CARTAS DE RELACIÓN
TERCERA CARTA-RELACIÓN
DE HERNAN CORTÉS AL EMPERADOR CARLOS V
COYOACÁN, 15 DE MAYO DE 1522
Enviada por Fernando Cortés, capitán y justicia mayor del Yucatán, llamado la Nueva España del mar océano, al muy alto y potentísimo césar e invictísimo señor don Carlos, emperador semper augusto y rey de España, nuestro señor. De las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitan, y de las otras provincias a ellas sujetas, que se rebelaron. En la cual ciudad y dichas provincias el dicho capitán y españoles consiguieron grandes y señaladas victorias dignas de perpetua memoria. Asimismo hace relación cómo han descubierto el mar del Sur y otras muchas y grandes provincias muy ricas de minas de oro y perlas y piedras preciosas, y aun tiene noticia que hay especería.
(Segunda parte)
En seis días que estuvimos en esta ciudad de Tacuba ninguno hubo en que no tuviésemos muchos reencuentros y escaramuzas con los enemigos. Y los capitanes de la gente de Tascaltecal y los suyos hacían muchos desafíos con los de Temixtitan, y peleaban los unos con los otros muy hermosamente, y pasaban entre ellos muchas razones, amenazándose los unos con los otros, y diciéndose muchas injurias, que sin duda era cosa para ver, y en todo este tiempo siempre morían muchos de los enemigos, sin peligrar ninguno de los nuestros, porque muchas veces les entrábamos por las calzadas y puentes de la ciudad, aunque como tenían tantas defensas, nos resistían fuertemente. Y muchas veces fingían que nos daban lugar para que entrásemos dentro, diciéndonos: entrad, entrad a holgaros; y otras veces nos decían: ¿pensáis que hay ahora otro Mutezuma, para que haga todo lo que vosotros quisiéredes?
Y estando en estas pláticas yo me llegué una vez cerca de una puente que tenían quitada, y estando ellos de la otra parte, hice señal a los nuestros que estuviesen quedos; y ellos también, como vieron que yo les quería hablar, hicieron callar a su gente, y díjeles que por qué eran locos y querían ser destruidos, y si había allí entre ellos algún señor principal de los de la ciudad, que se llegase allí, porque le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda aquella multitud de gente de guerra que por allí veía, que todos eran señores; por tanto, que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna, comenzáronme a deshonrar. Y no sé quién de los nuestros díjoles que se morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar de comer, y respondieron que ellos no tenían necesidad, y cuando la tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. Y uno de ellos tomó unas tortas de pan de maíz y arrojólas hacia nosotros diciendo: tomad y comed, si tenéis hambre, que nosotros ninguna tenemos. Y comenzaron luego a gritar y pelear con nosotros.
Y como mi venida a esta ciudad de Tacuba había sido principalmente para hacer plática con los de Temixtitan y saber qué voluntad tenían, y mi estada allí no aprovechaba ninguna cosa, a cabo de los seis días acordé de me volver a Tesuico para dar prisa en ligar y acabar los bergantines, para por la tierra y por la agua ponerles cerco. Y el día que partimos, venimos a dormir a la ciudad de Goatitan, de que arriba se ha hecho mención, y los enemigos no hacían sino seguirnos; y los de caballo, de cuando en cuando revolvíamos sobre ellos, y así, nos quedaban algunos entre las manos. Y otro día comenzamos a caminar, y como los contrarios veían que nos veníamos, creían que de temor lo hacíamos, y juntóse gran número de ellos, y comenzáronnos de seguir. y como yo vi esto, mandé a la gente de pie que se fuesen adelante y que no se detuviesen, y que en la rezaga de ellos fuesen cinco de caballo, y yo me quedé con veinte, y mandé a seis de caballo que se pusiesen en una cierta parte en celada, y otros seis en otra, y otros cinco en otra, y yo con otros tres en otra; y que como los enemigos pasasen, pensando que todos íbamos juntos adelante, en oyéndome el apellido del Señor Santiago saliesen y les diesen por las espaldas.
Y como fue tiempo salimos, y comenzamos a lancear en ellos, y duró el alcance cerca de dos leguas, todas llanas como la palma, que fue muy hermosa cosa; y así murieron muchos de ellos a nuestras manos y de los indios nuestros amigos, y se quedaron, y nunca más nos siguieron, y nosotros nos volvimos y alcanzamos a la gente. Aquella noche dormimos en una gentil población, que se dice Aculman, que está dos leguas de la ciudad de Tesuico para donde otro dia nos partimos, y a mediodía entramos en ella y fuimos muy bien recibidos del alguacil mayor, que yo había dejado por capitán, y de toda la gente, y holgaron mucho con nuestra venida, porque desde el día que de allí habiamos partido, nunca habian sabido de nosotros y de lo que nos había sucedido, y estaban con muy grandisimo deseo de lo saber. Y otro día que hubimos llegado, los señores y capitanes de la gente de Tascaltecal me pidieron licencia, y se partieron para su tierra muy contentos y con algún despojo de los enemigos.
Dos días después de entrados a esta ciudad de Tesuico, llegaron a mí ciertos indios mensajeros de los señores de Calco, y dijéronme cómo les habían mandado que me hiciesen saber de su parte que los de México y Temixtitan iban sobre ellos a los destruir, y que me rogaban les enviase socorro, como otras veces me lo habían pedido. Y yo proveí luego de enviar con Gonzalo de Sandoval veinte de caballo y trescientos peones, al cual encargué mucho que se diese prisa, y llegado, trabajase de dar todo el favor y ayuda que fuese posible a aquellos vasallos de vuestra majestad y nuestros amigos. Y llegado a Calco, halló mucha gente junta, asi de aquella provincia como de las de Guajocinco y Guacachula, que estaban esperando. Y dado orden en lo que se había de hacer, partiéronse y tomaron su camino para una población que se dice Guastepeque, donde estaba la gente de Culúa en guarnición, y de donde hacían daño a los de Calco. Y a un pueblo que estaba en el camino salió mucha gente de los contrarios, y como nuestros amigos eran muchos y tenían en ventaja a los españoles y a los de caballo, todos juntos rompieron por ellos y desampararon el campo; y matando en ellos, siguieron a los enemigos, y en aquel pueblo que está antes de Guastepeque reposaron aquella noche, y otro día se partieron. Y ya que llegaban junto a la dicha población de Guastepeque, los de Culúa comenzaron de pelear con los españoles, pero en poco rato los desbarataron, y matando en ellos los echaron fuera del pueblo, y los de caballo se apearon para dar de comer a sus caballos y aposentarse. Y estando así descuidados de lo que sucedió, llegan los enemigos hasta la plaza del aposento, apellidando y gritando muy fieramente, echando muchas piedras y varas y flechas, y los españoles dieron alarma; y ellos y nuestros amigos, dándose mucha prisa, salieron a ellos y echáronlos fuera otra vez, y siguieron el alcance más de una legua, y mataron muchos de los contrarios, y volviéronse aquella noche bien cansados a Guastepeque, adonde estuvieron reposando dos días.
En este tiempo el alguacil mayor supo cómo en un pueblo más adelante, que se dice Acapichtla, había mucha gente de guerra de los enemigos, y determinó de ir allá a ver si se darían de paz y a les requerir con ella, y este pueblo era muy fuerte y puesto en una altura, y donde no pudiesen ser ofendidos de los de caballo. Y como llegaron los españoles, los del pueblo, sin esperar a cosa alguna, comenzaron a pelear con ellos, y desde lo alto echar muchas piedras. Y aunque iba mucha gente de nuestros amigos con el dicho alguacil mayor, viendo la fortaleza de la villa, no osaban acometer ni llegar a los contrarios. Como esto vio el dicho alguacil mayor y los españoles, determinaron de morir o subirles por fuerza a lo alto del pueblo, y con el apellido de Señor Santiago comenzaron a subir; y plugo a Nuestro Señor darles tanto esfuerzo, que aunque era mucha la ofensa y resistencia que se les hacía, les entraron, aunque hubo muchos heridos. Y como los indios nuestros amigos los siguieron y los enemigos se vieron de vencida, fue tanta la matanza de ellos a manos de los nuestros, y de ellos despeñados de lo alto, que todos los que allí se hallaron afirman que un río que cercaba casi aquel pueblo por más de una hora fue teñido en sangre, y les estorbó de beber por entonces, porque como hacía mucha calor tenían necesidad de ello. Y dado conclusión a esto, dejando al fin estas dos poblaciones de paz, aunque bien castigadas, por haberla al principio negado, el dicho alguacil mayor se volvió con toda la gente a Tesuico; y crea vuestra católica majestad que ésta fue una bien señalada victoria, y donde los españoles mostraron bien singularmente su esfuerzo.
Como los de México y Temixtitan supieron que los españoles y los de Calco habían hecho tanto daño en su gente, acordaron de enviar sobre ellos ciertos capitanes con mucha gente. Y como los de Calco tuvieron aviso de esto, enviaron a rogarme a mucha prisa que les enviase socorro, y yo torné luego a despachar al dicho alguacil mayor con cierta gente de pie y de caballo; pero cuando llegó, ya los de Culúa y los de Calco se habían visto en el campo, y habían peleado los unos y los otros muy reciamente. Y plugo a Dios que los de Calco fueron vencedores, y mataron muchos de los contrarios, y prendieron bien cuarenta personas de ellos, entre los cuales había un capitán de los de México y otros dos principales, los cuales todos entregaron los de Calco al dicho alguacil mayor para que me los trajese, el cual me envió de ellos, y de ellos dejó consigo, porque por seguridad de los de Calco estuvo con toda la gente en un pueblo suyo que es frontera de los de México. Y después pareció que no había necesidad de su estada, se volvió a Tesuico, y trajo consigo a los otros prisioneros que le habían quedado. En este medio tiempo hubimos otros muchos rebatos y reencuentros con los naturales de Culúa, y por evitar prolijidad los dejo de especificar.
Como ya el camino para la Villa de la Vera Cruz desde esta ciudad de Tesuico estaba seguro, y podían ir y venir por él, los de la villa tenían cada dla nuevas de nosotros, y nosotros de ellos, lo cual antes cesaba. Y con un mensajero enviáronme ciertas ballestas y escopetas y pólvora, con que hubimos grandísimo placer. Y desde a dos días me enviaron otro mensajero, con el cual me hicieron saber que al puerto habían llegado tres navlos, y que traían mucha gente y caballos, y que luego los despacharían para acá. Y según la necesidad que teníamos, milagrosamente nos envió Dios este socorro.
Yo buscaba siempre, muy poderoso Señor, todas las maneras y formas que podía para atraer a nuestra amistad a estos de Temixtitan: lo uno, porque no diesen causa a que fuesen destruidos; y lo otro, por descansar de los trabajos de todas las guerras pasadas, y principalmente porque de ello sabía que redundaba en servicio a vuestra majestad. Y dondequiera que podía haber alguno de la ciudad, se lo tornaba a enviar, para los amonestar y requerir que se diesen de paz. Y el Miércoles Santo, que fueron 27 de marzo del año de 521, hice traer ante mí a aquellos principales de Temixtitan que los de Calco habían prendido, y díjeles si querían algunos de ellos ir a la ciudad y hablar de mi parte a los señores de ella, y rogarles que no curasen de tener más guerra conmigo, y que se diesen por vasallos de vuestra majestad, como antes lo habían hecho, porque yo no los quería destruir, sino ser su amigo. y aunque se les hizo de mal, porque tenían temor que yéndoles con aquel mensaje los matarían, dos de aquellos prisioneros se determinaron de ir, y pidiéronme una carta; y aunque ellos no habían de entender lo que en ella iba, sabían que entre nosotros se acostumbraba, y que llevándola ellos los de la ciudad les darían crédito. Pero con las lenguas yo les di a entender lo que en la carta decía, que era lo que yo a ellos les había dicho. Y así se partieron, y yo mandé a cinco de caballo que saliesen con ellos hasta ponerlos en salvo.
El Sábado Santo los de Calco y otros sus aliados y amigos me enviaron a decir que los de México venían sobre ellos, y mostráronme en un paño blanco grande la figura de todos los pueblos que contra ellos venían, y los caminos que traían; que me rogaban que en todo caso les enviase socorro, y yo les dije que dende a cuatro o cinco días se lo enviaría, y que si entre tanto se veían en necesidad, que me lo hiciesen saber y que yo los socorrería. Y el tercer día de Pascua de Resurrección volviéronme a decir que me rogaban que brevemente fuese el socorro, porque a más andar se acercaban los enemigos. Yo les dije que yo quería ir a les socorrer, y mandé a pregonar que para el viernes siguiente estuviesen apercibidos veinte y cinco de caballo y trescientos hombres de pie.
El jueves antes vinieron a Tesuico ciertos mensajeros de las provincias de Tazapan y Mascalcingo y Nautan, y de otras ciudades que están en su comarca, y dijéronme que se venían a dar por vasallos de vuestra majestad y a ser nuestros amigos, porque ellos nunca habían muerto ningún español ni se habían alzado contra el servicio de vuestra majestad, y trajeron cierta ropa de algodón; yo se los agradecí, y les prometí que si fuesen buenos se les haría buen tratamiento; y así, se volvieron contentos.
El viernes siguiente, que fueron 5 de abril del dicho año de 521, salí de esta ciudad de Tesuico con los treinta de caballo y los trescientos peones que estaban apercibidos, y dejé en ella otros veinte de caballo y otros trescientos peones, y por capitán a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor. Y salieron conmigo más de veinte mil hombres de los de Tesuico, y en nuestra ordenanza fuimos a dormir a una población de Calco que se dice Talmanalco, donde fuimos bien recibidos y aposentados. Y allí porque está una buena fuerza, después que los de Calco fueron nuestros amigos, siempre tenían gente de guarnición, porque es frontera de los de Culúa. y otro dia llegamos a Calco a las nueve del día, que no nos detuvimOS más de hablar a los señores de allí, y decirles mi intención, que era dar una vuelta en torno de las lagunas, porque creía que acabada esta jornada, que importaba mucho, hallaría hechos los trece bergantines y aparejados para los echar al agua.
Y como hube hablado a los de Calco, partímonos aquel día a vísperas, y llegamos a una población suya, donde se juntaron con nosotros más de cuarenta mil hombres de guerra, nuestros amigos, y aquella noche dormimos allí. Y porque los naturales de la dicha población me dijeron que los de Culúa me estaban esperando en el campo, mandé que al cuarto del alba toda la gente estuviese en pie y apercibida; y otro día, en oyendo misa, comenzamos a caminar, y yo tomé la delantera con veinte de caballo, y en la rezaga quedaron diez, y así pasamos por entre unas sierras muy agras. Y a las dos después de mediodía llegamos a un peñol muy alto y agro, y encima de él estaba mucha gente de mujeres y niños, y todas las laderas llenas de gente de guerra; y comenzaron luego a dar muy grandes alaridos, haciendo muchas ahumadas, tirándonos con hondas y sin ellas muchas piedras y flechas y varas, por manera que en llegándonos cerca recibíamos mucho daño. Y aunque habíamos visto que en el campo no nos habían osado esperar, parecíame, aunque era otro nuestro camino, que era poquedad pasar adelante sin hacerles algún mal sabor; y porque no creyesen nuestros amigos que de cobardia lo dejábamos de hacer, comencé a dar una vista en torno del peñol, que había casi una legua. Y cierto era tan fuerte, que parecía locura queremos poner en ganárselo, y aunque les pudiera poner cerco y hacerles darse de pura necesidad, yo no me podía detener.
Y así, estando en esta confusión, determiné de le subir el risco por tres partes, que yo había visto, y mandé a Cristóbal Corral, alférez de sesenta hombres de pie, que yo traía siempre en mi compañía, que con su bandera acometiese y subiese por la parte más agra, y que ciertos escopeteros y ballesteros le siguiesen. Y Juan Rodríguez de Villafuerte y a Francisco Verdugo, capitanes, qUe con su gente y con ciertos ballesteros y escopeteros subiesen por la otra parte. Y a Pedro Dircio y Andrés de Monjaraz, capitanes, acometiesen por la otra parte con otros pocos ballesteros y escopeteros, y que en oyendo soltar una escopeta, todos determinasen subir y haber la victoria o morir. Y luego, en soltando la escopeta, comenzaron a subir y ganaron a los contrarios dos vueltas del peñol, que no pudieron subir más, porque con pies y manos no se podían tener, porque era sin comparación la aspereza y agrura de aquel cerro. Y echaban tantas piedras de lo alto con las manos y rodando, que aun los pedazos que se quebraban y sembraban hacian infinito daño. Y fue tan recia la ofensa de los enemigos, que nos mataron dos españoles e hirieron más de veinte; y, en fin, en ninguna manera pudieron pasar de allí. Y yo, viendo que era imposible poder hacer más de lo hecho, y que se juntaban muchos de los contrarios en socorro de los del peñol, que todo el campo estaba lleno de ellos, mandé a los capitanes que se volviesen, y abajados los de caballo, arremetimos a los que estaban en lo liana, y echámoslos de todo el campo, alanceando y matando en ellos, y duró el alcance más de hora y media. Y como era mucha la gente, los de caballo derramáronse a una parte y a otra, y después de recogidos, de algunos de ellos fui informado cómo habían llegado obra de una legua de allí y habían visto otro peñol con mucha gente, pero que no era tan fuerte, y que por lo llano cerca de él había mucha población, y que no faltarían dos cosas que en este otro nos habían faltado: la una era agua, que no la había acá, y la otra, que por no ser tan fuerte el cerro no habría tanta resistencia y se podía sin peligro tomar la gente. Y aunque con harta tristeza de no haber alcanzado victoria, partímonos de allí, y fuimos aquella noche a dormir cerca del otro peñol, adonde pasamos harto trabajo y necesidad, porque tampoco hallamos agua, ni en todo aquel día la habíamos bebido nosotros ni los caballos. Y así, nos estuvimos aquella noche oyendo hacer a los enemigos mucho estruendo de atabales y bocinas y gritas.
Y en siendo de día claro, ciertos capitanes y yo comenzamos a mirar el risco, el cual nos parecía casi tan fuerte como el otro; pero tenía dos padrastros más altos que no él y no tan agros de subir, y en éstos estaba mucha gente de guerra para los defender. Y aquellos capitanes y yo, y otros hidalgos que allí estaban, tomamos nuestras rodelas y fuimos a pie hacia allá, porque los caballos los habían llevado a beber una legua de allí, no para más de ver la fuerza del peñol y por dónde se podría combatir; y la gente, como nos vieron ir, aunque no los habíamos dicho cosa alguna, siguiéronnos. Y como llegamos al pie del peñol, los que estaban en los padrastros de él creyeron que yo quería acometer por el medio, y desamparáronlos por socorrer a los suyos. Y como yo vi el desconcierto que habían hecho, y que tomados aquellos dos padrastroS se les podía hacer de ellos mucho daño, sin hacer mucho bullicio mandé a un capitán que de presto subiese con su gente y tomase él un padrastro de aquellos más agro, que habían desamparado, y así fue hecho. Y yo con la otra gente comencé a subir el cerro arriba, allí donde estaba la más fuerza de la gente; y plugo a Dios que les gané una vuelta de él, y pusímonos en una altura que casi igualaba con lo alto de donde ellos peleaban, lo cual parecía que era cosa imposible poderles ganar, a lo menos sin infinito peligro. Y ya un capitán había puesto su bandera en lo más alto del cerro, y de allí comenzó a soltar escopetas y ballestas en los enemigos. Y como vieron el daño que recibían, y considerando el porvenir, hicieron señal que se querían dar, y pusieron las armas en el suelo. Y como mi motivo sea siempre dar a entender a esta gente que no les queremos hacer mal ni daño por más culpados que sean, especialmente queriendo ellos ser vasallos de vuestra majestad, y es gente de tanta capacidad que todo lo entienden y conocen muy bien, mandé que no se les hiciese más daño. Y llegados a me hablar, los recibí bien. Y como vieron cuán bien con ellos se había hecho, hiciéronlo saber a los del otro peñol, los cuales, aunque habían quedado con victoria, determinaron de se dar por vasallos de vuestra majestad, y viniéronme a pedir perdón por lo pasado.
En esta población de cabe el peñol, estuve dos días, y de allí envié a Tesuico los heridos, y yo me partí, y a las diez del día llegamos a Guastepeque, de que arriba he hecho mención, y en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más hermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito, y por medio de ella va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy frescos, e infinitos árboles de diversas frutas, y muchas hierbas y flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta. Y aquel día reposamos en ella, donde los naturales nos hicieron el placer y servicio que pudieron. Y otro día nos partimos, y a las ocho horas del día llegamos a una buena POblación que se dice Yautepeque, en la cual estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. Y como llegamos pareció que quisieron hacernos alguna señal de paz, o por el temor que tuvieron o por nos engañar. Pero luego en continente, sin más acuerdo, comenzaron a huir, desamparando su pueblo, y yo no curé de detenerme en él, y con los treinta de caballo dimos tras ellos bien dos leguas, hasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque, donde alanceamos y matamos muchos. Y en este pueblo hallamos la gente muy descuidada, porque llegamos primero que sus espías, y murieron algunos, y tomáronse muchas mujeres y muchachos, y todos los demás huyeron. Y yo estuve dos días en este pueblo, creyendo que el señor de él se viniera a dar por vasallo de vuestra majestad, y como nunca vino, cuando partí hice poner fuego al pueblo; y antes que de él saliese, vinieron ciertas personas del pueblo antes, que se dice Yautepeque, y rogáronme que los perdonase, y que ellos se querían dar por vasallos de vuestra majestad. Yo los recibí de buena voluntad, porque en ellos se había hecho ya buen castigo.
Aquel día que me partí, a las nueve del día llegué a vista de un pueblo muy fuerte, que se llama Coadnabaced, y dentro de él había mucha gente de guerra; y era tan fuerte el pueblo y cercado por tantos cerros y barrancas, que algunas había de diez estados de hondura, y no podía entrar ninguna gente de caballo, salvo por dos partes, y éstas entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquéllas habíamos de rodear más de legua y media; también se podía entrar por puentes de madera, pero teníanlas alzadas, y estaban tan fuertes y tan a su salvo, que aunque fuéramos diez veces más no nos tuvieran en nada. Y llegándonos hacia ellos, tirábannos a su placer muchas varas y flechas y piedras, y estando así muy revueltos con nosotros, un indio de Tascaltecal pasó de tal manera que no le vieron, por un paso muy peligroso. Y como los enemigos le vieron así de súbito, creyeron que los españoles les entraban por allí, y así, ciegos y espantados, comienzan a ponerse en huida, el indio tras de ellos; y tres o cuatro mancebos criados míos y otros dos de una capitanía, como vieron pasar al indio, siguiéronle y pasaron de la otra parte, y yo con los de caballo comencé a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo, y los indios nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas, porque entre ellos y nosotros no había más de una barranca como cava. Y como estaban embebecidos en pelear con nosotroS y éstos no habían visto los cinco españoles, llegan de improviso por las espaldas y comienzan a darles de cuchilladas; y como les tomaron de tan sobresalto y sin pensamiento que por las espaldas se les podía hacer alguna ofensa, porque ellos no sabían que los suyos habían desamparado el paso por donde los españoles y el indio habían pasado, estaban espantados y no osaban pelear y los españoles mataban en ellos; y desde que cayeron en la burla comenzaron a huir. Y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el pueblo y le comenzaban a quemar, y los enemigos todos a le desamparar. y así, huyendo se acogieron a la sierra, aunque murieron muchos de ellos, y los de caballo síguíeron y mataron muchos.
Y después que hallamos por dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámonos en las casas de una huerta, porque lo hallamos ya casi todo quemado. Y ya bien tarde el señor y algunos otros principales, viendo que en cosa tan fuerte como su pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la sierra los habíamos de ir a matar, acordaron de se venir a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, y yo los recibí por tales, y prometiéronme de ahí adelante ser siempre nuestros amigos. Estos indios y los otros que venían a se dar por vasallos de vuestra majestad, después de los haber quemado y destruido sus casas y haciendas, nos dijeron que la causa porque venían tarde a nuestra amistad era porque pensaban que satisfacían sus culpas en consentir primero hacerles daño, creyendo que hecho no teníamos después tanto enojo de ellos.
Aquella noche dormimos en aquel pueblo, y por la mañana seguimos nuestro camino por una tierra de pinales, despoblada y sin ninguna agua, la cual y un puerto pasamos con grandísimo trabajo y sin beber; tanto, que muchos de los indios que iban con nosotros perecieron de sed. Y a siete leguas de aquel pueblo, en unas estancias, paramos aquella noche. Y en amaneciendo tomamos nuestro camino y llegamos a vista de una gentil ciudad que se dice Suchimilco, que está edificada en la laguna dulce, y como los naturales de ella estaban avisados de nuestra venida, tenían hechas muchas albarradas y acequias y alzadas las puentes de todas las entradas de la ciudad, la cual está de Temixtitan tres o cuatro leguas, y estaba dentro mucha y muy lucida gente y muy determinados de se defender o morir.
Llegados, y recogida toda la gente y puesta en mucha orden y concierto, yo me apeé de mi caballo y seguí con ciertos peones hacia una albarrada que tenían hecha, y detrás estaba infinita gente de guerra; y como comenzamos a combatir el albarrada y los ballesteros y escopeteros les hacían daño, desamparáronla y los españoles se echaron al agua y pasaron adelante por donde hallaron tierra firme. Y en media hora que peleamos con ellos les ganamos la principal parte de la ciudad; y retraídos los contrarios por las calles del agua y en sus canoas, pelearon hasta la noche. y unos movían paces, y otros por eso no dejaban de pelear; y moviéronlas tantas veces sin ponerlo por obra, que calmas en la cuenta, porque ellos lo hacían para dos efectos: el uno, para alzar sus haciendas en tanto que nos detenían con la paz; el otro, por dilatar tiempo en tanto que les venía socorro de México y Temixtitan.
Este día nos mataron dos españoles porque se desmandaron de los otros a robar, y viéronse con tanta necesidad, que nunca pudieron ser socorridos. Y en la tarde pensaron los enemigos cómo nos podrían atajar de manera que no pudiésemos salir de su ciudad con las vidas. Y juntos mucha copia de ellos, determinaron de venir por la parte que nosotros habíamos entrado; y como los vimos venir tan súbito espantámonos de ver su ardid y presteza, y seis de caballo y yo, que estábamos más a punto que los otros, arremetimos por medio de ellos. Y ellos, de temor de los caballos, pusiéronse en huída, y así salimos de la ciudad tras ellos, matando muchos, aunque nos vimos en harto aprieto, porque, como eran tan valientes hombres, muchos de ellos osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas. Y como andábamos revueltos con ellos y había muy gran prisa, el caballo en que yo iba se dejó caer de cansado; y como algunos de los contrarios me vieron a pie, revolvieron sobre mí, y yo con la lanza comencéme a defender de ellos; y un indio de los de Tascaltecal, como me vio en necesidad, llegóse a me ayudar, y él y un mozo mío que luego llegó levantamos el caballo. Ya en esto llegaron los españoles, y los enemigos desampararon todo el campo; y yo, con los otros de caballo que entonces habían llegado, como estábamos muy cansados, nos volvimos a la ciudad. Aunque ya era casi noche y razón de reposar, mandé que todas las puentes alzadas por do iba el agua se cegasen con piedra y adobes que había allí, porque los de caballo pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno en la ciudad; y no me partí de alli hasta que todos aquellos pasos malos quedaron muy bien aderezados, y con mucho aviso y recaudo de velas pasamos aquella noche.
Otro día, como todos los naturales de la provincia de México y Temixtitan sabían ya que estábamos en Suchimilco, acordaron de venir con gran poder por el agua y por la tierra a nos cercar, porque creían que no podíamos ya escapar de sus manos, y yo me subí a una torre de sus ídolos para ver cómo venía la gente y por dónde nos podían acometer, para proveer en ello lo que nos conviniese. y ya que en todo había dado orden, llega por el agua una muy grande flota de canoas, que creo que pasaban de dos mil, en ellas venían más de doce mil hombres de guerra, y por la tierra llegaba tanta multitud de gente, que todos los campos cubrían. Y los capitanes de ellos, que venían delante, traían sus espadas de las nuestras en las manos, y apellidando sus provincias, decían: México, México; Temixtitan, Temixtitan; y decíannos muchas injurias, y amenazándonos que nos habían de matar con aquellas espadas que nos habían tomado la otra vez en la ciudad de Temixtitan. Y como ya había proveído adónde había de acudir cada capitán, y porque hacia la tierra firme había mucha copia de enemigos, salí a ellos con veinte de caballo y con quinientos indios de Tascaltecal, y repartímonos en tres partes, y mandéles que desde que hubiesen rompido, que se recogiesen al pie de un cerro que estaba media legua de allí, porque también había allí mucha gente de los enemigos. Y como nos dividimos, cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo; y después de desbaratados y alanceados y muertos muchos, recogímonos al pie del cerro, y yo mandé a ciertos peones criados míos, que me habían servido y eran bien sueltos, que por lo más agro del cerro trabajasen de lo subir.
Y que yo con los de caballo rodearía por detrás, que era más llano, y los tomaríamos en medio; y así fue que como los enemigos vieron que los españoles subían por el cerro, volvieron las espaldas, creyendo que iban a su salvo, y topan con nosotros, que seríamos quince de caballo, y comenzamos a dar en ellos, y los de Tescaltecal asimismo. Por manera que en poco espacio murieron más de quinientos de los enemigos, y todos los otros se salvaron y huyéronse a las sierras. Y los otros seis de caballo acertaron a ir por un camino muy ancho y llano alanceando en los enemigos, y a media legua de Suchimilco dan sobre un escuadrón de gente muy lucida, que venía en su socorro, y desbaratáronlos y alancearon algunos; y ya que nos hubimos juntado todos los de caballo, que serían las diez del día, volvimos a Suchimilco, y a la entrada hallé muchos españoles que deseaban mucho nuestra venida y saber lo que nos había sucedido, y contáronme cómo se habían visto en mucho aprieto y habían trabajado todo lo posible por echar fuera los enemigos, de los cuales habían muerto mucha cantidad. Y diéronme dos espadas de las nuestras, que les habían tomado, y dijéronme cómo los ballesteros no tenían saetas ni almacén alguno.
Y estando en esto, antes que nos apeásemos asomaron por una calzada muy ancha un gran escuadrón de los enemigos con muy grandes alaridos. Y de presto arremetimos a ellos, y como de la una parte y de la otra de la calzada era todo agua, lanzáronse en ella, y así los desbaratamos; y recogida la gente, volvimos a la ciudad bien cansados, y mandéla quemar toda, excepto aquello donde estábamos aposentados. Y así estuvimos en esta ciudad tres días, que en ninguno de ellos dejamos de pelear; y al cabo, dejándola toda quemada y asolada, nos partimos, y cierto era mucho para ver, porque tenía muchas casas y torres de sus ídolos de cal y canto, y por no me alargar, dejo de particularizar otras cosas bien notables de esta ciudad.
El día que me partí me salí fuera a una plaza que está en la tierra firme junto a esta ciudad, que es donde los naturales hacen sus mercados; y estaba dando orden cómo diez de caballo fuesen en la delantera, y otros diez en medio de la gente de pie, y yo con otros diez en la rezaga. Y los de Suchimilco, como vieron que nos comenzábamos a ir, creyendo que de temor suyo era, llegan por nuestras espaldas con mucha grita, y los diez de caballo y yo volvimos a ellos, y seguímoslos hasta meterlos en el agua, en tal manera, que no curaron más de nosotros; y así, nos volvimos nuestro camino. Y a las diez del día llegamos a la ciudad de Cuyoacán, que está de Suchimilco dos leguas, y de las ciudades de Temixtitan, y Culuacan, y Uchilubuzco, e Ixtapalapa, y Cuitaguaca y Mizqueque, que todas están en el agua, la más lejos de éstas está una legua y media; y hallámosla despoblada, y aposentámonos en la casa del señor, y aquí estuvimos el día que llegamos y otro. Y porque en siendo acabados los bergantines había de poner cerco a Temixtitan, quise primero ver la disposición de esta ciudad y las entradas y salidas, y por dónde los españoles podían ofender o ser ofendidos.
Y otro día que llegué, tomé cinco de caballo y doscientos peones, y fuime hasta la laguna, que estaba muy cerca, por una calzada que entra a la ciudad de Temixtitan, y vimos tanto número de canoas por el agua, y en ellas gente de guerra que era infinito; y llegamos a una albarrada que tenían hecha en la calzada, y los peones comenzáronla a combatir; y aunque fue muy recia y hubo mucha resistencia e hirieron diez españoles, al fin se la ganaron, y mataron muchos de los enemigos, aunque los ballesteros y escopeteros quedaron sin pólvora y sin saetas. Desde allí vimos cómo iba la calzada derecha por el agua, hasta dar en Temixtitan, bien legua y media, y ella y la otra que va a dar a Iztapalapa llenas de gente sin cuento; y como yo hube considerado bien lo que convenía verse, porque aquí en esta ciudad había de estar una guarnición de gente de pie y de caballo, hice recoger los nuestros; y así, nos volvimos, quemando las casas y torres de sus ídolos. Y otro día nos partimos de esta ciudad a la de Tacuba, que está a dos leguas, y llegamos a las nueve del día, alanceando por unas partes y por otras, porque los enemigos salían de la laguna por dar en los indios que nos traían el fardaje, y hallábanse burlados; y así, nos dejaron ir en paz. Y porque, como he dicho, mi intención principal había sido procurar de dar vuelta a todas las lagunas, por calar y saber mejor la tierra, y también por socorrer aquellos nuestros amigos, no curé de pararme en Tacuba. Y como los de Temixtitan, que está allí muy cerca, que casi se extiende la ciudad tanto que llega cerca de la tierra firme de Tacuba, como vieron que pasábamos adelante, cobraron mucho esfuerzo, y con gran denuedo acometieron a dar en medio de nuestro fardaje; y como los de caballo veníamos bien repartidos y todo por allí era llano, aprovechábamos bien de los contrarios, sin recibir los nuestros ningún peligro. Y como corríamos a unas partes y a otras, y como unos mancebos, criados míos, me seguían algunas veces, aquella vez dos de ellos no lo hicieron, y halláronse en parte donde los enemigos los llevaron, donde creemos que les darían muy cruel muerte, como acostumbraban; de que sabe Dios el sentimiento que hube, así por ser cristianos, como porque eran valientes hombres y le habían servido muy bien en esta guerra a vuestra majestad.
Y salidos de esta ciudad, comenzamos a seguir nuestro camino por entre otras poblaciones cerca de allí, y alcanzamos a la gente, y allí supe entonces cómo los indios habían llevado aquellos mancebos, y por vengar su muerte y porque los enemigos nos seguían con el mayor orgullo del mundo, yo con veinte de caballo me puse detrás de unas casas en celada, y como los indios veían a los otros diez con toda la gente y fardaje ir adelante, no hacían sino seguirlos por un camino adelante, que era muy ancho y muy llano, no se temiendo de cosa ninguna. Y como vimos pasar ya algunos, yo apellidé en nombre el apóstol Santiago, y dimos en ellos muy reciamente. Y antes que se nos metiesen en las acequias que había, habíamos muerto de ellos más de cien principales y muy lucidos, y no curaron de más nos seguir. Este día fuimos a dormir dos leguas adelante a la ciudad de Coatinchan, bien cansados y mojados, porque había llovido mucho aquella tarde, y hallámosla despoblada. Y otro día comenzamos de caminar, alanceando de cuando en cuando a algunos indios que nos salían a gritar, y fuimos a dormir a una población que se dice Gilotepeque, y hallámosla despoblada. Y otro dla llegamos a las doce horas del dla a una ciudad que se dice Aculman, que es del señorlo de la ciudad de Tesuico, adonde fuimos aquella noche a dormir, y fuimos de los españoles bien recibidos, y se holgaron con nuestra venida como de la salvación, porque después que yo me habla partido de ellos, no habían sabido de mi hasta aquel día que llegamos, y habían tenido muchos rebatos en la ciudad. Los naturales de ella les decían cada día que los de México y Temixtitan habían de venir sobre ellos, en tanto que yo por allí andaba. Y así se concluyó, con la ayuda de Dios, esta jornada, y fue muy gran cosa, y en que vuestra majestad recibió mucho servicio por muchas causas, que adelante se dirán.
Al tiempo que yo, muy poderoso e invictísimo Señor, estaba en la ciudad de Temixtitan, luego a la primera vez que a ella vine, proveí, como en la otra relación hice saber a vuestra majestad, que en dos o tres provincias aparejadas para ello se hiciesen para vuestra majestad ciertas casas de granjerías, en que hubiesen labranzas y otras cosas, conforme a la calidad de aquellas provincias. Y a una de ellas, que se dice Chinanta, envié para ellos dos españoles; y esta provincia no está sujeta a los naturales de Culúa, y en las otras que lo eran al tiempo que me daban guerra en la ciudad de Temixtitan, mataron a los que estaban en aquellas granjerías, y tomaron lo que en ellas había, que era cosa muy gruesa, según la manera de la tierra, y de estos españoles que estaban en Chinanta se pasó casi un año que no supe de ellos, porque como todas aquellas provincias estaban rebeladas, ni ellos podían saber de nosotros ni nosotros de ellos.
Y estos naturales de la provincia de Chinanta, como eran vasallos de vuestra majestad y enemigos de los de Culúa, dijeron a aquellos cristianos que en ninguna manera saliesen de su tierra, porque nos habían dado los de Culúa mucha guerra, y creían que pocos o ningunos de nosotros había vivos. Y así, se estuvieron estos dos españoles en aquella tierra, y al uno de ellos, que era mancebo y hombre para guerra, hiciéronle su capitán, y en este tiempo salía con ellos a dar guerra a sus enemigos, y las más de las veces él y los de Chinanta eran vencedores; y como después plugo a Dios que nosotros volvimos a nos rehacer y haber alguna victoria contra los enemigos que nos habían desbaratado y echado de Temixtitan, estos de Chinanta dijeron a aquellos cristianos que habían sabido que en la provincia de Tepeaca había españoles, y que si querian saber la verdad, que ellos querian aventurar dos indios, aunque habían de pasar por mucha tierra de sus enemigos, pero que andarían de noche y fuera del camino hasta llegar a Tepeaca. Y con aquellos dos indios, el uno de aquellos españoles, que era el más hombre de bien, escribió una carta, cuyo tenor es el siguiente:
Nobles señores:
Dos o tres cartas he escrito a vuestras mercedes, y no sé si han aportado allá o no; y pues de aquéllas no he habido respuesta, también pongo en duda haberla de ésta. Hágoos, señores, saber cómo todos los naturales de esta tierra de Culúa andan levantados y de guerra, y muchas veces nos han acometido; pero siempre, loores a Nuestro Señor, hemos sido vencedores. Y con los de Tuxtepeque y su parcialidad de Culúa cada día tenemos guerra; los que están en servicio de sus altezas y por sus vasallos son siete villas de los Tenez, y yo y Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es su cabecera. Mucho quisiera saber adónde está el capitán para le poder escribir y hacer saber las cosas de acá. Y si por ventura me escribiéredes de dónde él está, y enviáredes veinte o treinta españoles, iríame con dos principales de aquí, que tienen deseo de ver y hablar al capitán; y sería bien que viniese, porque, como es tiempo ahora de coger el cacao, estorban los de Culúa con las guerras. Nuestro Señor guarde las nobles personas de vuestras mercedes, como desean.
De Chinantla, a no sé cuántos del mes de abril de 1521 años.
A servicio de vuestras mercedes.
Hernando de Barrientos.
Y como los dos indios llegaron con esta carta a la dicha provincia de Tepeaca, el capitán que yo allí había dejado con ciertos españoles enviómela luego a Tesuico; y recibida, todos recibimos mucho placer, porque aunque siempre habíamos confiado en la amistad de los de Chinanta, teníamos pensamiento que si se confederaban con los de Culúa, que habrían muerto aquellos dos españoles, a los cuales yo luego escribí dándoles cuenta de lo pasado, y que tuviesen esperanza, que aunque estaban cercados de todas partes de los enemigos, presto, placiendo a Dios, se verían libres y podrían salir y entrar seguros.
Después de haber dado vueltas a las lagunas, en que tomamos muchos avisos para poner el cerco a Temixtitan por la tierra y por el agua, yo estuve en Tesuico, forneciéndome lo mejor que pude de gente y de armas, y dando prisa en que se acabasen los bergantines y una zanja que se hacía para los llevar por ella hasta la laguna, la cual zanja se comenzó a hacer luego que la ligazón y tablazón de los bergantines se trajeron en una acequia de agua, que iba por cabe los aposentamientos hasta dar en la laguna. Y desde donde los bergantines se ligaron y la zanja se comenzó a hacer hay bien media legua hasta la laguna, y en esta obra anduvieron cincuenta días más de ocho mil personas cada día, de los naturales de la provincia de Aculuacan y Tesuico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura, e iba toda chapada y estacada, por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna; de forma que las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo hasta el agua, que cierto que fue obra grandísima y mucho para ver.
Y acabados los bergantines y puestos en esta zanja, a 28 de abril del dicho año hice alarde de toda la gente y hallé ochenta y seis de caballo, y ciento y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y setecientos y tantos peones de espada y rodela, y tres tiros gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce, y diez quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra, en todo cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y esforzasen mucho, pues que veían que Nuestro Señor nos encaminaba para haber victoria de nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando habíamos entrado en Tesuico no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos había socorrido mejor que lo habíamos pensado, y habían venido navíos con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto, y principalmente ver que peleábamos en favor y aumento de nuestra fe y por reducir al servicio de vuestra majestad tantas tierras y provincias como se le habían rebelado, les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir. Y todos respondieron, y mostraron tener para ello muy entera voluntad y deseo; y aquel día del alarde pasamos con mucho placer y deseo de nos ver ya sobre el cerco y dar conclusión a esta guerra, de que dependía toda la paz, o desasosiego, de estas partes.
Otro día siguiente hice mensajeros a las provincias de Tascaltecal, Guajucingo y Chururtecal a les hacer saber cómo los bergantines eran acabados, y que yo y toda la gente estábamos apercibidos y de camino para ir a cercar la gran ciudad de Temixtitan. Por tanto, que les rogaba, pues que ya por mí estaban avisados y tenían su gente apercibida, que con toda la más y bien armada que pudiesen, se partiesen y viniesen allí a Tesuico, donde yo los esperaría diez días; y que en ninguna manera excediesen de esto, porque sería gran desvío para lo que estaba concertado. Y como llegaron los mensajeros y los naturales de aquellas provincias estaban apercibidos y con mucho deseo de se ver con los de Culúa, los de Guajucingo y Chururtecal se vinieron a Calco, porque yo se lo había así mandado, porque junto por allí había de entrar a poner el cerco. Y los capitanes de Tascaltecal, con toda su gente, bien lucida y muy armada, llegaron a Tesuico cinco o seis días antes de Pascua de Espíritu Santo, que fue el tiempo que yo les asigné, y como aquel día supe que venían cerca, salí los a recibir con mucho placer, y ellos venían tan alegres y bien ordenados que no podía ser mejor. Y según la cuenta que los capitanes nos dieron, pasaban de cincuenta mil hombres de guerra, los cuales fueron por nosotros muy bien recibidos y aposentados.
El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente de pie y a caballo a la plaza de esta ciudad de Tesuico, para la ordenar y dar a los capitanes la que habían de llevar para tres guarniciones de gente, que se habían de poner en tres ciudades que están en torno de Temixtitan. Y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Alvarado, y dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento cincuenta peones de espada y rodela, y más de veinte y cinco mil hombres de guerra de los de Tascaltecal, y éstos habían de asentar su real en la ciudad de Tacuba.
De la otra guarnición hice capitán a Cristóbal de Olid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y sesenta peones de espada y rodela, y más de veinte mil hombres de guerra de nuestros amigos, y éstos habían de asentar su real en la ciudad de Cuyoacán.
De la otra tercera guarnición hice capitán a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, y dile veinte y cuatro de caballo, y cuatro escopeteros y trece ballesteros, y ciento y cincuenta peones con espada y rodela; los cincuenta de ellos, mancebos escogidos, que yo traía en mi compañía, y toda la gente de Guajucingo y Chururtecal y Calco, que había más de treinta mil hombres. Y éstos habían de ir por la ciudad de Iztapalapa a destruirla, y pasar adelante por una calzada de la laguna, con favor y espaldas de los bergantines, y juntarse con la guarnición de Cuyoacán, para que después que yo entrase con los bergantines por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real donde le pareciese que convenía.