modificaron este ódio implacable. El virrey Apodaca, que era en el fondo de su corazón furibundo realista, se sometió al régimen constitucional, pero con el propósito de conspirar contra él, favoreciendo al partido contrario en cuantas ocasiones oportunas se le presentaran. Con la idea de asegurar a Fernando VII un asilo en México y restablecer la antigua forma de gobierno, entabló negociaciones con algunos nobles mexicanos y altos dignatarios de la Iglesia. Para realizar su plan necesitaba el concurso del ejército, y sobre todo de un jefe que tuviera bastante influencia para arrastrarlo en esta via retrógrada, en donde debia combatir con todos los patriotas mexicanos, es decir, con el gran partido nacional, apoyado de todos los cuerpos de insurgentes que aun estaban en armas. La elección del virrey se fijó en D. Agustin Iturbide, por considerarlo como el militar más capaz de llevar a cabo la empresa de restauración realista. Veamos cómo correspondió Iturbide a la confianza del virrey y a las esperanzas de los absolutistas.
IV
El coronel D. Agustin Iturbide nació en la ciudad de Valladolid (Michoacán) el 27 de Septiembre de 1783, siendo sus padres don José Joaquin de Iturbide, natural de Pamplona, en España, y Doña Josefa de Arámburu, de antigua y noble familia de Valladolid de Michoacán en donde estaban avecindados. Como poseian un mediano caudal y estaban relacionados con las familias más distinguidas de la ciudad, fácil les fue dar a su hijo una educación esmerada. Dedicado casi desde niño a la carrera militar, no era en 1810 mas que oficial subalterno en el regimiento provincial de su ciudad natal. Cuando la revolución estalló, Hidalgo le ofreció el grado de teniente general que no quiso aceptar, prefiriendo combatir a los insurgentes que asociarse a su suerte. Agregado a las tropas que salieron de México para detener la marcha de Hidalgo, que se dirijia a la capital al frente de una muchedumbre de indios. se distinguió en el encuentro de Las Cruces.
Desde este momento su elevación fue rápida. Elejido para tomar parte en todas las expediciones peligrosas, la fortuna le fue casi siempre favorable. Contribuyó poderosamente al triunfo de los realistas en las batallas de Valladolid y de Puruaran, y aunque fue desgraciado en el ataque del fuerte de Coporo, en 1815, no se le debe imputar el mal resultado de esta jornada, puesto que lo habia predicho y no estuvo en su mano el impedir la derrota de sus tropas. Destinado a la provincia de Michoacán, y nombrado segundo de García Conde en la de Guanajuato, se señaló en todas las ocasiones arriesgadas que ocurrieron; y ganando cada grado por alguna acción brillante, llegó en pocos años a ser coronel del regimiento de infantería provincial de Celaya y comandante general del ejército del Norte. Severo en demasía con los insurgentes, lució sus triunfos con mil actos de crueldad, y con el ansia de enriquecerse con todo género de medios, lo que le atrajo una acusación que contra él hicieron varias de las casas principales de Querétaro y Guanajuato, por cuyo motivo fue suspendido del mando y llamado a México a contestar a los cargos que se le hacian. Absuelto de la acusación, pero no repuesto en el mando del ejército del Norte, permaneció en México dedicado a negocios particulares, hasta que el virrey Apodaca le llamó para encargarle de la misión de que ya hemos hablado.
Durante los cuatro años que pasó en la ociosidad y en el reposo, debió reflexionar sobre la situación de México, y el resultado de sus meditaciones fue convencerse de la facilidad con que se podia sacudir el yugo español, si las tropas criollas se decidian a reunirse con los insurgentes, con algunos de cuyos jefes estuvo en varias ocasiones en inteligencias secretas. Con la vida de disipación a que se había entregado en México, se había mermado de un modo considerable su fortuna; y con ese instinto certero, propio de los hombres osados, comprendió la verdadera situación de México, el terreno que había ganado la causa de la independencia en el espíritu de sus compatriotas, y la magnífica ocasión que se le presentaba para ser uno de sus campeones y volver a levantar su propio crédito y su fortuna.
El mando que se le acababa de conferir era el más acomodado para sus intentos; pero trató de sacar el mejor partido posible, y partió a su distrito el 16 de Noviembre de 1820. El empeño de Iturbide desde su salida de México, fue proporcionarle la mayor suma de fuerzas y recursos, con cuyo fin instó al virrey para que se le mandasen todas las tropas y dinero posibles, lisonjeándolo con las más halagüeñas esperanzas. Entretanto que llegaban los refuerzos pedidos, sondeaba a los oficiales del regimiento de Celaya, de que era coronel, y seguro de que podia contar con ellos, no vaciló en ponerse al frente de la revolución que juzgaba iuevitable. Conoció las circunstancias, supo sacar partido de ellas, y en esto consistió el completo y rápido resultado que obtuvo. Tal sucede en todas las revoluciones: abortan o se malograu cuando se inician torpemente o se escoje mal el momento; triunfan cuando se elije el momento oportuno. En la oportunidad está el secreto de toda revolución.
Puesto de acuerdo con Guerrero y otros jefes de insurgentes, y hallándose con su gente en el pueblo de Iguala, el dia 24 de Febrero de 1821 publicó una proclama dirijida a los mexicanos, en la cual, sin acriminaciones odiosas, sin quejas infundadas o exageradas, fundó la necesidad de la independencia en el curso ordinario de las cosas humanas; y al mismo tiempo que reconocia los grandes beneficios que la América sacó de la conquista y dominación española, manifestó que había llegado el tiempo de que aquellas ciudades opulentas, aquellos pueblos hermosos, aquellas provincias y reinos dilatados, que la España ocupó y engrandeció, ocupasen en el universo un lugar distinguido, siendo ya la rama igual al tronco, y general el deseo de la independencia entre los habitantes de todas clases; por lo que, para uniformar la opinion, habia jurado sostener el plan que el mismo lturbide habia formado.
En el Plan de Iguala. que tomó su nombre del pueblo en que se promulgó, se proclamaba la absoluta independencia del reino mexicano, estableciéndose en él una monarquía moderada, con el título de Imperio de México, llamando para ocupar el trono al rey Fernando VII, a los infantes sus hermanos, y en defecto de éstos, a otros príncipes de la casa reinante; la conservación de la religión católica, sin tolerancia de otra alguna; y finalmente, la unión entre los europeos y americanos. Entretanto que se recibia la decisión de los príncipes españoles, se proponia la formación de un gobierno provisional, bajo la presidencia del virrey, y la organización de un ejército, que deberia llamarse de las Tres Garantías, para la defensa de la religión, de la independencia y de la unión.
El núcleo de las fuerzas revolucionarias era poco considerable, porque lturbide, sólo tenia en Iguala 800 hombres; y aunque todos juraron sostener su plan, muchos se desertaron cuando vieron que no era acojido en el país con el entusiasmo que esperaban. Pero la indecisión y falta de iniciativa del virrey Apodaca hicieron triunfar la causa de la Independencia. La división y el desconcierto debilitó la causa de los europeos. Sospechando en México de las intenciones del virrey, se reprodujeron las escenas de 1808 con Iturrigaray; Apodaca fue depuesto, y se nombró para reemplazarle a Novella, oficial superior de artillería; grave falla que precipitó los sucesos, inclinando la balanza del lado de la insurrección. El general español Negrete y el coronel Bustamante, descontentos de los cambios que acababan de verificarse, se pasaron a lturbide, el uno con las fuerzas que tenia bajo su mando, el otro con mil caballos que mandaba, con lo cual quedó asegurado el éxito de la insurrección.
Sin temor de ser inquietado, lturbide se dirijió rápidamente al Bajío, posición central y hogar de las insurrecciones anteriores, donde se le reunieron los antiguos jefes revolucionarios y numerosos destacamentos de tropas criollas, que abandonaban la bandera española. Antes de Julio de 1821, todo el país se había adherido al movimiento, a escepción de la capital, defendida por Novella y los soldados europeos. Hallándose en las cercanías de Querétaro, supo la llegada a Veracruz del nuevo virrey constitucional don Jnan O'Donoju. lturbide marchó atrevidamente a su encuentro y le invito a celebrar una conferencia en Córdoba; accedió el virrey y le propuso adoptar la declaración de Iguala, como el único medio de garantir la vida y las propiedades de los españoles establecidos en México, y de asegurar los derechos al trono de la casa de Borbón. Estas consideraciones decidieron al virrey, que reconoció en nombre de España la independencia de México, y entregó la capital al ejército de las tres garantías, de la que tomó posesión, sin efusión de sangre, el 27 de Septiembre de 1821.
V
Dueños los independientes de México, organizaron inmediatamente el nuevo Gobierno, que se compuso de una Regencia de cinco miembros, y de una Junta de treinta y seis. Todo el poder ejecutivo quedó concentrado en manos de la Regencia, presidida por Iturbide, que fue nombrado al propio tiempo Generalísimo y Gran Almirante, con la asignación de ciento veinticinco mil pesos anuales. El primer acto de la Junta fue preparar el proyecto de convocación de un Congreso nacional; pero influida por Iturbide, tomó por única base el Plan de Iguala, y decidió que los nuevos diputados no serian admitidos a tomar asiento en el Congreso, sino después de haber jurado obediencia a este programa constitucional. Los viejos insurgentes se indignaron de esta disposición, que consideraban como un atentado á la soberanía nacional; y los hombres más notables del antiguo partido de la Independencia, tales como Guadalupe Victoria, Bravo y Guerrero, así como otros muchos ciudadanos y militares, sostuvieron la opinión de que los diputados debían tener plena libertad para aprobar o desechar lo que se había hecho en nombre del país, pero sin su consentimiento.
El primer Congreso Mexicano se reunió con gran solemnidad el 24 de Febrero de 1822, fraccionándose desde las primeras sesiones en tres partidos: los borbonistas, o partidarios del Plan de Iguala con un príncipe de la familia real de España: los republicanos, que preferían a toda monarquía constitucional una República central o federativa, y finalmente los iturbidistas, que deseaban convertir a su jefe en rey, adoptando todo el Plan de Iguala, menos el artículo favorable a la Corona de España. Los borbonistas cesaron de figurar como partido, desde que las Córtes de Madrid declararon nulo el tratado de Córdoba; de manera que la lucha quedó empeñada entre los republicanos y los iturbistas. Los republicanos censuraban ágriamente la prodigalidad ruinosa de la Regencia, y sobre todo la de su presidente. Iturbide a su vez les acusó de ingratitud hacia el ejército, a cuyos gastos se negaban subvenir. La hostilidad entre el Congreso y el presidente fue haciéndose cada vez más viva, dirijiéndose todos los esfuerzos del primero a disminuir el poder, la influencia y las prerrogativas de Iturbirle, de cuyo patriotismo sospechaban y cuya ambición temían los diputados.
El encono se aumentó cuando se presentó en el Congreso una proposición para reducir el ejército de sesenta mil a veinte mil hombres, y para reemplazar a los soldados licenciados con veteranos. Conociendo Iturbide la trascendencia del golpe que sus enemigos le preparaban privándole de su más poderoso apoyo, se opuso enérgicamente a esta medida, que fue sin embargo apoyada por una mayoría bastante numerosa. Casi al mismo tiempo el Congreso depuso a tres miembros de la Regencia, con el objeto de hacer nulo el voto de Iturbide en toda deliberacion política, y en otra sesión se presentó un proyecto de ley declarando incompatible el mando del ejército con las funciones del poder ejecutivo.
En tal estado las cosas, llegó á México la noticia de que las Cortes de España habian declarado nulo el tratado de Córdoba, que con el Plan de Iguala habia servido de base para el acta de independencia, con lo cual recibieron mayor impulso los partidos formados en México. El número de los iturbistas se aumentó mucho con todos aquellos que viendo imposible la venida de los Borbones, y queriendo la monarquía a todo trance, no encontraban otro medio de establecerla que por medio de Iturbide, en cuyo caso se hallaban el obispo de Puebla, el de Guadalajara y otros varios individuos del alto clero. El mismo Iturbide, que hasta entonces había contenido todos los intentos que se formaron para proclamarlo, ya en el dia de la entrada del ejército en la capital, ya después por el general Parses. persuadido, como parecía estarlo, de que no admitiendo la corona los príncipes españoles, era nna consecuencia necesaria que se la diesen a él, se prestó al deseo de sus adictos que tan conforme estaba con sus aspiraciones.
Concurrian pues a promover la proclamación de Iturbide, el ejército coya adhesión se habia asegurado por todos los medios; el clero que creia verse amenazado por los principios liberales, y el pueblo, a quien Iturbide ganaba y entretenia con sus frecuentes pompas y funciones. Los republicanos no contaban por entonces con medios de accion; y en cuanto a los borbonislas, careciendo de plan determinado, no podían hacer mas que oponerse a lo que se pretendia por Iturbide, sin intentar nada por sí mismos. Las provincias no tomaban parte en la contienda, esperando lo que se hiciese en la capital; si bien se agitaban en ellas los mismos partidos, aunque con menos ardor. La mayoría de los pueblos rurales y la plebe de las capitales estaban en favor de Iturbide, manifestándolo así en las representaciones que dirijieron a la Junta los ayuntamientos de algunos lugares para que se le diese la Corona. En tal estado de cosas, el Congreso comenzó á discutir el reglamento para la Regencia, e iba a aprobarse el artículo por el cual se prohibia que los individuos de ella pudiesen tener mando con armas; esto fue lo que decidió el movimiento en favor de Iturbide.
VI
En la tarde del 18 de Mayo de 1822, algunos soldados, guiados por un sargento, recorrieron la ciudad al grito de ¡Viva Agustín I! A los soldados se agregaron muchos grupos de paisanos, y pronto toda la capital se puso en conmoción, aclamando por emperador a Iturbide. Al dia siguiente, el Congreso fue invadido, y tuvo que deliberar ante las miradas impacientes de las tribunas, ocupadas por una muchedumbre bulliciosa y ardiente. Llamado Iturbide para asistir a la deliberación, se presentó en la Asamblea, y no la abandonó un solo instante. En vano algunos diputados se esforzaron en hacer prevalecer medios dilatorios; en vano otros protestaron enérgicameute contra el acuerdo ilegal que se les exijia; en vano finalmente declararon algunos que no habia lugar a deliberar hasta que no se pidieran nuevos poderes a las provincias; la popularidad de Iturbide se sobrepuso a todas las razones, y al fin 67 votos contra 15 le dieron la Corona imperial. Publicada la votación, el presidente del Congreso cedió al nuevo emperador el puesto de preferencia, y la concurrencia se desató en las más vivas aclamaciones que duraron largo rato, acompañándole con las mismas hasta la casa que habitaba.
Llegó a las provincias la noticia de estos sucesos, y los aceptaron como un hecho cumplido. La oposición se concentró en la capital, pero inerte y silenciosa, sin revelarse por ningun acto. La mayoría de Iturbide, que dominaba en el Congreso, quiso acabar su obra. Decidió que la Corona sería hereditaria en la familia del emperador, y que el príncipe heredero se habia de denominar Príncipe imperial con tratamiento de Alteza; dió el título de Príncipes mexicanos a sus otros hijos, concedió el de Princesa de Iturbide a su hermana Doña María Nicolasa, y su padre fue creado Príncipe de la Unión con el tratamiento de Alteza; se arregló el ceremonial para la coronación del emperador y de la emperatriz, que se verificó el domingo 21 de Julio de 1822; y finalmente, fue instituida la Órden de Guadalupe para completar el aparato de la nueva monarquía.
La coronación del emperador no produjo mas que una tregua de corta duracion en sus desavenencias con el Congreso. Habiendo reclamado Iturbide el derecho de veto sobre todos los artículos de la Constitucion que se discutia, el derecho todavía más exorbitante de nombrar y de destituir los miembros del Tribunal Supremo de Justicia, y el establecimiento de una Comision militar, con poder de juzgar soberanamente, el Congreso rechazó todas estas proposiciones, á pesar de los esfuerzos que hicieron los diputados imperialistas. Coincidiendo con la oposición de los diputados, se tramaron conspiraciones que Iturbide descubrió, y que pretendió frustrar haciendo prender a catorce diputados independientes, bajo el pretesto de que pertenecian al Partido republicano.
La prisión de los catorce, algunos de ellos de los más considerados, causó la mayor irritación en el Congreso. El presidente, qne lo era entónees el Sr. Gómez Anaya, luego que tuvo conocimiento del suceso, dirijió una comunicación al general Quintanar, reclamando la inviolabilidad de los diputados, y haciéndolo responsable de las infracciones de leyes que se cometiesen, mientras el Congreso deliberaba sobre la tranquilidad pública. Constituido en sesión permanente, pidió el Congreso que los diputados fueran puestos en libertad, o por lo menos que la instrucción de su causa le fuese entregada en conformidad con lo prescrito por las leyes. Iturbide se negó, y la lucha entre ambos poderes tomó nueva energía. Los periódicos del Gobierno escitaron al pueblo contra la Representación nacional, y en la tribuna se oyeron acusaciones contra el Gobierno imperial.
Tal estado de cosas era demasiado violento para que pudiera durar. La fuerza triunfó del derecho. Comprendiendo Iturbide que no le quedaba otro medio que un golpe de Estado, apeló a esta medida extrema. En la sesión dd 31 de Octubre fue disuelto militarmente el Congreso, y el mismo dia se decretó la formación de una Junta, a la cual se dió el nombre de Constituyente, compuesta de los más adictos á la persona del emperador, con la misión de convocar otra Representación nacional. Pero esta Junta, sin influencia y sin poder, no fue mas que un instrumento envilecido en manos de Iturbide. La Junta decretó un empréstito forzoso de dos millones y medio de pesos, y la aplicación a las necesidades del Tesoro de una suma de dos millones en especie, expedidos de México para Veracruz por una compañía de negociantes, y que el Gobierno hizo detener en Perote, bajo el pretesto de que estos fondos eran en realidad para mandarlos á España.
La popularidad de Iturbide no sobrevivió largo tiempo a su usurpación, y sobre todo a las medidas arbitrarias que se multiplicaban de dia en dia. Antes de llegar el fin de Noviembre, una gran fermentación se manifestó en las provincias del Norte. El general La Garza se puso a la cabeza de una insurrección que fue bien pronto comprimida por el ejército, único apoyo de Iturbide, pero que debia pronto faltarle, convirtiéndose en instrumento de su ruina.
VII
El año de 1822, que habia visto instalar y disolver un Congreso, motivo de tantas esperanzas; elejir y coronar un emperador o en cuyo curso habian ocurrido intentos de conspiración, prisiones y sediciones de fuerza armada, terminaba dejando un Erario exhausto, sin otro recurso quc un papel desacreditado; un gobierno sin crédito ni prestigio; un trono caído en ridículo desde el dia en que se erijió; las opiniones discordes y los partidos multiplicados, sólo de acuerdo en el objeto de derribar lo existente; la bandera de la insurrección levantada en Veracruz, y el suelo minado por todas partes con sociedades secretas a las que estaban afiliados los principales oficiales del ejército. No era por tanto difícil de prever que una catástrofe se preparaba, y que el año que iba a comenzar sería memorable para México por los grandes acontecimientos que en él habian de suceder. El coronel Santana, que mandaba la provincia y plaza de Veracruz, fue quien tomó la iniciativa para la revolución. Resentido con el emperador que acababa dc removerle del mando, y creyendo que el régimen republicano convendria mejor a su fortuna, sublevó la guarnición de Veracruz el 2 de Diciembre antes que se supiese su separación, y dirijió al pueblo mexicano una proclama enérgica, acusando a Iturbide de haber violado la Constitución, y pidiendo el restablecimiento de la Asamblea nacional que debia establecer la nueva forma de gobierno. El movimiento se propagó velozmente por Alvarado y poblaciones de las márgenes de aquel río, y el general Guadalupe Victoria, que se hallaba entonces oculto cerca de Veracruz, se asoció a Santana, que le cedió el mando superior político, reservando para sí el militar.
Gran sensacion causó en todas partes la noticia de estos sucesos. El mismo Iturbide que la supo en Puebla, aunque afectó despreciar la insurrección, conoció bien toda su importancia, y dejando las fiestas de la jura, volvió a México, entrando en la ciudad cuando menos se le esperaba. Como es costumbre en todas las revoluciones, el Gobierno imperial publicó proclamas, mandó circulares a las autoridades, declaró a Santana traidor y exonerado de sus empleos, y ofreció indulto a los que lo habian seguido engañados, presentándose dentro de quince dias; todo conforme con lo que se hizo por el virrey Apodaca contra Iturbide, cuando este comenzó la revolución en Iguala.
Dado el impulso en Veracruz, los ánimos comenzaron á agitarse en todas partes; los generales Bravo y Guerrero, célebres desde la guerra de la Independencia, se evadieron de México para unirse a los insurrectos, cuyas filas se engrosaban diariamente con todos los partidarios de la República. Hasta los que pasaban por más adictos a Iturbide, o empezaban a vacilar, o tomaban parte en la insurrección. Entre estos últimos deben citarse a Echavarri, ayudante de campo del emperador, que se pasó con los soldados que mandaba cerca de Veracruz, y al marqués de Vivanco que se sublevó al frente de un cuerpo bastante considerable en el territorio de Puebla. Queriendo los sublevados dar un carácter legal á la insurrección, desistieron de su primer propósito de proclamar abiertamente la República, y firmaron el 1° de Febrero de 1823 el acta conocida con el nombre de Convenio de Casa-Mata, en cuya virtud acordaron la convocación de un nuevo Congreso, pudiendo ser elejidos los diputados del Congreso disuelto, que por sus ideas liberales y firmeza de carácter, se hubiesen hecho acreedores al aprecio público. En el acta se declaraba que el ejército no atentaria nunca contra la persona del emperador, por considerarlo decidido en favor de la Representacion nacional.
Inquieto Iturbide por la lentitud de las operaciones sobre Veracruz, resolvió marchar a dirijirlas por sí mismo, cuando supo que sitiados y sitiadores se habian puesto de acuerdo por medio del Plan de Casa-Mata. En vez de marchar personalmente a combatir la insurrección, mandó comisionados para que fuesen a tratar con los jefes que habian firmado el Acta. Entretanto la revolución se propagaba rápidamente por todas partes, alentada por la inacción del Gobierno imperial y por las defecciones repetidas de los generales imperialistas¡ diputaciones provinciales, jefes militares, ayuntamientos, todos se apresuraban a adherirse al Plan de Casa-Mata, y si alguno lo resistia era arrastrado por el torrente.
El ejército libertador, se habia trasladado a Puebla con los comisionados de Iturbide, el cual con algunas tropas fue a tomar posición entre la capital y los insurrectos. No contando ya con la fuerza popular y moral, que le había abandonado para pasar al lado de sus adversarios, se determinó a negociar en vez de combatir. Ofreció convocar un nuevo Congreso, y atenerse a lo que resolviera; pero esta proposición, que algunos días antes le hubiera salvado, no fue aceptada, y ni aun pudo obtener una entrevista con los principales jefes del ejército libertador, que ya empezaba a llamarse Ejército republicano. En este estado de cosas, cada dia le abandonaban algunos de los que tenia por sus más adictos partidarios; jefes y soldados desertaban en masa para unirse a los republicanos. Espantado de esta defección general, y comprendiendo que todo habia concluido, reunió los restos de aquel mismo Congreso que habia disuelto con la violencia, y abdicó la Corona el 20 de Marzo de 1823.
El Congreso, fiel a sus antecedentes, declaró que siendo la coronacion de Iturbide obra de la fuerza y de la violencia, era nula y de ningun valor, y que por consiguiente, que no habia lugar a deliberar sobre su abdicación. Declaró igualmente nulos todos los actos del Gobierno imperial, así como el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, y acabó por proclamar el derecho de la nación a constituirse bajo la forma de gobierno que más le conviniera. Dcspués de haber hecho tabla rasa en honor de la soberanía del pueblo, el Congreso se ocupó de la persona de Iturbide. La prudencia le aconsejaba desembarazarse de él, pero lo hizo mostrándose generoso: decretó el destierro del ex-emperador, concediéndole una pensión vitalicia de veinticinco mil pesos, con la única condición de establecer su residencia en Europa, y aún despues de su muerte se concedió una pensión de ocho mil pesos a su familia. Así concluyó el imperio de D. Agustin Iturbide, que por su corta duración, más bien puede llamarse sueño o representación teatral que imperio.
Índice de La revolución de Independencia en México de Pedro Pruneda | Capítulo Segundo | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|