CARTAS DE RELACIÓN
SEGUNDA CARTA-RELACIÓN
DE HERNAN CORTÉS AL EMPERADOR CARLOS V
30 DE OCTUBRE DE 1520
Enviada a su sacra majestad del emperador nuestro señor, por el capitán general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán del año de diez y nueve a esta parte, y ha sometido a la corona real de Su Majestad. En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica, llamada Culúa, en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas, entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas, llamada Tenustitlan, que está, por maravilloso arte, edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Mutezuma; donde le acaecieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente del grandísimo señorío del dicho Mutezuma, y de sus ritos y ceremonias y de cómo se sirven.
(Cuarta parte)
El día siguiente, siendo ya claro, comenzamos a andar por un camino muy llano que iba derecho a la dicha provincia de Tascaltecal, por el cual nos siguió muy poca gente de los contrarios, aunque había muy cerca de él muchas gentes y grandes poblaciones, puesto que de algunos cerrillos y en la rezaga, aunque lejos, todavía nos gritaban. Y así salimos este día, que fue domingo a 8 de julio, de toda la tierra de Culúa, y llegamos a tierra de la dicha provincia de Tascaltecal, a un pueblo de ella que se dice Gualipán de hasta tres o cuatro mil vecinos, donde de los naturales de él fuimos muy bien recibidos, y reparados en algo de la gran hambre y cansancio que traíamos, aunque muchas de las provisiones que nos daban eran por nuestros dineros, y aunque no quedan otro sino de oro y éramos forzados dárselo por la mucha necesidad en que nos veíamos. En este pueblo estuve tres dlas, donde me vinieron a ver y hablar Magiscacin y Singutecal y todos los señores de la dicha provincia y algunos de la de Guasucingo, los cuales mostraron mucha pena por lo que nos había acaecido, y trabajaron de me consolar diciéndome que muchas veces ellos me habían dicho que los de Culúa eran traidores, y que me guardase de ellos, y que no lo había querido creer; pero que pues yo había escapado vivo, que me alegrase, que ellos me ayudarían hasta morir para satisfacerme del daño que aquellos me habían hecho, porque, demás de les obligar a ello ser vasallos de vuestra alteza, se dolían de muchos hijos y hermanos que en mi compañía les habían muerto y de otras muchas injurias que los tiempos pasados de ellos habían recibido. Y que tuviese por cierto que me serían muy ciertos y verdaderos amigos hasta la muerte, y que pues yo venía herido, y todos los demás de mi compañía estaban muy trabajados, que nos fuésemos a la ciudad, que está cuatro leguas de este pueblo, y que allí descansaríamos y nos curarían y repararían de nuestros trabajos y cansancio. Yo se lo agradecí y acepté su ruego, y les di algunas pocas cosas de joyas que se habían escapado, de que fueron muy contentos. Y me fui con ellos a la dicha ciudad, donde asimismo hallamos buen recibimiento; y Magiscacin me trajo una cama de madera encasada, con alguna ropa de la que ellos tienen, en que durmiese, porque ninguna trajimos; y a todos hizo reparar de lo que él tuvo y pudo.
Aquí en esta ciudad había dejado ciertos enfermos cuando pasé a la de Temixtitan, y ciertos criados míos con plata y ropas mías y otras cosas de casa y provisiones que yo llevaba, por ir más desocupado si algo se nos ofreciese. Y se perdieron todas las escrituras y autos que yo había hecho con los naturales de estas partes y quedando asimismo toda la ropa de los españoles que conmigo iban sin llevar otra cosa más de lo que llevaban vestido, y con sus capas. Y supe cómo había venido otro criado mío de la Villa de la Vera Cruz, que traía mantenimientos y cosas para mí, y con él cinco de caballo y cuarenta y cinco peones. El cual había llevado asimismo consigo a los otros que yo allí había dejado con toda la plata y ropa y otras cosas, así mías como de mis compañeros, con siete mil pesos de oro fundido que yo había dejado allí en dos cofres, sin otras joyas, y más otros catorce mil pesos de oro en piezas que en la provincia de Tuchitebeque se habían dado a aquel capitán que yo enviaba a hacer el pueblo de Cuacuacalco, y otras muchas cosas, que valían más de treinta mil pesos de oro.
Y que los indios de Culúa los habían muerto en el camino a todos, y tomado lo que llevaban, y asimismo supe que habían muerto otros muchos españoles por los caminos, los cuales iban a la dicha ciudad de Temixtitan, creyendo que yo estaba en ella pacífico, y que los caminos estaban, como yo antes los tenía, seguros.
De que certifico a vuestra majestad que hubimos todos tanta tristeza que no pudo ser más; porque allende de la pérdida de estos españoles y de los demás que se perdió, fue renovamos las muertes y pérdidas de los españoles que en la ciudad y puentes de ella y en el camino nos habían muerto; en especial que me puso en mucha sospecha que asimismo hubiesen dado en los de la villa de la Vera Cruz, y que los que tuviésemos por amigos, sabiendo nuestro desbarato se hubiesen rebelado. Y luego despaché, para saber la verdad, ciertos mensajeros, con algunos indios que los guiaron, a los cuales les mandé que fuesen fuera de camino hasta llegar a la dicha villa, y que muy brevemente me hicieren saber lo que allá pasaba. Quiso Nuestro Señor que a los españoles hallaron muy buenos y a los naturales de la tierra muy seguros. Lo cual sabido, fue harto reparo de nuestra pérdida y tristeza; aun para ellos fue muy mala nueva saber nuestro suceso y desbarato.
En esta provincia de Tascaltecal estuve veinte días curándome de las heridas que traía, porque con el camino y mala cura se me había empeorado mucho, en especial las de la cabeza, y haciendo Curar asimismo a los de mi compañía que estaban heridos. Algunos murieron, así de las heridas como del trabajo pasado, y otros quedaron mancos y cojos, porque traían muy malas heridas, y para se curar había muy poco refrigerio; y yo asimismo quedé manco de dos dedos de la mano izquierda.
Viendo los de mi compañía que eran muertos muchos, y qUe los que restaban quedaban flacos y heridos y atemorizados de los peligros y trabajos en que se habían visto, y temiendo los por venir, que estaban a razón muy cercanos, fui por muchas veces requerido que me fuese a la Villa de la Vera Cruz, y que allí nos haríamos fuertes antes que los naturales de la tierra, que teníamos por amigos, viendo nuestro desbarato y pocas fuerzas se confederasen con los enemigos, y nos tomasen los puertos que habíamos de pasar, y diesen en nosotros por una parte y por otra en los de la Villa de la Vera Cruz, y que estando todos juntos, y allí los navíos, estaríamos más fuertes y nos podríamos mejor defender, puesto que nos acometiesen, hasta tanto que enviásemos por socorro a las islas. Y yo, viendo que mostrar a los naturales poco ánimo, en especial a nuestros amigos, era causa de más aina dejarnos y ser contra nosotros, acordándome que siempre a los osados ayuda la fortuna, y que éramos cristianos y confiando en la grandísima bondad y misericordia de Dios, que no permitiría que del todo pereciésemos, y se perdiese tanta y tan noble tierra como para vuestra majestad estaba pacífica y en punto de se pacificar, ni se dejase de hacer tan gran servicio como se hacía en continuar la guerra, por cuya causa se había de seguir la pacificación de la tierra como antes estaba, acordé y me determiné de por ninguna manera bajar los puertos hacia la mar; antes pospuesto todo trabajo y peligro que se nos pudiesen ofrecer, les dije que yo no había de desamparar esta tierra, porque en ello me parecía que, demás de ser vergonzoso a mi persona, y a todos muy peligroso, a vuestra majestad hacíamos muy gran traición. Y que antes me determinaba de por todas las partes que pudiese, volver contra los enemigos, y ofenderlos por cuantas vías a mí fuese posible.
Y habiendo estado en esta provincia veinte días, aunque ni yo estaba muy sano de mis heridas, y los de mi compañía todavía bien flacos, salí de ella para otra que se dice Tepeaca, que era de la liga y consorcio de los de Culúa, nuestros enemigos; de donde estaba informado que habían muerto diez o doce españoles que venían de la Vera Cruz a la gran ciudad, porque por allí es el camino. La cual provincia de Tepeaca confina y parte términos con la de Tascaltecal y Churultecal, porque es muy gran provincia. Y en entrando por tierra de la dicha provincia, salió mucha gente de los naturales de ella a pelear con nosotros, y pelearon y nos defendieron la entrada cuanto a ellos fue posible, poniéndose en los pasos fuertes y peligrosos. Y por no dar cuenta de todas las particularidades que nos acaecieron en esta guerra, que sería prolijidad, no diré sino que, después de hechos los requerimientos para que viniesen a obedecer los mandamientos que de parte de vuestra majestad se les hacían acerca de la paz, no los quisieron cumplir, y les hicimos la guerra, y pelearon muchas veces con nosotros, y con la ayuda de Dios y de la real ventura de vuestra alteza siempre los desbaratamos, y matamos muchos, sin que en toda la dicha guerra me matasen ni hiriesen ni un español. Y aunque, como he dicho, esta dicha provincia es muy grande, en obra de veinte días hube pacíficas muchas villas y poblaciones a ella sujetas, y los señores y principales de ellas han venido a se ofrecer y dar por vasallos de vuestra majestad, y demás de esto, he echado de todas ellas muchos de los de Culúa que habían venido de esta dicha provincia a favorecer a los naturales de ella para nos hacer guerra, y aun estorbarles que por fuerza ni por grado no fuesen nuestros amigos. Por manera que hasta ahora he tenido en qué entender en esta guerra, y aun todavía no es acabada, porque me quedan algunas villas y poblaciones que pacificar, las cuales, con ayuda de Nuestro Señor, presto estarán, como estas otras, sujetas al real dominio de vuestra majestad.
En cierta parte de esta provincia, que es donde mataron aquellos diez españoles, porque los naturales de allí siempre estuvieron muy de guerra y muy rebeldes, y por fuerza de armas se tomaron, hice ciertos esclavos, de que se dio el quinto a los oficiales de vuestra majestad; porque, demás de haber muerto a los dichos españoles y rebelándose contra el servicio de vuestra alteza, comen todos carne humana, por cuya notoriedad no envío a vuestra majestad probanza de ello. Y también me movió a hacer los dichos esclavos por poner algún espanto a los de Culúa, y porque también hay tanta gente, que si no se hiciese grande el castigo y cruel en ellos, nunca se enmendarían jamás. En esta guerra nos anduvimos con ayuda de los naturales de la provincia de Tascaltecal y Churultecal y Guasucingo, donde han bien confirmado la amistad con nosotros, y tenemos mucho concepto que servirán siempre como leales vasallos de vuestra alteza.
Estando en esta provincia de Tepeaca haciendo esta guerra, recibí cartas de la Vera Cruz, por las cuales me hacían saber cómo allí al puerto de ella habían llegado dos navíos de los de Francisco de Garay, desbaratados; que, según parece, él había tornado a enviar con más gente a aquel río grande de que yo hice relación a vuestra alteza, y que los naturales de ella habían peleado con ellos, y les habían muerto diez y siete o diez y ocho cristianos y herido otros muchos. Asimismo les habían muerto siete caballos y que los españoles que quedaron se habían entrado a nado en los navíos, y se habían escapado por buenos pies; que el capitán y todos ellos venían muy perdidos y heridos, y que el teniente que yo había dejado en la villa los había recibido muy bien y hecho curar. Y por que mejor pudiesen convalecer, habían enviado cierta parte de los dichos españoles a tierra de un señor nuestro amigo, que está cerca de allí, donde eran bien proveídos. De lo cual todo nos pesó tanto como de nuestros trabajos pasados; y por ventura no les acaeciera este desbarato si la otra vez ellos vinieran a mí, como ya he hecho relación a vuestra alteza; porque como yo estaba muy informado de las cosas de estas partes, pudieran haber de mí tal aviso por donde no les acaeciera lo que les acaeció. Especialmente que el señor de aquel río y tierra, que se dice Pánuco, se había dado por vasallo de vuestra sacra majestad, en cuyo reconocimiento me había enviado a la ciudad de Temixtitan, con sus mensajeros, ciertas cosas, como ya he dicho. Yo he escrito a la dicha villa que si el capitán del dicho Francisco de Garay y su gente se quisiesen ir, les den favor, y los ayuden para se despachar ellos y sus navíos.
Después de haber pacificado lo que de toda esta provincia de Tepeaca se pacificó y sujetó al real servicio de vuestra alteza, los oficiales de vuestra majestad y yo platicamos muchas veces la orden que se debía de tener en la seguridad de esta provincia. Y viendo cómo los naturales de ella, habiéndose dado por vasallos de vuestra alteza, se habían rebelado y muerto los españoles, y cómo están en el camino y paso por donde la contratación de todos los puertos de la mar es para la tierra adentro, y considerando que si esta dicha provincia se dejase sola, como de antes, los naturales de la tierra y señorío de Culúa, que están cerca de ellos, los tornarían a inducir y atraer a que otra vez se levantasen y rebelasen, de donde se seguiría mucho daño e impedimento a la pacificación de estas partes y al servicio de vuestra alteza, y cesaría la dicha contratación, mayormente que para el camino de la costa de la mar no hay más de dos puertos muy agros y ásperos, que confinan con esta provincia, y los naturales de ella los podrían defender con poco trabajo suyo, y así por esto como por otras razones Y causas muy convenientes, nos pareció que para evitar lo ya dicho se debía de hacer en esta dicha provincia de Tepeaca una villa en la mejor parte de ella, adonde concurriesen las calidades necesarías para los pobladores de ella. Y poniéndolo en efecto, yo, en nombre de vuestra majestad, puse su nombre a la dicha villa, Segura de la Frontera, y nombré alcaldes y regidores y otros oficiales, conforme a lo que se acostumbra. Y por más seguridad de los vecinos de esta villa, en el lugar donde la señalé se ha comenzado a traer materiales para hacer la fortaleza porque aquí los hay buenos, y se dará en ella toda la prisa que sea más posible.
Estando escribiendo esta relación vinieron a mí ciertos mensajeros del señor de una ciudad que está cinco leguas de esta provincia, que se llama Guacachula, y es a la entrada de un puerto que se pasa para entrar a la provincia de México por allí. Los cuales de parte del dicho señor me dijeron que, porque ellos pocos días ha habían venido a mí a dar la obediencia que a vuestra sacra majestad debían, y se habían ofrecido por sus vasallos, y que por que yo no los culpase, creyendo que por su consentimiento era me hacian saber cómo en la dicha ciudad estaban aposentados ciertos capitanes de Culúa, y que en ella y a una legua de ella estaban treinta mil hombres en guarnición, guardando aquel puerto y paso para que no pudiésemos pasar por él, y también para defender que los naturales de la dicha ciudad ni de otras provincias a ellas comarcanas sirviesen a vuestra alteza ni fuesen nuestros amigos. Y que algunos hubieran venido a se ofrecer a su real servicio si aquellos no lo impidiesen; y que me lo hacían saber para que lo remediase, porque demás del impedimento que era a los que buena voluntad tenían, los de la dicha ciudad y todos los comarcanos recibían mucho daño. Porque, como estaba mucha gente junta y de guerra, eran muy agraviados y maltratados y les tomaban sus mujeres y haciendas y otras cosas; y que viese yo qué era lo que mandaba que ellos hiciesen, y que dándoles favor, ellos lo harían. Y luego, después de les haber agradecido su aviso y ofrecimiento, les di trece de caballo y doscientos peones que con ellos fuesen, hasta treinta mil indios de nuestros amigos. Y fue el concierto que los llevarían por partes que no fuesen sentidos, y que después que llegase junto a la ciudad el señor y los naturales de ella, y los demás sus vasallos y valedores, estarían apercibidos y cercarían los aposentos donde los capitanes estaban aposentados, y los prenderían y matarían antes que la gente los pudiese socorrer; y que cuando la gente viniese, ya los españoles estarían dentro de la ciudad, y pelearían con ellos y los desbaratarían.
Idos ellos y los españoles, fueron por la ciudad de Chururtecal y por alguna parte de la provincia de Guasucingo, que confina con la tierra de esta ciudad de Guacachula, hasta cuatro leguas de ella; y en un pueblo de la dicha provincia de Guasucingo, dizque dijeron a los españoles que los naturales de esta provincia estaban confederados con los de Guacachula y con los de Culúa para que debajo de aquella cautela llevasen a los españoles a la dicha ciudad, y que allá todos juntos diesen en los dichos españoles y les matasen. Y como aún no del todo era salido el temor que los de Culúa en su ciudad y en su tierra nos pusieron, puso espanto esta información a los españoles, y el capitán que yo enviaba con ellos hizo sus pesquisas como lo supo entender, y prendieron todos aquellos señores de Guasucingo que iban con ellos, y a los mensajeros de la ciudad de Guacachula, y presos, con ellos se volvieron a la ciudad de Chururtecal, que está cuatro leguas de allí, y desde alli me enviaron todos los presos con cierta gente de caballo y peones, con la información que habían habido. Y demás de esto me escribió el capitán que los nuestros estaban atemorizados y que le parecía que aquella jornada era muy dificultosa.
Llegados los presos les hablé con las lenguas que yo tengo, y habiendo puesto toda diligencia para saber la verdad, pareció que no los habla el capitán bien entendido. Y luego los mandé soltar y los satisfice con que yo creía que aquellos eran leales vasallos de vuestra sacra majestad, y que yo quería ir en persona a desbaratar aquellos de Culúa. Y por no mostrar flaqueza ni temor a los naturales de la tierra, así a los amigos como a los enemigos, me pareció que no debía cesar la jornada comenzada. Y por quitar algún temor del que los españoles tenlan, determiné de dejar los negocios y despacho para vuestra majestad, en que entendía, y a la hora me partí a la mayor prisa que pude, llegué aquel dla a la ciudad de Chururtecal, que está ocho leguas de esta villa, donde hallé a los españoles, que todavía se afirmaban ser cierta la traición.
Y otro día fui a dormir al pueblo de Guasucingo donde los señores habían sido presos. El día siguiente, después de haber concertado con los mensajeros de Guacachula el por dónde y cómo habíamos de entrar en la dicha ciudad, me partí para allá una hora antes que amaneciese, y fui sobre ella casi a las diez del día. Y a media legua me salieron al camino ciertos mensajeros de la dicha ciudad, y me dijeron cómo estaba todo muy bien proveldo y a punto, y que los de Culúa no sabían nada de nuestra venida, porque ciertas espías que ellos tenían en los caminos, los naturales de la dicha ciudad las habían prendido, y asimismo habían hecho a otros que los capitanes de Culúa enviaban a se asomar por las cercas Y torres de la ciudad a descubrir el campo, y que a esta causa toda la gente de los contrarios estaba muy descuidada, creyendo que tenían recaudo en sus velas y escuchas; por tanto, que llegase, que no podía ser sentido. Y así, me di mucha prisa por llegar a la ciudad sin ser sentido, porque íbamos por un llano donde desde allá nos podrían bien ver.
Y según pareció, como de los de la ciudad fuimos vistos, viendo que tan cerca estábamos, luego cercaron los aposentos donde los dichos capitanes estaban, y comenzaron a pelear con los demás que por la ciudad estaban repartidos. Y cuando yo llegué a un tiro de ballesta de la dicha ciudad ya me traían hasta cuarenta prisioneros, y todavía me di prisa a entrar. Dentro en la ciudad andaba muy gran grita por todas las calles: peleando con los contrarios, y guiado por un natural de la dicha ciudad, llegué al aposento donde los capitanes estaban, el cual hallé cercado de más de tres mil hombres que peleaban por entrarles por la puerta, y les tenían tomados todos los altos y azoteas. Los capitanes y la gente que con ellos se halló, peleaban tan bien y esforzadamente, que no les podían entrar el aposento, puesto que eran pocos; porque, demás de pelear ellos como valientes hombres, el aposento era muy fuerte. Y como yo llegué luego entramos, y entró tanta gente de los naturales de la ciudad, que en ninguna manera los podíamos socorrer, que muy brevemente no fuesen muertos.
Porque yo quisiera tomar algunos a vida, para me informar de las cosas de la gran ciudad y de quién era señor después de la muerte de Mutezuma, y de otras cosas; y no pude tomar sino a uno más muerto que vivo, del cual me informé, como adelante diré.
Por la ciudad mataron muchos de ellos que en ella estaban aposentados; y los que estaban vivos cuando yo en la ciudad entré, sabiendo mi venida, comenzaron a huir hacia donde estaba la gente que tenían en guarnición, y en el alcance asimismo murieron muchos. Y fue tan presto oído y sabido este tumulto por la dicha gente de la guarnición, porque estaban en un alto que sojuzgaba toda la ciudad y lo llano del derredor, que casi a una sazón llegaron los que salían huyendo de la dicha ciudad y la gente que venía en socorro y a ver qué cosa era aquélla. Los cuales eran más de treinta mil hombres y la más lucida gente que hemos visto, porque traían muchas joyas de oro y plata y plumajes; y como es grande la ciudad, comenzaron a poner fuego en ella por aquella parte por do entraban. Lo cual fue muy presto hecho saber por los naturales, y salí con sola la gente de caballo, porque los peones estaban ya muy cansados, y rompimos por ellos, y retrajéronse a un paso, el cual les ganamos, y salimos tras ellos, alcanzando muchos por una cuesta arriba muy agra, y tal, que cuando acabamos de encumbrar la sierra, ni los enemigos ni nosotros podíamos ir atrás ni adelante. Y así cayeron muchos de ellos muertos y ahogados de la calor, sin herida ninguna, y dos caballos se ancaron y el uno murió. Y de esta manera hicimos mucho daño, porque ocurrieron muchos indios de los amigos nuestros, y como iban descansados, y los contrarios casi muertos, mataron muchos.
Por manera que en poco rato estaba el campo vacío de los vivos, aunque de los muertos algo ocupado; y llegamos a los aposentos y albergues que tenían hechos en el campo, nuevamente, que en tres partes que estaban, parecían cada una de ellas una razonable villa, porque demás de la gente de guerra, tenían mucho aparato de servidores y fornecimiento para su real, porque, según después supe, en ellos había personas principales; lo cual fue todo despojado y quemado por los indios nuestros amigos, y certifico a vuestra sacra majestad que había ya juntos de los dichos nuestros amigos más de cien mil hombres. Y con esta victoria, habiendo echado todos los enemigos de la tierra, hasta los pasar allende unas puentes y malos pasos que ellos tenían, nos volvimos a la ciudad, donde de los naturales fuimos bien recibidos y aposentados, y descansamos en la dicha ciudad tres días, de que teníamos bien necesidad.
En este tiempo vinieron a se ofrecer al real servicio de vuestra majestad los naturales de una población grande que está encima de aquellas sierras, dos leguas de donde el real de los enemigos estaba, y también al pie de la sierra, donde he dicho que sale aquel humo, que se llama esta dicha población Ocupatuyo. Y dijeron que el señor que alll tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido, creyendo que no paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran mi amistad, y haber venido a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido, puesto que ellos muchas veces se lo habían requerido y dicho. Y que ahora ellos querían servir a vuestra alteza, y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito, y ahora asimismo lo era. Y que me rogaban que tuviese por bien que aquél sucediese en el señorío, y que aunque el otro volviese, que no consintiese que por señor fuese recibido, y que ellos tampoco lo recibirían. Y yo les dije que por haber sido hasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa, y se haber rebelado contra el servicio de vuestra majestad, eran dignos de mucha pena, y que así tenía pensado de la ejecutar en sus personas y haciendas, pero que pues habían venido, y decían que la causa de su rebelión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo, en nombre de vuestra majestad, les perdonaba el yerro pasado, y los recibía y admitía a su real servicio, y que los apercibía que si otra vez semejante yerro cometiesen, serían punidos y castigados, y que si leales vasallos a vuestra alteza fuesen, serían de mí, en su real nombre, muy favorecidos y ayudados; y así lo prometieron.
Esta ciudad de Guacachula está asentada en un llano, arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos ríos, a dos tiros de ballesta el uno del otro, que cada uno tiene muy altas y muy grandes barrancas. Y tanto, que para la ciudad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y toda la ciudad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto, tan alto como cuatro estados por de fuera de la ciudad, y por dentro está casi igual con el suelo. Y por toda la muralla va su petril tan alto como medio estado; para pelear tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca, que encabalga en un lienzo en el otro; y hacia a aquellas vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta ciudad de hasta cinco o seis mil vecinos, y tendrá de aldeas a ella sujetas otros tantos y más. Tiene muy gran sitio, porque de dentro de ella hay muchas huertas y frutas y flores a su costumbre.
Y después de haber reposado en dicha ciudad tres días, fuimos a otra ciudad que se dice Izcucan, que está cuatro leguas de ésta de Guacachula, porque fui informado que en ella asimismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha ciudad y otras villas y lugares sus sufragáneos, eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa, porque el señor de ella era su natural, y aun pariente de Mutezuma. Iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de vuestra majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver. y de verdad había más de ciento y veinte mil hombres. Llegamos sobre la dicha ciudad de Izcucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y de gente menuda, y había en ella hasta cinco o seis mil hombres de guerra muy bien aderezados. Y como los españoles llegamos delante, comenzaron algo a defender su ciudad; pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable la entrada. Seguímoslos por toda la ciudad hasta los hacer saltar por encima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual tenlan quebradas las puentes, y nos detuvimos algo en pasar, y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron.
Vueltos a la ciudad, envié dos de los naturales de ella, que estaban presos, a que hablasen a las personas principales de la dicha ciudad, porque el señor de ella se había también ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciese volver a su ciudad; y que yo les prometía en nombre de vuestra majestad, que siendo ellos leales vasallos de vuestra alteza, de allí adelante serían de mí muy bien tratados, y perdonados de la rebelión y yerro pasado. Los dichos naturales fueron, y dende a tres días vinieron algunas personas principales y pidieron perdón de su yerro, diciendo que no habían podido más, porque habían hecho lo que su señor les mandó; y que ellos prometían de ahí adelante, pues su señor era ido y dejádolos, de servir a vuestra majestad muy bien y lealmente. Yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas, y trajesen sus mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que hablasen asimismo a los naturales de ellas para que viniesen a mi y que yo les perdonaba lo pasado, y que no quisiesen que yo hubiese de ir sobre ellos, porque recibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho, y así fue hecho.
De ahí a tres días se tornó a poblar la dicha ciudad de Izcucan, y todos los sufragáneos a ella vinieron a se ofrecer por vasallos de vuestra alteza, y quedó toda aquella provincia muy segura, y por nuestros amigos y confederados con los de Guacachula. Porque hubo cierta diferencia sobre a quién pertenecía el señorío de aquella ciudad y provincia de Izcucan por ausencia del que se había ido a México.
Y puesto que hubo algunas contradicciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Mutezuma, y puesto el que a la sazón era, y casándole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural, hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el señor de Guacachula, y habían habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Izcucan, se acordó entre ellos que heredase el señorío aquel hijo del señor de Guacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí. Y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor, así quedó, y obedecieron en mi presencia a aquel muchacho, que es de edad de hasta diez años; y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres principales, uno de la ciudad de Guacachula y los dos de Izcucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen al muchacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar.
Esta ciudad de Izcucan será de hasta tres o cuatro mil vecinos; es muy concertada en sus calles y tratos; tenía cien casas de mezquitas y oratorias muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la falda de un cerro mediano, donde tiene una muy buena fortaleza; y por la otra parte de hacia el llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca, y está cercada de la barranca del río, que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la ciudad en torno, tan alto como un estado; tenía por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo, muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace, por la gran frialdad, y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy abrigado de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tiene muy bien sacadas y concertadas.
En esta ciudad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica; y a ella vinieron asimismo a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad el señor de una ciudad que se dice Guajocingo, y el señor de otra ciudad que está a diez leguas de esta de Izcucan, y son fronteros de la tierra de México. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes de éste hice mención que habían visto los españoles que yo envié a buscar oro a la provincia de Zuzula; donde, y en la de Tamazula, porque está junto a ella, dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas, de mejor cantería que en ninguna de estas partes se había visto. La cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Izcucan, y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron asimismo por vasallos de vuestra alteza, y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vendrían muy presto; y me dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa; porque ellos nunca hablan tomado armas contra mi, ni habían sido en muerte de ningún español, y que siempre, después que al servicio de vuestra alteza se habían ofrecido, habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las habian osado manifestar por temor de los de Culúa. De manera que puede vuestra alteza ser muy cierto que, siendo Nuestro Señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tomará a ganar lo perdido o mucha parte de ello; porque de cada dla se vienen a ofrecer por vasallos de vuestra majestad de muchas provincias y ciudades que antes eran sujetas a Mutezuma, viendo que los que así lo hacen son de mi muy bien recibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos.
De los que en la ciudad de Guacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la gran ciudad de Temixtitan, y cómo después de la muerte de Mutezuma había sucedido en el señorio un hermano suyo, señor de la ciudad de Ixtapalapa, que se llamaba Cuetravacin, el cual sucedió en el señorio porque murió en las puentes el hijo de Mutezuma, que heredaba el señorfo, y otros dos hijos suyos que quedaron vivos; el uno dizque es loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que habia heredado aquel hermano suyo; y también porque él nos había hecho la guerra, y porque lo tenían por valiente hombre, muy prudente. Supe asimismo cómo se fortalecían, así en la ciudad como en todas las otras de su señorio, y hacían muchas cercas y cavas y fosados, y muchos géneros de armas; en especial supe que hacian lanzas largas como picas para los caballos, y aun ya hemos visto algunas de ellas. Porque en esta provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Guacachula se hallaron asimismo muchas de ellas. Otras muchas cosas supe que, por no dar a vuestra alteza importunidad, dejo.
Yo envío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro; y asimismo envío a comprar otros cuatro para que, desde la dicha isla Española y ciudad de Santo Domingo, traigan caballos y armas y ballestas y pólvora, porque esto es lo que en estas partes es más necesario; porque peones y rodeleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes ciudades y fortalezas, y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa, y a los oficiales de vuestra alteza que residen en la dicha isla, que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere, porque así conviene mucho al servicio de vuestra alteza y a la seguridad de nuestras personas; porque viniendo esta ayuda y socorro, pienso volver sobre aquella gran ciudad y su tierra, y creo, como ya a vuestra majestad he dicho, que en muy breve tornaré al estado en que antes yo la tenía, y se restaurarán las pérdidas pasadas. En tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estáse labrando ya la tablazón y piezas de ellos, porque así se han de llevar por tierra, porque en llegando, luego se liguen y acaben en breve tiempo; y asimismo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa, y velas y remos, y las otras cosas para ello necesarias.
Y certifico a vuestra majestad que hasta conseguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el trabajo y peligro y costa que se me puede ofrecer.
Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la Villa de la Vera Cruz, supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que dizque venía en busca de la gente que Francisco de Garay había enviado a esta tierra, de que ya a vuestra alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha necesidad de bastimentos; y tanta, que si no hubieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Supe de ellos cómo habían llegado al río de Pánuco, y estado en él treinta días surtos, y no habían visto gente en todo el río ni tierra; de donde se cree que a causa de lo que allí sucedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gentes y caballos, y que creían que eran ya pasados la costa abajo, y parecióme que cumplía al servicio de vuestra alteza, porque aquellos navíos y gente que en ellos iba no se pierda, y yendo desproveídos de aviso de las cosas de la tierra, los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que en los primeros hicieron, enviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado, y se viniesen al puerto de la dicha villa, donde el capitán que envió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándoles. Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido a tierra, porque según los naturales ya estaban sobre aviso, y los españoles sin él, temo recibirían mucho daño, y de ello Dios Nuestro Señor y vuestra alteza serían muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados, y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren.
En un capítulo antes de éstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Mutezuma habían alzado por señor a su hermano, que se dice Cuetravacin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran ciudad y en otras ciudades cerca de la laguna. Y ahora de poco acá he asimismo sabido que el dicho Cuetravacin ha enviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y ciudades sujetas a aquel señorío, a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni le paguen cosa alguna, con tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra; y que asimismo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados; y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrán con su intención y propósito, hállome en muy extrema necesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas ciudades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen cuanta guerra pueden, a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo socorrer a todas partes, como querría. Pero, como digo, placerá a Nuestro Señor, suplir a nuestras pocas fuerzas, y enviará presto el socorro, así el suyo como el que yo envío a pedir a la española.
Por lo que yo he visto y comprendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me pareció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del mar Océano; y así, en nombre de vuestra majestad se le puso aqueste nombre. Humildemente suplico a vuestra alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así.
Yo he escrito a vuestra majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo sucedido en estas partes y aquello que de más necesidad hay de hacer saber a vuestra alteza; y por otra mía, que va con la presente, envío a suplicar a vuestra real excelencia mande enviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a vuestra sacra majestad de ello. También en ésta lo torno humildemente a suplicar, porque en tan señalada merced lo tendré como en dar entero crédito a lo que escribo.
Muy alto y muy excelentísimo príncipe, Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos, como su real corazón desea.
De la villa Segura de la Frontera de esta Nueva España, a 30 de octubre de mil quinientos veinte años.
De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa.
Fernán Cortés.
Después de ésta, en el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España, cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitan, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destrucción que hizo Vespasiano; ya asimismo había en ella más número de gente que en la dicha ciudad santa. Hallaron poco tesoro, a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Sólo doscientos mil pesos de oro tomaron, y quedaron muy fortalecidos en la dicha ciudad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mil quinientos peones y quinientos de caballo; y tienen más de cien mil indios de los naturales de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y extrañas, y es otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta codicia los que a los confines de él estamos. Estas nuevas son hasta principio de abril de mil quinientos veintidós años, las que acá tenemos dignas de fe.