CARTAS DE RELACIÓN
QUINTA CARTA-RELACIÓN
DE HERNAN CORTÉS AL EMPERADOR CARLOS V
TENUXTITLAN, 3 DE SEPTIEMBRE DE 1526
Dirigida a la sacra católica cesárea majestad del invictísimo emperador don Carlos V, desde la ciudad de Tenuxtitlan, a 3 de septiembre de 1526 años.
(Tercera parte)
Y envié también a la otra villa de la Natividad de Nuestra Señora instrucción de lo que habían de hacer, y embarcado con buen tiempo, teniendo ya la postrera ancla a pique, calmó el tiempo de manera que no pude salir, y otro día por la mañana fuéme nueva al navío que entre la gente que dejaba en aquella villa había ciertas murmuraciones, de que se esperaban escándalos siendo yo ausente, y por esto, y porque no hacia tiempo para navegar, torné a saltar a tierra y hube mi información, y con castigar algunos movedores, quedó muy pacífico. Estuve dos dias en tierra, que no hubo tiempo para salir del puerto, y al tercero día vino muy buen tiempo, y tornéme a embarcar y hacer a la vela, e yendo dos leguas de donde partl, que doblaba ya una punta que el puerto hace muy larga, quebróseme la entena mayor, y fue forzado volver al puerto a aderezarla; estuve otros tres días aderezándola, y partime con muy buen tiempo otra vez, y anduve con él dos noches y un día, y habiendo andado cincuenta leguas y más, diónos tan recio tiempo de norte, muy contrario, que nos quebró el mástil del trinquete por los tamboretes, y fue forzado con harto trabajo volver al puerto, donde llegados, dimos todos muchas gracias a Dios, porque pensamos perdernos, y yo y toda la gente venimos tan maltratados de la mar, que nos fue necesario tomar algún reposo, y en tanto que el tiempo se abonanzaba y el navío se aderezaba, salí en tierra con toda la gente, y viendo que habiendo salido tres veces a la mar con buen tiempo me habla vuelto, pensé que no era Dios servido que esta tierra se dejase así, y aun pensélo porque algunos de los indios que habían quedado de paz estaban algo alborotados.
Y torné de nuevo a encomendarlo a Dios y hacer procesiones y decir misas, y asentóseme que con enviar yo aquel navio en que yo había de venir a esta Nueva España, y en él mi poder para Francisco de las Casas, mi primo, y escribir a los consejos y a los oficiales de vuestra majestad, reprehendiéndoles su yerro, y enviando algunas personas principales de los indios que conmigo vinieron, para que los que acá quedaron creyesen que no era yo muerto, como allá se había publicado, se apaciguarla todo y daría fin a lo que acá tenía comenzado, y así lo proveí, aunque no proveí muchas cosas que proveyera si supiera a esta sazón la pérdida del navío que había enviado primero, y dejélo porque en él lo había proveído todo muy cumplidamente, y tenia por cierto que ya estaba allá muchos días había, en especial el despacho de los navíos de la mar del Sur, que había despachado en aquel navío como convenía.
Después de haber despachado este navío para esta Nueva España, porque yo quedé muy malo de la mar, y hasta ahora lo estoy, no pude entrar la tierra adentro, y también por esperar a los navíos que habían de venir de las islas, y proveer otras cosas que convenía, envié al teniente que aquí dejaba, con treinta de caballo y otros tantos peones, que entrasen en la tierra adentro, y fueron hasta treinta y cinco leguas de aquella villa por un muy hermoso valle poblado de muchos y muy grandes pueblos, abundoso de todas las cosas que en la tierra hay; muy aparejado para criar en toda ella todo género de ganado, y plantar todas y cualesquier plantas de nuestra nación, y sin haber reencuentro con los naturales de la tierra, sino hablándoles con las lenguas y con los naturales de la tierra, que ya teníamos por amigos, los atrajeron todos de paz, y vinieron ante mí más de veinte señores de pueblos principales y con muestra de buena voluntad se ofrecieron por súbditos de vuestra alteza, prometiendo de ser obedientes a sus reales mandamientos. Y así lo han hecho y lo hacen hasta ahora; que después acá, hasta que yo me partí, nunca había faltado gente de ellos en mi compañía, y casi cada día iban unos y venían otros, y traían bastimentos y servían en todo lo que se les mandaba. Plega a nuestro Señor de los conservar y llegar al fin que vuestra majestad desea; y yo así tengo por fe que será, porque de tan buen principio no se puede esperar mal fin, sino por culpa de los que tenemos el cargo.
La provincia de Papayeca y la de Chapagua, que dije que fueron las primeras que se ofrecieron al servicio de vuestra majestad y por nuestros amigos, fueron los que cuando yo me embarqué hallé alborotados, y como yo me volví, tuvieron algún temor y enviéles mensajeros asegurándolos. Y algunos de los de Chapagua vinieron, aunque no los señores, y siempre tuvieron despoblados sus pueblos de mujeres e hijos y haciendas, aunque en ellos había algunos hombres que venían aquí a servir, híceles muchos requerimientos sobre que se viniesen a sus pueblos, y jamás quisieron, diciendo hoy, más mañana. Y tuve manera como hube a las manos los señores que son tres, que el uno se llama Chicohuytl, y el otro Poto, y el otro Mendereto; y habidos, prendílos y diles cierto término, dentro del cual les mandé que poblasen sus pueblos y no estuviesen en las sierras, con apercibimiento que no lo haciendo serían castigados como rebeldes; y así, los poblaron, y los solté, y están muy pacíficos y seguros y sirven muy bien.
Los de Papayeca jamás quisieron parecer, en especial los señores, y toda la gente que terían en los montes consigo, despoblados sus pueblos; y puesto que muchas veces fueron requeridos jamás quisieron ser obedientes. Envié allá una capitanía de gente de caballo y de pie, y muchos de los indios amigos, naturales de aquella tierra, y saltearon una noche a uno de aquellos señores, que son dos, que se llama Pizacura, y prendiéronle, y preguntado por qué había sido malo y no quería ser obediente, dijo que ya se hubiera venido, sino que el otro su compañero, que se llama Mazatl, era más parte con la comunidad, y que éste no consentía; pero que le soltasen a él, y que él trabajaría de espiarle para que le prendiesen; y que si lo ahorcasen, que luego la gente estaría pacífica y se vendrían todos a sus pueblos, porque él los recogería, no teniendo contradicción. Y así, le soltaron, y fue causa de mayor daño según ha aparecido después. Ciertos indios nuestros amigos de los naturales de aquella tierra, espiaron al dicho Mazatl, y guiaron a ciertos españoles donde estaba, y fue preso¡ notificáronle lo que su compañero Pizacura había dicho de él, y mandósele que dentro de cierto término trajese la gente a poblar en sus pueblos, y no estuviese por las sierras; jamás se pudo acabar con él. Hízose contra él proceso, y sentencióse a muerte, la cual se ejecutó en su persona.
Ha sido gran ejemplo para los demás; porque luego algunos pueblos que estaban así algo levantados, se vinieron a sus casas, y no hay pueblo que no esté muy seguro con sus hijos y mujeres y haciendas, excepto este Papayeca, que jamás se ha querido asegurar. Después que se soltó aquel Pizacura, se hizo proceso contra ellos, e hízoles guerra y prendiéronse hasta cien personas, que se dieron por esclavos, y entre ellos se prendió a Pizacura, el cual no quise sentenciar a muerte, puesto que por el proceso que contra él estaba hecho se pudiera hacer; antes le traje conmigo a esta ciudad con otros dos señores de otros pueblos que también habían andado algo levantados con intención que viesen las cosas de esta Nueva España, y tornarlos a enviar para que allá notificasen la manera que se tenía con los naturales de acá, y cómo servían para que ellos lo hiciesen asl; y este Pizacura murió de enfermedad y los otros dos están buenos, y los enviaré habiendo oportunidad. Con la prisión de éste y de otro mancebo que pareció ser el señor natural, y con el castigo de haber hecho esclavos aquellas ciento y tantas personas que se prendieron, se aseguró toda esta provincia, y cuando yo de allá partí quedaban todos los pueblos de ella poblados y muy seguros y repartidos en los españoles, y servían de muy buena voluntad al parecer.
A esta sazón llegó a aquella villa de Trujillo un capitán con hasta veinte hombres de los que yo había dejado en Naco con Gonzalo de Sandoval, y de los de la compañía de Francisco Hernández, capitán que Pedro Arias Dávila, gobernador de vuestra majestad, envió a la provincia de Nicaragua; de los cuales supe cómo al dicho pueblo de Naco había llegado un capitán del dicho Francisco Hernández, con hasta cuarenta hombres de pie y de caballo que venía a aquel puerto de la bahía de San Andrés a buscar al bachiller Pedro Moreno, que los jueces que residen en la isla española habían enviado a aquellas partes, como ya tengo hecha relación a vuestra majestad; el cual, según parece, había escrito al dicho Francisco Hernández para que se rebelase de la obediencia de su gobernador, como había hecho a la gente que dejaron Gil González y Francisco de las Casas, y venía aquel capitán a le hablar de parte del dicho Francisco Hernández, para se concertar con él para se quitar de la obediencia de su gobernador, y darla a los dichos jueces que en la dicha isla española residen, según pareció por ciertas cartas que traían. Luego los torné a despachar, y con ellos escribí al dicho Francisco Hernández y a toda la gente que con él estaba en general, y particularmente a algunos de los capitanes de su compañía que yo conocía, reprendiéndoles la fealdad que en aquello hacían, y cómo aquel bachiller los había engañado, y certificándoles cuánto de ello sería vuestra majestad servido, y otras cosas que me pareció convenía escribirlas para los apartar de aquel camino errado que llevaban. Y porque algunas de las causas que daban para abonar su propósito eran decir que estaban tan lejos de donde el dicho Pedro Arias de Dávila estaba, que para ser proveídos de las cosas necesarias recibían mucho trabajo y costa, y aun no podían ser proveídos y siempre estaban con mucha necesidad de las cosas y provisiones de España: y que por aquellos puertos que yo tenía poblados en nombre de vuestra majestad lo podían hacer más fácilmente; y que el dicho bachiller les había escrito que él dejaba toda aquella tierra poblada por los dichos jueces, e iba a volver luego con mucha gente y bastimentos. Le escribí que yo dejaría mandado en aquellos puertos que se les diesen todas las cosas que hubiesen menester por que allí enviasen, y que se tuviese con ellos toda contratación y buena amistad, pues los unos y los otros éramos y somos vasallos de vuestra majestad y estábamos en su real servicio, y que esto Se había de entender, estando ellos en obediencia de su gobernador como eran obligados, y no de otra manera; y porque me dijeron que de la cosa que al presente más necesidad tenían era de herraje para los caballos y de herramientas para buscar minas, les di dos acémilas mías cargadas de herraje y herramientas, y se las envié. Y después que llegaron donde estaba Gonzalo de Sandoval, les dio otras dos acémilas mías cargadas también de herraje, que yo allá tenía.
Y después de partidos éstos vinieron a mí ciertos naturales de la provincia de Huilacho, que es sesenta y cinco leguas de aquella villa de Trujillo, de quien días había que yo tenía mensajeros, y se habían ofrecido por vasallos de vuestra majestad, y me hicieron saber cómo a su tierra habían llegado veinte de caballo y cuarenta peones, con muchos indios de otras provincias que traían por amigos, de los cuales habían recibido y recibían mucho agravio y daños, tomándoles sus mujeres e hijos y haciendas, y que me rogaban los remediase, pues ellos se habían ofrecido por mis amigos, y yo les había prometido que los ampararía y defendería de quien mal les hiciese. Y luego que me envió Hernando de Saavedra, mi primo, a quien yo dejé por teniente en aquellas partes, que estaba a la sazón pacificando a aquella provincia de Papaeca, dos hombres de aquella gente que de los indios se vinieron a quejar, que venían por mandado de su capitán en busca de aquel pueblo de Trujillo, porque los indios les dijeron que estaba cerca, y que podían venir sin temor, porque toda la tierra estaba de paz; y de éstos supe que aquella gente era de la del dicho Francisco Hernández, y que venían en busca de aquel puerto, y que venía por su capitán un Gabriel de Rojas, luego despaché con estos dos hombres y con los indios que se habían venido a quejar, un alguacil con un mandamiento mío para el dicho Gabriel de Rojas, para que luego saliese de la dicha provincia, y volviese a los naturales todos los indios e indias y otras cosas que les hubiese tomado, y demás de esto le escribí una carta para que si alguna cosa hubiese menester, me lo hiciese saber, porque se le proveería de muy buena voluntad, si yo la tuviese. El cual, visto mi mandamiento y carta, lo hizo luego y los naturales de la dicha provincia quedaron muy contentos, aunque después me tornaron a decir los dichos indios que venido el alguacil que yo envié, les habían llevado algunos.
Con este capitán torné otra vez a escribir al dicho Francisco Hernández, ofreciéndole todo lo que yo alll tuviese, de que él y su gente tuviesen necesidad, porque de ello creí vuestra majestad era muy servido, y encargándole todavía la obediencia de su gobernador. No sé lo que después acá ha sucedido, aunque supe del alguacil que yo envié y de los que con él fueron que estando todos juntos le había llegado una carta al dicho Gabriel de Rojas de Francisco Hernández, su capitán, en el que le rogaba que a mucha prisa se fuese a juntar con él, porque entre la gente que con él había quedado había mucha discordia, y se le habían alzado dos capitanes, el uno que se decía Soto, y el otro Andrés Garabito; los cuales dizque se le habían alzado porque supieron la mudanza que él quería hacer contra su gobernador. Ello quedaba ya de manera, que ya no puede ser sino que resulte mucho daño, así en los españoles como en los naturales de la tierra; de donde vuestra majestad puede considerar el daño que se sigue de estos bullicios, y cuánta necesidad hay de castigo en los que los mueven y causan.
Yo quise luego ir a Nicaragua, creyendo poner algún remedio, porque vuestra majestad fuera muy servido si se pudiera hacer; y estándolo aderezando, y aun abriendo ya el camino de un puerto que hay algo áspero, llegó al puerto de aquella villa de Trujillo el navío que yo había enviado a esta Nueva España, y en él un primo mío, fraile de la Orden de San Francisco, que se dice fray Diego Altamirano, de quien supe, y de las cartas que me llevó, los muchos desasosiegos, escándalos y alborotos que entre los oficiales de vuestra majestad que yo había dejado en mi lugar se habían ofrecido y aún había, y la mucha necesidad que había de venir yo a los remediar. Y a esta causa cesó mi ida a Nicaragua y mi vuelta por la costa del sur, donde creo Dios y vuestra majestad fueran muy servidos a causa de las muchas y grandes provincias que en el camino hay; que puesto que algunas de ellas están en paz, quedarían más refirmadas en el servicio de vuestra majestad con mi ida por ellas, mayormente aquellas de Utlatan y Guatemala, donde siempre ha residido Pedro de Alvarado, que, después que se rebelaron por cierto mal tratamiento, jamás se han apaciguado; antes han hecho y hacen mucho daño en los españoles que allí están y en los amigos sus comarcanos, porque es la tierra áspera y de mucha gente, y muy belicosa y ardida en la guerra, y han inventado muchos géneros de defensas y ofensas, haciendo hoyos y otros muchos ingenios para matar los caballos, donde han muerto muchos.
De tal manera, que aunque siempre el dicho Pedro de Alvarado les ha hecho y hace guerra con más de doscientos de caballo y quinientos peones, y más de cinco mil indios amigos, y aun de diez algunas veces, nunca ha podido ni puede atraerlos al servicio de vuestra majestad; antes de cada día se fortalecen más y se refuerzan de gentes que a ellos llegan, y creo yo, siendo Nuestro Señor servido, que si yo por allí viniera, que por amor o por otra manera los atrajera a lo bueno, porque algunas provincias que se rebelaron por los malos tratamientos que en mi ausencia recibieron, y fueron contra ellas más de ciento y tantos de caballo y trescientos peones, y por el capitán veedor que aquel tiempo gobernaba, y mucha artillería y mucho número de indios amigos, no pudieron con ellos; antes les mataron diez o doce hombres españoles y muchos indios, y se quedó como antes; y venido yo, con un mensajero que les envié, donde supieron mi venida, sin ninguna dilación vinieron a mí las personas principales de aquella provincia que se dice Coatlan, y me dijeron la causa de su alzamiento, que fue harto justa, porque el que los tenía encomendados había quemado ocho señores principales, que los cinco murieron luego, y los otros dende a pocos días, y puesto que pidieron justicia, no les fue hecha; y yo les consolé de manera que fueron contentos y están hoy pacíficos y sirven como antes que yo me fuese, sin guerra ni riesgo alguno; y así creo que hicieron los otros pueblos que estaban de esta condición en la provincia de Coazacoalco; en sabiendo mi venida a la tierra, sin yo les enviar mensajero, se apaciguaron.
Ya, muy católico señor, hice a vuestra majestad relación de ciertas isletas que están frontero de aquel puerto de Honduras, que llaman los Guanajos, que algunas de ellas están despobladas a causa de las armadas que han hecho de las islas, y llevado muchos naturales de ellas por esclavos, y en algunas de ellas había quedado alguna gente, y supe que de la isla de Cuba y de la de Jamaica, nuevamente habían armado para ir a ellas, para las acabar de asolar y destruir; y para remedio envié una carabela que buscase por las dichas islas el armada, y les requiriese de parte de vuestra majestad que no entrasen en ellas ni hiciesen daño a los naturales, porque yo pensaba apaciguarlos y traerlos al servicio de vuestra majestad; porque, por medio de algunos que se habían pasado a vivir a la tierra firme, yo tenía inteligencia con ellos. La cual dicha carabela topó en una de las dichas islas, que se dice Huitila, otra de la dicha armada, que era un capitán Rodrigo de Merlo, y el capitán de mi carabela le atrajo con la suya y con toda la gente que había tomado en aquellas islas, allí donde yo estaba. La cual dicha gente yo luego hice llevar a las islas donde los habían tomado, y no procedí contra el capitán porque mostró licencia para ello del gobernador de la isla de Cuba, por virtud de la que ellos tienen de los jueces que residen en la isla española. Y así los envié sin que recibiesen otro daño más de tomarles la gente que habían tomado de las dichas islas, y el capitán y los más de los que venían en su compañía se quedaron por vecinos en aquellas villas, pareciéndoies bien la tierra.
Conociendo los señores de aquellas islas la buena obra que de mí habían recibido, e informados de los que en la tierra firme estaban del buen tratamiento que se les hacía, vinieron a mí a me dar las gracias de aquel beneficio, y se ofrecieron por súbditos y vasalIos de vuestra alteza, y pidieron que les mandase en qué sirviesen. Yo les mandé en nombre de vuestra majestad, que al presente en sus tierras hiciesen muchas labranzas, porque la verdad ellos no pueden servir en otra cosa. Y así, se fueron y llevaron para cada isla un mandamiento mío para que notificasen a las personas que por allí viniesen, por donde les aseguré en nombre de vuestra cesárea majestad que no recibirían daño; y pidiéronme que les diese un español que estuviese en cada isla con ellos, y por la brevedad de mi partida no se pudo proveer, pero dejé mandado al teniente Hernando de Saavedra que lo proveyese.
Luego me metí en aquel navío que me trajo la nueva de las cosas de esta tierra, y en él y en otros dos que yo allí tenía se metió alguna gente de los que yo había llevado en mi compañía, que fueron hasta veinte personas con nuestros caballos, porque los demás de ellos quedaron por vecinos en aquellas villas, y los otros estaban esperándome en el camino, creyendo que había de ir por tierra, a los cuales envié a mandar que se viniesen ellos, diciéndoles mi partida y la causa de ella; hasta ahora no son llegados, pero tengo nueva cómo vienen.
Dada orden en aquellas villas que en nombre de vuestra majestad dejé pobladas, con harto dolor y pena de no poder acabar de dejarlas tal cual yo pensaba y convenía, a 25 días del mes de abril de 1526 años hice mi camino por la mar con aquellos tres navíos, y traje tan buen tiempo, que en cuatro días llegué hasta ciento y cincuenta leguas del puerto de Chalchicueca, y allí me dio un vendaval muy recio, que no me dejó pasar adelante. Creyendo que amansara, me tuve a la mar un día y una noche y fue tanto el tiempo, que me deshacía los navíos, y fue forzado arribar a la isla de Cuba, y en seis días tomé el puerto de la Habana, donde salté en tierra, y me holgué con los vecinos de aquel pueblo, porque había entre ellos muchos mis amigos del tiempo que yo viví en aquella isla. Y porque los navíos que llevaba recibieron algún detrimento del tiempo que nos tomó en la mar, fue necesario recorrerlos, y a esta causa me detuve allí diez días, y aun por abreviar mi camino, compré un navío que hallé en el dicho puerto dando carena, y dejé allí en el que yo iba, porque hacia mucha agua. Luego otro día como llegué a aquel puerto, entró en él un navío que iba de esta Nueva España, y al segundo dia entró otro, y al tercero día otro; de los cuales supe cómo la tierra estaba muy pacifica y segura y en toda tranquilidad y sosiego después de la muerte del factor y veedor, aunque me dijeron que había habido algunos bullicios, y que se habían castigado los movedores de ellos; de que holgué mucho, porque habla recibido mucha pena de la vuelta que hice del camino, teniendo algún desasosiego. De allí escribi a vuestra majestad, aunque breve, y me partí a 16 días del mes de mayo, y traje conmigo hasta treinta personas de los naturales de esta tierra que llevaban aquellos navíos, que de acá fueron escondidamente y en ocho dias llegué al puerto de Chalchicueca, y no pude entrar en el puerto, a causa de mudarse el tiempo, y surgí dos leguas de él, ya casi noche, y con un bergantín que topé perdido por la mar, y en la barca de mi navío salí aquella noche a tierra, y fui a pie a la villa de Medellin, que está a cuatro leguas de donde yo desembarqué, sin ser sentido de nadie de los del pueblo, y fui a la iglesia a dar gracias a Nuestro Señor, y luego fue sabido y los vecinos se regocijaron conmigo, y yo con ellos. Aquella noche despaché mensajeros, así a esta ciudad como a todas las villas de la tierra, haciéndoles saber mi venida y proveyendo algunas cosas que me pareció convenían al servicio de vuestra sacra majestad y al bien de la tierra. Y por descansar del trabajo del camino estuve en aquella villa once días, donde me vinieron a ver muchos señores de pueblos y otras personas naturales de los de estas partes, que mostraron holgarse con mi venida.
De allí me partí a esta ciudad y estuve en camino quince días, y por todo él fui visitado de muchas gentes de los naturales, que hartos de ellos venían de más de ochenta leguas, porque todos tenían sus mensajeros por postas para saber de mi venida, como ya la esperaban; y así, vinieron en poco tiempo muchos y de muchas partes y muy lejos a verme, los cuales todos lloraban conmigo, y me decían palabras tan vivas y lastimeras contándome sus trabajos que en mi ausencia habían padecido, por los malos tratamientos que se les habían hecho, y que quebraban el corazón a todos los que los oían; y aunque de todas las cosas que me dijeron seria dificultoso dar a vuestra majestad copia, pero algunas harto dignas de notar pudiera escribir, que dejo por ser de ore proprio.
Llegado a esta ciudad, los vecinos españoles y naturales de ella y de toda la tierra, que allí se juntaron, me recibieron con tanta alegría y regocijo como si yo fuera su propio padre, y el tesorero y contador de vuestra majestad salieron a me recibir con mucha gente de pie y de caballo en ordenanza, mostrando la misma voluntad que todos, y así me fui derecho a la casa y monasterio de San Francisco, a dar gracias a Nuestro Señor por me haber sacado de tantos y tan grandes peligros y trabajos, y haberme traído a tanto sosiego y descanso, y por ver la tierra que tan en trabajo estaba, puesta en tanto sosiego y conformidad. Allí estuve seis dlas con los frailes, hasta dar cuenta a Dios de mis culpas; y dos días antes que de alli saliese me llegó un mensajero de la villa de Medellín, que me hizo saber que al puerto de ella habían llegado ciertos navíos, y que se decía que en ellos venían un pesquisidor o juez por mandado de vuestra majestad, y que no sabían otra cosa. Yo creí que debía ser que sabiendo vuestra católica majestad los desasosiegos y comunidad en que los oficiales de vuestra alteza, a quien yo dejé la tierra, la habían puesto, y no siendo cierto de mi venida a ella, había mandado proveer sobre este caso, de que Dios sabe cuánto holgué, porque tenía yo mucha pena de ser juez de esta causa; porque como injuriado y destruido por estos tiranos, me parecía que cualquier cosa que en ello proveyese podia ser juzgada por los malos a pasión, que es la cosa que yo más aborrezco, puesto que, según sus obras, no pudiera yo ser con ellos tan apasionado, que no sobrara a todo mucho merecimiento en sus culpas. Con esta nueva despaché a mucha prisa un mensajero al puerto a saber lo cierto, y envié a mandar al teniente y justicias de aquella villa de Medellln que de cualquiera manera que aquel juez viniese, viniendo por mandado de vuestra majestad, fuese muy bien recibido y servido y aposentado en una casa que yo en aquella villa tengo, donde mandé que a él y a todos los suyos se les hiciese todo servicio, aunque después, según pareció, él no lo quiso recibir.
Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero, llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas, y me trajo una carta del dicho juez y otra de vuestra sacra majestad, por las cuales supe a lo que venía, y cómo vuestra sacra majestad era servido de me mandar tomar residencia del tiempo que vuestra alteza ha sido servido que yo tenga el cargo de la gobernación de esta tierra; y de verdad yo holgué mucho, así por la inmensa merced que vuestra majestad sacra me hizo en querer ser informado de mis servicios y culpas, como por la benignidad con que vuestra alteza en su carta me hacía saber su real intención y voluntad de me hacer mercedes.
Y por lo uno y lo otro cien mil veces los reales pies de vuestra católica majestad beso, y plega a Nuestro Señor sea servido de me hacer tanto bien, que yo alguna parte de esta tan insigne merced pueda servir, y que vuestra majestad católica para esto conozca mi deseo; porque, conociéndolo, no pienso que era chica parte de paga.
En la carta que Luis Ponce, juez de residencia, me escribió, me hacía saber que a la hora se partía para esta ciudad, y porque para venir a ella hay dos caminos principales, v en su carta no me hacía saber por cuál de ellos había de venir, luego despaché, por ambos, criados míos, para que le viniesen sirviendo y acompañando y mostrando la tierra; y fue tanta la prisa que en este camino se dio el dicho Luis Ponce, que, aunque yo proveí esto con harta brevedad, le toparon ya veinte leguas de esta ciudad; y puesto que con mis mensajeros dizque mostró holgarse mucho, no quiso recibir de ellos ningún servicio; y aunque me pesó de no lo recibir, porque dizque de ello traía necesidad, por la prisa de su camino, por otra parte holgué de ello, porque pareció de hombre justo y que quería usar de su oficio con toda rectitud, y pues venía a tomarme a mí residencia, no quería dar causa a que de él se tuviese sospecha, y llegó a dos leguas de esta ciudad a dormir una noche, y yo hice aderezar para le recibir otro día por la mañana. Envióme a decir que no saliese de mañana, porque él se quería estar allí hasta comer; que le enviase un capellán que allí le dijese misa; y yo así lo hice; pero temiendo lo que fue, que era excusarse del recibimiento, estuve sobre aviso; y él madrugó tanto, que aunque yo me di harta prisa, le tomé ya dentro en la ciudad, y así nos fuimos hasta el monasterio de San Francisco, donde oímos misa; y acabada, le dije si quería allí presentar sus provisiones, que lo hiciese, porque allí estaba todo el cabildo de la ciudad conmigo, y el tesorero y contador de vuestra majestad; y no las quiso presentar, diciendo que otro día las presentaría.
Y asi fue, que otro dia por la mañana nos juntamos en la iglesia mayor de esta ciudad el cabildo de ella y los dichos oficiales y yo; y alli las presentó, y por mí y por todos fueron tomadas, besadas y puestas sobre nuestras cabezas como provisiones de nuestro rey y señor natural, y obedecidas y cumplidas en todo y por todo, según que vuestra majestad sacra por ellas nos lo enviaba a mandar, y a la hora le fueron entregadas todas las varas de la justicia. y hechos todos los otros cumplimientos necesarios, según que más larga y cumplidamente lo envió vuestra majestad católica, por ser del escribano del cabildo ante quien pasó, y luego fue pregonada públicamente en la plaza de esta ciudad mi residencia, y estuve en ella diez y siete dias sin que se me pusiese demanda alguna; y en este tiempo el dicho Luis Ponce, juez de residencia, adoleció, y todos cuantos en el armada que él vino vinieron; de la cual enfermedad quiso Nuestro Señor que muriese él y más de treinta otros de los que en la armada vinieron, entre los cuales murieron dos frailes de la Orden de Santo Domingo que con él vinieron, y hasta hoy hay muchas personas enfermas y de mucho peligro de muerte, porque ha parecido casi pestilencia la que trajeron consigo, porque aun a algunos de los que acá estaban se pegó, y murieron dos personas de la misma enfermedad, y hay otros muchos que aún no han convalecido de ella.
Luego que el dicho Luis Ponce pasó de esta vida, hecho su enterramiento con aquella honra y autoridad que a su persona enviada por vuestra majestad requería hacerse, el cabildo de esta ciudad y los procuradores de todas las villas de la tierra que aquí se hallaron, me pidieron y requirieron, de parte de vuestra majestad cesárea, que tomase en mí el cargo de la gobernación y justicia, según que antes lo tenía por mandado de vuestra majestad y por sus reales provisiones, dándome por ello causas y poniéndome inconvenientes que se seguirían no lo aceptando, según que vuestra sacra majestad lo mandaba ver, por la copia que de todo envío. Yo les respondi excusándome de ello, como asimismo parecerá por la dicha copia, y después se me han hecho otros requerimientos sobre ello, y puesto otros inconvenientes más recios que se podrían seguir si yo no lo aceptase. Y de todo me he defendido hasta ahora, y no lo he hecho, aunque se me ha figurado que hay en ello algún inconveniente; pero deseando que vuestra majestad sea muy cierto de mi limpieza y fidelidad en su real servicio, teniéndolo por principal, porque sin tenerse de mi este concepto, no querría bienes en este mundo, mas antes no vivir en él; helo pospuesto todo por este fin, y antes he sostenido con todas mis fuerzas en el cargo a un Marcos de Aguilar, a quien el dicho licenciado Luis Ponce tenia para su alcalde mayor.
Y le he pedido y requerido proceda en mi residencia hasta el fin de ella, y no lo ha querido hacer, diciendo que no tiene poder para ello, de que he recibido asaz pena, porque deseo sin comparación, y no sin causa, que vuestra majestad sacra sea verdaderamente informado de mis servicios y culpas. Porque tengo por fe, y no sin mérito, que por ellas me ha de mandar vuestra majestad cesárea muy grandes y crecidas mercedes, no habiendo respecto a lo poco que mi pequeña vasija puede contener, sino a lo mucho que vuestra celsitud es obligado a dar a quien tan bien y con tanta fidelidad sirve como yo le he servido; a la cual humildemente suplico con toda la instancia a mi posible no permita que esto quede debajo de simulación sino que muy clara y manifiestamente se publique lo malo y bueno de mis servicios; porque, como sea caso de honra, que por alcanzarla yo tantos trabajos he padecido y mi persona a tantos peligros he puesto, no quiera Dios, ni vuestra majestad por su reverencia permita ni consienta que basten lenguas de envidiosos, malos y apasionados a me la hacer perder. Y no quiero ni suplico a vuestra majestad sacra, en pago de mis servicios, me haga otra merced sino ésta, porque nunca plega a Dios que sin ella yo viva.
Según lo que yo he sentido, muy católico principe, puesto que desde el principio que comencé a entender en esta negociación yo he tenido muchos, diversos y poderosos émulos y contrarios, no ha podido tanto su maldad y malicia, que la notoriedad de mi fidelidad y servicios no la hayan supeditado; y como ya desesperados de todo remedio, han buscado dos, por los cuales, según parece, han puesto alguna niebla o oscuridad ante los ojos de vuestra grandeza, por donde le han movido del católico y santo propósito que siempre de vuestra excelencia se ha conocido a me remunerar y pagar mis servicios. El uno es acusarme ante vuestra potencia de crimine lesae majestatis, diciendo que yo no había de obedecer sus reales mandamientos, y que yo no tengo esta tierra en su poderoso nombre, sino en tiránica e inefable forma, dando para ello algunas depravadas y diabólicas razones, juzgadas por falsas y no verdaderas conjeturas; los cuales, si las verdaderas obras miraran, y justos jueces fueran, muy a lo contrario lo debieran significar; porque hasta hoy no se ha visto ni se verá en cuanto yo viviere, que ante mí o a mi noticia haya venido carta u otro mandamiento de vuestra majestad, que no haya sido, es y sea obedecido y cumplido, sin faltar en él cosa alguna, y ahora se ha manifestado más clara y abiertamente su maldad de los que esto han querido decir; porque si así fuera, no me fuera yo seiscientas leguas de esta ciudad, por tierra inhabitada y caminos peligrosos y dejara la tierra a los oficiales de vuestra majestad, como de razón se había de creer ser las personas que habían de tener más celo al real servicio de vuestra alteza, aunque sus obras no correspondieron al crédito que yo de ellos tuve.
El otro es, que han querido decir que yo tengo en esta tierra mucha parte, o la mayor, de los naturales de ella, de que me sirvo y aprovecho, de donde he habido mucha suma y cantidad de oro y plata que tengo atesorado; y que he gastado de las rentas de vuestra majestad católica sesenta y tantos mil pesos de oro, sin haber necesidad de los gastar; y que no he enviado tanta suma de oro a vuestra excelencia cuanta de sus reales rentas se ha habido, y que lo detengo con formas y maneras exquisitas, cuyo efecto yo no puedo alcanzar.
Pero bien creo que, pues lo han oido decir, que le habrán dado algún color, mas no puede ser tal, según lo que yo de mi confío, que muy pequeño toque no descubra lo falso; y cuanto a lo que dicen de tener yo mucha parte de la tierra, así lo confieso, y que ha cabido harta suma y cantidad de oro; pero digo que no ha sido tanta que haya bastado para que yo deje de ser pobre y estar adeudado en más de quinientos mil pesos de oro, sin tener un castellano de qué pagarlo. Porque si mucho ha habido, muy mucho más he gastado, y no en comprar mayorazgos ni otras rentas para mi, sino en dilatar por estas partes el señorío y patrimonio real de vuestra alteza, conquistando y ganando con ello y con poner mi persona a muchos trabajos, riesgos y peligros, muchos reinos y señoríos para vuestra excelencia. Los cuales no podrán encubrir ni agazapar los malos con sus serpentinas lenguas, que mirándose mis libros, se hallarán en ellos más de trescientos mil pesos de oro que se han gastado de mi casa y hacienda en estas conquistas; y acabado lo que yo tenia, gasté los sesenta mil pesos de oro de vuestra majestad, y no en comerlos yo, ni entraron en mi poder, sino darlos por mis libramientos para los gastos y expensas de esta conquista, y si aprovecharon o no, vean los casos que están muy manifiestos.
En lo que dicen de no enviar las rentas a vuestra majestad, muy manifiesto está ser la verdad en contrario, porque en este poco tiempo que yo estoy en esta tierra, pienso, y así es verdad, que de ella se ha enviado a vuestra majestad más servicio e intereses que de todas las islas y tierra firme que ha treinta y tantos años que están descubiertas y pobladas, las cuales costaron a los Católicos Reyes, vuestros abuelos, muchas expensas y gastos; lo que ha cesado en ésta, y no solamente se ha enviado lo que a vuestra majestad de sus reales servicios ha pertenecido, mas aun de lo mío y de los que me han ayudado, sin lo que acá hemos gastado en su real servicio, hemos enviado alguna copia. Porque luego que envié la primera relación a vuestra majestad con Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, no solamente envié el quinto que a vuestra majestad perteneció de lo hasta entonces habido, mas aun todo cuanto se hubo, porque me pareció ser así justo, por ser las primicias, pues de todo lo que en esta ciudad se hubo, siendo vivo Mutezuma, señor de ella, del oro se dio el quinto a vuestra majestad, digo de lo que se fundió, que le pertenecieron treinta y tantos mil castellanos, y aunque las joyas también se habían de partir, y dar a la gente sus partes, ellos y yo holgamos que no se diesen, sino que todas se enviasen a vuestra majestad, que fueron en número de más de quinientos mil pesos de oro; aunque lo uno y lo otro se perdió, porque nos lo tomaron cuando nos echaron de esta ciudad, por el levantamiento que en ella hubo con la venida de Narváez a esta tierra; lo cual, aunque fue por mis pecados, no fue por mi negligencia.
Cuando después se conquistó y redujo al real servicio de vuestra alteza, no menos se hizo que, sacado el quinto para vuestra majestad del oro que se fundió, yo hice que todas las joyas mis compañeros tuvieran a bien que sin partir se quedasen para vuestra alteza, que no fueron de menos valor y precio que las que primero teníamos; y así, con mucha brevedad y recaudo las despaché todas, con treinta y tres mil pesos de oro en barras, y con ellos a Julián Alderete, que a la sazón era tesorero de vuestra majestad, y las tomaron los franceses. Tampoco fue mía la culpa, sino de aquellos que no proveyeron el armada que fue por ello a las islas de las Azores, como debieran para cosa de tanta importancia.
Al tiempo que yo me partí de esta ciudad para el golfo de las Hibueras, asimismo se enviaron a vuestra excelencia sesenta mil pesoS de oro con Diego de Ocampo y Francisco de Montejo, y no se envió más aún por parecerme a mí, y aun a los oficiales de vuestra majestad católica, que con enviar tanto junto aun excedíamos y pervertíamos la orden que vuestra majestad tiene mandado dar en estas partes en el llevar del oro; pero atrevlmonos por la necesidad que supimos que vuestra sacra majestad tenía, y con esto envié yo asimismo a vuestra grandeza con Diego de Soto, criado mío, todo cuanto yo tenía, sin me quedar un peso de oro, que fue un tiro de plata, que me costó la plata y hechura y otros gastos de él más de treinta y cinco mil pesos de oro. También ciertas joyas que yo tenía de oro y piedras, las cuales envié, no por su valor ni precio, aunque no era muy pequeño para mí, sino porque habían llevado los franceses las que primero envié, y pesóme en el ánima que vuestra majestad sacra no las hubiese visto, y para que viese la muestra, y por ello, como desecho, considerase lo que seria lo principal, envié aquello que yo tenia. Así que, pues yo con tan limpio celo y voluntad quise servir a vuestra majestad católica con lo que yo tenía, no sé qué razón hay de creer que yo detuviese lo de vuestra alteza. También me han dicho los oficiales que en mi ausencia han enviado cierta cantidad de oro, por manera que nunca se ha cesado de enviar todas las veces que para ello ha habido oportunidad.
También me han dicho, muy poderoso Señor, que a vuestra majestad sacra han informado que yo tengo en esta tierra doscientos cuentos de renta de las provincias que yo tengo señaladas para mi; y porque mi deseo no es ni ha sido otro sino que vuestra católica majestad sepa muy de cierto mi voluntad a su real servicio, y se satisfaga muy de hecho de mí que siempre le he dicho y diré verdad, no siendo cosa que yo pudiese hacer con que mejor eso se manifestase que con hacer de esta tan crecida renta servicio a vuestra majestad, y hacerse tan a mi propósito muchas cosas, en especial que vuestra alteza perdiese ya esta sospecha, que tan pública por acá está que vuestra majestad de mí tiene. Por tanto, a vuestra majestad suplico reciba en servicio todo cuanto yo acá tengo, y en esos reinos me haga merced de los veinte cuentos de renta, y quedarle han los ciento y ochenta, y yo serviré en la real presencia de vuestra majestad, donde nadie pienso me hará ventaja ni tampoco podrá encubrir mis servicios; y aun por lo de acá pienso será vuestra majestad de mí muy servido, porque sabré, como testigo de vista, decir a vuestra celsitud lo que a vuestro real servicio conviene, que acá mande proveer, y no podrá ser engañado por falsas relaciones. Y certifico a vuestra majestad sacra que no será menos ni de menos calidad el servicio que allá haré en avisar de lo que se debe proveer para que estas partes se conserven, y los naturales de ellas vengan en conocimiento de nuestra fe, y vuestra majestad tenga acá perpetuamente muchas y muy crecidas rentas, y que siempre vayan en crecimiento, y no en disminución, como han hecho las de las islas y tierra firme por falta de buena gobernación, y de ser los Católicos Reyes, padres y abuelos de vuestra excelencia, avisados con celo de su servicio, y no de particulares intereses, como siempre lo han hecho los que en las cosas de estas partes a sus altezas y a vuestra majestad han informado, o que fue ganarlas y haberlas sostenido hasta ahora, habiendo tenido para ello tantos obstáculos y embarazos, por donde no poco se ha dejado de acrecentar en ellas.
Dos cosas me hacen desear que vuestra majestad sacra me haga tanta merced que se sirva de mí en su real presencia; la una y más principal el satisfacer a vuestra majestad y a todo el mundo de mi lealtad y fidelidad en su real servicio, porque esto tengo en más que todos los otros intereses que en este mundo se me pueden seguir, porque por cobrar nombre de servidor de vuestra majestad y de su imperial y real corona, me he puesto a tantos y tan grandes peligros, y he sufrido trabajos tan sin comparación y no por codicia de tesoros, que si esto me hubiera movido, pues he tenido hartos, digo para un escudero como yo, no los hubiera gastado ni pospuesto por conseguir este otro fin, teniéndolo por más principal; aunque mis pecados no han querido darme lugar a ello, ni pienso que ya en este caso yo me podría satisfacer si vuestra majestad no me hiciese esta tan inmensa merced que le suplico. Y porque no parezca que pido a vuestra excelencia mucho, porque no se me conceda, aunque todo cabría, y aun es poco para yo venir sin afrenta, habiendo yo tenido en estas partes en el real nombre de vuestra majestad el cargo de la gobernación de ellas, y haber en tanta cantidad por estas partes dilatado el patrimonio y señorío real de vuestra majestad, poniendo debajo de su real yugo tantas provincias pobladas de tantas y tan nobles villas y ciudades, y quitando tantas idolatrías y ofensas como en ellas a nuestro Criador se han hecho, y traído a muchos de los naturales a su conocimiento y plantado en ellas nuestra santa fe católica en tal manera, que si estorbo no hay de los que mal sienten de estas cosas, y su celo no es enderezado a este fin, en muy breve tiempo se puede tener en estas partes por muy cierto se levantará una nueva iglesia, donde más que en todas las del mundo Dios Nuestro Señor será servido y honrado; digo que siendo vuestra majestad servido de me hacer merced de mandar dar en esos reinos diez cuentos de renta, y que yo en ellos le vaya a servir, no será para mí pequeña merced con dejar todo cuanto acá tengo, porque de esta manera satisficiera mi deseo, que es servir a vuestra majestad en su real presencia, y vuestra celsitud asimismo se satisfaría de mi lealtad Y sería de mí muy servido.
La otra, tener por muy cierto que, informado vuestra católica majestad de mí de las cosas de esta tierra, y aun de las islas, se proveería en ellas muy más cierto lo que conviniese al servicio de Dios Nuestro Señor y de vuestra majestad; porque se me darra crédito diciéndolo desde allá, lo que no se me dará aunque de acá lo escriba; porque todo se atribuirá, como hasta aquí se ha atribuido, a ser dicho con pasión de mi interés, y no de celo, que como vasallo de vuestra sacra majestad debo a su real servicio. Y porque es tanto el deseo que tengo de besar los reales pies de vuestra majestad, y servirle en su real presencia, que no lo sabría significar, si vuestra grandeza no fuere servido o no tuviera oportunidad de me hacer merced de lo que a vuestra majestad suplico para me mantener en esos reinos, y servirle como yo deseo, sea que vuestra celsitud me haga merced de me dejar en esta tierra lo que yo ahora tengo en ella, o lo que en mi nombre a vuestra majestad se suplicare, haciéndome merced de ello de juro y de heredad para mí y mis herederos, con que yo no vaya a esos reinos a pedir por Dios que me den de comer; y con esto recibiré muy señalada merced, vuestra majestad me mande enviar licencia para que yo me vaya a cumplir este mi tan crecido deseo; que bien sé y contra en mis servicios y en la católica conciencia de vuestra majestad sacra, que siéndole manifiestos y la limpieza de la intención con que los he hecho, no permitirá que viva pobre. Harta causa se me había ofrecido con la venida de este juez de residencia para cumplir este mi deseo, y aun comencélo a poner por obra, sino que dos cosas me lo estorbaron: la una, hallarme sin dinero para poder gastar en mi camino, a causa de haberme robado y saqueado mi casa, como vuestra sacra majestad ya creo de ello está informado; y la otra, temiendo con mi ausencia entre los naturales de esta tierra no hubiese algún levantamiento o bullicio, y aun entre los españoles; porque por el ejemplo de lo pasado se podía muy bien juzgar lo porvenir.
Estando, muy católico señor, haciendo este despacho para vuestra sacra majestad, me llegó un mensajero de la mar del Sur con una carta en que me hacían saber que en aquella costa, cerca de un puerto que se dice Tecoantepeque, había llegado un navío que, según pareció por otra que se me trajo del capitán del dicho navío, la cual envío a vuestra majestad, es la armada que vuestra majestad sacra mandó ir a las islas de Maluco con el capitán Loaisa, y porque en la carta que escribió el capitán de este navío verá vuestra majestad el suceso de su viaje, no daré de ello a vuestra celsitud cuenta, mas de hacer saber a vuestra excelencia lo que sobre ello proveí, y es que a la hora despaché con mucha prisa una persona de recaudo para que fuese adonde el dicho navío llegó, y si el capitán de él luego se quisiese tornar, le diese todas las cosas necesarias a su camino, sin le faltar nada, y se informase de él de su camino y viaje muy cumplidamente, por manera que de todo trajese muy larga y particular relación para que yo la enviase a vuestra majestad, porque por esta vía vuestra alteza fuese más brevemente informado. Y por si el navlo trajese alguna necesidad de reparo, envié también un piloto para que lo trajese al puerto de Zacatula, donde yo tengo tres navíos muy a punto para se partir a descubrir por aquellas partes y costas, para que allí se remedie y se haga lo que más conviniere al servicio de vuestra majestad y bien del dicho viaje. En habiendo la información de este navío, la enviaré luego a vuestra majestad, para que de todo sea informado, y envíe a mandar lo que fuese su real servicio.
Mis navíos de la mar del Sur están, como a vuestra majestad he dicho, muy a punto para hacer su camino, porque luego como llegué a esta ciudad comencé a dar prisa en su despacho, y ya fueran partidos, sino por esperar a ciertas armas y artillería y munición que me trajeron de esos reinos, para lo poner en los dichos navíos, porque vayan a mejor recaudo, y yo espero en Nuestro Señor que en ventura de vuestra majestad tengo de hacer en este viaje un muy gran servicio, porque ya que no se descubra estrecho, yo pienso dar por aquí camino para la Especiería, que en cada un año vuestra majestad sepa lo que en toda aquella tierra se hiciera. Y si vuestra majestad fuere servido de me mandar conceder las mercedes que en cierta capitulación envié a suplicar se me hiciesen cerca de este descubrimiento, yo me ofrezco a descubrir por aquí toda la Especiería y otras islas, si hubiere arca de Maluco y Malaca y la China, y aun de dar tal orden, que vuestra majestad no haya la Especierra por vía de rescate, como la ha el rey de portugal, sino que la tenga por cosa propia, y los naturales de aquellas islas le reconozcan y sirvan como a su rey y señor y señor natural.
Porque yo me ofrezco, con el dicho aditamento, de enviar a ellas tal armada, o ir yo con mi persona, por manera que las sojuzgue y pueble y haga de ellas fortalezas, y las bastezca de pertrechos y artillerfa de tal manera, que a todos los príncipes de aquellas partes, y aun a otros, se puedan defender. Y si vuestra majestad fuere servido que yo entienda en esta negociación, concediéndome lo que pido, creo será de ello muy servido, y ofrezco que si como he dicho no fuere, vuestra majestad me mande castigar como a quien a su rey no dice verdad. También después que vine he proveído enviar por tierra y por la mar a poblar el río de Tabasco, que es el que dicen de Grijalva, y conquistar muchas provincias que están en sus comarcas, de que Dios Nuestro Señor y vuestra majestad serán muy servidos, y los navíos que van y vienen a estas partes reciben mucho provecho en pOblarse aquel puerto y apaciguarse aquella costa, porque allí han dado muchos navios al través, y por estar la gente indómita, han muerto todos los españoles que iban en los navíos.
También envio a la provincia de los zapotecas, de que ya vuestra majestad está informado, tres capitanlas de gente que entren en ella por tres partes, para que con más brevedad den fin a aquella demanda, que cierto será muy provechosa, por el daño que los naturales de aquella provincia hacen en los otros naturales que están pacificas, y por tener, como tienen, ocupada la más rica tierra de minas que hay en esta Nueva España, de donde, conquistándose, vuestra majestad recibirá mucho servicio.
También tengo enhilado, y ya harta parte de gente allegada, para ir a poblar el rlo de Palmas, que es en la costa del norte abajo del de Pánuco, hacia la Florida, porque tengo información que es muy buena tierra y es puerto; no creo que menos allí Dios Nuestro Señor y vuestra majestad serán servidos que en todas las otras partes, porque yo tengo muy gran nueva de aquella tierra. Entre la costa del norte y la provincia de Mechuacán, hay cierta gente y población que llaman chichimecas; son gentes muy bárbaras y no de tanta razón como estas otras provincias; también envío ahora sesenta de caballo y doscientos peones, con muchos de los naturales nuestros amigos, a saber el secreto de aquella provincia y gentes. Llevan mandado por instrucción que si hallaren en ellos alguna aptitud o habilidad para vivir como estos otros viven, y venir en conocimiento de nuestra fe, y reconocer el servicio que a VUestra majestad deben, que trabajen por todas las vías posibles los apaciguar y traer al yugo de vuestra majestad, y pueblen entre ellos en la parte que mejor les pareciere; y si no lo hallaren como arriba digo, y no quisieren ser obedientes, les hagan guerra y los tomen por esclavos, porque no haya cosa superflua en toda la tierra, ni que deje de servir ni reconocer a vuestra majestad, y trayendo estos bárbaros por esclavos, que son gente salvaje, será vuestra majestad servido, y los españoles aprovechados, porque sacarán oro en las minas, y aun en nuestra conversación podrá ser que algunos se salvasen.
Entre estas gentes he sabido que hay cierta parte muy poblada de muchos y muy grandes pueblos, y que la gente de ellos vive a la manera de los de acá, y aun algunos de estos pueblos se han visto por españoles. Tengo por muy cierto que poblarán aquella tierra, porque hay grandes nuevas de ella de riqueza de plata.
Cuando yo, muy poderoso Señor, partí de esta ciudad para el golfo de las Hibueras, dos meses antes que partiese despaché un capitán a la villa de Coliman, que está en la mar del Sur ciento y cuatro leguas de esta ciudad, al cual mandé que siguiese desde aquella villa la costa del Sur abajo, hasta ciento y cincuenta o doscientas leguas, no a más efecto de saber el secreto de aquella costa, y si en ella había puertos. El cual dicho capitán fue como yo le mandé hasta ciento y treinta leguas de la dicha villa de Coliman por la costa abajo, y algunas veces veinte o treinta leguas la tierra adentro, y me trajo relación de muchos puertos que halló en la costa, que no fue poco bien para la falta que de ellos hay en todo lo descubierto hasta alll, y de muchos pueblos y muy grandes, y de mucha gente y muy diestra en la guerra, con los cuales hubo ciertos reencuentros, y apaciguó muchos de ellos, y no pasó más adelante porque llevaba poca gente y porque no halló yerba, y entre la relación que trajo me dio noticia de un muy gran río, que los naturales le dijeron que había diez jornadas de donde él llegó, del cual y de los pobladores de él le dijeron muchas cosas extrañas. Le torno a enviar con más copia de gente y aparejo de guerra para que vaya a saber el secreto de aquel río, y según el anchura y grandeza que de él señalan, no tendrla en mucho ser estrecho; en viniendo haré relación a vuestra majestad de lo que de él supiere.
Todos estos capitanes de estas entradas están ahora para partir casi a una. Plega a Nuestro Señor de los guiar como él se sirva, que yo, aunque vuestra majestad más me mande desfavorecer, no tengo de dejar de servir, que no es posible que por tiempo vuestra majestad no conozca mis servicios; y ya que esto no sea, yo me satisfago con hacer lo que debo, y con saber que a todo el mundo tengo satisfecho y le son notorios mis servicios y lealtad con que los hago; y no quiero otro mayorazgo para mis hijos sino éste.
Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la vida y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por largos tiempos, como vuestra majestad desea.
De la ciudad de Tenuxtitlan, a 3 de septiembre de 1526 años.
Hernando Cortés.