CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA
Compilador: Florencio Barrera Fuentes
SESIÓN CELEBRADA EL DÍA 14 DE OCTUBRE DE 1914 EN LA CIUDAD DE AGUASCALIENTES
Segunda parte
PRESIDENCIA DEL C. GENERAL ANTONIO I. VILLARREAL
El C. Paniagua:
Para una moción de orden. Vuelvo a decir que este acto es esencialmente patriótico y de inmensa importancia; y no veo justo que alguno o algunos de los señores delegados hayan abandonado este salón, donde todos estamos de pie, ante este altar santo de la Patria, y anden en los pasillos. Yo pido que vengan a ocupar su lugar aquí. (Aplausos)
C. presidente:
Tomo la protesta al ciudadano Alberto B. Piña.
El C. Alberto B. Piña:
Protesto por mí, y a nombre del ciudadano gobernador Constitucional del Estado de Sonora, don José María Maytorena.
El C. presidente:
Si no lo hiciere, la Patria se lo demande.
(El ciudadano presidente toma la protesta a los ciudadanos Jesús Trujillo, Tomás Urbina, Samuel Vásquez e Ignacio Vallejo)
El C. secretario:
Se pregunta a la Asamblea si no hay ningún honorable representante que no haya sido nombrado en la lista.
El C. Luis González:
Falto yo.
El C. secretario:
Pase usted.
(Se recogió la protesta a los ciudadanos Luis González, Tomás Marmolejo, Clemente Osuna, Rosalío Hernández, lsaac Arroyo, Félix Neyra Barragán y José Siurob)
El C. secretario:
¿No hay ningún otro señor representante que pase a firmar?
El C. presidente Antonio I. Villarreal:
Terminada la jura de esta bandera, la protesta de honor que hemos empeñado, y rubricado el acto trascendental de unirnos para hacer cumplir todo lo que aquí aprobemos, pasamos a declarar solemnemente instalada esta Convención y a declararla con mayor solemnidad aún: Soberana. (Aplausos)
Con este acto hemos logrado, o si no logrado, cuando menos hecho un esfuerzo sincero con ello, para unificar el país.
Los grupos disidentes ya tendrán un centro que obedecer; los grupos disidentes ya no tendrán pretexto para continuar desgarrando a este infortunado país, que por cuatro años se ha cubierto de luto y de miseria, esperando una libertad que le prometimos con alborozo y que todavía no se la hemos sabido dar.
Grandes, trascendentales, serán los resultados del acto a que asistimos; nuestro país muy pronto sabrá apreciar los beneficios de la labor que aquí hacemos nosotros.
Nuestros desdichados valores que decaen en el extranjero, donde se duda, donde se tenía casi la certidumbre de que los mexicanos éramos incapaces de vivir como hombres cultos; con estos actos quizá se cambie de opinión y nos vuelvan a considerar como hombres que sabemos ser ciudadanos y como ciudadanos que sabemos ser libres en medio de la paz. (Aplausos)
Los despreciados valores mexicanos, quizá únicamente por lo que acabamos de hacer, vuelvan a tener un ascenso favorable, como lo tuvieron con el solo anuncio de que todos los miembros del Ejército Constitucionalista, o más bien dicho, que todos los que habíamos sido elementos activos del movimiento revolucionario, estábamos dispuestos a reunirnos en Convención para discutir, para acordar, para cambiarnos ideas como gentes que piensan, pero no será únicamente el alza de valores el resultado eficiente que nos han de dar estas labores, que eso nos ha de alegrar, no por el beneficio que reporte a los potentados, sino porque con esa alza de valores ayudaremos también y muy principalmente a los hambrientos, que, debido a la situación lamentable de nuestro país y debido a la depresión espantosa de nuestra moneda, no pueden, les es imposible, por la falta de trabajo, atender a la subsistencia, atender a cubrir sus más imperiosas necesidades; y por el bien que hacemos a los menesterosos, debemos felicitarnos en esta ocasión solemne.
Pero hay otros motivos más trascendentales por los que debemos regocijarnos. Hoy, declarados soberanos, porque representamos las fuerzas vivas del país, porque representamos los elementos combatientes que son en todas las épocas de la revolución los que verdaderamente valen, los que verdaderamente saben de abnegaciones y de sacrificios y de anhelos a las causas altas. Declarados en Convención Soberana, declarados en Poder inapelable de la República, bien podemos ya, señores, hacer que la tranquilidad vuelva, hacer que la paz renazca, que las hostilidades se suspendan, que no se derrame más sangre hermana, que vayamos todos a abrazarnos con efusivo amor y a hacer promesas por no ser más salvajes, hacer promesas por ser civilizados, por ser patriotas y por ser verdaderos amadores de los destinos nacionales. (Aplausos)
Las guerras que no se justifican ante las exigencias del progreso; las guerras que no vienen a darnos libertades, que no vienen a darnos algo más, algo que vale más que las libertades: el bienestar económico, la redención verdadera de los que han padecido hambre; las guerras que sólo sirven para saciar ambiciones; las guerras que son incendiadas por personalismos; las guerras que se producen en el arroyo de las infamias y de las bajas pasiones, señores, son criminales. Y si nosotros en este momento, en que todos hemos comulgado con los principios provocásemos la guerra, todos nosotros seremos criminales. (Aplausos)
Vamos a decir a Zapata: redentor de los labriegos, apóstol de la emancipación de los campesinos, pero a la vez, hermano, que sigues por veredas extraviadas en estos momentos de prueba, ven aquí, que aquí hay muchos brazos que quieren abrazar a los tuyos, muchos corazones que laten al unísono de los corazones surianos, muchas aspiraciones hermanadas con las aspiraciones vuestras, muchos brazos fuertes que están dispuestos a seguir laborando con energía, por que sea un hecho el término completo de las grandes tiranías, y una verdad efectiva la división territorial que haga de cada campesino un hombre libre y un ciudadano feliz. (Bravos y aplausos nutridos)
Vamos a decirle a Maytorena y Hill: ya es tiempo de que la razón se imponga sobre los fogonazos de los fusiles; ya es tiempo de que en las campiñas de Sonora cesen esas luchas que no se basan en principios trascendentales, sino en deseo de imponerse o de tomar el poder; ya es tiempo de decirles: hombres de Sonora, no debéis mataros por el gobierno de Sonora; debéis trabajar unidos por devolver a los yaquis y a los mayas las tierras que les robaron los científicos. (Bravos y aplausos nutridos)
Y así diremos a Carranza y a Villa: la revolución no se hizo para que determinado hombre ocupara la Presidencia de la República; la revolución se hizo para acabar con el hambre en la República Mexicana. (Aplausos nutridos. Bravos y vivas)
Pero sobre estas consideraciones hay todavía una consideración suma; aquí vemos atacado el porvenir nacional; vemos que nuestras libertades están a punto de ahogarse en una guerra fratricida; vemos que se retarda el momento supremo de cumplir con las promesas que hicimos; vemos que nuestras aspiraciones libertarias naufragan; pero allá en las costas azotadas por las bravas olas del Golfo, vemos con nuestra imaginación dolorida, flotar sobre Los Cocos y sobre los palacios, el pendón de las barras y las estrellas; y, en estos momentos de recogimiento, debemos pensar, debemos, interpelando a nuestras conciencias, confesar que tenemos mucha culpa de que todavía en Veracruz flote el pendón de las barras y las estrellas.
Si nos hubiéramos pacificado al terminar esta Revqlución con el derrumbamiento de la infame dictadura huertista; si hubiéramos dicho todos: no necesitamos ya de los fusiles, necesitamos de las escuelas y del trabajo y en consorcio general nos hubiéramos puesto a laborar 'por el bienestar nacional, las buenas intenciones, mil veces manifestadas y por mil motivos de creerse del Gobierno americano, quizá ya se hubieran cumplido y en estos momentos podríamos con todo alborozo llamar a México verdaderamente libre e independiente. Es por eso que debemos realizar, que debemos llevar a la efectividad los anhelos de armonía que flotan en los elementos de esta Convención y es por esto y por las razones expuestas anteriormente, pero principalmente por estas razones, por lo que debemos hacer que la paz orgánica venga a nuestra Patria, para que salvemos al país del hecho que hoy presenciamos en el puerto de Veracruz. Unidos, podremos ya entregarnos de lleno al cumplimiento de los anhelos revolucionarios, podremos ya entregarnos con todo nuestro ardor a hacer verdaderamente libre a este país, a emprender las reformas que hemos predicado para hacer que sea muy fecundo el período anticonstitucional que hemos tenido entre nosotros.
Hoy es el tiempo de que podamos hacer de hecho lo que tanto hemos anhelado, hoy es el tiempo en que podamos consagrarnos a esas labores que son indispensables para que al llegar el período constitucional, esté nuestro país en vías de gobernarse por sí mismo; en el período preconstitucional nosotros debemos, con mayor empeño, procurar aniquilar al enemigo, al verdadero enemigo de todos nosotros: a la reacción, a la reacción que nos acecha de nuevo esperando el momento en que con nuestras discordias, nos debilitemos para volver a levantar su cabeza maldita y vuelva a entronizarse con sus infamias en el poder de México. (Aplausos)
Debe ser ése uno de nuestros principales propósitos, aniquilar al enemigo, que el enemigo muera de verdad, para que quede asegurado el dominio de la Patria libertada. Nuestro enemigo es rico, nuestro enemigo es poderoso, hagámoslo pobre. (Aplausos)
La Constitución nos prohíbe que confisquemos, por eso queremos vivir un poco de tiempo sin nuestra Constitución. (Aplausos)
Necesitamos arrebatar al enemigo los fondos de donde ha de surgir la nueva revolución reaccionaria, necesitamos arrebatarle sus propiedades, necesitamos dejarle en la impotencia, porque ese enemigo sin oro es un enemigo del que podemos burlarnos implacablemente. (Aplausos)
Nuestro enemigo fue el privilegio, el privilegio sostenido desde el púlpito por las prédicas del clericalismo, en forma del clericalismo anticristiano que tenemos en esta época de vicios, asociado también al militarismo de cuartelazos, que hemos visto que cae avergonzado, humillado, y que lo hemos visto dispersarse, para que sin los cuartelazos, sin la orden superior, sin la organización previa, quede completamente incapacitado para volverse a enfrentar al ejército de ciudadanos armados. (Aplausos)
Debemos arrebatar las riquezas a los poderosos y debemos también cumplir con las Leyes de Reforma en lo que respecta las riquezas de' clero. (Aplausos y bravos)
Así como nuestras Leyes de Reforma nacionalizaron los bienes del clero, nosotros también podemos nacionalizar los bienes del privilegio para bien de la República. (Aplausos y voces: ¡Muy bien!)
Se ha hecho, se ha procurado, arrebatar a los ricos lo que los ricos habían arrebatado a los hambrientos; pero no se ha hecho con orden, ni lo arrebatado ha aumentado el caudal de la República en gran proporción. Debemos hacerlo en orden, debemos hacerlo sabiamente para, con esas riquezas recogidas, pagar, que bien podemos hacerlo, todas las deudas de la guerra, y cubrir, que bien podemos hacerlo, todas las necesidades para asegurar el futuro económico de la Patria. (Aplausos)
Y al clero hemos de arrebatarle también los bienes que ha adquirido, amparado con la política de conciliación del general Díaz. El clero tiene derecho únicamente a poseer los templos, los templos consagrados al culto, pero no tiene derecho a poseer, como posee, conventículos y hermosos edificios consagrados a lo que ellos llaman enseñanza, que no es otra cosa que la perversión del criterio de los niños. (Aplausos y voces: ¡Muy bien!)
No debe la Revolución atentar contra la libertad de conciencia ni contra la libertad de cultos; en el período agitado es muy justo y así se ha hecho, castigar a la clerigalla que se asoció a Huerta, castigar al catolicismo que dio dinero con que pudiera el clero fomentar el gobierno de Huerta; pero pasado el período agitado, nosotros, como buenos liberales, debemos respetar todos los cultos; pero no permitir que nuestra niñez sea envenenada. (Aplausos)
Es más trascendental probibirle al clero la enseñanza, que prohibirle la religión; que sigan rezando, que sigan predicando; pero que no enseñen mentiras. (Aplausos)
Aniquilados nuestros tres principales enemigos: el privilegio, el clericalismo y el militarismo, podremos entrar de lleno al período constitucional que todos anhelamos. (Aplausos)
Discutamos con energía, hagamos con energía que quede reducido el fraile a su iglesia, el soldado a su cuartel; en tanto que el ciudadano, dios de la República, quede en todas partes. (Aplausos)
Y abriguemos temores por el futuro del ejército que nace; más bien que temores, velemos su despertar, cuidemos su organización, estemos pendientes de los vicios que empiecen a observarse en él, tengamos siempre presente que somos ciudadanos armados en estos momentos y que queremos formar un ejército que sea el aseguramiento de las libertades y no el ejército de los cuartelazos y el sostenedor de las tiranías. (Aplausos)
Debemos laborar con todas las fuerzas de nuestra conciencia, con todos los impulsos sanos de nuestros corazones, por que no se fomente el pretorianismo en nuestras filas, por que no se llegue a formar nunca un ejército que aspire a dominar, un ejército que quiera gobernar; por que en las Repúblicas, cuando se ha aceptado el voto de las mayorías, no son los hombres armados, no es la fuerza bruta la que debe deliberar, la que debe ver por los destinos del país, sino los ciudadanos libres, en el seno de la paz y de la armonía general.
Esta Revolución, que tiene muy poco de política, que es eminentemente social, que ha sido fomentada, que ha surgido de la gleba dolorida y hambrienta, no habrá terminado, no habrá cumplido su obra hasta que hayan desaparecido de nuestro país los esclavos que hasta hace muy poco teníamos en Yucatán y en el Sur, y hasta que hayan desaparecido de nuestros talleres los salarios de hambre, y de nuestras ciudades los pordioseros que pueden trabajar y que piden limosna, porque no encuentran dónde trabajar. (Aplausos)
Vamos a acabar con el peonaje, vamos a hacer que los salarios suban, que disminuyan las horas de trabajo, que el peón, que el obrero sea ciudadano; reconozcámosle el derecho de comer bien, de vestir bien, de vivir en una buena casa; puesto que ellos, como nosotros, fueron creados, no para ser parias, no para que el fuete estuviera pegando siempre sobre sus espaldas, sino para vivir una vida de felicidad, una vida de civilización que, de otra manera, ¡maldito hubiera sido el momento en que nacieron! (Aplausos)
Y vamos también a acabar con los personalismos, a confesar que son las deliberaciones las que deben regirnos, hacernos el propósito de congregarnos todos cuando deseemos resolver nuestros asuntos, y allí en concordia, esgrimiendo las armas de la razón, proclamando los principios de la República, decidamos nuestros asuntos, y solamente cuando se nos prive de esos derechos, cuando se nos abofetee con el fuete de los tiranos, cuando no se nos permita ni congregarnos, ni discutir, ni hablar, ni poner nuestros mandatarios, entonces, cuando toda libertad haya desaparecido, cuando la tiranía domine sobre nosotros, es cuando derecho tendremos de volver de nuevo a empuñar el fusil libertador y volver a ser ciudadanos armados. (Aplausos)
Pero que no sean los caprichos de los caudillos los que han de lanzarnos a la guerra, que sean las exigencias de los principios, los dictados de la conciencia. (Aplausos nutridos y voces: ¡Muy bien!)
Tengamos el valor de decir: que primero son los principios que los hombres; tengamos el valor de proclamar que es preferible que se mueran todos los caudillos por tal de que salvemos el bienestar y la libertad de la Patria. (Voces: ¡Muy bien! Aplausos)
Y en vez de gritar vivas a los caudillos que aún viven y a quienes todavía no juzga la Historia, gritemos, señores: ¡Viva la Revolución! (Voces: ¡Viva, viva! Aplausos)
Queda solemnemente instalada esta Convención Soberana. (Voces: ¡Viva la Revolución! ¡Viva la Convención! Aplausos prolongados) (Se toca el Himno Nacional)
El C. Hay:
Si no fuese por la suprema satisfacción que tengo al dirigirme a ustedes, no habría aceptado el honor que el señor presidente de esta Convención me concedió al permitirme que dirigiera a ustedes mis pobres palabras. Porque yo sé que no van a oír de mis labios palabras bellas, ni frases recortadas, sino solamente el sentir de un hombre que sabe sufrir por los dolores de su pueblo. Y así, no os fijéis en la forma, compañeros, y solamente poned atención a la sinceridad con que os hablo.
Cuando el general Villarreal mencionó a los yaquis que habían sufrido y que sufren en Sonora, pasaron por mi mente las razones que me hicieron revolucionario.
Y yo creo de justicia relatarlas, porque pintan de una manera perfecta la evolución de un hombre que vivió en un medio elevado, en un medio prostituido, puesto que no permitía ver las desgracias del pueblo y cambiar las impresiones a ese mismo hombre, hacerlo profundamente revolucionario y profundamente odiador de todo aquello que era tiránico y que era innoble.
En el año de 1907, estando en Guadalajara, visité un cuartel en donde había algún amigo oficial del Ejército Federal; en el patio de ese cuartel vi unos trescientos o cuatrocientos individuos que eran la manifestación más perfecta de la miseria, de la pobreza, y al preguntar al oficial quiénes eran esos pobres hombres, mujeres y niños, me contestó: son los rebeldes del Yaqui que llevamos a Yucatán en castigo a su rebeldía. Esos cuatrocientos individuos que quizá había ahí, en su gran mayoría eran ancianos, mujeres y niños, y puedo asegurar que no había quizá ni cuarenta hombres capaces de tomar las armas en la mano. Cerca de mí estaba una mujer de bello tipo indio y a su lado un pequeño, le pregunté:
- ¿Sabes español?
- Sí, señor.
- ¿Qué fue lo que hizo tu marido?
- No tengo marido, señor; hace dos años que ha muerto.
- Pues, ¿tu hermano o tu padre, qué han hecho?
- Nada, señor, yo vivía sola en mi casita con mi hijo y mis animalitos y mi hortaliza, por medio de la cual vivia, y vinieron los pelones -que así les llamaban- y arrasaron con mi casa, se comieron mis animalitos y mé han traído consigo.
- Y, ¿por qué te han traído?
- No sé, señor.
- Y, ¿a dónde te llevan?
- No sé, señor.
- Y, ¿por qué te llevan?
- No sé señor.
Y al ver esa crueldad tan inaudita, al ver ese salvajismo de la dictadura, de la tiranía de don Porfirío Díaz, me hice revolucionario. (Aplausos)
Desde entonces me juré que todos mis actos estarían encaminados a derrocar esa tiranía y si podía hacerlo por medios democráticos lo haría, si no, lo haría por medio de las armas. Por eso cuando don Francisco I. Madero estuvo en SaltilIo y me dijo él:
Tengo esperanza de que por medio de las prédicas democráticas podamos derrocar a ese tirano, le dije: Señor Madero, yo he vivido no solamente en el pueblo, sino dentro del pueblo, y aun cuando alabo su espíritu de nobleza, me temo yo que se equivoque, porque no tengo la menor duda de que iremos a la revolución, porque solamente por la revolución armada podemos derrocar a ese tirano, y cuando llegue ese tiempo, señor Madero, estaré a vuestro lado con un rifle en la mano; y lo cumplí.
La Revolución empezaba entonces, tengo esperanza de que aquí ha acabado. El contraste de esa pobre mujer desgarrada por el lodo, hambrienta, con la mirada casi extraviada al pensar en su porvenir y en el de su hijo, hacía contraste inmenso con este grupo de hombres valientes, este grupo de hombres luchadores por la libertad del pueblo.
Mucho ha sucedido desde entonces, muchas traiciones han tenido lugar, muchas cosas horribles y muchos crímenes imperdonables; muchos de esos crímenes procedentes de la Revolución; muchos de ellos con buena fe; muchos de ellos tienen su perdón aquí. Nosotros nos hemos limpiado de la sangre que indebidamente hemos derramado; aquí nos hace un voto de adoración la sangre que injustamente hemos derramado; aquí tenemos la futura felicidad de la Patria; aquí hemos puesto una lápida sobre todas las pasadas tiranías; pero nosotros debemos percatarnos de la responsabilidad inmensa que tenemos sobre nosotros; cada uno de nosotros va a ser parte de un Gobierno; y, ¡ay de aquel que no cumpla con sus promesas! Nosotros podemos estar orgullosos y lo estarán nuestros hijos, de que nuestros nombres figuren en esta Convención, porque esta Convención tendrá más importancia que el Congreso de Constituyentes de 1857. Nosotros hemos venido como producto de la sangre y debemos devolver a la sangre toda la libertad del pueblo. (Aplausos)
Vamos a salir por la puerta de esta Convención para entrar en un Gobierno transitorio que será la base para el Gobierno Constitucional, y vamos a salir de esta puerta de la Convención limpios de todo reproche, limpios de todo crimen, porque todos vinimos honradamente a cumplir con nuestro deber, así como todos saldremos de aquí honradamente a hacer que todos cumplan con su deber. (Aplausos)
Vamos a entrar en un Gobierno de transición, en un paso necesario para poder llegar al Gobierno Constitucional; pero este Gobierno de transición no va a ser como el Gobierno de De la Barra; esta Convención no puede compararse al convenio celebrado en Ciudad Juárez, donde el enemigo del pueblo y el amigo del pueblo se estrecharon las manos; no, de aquí salimos para cumplir con los ideales de la Revolución, de aquí salimos no para ligarnos con el clero, no para ligarnos con el poderoso que ha extorsionado al pobre, no para ligarnos con el enemigo del pueblo, sino que aquí nos ligaremos con el pueblo, con el hombre honrado, con el trabajador, con el que lleva el arado a través de la tierra, con el fabricante que quizá será poderoso, pero que nunca ha abusado del pobre. Debemos nosotros defender el poder cuando ese poder sea empleado en ayuda del pobre, así como debemos destruir el poder cuando ese poder sea empleado para destruir al pobre. No vamos aquí, en este período de transición, a dar la mano al enemigo en la forma del clero que ha perseguido todos los ideales puros del pueblo, que ha prostituido a nuestras mujeres y a nuestros hijos. (Aplausos)
Por medio de este Gobierno de transición daremos cabida a todo sacerdote honrado, puésto que al sacerdote honrado puede considerársele tan digno como a un ciudadano honrado; pero si nosotros no permitimos los crímenes de los ciudadanos, mucho menos podremos permitir los crímenes de aquellos que se los cubren con sus sotanas. (Aplausos)
Igual respeto nos deberá merecer el ciudadano honrado que el sacerdote honrado; pero mucho mayor castigo merecerá el sacerdote que no es honrado que el ciudadano que no lo es, porque el ciudadano se hace responsable únicamente de sus propios actos, mientras que el sacerdote que no es honrado se hace responsable de los actos de todo un pueblo. (Aplausos)
Aquí vamos a dar la mano a los militares del Ejército del Pueblo, de este nuestro Ejército, en el cual deben estar incluidos los hombres que han peleado al lado del pueblo, los que están peleando en este momento al lado de Maytorena, lo mismo que los que están peleando al lado de cada uno de los jefes, porque de aquí no van a salir zapatistas, maytorenistas, villistas, sino sólo los soldados del pueblo que honradamente van a cumplir los anhelos de ese mismo pueblo. (Aplausos)
Maldito sea el Gobierno de transición que vaya a dar preferencias a determinado grupo; maldito sea el Gobierno de transición que tenga preferencias por determinados ricos; maldito sea el Gobierno de transición que vaya a la silla a favorecer al antiguo amigo, olvidando los deberes que tiene para con el pueblo de ahora. (Aplausos)
Maldito sea el Gobierno que no sea capaz de despojarse de sus afectos, de sus amistades, de sus relaciones de familia y que sea capaz de llevar alli el nepotismo, que sea capaz de llevar a los mejores puestos a sus amigos, en vez de a los hombres que lucharon por la causa del pueblo, y que, por lo tanto, saben sentir por la causa del pueblo. (Aplausos)
Y malditos sean también aquellos que habiendo un gobierno emanado de esta Convención, no sostengan su Gobierno honradamente. (Aplausos)
¡Que la sangre toda que se ha derramado para poder llegar a esta Convención; que los huesos que han servido de abono durante años y años a las tierras de nuestra amada Patria, sean azotados a la cara de esos que van a traicionar a nuestra causa sagrada! (Aplausos)
El Gobierno de transición va a tener enormes responsabilidades; no solamente vamos a decir: éste es el Gobierno de la Revolución; no, señores, debemos estar perfectamente penetrados de que éste va a ser el Gobierno emanado de la Revolución; lo que va a gobernar es la reunión, es el conjunto, la fusión de todos los ideales, de todos los anhelos de la Revolución. (Aplausos)
El Gobierno de la Revolución ha terminado desde el momento en que termina la guerra y empieza el Gobierno emanado de la Revolución: el Gobierno que tiene que hacer cumplir las promesas hechas al través de las bocas de los rifles. (Aplausos)
También algunas palabras del general Villarreal, al referirse al gobierno huertista, al referirse al gobierno usurpador, me trajeron a la mente algo terrible, algo que solamente puede caber en la imaginación del hombre más prostituido cerebralmente, algo que solamente puede caber en el cerebro de un Huerta. Nosotros estuvimos, todos nosotros, en un gravísimo peligro, en el peligro más terrible: en el peligro de ser huertistas; nosotros estuvimos en un inminente peligro de ir a sacrificar nuestras vidas para ir a defender a Huerta, nosotros íbamos a derramar la sangre por defender a Huerta y nosotros lo íbamos a hacer de buena fe. Ese era el mayor crimen que pudo haber soñado Huerta. Huerta, con su maquiavelismo diabólico, había proyectado mandar a Riveroll e Izquierdo para aprehender al presidente don Francisco I. Madero, al vicepresidente y a los ministros, esperando la resistencia que se haría por algunos de los leales que a su lado estaban; había ordenado que fusilaran y asesinaran a esos hombres; que asesinaran al Gobierno Constitucional de México, y entonces Huerta, inmediatamente, indignado ante crimen tan repugnante, haría castigar a los aprehensores, a Riveroll y a Izquierdo, así como a los soldados que los acompañaban y levantaría de las manos aún calientes de don Francisco I. Madero, el verdadero mártir de la República, el estandarte, y diría: Yo soy el verdadero presidente de la ciudad de México.
Se crispa uno al pensar en la posibilidad de creer que hubiéramos ido tras de ese crimen; estaba tan perfectamente bien combinado el crimen, que hubieran pasado muchos años quizá sin saber lo que habíamos hecho; por eso debemos alegrarnos efusivamente de que el Ser Supremo, el destino de nosotros, no nos permitió perpetrar un crimen semejante, y por eso es que al ver que no nos ha permitido el ir a cumplir ese destino, a apoyar a los criminales, por eso debemos estar perfectamente agradecidos de nuestro destino, porque nos ha dado prueba de que nuestra Patria no podría caer, ni por error, en el sostenimiento de crímenes como el de Huerta.
Nosotros acabamos, y yo mismo, de quedar impresionados, con ese interesante relato, pues pensamos en nuestra situación; hemos quedado impresionados al comprender el crimen a que inconscientemente nos habían llevado; pero esta Convención es la comprobación de que nuestra nación se salva; aquí se ha reunido un grupo de hombres que está demostrando que sobre sus pasiones, que sobre sus afectos, que sobre sus cariños y que sobre sus anhelos, están sus sentimientos patrios. Aquí ha cesado, de existir el caudillo, ha dejado de existir el hombre que nos domina por nuestras pasiones; el hombre que nos domina por nuestras ambiciones; aquí el caudillo ha muerto; aquí el jefecillo, el capitán que hizo que sus soldados vayan tras de él, porque es el jefecillo, aquí todo eso ha desaparecido, aquí sólo existe un poder nacional, un poder emanado de una Revolución, un poder emanado de los hombres que supieron salir a luchar para defender los intereses del pueblo.
Al decir caudillo, no me refiero principalmente ni a Carranza ni a Villa, ni a Obregón ni a González, ni a ninguno de ellos; sencillamente porque el caudillo murió, Porfirio Díaz murió, el único caudillo para nosotros será el patriotismo, la nobleza y la honradez. (Aplausos)
Para terminar, señores, les ruego que en adelante todas las votaciones que tengamos, en todos los actos, en todas las palabras, os preguntéis siempre: ¿Esto que digo es patriotismo? ¿ Esto que hago es patriota?, y si después de haberos preguntado eso os respondéis: sí es patriótico, entonces, adelante, aun cuando os cueste la cabeza. (Aplausos)
¡Ay de aquel que viole el sagrado pacto que aquí hemos hecho, no es un pacto que hemos realizado entre nosotros mismos; es un pacto que hemos realizado ante la Nación y la Nación entera nos bendiga si nosotros cumplimos con nuestro deber! (Aplausos nutridos)
El C. Obregón:
Pido la palabra.
El C. Presidente:
Tiene la palabra el ciudadano Obregón.
El C. Obregón:
Mis queridos hermanos, mis queridos compañeros:
Voy a hablar algo que ayer no había podido decir; quiero confesarles que ayer yo era un cadáver, ayer yo era un cadáver moralmente, porque creía que no éramos dignos de tener un país libre. (Aplausos)
Hace muchos días, señores, que yo había muerto; hacía muchos días, cuando mi División victoriosa entraba a la capital de la República, en medio de atronantes aplausos y una lluvia, un torrente de serpentinas y confetti, todos ellos eran dardos que iban a herir mi corazón, porque yo era un cadáver moral; yo veía qué inmensa nube se levantaba en el Norte; veía densa nube levantándose en el Sur y el zigzag de uno que otro relámpago que anunciaba que por momentos la tormenta se desataría. (Aplausos)
Yo entré a la capital de la República, señores, sin sentir un halago en los aplausos; aquellas demostraciones me molestaban, porque creía que otro día se tornarían en maldiciones para nuestro ejército.
Cinco días hacía que estaba en la capital, cuando un día me presenté al Jefe y le dije:
Permítame, señor, ir al Norte; permítame ver qué hay en el Norte, yo siento una tempestad.
Y el Jefe me dijo:Está usted en libertad, general, haga lo que guste.
Empecé a preparar mi viaje, y los perversos, los malditos, los criminales se me agrupaban y me decían:
General, ¿qué piensa usted hacer? General, su vida, general, ¿qué va usted a hacer al Norte?, lo cuelgan, lo fusilan, ahí hay traidores, hay perversos; y yo fui al Norte, porque sabía que en el Norte había patriotas, había hombres honrados y porque sabía que había también hombres dignos. (Aplausos)
Llegué al Norte y en México los perversos dijeron: Obregón traiciona a Carranza; vine a México y entonces dijeron los perversos en Chihuahua: Obregón está traicionando a Villa; y Obregón, sin hacer caso de los perversos de Chihuahua ni de los perversos de México, volvió al Norte a hablarles a los que esperaban con los brazos abiertos. (Aplausos)
Hoy, señores, ya puedo morirme, porque he podido justificarme ante la faz del mundo, que soy hombre leal, que soy hombre honrado; que no traiciono a Carranza; que no traiciono a Villa; que no traiciono a mi Patria y que mi vida será para ella. (Aplausos)
Este solemne juramento, señores, que hemos hecho hoy, este juramento no debemos olvidarlo; no debemos olvidar esta enseña, no debemos olvidar ese héroe, ese héroe que está presenciando este acto sublime, ese Gran Morelos. (Aplausos)
Voy a hacer un poco de historia, compañeros, y os ruego que no olvidéis este cuento: allá, cuando empezaba la Revolución reivindicadora, allá cuando todos éramos buenos hermanos, allá cuando no había un vampiro que viniera a echarle ocote a uno para que explotara contra el otro, entonces allá en el territorio de Tepic, allá en las costas del Pacífico, cuando los bizarros soldados del general Buelna se batían desventajosamente, hubo un combate en las orillas del río de Santiago, y allí quedaron muchos de nuestros compañeros. Las dificultades con que se tropezaba para el desarrollo de la campaña, hicieron al heroico general Buelna replegarse al Norte, en busca de pertrechos para volver a reanudar su campaña; cinco meses habían transcurrido cuando pasaba yo con mi División, y acampándome en un lugar cercano al en que se había verificado el combate, vino un oficial y me dijo: general Obregón, ¿no quiere usted visitar el campo para ver cómo hay cadáveres, cómo hay sombreros, cómo hay huesos?; y fui, no por curiosidad, fui para ofrecer mi visita a esos mártires, a aquellos héroes ignorados que habían dejado sus huesos regados, y me he encontrado, señores, un perro, un perro casi muerto, velando el sombrero y los restos de su compañero. (Aplausos)
Dos días después, un oficial cogió el sombrero, quizá sin darse cuenta del crimen que cometió y se lo llevó; lo tiró a varios kilómetros del campamento.
Algunos días después pasaba por ese sitio acompañado del mayor Julio Madero, y hemos encontrado que el perro había buscado su sombrero y continuaba de centinela velando por su compañero. (Aplausos)
Os invito, mis queridos hermanos, a que siempre que se lleguen los momentos solemnes, recordemos y digamos: seamos los perros que velemos por nuestros muertos. (Aplausos)
El C. Marciano González:
A la muerte del mártir Madero siguió una inmensa expectación, tras un crimen que, en medio del dolor humano, pasaba como una ola, empujando, arrastrando todo. Era un momento caótico, de inconsciencia, de contubernio de todos los crímenes y el maridaje de todos los sacrificios; las baldosas del Palacio Nacional habían sido teñidas en sangre; no hubo allí un estandarte que recogiera aquella púrpura para presentarla a una multitud y decir a ella: la sangre del caudillo exige la reivindicación, y la justicia va tras la injusticia como la ley tras el derecho. Pero había algo que flotaba, algo que era como un clarín de un toque sonoro y vibrante, era la conciencia nacional que velaba junto al cadáver, eran los hijos que se diseminaban en el territorio para clamar justicia al cielo, para exigirla a Dios. (Aplausos)
Y ese dolor y ese crimen no los calmaron las piadosas literaturas de aquellos corifeos que entronizaban en el Santuario de la Patria, a un criminal. (Aplausos)
Es que había, señores, al recoger aquel jirón, aquel estandarte de la desgracia nacional, un Argos que velaba por la inconsciencia y por la conciencia, y que sabría -como el perro de Ulises- esperar tranquilo a que se abriera el cielo para interrogar a Dios. (Aplausos)
Y se abrió; y fue la congregacion de todos los patriotas, de todos los nobles y de todos los buenos, y hubo, confesémoslo, porque si ésta es la Convención de la Justicia, si éste es el punto en que se reúnen los buenos y los que antes fueron también honrados y seguirán siéndolo, aquel grito y aquella clarinada y aquel estandarte estuvo en labios de alguien que no fue un profeta, sino un justo; y en la diestra de un hombre que si no fue un héroe, supo cuando menos, como Mesías conducirnos al triunfo, y fue Carranza. (Aplausos)
No batan palmas los que sienten todavía que la conciencia les grita, que no es necesario que se deban formar héroes cuando no se ha llegado al fin de la jornada; pero llamen a sus conciencias, y que ellas abran sus oídos como la corola inmensa de una flor natural.
Carranza, señores, fue a vengar a Madero; tras de Carranza estaba la justicia y con Carranza hay que hacer justicia. (Aplausos)
Ahí de todos sus errores, plagados de todas sus inconsciencias, Carranza será siempre el vengador de Madero y el salvador de la Patria. (Aplausos)
Carranza lleva tras de sí como una cauda, como un arroyo revuelto, todos sus errores, señores; pero hay algo que no se lo quita la multitud mezquina ni la injusticia de los hombres, el derecho de haber sido él, el primero y el más fuerte de todos. (Aplausos)
Y no es que venga a defender a Carranza, señores, es que es el momento sociológico en que es necesario que las almas de la multitud se crispen, que reclamen justicia. Mañana la Historia será otra, hoy los hombres somos unos. Carranza lleva al constitucionalismo al triunfo, ojalá no lo lleve al fracaso. Señores: su fin se aproxima; ante la tumba del hombre a quien más hemos querido, ante la tumba de Madero, cuando me separaba de él un metro y medio, yo le hablé en estos términos:
Venustiano Carranza, si vais a defraudar los ideales de la Revolución, ¡maldito seais!
Y mañana, señores, yo lo repetiré; porque tengo conciencia de mis deberes y porque más que todo tengo la concepción grandiosa de la justicia y del patriotismo. (Aplausos)
Que la historia cumpla con su deber y que los hombres ejercitemos nuestro derecho; olvidémonos de lo que haga, pero confesémoslo, lo que hizo es justo y es honrado. (Aplausos)
Mañana yo sé que esta trinidad democrática, que este lienzo, nuestra enseña patria, el que nos llevó al campo y nos trajo a la victoria, será mostrado al mundo como una garantía de los derechos, y como una salvaguardia de las libertades; y en él deberán quedar las firmas de los hombres independientes, de los hombres libres que nunca se arrodillaron fanáticos, ni maldicen cristianos. (Aplausos)
Mañana, señores convencionalistas, como se hizo justicia a Madero, se hará justicia indescriptiblemente a los tiempos, a los tiempos estos de Revolución, que exigen la justificación de los hechos y la justificación de las alabanzas y la reprobación de los errores; vendrá tiempo, señores, que ellos sean como el sostén granítico de aquellas esfinges por donde pasan los siglos, como la ola pasa lamiendo la arena de la playa solitaria.
Es verdad que. esta Convención y esos hombres no traen la vetustez tiempos; pero vendrán más grandiosos, que es la noción del deber que junto a la justicia es más fuerte que un mundo y más grande que un dios. (Aplausos)
Hemos jurado, señores, hemos escrito, como nadie lo ha hecho, nuestros nombres en lo más blanco, en lo níveo de nuestra enseña patria, ¡pensad en estos caracteres! Que sean, señores, como los borbotones de sangre que con todo placer vayamos a derramar en holocausto ante la patria, cuando ella gima y cuando ella sufra. (Aplausos)
Seamos como lo fueron otros ya: bondadosos, grandes para magnificar la parte impura que cava en el alma de los grandes; grandes para sobrellevar mañana en vuestro retiro la satisfacción o los remordimientos de no haber cumplido con vuestro deber, y que se levante como un salmo grandioso y vengan los polvos de los huesos insepultos, los ayes de los que quedaron en el campo de batalla y que no tuvieron manos amigas que vinieran a secar sus lágrimas, ni una frente donde depositar el beso del hijo amoroso para la madre ... (Aplausos)
Haced, señores, que todos los representados y vuestros representantes cumplan con su deber. Mañana, cuando se entregue el poder a un hombre a quien esta Convención elegirá y a quien el pueblo después sancionará en los comicios y cuando se entregue el poder podáis exclamar como Bolívar:
¡Patria! Permitidme que deposite en vuestras manos esta espada flamígera del combate y entregadme, como una carta magna, mis derechos de ciudadano. (Aplausos)
Y eso será más grande que todas las alabanzas, y será, en el transcurso del tiempo o en el empuje de los años, un clamor que, como nuestro himno guerrero, nos convoque siempre a la guerra y nos lleve siempre al combate con heroísmo y con valor. y como esas firmas sintetizan un pacto, llamad a vuestra conciencia, y, en un momento de recogimiento casi sublime, pensad que esta bandera tricolor que encarna nuestra idealidad más pura y nuestros entusiasmos más grandes, no puede ondear, desgraciadamente, en aquel baluarte histórico de San Juan de Ulúa.
Siento vergüenza, señores; hablamos de derechos, hablamos de patriotismo, hablamos de justicia, y en esta Convención, donde el Ejército Libertador está representado, no se ha firmado todavía una moción para pedir, no para pedir, para exigir que los americanos abandonen Veracruz. (Aplausos, bravos, voces: ¡Bien, bien!) (Voces: ¡Ya está presentada una proposición en ese sentido!)
El C. González (continúa):
Celebro que esté esa proposición ya presentada; no lo sabía y no tengo el don de la adivinación. Felicito a los que la hayan hecho; lamento que después de algunos meses en que la paz parecía un hecho en México, no se haya firmado, no se haya escrito en la prensa, algo conciso, algo enérgico que sea algo como una bofetada a quien llamó a los americanos y como un reproche más o menos débil o sereno a quien los mandó. (Aplausos)
No hay causa sin efecto, señores. Los americanos están en Veracruz por la ofensa de Huerta fuera del poder, el orangután más infame que ha engendrado la tierra, que debía avergonzarse de haber producido, como la madre, hijos tan infames; fuera de él, no habrá razón para que siga todavía a todos los vientos el pabellón de las barras y las estrella, que no hace falta en un suelo de libres y donde nacen y se engendran los patriotas. (Aplausos)
Siempre el mismo pretexto, siempre las mismas razones, las que se avientan como un meDdrugo al haraposo y al hambriento; siempre la potestad del fuerte a las necesidades del débil; están ahí, se irán cuando quieran; tal parece como que de ese banquete de la civilización, los yanquis nos avientan migajas de pan para contentarnos en esta grande ambición de derecho y de justicia; y es, señores, que se subleva el patriotismo, es que se piensa en estos momentos que no vamos sino como han ido todos, empujados por las circunstancias y demolidos por los efectos del tiempo; es que no tenemos la conciencia de lo que somos y menos de lo que fuimos; es que no sabemos, señores, y no tenemos la culpa los de esta generación, que no tengamos patria y que apenas empecemos a engendrarla. Haced patria, señores convencionistas, formadla, dadle la vitalidad que necesita y que siempre se ostente como el águila caudal altiva en sus espacios, sublime en sus triunfos y grandiosa en sus derrotas. (Aplausos)
Y que siga siendo nuestra nacionalidad un pendón al que debemos, cuando levantemos nuestros hombros de esclavo, gritar en todos los tonos que somos libres y que sólo esta bandera nos lleva al combate; que a ella, como nuestra nacionalidad, la haremos respetar siempre en todos los tiempos, como haremos valer las firmas aquí inscritas. (Aplausos)
Señores: que el espíritu del bueno, que el espíritu del mártir, que, como San Pablo, fue el primer cristiano; Madero, el primer mártir de la democracia, venga aquí, extienda sus alas y purifique nuestra atmósfera en todo el territorio y nos dé vitalidad eternamente. (Aplausos)
Que con él, en la soledad de las selvas, en el murmullo del mar, en la agitación de todas las ciudades, caiga como un recuerdo que corresponda a nuestro grito la bendición de aquellos que quedaron en el campo de batalla y que no vuelven, y que nos bendicen, creyendo que vamos a ser buenos y a aprender a ser patriotas. (Aplausos)
El C. Roque González Garza:
Pido la palabra, señor presidente.
El C. presidente:
Tiene la palabra el ciudadano González Garza.
El C. González Garza:
Señores delegados:
Al quedar instalada definitiva y solemnemente esta Convención, vengo, en primer lugar, a daros la bienvenida a nombre del Jefe de la División del Norte, haciendo presente su admiración y simpatía hacia todos los luchadores que en mayor o menor escala supieron cumplir con su deber; y a enteraros, en breves palabras, de lo que el ciudadano general Francisco Villa, que me honró con su representación, desea conozcáis todos vosotros, acerca de sus tendencias y de sus sentimientos, antes de que comiencen los trabajos de nuestras reuniones, de los cuales está pendiente la República entera, con la esperanza de que en ellas se fijen las bases sobre las que descansen la tranquildad, el progreso económico y la regeneración político-moral de nuestra Patria.
Señores delegados:
A nombre del ciudadano general Francisco Villa, os invito a que honradamente, sin miras personalistas de ninguna clase, sin ambiciones interesadas de ningún género, emprendamos nuestras labores; porque solamente con sinceridad y con honradez se puede producir una obra sólida y duradera. ¡Menguado sería el que abusando de la buena fe de los aquí reunidos, disimulara una tendencia innoble y egoísta!
El punto principal, el objetivo trascendente de la División del Norte y de su Jefe, no es ni ha sido otro, que el de procurar para la República una forma de gobierno provisional que afirme por lo pronto la paz interior, que asegure el crédito nacional, que satisfaga las necesidades y las ansias del pueblo y que en estos momentos de desorientación, ¿por qué no decirlo?, de anarquía, de ambiciones mal satisfechas y de recompensas injustas por lo excesivas, pueda aplacar esas ambiciones, remediar esas injusticias, imponer el orden y moderar el desenfreno y darle al pueblo la tierra que nos está pidiendo a gritos, desde hace luengos siglos, mientras se prepara, con la mayor brevedad posible, el advenimiento del Gobierno Democrático Constitucional. (Aplausos)
Penetrado el ciudadano general Francisco Villa de los graves inconvenientes que podría traer para el país el predominio de un jefe militar o de una junta de militares, absorbiendo absolutamente todos los poderes, aspira a que la representación nacional la asuma una persona civil, y que los revolucionarios, ya sea con su carácter militar o con su colaboración en el sentido de las reformas imperiosas económicas y sociales, ayuden a ese Gobierno a establecer la paz de la República, la organización del Ejército y la resolución del Problema Agrario, hasta que se pueda convocar a una elección democrática de genuinos representantes del pueblo, de gobernadores de los Estados y de Presidente Constitucional; y el mismo ciudadano general Francisco Villa me autorizó para que os hiciera presente que no lo mueve otro sentimiento, ni lo alienta otro propósito, ni tiene en su conciencia otra idea, que la de hacer el bien de la República y la de colaborar con todos vosotros a que no surja, después de esta lucha que tantas pérdidas ha costado a la Patria, la tiranía de los menos sobre los más, ni de uno sobre todos; sino el Gobierno del Pueblo para el Pueblo y el imperio de la Ley y de la Justicia sobre la corrupción política que imperó tantos años en los hombres que tuvieron en sus manos las energías y los destinos de México. (Aplausos)
Y es esta la ocasión de que se vea, para que se ahuyente de todos los espíritus la desconfianza, el temor o la duda, que el Jefe de la División del Norte no tiene para sí ambición personal ni pretende ser el llamado a resolver por sí solo ninguna cuestión de trascendencia, autorizándome para sostener ante esta Convención, con toda honradez y con toda energía, que su mayor deseo será el que se establezca, para que más tarde se constituya en precepto constitucional, el principio de que ningún ciudadano con carácter militar pueda ser llevado a la Presidencia de la República. En otros términos: hemos luchado contra dos tiranías y con el concurso generoso del pueblo, las hemos derrocado, y no debemos, señores Oficiales del Pueblo en rebelión, dueños ya del poder y con las armas en la mano, crear y consentir más tiranías. (Aplausos)
No es lugar aquí, por el momento, para discutir ninguna personalidad, máxime de aquellas que, cumplida su misión, están para que la crítica histórica haga el análisis y el balance de sus hechos; sería perder el tiempo inútilmente en discusiones apasionadas y enojosas sobre méritos y deméritos de este o de aquel otro jefe revolucionario, cuando el tiempo nos apremia y las necesidades de nuestros hermanos nos compelen a ser rápidos, claros, concisos y terminantes en nuestras resoluciones; pero más que otra cosa, como ya dije, honrados y sinceros sobre todo interés, sobre toda ambición y sobre toda mira de ganancia bastarda. (Aplausos)
El ciudadano general Francisco Villa, animado de un espíritu de verdadera liberalidad, propuso, desde las Conferencias de Torreón, que estuvieran representados por un voto cada mil hombres en armas por la causa revolucionaria, sin especificar la calidad militar del delegado, a fin de que pudieran concurrir a una Convención, en todo caso, elementos civiles. Mas habiendo variado las circunstancias, desde el momento en que fue descartada, sin su conformidad, dicha cláusula, aceptó esta nueva forma de representación, y está dispuesto a respetar y a poner todo su empeño por que se respeten las decisiones que tome esta Asamblea en los puntos de interés nacional, pues no ignora que lo que vale y lo que significa, por insignificante que esto sea, se lo debe al pueblo, a sus soldados y al concurso de los jefes que con él han defendido la causa santa de la Revolución. Por otra parte, tiempo vendrá, y muy próximo, en que se tenga necesidad del apoyo de los ciudadanos civiles, aprovechando su valioso contingente.
Pero, señores, para realizar estos propósitos, necesitamos que sea un hecho inconcuso la unidad de la Revolución, y esta unidad sería ilusoria si no llegaran a estar representados aquí todos los elementos que han luchado desde 1910 por los mismos ideales: los que con Madero aceptaron el Plan de San Luis, vaga promesa de equidad y justicia, y los que con Zapata concretaron mejor en el Plan de Ayala las reivindicaciones del pueblo, pues esta Convención está en el deber ineludible de ir más allá que todas esas aspiraciones, amalgamándolas, corrigiéndolas y perfeccionándolas para hacerlas cristalizar en disposiciones fundamentales, fuertes y definitivas. (Nutridos aplausos)
Existe también, señores, una ingente necesidad que apremia resolver, sin demoras y sin complacencias: el establecimiento de la Justicia en toda la República; para que corrija nuestros mismos desmanes, para que refrene los impulsos malsanos de aquellos revolucionarios que olviden sus deberes; para darle a la sociedad garantías y para que la Revolución entre de lleno en el espíritu y en el amor de los más descontentos. (Aplausos)
Señores delegados: os exhorto a que solemnemente juremos todos no traer aquí otro anhelo que el de procurar una concordia sincera entre todos nosotros y un propósito honrado de no verter injustamente, una gota más de sangre por defender tan sólo personalidades, desposeyéndonos de todo amor propio, de todo resentimiento y de todo resquemor, para legarles a nuestros descendientes una obra de la que se sientan orgullosos y a la que respeten como respetaron nuestros padres y como respetamos nosotros la llevada a cabo por los Constituyentes de 57. Es éste un momento tan grande y tan decisivo como aquél, y si no sabemos estar a su altura, el anatema de la historia caerá sobre nosotros. (Aplausos nutridos)
El C. Castillo Tapia:
Antes que nadie, creo que no es de oportunidad toque yo los puntos que lindan directamente con los puntos tocados por el señor González Garza, pues creo que en estos momentos de gran recogimiento y de gran júbilo, todas nuestras frases deben ser de concordia y de fraternidad, todas nuestras ambiciones deben ser de unión y anhelos de gran felicidad para el futuro; no debemos entrar en ninguna polémica que pudiera indicar inclinación a una o a otra parte.
Creo, pues, que debo sólo hacer una relación rápida de los acontecimientos pasados a nuestros días; es lo que nos podría dar luces y podríamos guiar la conciencia de esta Gran Convención y hacer votos para sus acciones futuras o para su ventura.
Cuando nosotros, en mayoría, éramos jóvenes la mayor parte de los aquí concurrentes, allá en sus primeros días de juventud y de fuerza, en la plenitud de la edad del hombre, nacieron bajo el régimen porfiriano, y cuando tuvieron la dicha de ver que aparecía una aureola sagrada que nimbaba la frente de Madero, todos y cada uno de nosotros, todos los que pensaban en el porvenir de la Patria y que estaban perfectamente penetrados de que sus deberes eran vigilar por ella y vIgilar por sus destinos y formar su felicidad, cada uno de ellos, cada uno de nosotros sintió un gran júbilo, tuvo un gran recogimiento y una gran alegría, que pintaba el destino que nos trajo al Apóstol, que ya todos augurábamos que debería ser un mártir de su idiosincrasia y de su gran corazón, noble y puro, y su gran franqueza para todos los hombres, aun los perversos.
En esta época era cuando nosotros esperábamos, cuando nosotros veíamos al maderismo y caminando el señor Madero como el Apóstol sagrado por los caminos de Cafarnaún, en medio de gloria, y veíamos que entraba por la puerta sagrada de la libertad con todos los suyos.
Pero desgraciadamente, cuando las revoluciones, por circunstancias especiales, no llegan conjuntamente con todos sus hombres y se disgregan por algún motivo, estas revoluciones quedan disgregadas, repito, no entran en bloque por la puerta sagrada de los principios por los que han propugnado, y no por la voluntad del apóstol, sino por circunstancias especiales, por la poca práctica, por el gran corazón y la magnanimidad, estas revoluciones que amainan, estas revoluciones que no entran ampliamente con todo el bloque, con todos los elementos, con todos los hombres que las han ayudado, estas revoluciones que se disgregan, no triunfan totalmente. Esto pasó. El señor Madero, con esa amplitud de alma, con ese gran corazón, con esa belleza de espíritu, con esos sentimientos inmensos dio cabida a todos, no imitó por un lado felizmente y por otro desgraciadamente al tirano Porfirio Díaz, que al triunfo de Tuxtepec entró con todos sus elementos, no lo imitó desgraciadamente, porque todos los elementos buenos que traía el señor Madero le hubiesen ayudado, no lo imitó felizmente, porque dentro de esas personalidades mismas con quienes contaba el señor Madero iba allí ya germinando en estado morboso la semilla de la reacción.
Surgen distintas circunstancias, vienen distintas épocas y hay un lapso de expectación, la pérdida, la perdición, es decir, más bien dicho, la perdición de que no se consumara la Revolución de 1910 fue el interinato del señor De la Barra; el señor De la Barra, pérfido y malvado, hombre de corazón negro y de pechera blanca, siempre en cada acto y en cada paso de su vida usaba de un maquiavelismo y de una manera jesuítica obraba en todos sus actos, y creo que hasta en los actos de su vida privada. (Aplausos)
En suma, señores, todos conocemos la historia, todos conocemos lo que ha pasado, todos hemos visto con nuestros propios ojos y hemos sentido todos con nuestro corazón; todos los acontecimientos que han venido desenvolviéndose en nuestra amada Patria, cada uno de nosotros ha observado las perfidias, cada uno de nosotros ha observado plenamente, tangiblemente, las traiciones, esta es la causa, señores, de aquella traición pérfida, aquella traición maldita fue la consecuencia de la Revolución constitucionalista, uno de los factores principales, señores, porque si en tiempo del señor De la Barra no hubiese habido una componenda con él, indudablemente con toda seguridad, el señor general Zapata hubiera entrado limpiamente a la ciudad de México, se hubiesen realizado los principios de la Revolución, se hubiesen repartido las tierras, se hubiesen decomisado las propiedades a los cientificos, se hubieran abierto muchas escuelas y. como consecuencia, se hubieran cerrado muchas cárceles. (Aplausos)
Y este problema que a todos asusta, este problema de Zapata, al cual, señores, no solamente hay que tener bajo el punto de vista natural, sino bajo el punto de vista de la admiración, este problema del general Zapata, que se solucionará ampliamente en la Convención, porque estamos seguros, de que el señor Emiliano Zapata tiene las mismas miras, los mismos ideales; y los mismos proyectos son los que tienen cada uno de los revolucionarios que con él han vivido; cada uno de los revolucionarios con otros sentimientos comprende bien que esta Convención, ratificando directamente como hasta la fecha se ha hecho, solucionará de una manera completa la obra, realizará la gloriosa obra de esa semilla de todos los dolores, todos los ayes del dolor, todas las perfidias del cientificismo, todas las injusticias del porfirismo, esa semilla que encarna, señores, no sólo el gran problema que aquí a nosotros nos preocupa, nos perturba, sino que encarna el gran problema que perturba e intranquiliza a todo el mundo. (Aplausos)
¿De qué se componía la sociedad pasada? ¿Cuáles eran sus componentes? ¿Con que potencias contó Porfirio Díaz para su sostenimiento? Con tres cosas: el militarismo, la burguesía y el clericalismo; el general Díaz comprendió, haciendo un cómputo de la cantidad de habitantes que tenía México, comprendió que sus fuerzas deberian existir en contraposición al resto de millones de habitantes que lloraban su infortunio y tenían hambre y sed de justicia.
El problema zapatista no es más que el resumen de la amargura de hace 300 años, no es más que el resumen de las aspiraciones del pueblo, no es más que el resumen de las aspiraciones justas de toda una raza, de la raza indígena, sobre cuyos hombros pesan todas las amarguras, todos los dolores, todos los sinsabores, todos los vicios y todas las maldades atávicas y no atávicas de los científicos y de los burgueses, sobre todo ellos que prestan vida al indio, que ha perdido todo lo que tenía; ved que ha perdido su arte, ved que ha perdido su ciencia, ved que antes vivía tranquilo y solitario por ahí en las sementeras, con sus tribus, caminaba como una gacela por los montes, y caminaba con su fe siempre en el trabajo y en el porvenir. Todo se le destruyó, tenía su poder propio, tenía su música propia, sus medios propios, y este contagio vino a dar por tierra con todo aquello que era suyo, que era propiedad efectiva de él.
Vino una serie de trastornos sociales, vienen las intrigas en los gobiernos y vienen los egoísmos en la sociedad, se le quiere negar el derecho que tiene como propietario del terreno y se le niega aún más, hasta el terreno en donde pisa. Esa fue la situación del indio, esa fue la situación del proletario, y todos o la mayor parte, conocemos la situación de ellos y que no cuentan más que con la cantidad cuadrada de terreno en la cual deben reposar sus restos ya muy fatigados, ya muy agotados por los soles invernales y por los soles de los tiempos de la canícula, y por todas las amarguras, por todos los egoísmos, por todos los sufrimientos, y que no cuentan más que con esa cantidad de terreno donde pueden reposar sus huesos ya fatigados y agotadas sus carnes, tan azotadas y que tanto han sudado para proporcionarle oro al rico, oro al burgués, oro al enemigo de la Patria, oro al enemigo de todo el mundo, oro al enemigo de su propia raza. Esa es la situación.
El general Zapata no ha hecho más que representar, que ser un símbolo, y cuando se dijo zapatismo, cuando se llama general Zapata, no creamos de ninguna manera que él sea el procreador de estas ideas que germinan en todos los espíritus verdaderos; él sólo los representa en estos momentos, con más firmeza, con más lealtad y alejado de todo temor, más alejado de toda timidez. Cuando se dice general Zapata, nadie teme seguramente, nadie teme que al morirse el general Zapata algún día, esas ideas caigan por tierra; no, están en todos y viven con todos; de manera que cuando dijo el señor Villarreal, cuando dijo el señor Roque González Garza, cuando dijo el señor Hay, cuando dijo el señor Marciano Gónzález, cuando mañana se repartan las tierras, cuando con todo el oro que tienen los enemigos, con todo el oro que han recopilado los científicos y los burgueses, se les decomise y de este oro se haga fuerte la Revolución misma, cuando se castigue al clero en una forma formidable; cuando se abran escuelas y cuando se repartan sobre todo las tierras, para darles justicia a esos pobres campiranos que tanto han sufrido, entonces, y nada más entonces, la Convención habrá cumplido con su deber. (Aplausos)
Mientras tanto, ya estamos tranquilos, ya se ve la aurora que viene, vamos a esperar buenos días, días de bienandanza, días de felicidad y días de gloria; vamoS a reconstruir la Patria y vamos a poner la buena simiente, y cada una de las manos que está aquí, será la que ponga la enorme mole, sobre la que descansará la primera columna sobre la que descansará la Patria.
Si no se hace con honradez, ¡malditos seamos! (Aplausos)
El C. secretario:
La Mesa pregunta a la Asamblea si aprueba que se declare lo siguiente:
Icese mañana en los edificios públicos en toda la República el pabellón nacional para celebrar la apertura de esta Convención. (Aplausos)
Se pone a votación. Los que estén por la afirmativa, sírvanse ponerse en pie. Aprobado.
Se cierra la sesión pública, para continuarla secreta.
Se levantó la sesión.