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CARTAS DE RELACIÓN

TERCERA CARTA-RELACIÓN

DE HERNAN CORTÉS AL EMPERADOR CARLOS V

COYOACÁN, 15 DE MAYO DE 1522


Enviada por Fernando Cortés, capitán y justicia mayor del Yucatán, llamado la Nueva España del mar océano, al muy alto y potentísimo césar e invictísimo señor don Carlos, emperador semper augusto y rey de España, nuestro señor. De las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitan, y de las otras provincias a ellas sujetas, que se rebelaron. En la cual ciudad y dichas provincias el dicho capitán y españoles consiguieron grandes y señaladas victorias dignas de perpetua memoria. Asimismo hace relación cómo han descubierto el mar del Sur y otras muchas y grandes provincias muy ricas de minas de oro y perlas y piedras preciosas, y aun tiene noticia que hay especería.



(Primera parte)


Muy alto y potentísimo prlncipe, muy católico e invictísimo emperador, rey y señor. Con Alonso de Mendoza, natural de Medellín, que despaché de esta Nueva España a 5 de marzo del año pasado de 521, hice segunda relación a vuestra majestad de todo lo sucedido en ella, la cual yo tenia acabada de hacer a los 30 de octubre del año de 520; y a causa de los tiempos muy contrarios y de perderse tres navíos que yo tenía para enviar en el uno a vuestra majestad la dicha relación, y en los otros dos enviar por socorro a la isla española, hubo mucha dilación en la partida del dicho Mendoza, según que también más largo, con él, lo escribí a vuestra majestad, y en lo último de la dicha relación hice saber a vuestra majestad cómo después que los indios de la ciudad de Temixtitan nos habían echado por fuerza de ella, yo había venido sobre la provincia de Tepeaca, que era sujeta a ellos y estaba rebelada, y con los españoles que habían quedado y con los indios nuestros amigos le había hecho la guerra y reducido al servicio de vuestra majestad. Y que como la traición pasada y el gran daño y muertes de españoles estaban tan recientes en nuestros corazones, mi determinada voluntad era revolver sobre los de aquella gran ciudad, que de todo había sido la causa; y que para ello comenzaba a hacer trece bergantines para por la laguna hacer con ellos todo el daño que pudiese, si los de la ciudad perseverasen en su mal propósito. Escribí a vuestra majestad que entre tanto que los dichos bergantines se hacían, y yo y los indios nuestros amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos, enviaba a la dicha Española por socorro de gente y caballos y artillería y armas, y que sobre ello escribía a los oficiales de vuestra majestad que allí residen, y les enviaba dineros para todos los gastos y expensas que para el dicho socorro fuese necesario. Y certifiqué a vuestra majestad que hasta conseguir victoria contra los enemigos no pensaba tener descanso ni cesar de poner para ello toda la solicitud posible, posponiendo cuanto peligro, trabajo y costa se me pudiese ofrecer, y que con esta determinación estaba aderezando de me partir de la dicha provincia de Tepeaca.

Asimismo hice saber a vuestra majestad cómo al puerto de la Villa de la Vera Cruz había llegado una carabela de Francisco de Garay, teniente de gobernador de la isla de Jamaica, con mucha necesidad, la cual traía hasta treinta hombres que habían dicho que otros dos navíos eran partidos para el río de Pánuco, donde habían desbaratado a un capitán del dicho Francisco de Garay, y que temían que si allá aportasen habían de recibir daño de los naturales del dicho río. Y asimismo escribí a vuestra majestad que yo había proveído luego de enviar una carabela en busca de los dichos navíos, para les dar aviso de lo pasado, y después que aquello escribí plugo a Dios que el uno de los navíos llegó al dicho puerto de la Vera Cruz. en el cual venía un capitán con obra de ciento y veinte hombres, y allí se informó cómo los de Garay que antes habían venido habían sido desbaratados, y hablaron con el capitán que se halló en el desbarato. y se les certificó que si iba al dicho río de Pánuco, no podía ser sin recibir mucho daño de los indios.

Y estando así en el puerto con determinación de se ir al dicho río, comenzó un tiempo y viento muy recio, e hizo la nao salir, quebradas las amarras, y fue a tomar puerto doce leguas la costa arriba de la dicha villa, a un puerto que se dice San Juan. Y alll, después de haber desembarcado toda la gente y siete u ocho caballos y otras tantas yeguas que traían, dieron con el navío a la costa, porque hacía mucha agua. Y como esto se me hizo saber, yo escribí luego al capitán de él haciéndole saber cómo a mí me había pesado mucho de lo que le había sucedido, y que yo había enviado a decir al teniente de la dicha Villa de la Vera Cruz, que a él y la gente que consigo traía hiciese muy buen acogimiento y les diesen todo lo que habían menester, y que viesen qué era lo que determinaban, y que si todos o algunos de ellos se quisiesen volver en los navíos que allí estaban, que les diese licencia y los despachase a su placer. Y el dicho capitán y los que con él vinieron determinaron de se quedar y venir adonde yo estaba, y del otro navío no hemos sabido hasta ahora. Y como ha ya tanto tiempo, tenemos harta duda de su salvamento, plega a Dios lo haya llevado a buen puerto.

Estando para me partir de aquella provincia de Tepeaca, supe cómo dos provincias que se dicen Cecatami y Xalazingo, que son sujetas al señor de Temixtitan, estaban rebeladas, y que como de la villa de la Vera Cruz para acá es por allí el camino, habían muerto en ellas algunos españoles, y que los naturales estaban rebelados y de muy mal propósito. Y por asegurar aquel camino, y hacer en ellos algún castigo, si no quisiesen venir de paz, despaché un capitán con veinte de caballo y doscientos peones y con gente de nuestros amigos, al cual encargué mucho, y mandé de parte de vuestra majestad que requiriese a los naturales de aquellas provincias que viniesen de paz a se dar por vasallos de vuestra majestad, como antes lo habían hecho, y que tuviese con ellos toda la templanza que fuese posible. Y que si no quisiesen recibirle de paz, que les hiciese la guerra; y que hecha, y allanadas aquellas dos provincias, se volviese con toda la gente a la ciudad de Tascaltecal, adonde le estaría esperando. Y se partió entrante el mes de diciembre de 520, y siguió su camino para las dichas dos provincias, que están de allí veinte leguas.

Acabado esto, muy poderoso Señor, mediado el mes de diciembre del dicho año, me partí de la Villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, y dejé en ella un capitán con sesenta hombres, porque los naturales de allí me lo rogaron mucho, y envié toda la gente de pie a la ciudad de Tascaltecal, adonde se hacían los bergantines, que está de Tepeaca nueve o diez leguas, y yo con veinte de caballo me fui aquel día a dormir a la ciudad de Cholula, por que los naturales de allí deseaban mi venida; porque a causa de la enfermedad de las viruelas, que también comprendió a los de estas tierras como a los de las islas, eran muertos muchos señores de allí, y querían que por mi mano y con su parecer y el mío se pusiesen otros en su lugar. Y llegados allí, fuimos de ellos muy bien recibidos; y después de haber dado conclusión a su voluntad en este negocio que he dicho, y haberles dado a entender cómo mi camino era para ir a entrar de guerra por las provincias de México y Temixtitan, les rogué que, pues eran vasallos de vuestra majestad, y ellos, como tales, habían de conservar su amistad con nosotros, y nosotros con ellos, hasta la muerte, que les rogaba que para el tiempo que yo hubiese de hacer la guerra me ayudasen con gente, y que a los españoles que yo enviase a su tierra y fuesen y viniesen por ella les hiciesen el tratamiento que como amigos eran obligados.

Y después de habérmelo prometido así, y haber estado dos o tres días en su ciudad, me partí para la de Tascaltecal, que está a seis leguas, y llegado a ella, hallé juntos a todos los españoles y los de la ciudad, y hubieron mucho placer con mi venida. Y otro día, todos los señores de esta ciudad y provincia me vinieron a hablar y me decir cómo Magiscacin, que era el principal señor de todos ellos, había fallecido de aquella enfermedad de las viruelas, y bien sabían que por ser tan mi amigo me pesaría mucho; pero que alli quedaba un hijo suyo de hasta doce o trece años, y que a aquél pertenecía el señorío del padre, que me rogaban que a él, como a heredero, se lo diese, y yo en nombre de vuestra majestad lo hice así, y todos ellos quedaron muy contentos.

Cuando a esta ciudad llegué, hallé que los maestros y carpinteros de los bergantines se daban mucha prisa en hacer la ligazón y tablazón para ellos, y que tenían hecha razonable obra; y luego proveí de enviar a la Villa de la Vera Cruz por todo el fierro y clavazón que hubiese, y velas y jarcia, y otras cosas necesarias para ellos; y proveí, porque no había pez, la hiciesen ciertos españoles en una sierra cerca de allí, por manera que todo el recaudo que fuese necesario para los dichos bergantines estuviese aparejado, para que después que, placiendo a Dios, yo estuviese en las provincias de México y de Temixtitan, pudiese enviar por ellos desde allá, que serian diez o doce leguas hasta la dicha ciudad de Tascaltecal; y en quince días que en ella estuve no entendí en otra cosa salvo en dar prisa a los maestros y en aderezar armas para dar orden en nuestro camino.

Dos dias antes de Navidad llegó el capitán con la gente de pie y de caballo que hablan ido a las provincias de Cecatami y Xalazingo, y supe cómo algunos naturales de ellas habían peleado con ellos, y que al cabo, de ellos por voluntad, de ellos por fuerza, habían venido de paz, y trajéronme algunos señores de aquellas provincias, a los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su alzamiento y muertes de cristianos, y porque me prometieron que de ahí adelante serían buenos y leales vasallos de su majestad, yo, en su real nombre, los perdoné y los envié a su tierra. Y así se concluyó aquella jornada, en que vuestra majestad fue muy servido, así por la pacificación de los naturales de allí, como por la seguridad de los españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la Villa de la Vera Cruz.

El segundo día de la dicha pascua de Navidad hice alarde en la dicha ciudad de Tascaltecal, y hallé cuarenta de caballo y quinientos y cincuenta peones, los ochenta de ellos ballesteros y escopeteros, y ocho o nueve tiros de campo, con bien poca pólvora. E hice de los de caballo cuatro cuadrillas, de diez en diez cada una, y de los peones hice nueve capitanías de a sesenta españoles cada una. Y a todos juntos en el dicho alarde les hablé, y dije que ya sabían cómo ellos y yo, por servir a vuestra sacra majestad, habíamos poblado en esta tierra, y que ya sabían todos los naturales de ella se habían dado por vasallos de vuestra majestad, como tales habían perseverado algún tiempo, recibiendo buenas obras de nosotros, y nosotros de ellos; y cómo sin causa ninguna todos los naturales de Culúa, que son los de la gran ciudad de Temixtitan y los de todas las otras provincias a ella sujetas, no solamente se habían rebelado contra vuestra majestad, más aún nos habían muerto muchos hombres, deudos y amigos nuestros, y nos habían echado fuera de toda su tierra. Y que se acordasen de cuántos peligros y trabajos habíamos pasado, y viesen cuánto convenía al servicio de Dios y de vuestra majestad tomar a recobrar lo perdido, pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno, por pelear en aumento de nuestra fe y contra gente bárbara, y lo otro, por servir a vuestra majestad, y lo otro, por seguridad de nuestras vidas, y lo otro, porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar nuestros corazones. Por tanto, que les rogaba que se alegrasen y esforzasen, y que porque yo, en nombre de vuestra majestad, había hecho ciertas ordenanzas para la buena orden y cosas tocantes a la guerra. Las cuales luego allí hice pregonar públicamente, y que también les rogaba que las guardasen y cumpliesen, porque de ello redundaría mucho servicio a Dios y a vuestra majestad. Y todos prometieron de lo hacer y cumplir así, y que de muy buena gana querían morir por vuestra fe y por servicio de vuestra majestad, o tornar a recobrar lo perdido, y vengar tan gran traición como nos habían hecho los de Temixtitan y sus aliados. Y yo, en nombre de vuestra majestad, se los agradecí; y así, con mucho placer nos volvimos a nuestras posadas aquel día del alarde.

Otro día siguiente, que fue día de San Juan Evangelista, hice llamar a todos los señores de la provincia de Tascaltecal; y venidos, díjeles cómo ya sabían que yo me había de partir otro día para entrar por la tierra de nuestros enemigos, y que ya veían cómo la ciudad de Temixtitan no se podía ganar sin aquellos bergantines que allí se estaban haciendo; que les rogaba que a los maestros de ellos y a los otros españoles que allí dejaba les diesen lo que hubiesen menester y les hiciesen el buen tratamiento que siempre nos habían hecho, y que estuviesen aparejados para cuando yo, desde la ciudad de Tesuico, si Dios nos diese victoria, enviase por la ligazón y tablazón y otros aparejos de los dichos bergantines. Y ellos me prometieron que así lo harían, y que también querían ahora enviar gente de guerra conmigo, y que para cuando fuesen con los bergantines, ellos todos irían con toda cuanta gente tenían en su tierra, y que querían morir donde yo muriese, o vengarse de los de Culúa, sus capitales enemigos.

Y otro dfa, que fueron 28 de diciembre, día de los Inocentes, me partí con toda la gente puesta en orden, y fuimos a dormir a seis leguas de Tascaltecal, en una población que se dice Texmoluca, que es de la provincia de Guajocingo, los naturales de la cual han siempre tenido y tienen con nosotros la misma amistad y alianza que los naturales de Tascaltecal; y allí reposamos aquella noche.

En la otra relación, muy católico Señor, dije cómo había sabido que los de las provincias de México y Temixtitan aparejaban muchas armas, y hacían por toda su tierra muchas cavas y albarradas y fuerzas para nos resistir la entrada, porque ya ellos sabían que yo tenía voluntad de revolver sobre ellos. Y yo, sabiendo esto y cuán mañosos y ardides son en las cosas de la guerra, había muchas veces pensado por dónde podríamos entrar para tomarlos con algún descuido. Y porque ellos sabían que nosotros teníamos noticia de tres caminos o entradas, por cada una de las cuales podíamos dar en su tierra, acordé de entrar por este de Texmoluca, porque como el puerto de él era más agro y fragoso que los de las otras entradas, tenía creído que por allí no teníamos mucha resistencia ni ellos no estarían tan sobre aviso.

Y otro día después de los Inocentes, habiendo oído misa y encomendádonos a Dios, partimos de la dicha población de Texmoluca, y yo tomé la delantera con diez de caballo y sesenta peones ligeros y hombres diestros en la guerra, y comenzamos a seguir nuestro camino el puerto arriba con toda la orden y concierto que nos era posible, y fuimos a dormir a cuatro leguas de la dicha población, en lo alto del puerto, que era ya término de los de Culúa; y aunque hacía grandísimo frío en él, con la mucha leña que había nos remediamos aquella noche. Y otro día, domingo, por la mañana comenzamos a seguir nuestro camino por el llano del puerto, y envié cuatro de caballo y tres o cuatro peones para que descubriesen la tierra; e yendo nuestro camino, comenzamos de abajar el puerto, y yo mandé que los de caballo fuesen delante y luego los ballesteros y escopeteros; y así en su orden la otra gente, porque, por muy descuidados que tomásemos los enemigos, bien teníamos por cierto que nos habían de salir al camino a recibir, por tenemos urdida alguna celada u otro ardid para nos ofender.

Y como los cuatro de caballo y los cuatro peones siguieron su camino, halláronle cerrado de árboles y ramas, cortados y atravesados en él muy grandes y gruesos pinos y cipreses, que parecía que entonces se acababan de cortar; y creyendo que el camino adelante no estaría de aquella manera, procuraron de seguir su camino, y cuanto más iban, más cerrado de pinos y de ramas le hallaban. Y como por todo el puerto iba muy espeso de árboles y matas grandes y el camino hallaban con aquel estorbo, pasaban adelante con mucha dificultad; y viendo que el camino estaba de aquella manera, hubieron muy gran temor, y creían que tras cada árbol estaban los enemigos. Y como a causa de las grandes arboledas no se podían aprovechar de los caballos, cuanto más adelante iban, más el temor se les aumentaba.

Y ya que de esta manera habían andado gran rato, uno de los cuatro de caballo dijo a los otros: Hermanos, no pasemos más adelante si os parece, que será bien, y volvamos a decir al capitán el estorbo que hallamos y el peligro grande en que todos venimos por no nos poder aprovechar de los caballos; y si no, vamos adelante, que ofrecida tengo mi vida a la muerte tan bien como todos, hasta dar fin a esta jornada. Y los otros respondieron que bueno era su consejo, pero que no les parecía bien volver a mí hasta ver alguna gente de los enemigos, o saber qué tanto duraba aquel camino. Y comenzaron a pasar adelante, y como vieron que duraba mucho, detuviéronse, y con uno de los peones hiciéronme saber lo que habían visto. Y como yo traía la avanguarda con la gente de caballo, encomendándonos a Dios seguimos por aquel mal camino adelante, y envíe a decir a los de la retroguarda que se diesen mucha prisa y que no tuviesen temor, porque presto saldríamos a lo raso. Y como encontré a los cuatro de caballo, comenzamos de pasar adelante, aunque con harto estorbo y dificultad, y al cabo de media legua plugo a Dios que abajamos a lo raso, y allí me reparé a esperar la gente, y llegados, díjeles a todos que diesen gracias a Nuestro Señor, pues nos había traído en salvo hasta allí, de donde comenzamos a ver todas las provincias de México y Temixtitan que están en las lagunas y en torno de ellas. Y aunque hubimos mucho placer en las ver, considerando el daño pasado que en ellas habíamos recibido, representósenos alguna tristeza por ello, y prometimos todos de nunca de ellas salir sin victoria, o dejar allí las vidas.

Y con esta determinación íbamos todos tan alegres como si fuéramos a cosa de mucho placer. Y como ya los enemigos nos sintieron, comenzaron de improviso a hacer muchas y grandes ahumadas por toda la tierra; y yo torné a rogar y encomendar mucho a los españoles que hiciesen como siempre habían hecho y como se esperaba de sus personas, y que nadie no se desmandase, y que fuese con mucho concierto y orden por su camino. Ya los indios comenzaban a darnos grita de unas estancias y poblaciones pequeñas, apellidando a toda la tierra para que se juntase gente y nos ofendiesen en unas puentes y malos pasos que por allí había. Pero nosotros nos dimos tanta prisa, que sin que tuviesen lugar de se juntar, ya estábamos abajo en todo lo llano. Yendo así, pusiéronse adelante en el camino ciertos escuadrones de indios, y yo mandé a quince de caballo que rompiesen por ellos, y así fueron alanceando en ellos y mataron algunos, sin recibir ningún daño. Y comenzamos a seguir nuestro camino por la ciudad de Tesuico, que es una de las mayores y más hermosas que hay en todas estas partes. Y como la gente de pie venía algo cansada y se hacía tarde, dormimos en una población que se dice Coatepeque, que es sujeta a esta ciudad de Tesuico y está de ella tres leguas, y hallámosla despoblada. Aquella noche tuvimos pensamiento que, como esta ciudad y su provincia, que se dice Áculuacan, es muy grande y de tanta gente, que se puede bien creer que había en ella a la sazón más de ciento y cincuenta mil hombres, que quisieran dar sobre nosotros. Y yo con diez de caballo comencé la vela y ronda de la prima, e hice que toda la gente estuviese muy apercibida.

Y otro día, lunes, al último de diciembre, seguimos nuestro camino por la orden acostumbrada, y a un cuarto de legua de esta población de Coatepeque, yendo todos en harta perplejidad, y razonando con nosotros si saldrían de guerra o de paz los de aquella ciudad, teniendo por más cierta la guerra, salieron al camino cuatro indios principales con una bandera de oro en una vara, que pesaba cuatro marcos de oro, y por ella daban a entender que venían de paz; la cual Dios sabe cuánto deseábamos y cuánto la habíamos menester, por ser tan pocos y tan apartados de cualquier socorro, y metidos en las fuerzas de nuestros enemigos. Y como vi aquellos cuatro indios, al uno de los cuales yo conocía, hice que la gente se detuviese, y llegué a ellos. Y después de nos haber saludado, dijéronme que ellos venían de parte del Señor de aquella ciudad y provincia, el cual se decía Guanacacin, y que de su parte me rogaban que en su tierra no hiciese ni consintiese hacer daño alguno; porque de los daños pasados que yo había recibido, los culpantes eran los de Temixtitan y no ellos, y que ellos querían ser vasallos de vuestra majestad y nuestros amigos, porque siempre guardarían y conservarían nuestra amistad; y que nos fuésemos a la ciudad, y que en sus obras conoceríamos lo que teníamos en ellos.

Yo les respondí con las lenguas que fuesen bien venidos, que yo holgaba con toda paz y amistad suya, y que ya que ellos se excusaban de la guerra que me habían dado en la ciudad de Temixtitan, que bien sabían que a cinco o seis leguas de allí de la ciudad de Tesuico, en ciertas poblaciones a ella sujetas, me habían muerto la otra vez cinco de caballo y cuarenta y cinco peones, y más de trescientos indios de Tascaltecal que venían cargados, y nos habían tomado mucha plata y oro y ropas y otras cosas; que, por tanto, pues no se podían excusar de esta culpa, que la pena fuese volvemos lo nuestro, y que de esta manera, aunque todos eran dignos de muerte por haber muerto tantos cristianos, yo quería paz con ellos, pues me convidaban a ella; pero que de otra manera yo había de proceder contra ellos con todo rigor. Ellos me respondieron que todo lo que allí se había tomado lo habían llevado el señor y los principales de Temixtitan, pero que ellos buscarían todo lo que pudiesen, y me lo darían. Y preguntáronme si aquel día iría a la ciudad o me aposentaría en una de dos poblaciones que son como arrabales de la dicha ciudad, las cuales se dicen Coatinchan y Guaxuta, que están a una legua y media de ella, y siempre va todo poblado; lo cual ellos deseaban por lo que adelante sucedió.

Y yo les dije que no me había de detener hasta llegar a la ciudad de Tesuico; y ellos dijeron que fuese en buena hora, y que se querían ir adelante a aderezar la posada para los españoles y para mí, y así, se fueron; y llegando a estas dos pOblaciones saliéronnos a recibir algunos principales de ellas y a darnos de comer. Y a hora de mediodía llegamos al cuerpo de la ciudad, donde nos habíamos de aposentar, que era en una casa grande que había sido de su padre de Guanacasin, señor de la dicha ciudad. Y antes que nos aposentásemos, estando toda la gente junta, mandé a pregonar, so pena de muerte, que ninguna persona sin mi licencia saliese de la dicha casa y aposentos; lo cual es tan grande, que aunque fuéramos doblados los españoles, nos pudiéramos aposentar bien a placer en ella. Y esto hice porque los naturales de la dicha ciudad se asegurasen y estuviesen en sus casas, porque me parecía que no veíamos la décima parte de la gente que solía haber en la dicha ciudad, ni tampoco veíamos mujeres ni niños, que era señal de poco sosiego.

Este día que entramos en esta ciudad, que fue víspera de año nuevo, después de haber entendido en nos aposentar, todavía algo espantados de ver poca gente, y esa que veíamos muy rebozados, teníamos pensamiento que de temor dejaban de parecer y andar por su ciudad, y con esto estábamos algo descuidados. Y ya que era tarde, ciertos españoles se subieron a algunas azoteas altas, de donde podían sojuzgar toda la ciudad, y vieron cómo todos los naturales de ella la desamparaban, y unos, con sus haciendas, se iban a meter en la laguna con sus canoas, que ellos llaman acales, y otros se subieron a las sierras. Y aunque yo luego mandé proveer en estorbarles la ida, como era ya tarde y sobrevino luego la noche, y ellos se dieron mucha prisa, no aprovechó cosa ninguna. Y así, el señor de la dicha ciudad, que yo deseaba como a la salvación haberle a las manos, con muchos de los principales de ella se fueron a la ciudad de Temixtitan, que está de allí por la laguna seis leguas, y llevaron consigo cuanto tenían. Y a esta causa, por hacer a su salvo lo que querían, salieron a mí los mensajeros que arriba dije, para me detener algo y que no entrase haciendo daño; y por aquella noche nos dejaron, así a nosotros, como a su ciudad.

Después de haber estado tres días de esta manera en esta ciudad, sin haber reencuentro alguno con los indios, porque por entonces ni ellos osaban venirnos a acometer ni nosotros curábamos de salir lejos a los buscar, porque mi final intención era, siempre que quisiesen venir de paz, recibirlos, y a todos tiempos requerirles con ella, viniéronme a hablar el señor de Coatinchan y Guaxuta, y el de Autengo, que son tres poblaciones bien grandes, y están, como he dicho, incorporadas y juntas a esta ciudad, y dijéronme llorando que los perdonase porque se habían ausentado de su tierra, y que en lo demás ellos no habían peleado conmigo, a lo menos por su voluntad, y que ellos prometían de hacer de ahí adelante todo lo que en nombre de vuestra majestad les quisiese mandar. Yo les dije por las lenguas que ya ellos habían conocido el buen tratamiento que siempre les hacía, y que en dejar su tierra y en lo demás, que ellos tenían la culpa, y que pues me prometían ser nuestros amigos, que poblasen sus casas y trajesen sus mujeres e hijos, y que como ellos hiciesen las obras, así los trataría, y así, se volvieron a nuestro parecer no muy contentos.

Como el señor de México y Temixtitan y todos los otros señores de Culúa (que cuando este nombre de Culúa se dice, se ha de entender por todas las tierras y provincias de estas partes, sujetas a Temixtitan) supieron que aquellos señores de aquellas poblaciones se habían venido a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, enviáronles ciertos mensajeros, a los cuales mandaron que les dijesen que lo habían hecho muy mal; y que si de temor era, que bien sabían que ellos eran muchos, y tenían tanto poder que a mí y a todos los españoles y a todos los de Tascaltecal nos habían de matar, y muy presto; y que si por no dejar sus tierras lo habían hecho, que las dejasen y se fuesen a Temixtitan, y allá les darían otras mayores y mejores poblaciones donde viviesen. Estos señores de Coatinchan y Guaxuta tomaron a los mensajeros y atáronlos y trajéronmelos, y luego confesaron que ellos habían venido de parte de los señores de Temixtitan, pero que había sido para les decir que fuesen allá para como terceros, pues eran mis amigos, a entender en las paces entre ellos y mí; y los de Guaxuta y Coatinchan dijeron que no era así, y que los de México y Temixtitan no querían sino guerra, y aunque yo les di crédito, y aquélla era la verdad, porque deseaba atraer a los de la ciudad a nuestra amistad, porque de ella dependía la paz o la guerra de las otras provincias que estaban alzadas, hice desatar aquellos mensajeros y díjeles que no tuviesen temor, porque yo les quería tornar a enviar a Temixtitan, y que les rogaba que dijesen a los señores que yo no querla guerra con ellos, aunque tenía mucha razón, y que fuésemos amigos, como antes lo habíamos sido, y por más los asegurar y atraer al servicio de vuestra majestad, les envié a decir que bien sabía que los principales que habían sido en hacerme la guerra pasada eran ya muertos, y que lo pasado fuese pasado, y que no quisiesen dar causa a que destruyese sus tierras y ciudades, porque me pesaba mucho de ello. Y con esto solté estos mensajeros, y se fueron prometiendo de me traer respuesta. Los señores de Coatinchan y Guaxuta y yo quedamos por esta buena obra más amigos y confederados, y yo, en nombre de vuestra majestad, les perdoné los yerros pasados; y así, quedaron contentos.

Después de haber estado en esta ciudad de Tesuico siete u ocho días sin guerra ni reencuentro alguno, fortaleciendo nuestro aposento y dando orden en otras cosas necesarias para nuestra defensión y ofensa de los enemigos, y viendo que ellos no venían contra mí, salí de la dicha ciudad con doscientos españoles, en los cuales había diez y ocho de caballo, y treinta ballesteros y diez escopeteros, y con tres o cuatro mil indios nuestros amigos, y fui por la costa de la laguna hasta una ciudad que se dice Iztapalapa, que está por el agua dos leguas de la gran ciudad de Temixtitan y seis de esta de Tesuico. La cual dicha ciudad será de hasta diez mil vecinos, y la mitad de ella, y aun las dos tercias partes, puestas en el agua; y el señor de ella, que era hermano de Mutezuma, a quien los indios después de su muerte habían alzado por señor, había sido el principal que nos había hecho la guerra y echado fuera de la ciudad. Y así por esto como porque habia sabido que estaban de muy mal propósito los de esta ciudad de Iztapalapa, determiné de ir a ellos. Y como fui sentido de la gente de ella bien dos leguas antes que llegase, luego parecieron en el campo algunos indios de guerra, y otros por la laguna en sus canoas. Y así, fuimos todas aquellas dos leguas revueltos peleando, así con los de la tierra como con los que salían del agua, hasta que llegamos a la dicha ciudad. Y antes, casi dos tercios de legua, abrían una calzada, como presa, que está entre la laguna dulce y la salada, según que por la figura de la ciudad de Temixtitan, que yo envié a vuestra majestad, se podrá haber visto. Y abierta la dicha calzada o presa, comenzó con mucho ímpetu a salir agua de la laguna salada Y correr hacia la dulce, aunque están las lagunas desviadas la una de la otra más de media legua, y no mirando en aquel engaño, con la codicia de la victoria que llevábamos, pasamos muy bien y seguimoS nuestro alcance hasta entrar dentro, revueltos con los enemigos, en la dicha ciudad.

Como estaban ya sobre el aviso, todas las casas de la tierra firme estaban despobladas, y toda la gente y despojo de ellas metidos en las casas de la laguna, y alli se recogieron los que iban huyendo, Y pelearon con nosotros muy reciamente; pero quiso Nuestro Señor dar tanto esfuerzo a los suyos, que les entramos hasta los meter por el agua, a las veces a los pechos, y otras nadando, y les tomamos muchas casas de las que estaban en el agua, y murieron de ellos más de seis mil ánimas, entre hombres, mujeres y niños, porque los indios nuestros amigos, vista la victoria que Dios nos daba, no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y a siniestro.

Y porque sobrevino la noche, recogí la gente y puse fuego a algunas de aquellas casas; y estándolas quemando, pareció que Nuestro Señor me inspiró y trajo a la memoria la calzada o presa que habla visto rota en el camino, y representóseme el gran daño que era; y a más andar, con mi gente junta, me torné a salir de la ciudad, ya noche bien obscura. Cuando llegué a aquella agua, que serían casi las nueve de la noche, había tanta y corría con tanto ímpetu, que la pasamos a volapié, y se ahogaron algunos indios de nuestros amigos, y se perdió todo el despojo que en la ciudad se había tomado. Y certifico a vuestra majestad que si aquella noche no pasáramos el agua o aguardáramos tres horas más, que ninguno de nosotros escapara, porque quedábamos cercados de agua, sin tener paso por parte ninguna. Y cuando amaneció, vimos cómo el agua de la una laguna estaba en el paso de la otra, y no corría más, y toda la laguna salada estaba llena de canoas con gente de guerra, creyendo de nos tomar allí. Aquel día me volví a Tesuico, peleando algunos ratos con los que salían de la mar, aunque poco daño les podíamos hacer, porque se acogían luego a las canoas; y llegando a la ciudad de Tesuico, hallé la gente que habia dejado muy segura y sin haber habido reencuentro alguno, y hUbieron mucho placer con nuestra venida y victoria. Y otro día que llegamos falleció un español que vino herido, y aun fue el primero que en campo de los indios me han muerto hasta ahora.

Otro día siguiente vinieron a esta ciudad ciertos mensajeros de la ciudad de Otumba y otras cuatro ciudades que están junto a ella, las cuales están a cuatro y a cinco y a seis leguas de Tesuico, y dijéronme que me rogaban les perdonase la culpa, si alguna tenian, por la guerra pasada que me se habla hecho; porque allí en Otumba fue donde se juntó todo el poder de México y Temixtitan cuando salíamos desbaratados de ella, creyendo que nos acabaran. Bien veían estos de Otumba que no se podían relevar de culpa, aunque se excusaban con decir que habían sido mandados y para me inclinar más a benevolencia, dijéronme que los señores de Temixtitan les habían enviado mensajeros a les decir que fuesen de su parcialidad y que no hiciesen ninguna amistad con nosotros, si no, que vendrian sobre ellos y los destruirían, y que ellos querían ser antes vasallos de vuestra majestad y hacer lo que yo les mandase. Y yo les dije que bien sabían ellos cuán culpantes eran en lo pasado, y que para que yo les perdonase y creyese lo que me decían, que me habían de traer atados primero aquellos mensajeros que decían y a todos los naturales de México y Temixtitan que estuviesen en su tierra, y que de otra manera yo no los había de perdonar, y que se volviesen a sus casas y las poblasen, e hiciesen obras por donde yo conociese que eran buenos vasallos de vuestra majestad. Y aunque pasamos otras razones, no pudieron sacar de mí otra cosa, y así, se volvieron a su tierra, certificándome que ellos harían siempre lo que yo quisiese. Y de ahí adelante siempre han sido y son leales y obedientes al servicio de vuestra majestad.

En la otra relación, muy venturoso y excelentísimo prrncipe, dije a vuestra majestad cómo al tiempo que me desbarataron y echaron de la ciudad de Temixtitan sacaba conmigo un hijo y dos hijas de Mutezuma, y al señor de Tesuico, que se decía Cacamacin, y a dos hermanos suyos, y a otros muchos señores que tenía presos, y cómo a todos los habían muerto los enemigos, aunque eran de su propia nación, y sus señores algunos de ellos, excepto a los dos hermanos del dicho Cacamacin, que por gran ventura se pudieron escapar. Y el uno de estos dos hermanos, que se decía Ipacsuchil, y en otra manera Cucascacin, al cual de antes, yo, en nombre de vuestra majestad y con parecer de Mutezuma, había hecho señor de esta ciudad de Tesuico y provincia de Aculuacan, al tiempo que yo llegué a la provincia de Tascaltecal, teniéndolo en son de preso, se soltó y se volvió a la dicha ciudad de Tesuico, y como ya en ella habían alzado por señor a otro hermano suyo, que se dice Guanacacin, de que arriba se ha hecho mención, dicen que hizo matar al dicho Cucascacin, su hermano, de esta manera: que como llegó a la dicha provincia de Tesuico, las guardas lo tomaron, y hiciéronlo saber a Guanacacin, su señor, el cual tambien lo hizo saber al señor de Temixtitan, el cual, como supo que el dicho Cucascacin era venido, creyó que no se pudiera haber soltado, y que debía de ir de nuestra parte para desde allá darnos algún aviso. Y luego envio a mandar al dicho Guanacacln que matasen al dicho Cucascacin, su hermano, el cual lo hizo así sin lo dilatar. El otro, que era hermano menor que ellos, se quedó conmigo, y como era muchacho, imprimió más en él nuestra conversación y tornóse cristiano, y pusímosle nombre don Fernando; y al tiempO que yo me partí de la provincia de Tascaltecal para éstas de México y Temixtitan, dejéle allí con ciertos españoles, y de lo que con él después sucedió, adelante haré relación a vuestra majestad.

El día siguiente que vine de Iztapalapa a esta ciudad de Tesuico acordé de enviar a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor de vuestra majestad, por capitán, con veinte de caballo y doscientos hombres de pie, entre ballesteros y escopeteros y rodeleros, para dos efectos muy necesarios: el uno, para que echasen fuera de esta provincia a ciertos mensajeros que yo enviaba a la ciudad de Tascaltecal, para saber en qué términos andaban los trece bergantines que allí se hacían, y proveer otras cosas necesarias, así para los de la Villa de la Vera Cruz como para los de mi compañía; y el otro, para asegurar aquella parte, para que pudiesen ir y venir los españoles seguros, porque por entonces ni nosotros podíamos salir de esta provincia de Aculuacan sin pasar por tierra de los enemigos, ni los españoles que estaban en la villa y en otras partes podían venir a nosotros sin mucho peligro de los contrarios. Y mandé al dicho alguacil mayor que, después de puestos los mensajeros en salvo, llegase a una provincia que se dice Calco, que confina con esta de Aculuacan, porque tenía certificación que los naturales de aquella provincia, aunque eran de la liga de los de Culúa, se querían dar por vasallos de vuestra majestad, y que no lo osaban hacer a causa de cierta guarnición de gente que los de Culúa tenían puesta cerca de ellos. Y el dicho capitán se partió, y con él iban todos los indios de Tascaltecal que nos habían traído nUestro fardaje, y otros que habían venido a ayudarnos y habían habido algún despojo en la guerra. Y como se adelantaron un poco adelante, el dicho capitán, creyendo que en venir en la rezaga los españoles, los enemigos no osarían salir a ellos, como los vieron los contrarios que estaban en los pueblos de la laguna y en la costa de ella, dieron en la rezaga de los de Tascaltecal, y quitárones el despojo, y aun mataron algunos de ellos. Y como el dicho capitán llegó con algunos de caballo y con los peones, dieron muy recientemente en ellos, y alancearon y mataron muchos, y los qUe quedaron, desbaratados, se acogieron a la laguna y a otras poblaciones que están cerca de ella. Y los indios de Tascaltecal se fueron a su tierra con lo que les quedó, y también los mensajeros que yo enviaba. Y puestos todos en salvo, el dicho Gonzalo de Sandoval siguió su camino para la dicha provincia de Calco, que era bien cerca de allí.

Y otro día de mañana juntóse mucha gente de los enemigos para los salir a recibir, y puestos los unos y los otros en el campo, los nuestros arremetieron contra los enemigos, y desbaratáronles dos escuadrones con los de caballo, en tal manera, que en poco rato les dejaron el campo, y fueron quemando y matando en ellos. Y hecho esto y desembarazado aquel camino, los de Calco salieron a recibir a los españoles, y los unos y los otros se holgaron mucho. Y los principales dijeron que me querían venir a ver y hablar; y así, se partieron y vinieron a dormir a Tesuico, y llegados, vinieron ante mí aquellos principales con dos hijos del señor de Calco, y diéronnos obra de trescientos pesos de oro en piezas, y dijéronme cómo su padre era fallecido, y que al tiempo de su muerte les había dicho que la mayor pena que llevaba era no verme primero que muriese, y que muchos días me había estado esperando. Y que les había mandado que, luego como yo a esta provincia viniese, me viniesen a ver y me tuviesen por su padre, y que como ellos habían sabido de mi venida a aquella ciudad de Tesuico, luego quisieran venir a verme, pero que por temor de los de Culúa no hablan osado. Y que tampoco entonces osaran venir si aquel capitán que yo había enviado no hubiera llegado a su tierra, y que cuando se hubiesen de volver a ella les había de dar otros tantos españoles para los volver en salvo. Y dijéronme que bien sabía yo que nunca en guerra ni fuera de ella hablan sido contra mi, y que también sabía cómo al tiempo que los de Culúa combatían la fortaleza y casa de Temixtitan, y los españoles que yo en ella había dejado cuando me fui a ver a Cempoal con Narváez, que estaban en su tierra dos españoles en guarda de cierto maíz que yo les había mandado recoger en su tierra, y los habían sacado hasta la provincia de Guaxocingo, porque sabían que los de allí eran nuestros amigos, porque los de Culúa no los matasen, como hacían a todos los que hallaban fuera de la dicha casa de Temixtitan. Y todo esto y otras cosas me dijeron llorando, y yo les agradecí mucho su voluntad y buenas obras, y les prometí que haría siempre todo lo que ellos quisiesen y que serían muy bien tratados. y hasta ahora siempre nos han mostrado muy buena voluntad Y están muy obedientes a todo lo que de parte de vuestra majestad se les manda.

Estos hijos del señor de Calco, y los que vinieron con ellos, estuvieron allí un día conmigo, y dijéronme que, porque se querían volver a su tierra, que me rogaban que les diese gente que los pusiese en salvo, y Gonzalo de Sandoval, con cierta gente de caballo y de pie, se fue con ellos; al cual dije que después de los haber puesto en su tierra se llegase a la provincia de Tascaltecal, y que trajese consigo a ciertos españoles que allí estaban, y aquel don Fernando, hermano de Cacamacin, de que arriba he hecho mención. Y después de cuatro o cinco días el dicho alguacil mayor volvió con los españoles y trajo al dicho don Fernando conmigo.

Y después de pocos días supe cómo por ser hermano de los señores de esta ciudad le pertenecía a él el señorío, aunque había otros hermanos, y así por esto, como porque estaba esta provincia sin señor, a causa que Guanacucin, señor de ella, su hermano, la había dejado e ídose a la ciudad de Temixtitan, y así por estas causas, como porque era muy amigo de los cristianos, yo, en nombre de vuestra majestad, hice que lo recibiesen por señor. Y los naturales de esta ciudad, aunque por entonces había pocos en ella, lo hicieron así, y de ahí adelante le obedecieron, y comenzaron a venirse a la dicha ciudad y provincia de Aculuacan muchos de los que estaban ausentes y huidos, y obedecían y servían al dicho don Fernando. Y de ahí adelante se comenzó a reformar y poblar muy bien la dicha ciudad.

Después, a dos días que esto se hizo, vinieron a mí los dichos señores de Coatinchan y Guaxuta, y dijéronme, que supiese de cierto cómo todo el poder de Culúa venía sobre mí y sobre los españoles, y que toda la tierra estaba llena de los enemigos, y que viese si traerían a sus mujeres e hijos adonde yo estaba, o si los llevarían a la sierra, porque tenían muy gran temor. Y yo les animé, y dije que no hubiesen ningún miedo y que se estuviesen en sus casas y no hiciesen mudanza; y que no holgaba de cosa más que de verme con los de Culúa en campo, y que estuviesen apercibidos y pusiesen sus velas y escuchas por toda la tierra, y en viendo o sabiendo que venían los contrarios, me lo hiciesen saber. Y así, se fueron, llevando muy a cargo lo que les había mandado.

Y yo aquella noche apercibí toda la gente, y puse muchas velas y escuchas en todas las partes que era necesario, y en toda la noche nunca dormimos ni entendimos sino en esto. Así estuvimos esperando toda esta noche y día siguiente, creyendo lo que nos habían dicho los de Guaxuta y Coatinchan, y otro día supe cómo por la costa de la laguna andaban algunos indios de los enemigos haciendo saltos y esperando tomar algunos de los indios de Tascaltecal que iban y venían por cosas para el servicio del real; y supe cómo se habían confederado con dos pueblos sujetos a Tesuico, que estaban allí junto al agua, para desde allí hacer todo el daño que pudiesen. Hacían para se fortalecer en ellos albarradas y acequias y otras cosas para su defensa; y como supe esto, otro día tomé doce de caballo y doscientos peones y dos tiros pequeños de campo, y fui allí adonde andaban los contrarios, que sería legua y media de la ciudad. Y en saliendo de ella topé con ciertos espías de los enemigos y con otros que estaban en salto, y rompimos por ellos, y alcanzamos y matamos algunos de ellos, y los que quedaron se echaron al agua, y quemamos parte de aquellos pueblos. Y así nos volvimos al aposento con mucho placer y victoria.

Y otro día tres principales de aquellos pueblos vinieron a pedirme perdón por lo pasado, y rogáronme que no los destruyese más, y que ellos me prometían de no recibir más en sus pueblos a ninguno de los de Temixtitan. Y porque éstas no eran personas de mucho caso, y eran vasallos de don Fernando, yo les perdoné en nombre de vuestra majestad. Y luego otro día ciertos indios de esta población vinieron a mí medio descalabrados y maltratados, y dijéronme cómo los de México y Temixtitan habían vuelto a su pueblo, y cómo en ellos no hallaron el recibimiento que solían. Los habían maltratado y llevado presos algunos de ellos, y que si no se defendieran, los llevaran a todos; que me rogaban que estuviese sobre aviso, por manera que cuando los de Temixtitan volviesen, yo lo pudiese saber a tiempo que les pudiese ir a socorrer; y así se partieron para su pueblo.

La gente que había dejado en la provincia de Tascaltecal haciendo los bergantines, tenían nuevas de cómo al puerto de la Villa de la Vera Cruz había llegado una nao, en que venían, sin los marineros, treinta o cuarenta españoles y ocho caballos, y algunaS ballestas y escopetas y pólvora, y como no habían sabido cómo nos iba en la guerra, ni había seguridad para pasar a nosotros, tenían mucha pena, y estaban allí detenidos algunos españoles que no osaban venir, aunque deseaban traerme tan buena nueva. Y como sintió un criado mío, que había dejado allí, que algunos se querían atrever a venir donde yo estaba, mandó a pregonar, so graves penas, que nadie saliese de allí hasta que yo lo enviase a mandar; y un mozo mío, como vio que con cosa del mundo no habría más placer que con saber la venida de la nao y del socorro que traía aunque la tierra no estaba segura, de noche se salió y vino a Tesuico; de que nos espantamos mucho haber llegado vivo, y hubimos mucho placer con las nuevas, porque teníamos extrema necesidad de socorro.

Este mismo día, muy católico señor, llegaron allí a Tesuico ciertos hombres de bien, mensajeros de los de Calco, y dijéronme cómo a causa de haberse venido a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, todos los de México y Temixtitan venían sobre ellos para los destruir y matar, y que para ello habían convocado y apercibido a todos los cercanos a su tierra, y que me rogaban que los socorriese y ayudase en tan gran necesidad, porque pensaban verse en grandísimo estrecho si así no lo hacía. Y certifico a vuestra majestad que, como en la otra relación escribí, allende de nuestro trabajo y necesidad, la mayor fatiga que tenía era no poder ayudar y socorrer a los indios nuestros amigos, que por ser vasallos de vuestra majestad eran molestados y trabajados de los de Culúa; aunque en esto yo y los de mi compañía poníamos toda nuestra posibilidad, porque nos parecía que en ninguna cosa podíamos más servir a vuestra cesárea majestad que en favorecer y ayudar a sus vasallos.

Por la coyuntura en que éstos de Chalco me tomaron, no pude hacer con ellos lo que yo deseaba; pero díjeles que, porque yo a la sazón quería enviar por los bergantines, y para ello tenía apercibidos a todos los de la provincia de Tascaltecal, de donde se habían de traer en piezas, y tenía necesidad de enviar para ello gente de caballo y de pie, que ya sabían que los naturales de las provincias de Guajocingo y de Chururtecal y Guacachula eran vasallos de vuestra majestad y amigos nuestros; que fuesen a ellos, y de mi parte les rogasen, pues vivían muy cerca de su tierra, que los viniesen a ayudar y socorrer, y enviasen allí gente de guarnición con que pudiesen estar seguros en tanto que yo los socorría, porque otro remedio al presente yo no les podía dar. Y aunque ellos no quedaron tan satisfechos como si les diera algunos españoles, agradeciéronmelo, y rogáronme que, por que fuesen creídos, les diese una carta mía, y también para que con más seguridad se lo osasen rogar; porque entre éstos de Chalco y los de dos provincias de aquéllas, como eran de diversas parcialidades, habían siempre diferencias. Y estando así dando orden en esto, llegaron acaso ciertos mensajeros de las dichas provincias de Guajocingo y Guacachula, y estando presentes los de Chalco, dijeron cómo los señores de aquellas provincias no habían visto ni sabido de mí después que había partido de la provincia de Tascaltecal. Como quíera que ellos siempre tenían puesto sus velas por las sierras y cerros que confinan con su tierra y sojuzgan las de México y Temixtitan, para que viendo muchas ahumadas, que son las señales de la guerra, me viniesen a ayudar y favorecer con sus vasallos y gente; y porque de poco acá habían visto más ahumadas que nunca, venían a saber cómo estaba, y si tenía necesidad, para luego proveer de gente de guerra.

Yo se lo agradecl mucho, y les dije que, bendito Nuestro Señor, los españoles y yo estábamos buenos y siempre habíamos habido victoria contra los enemigos; y que demás de holgar mucho con su voluntad y presencia, que holgaba más por los confederar y hacer amigos con los de Chalco, que estaban presentes, y que asi, les rogaba, pues los unos y los otros eran vasallos de vuestra majestad, que fuesen buenos amigos y se ayudasen y socorriesen contra los de Culúa, que eran malos y perversos, especialmente ahora que los de Chalco tenían necesidad de socorro porque los de Culúa querían venir sobre ellos. Y así, quedaron muy amigos y confederados. Y después de haber estado dos días allí conmigo, los unos y los otros se fueron muy alegres y contentos, y se ayudaron y socorrieron los unos a los otros.

Después de tres dias, porque ya sabíamos que los trece bergantines estaban acabados de labrar y la gente que los había de traer apercibida, envié a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con quince de caballo y doscientos peones para los traer, al cual mandé que destruyese y asolase un pueblo grande, sujeto a esta ciudad de Tesuico, que linda con los términos de la provincia de Tascaltecal, porque los naturales de él me hablan muerto cinco de caballo y cuarenta y cinco peones que venian de la Villa de la Vera Cruz a la ciudad de Temixtitan, cuando yo estaba cercado en ella, no creyendo que tan gran traición se nos habla de hacer. Y como al tiempo que esta vez entramos en Tesuico hallamos en los adoratorios o mezquitas de la ciudad los cueros de los cinco caballos con sus pies y manos y herraduras cosidos, y tan bien adobados como en todo el mundo lo pudieran hacer, y en señal de victoria, ellos y mucha ropa y cosas de los españoles ofrecido a sus ídolos, y hallamos la sangre de nuestros compañeros y hermanos derramada y sacrificada por todas aquellas torres y mezquitas, fue cosa de tanta lástima, que nos renovó todas nuestras tribulaciones pasadas.

Y los traidores de aquel pueblo y de otros a él comarcanos, al tiempo que aquellos cristianos por allí pasaron, hiciéronles buen recibimiento, para los asegurar y hacer en ellos la mayor crueldad que nunca se hizo, porque abajando por una cuesta y mal paso, todos a pie, trayendo los caballos de diestro, de manera que no se podían aprovechar de ellos, puestos los enemigos en celada de una parte y de la otra del mal paso, los tomaron en medio, y de ellos mataron, y de ellos tomaron la vida para traer a Tesuico a sacrificar y sacarles los corazones delante de sus ídolos. Y esto parece que fue así, porque cuando el dicho alguacil mayor por alli pasó, ciertos españoles que iban con él, en una casa de un pueblo que está entre Tesuico y aquel donde mataron y prendieron los cristianos, hallaron en una pared blanca escritas con carbón estas palabras: Aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Yuste, que era un hidalgo de los cinco de caballo; que sin duda fue cosa para quebrar el corazón a los que lo vieron. Y llegado el dicho alguacil mayor a este pueblo, como los naturales de él conocieron su gran yerro y culpa, comenzaron a ponerse en huida, y los de caballo y los peones españoles e indios nuestros amigos siguieron el alcance. y mataron muchos, y prendieron y cautivaron muchas mujeres y niños, que se dieron por esclavos; aunque, movido a compasión, no quiso Sandoval matar ni destruir cuanto pudiera, y aun antes que de allí partiese hizo recoger la gente que quedaba y que se viniesen a su pueblo. Y así, está hoy muy poblado y arrepentido de lo pasado.

El dicho alguacil mayor pasó adelante cinco o seis leguas a una población de Tascaltecal, que es la más junta a los términos de Culúa, y allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. Y otro día que llegó, partieron de allí con la tablazón y ligazón de ellos, la cual traían con mucho concierto más de ocho mil hombres, que era cosa maravillosa de ver, y así me parece que es de oír, llevar trece fustas diez y ocho leguas por tierra; que certifico a vuestra majestad que desde la avanguardia a la retroguardia había bien dos leguas de distancia. Y como comenzaron su camino llevando en la delantera ocho de caballo y cien españoles, y en ella y en los lados por capitanes, de más de diez mil hombres de guerra, a Yutecad y Teutipil, que son dos señores de los principales de Tascaltecal; y en la rezaga venían otros ciento y tantos españoles con otros ocho de caballo, y en ella venía por capitán, con otros diez mil hombres de guerra muy bien aderezados, Chichimecatecle, que es de los principales señores de aquella provincia, con otros capitanes que traía consigo. El cual, al tiempo que partieron de ella, llevaba la delantera con la tablazón, y la rezaga traían los otros dos capitanes con la ligazón; y como entraron en tierra de Culúa, los maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la ligazón de ellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más embarazo si alguno les acaeciese; lo cual, si fuera, había de ser en la delantera. Y Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre hasta allí con la gente de guerra había traído la delantera, tomólo por afrenta, y fue cosa recia acabar con él que se quedase en la retroguardia, porque él quería llevar el peligro que se pudiese recibir; y como ya lo concedió, tampoco quería que en la rezaga se quedasen en guarda ningunos españoles, porque es hombre de mucho esfuerzo y quería él ganar aquella honra.

Y llevaban estos capitanes dos mil indios cargados con su vitualla. Y asi, con esta orden y concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres días, y al cuarto entraron en esta ciudad con mucho placer y estruendo de atabales, y yo los salí a recibir. Y como arriba digo, extendíase tanto la gente, que desde que los primeros comenzaron a entrar hasta que los postreros hubieron acabado, se pasaron más de seis horas sin quebrar el hilo de la gente. Y después de llegados y agradecido a aquellos señores las buenas obras que nos hacían, hicelos aposentar y proveer lo mejor que se pudo; y ellos me dijeron que traían deseos de se ver con los de Culúa, y que viese lo que mandaba, que ellos y aquella gente venían con deseos y voluntad de se vengar o morir con nosotros, y yo les di las gracias, y les dije que reposasen y que presto les darla las manos llenas.

Después que toda esta gente de guerra de Tascaltecal hubo reposado en Tesuico tres o cuatro días, que cierto era para la manera de acá muy lucida gente, hice apercibir veinte y cinco de caballo, y trescientos peones, y cincuenta ballesteros y escopeteros, y seis tiros pequeños de campo, y sin decir a persona alguna dónde íbamos, salí de esta ciudad a las nueve del día. Y conmigo salieron los capitanes ya dichos, con más de treinta mil hombres, por sus escuadrones muy bien ordenados, según la manera de ellos. Y a cuatro leguas de esta ciudad, ya que era tarde, encontramos un escuadrón de gente de guerra de los enemigos, y los de caballo rompimos por ellos y desbaratámoslos. Y los de Tascaltecal, como son muy ligeros, siguiéronnos, y matamos muchos de los contrarios, y aquella noche dormimos en el campo muy sobre aviso. Y otro día de mañana seguimos nuestro camino, y yo no había dicho aún adónde era mi intención de ir, lo cual hacía porque me recelaba de algunos de los de Tesuico que iban con nosotros, que no diesen aviso de lo que yo quería hacer a los de México y Temixtitan, porque aun no tenía ninguna seguridad de ellos.

Y llegamos a una población que se dice Xaltoca, que está asentada en medio de la laguna, y alrededor de ella hallamos muchas y grandes acequias llenas de agua y hacían la dicha población muy fuerte, porque los de caballo no podían entrar a ella, y los contrarios daban muchas gritas, tirándonos muchas varas y flechas; y los peones, aunque con trabajo, entráronlos dentro, y echáronlos fuera, y quemaron mucha parte del pueblo. Y aquella noche nos fuimos a dormir una legua de allí, y en amaneciendo tomamos nuestro camino, y en él hallamos los enemigos, y de lejos comenzaron a gritar, como lo suelen hacer en la guerra, que cierto es cosa espantosa oírlos, y nosotros comenzamos a seguirlos. Y siguiéndolos, llegamos a una grande y hermosa ciudad que se dice Goatitan, y hallámosla despoblada, y aquella noche nos aposentamos en ella.

Otro día siguiente pasamos adelante, y llegamos a otra ciudad que se dice Tenainca, en la cual no hallamos resistencia alguna, y sin nos detener pasamos a otra que se dice Acapuzalco, que todas están alrededor de la laguna, y tampoco nos detuvimos en ella, porque deseaba mucho llegar a otra ciudad que estaba allí cerca, que se dice Tacuba, que está muy cerca de Temixtitan. Y ya que estábamos junto a ella, hallamos también alrededor muchas acequias de agua y los enemigos muy a punto; y como los vimos, nosotros y nuestros amigos arremetimos a ellos, y entrámosles la ciudad, y matando en ellos, los echamos fuera de ella. Y como era ya tarde, aquella noche no hicimos más de nos aposentar en una casa, que era tan grande, que cupimos todos bien a placer en ella; y en amaneciendo, los indios nuestros amigos comenzaron a saquear y quemar toda la ciudad, salvo el aposento donde estábamos, y pusieron tanta diligencia, que aun de él se quemó un cuarto. Y esto se hizo porque cuando salimos la otra vez desbaratados de Temixtitan, pasando por esta ciudad, los naturales de ella, juntamente con los de Temixtitan, nos hicieron muy cruel guerra y nos mataron muchos españoles.

Índice de Cartas de relación de Hernán CortésCuarta parte de la Segunda Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 30 de octubre de 1520Segunda parte de la Tercera Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 15 de mayo de 1522Biblioteca Virtual Antorcha