Índice de Cartas de relación de Hernán CortésCuarta parte de la Tercera Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 15 de mayo de 1522Primera parte de la Cuarta Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 15 de octubre de 1524Biblioteca Virtual Antorcha

CARTAS DE RELACIÓN

TERCERA CARTA-RELACIÓN

DE HERNAN CORTÉS AL EMPERADOR CARLOS V

COYOACÁN, 15 DE MAYO DE 1522


Enviada por Fernando Cortés, capitán y justicia mayor del Yucatán, llamado la Nueva España del mar océano, al muy alto y potentísimo césar e invictísimo señor don Carlos, emperador semper augusto y rey de España, nuestro señor. De las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitan, y de las otras provincias a ellas sujetas, que se rebelaron. En la cual ciudad y dichas provincias el dicho capitán y españoles consiguieron grandes y señaladas victorias dignas de perpetua memoria. Asimismo hace relación cómo han descubierto el mar del Sur y otras muchas y grandes provincias muy ricas de minas de oro y perlas y piedras preciosas, y aun tiene noticia que hay especería.



(Quinta parte)


Puestos los enemigos en el último extremo, como de lo dicho se puede colegir, para los quitar de su mal propósito, como era la determinación que tenían de morir, hablé con una persona bien principal entre ellos, que teníamos preso, al cual dos o tres días antes había prendido un tío de don Fernando, señor de Tesuico, peleando en la ciudad, y aunque estaba muy herido, le dije si quería volver a la ciudad, y él me respondió que sí; y como otro día entramos en ella, enviéle con ciertos españoles, los cuales lo entregaron a los de la ciudad. Y a este principal yo le había hablado largamente para que hablase con el señor y con otros principales sobre la paz, y él me prometió de hacer sobre ello todo lo que pudiese. Los de la ciudad lo recibieron con mucho acatamiento, como a persona principal; y como lo llevaron delante de Guatimucín, su señor, y él le comenzó a hablar sobre la paz, dizque luego lo mandó matar y sacrificar; y la respuesta que estábamos esperando nos dieron con venir con grandísimos alaridos, diciendo que no querían sino morir, y comienzan a nos tirar varas, flechas y piedras y a pelear reciamente con nosotros; y tanto, que nos mataron un caballo con un sable que uno traía hecho de una espada de las nuestras, y al fin les costó caro, porque murieron muchos de ellos; y así, nos volvimos a nuestros reales aquel día.

Otro día tornamos a entrar en la ciudad, y ya estaban los enemigos tales, que de noche osaban quedar en ella de nuestros amigos infinitos de ellos. Y llegados a vista de los enemigos, no quisimos pelear con ellos, sino andarnos paseando por su ciudad, porque teníamos pensamiento que cada hora y cada rato se habían de salir a nosotros. Y por los inclinar a ello, yo me llegué cabalgando cabe una albarrada suya que tenían, bien fuerte, y llamé a ciertos principales que estaban detrás, a los cuales yo conocía, y díjeles que pues se veían tan perdidos, y conocían que si yo quisiese en una hora no quedaría ninguno de ellos, que por qué no venía a me hablar Guatimucín, su señor, que yo le prometía de no hacerle ningún mal; y queriendo él y ellos venir de paz, que serían de mí muy bien recibidos y tratados. Y pasé con ellos otras razones, con que los provoqué a muchas lágrimas; y llorando me respondieron que bien conocían su yerro y perdición, y que ellos querían ir a hablar a su señor, y me volverían presto con la respuesta, y que no me fuese de allí. Y ellos se fueron, y volvieron desde a un rato, y dijéronme que porque ya era tarde su señor no había venido, pero que otro día a mediodía vendría en todo caso a me hablar, en la plaza del mercado; y así, nos fuimos a nuestro real. Y yo mandé para otro día que tuviesen aderezado allí en aquel cuadrado alto que está en medio de la plaza, para el señor y principales de la ciudad, un estrado como ellos lo acostumbraban, y que también les tuviesen aderezado de comer; y así se puso por obra.

Otro día de mañana fuimos a la ciudad, y yo avisé a la gente que estuviese apercibida, porque si los de la ciudad acometiesen alguna traición no nos tomasen descuidados. Y a Pedro de Alvarado, que estaba allí, le avisé de lo mismo; y como llegamos al mercado, yo envié a decir y hacer saber a Guatimucín cómo lo estaba esperando; el cual, según pareció, acordó de no venir, y envióme cinco de aquellos señores principales de la ciudad, cuyos nombres, porque no hacen al caso, no digo aquí. Los cuales llegados, dijeron que su señor me enviaba a rogar con ellos que le perdonase porque no venía, que tenía mucho miedo de parecer ante mí, y también estaba malo, y que ellos estaban allí, que viese lo que mandaba, que ellos lo harían; y aunque el señor no vino, holgamos mucho que aquellos principales viniesen, porque parecía que era camino de dar presto conclusión a todo el negocio. Yo los recibí con semblante alegre, y mandéles dar luego de comer y beber, en lo cual mostraron bien el deseo y necesidad que de ello tenían. Y después de haber comido, díjeles que hablasen a su señor y que no tuviese temor ninguno, y que le prometía que aunque ante mí viniese, que no le sería hecho enojo alguno ni sería detenido, porque sin su presencia en ninguna cosa se podía dar buen asiento ni concierto. Y mandéles dar algunas cosas de refresco que le llevasen para comer, y prometiéronme de hacer en el caso todo lo que pudiesen; y así, se fueron. Y dende a dos horas volvieron, y trajéronme unas mantas de algodón buenas, de las que ellos usan, y dijéronme que en ninguna manera Guatimucín, su señor, vendría ni quería venir, y que era excusado hablar en ello. Y yo les torné a repetir que no sabía la causa por qué él se recelaba venir ante mí, pues veía que a ellos, que yo sabía que habían sido los causadores principales de la guerra y que la habían sustentado, les hacía buen tratamiento, que los dejaba ir y venir seguramente sin recibir enojo alguno; que les rogaba que le tornasen hablar, y mirasen mucho en esto de su venida, pues a él le convenía y yo lo hacía por su provecho; y ellos respondieron que así lo harían y que otro día me volverían con la respuesta; Y así, se fueron ellos, y también nosotros a nuestros reales.

Otro día bien de mañana aquellos principales vinieron a nuestro real, y dijéronme que me fuese a la plaza del mercado de la ciudad, porque su señor me quería ir a hablar allí; y yo, creyendo que fuera así, cabalgué y tomamos nuestro camino, y estúvele esperando donde quedaba concertado más de tres o cuatro horas, y nunca quiso venir ni parecer ante mí. Y como yo vi la burla, y que era ya tarde, y que ni los otros mensajeros ni el señor venían, envié a llamar a los indios nuestros amigos, que habían quedado a la entrada de la ciudad, casi una legua de donde estábamos, a los cuales yo había mandado que no pasasen de allí, porque los de la ciudad me habían pedido que para hablar en las paces no estuviese ninguno de ellos dentro; y ellos no se tardaron, ni tampoco los del real de Pedro de Alvarado. Y como llegaron, comenzamos a combatir unas albarradas y calles de agua que tenían, que ya no les quedaba otra mayor fuerza; y entrámosles, así nosotros como nuestros amigos, todo lo que quisimos.

Y al tiempo que yo salí del real había proveído que Gonzalo de Sandoval entrase con los bergantines por la otra parte de las casas en que los indios estaban fuertes, por manera que los tuviésemos cercados, y que no los combatiese hasta que viese que nosotros combatíamos, por manera que, por estar así cercados y apretados, no tenían paso por dónde andar sino por encima de los muertos y por las azoteas que les quedaban; y a esta causa ni tenían ni hallaban flechas ni varas ni piedras con que nos ofender. Y andaban con nosotros nuestros amígos a espada y rodela, y era tanta la mortandad que en ellos se hizo por la mar y por la tierra, que aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mil ánimas; y era tanta la grita y lloro de los niños y mujeres, que no había persona a quien no quebrantase el corazón, y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con los indios; la cual crueldad nunca en generación tan recia se vio, ni tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales de estas partes. Nuestros amigos hubieron este día muy gran despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de nuevecientos españoles y ellos más de ciento y cincuenta mil hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para los estorbar que no robasen, aunque de nuestra parte se hacía todo lo posible. Y una de las cosas porque los días antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con los de la ciudad, era porque tomándolos por fuerza habían de echar lo que tuviesen en el agua, y ya que no lo hiciesen, nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen; ya esta causa temía que se habría para vuestra majestad poca parte de la mucha riqueza que en esta ciudad había, y según la que yo antes para vuestra alteza tenía; y porque ya era tarde, y no podíamos sufrir el mal olor de los muertos que había de muchos días por aquellas calles, que era la cosa del mundo más pestilencial, nos fuimos a nuestros reales.

Y aquella tarde dejé concertado que para otro día siguiente, que habíamos de volver a entrar, se aparejasen tres tiros gruesos que teníamos para llevarlos a la ciudad, porque yo temía que, como estaban los enemigos tan juntos y que no tenían por dónde se rodear, queriéndolos entrar por fuerza, sin pelear, podrían entre sí ahogar los españoles, y quería desde acá hacerles con los tiros algún daño, porque saliesen de allí para nosotros. Y al alguacil mayor mandé que asimismo para otro día que estuviese apercibido para entrar con los bergantines por un lago de agua grande que se hacía entre unas casas, donde estaban todas las canoas de la ciudad recogidas; y ya tenían tan pocas casas dónde poder estar, que el señor de la ciudad andaba metido en una canoa con ciertos principales, que no sabían qué hacer de sí. Y de esta manera quedó concertado que habíamos de entrar otro día por la mañana.

Siendo ya de día hice apercibir toda la gente y llevar los tiros gruesos, y el día antes había yo mandado a Pedro de Alvarado que me esperase en la plaza del mercado, y no diese combate hasta que yo llegase; y estando ya todos juntos y los bergantines apercibidos todos por detrás de las casas del agua donde estaban los enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por una poca parte que estaba por ganar, y echasen a los enemigos al agua hacia donde los bergantines habían de estar a punto; y aviséles mucho que mirasen por Guatimucín y trabajasen de lo tomar a vida, porque en aquel punto cesaría la guerra. Y yo me subí encima de una azotea, y antes del combate hablé con algunos de aquellos principales de la ciudad, que conocía, y les dije qué era la causa por que su señor no quería venir; que pues se veían en tanto extremo, que no diesen causa a que todos pereciesen, y que lo llamasen y no hubiesen ningún temor; y dos de aquellos principales pareció que lo iban a llamar. Y desde a poco volvió con ellos uno de los más principales de todos aquellos, que se llamaba Ciguacoacín, y era el capitán y gobernador de todos ellos, y por su consejo se seguían todas las cosas de la guerra; y yo le mostré buena voluntad porque se asegurase y no tuviese temor, y al fin me dijo que en ninguna manera el señor vendría ante mí, y antes quería por allá morir, y que a él pesaba mucho de esto; que hiciese yo lo que quisiese. Y como vi en esto su determinación, yo le dije que se volviese a los suyos y que él y ellos se aparejasen, porque los quería combatir y acabar de matar, y así se fue.

Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco horas y los de la ciudad estaban todos encima de los muertos, y otros en el agua, y otros andaban nadando, y otros ahogándose en aquel lago donde estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían, que no bastaba juicio a pensar cómo lo podían sufrir; y no hacían sino salirse infinito número de hombres, mujeres y niños hacia nosotros. Y por darse prisa al salir, unos a otros se echaban al agua, y se ahogaban entre aquella multitud de muertos que, según pareció, del agua salada que bebían, y de la hambre y mal olor, había dado tanta mortandad en ellos, que murieron más de cincuenta mil ánimas. Los cuerpos de las cuales, porque nosotros no alcanzásemos su necesidad, ni los echaban al agua, porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, porque nosotros por la ciudad no lo viésemos; y así por aquellas calles en que estaban, hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies. Y como la gente de la ciudad se salía a nosotros, yo había proveído que por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen a aquellos tristes que salían, que eran sin cuento. Y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos que en ninguna manera consintiesen matar a los que salían; y no se pudo tanto estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quince mil ánimas, y en esto todavía los principales y gente de guerra de la ciudad, se estaban arrinconados y en algunas azoteas y casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querian dar, hice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos, para ver si se darían, porque más daño recibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales hicieron algún daño. Y como tampoco esto aprovechaba, mandé soltar la escopeta, y en soltándola, luego fue tomado aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban; otros que quedaban sin pelear se rindieron.

Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de la flota de canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear. Y plugo a Dios que un capitán de un bergantín, que se dice Garci Holguín, llegó en pos de una canoa en la cual le pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa, hiciéronle seña que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron de presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimucín, y a aquel señor de Tacuba, y a otros principales que con él estaban; y luego el dicho capitán Garci Holguín me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago. al señor de la ciudad y a los otros principales presos; el cual, como le hice sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase. Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno; y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de San Hipólito, que fueron 13 de agosto de 1521 años.

De manera que desde el día que se puso cerco a la ciudad, que fue a 30 de mayo del dicho año, hasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales vuestra majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padecieron, en los cuales mostraron tanto sus personas, que las obras dan buen testimonio de ello.

Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la ciudad, poco o mucho. Aquel día de la prisión de Guatimucín y toma de la ciudad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber, nos fuimos al real dando gracias a nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como nos había dado.

Allí en el real estuve tres o cuatro días, dando orden en muchas cosas que convenían, y después nos venimos a la ciudad de Cuyoacán, donde hasta ahora he estado entendiendo en la buena orden, gobernación y pacificación de estas partes.

Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los oficiales de vuestra majestad se hizo fundición de ello, y montó lo que se fundió más de ciento y treinta mil castellanos, de que se dio el quinto al tesorero de vuestra majestad, sin el quinto de otros derechos que a vuestra majestad pertenecieron de esclavos y otras cosas, según más largo se verá por la relación de todo lo que a vuestra majestad perteneció, que irá firmado de nuestros nombres. Y el oro que restó se repartió en mí y en los éspañoles, según la manera y servicio y calidad de cada uno; demás del dicho oro se hubieron ciertas piezas y joyas de oro, y de las mejores de ellas se dio el quinto al dicho tesorero de vuestra majestad.

Entre el despojo que se hubo en la dicha ciudad hubimos muchas rodelas de oro y penachos y plumajes, y cosas tan maravillosas que por escrito no se pueden significar ni se pueden comprender si no son vistas; y por ser tales, parecióme que no se debían quintar ni dividir, sino que de todas ellas se hiciese servicio a vuestra majestad, para lo cual yo hice juntar todos los españoles, y les rogué que tuviesen por bien que aquellas cosas se enviasen a vuestra majestad, y que de la parte que a ellos venía y a mí sirviésemos a vuestra majestad. Y ellos holgaron de lo hacer de muy buena voluntad, y con tal, ellos y yo enviamos el dicho servicio a vuestra majestad con los procuradores que los consejos de esta Nueva España envían.

Como la ciudad de Temixtitan era tan principal y nombrada por todas estas partes, parece que vino a noticia de un señor de una muy gran provincia que está setenta leguas de Temixtitan, que se dice Mechuacán, cómo la habíamos destruido y asolado, y considerando la grandeza y fortaleza de la dicha ciudad, al señor de aquella provincia le pareció que, pues que aquélla no se nos había defendido, que no habría cosa que se nos amparase; y por temor o por lo que a él le plugo, envióme ciertos mensajeros, y de su parte me dijeron por los intérpretes de su lengua que su señor había sabido que nosotros éramos vasallos de un gran señor, y que, si yo tuviese por bien, él y los suyos lo querían también ser y tener mucha amistad con nosotros. Y yo le respondí que era verdad que todos éramos vasallos de aquel gran señor, que era vuestra majestad, y que a todos los que no lo quisiesen ser les habíamos de hacer guerra, y que su señor y ellos lo habían hecho muy bien. Y como yo de poco acá tenía alguna noticia de la mar del Sur, informéme también de ellos si por su tierra podía ir allá; y ellos me respondieron que sí, y roguéles que, porque pudiese informar a vuestra majestad de la dicha mar y de su provincia, llevasen consigo dos españoles que les daría; y ellos dijeron que les placía de muy buena voluntad, pero que para pasar al mar había de ser por tierra de un gran señor con quien ellos tenían guerra, y que a esta causa no podían por ahora llegar a la mar. Estos mensajeros de Mechuacán estuvieron aquí conmigo tres o cuatro días, y delante de ellos hice escaramuzar los de caballo, para que allá lo contasen; y habiéndoles dado ciertas joyas, a ellos y a los dos españoles despaché para la dicha provincia de Mechuacán.

Como en el capítulo antes de éste he dicho, yo tenía, muy poderoso señor, alguna noticia, poco había, de la otra mar del Sur, y sabía que por dos o tres partes estaba a doce y a trece y a catorce jornadas de aquí; y estaba muy ufano, porque me parecía que en la descubrir se hacía a vuestra majestad muy grande y señalado servicio, especialmente que todos los que tienen alguna ciencia y experiencia en la navegación de las Indias, han tenido por muy cierto que descubriendo por estas partes la mar del Sur, se habían de hallar muchas islas ricas de oro y perlas y piedras preciosas y especería, y se habían de descubrir y hallar otros muchos secretos y cosas admirables; y esto han afirmado y afirman también personas de letras y experimentadas en la ciencia de la cosmografía. Y con tal deseo y con que de mí pudiese vuestra majestad recibir en esto muy singular y memorable servicio, despaché cuatro españoles, los dos por ciertas provincias y los otros dos por otras; e informados de las vlas que habían de llevar y dádoles personas de nuestros amigos que los guiasen y fuesen con ellos, se partieron. Y yo les mandé que no parasen hasta llegar a la mar, y que en descubriéndola tomasen la posesión real y corporalmente en nombre de vuestra majestad, y los unos anduvieron cerca de ciento y treinta leguas por muchas y buenas provincias sin recibir ningún estorbo; y llegaron a la mar y tomaron la posesión, y en señal pusieron cruces en la costa de ella. Y después de ciertos dras se volvieron con la relación del dicho descubrimiento, y me informaron muy particularmente de todo, y me trajeron algunas personas de los naturales de la dicha mar, y también me trajeron muy buena muestra de oro de minas que hallaron en algunas de aquellas provincias por donde pasaron, la cual con otras muestras de oro ahora envío a vuestra majestad.

Los otros dos españoles se detuvieron algo más, porque anduvieron cerca de ciento y cincuenta leguas por otra parte hasta llegar a la dicha mar, donde asimismo tomaron la dicha posesión, y me trajeron larga relación de la costa, y se vinieron con ellos algunos de los naturales de ella. Y a ellos y a los otros los recibí graciosamente, y con haberlos informado del gran poder de vuestra majestad y dado algunas cosas se volvieron muy contentos a sus tierras.

En la otra relación, muy católico Señor, hice saber a vuestra majestad cómo al tiempo que los indios me desbarataron y echaron la primera vez fuera de la ciudad de Temixtitan, se habían rebelado contra el servicio de vuestra majestad todas las provincias sujetas a la ciudad y nos habían hecho la guerra, y por esta relación podrá vuestra majestad mandar ver cómo habemos reducido a su real servicio todas las más tierras y provincias que estaban rebeladas. Y porque ciertas provincias que están de la costa de la mar del Norte a diez y quince y a treinta leguas, desde que la dicha ciudad de Temixtitan se había alzado, ellas estaban rebeladas, y los naturales de ellas habían muerto a traición y sobre seguro más de cien españoles, y yo, hasta haber dado conclusión en esta guerra de la ciudad, no había tenido posibilidad para enviar sobre ellos. Acabados de despachar aquellos españoles que vinieron de descubrir la mar del Sur, determiné de enviar a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con treinta y cinco de caballo y doscientos españoles y gente de nuestros amigos, y con algunos principales y naturales de Temixtitan, a aquellas provincias, que se dicen Tatactetelco y Tustepeque y Guatuxco y Aulicaba; y dádole instrucción de la orden que había de tener en esta jornada, se comenzó a aderezar para la hacer.

En esta sazón, el teniente que yo había dejado en la villa de Segura de la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, vino a esta ciudad de Cuyoacán e hízome saber cómo los naturales de aquella provincia y de otras a ella comarcanas, vasallos de vuestra majestad, recibían daño de los naturales de una provincia que se dice Guaxacaque, que les hacían guerra porque eran nuestros amigos, y que demás de ser necesario poner remedio a esto, era muy bien asegurar aquella provincia de Guaxacaque, porque estaba en camino de la mar del Sur, y en pacificándose sería cosa muy provechosa, así para lo dicho como para otros efectos de que adelante haré relación a vuestra majestad. Y el dicho teniente me dijo que estaba muy particularmente informado de aquella provincia, y que con poca gente la podría sojuzgar; porque estando yo en el real sobre Temixtitan él había ido a ella porque los de Tepeaca le ahincaban que fuese a hacer guerra a los naturales de ella; pero como no había llevado más de veinte o treinta españoles, le habían hecho volver, aunque no tan despacio como él quisiera. y yo, vista su relación, dile doce de caballo y ochenta españoles, y el dicho alguacil mayor y teniente se partieron con su gente de esta ciudad de Cuyoacán a 30 de octubre del año de 521. Y llegados a la provincia de Tepeaca, hicieron allí sus alardes, y cada uno se partió a su conquista. Y el alguacil mayor, después de veinte y cinco días me escribió cómo había llegado a la provincia de Guatuxco, y que aunque llevaba harto recelo que se había de ver en aprieto con los enemigos porque era gente muy diestra en la guerra y tenía muchas fuerzas en su tierra, que habla placido a nuestro Señor que habían salido de paz, y que aunque no había llegado a las otras provincias. que tenía por muy cierto que todos los naturales de ellas se le vendrían a dar por vasallos de vuestra majestad. Y después de quince días hube cartas suyas, por las cuales me hizo saber cómo había pasado más adelante y que toda aquella tierra estaba ya de paz y que le parecía que para la tener segura era bien poblar en lo más a propósito de ella, como mucho antes lo habíamos puesto en plática, y que viese lo que cerca de ello debía hacer. Yo le escribí agradeciéndole mucho lo que había trabajado en aquella su jornada en servicio de vuestra majestad, y le hice saber que me parecía muy bien lo que decía acerca del poblar; y enviéle a decir que hiciese una villa de españoles en la provincia de Tuxtepeque y que le pusiese nombre Medellín; y enviéle su nombramiento de alcaldes y regidores y otros oficiales, a los cuales todos encargué mirasen todo lo que conviniese al servicio de vuestra majestad y al buen tratamiento de los naturales.

El teniente de la villa de Segura de la Frontera se partió con su gente a la provincia de Guaxaca, con mucha gente de guerra de aquella comarca, nuestros amigos; y aunque los naturales de la dicha provincia se pusieron en resistirle y peleó dos o tres veces con ellos muy reciamente, al fin se dieron de paz, sin recibir ningún daño. Y de todo me escribió particularmente, y me informó cómo la tierra era muy buena y rica de minas, y me envió una muy singular muestra de oro de ellas, que también envío a vuestra majestad, y él se quedó en la dicha provincia para hacer de allí lo que le enviase a mandar.

Habiendo dado orden en el despacho de estas dos conquistas, y sabiendo el buen suceso de ellas, y viendo cómo yo tenía ya pobladas tres villas de españoles y que conmigo estaban copia de ellos en esta ciudad de Cuyoacán, habiendo platicado en qué parte haríamos otra población alrededor de las lagunas, porque de ésta había más necesidad para la seguridad y sosiego de todas estas partes. Y asimismo viendo que la ciudad de Temixtitan, que era cosa tan nombrada y de que tanto caso y memoria siempre se ha hecho, pareciónos que en ella era bien poblar, porque estaba toda destruida; y yo repartí los solares a los que se asentaron por vecinos, e hízose nombramiento de alcaldes y regidores en nombre de vuestra majestad, según en sus reinos se acostumbra. Y entre tanto que las casas se hacen, acordamos de estar y residir en esta ciudad de Cuyoacán, donde al presente estamos. De cuatro o cinco meses acá, que la dicha ciudad de Temixtitan se va reparando, está muy hermosa, y crea vuestra majestad que cada día se irá ennobleciendo en tal manera, que como antes fue principal y señora de todas estas provincias, que lo será también de aquí adelante; y se hace y hará de tal manera que los españoles estén muy fuertes y seguros y muy señores de los naturales, de manera que de ellos en ninguna forma puedan ser ofendidos.

En este comedia, el señor de la provincia de Tecoantepeque, que es junto a la mar del Sur, y por donde la descubrieron los dos españoles, me envió ciertos principales y con ellos se envió a ofrecer por vasallo de vuestra majestad, y me envió un presente de ciertas joyas y piezas de oro y plumajes, lo cual todo se entregó al tesorero de vuestra majestad, y yo les agradecí a aquellos mensajeros lo que de parte de su señor me dijeron, y les di ciertas cosas que le llevasen, y se volvieron muy alegres.

Asimismo vinieron a esta sazón los dos españoles que habían ido a la provincia de Mechuacán, por donde los mensajeros que el señor de allí me había enviado me habían dicho que también por aquella parte se podía ir a la mar del Sur, salvo que había de ser por tierra de un señor que era su enemigo; y con los dos españoles vino un hermano del señor de Mechuacán, y con él otros principales y servidores, que pasaban de mil personas, a los cuales yo recibí mostrándoles mucho amor. Y de parte del señor de la dicha provincia, que se dice Calcucín, me dieron para vuestra majestad un presente de rodelas de plata, que pesaron tantos marcos, y otras cosas muchas, que se entregaron al tesorero de vuestra majestad; y porque viesen nuestra manera y lo contasen allá a su señor, hice salir a todos los de caballo a una plaza, y delante de ellos corrieron y escaramuzaron. Y la gente de pie salió en ordenanza y los escopeteros soltaron las escopetas, y con el artillería hice tirar a una torre, y quedaron todos muy espantados de ver lo que en ella se hizo y de ver correr los caballos; e hícelos llevar a ver la destrucción y asolamiento de la ciudad de Temixtitan, que de la ver, y de ver su fuerza y fortaleza, por estar en el agua, quedaron muy más espantados. Y a cabo de cuatro o cinco días, dándoles muchas cosas para su señor de las que ellos tienen en estima, y para ellos, se partieron muy alegres y contentos.

Antes de ahora he hecho relación a vuestra majestad del río de Pánuco, que es la costa abajo de la villa de la Vera Cruz, cincuenta o sesenta leguas; al cual los navíos de Francisco de Garay habían ido dos o tres veces, y aun recibido harto daño de los naturales del dicho río, por la poca manera que se habían dado los capitanes que allí había enviado en la contratación que habían querido tener con los indios. Y después yo, viendo que en toda la costa de la mar del Norte hay falta de puertos, y ninguno hay tal como aquel del río, y también porque aquellos naturales de él habían de antes venido a mí a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad, y ahora han hecho y hacen guerra a los vasallos de vuestra majestad, nuestros amigos; tenía acordado de enviar allá un capitán con cierta gente y pacificar toda aquella provincia. Y si fuese tierra tal para poblar, hacer allí en el río una villa, porque todo lo de aquella comarca se aseguraría; y aunque éramos pocos, y derramados en tres o cuatro partes, y tenía por esta causa alguna contradicción para no sacar más gente de aquí; empero, así por socorrer a nuestros amigos, como por que después que se había ganado la ciudad de Temixtitan habían venido navíos y habían traído alguna gente y caballos, hice aderezar veinte y cinco de caballo y ciento y cincuenta peones, y un capitán con ellos, para que fuesen al dicho río.

Y estando despachando a este capitán me escribieron de la Villa de la Vera Cruz cómo alli al puerto de ella habla llegado un navío, y que en él venía Cristóbal de Tapia, veedor de las fundiciones de la isla española, del cual otro día siguiente recibí una carta por la cual me hacía saber que su venida a esta tierra era para tener la gobernación de ella por mandado de vuestra majestad, y que de ello traía sus provisiones reales, de las cuales en ninguna parte quería hacer presentación hasta que nos viésemos, lo cual quisiera que fuera luego; pero que como traía las bestias fatigadas de la mar, no se había metido en camino, y que me rogaba que diésemos orden cómo nos viésemos, o él viniendo acá, o yo yendo allá a la costa de la mar. Y como recibí su carta, luego respondí a ella diciéndole que holgaba mucho con su venida, y que no pudiera venir persona, proveída por mandado de vuestra majestad a tener la gobernación de estas partes, de quien más contentamiento tuviera; así por el conocimiento que entre nosotros había, como por la crianza y vecindad que en la isla Española habíamos tenido. Y porque la pacificación de estas partes no estaba aún tan soldada como convenía, y de cualquiera novedad se daría ocasión de alterar a los naturales, y cómo el padre fray Pedro Melgarejo de Urrea, comisario de la Cruzada, se había hallado en todos nuestroS trabajos, y sabía muy bien en qué estado estaban las cosas de acá, y de su venida vuestra majestad había sido muy servido y nosotros aprovechados de su doctrina y consejos, yo le rogué con mucha instancia que tomase trabajo de se ver con el dicho Tapia y viese las provisiones de vuestra majestad, y pues él mejor que nadie sabía lo que convenía a su real servicio y al bien de aquestas partes; que él diese orden con el dicho Tapia en lo que más conviniese, pues tenía concepto de mí que no excedería un punto de ello. Lo cual yo le rogué en presencia del tesorero de vuestra majestad, y él asimismo se lo encargó mucho.

Y él se partió para la Villa de la Vera Cruz, donde el dicho Tapia estaba; y para que en la villa o por donde viniese el dicho veedar se le hiciese todo buen servicio y acogimiento, despaché al dicho padre y a dos o tres personas de bien de los de mi compañía. Y como aquellas personas se partieron, yo quedé esperando su respuesta, y en tanto que aderezaba mi partida, dando orden en algunas cosas que convenían al servicio de vuestra majestad y a la pacificación y sosiego de estas partes. Después de diez o doce días la justicia y regimiento de la Villa de la Vera Cruz me escribieron cómo el dicho Tapia había hecho presentación de las provisiones que traía de vuestra majestad, y de sus gobernadores en su real nombre, y que las habían obedecido con toda la reverencia que se requería, y que en cuanto al cumplimiento, habían respondido que porque los más del regimiento estaban acá conmigo, que se habían hallado en el cerco de la ciudad, ellos se lo harían saber, y todos harían y cumplirían lo que fuese más servicio de vuestra majestad y bien de la tierra; y que de esta respuesta el dicho Tapia había recibido algún desabrimiento, y aun había tentado algunas cosas escandalosas. Y como quiera que a mí me pesaba de ello, les respondí que les rogaba y encargaba mucho que, mirando principalmente el servicio de vuestra majestad, trabajasen de contentar al dicho Tapia, y no dar ninguna ocasión a que hubiese ningún bullicio; y que yo estaba de camino para me ver con el y cumplir lo que vuestra majestad mandaba y más su servicio fUese.

Y estando ya de camino, e impedida la ida del capitán y gente qUe enviaba al río de Pánuco, porque convenía que yo salido de aquí quedase muy buen recaudo, los procuradores de los concejos de esta Nueva España me requirieron con muchas protestaciones que no saliese de aquí, porque como toda esta provincia de México y Temixtitan había poco que se había pacificado, con mi ausencia se alborotaría, de que podía seguir mucho deservicio a vuestra majestad y desasosiego en la tierra; y dieron en el dicho su requerimiento otras muchas causas y razones por donde no convenía que yo saliese de esta ciudad al presente, y dijéronme que ellos, con poder de los Concejos, irían a la Villa de la Vera Cruz, donde el dicho Tapia estaba, y verían las provisiones de vuestra majestad y harían todo lo que fuese su real servicio. Y porque nos pareció ser así necesario y los dichos procuradores se partían, escribí con ellos al dicho Tapia, haciéndole saber lo que pasaba, y que yo enviaba mi poder a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, y a Diego de Soto y a Diego de Valdenebro, que estaban allá en la Villa de la Vera Cruz, para que en mi nombre, juntamente con el cabildo de ella y con los procuradores de los otros cabildos, viesen e hiciesen lo que fuese servicio de vuestra majestad y bien de la tierra, porque eran y son personas que así lo habían de cumplir.

Allegados donde el dicho Tapia estaba, que venía ya de camino, y el padre fray Pedro se venía con él, requiriéronle que se volviese, y todos juntos se volvieron a la ciudad de Cempoal, y allí el dicho Cristóbal de Tapia presentó las provisiones de vuestra majestad, las cuales todos obedecieron con el acatamiento que a vuestra majestad se debe; y en cuanto al cumplimiento de ellas dijeron que suplicaban para ante vuestra majestad, porque así convenía a su real servicio por las causas y razones de la misma suplicación que hicieron, según que más largamente pasó; y los procuradores que van de esta Nueva España lo llevan signado de escribano público. y después de haber pasado otros autos y requerimientos entre el dicho veedor y procuradores, se embarcó en un navío suyo, porque así le fue requerido; porque de su estada y haber publicado que él venía por gobernador y capitán de estas partes, se alborotaban. Y tenían estos de México y Temixtitan ordenado con los naturales de estas partes, de se alzar y hacer una gran traición, que a salir con ella hubiera sido peor que la pasada; y fue que ciertos indios de aquí de México concertaron con algunos de los naturales de aquellas provincias que el alguacil mayor había ido a pacificar que viniesen a mí a mucha prisa, y me dijeron cómo por la costa andaban veinte navíos con mucha gente, y que no salían a tierra; y que porque no debía ser buena gente, si yo quería ir allá y ver lo que era, que ellos se aderezarían y irían de guerra conmigo a me ayudar. Y para que los creyese trajéronme la figura de los navíos en un papel.

Y como secretamente me hicieron saber esto, luego conocí su intención y que era maldad y rodeo para verme fuera de esta provincia, porque como alguno de los principales de ella habían sabido que los días antes yo estaba de partida y vieron que me estaba quedo, habían buscado esta otra manera; y yo disimulé con ellos, y después prendí algunos que lo habían ordenado. De manera que la venida del dicho Tapia y no tener experiencia de la tierra y gente de ella, causó harto bullicio; y su estada hiciera mucho daño si Dios no lo hubiera remediado. Más servicio hubiera hecho a vuestra majestad estando en la isla Española, dejar su venida y consultarla primero a vuestra majestad, y hacerle saber el estado en que estaban las cosas de estas partes, pues lo había sabido de los navíos que yo había enviado a la dicha isla por socorro, y sabía claramente haberse remediado el escándalo que se esperaba haber con la venida de la armada de Pánfilo de Narváez; aquél que principalmente por los gobernadores y Consejo real de vuestra majestad había sido proveído. Mayormente que por el almirante y jueces y oficiales de vuestra majestad que residen en la dicha isla española, el dicho Tapia había sido requerido muchas veces que no curase de venir a estas partes sin que primero vuestra majestad fuese informado de todo lo que en ellas ha sucedido, y para ello le sobreseyeron su venida so ciertas penas; el cual, con formas que con ellos tuvo, mirando más su particular interés que a lo que al servicio de vuestra majestad convenía, trabajó que se le alzase el sobreseimiento de su venida. He hecho relación de todo ello a vuestra majestad porque cuando el dicho Tapia se partió, los procuradores y yo no la hicimos porque él no fuera buen portador de nuestras cartas, y también porque vuestra majestad vea y crea que en no recibir al dicho Tapia vuestra majestad fue muy servido, según que más largamente se probará cada y cuando fuese necesario.

En un capítulo antes de éste he hecho saber a vuestra majestad cómo el capitán que había enviado a conquistar la provincia de Guaxaca la tenía pacífica y estaba esperando allí para ver lo que le mandaba; y porque de su persona había necesidad y era alcalde y teniente en la Villa de Segura de la Frontera, le escribí que los ochenta hombres y diez de caballo que tenía los diese a Pedro de Alvarado, al cual enviaba a conquistar la provincia de Tatutepeque, que es cuarenta leguas adelante de la de Guaxaca, junto a la mar del Sur, y hacían mucho daño y guerra a los que se habían dado por vasallos de vuestra majestad, y a los de la provincia de Tecoatepeque, porque nos habían dejado por su tierra entrar a descubrir la mar del Sur. Y el dicho Pedro de Alvarado se partió de esta ciudad al último de enero de este presente año, y con la gente que de aquí llevó, y con la que recibió en la provincia de Guaxaca, juntó cuarenta de caballo y doscientos peones, en que había cuarenta ballesteros y escopeteros, y dos tiros pequeños de campo; y después de veinte días recibí cartas del dicho Pedro de Alvarado, cómo estaba de camino para la dicha provincia de Tatutepeque, y que me hacía saber que había tomado ciertas espías naturales de ella; y habiéndose informado de ellas, le habían dicho que el señor de Tatutepeque con su gente le estaba esperando en el campo, y que él iba con propósito de hacer en aquel camino toda su posibilidad por pacificar aquella provincia, y porque para ello, además de los españoles, llevaba mucha y buena gente de guerra.

Y estando con mucho deseo esperando la sucesión de este negocio, a 4 de marzo de este mismo año recibí cartas del dicho Pedro de Alvarado, en que me hizo saber cómo él había entrado en la provincia y que tres o cuatro poblaciones de ella se habían puesto en resistirle, pero que no habían perseverado en ello. Y que habían entrado en la población y ciudad de Tatutepeque y habían sido bien recibidos, a lo que habían mostrado; y que el señor, que le habla dicho que se aposentase allí en unas casas grandes suyas que tenían la cobertura de paja, y que porque eran en lugar algo no provechoso para los de caballo no habían querido sino abajarse a otra parte de la ciudad que era más llano; y que también lo había hecho porque luego entonces había sabido que le ordenaban de matar a él y a todos de esta manera; que como todos los españoles estuviesen aposentados en las casas, que eran muy grandes, a medianoche les pusiesen fuego y los quemasen a todos. Y como Dios le había descubierto este negocio, había disimulado y llevado consigo a lo bajo al señor de la provincia y un hijo suyo, y que los habían detenido y tenía en su poder como presos, y le habían dado veinte y cinco mil castellanos. Y que creía que, según los vasallos de aquel señor le decían, que tenia mucho tesoro, y que toda la provincia estaba tan pacífica que nO podía ser más, y que tenía sus mercados y contratación como antes, y que la tierra era muy rica de oro de minas, y que en su presencia le habían sacado una muestra, la cual me envió, y que tres días antes había estado en la mar, y tomado posesión de ella por vuestra majestad, y que en su presencia habían sacado una muestra de perlas que también me envió; las cuales, con la muestra del oro de minas, envió a vuestra majestad.

Como Dios Nuestro Señor encaminaba bien esta negociación, e iba cumpliendo el deseo que yo tengo de servir a vuestra majestad en esto de la mar del Sur, por ser cosa de tanta importancia, he proveído con mucha diligencia que en la una de tres partes por do yo he descubierto la mar, se hagan dos carabelas medianas y dos bergantines; las carabelas para descubrir, y los bergantines para seguir la costa; y para ello he enviado con una persona de recaudo bien cuarenta españoles, en que van maestros y carpinteros de ribera y aserradores y herreros y hombres de la mar, y he proveído a la villa por clavazón y velas y otros aparejos necesarios para los navíos, y se dará toda la prisa que sea posible para los acabar y echar al agua; lo cual hecho, crea vuestra majestad que será la mayor cosa y en que más servicio redundará a vuestra majestad, después que las Indias se han descubierto.

Estando en la ciudad de Tesuico, antes que de allí saliese a poner cerco a la de Temixtitan, aderezándonos y forneciéndonos de lo necesario para el dicho cerco, bien descuidado de lo que por ciertas personas se ordenaba, vino a mí una de aquellas que era en el concierto, e hízome saber cómo ciertos amigos de Diego Velázquez que estaban en mi compañía me tenían ordenada traición para me matar, y que entre ellos habían y tenían elegido capitán y alcalde mayor y alguacil y otros oficiales. Y que en todo caso lo remediase, pues veía que, demás del escándalo que se seguiría por lo de mi persona, estaba claro que ningún español escaparía viéndonos revueltos a los unos y a los otros; y que para esto no solamente hallaríamos a los enemigos apercibidos, pero aun los que teníamos por amigos, trabajarían de nos acabar a todos. Y como yo vi que se me había revelado tan gran traición, di gracias a Nuestro Señor, porque en aquello consistía el remedio. Y luego hice prender al uno, que era el principal agresor, el cual espontáneamente confesó que él había ordenado y concertado con muchas personas, que en su confesión declaró, de me prender o matar y tomar la gobernación de la tierra por Diego Velázquez, y que era verdad que tenía ordenado de hacer capitán y alcalde mayor, y que él había de ser alguacil mayor y me había de prender o matar; y que en esto eran muchas personas, que él tenía pUestas en una copia, la cual se halló en su posada, aunque hecha pedazos, con algunas de las dichas personas que declaró él había platicado lo susodicho. Y que no solamente esto se había ordenado allí en Tesuico, pero que también lo había comunicado y puesto en plática estando en la guerra de la provincia de Tepeaca.

Vista la confesión de éste, el cual se decla Antonio de Villafaña, que era natural de Zamora, y como se certificó en ella, un alcaide y yo lo condenamos a muerte, la cual se ejecutó en su persona. Y caso que en este delito hallamos otros muy culpados, disimulé con ellos, haciéndoles obras de amigos, porque por ser el caso mlo, aunque más propiamente se puede decir de vuestra majestad, no he querido proceder contra ellos rigurosamente; la cual disimulación no ha hecho mucho provecho, porque después acá algunos de esta parcialidad de Diego Velázquez han buscado contra mi muchas asechanzas, y de secreto hecho muchos bullicios y escándalos, en que me ha convenido tener más aviso de me guardar de ellos que de nuestros enemigos. Pero Dios Nuestro Señor lo ha siempre guiado en tal manera, que sin hacer en aquellos castigo, ha habido y hay toda pacificación y tranquilidad; y si de aquí adelante sintiese otra cosa, castigarse ha conforme a justicia.

Después que se tomó la ciudad de Temixtitan, estando en esta de Cuyoacán, falleció don Fernando, señor de Tesuico, de que a todos nos pesó, porque era muy buen vasallo de vuestra majestad y muy amigo de los cristianos. Y con parecer de los señores y principales de aquella ciudad y su provincia, en nombre de vuestra majestad, se dio el señorío a otro hermano suyo menor, el cual se bautizó y se le puso nombre don Carlos, y según de él hasta ahora se conoce, lleva las pisadas de su hermano y aplácele mucho nuestro hábito y conversación.

En la otra relación hice saber a vuestra majestad cómo cerca de las provincias de Tascaltecal y Guajocingo había una sierra redonda y muy alta de la cual salía casi a la continua mucho humo, que iba como una saeta derecho hacia arriba. Y porque los indios nos daban a entender que era cosa muy mala y que morían los que allí subían, yo hice a ciertos españoles que subiesen Y viesen de la manera que la sierra estaba arriba. Y a la sazón que subieron salió aquel humo con tanto ruido, que ni pudieron ni osaron llegar a la boca; y después acá yo hice ir allá a otros españoles, y subieron dos veces hasta llegar a la boca de la sierra do sale aquel humo, y había de la una parte de la boca a la otra dos tiros de ballesta, porque hay en torno casi tres cuartos de legua. Y tiene tan gran hondura, que no pudieron ver el cabo. Y allí alrededor hallaron algún azufre de lo que el humo expele. Y estando una vez allá oyeron el ruido grande que traía el humo, y ellos diéronse prisa a se bajar; pero antes que llegasen al medio de la sierra ya venían rodando infinitas piedras, de que se vieron en harto peligro; y los indios nos tuvieron a muy gran cosa osar ir adonde fueron los españoles.

Por una carta mía hice saber a vuestra majestad cómo los naturales de estas partes eran de mucha más capacidad que no los de las otras islas, que nos parecían de tanto entendimiento y razón cuanto a uno medianamente b3sta para ser capaz, y que a esta causa me parecía cosa grave por entonces compelerlos a que sirviesen a los españoles de la manera que los de las otras islas; y que también cesando aquesto, los conquistadores y pobladores de estas partes no se podían sustentar. Y que para no constreñir por entonces a los indios y que los españoles se remediasen, me parecía que vuestra majestad debía mandar que de las rentas que acá pertenecen a vuestra majestad, fuesen socorridos para su gasto y sustentación, y que sobre ello vuestra majestad mandase proveer lo que fuese más servido, según que de todo más largamente hice a vuestra majestad relación. Y después acá, vistos los muchos y continuos gastos de vuestra majestad, y que antes debíamos por todas vías acrecentar sus rentas que dar causa a las gastar, y visto también el mucho tiempo que habemos andado en las guerras, y las necesidades y deudas en que a causa de ellas todos estábamos puestos, y la dilación que había en lo que en aqueste caso vuestra majestad podía mandar, y sobre todo la mucha importunación de los oficiales de vuestra majestad y de todos los españoles y que de ninguna manera me podía excusar, fuéme casi forzado depositar los señores y naturales de estas partes a los españoles, considerando en ello las personas y los servicios que en estas partes a vuestra majestad han hecho, para que en tanto que otra cosa mande proveer, o confirmar esto, los dichos señores y naturales sirvan y den a cada español a quien estuvieren depositados, lo que hubieren menester para su sustentación. y esta forma fue con parecer de personas que tenian y tienen mucha inteligencia y experiencia de la tierra; y no se pudo ni puede tener otra cosa que sea mejor, que convenga más, así para la sustentación de los españoles como para conservación y buen tratamiento de los indios, según que de todo harán más larga relación a vuestra majestad los procuradores que ahora van de esta Nueva España. Para las haciendas y granjerias de vuestra majestad se señalaron las provincias y ciudades mejores y más convenientes. Suplico a vuestra majestad lo mande proveer y responder lo que más fuere servido.

Muy católico Señor: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de vuestra cesárea majestad conserve y aumente con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos, como su real corazón desea.

De la ciudad de Cuyoacán, de esta Nueva España del mar Océano,
a 15 días de mayo de 1522 años.

Potentísimo Señor.
De vuestra cesárea majestad muy humilde siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de vuestra majestad besa.

Hernando Cortés.



Potentísimo Señor: A vuestra cesárea majestad hace relación Fernando Cortés, su capitán y justicia mayor en esta Nueva España del mar Océano, según aquí vuestra majestad podrá mandar ver, y porque los oficiales de vuestra católica majestad somos obligados a le dar cuenta del suceso y estado de las cosas de estas partes, y en esta escritura va muy particularmente declarado, y aquello es la verdad y lo que nosotros podríamos escribir, no hay necesidad de más nos alargar, sino remitimos a la relación del dicho capitán.

Invictísimo y muy católico Señor: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y potentisimo estado de vuestra majestad conserve y aumente, con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos, como su real corazón desea.

De la ciudad de Cuyoacán, a 15 de mayo de 1522 años.
Potentísimo Señor.
De vuestra cesárea majestad muy humildes siervos y vasallos, que los muy reales pies y manos de vuestra majestad besan.

Julián Alderete.
Alonso de Grado.
Bernardino Vázquez de Tapia.



Muy alto y potentísimo príncipe, muy católico e invictísimo emperador, rey y señor. Con la presente envío a vuestra cesárea majestad larga y particular relación de las cosas sucedidas en esta Nueva España, que por orden es tercera después que yo a ella vine y la poblé y conquisté con los trabajos y peligros que por ella y por las otras vuestra alteza puede mandar ver, la cual envío juntamente con los oficiales de vuestra majestad que a todo o lo más se han hallado presentes. Suplico a vuestra alteza la mande recibir y oír benignamente, pues en ella se verán obras no de nuestras manos mas de Dios, con cuyo favor a vuestra majestad se han hecho tantos servicios en estas partes, que por no me alargar los dejo de significar, y también por ser yo en parte ministro de ellos.

Lo que a vuestra alteza quiero solamente hacer saber es que después que en esta tierra estoy, que ha más de tres años, siempre he escrito y avisado a vuestra majestad y a los de su consejo de las indias cosas que importaban mucho a su servicio, y nunca hasta ahora de cosa de ellas he habido respuesta; la causa creo ha sido, o no ser bien recibidas mis cartas y servicios, o la distancia de la tierra, o la negligencia de las personas que solicitan mis negocios; y lo mismo ha acaecido a los pobladores y conquistadores de esta Nueva España que allá tienen sus procuradores. Y viendo éstos la mucha necesidad que hay de informar a vuestra majestad de las cosas de acá, ahora tornan de nuevo a enviar sus procuradores; y porque de ellos y de los que tienen mi poder, vuestra alteza será muy particularmente avisado, en ésta no me alargaré más de suplicar a vuestra cesárea majestad tenga por bien de mandar dar audiencia a los unos y a los otros, y recibir de ellos el servicio y muestra que a vuestra alteza hacemos de esta su nueva y abundantísima tierra.

Por la relación que ahora envío verá vuestra majestad la solicitUd y diligencia que yo he puesto en descubrir la mar del Sur, y cómo gracias a nuestro Señor la he descubierto por tres partes, lo cual puede vuestra alteza tener por uno de los más señalados servicios que en las Indias se han hecho; y también ver cómo para descubrir y saber todo el secreto, que sin duda, según la noticia tenemos, se han de hallar maravillosas cosas, he comenzado a hacer cerca de la costa bien noventa leguas de estas provincias navíos y bergantines; y porque antes de ahora teniendo alguna noticia de la dicha mar, yo avisé a los que tienen mi poder de ciertas cosas que se habían de suplicar a vuestra majestad para la mejor y más breve expedición del dicho descubrimiento, y despUés acá no solamente yo he descubierto la dicha mar, pero aun en cierta costa de ella tengo poblados doscientos y cincuenta españoles, en que hay cuarenta de caballo; y porque aquel aviso mío no sé si se habrá recibido, porque fue por diversas vías, la persona que ahora envio con mi poder, informará a vuestra alteza muy larga y particularmente de esta negociación. Suplico a vuestra cesárea majestad tenga por bien de le mandar oir, porque este negocio es de tanta importancia, que es mucha razón, que vuestra alteza le tenga en más que a todo el resto de las Indias, según de lo que, como digo, tenemos relación.

Potentísimo señor, Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de vuestra cesárea majestad conserve y aumente con acrecentamiento de muchos más reinos y señorios como su real corazón desea.

De Cúyuacán a 15 días de mayo de 1522 años.
Potentísimo señor, de vuestra cesárea majestad muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa.

Hernando Cortés.

Índice de Cartas de relación de Hernán CortésCuarta parte de la Tercera Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 15 de mayo de 1522Primera parte de la Cuarta Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 15 de octubre de 1524Biblioteca Virtual Antorcha