CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA
Compilador: Florencio Barrera Fuentes
SESIÓN CELEBRADA EL DÍA 27 DE OCTUBRE DE 1914 EN LA CIUDAD DE AGUASCALIENTES
Segunda parte
PRESIDENCIA DEL C. GENERAL ANTONIO I. VILLARREAL
El C. Hay (al subir a la tribuna besa la bandera. Muchos aplausos):
Hay algo muy doloroso, que es el no poder decir todo lo que se siente; el no poder expresar todos los sufrimientos que se tienen en momentos solemnes como éste. Nosotros, debido a un exceso de fuerza de voluntad, debido a un exceso de patriotismo nos hemos mantenido calmados en los momentos críticos por que hemos atravesado; y permitidme, señores, que a nombre de la Nación entera os haga el elogio que merecéis; habéis sido caballeros y habéis sido patriotas, habéis sabido tener calma en momentos críticos y habéis demostrado al mundo entero y a la Nación que puede haber aquí elementos armados que están aquí con la pistola al cinto, y que no son capaces de disparar un tiro mientras no sea en defensa de la Patria. No se debe disparar un tiro para atacar a un individuo, aun cuando ese individuo insulte a nosotros: una cosa son los insultos personales, y otra cosa son los insultos a la Patria; lo que ha venido aquí a pasar ha sido un desvío completo del orador que me precedió.
En cuanto a su apreciación sobre nuestra bandera sagrada, nosotros, por caballerosidad y patriotismo, tenemos la obligación de oírlo, y os hago el elogio nuevamente. Después, nosotros, personalmente, no somos los que debemos juzgar, sino la Nación entera señalará con él dedo a aquel que no ha sabido apreciar la insignia de la Patria. (Aplausos)
Ahora ya estoy tranquilo, ya estoy calmado; hemos pasado por la crisis más terrible y hemos salido de ella con honra, debido a nuestro patriotismo; ahora puede venir cualquier cosa, y yo estoy seguro que nunca saldrá de aquí un tiro y siempre saldrán razones, y esas razones sabrán vencer para la salvación de nuestra Patria.
¿Qué ha pasado? El señor Soto y Gama nos dice:
Esta bandera es la bandera que emanó de la reacción de Iturbide.
Quiero aceptarlo; pero, señor Soto y Gama, esta bandera es la que todos los mexicanos defendemos; esta es la bandera por la cual todos los mexicanos estamos dispuestos a derramar hasta nuestra última gota de sangre; esta bandera fue la que se ha enarbolado en contra de los invasores; esta bandera es la que se desprendió de Chapultepec envuelta al cuerpo de un hombre que supo sacrificarse con ella al arrojarse, al despeñarse de ese castillo, por ser el último defensor de ella y no querer entregar esa bandera sino con su muerte. Esa bandera, que vosotros, los muy instruidos que nos negáis un perfecto conocimiento, desde el momento que no conocemos nuestra historia, no le hace, es la bandera, y yo, como el indio, sin instrucción, sabré defender y sabré morir por ella. No se necesita instrucción y conocimientos de Historia Nacional para saber que es la bandera nacional, y eso es suficiente para que nosotros muramos por ella y la defendamos hasta el último instante; pero nosotros no somos quienes vamos a juzgar de esas palabras; será la Nación entera.
Nosotros, aquí, precisamente por patriotismo, vamos a procurar despojar nuestra cabeza de todo apasionamiento personal, de todo resentimiento, de palabras que más o menos ligeras se hubieran producido, y vamos a tratar únicamente de las cosas que son de interés verdaderamente nacional, que van a ser la base de nuestra futura paz, de nuestra futura libertad, de nuestra futura tranquilidad. Usted, señor Soto y Gama, lo dijo:
Vosotros no debéis venir aquí como personalistas guardando el Plan de Guadalupe, porque si venís aquí guardando el Plan de Guadalupe, seréis personalistas; y vosotros, señores, si venís aquí con el Plan de Ayala, podria deciros con los mismos argumentos: seréis personalistas. Nosotros estamos dispuestos a rechazar todo el Plan de Guadalupe, si ese Plan de Guadalupe encierra un personalismo; nosotros hemos venido aquí sin ningún plan, nosotros venimos aquí a admitir todos los elementos. Si el Plan de Ayala tiene, como me consta que tiene, como lo sé que tiene, artículos verdaderamente favorables a nuestro pueblo, por el cual hemos luchado siempre y estamos dispuestos a seguir luchando, esos artículos, esas partes del Plan de Ayala con gusto los aceptaremos; pero no áceptaremos el Plan de Ayala para rechazar lo que nos conviene. Nosotros, señores, aceptaremos solamente la parte del Plan de Ayala que nos pudiera convenir para poder salvar a la Nación, los puntos que están en favor del pueblo, que pueden dar pan a ese pueblo y libertad a ese pueblo, por el cual hemos peleado.
Por tanto, si aquí venimos con personalismos, si ustedes no se quieren tachar de personalistas, abandonen también el Plan de Ayala como principio; nosotros venimos aquí a luchar por el pueblo, por que ese pueblo tenga pan, por que ese pueblo tenga tierra, por que ese pueblo tenga libertad, y proponemos, por tanto, que se haga esto, esto y esto, y entonces veréis que en masa toda la Asamblea se levantará para aprobar eso, porque nosotros venimos todos a luchar por el pueblo, ni por Carranza ni por Villa, como tampoco ustedes deben venir a luchar por Zapata. (Aplausos)
Para decir a usted, señor Soto y Gama, que vengo a hablar a toda conciencia, en cuanto a los ideales zapatistas que ustedes mismos tienen, le voy a recordar algún caso, que quizá puedo traer a su memoria. Cuando Huerta, impelido por los consejos de De la Barra y de García Granados, ese famoso bandido político, hizo su avance sobre Cuautla, estando ahí el señor Madero, que estaba arreglando la rendición de las fuerzas de Zapata, el licenciamiento completo de los nuevos elementos revolucionarios que iban a regir en México, ese avance de fuerzas, con mucha justificación trajo desconfianza en el general Zapata y en los que estaban allí a su lado, y yo mismo fui con el general Eufemio Zapata al teléfono a telefonear con el general Casso López, quien me juró por su honor de hombre honrado y de militar que, si acaso Huerta avanzaba, él vendría a apoyar a las fuerzas del general Zapata en defensa nuestra.
El general Eufemio Zapata estaba a mi lado y se convenció de que no podía haber ninguna traición ni del señor Madero ni de los que lo acompañaban. Afortunadamente, el general Zapata se convenció de que había sido una maquinación diabólica de parte de De la Barra y García Granados, provocando algo que parecía una traición y procurando la muerte del señor Madero y de los que lo acompañaban.
Afortunadamente, el criterio revolucionario del Sur, perfectamente claro, vio dónde estaba la intriga, y en vez de tomar como traidor a Madero, lo dejó salir, garantizándole su vida y prometiéndole que, si acaso seguía con el pueblo, el pueblo de Morelos seguiria con él; pero yo salí de Cuernavaca, porque el general Zapata puso por condición, para rendirse, el que yo fuera gobernador del Estado. Yo creo que aquí habrá algunos que quizá recuerdan eso.
Fui a ver al señor De la Barra y le dije que lo que estaba haciendo era un acto inicuo: que fuera yo gobernador, pero dejando allí las fuerzas federales. A eso me opuse rotundamente, y le dije que no estaba dispuesto a eso. Yo no tenía deseos, yo no tengo deseos de llegar a ningún puesto público; pero, como lo he dicho, por ningún motivo lo haría yo, porque no iría a ser la pantalla para que cométieran crímenes contra ese pobre pueblo, porque yo no quise ponerme como instrumento de esos bandidos políticos para destruir a ese pueblo por el cual nosotros habíamos luchado; y el señor García Granados me dijo:
No hay cuidado, no nos importa nada; esos bandidos, esos descamisados, nosotros los haremos entrar a varas -fueron sus palabras-, por medio de nuestros máuseres; y le dije: Señor García Granados, delante del señor Presidente de la República, digo a usted que tenga más respeto para esos bandidos, para esos desarrapados, para esos descamisados, gracias a los cuales debe usted estar aquí en Chapultepec hablando conmigo.
Por eso verá usted, señor Soto y Gama, que muchos de los elementos que rodeamos al señor Madero seguimos siendo leales a los principios predicados por Zapata y por Madero, porque en el fondo eran los mismos, y que aquí encontrará usted, no individuos que vienen a pelear por personalismos, sino por los principios del pueblo.
Nosotros hemos desechado todo plan, nosotros hemos desconocido al Primer Jefe; pero nosotros hemos jurado solemnemente aceptar al candidato que de aquí pudiera salir, porque nosotros seguimos no la voluntad de un hombre, sino la voluntad colectiva, que ha triunfado.
Como prueba de ello, cuando Luis Cabrera, allá en México, hizo notar que no habíamos comprendido, que no habíamos oído lo que había dicho el Primer Jefe, que había entregado ese poder, yo me levanté y protesté contra esa entrega de poder y supliqué a todos los que estaban allí que no lo recibieran; no como un voto de confianza, no en oalidad de una ratificación, a pesar de que el señor Carranza me merece un grandísimo respeto en todos sentidos, sino sencillamente porque no estaban allí representados todos los elementos militares revolucionarios de la República. Y dije más o menos estas palabras: No están aquí representados los elementos del Sur, no están representados los elementos de la División del Norte, y, por tanto, no podemos honradamente decidir nada sobre ese poder, mientras ellos no estén aquí también representados. Usted verá, señor Soto y Gama, si hubo honradez, como en esta junta también la hay.
Ahora, pasando a la cuestión de la bandera, no es una maquinación política lo que ahí se oculta; todo lo contrario. Precisamente todos nosotros para quienes lo más sagrado es nuestra bandera, no hemos tenido ningún empacho en poner nuestras firmas como una garantía de que solamente haremos lo debido, lo honrado para la Patria; para nosotros lo más sagrado que hay en la vida es esta bandera, porque es la representación de nuestro pueblo y de nuestra independencia, y por eso no tengo empacho en venir a poner mi nombre ahí, porque considero que para mi nombre es la mayor honra que ha tenido nunca, y también porque considero que ni yo ni nadie podremos retractarnos de un hecho tan solemne, poniendo la firma en la Patria, que es la bandera. No hay aquí ninguna maquinación política; bien al contrario. Aquí no hay más que un espíritu de honradez, más que un deseo de estrecharnos todos para que uniformemos nuestra conciencia, desde el momento en que, ya como patriotas y como hombres honrados, hemos puesto nuestra firma, hemos documentado nuestros ideales. Usted mismo, señor Soto y Gama, se convenció de que nosotros no venimos por personalismos. ¡Pobre de aquel que, viniendo por un personalismo, se hubiera, atrevido a poner su firma allí! Vean ustedes a la División del Norte, que se le llama villista, se le decía personalista, y vean ustedes en todos sus actos que no ha demostrado ningún personalismo, sino puramente patriotismo. (Aplausos)
Vean ustedes los elementos netamente llamados carrancistas, personalistas; vea usted al jefe de Estado Mayor del hermano del señor Carranza; vea usted a miembros que han estado en contacto con él durante toda esta época, antaño enemigos de los del Sur, y verá usted cómo en ninguno de ellos ha habido un solo acto de personalismo en la defensa del señor Carranza. El señor Carranza, como individuo, no existe ni debe existir; solamente para nosotros existe. Para los asuntos de la Patria existen sus hechos, sus actos; existen sus deseos; el individuo cesa de existir. Para nosotros no debe existir ningún individuo; solamente los actos que él ejecuta.
El que salga de aquí, el que emane de aquí, no saldrá debido a un chanchullo, ni tampoco va a ejercer una política personalistá; de aquí va a salir un programa de gobierno, la forma en que se llevará a cabo ese programa en ese congreso preconstitucional que usted acaba de defender y que nosotros, aquí en lo privado, hemos defendido, y hasta en lo público algunos. En ese congreso preconstitucional estarán representados, no solamente el ejército revolucionario, sino también el pueblo mexicano, bajo su representación civil. Habrá allí representación del ejército que ha sabido levantarse en armas contra un tirano, no solamente contra Huerta, sino contra los que estaban detrás de Huerta; no solamente contra Huerta, sino contra el clero corrompido y contra el dinero también corrompido. Vamos desde aquí a formar un programa, no programa político, sino un programa por medio del cual se podrá formar un congreso preconstitucional, que será el que realmente dé las leyes, dicte las leyes, para que el que emane de esta Convención pueda ejecutar esas leyes que le hemos impuesto, que le han sido impuestas por ese congreso. El que salga de aquí no va a hacer su voluntad; el que salga de aquí tendrá que realizar todo ese programa especial, para poder cumplir con esas órdenes, para poder exigir el cumplimiento de las órdenes que le sean dictadas por ese congreso preconstitucional, que estará formado por todos los elementos nacionales, con excepción de los elementos traidores, porque ahí no aceptamos a ninguno que tenga carácter huertista o porfirista. Aceptaremos ahí solamente a los representantes del pueblo, y usted, señor Soto y Gama, si quiere, puede venir aquí a predicar socialismo; aquí habemos socialistas, pero no de los que hablan, sino de los que hacemos sin predicar, porque comprendemos que nuestro pueblo en estos momentos no está apto para recibir prédicas socialistas antes que se le dé pan, antes de que se le dé la tranquilidad, porque si no, del socialismo pasaría a la anarquía.
Y ahora, después de que he esbozado en muy mal dichas palabras, debido a mi excitación natural, algunos de los puntos que el señor Soto y Gama ha tocado, vuelvo a hacer el elogio más merecido a los señores delegados, por haber tenido la calma y el patriotismo suficientes para dejar hablar al señor Soto y Gama; dejemos que venga cualquiera aquí, que vengan y digan lo que quieran para que lo expongan ante la Nación, si son honrados, para que la Nación les levante un pedestal; si no lo son, para que la Nación los estigmatice. (Aplausos)
El C. presidente:
Tiene la palabra el ciudadano González Garza. (Aplausos)
El C. González Garza:
Es la segunda vez que vengo a esta tribuna, y por segunda vez vengo a hacer obra de unificación. El incidente, muy explicable en una Asamblea que tiene por origen, como ésta, el medio en que nos encontramos, la necesidad natural de ver y entender las cosas, no tiene absolutamente ninguna importancia que pueda acarrear futuras complicaciones.
Desde luego, confieso honradamente que estoy de acuerdo en todo, absolutamente en todo lo que ha dicho aquí el señor Soto y Gama. (Aplausos)
Esta Convención, este grupo de hombres que nos denominamos ciudadanos armados, no me quiso oír la primera vez que vine a esta tribuna a encarecerles la imperiosa necesidad que había de unificar todas las facciones armadas de la República, para poder producir dentro de nuestro seno una obra duradera y firme. Todavía yo no le puedo nombrar Convención; no le puedo nombrar Convención porque aún no están reunidos en ella todos los elementos que tienen derecho a venir a discutir, a aclarar todos los puntos de interés nacional, y para lo cual tienen perfecto derecho en imponer condiciones cuando se quiere hacer un sacrificio y, evidentemente, se necesita obtener un beneficio.
Esta Convención, señores, no es en los momentos presentes más que el crisol hirviente donde tienen que irse templando todos los caracteres, todas las facciones, todo el elemento revolucionario, para salir purificado, para poder llegar a la meta de las aspiraciones de los que luchan, de los que nos han dado el puesto, de los que nos han mandado aquí; me refiero a los soldados, a los que sufren, a los que se nos olvidan, a los que pasan hambre, a los que sin abrir su boca esperan que nosotros seamos lo suficientemente inteligentes y sensatos para poner un hasta aquí a la infame guerra que estamos llevando a cabo, precisamente porque nosotros no hemos podido entender, precisamente porque nunca nos hemos convencido de cuál es la mejor manera de llegar a la expresión suprema, es decir, desear para el pueblo mexicano un gobierno para él, un gobierno del pueblo para el pueblo, un gobierno en donde gobiernen todos como un solo hombre, un gobierno en donde las actividades del pueblo mexicano se ejerciten, y no el gobierno de un grupo, como se pretende en estos momentos.
El incidente a que hemos concurrido, carece de interés (siseos), carece de Ínterés, señores, porque a ustedes no se les oculta que yo hice exactamente lo mismo en cierta ocasión, aunque no con las palabras vibrantes ni con las palabras ardientes del señor Soto y Gama; y todos ustedes convinieron en que la bandera es un símbolo, un símbolo como Dios, un símbolo que sirve para confortar los espíritus y los ánimos; pero nunca para que sirva como una triquiñuela política para afianzar votos o para comprometer personalidades; pero precisamente ese incidente trajo como consecuencia la desviación de las ideas del señor Soto y Gama. Aquí se propuso él, al venir a esta tribuna, encarrilar la discusión, ya que convino aquí tácitamente conmigo en que el señor Martínez no había precisado las ideas y las tendencias del grupo a que honrosamente vienen a representar. Y voy a entrar de lleno en la cuestión, porque debemos dilucidarla de una vez por todas.
Desde luego, manifiesto, a nombre de mi representado, que en principio el Plan de Ayala es de la División del Norte. (Aplausos)
El C. Obregón:
Para una interpelación. Señor presidente, suplico a los señores jefes de la División del Norte se sirvan declarar si están representados todos por el compañero González Garza, o solamente el señor general Villa.
El C. Angeles:
Voy a satisfacer los deseos del señor Obregón. Por mi parte, hago la aclaración de que el señor coronel González Garza ha dicho que ha hablado a nombre de su representado; pero si hay alguna duda sobre el particular, declaro personalmente que me adhiero a los principios del Plan de Ayala. (Aplausos y bravos)
El C. González Garza:
Señores, tengo la palabra, y voy a satisfacer ampliamente las dudas del señor general Obregón.
Sírvanse los señores generales de la División del Norte, o los representantes de ellos, quedarse sentados los que no comulguen con los principios del Plan de Ayala. (Voces: ¡Todos!) (Todos los ciudadanos delegados de la División del Norte se pusieron de pie) (Aplausos y bravos)
El C. Ríos Zertuche:
Para una aclaración. Pido que se levante el delegado que no comulgue con los pricipios del Plan de Ayala.
El C. Osuna:
Pido la palabra para una aclaración.
El C. González Garza:
Señores delegados: sírvanse poner en pie los que no comulguen con los principios del Plan de Ayala. (Una voz: ¡Que pregunte la Mesa!) Tengo derecho también para preguntar. Nadie se ha levantado. Todos comulgan.
El C. Prieto:
Yo no conozco el Plan de Ayala. (Voces: ¡No hemos leído el Plan de Ayala!)
El C. Berlanga:
El Plan de Ayala proclama a Pascual Orozco como Presidente de la República. (Siseos. Voces: ¡Ese no es un principio!) Ese es el que yo conozco. (Voces: ¡No, no! Siseos) En cuanto a los principios generales, debo decir que el Plan de Ayala no es de la División del Norte ni de la División del Sur; es de la República entera. (Aplausos)
El C. García Vigil:
Yo quiero decir que eso que se llama principios del Plan de Ayala, lo aprendí hace quince años, cuando estudié Historia y supe que la obra de la Revolución Francesa fue hecha por los enciclopedistas, no por un señor Zapata. (Aplausos y siseos)
El C. González Garza:
¿Qué ha resultado de esto, señores?
El C. Berlanga:
Suplico que el señor González Garza haga favor de leer el Plan de Ayala.
El C. González Garza:
Esa será misión de la Secretaría, cuando usted lo pida. (Aplausos)
El C. Berlanga:
Pido la plabra para una moción de orden. No es misión de la Secretaría, porque no es documento oficial; por eso he suplicado al orador que lo lea. No obra como documento oficial en esta Asamblea el Plan de Ayala.
El C. González Garza:
Con mucha más razón que la Secretaría dé cuenta con él, cuando lo juzgue conveniente la Mesa; ahorita tengo el uso de la palabra, y perdóneme Su Señoría continuar en ella. (Aplausos)
El C. Berlanga:
Yo no soy Señoría. (Risas)
El C. González Garza:
Lamento que el señor Berlanga no comprenda el término Señoría.
Ahora bien, señores; ante la manifestación expresa que ha hecho unánimemente la Asamblea, de estar en principio con el Plan de Ayala, ¿cuál es la conducta que incontinenti debe seguir? Unificar, atraer a los elementos del Ejército Libertador, para que todos, en fraternal consorcio, como dijo el señor presidente, discutamos los problemas nacionales y lleguemos a un acuerdo absoluto que traiga como consecuencia inmediata la paz orgánica de la República. (Aplausos)
Ahora me voy a permitir hacer al señor presidente de la Comisión nombrada por los principales jefes del Ejército Libertador, la siguiente pregunta: ¿están dispuestos los revolucionarios del Sur a venir con su carácter, ya de jefes, o por medio de sus representantes a esta Convención a discutir, estudiar y resolver en la medida de nuestras fuerzas, en unión de todos los demás elementos de las distintas facciones revolucionarias de la República, todos los asuntos que se sometan a esta Asamblea?
El C. Paulino Martínez:
Cuando esta honorable Asamblea se haya adherido a los principios revolucionarios, los del Sur no tenemos ningún inconveniente en colaborar con ella a la obra nacional. (Aplausos)
El C. González Garza:
Aclarada esta importante cuestión, señores, sólo me resta precipitar los acontecimientos, a fin de que a la mayor brevedad posible, veinticuatro horas, cuarenta y ocho, ocho días, los delegados del Ejército Libertador vengan con ese carácter a estudiar dentro de la Convención todos los asuntos que nos interesan; de otra manera, la unificación de la Revolución sería ilusoria; de otra manera, no podríamos llegar a la meta de nuestras aspiraciones, porque terminantemente, en esta tribuna, el presidente de la comisión ha declarado que si no estamos de acuerdo en principio con el Plan de Ayala, vendrán los revolucionarios del Sur a seguir luchando, muy a su pesar, contra sus hermanos, y he aquí lo más interesante: yo no creo que este acontecimiento deba retardarse por más tiempo. Junto con la revolución del Sur están los revolucionarios del Norte; junto con los revolucionarios del Norte, ante un compromiso expreso en esta Asamblea, está la División del Noroeste, y junto con la División del Noroeste están las Divisiones del Centro, están las Divisiones de Oriente y está, en una palabra, la inmensa mayoría de los elementos revolucionarios del país. No falta, pues, más que abrir de par en par la puerta al elemento revolucionario del Sur, encabezado por el general Emiliano Zapata, para entrar de lleno en las grandes reformas que estamos obligados a llevar a cabo en estos momentos supremos para la República. Yo os exhorto a que pongamos en alto nuestros corazones, a que pensemos fríamente, a que no seamos precipitados y no prejuzguemos ciertas palabras.
El incidente provocado por la verbosidad muy suya del señor Soto y Gama, no debe por ningún motivo apartamos de la línea de conducta; abrámosle los brazos, exhortémosle para que cuanto antes vengan los representantes del Ejército Libertador y hagamos una obra santa, una obra buena, ya que, como lo dijo muy bien, nosotros no somos el juez: somos el acusado que está sentado en el banquillo, porque hay un gran jurado, y este gran jurado, en estos momentos, es la Nación Mexicana, que sabrá castigar y ponemos en el lugar que nos corresponde, si sabemos o no sabemos cumplir con nuestro deber. (Aplausos)
El C. Siurob:
Pido la palabra.
El C. secretario Santos:
La tiene el señor Marciano González.
El C. Marciano González (aplausos):
Agradezco sinceramente ese estímulo de parte de mis compañeros; en ocasiones, los aplausos son un acicate, y en otras, son un reproche. Ojalá que sepa cumplir con lo que dije antes.
Vengo a contestar al señor Soto y Gama las alusiones a nuestra bandera. Yo podria, señores ... (Voces: ¡No, no! Siseos) Tengo obligación ... (Voces: ¡No, sí!, que hable!)
Señores, ya que se pretende que no conteste, levantemos un arco y que bajo la bóveda de ese arco pasen triunfantes los representantes del Atila, y allá en el cimborrio del arco, ¿qué ponemos, si no tenemos bandera? (Siseos y silbidos)
No importa que silben; nuestra bandera, como penacho en esas torres; aquí todos pusimos nuestros nombres como si hubiéramos puesto nuestras vidas, en ese símbolo de redención y de heroísmo. Se ha dicho que no vale nada, que no es nada; ¿qué es el símbolo? Es el alma, es la fibra de las multitudes, es el grito de los irredentos, es el clarín que junta todas las almas, que unifica hasta los mismos dioses; ¿cómo negar, señores, que este símbolo merece todo nuestro respeto? ¿Dónde está la labor de unión, la labor de concordia, la labor de fuerza, si se rompe en añicos esa cadena, dónde están tres colores, patriotismo, pureza y sangre? (Aplausos)
¿Dónde algo más bello, más justificado que este lienzo para que cubra el sepulcro de los mártires y sea el pendón de guerra en todos los ámbitos del mundo?
Zapata, en el Sur, ¿con qué ha reunido a sus huestes si no ha sido con una bandera? No es la de Iguala, señores: la bandera es el alma de los pueblos, es la generación, es la multitud que procrea, que engendra y que reivindica. (Aplausos)
Y lo sabe el señor Soto y Gama: aquella es nuestra enseña patria, como es para los socialistas una bandera blanca que va reivindicando a la humanidad. El pide para la humanidad, nosotros pedimos para nuestra Patria, y nuestra Patria está vívida, está fulgente en sus colores que destellan más que un sol y que iluminan más que Dios. (Aplausos)
Y que lo diga Genovevo de la O, que lo diga El Agachado, que lo diga Banderas, que lo digan todos ellos: cuando van a la guerra no llevan la bandera, porque ellos llevan el elemento vívido, llevan sus dolores, las llagas de esa multitud irredenta, y ellos que han sentido el peso, que han sido agobiados por todos los sinsabores y por todas las ignominias, piden un clarín para llamar, un fusil para tirar al enemigo y una bandera para ir contra él; Y ahora aquí, señores, en un santuario de armonía, en una Convención, se dice que este emblema es mentira. No pueden ser mentira los colores. Se dice que es simbolismo, que es nada, que no pueden ser nada los colores; y si esos colores no hablan, allí está el águila que grazna y está el clarín de la victoria. (Aplausos)
Que me lo digan ellos, esos abnegados, y que vengan a hablar de traiciones, y que vengan a hablar de infidencias y de patriotismo, ellos, infelices que viven en el Sur como viven los buenos y que no se van al otro lado del Bravo a escribir artículos. (Aplausos)
Ellos tienen derecho, sí, señores; es el momento de la conciencia y no de las inconsecuencias, donde la unión si en el punto en que se conjuntan las lineas se filtra una espada, donde la fuerza se halla en medio, un caudal de insultos mutuos que nos dividen. No, señores; fortalezcamos la Patria; está exhausta; se abrió la compuerta, y ya no tiene sangre, ya no tiene vida; pero reconozcamos que el Plan de Ayala, que viene a levantar a las multitudes aquí, tiene que llevar la bandera, la bandera de nuestros abuelos, la enseña de nuestras generaciones, el símbolo de nuestro mañana, como fue el símbolo de redención de nuestro ayer. ¡Qué ilusos los que creyeron que al ir al combate tras de una bandera era por llevar consigo la encarnación de la Patria, el alma de las multitudes!
No somos personalistas, señores; tenemos lo que ustedes tienen; la noción de lo bueno; nos percatamos de lo malo, y por eso venimos aquí sin consignas a combatir contra contra hombres que no son sino lodo y miseria, contra los ideales y contra los principios. (Aplausos)
Mentira que los constitucionalistas seamos traidores, no; es infame decir eso; los constitucionalistas, para serlo, dejaron de ser personalistas; la Revolución de 1910, que congregó muchos hombres, se encuentra hoy con todos esos hombres aquí.
Madero fue un equivocado, pero no fue un traidor. ¡Mentira! Es canallesco, es infame decir eso. ¿Qué humano no se equivoca? Y la equivocación, cuando es inconsciente, cuando no tiene la clarividencia de las cosas, es disculpable. Disculpemos a aquel hombre, que fue todo bondad, todo ternura y que hizo todo por su pueblo. (Aplausos y bravos)
Y Madero, señores, seguirá siendo para nosotros un símbolo, y brillará siempre como sobre el nopal el águila caudal de los emperadores aztecas, sobre ese símbolo de guerra y de triunfo. Madero está muerto, señores; los principios viven; y sin él, los principios de la Revolución Francesa necesitaban fuerza, necesitaban pulmones, necesitaban energía de un hombre, y allí estuvo Madero para proclamarlos. (Aplausos. Voces: ¡Víva Madero!)
El señor González Garza ha dicho que se adhiere en principio al Plan de Ayala; es el representante individual del jefe de la División del Norte, y yo, como uno de tantos de la División del Noreste, digo también que el Plan de Ayala nos ha unido, porque es el principio de redención de la humanidad. (Aplausos)
Pero cuando ese Plan de Ayala, señores, nos venga exigir que detestemos el villismo y que abandonemos a Villa, que detestemos el carrancismo y que abandonemos a Carranza, yo digo, señores: a esa humanidad ¿la representa Zapata?: disgreguémonos de Zapata. (Aplausos)
¿Qué son los hombres ante los principios? No son, señores, sino los hombros donde descansan ellos mismos para elevarse; que la práctica de esos principios, la realización de esos ideales, eleven a Zapata, señores, pongan inconmensurablemente a Villa, y pongan también muy alto a Carranza, ¿qué importa? La gloria no es mezquina cuando es justa. (Aplausos)
Y la maldición, señores, no tiene excepciones, no tiene límites; la maldición es inconmensurable, es una masa atmosférica que aplasta al hombre, que lo anonada, lo pulveriza, y ella, sin cumplir lo pactado, sin defender la humanidad, y sin dar mendrugos a estas generaciones dolientes; ella, dimanando de los hombres y queriendo entrañablemente agarrarse a los brazos que la salvan, a ellos que quedan bajo el peso de la Historia, que será más serena siempre mañana que ayer, que será más justiciera en el porvenir que en el pasado, porque entonces el desenvolvimiento natural de las cosas traerá la purificación de las almas y entonces no habremos tantos mezquinos ni tantos corrompidos. (Aplausos)
Que quede para la Historia todo eso. Nosotros, señores convencionistas, estamos aquí, hemos venido a unirnos entrañablemente con el alma, fraternalmente; que nada nos separe; sigan disparando el fusil los que no están de acuerdo con los principios, sacrifíquense los hombres, que son unidades, pero sálvense las multitudes, que son el alma de todos los pueblos. (Aplausos)
Señores del Sur: celebro que hayan venido. La Nación siga creyendo lo que en un principio se dijo de vosotros: que erais irreconciliables con la humanidad, que erais divorciados con el derecho y con las libertades. La Nación, o los hombres, se han equivocado; aquí hay especie de momias, hombres casi petrificados, que están escuchando el verbo maldiciente o la palabra que hiere, con estoicismo, porque saben que de los labios que anatematizan no salen las palabras que han de salvar los principios; sean ustedes, surianos, como esos principios: inconmovibles, y con ustedes está la Nación, está el universo entero. (Aplausos)
El C. Alfredo Serratos:
Respetables jefes, queridos hermanos míos, todos mexicanos:
El compañero que acaba de bajar de esta tribuna, ha preguntado qué lleva el Ejército del Sur a la cabeza cuando va a los combates. Se supone que llevamos la bandera de la Patria, no; la bandera de la Patria nunca la llevamos para combatir contra hermanos; la bandera de la Patria la llevaremos para combatir contra un ejército extranjero, pero nunca contra hermanos. (Aplausos y bravos)
¡Qué vergüenza para el Ejército del Sur, que mañana la bandera dolorosa que nosotros lleváramos al frente, estuviera empapada de sangre nuestra, derramada por nuestras propias manos! No, eso no lo haremos jamás; nosotros, cuando vamos a la lucha, llevamos nuestro máuser y llevamos un cuerno para llamarnos, para auxiliarnos en los lugares de peligro.
Sobre las ruinas de los edificios públicos, sobre esas ruinas que fue lo único que dejaron los ejércitos de Huerta y Porfirio Díaz, en nuestras fiestas nacionales, en los días de la Patria, ondea la bandera tricolor, que es la que todos amamos. (Aplausos y bravos)
Nuestro querido e ilustrado compañero el licenciado Soto y Gama ha hablado en un lenguaje mucho muy elevado, que yo mismo no he podido comprender; indudablemente muchísimos de ustedes le han comprendido, porque son intelectos notables.
Ahora no me dirijo a ustedes, me dirijo a ese pueblo, que puede ser tan ignorante como yo: querido pueblo, entiéndelo bien: el licenciado Soto y Gama venera la bandera tanto como tú y tanto como yo. (Aplausos y bravos)
El C. Castillo Tapia:
Ha habido un lamentable incidente, que, como acaba de decir de una manera clarisima el señor Serratos, muchos no supieron comprender absolutamente de una manera amplia, de una manera profunda, de una manera filosófica. El señor licenciado Soto y Gama, que vive con los dolores del pueblo, que vive con los dolores de la humanidad, vino aquí a decir santas verdades, vino aqui a traspasar el limite de los cerebros, que es muy reducido, y más en nuestro ambiente actual; vino a aludir a la bandera con fines filosóficos, no vino a ultrajarla. Yo conozco muchísimo al señor Soto y Gama, y para que esta Asamblea no guarde ningún prejuicio he solicitado la palabra para tres minutos simplemente, para que vea el señor Soto y Gama, también, que aquí en esta Asamblea si se puede hablar claramente, no se ponen cortapisas a nadie, y se le dice que aquí no está en una atmósfera en que se niega la palabra a los socialistas; yo le digo, compañero Soto y Gama, que soy socialista, Villarreal es socialista, y aqui hay muchos socialistas. (Aplausos. Voces: ¡Muchos!)
Yo acabo de ir al Sur. Fui honrado en mi pobre historia con la página más satisfactoria, la única tal vez de la que se componga; en una linea estará grabada sin duda, con más satisfacción, con los caracteres más bellos, este viaje tan lleno de emociones y que palpé, donde pude beber, donde fui al abrevadero de las amarguras, de los dolores de cómo vive aquella gente, que no hace ostentación de patriotismo, pero que desde el fondo de su alma dice: Velo por la Patria, que es la humanidad. (Aplausos)
Esos hombres del Sur, que hay que redimir, han comprendido que se tiene que empezar por el estómago, por el cerebro y por la conciencia: pero es indispensable el que se comience por el estómago para redimirlos. Esos hombres no esperan nada, ni nunca esperarán nada; ellos entran al combate con habas tostadas y maíz tostado; no reciben sueldo ninguno; ellos llevan la fatiga diaria por las estepas, por los montes, por las llanuras, llevando su única divisa, su gran divisa: la libertad de todos y el hartazgo de las familias, la tranquilidad, y mucha escuela para todos y mucho pan para todos. (Aplausos)
Cuando a mí se me preguntó en Cuernavaca si sería aceptado en principio el Plan de Ayala, desde luego; desde el fondo de mi alma comprendí que todos ustedes son patriotas, y comprendí que no hay ninguno que se haya lanzado a la lucha por actos mezquinos, sino por la gran reivindicación nacional, y les contesté que desde el primero hasta el último de los que componían esta Asamblea apoyaban el principio y apoyarian siempre el Plan de Ayala. (Aplausos, voces: ¡Bien!) y el general Zapata, delante -no recuerdo si estaba el general Angeles-, pero delante del general Banderas, que como él hay tantos otros generales en el Sur, leales, como De la O, generales como Vásquez, etcétera, generales y jefes que viven de la vida llena de dolores, de combates diariamente, pues si algunos aseguraban que en el Norte y que en el Centro se combatía diariamente, a mí me consta, por las pesquisas y por las indagaciones y por noticias que se me dieron, y otras fuentes, que en el Sur se combate a diario; el señor general Zapata manifestó que juraba por su honor que el último soldado de los del Ejército Libertador podía ejecutarlo algún día si supiera que había dado un paso en la lucha por conquistar un puesto público, aun de elección popular. (Aplausos)
Esos son los bandidos del Sur, y ahí ha vivido el señor Soto y Gama en esas soledades, entre las montañas abruptas; allí ha vivido con sus principios socialistas la vida de amarguras, y por eso él ha venido con palabra simbólica, con palabra austera, con palabra sin prejuicios, y yo me sorprendí cuando muchos gritaron que no hablara; pero los dispensé, porque el patriotismo ofuscaba su cerebro para comprender el gran fondo de sus palabras filosóficas. (Aplausos)
Yo suplico, ya no en nombre del señor Soto y Gama, que, como hombre que es, es efímero, sino en nombre de los principios y de los grandes ideales que aquí se han predicado, en nombre de las grandes ideas, que le digamos que nosotros también no apoyamos el reducido límite de Patria, que nosotros no creemos ya en fronteras, que ya nuestro cerebro dio un paso hacia adelante, y que mañana nuestros hijos dirán: La Patria será el Universo. ¡Vivan los del Sur! ¡Viva el Sur! ¡Viva el licenciado Soto y Gama! (Aplausos)
El C. González Garza:
Para una moción de orden.
Yo creo, señores delegados, que hemos llegado, que es llegado el momento de ir a la práctica; que la Asamblea nombre de su seno una comisión para que estudie el Plan de Ayala. No se llame mañana sorprendido quien, cuando después del dictamen, diga si de plano acepta, o no, los principios del Plan de Ayala; una vez que rinda la comisión ese dictamen, podremos entrar de lleno en la labor que nos hemos impuesto. Someto a la consideración de la Asamblea esta proposición que me parece obvia, y que puede abreviar mucho nuestros trabajos, en la inteligencia de que los delegados, los señores miembros de la comisión del Ejército Libertador, pueden hacer las gestiones conducentes, a fin de que a la mayor brevedad posible se presenten los genuinos representantes del Ejército Libertador ante la Asamblea.
El C. Lugo:
Pido la palabra, solamente para una moción de orden.
Parece conveniente, después de haber oído a los señores miembros de la comisión del Ejército Libertador, que la Mesa ordene a la Secretaría que lea la respuesta dada por el señor general Emiliano Zapata al señor presidente de esta Convención, en la que él expresaba vivos deseos de tomar participación en los debates que se están llevando a cabo.
El C. Paniagua:
Antes de Ir adelante, pido la palabra para hacer una interpelación al señor licenciado Soto y Gama. No puedo dejar pasar desapercibido el incidente; no, señores; y no lo puedo dejar pasar, porque antes que humanista soy mexicano, y antes que venir a defender los principios de la humanidad, tengo que venir a defender los principios de la República Mexicana, que es mi Patria. La bandera tremolada, que está allí, señor licenciado Soto y Gama, no es la bandera de Iturbide; esa bandera yo la quiero y la venero, porque es la bandera que aceptó y que empuñó para la consumación de la Independencia Mexicana el gran Libertador de esta Patria, a quien tanto amamos, Vicente Guerrero. Desde entonces, desde que Guerrero la tuvo en sus manos, es la bandera de la Patria, y con esa Patria he educado una generación, y yo no puedo ser llamado impostor de esos niños que han puesto en mis manos, para decirles que esa bandera no es el símbolo de la Nación Mexicana, que esa bandera bendita no es el símbolo de la República Mexicana.
No puedo creer que un hombre de tan alta ilustración como es el licenciado Soto y Gama, quiera venir a hacer obra de humanidad antes que obra de Patria. Los revolucionarios, que bien conoce el señor Soto y Gama los que lo son, y que también conoce esta honorable Asamblea quiénes son, los verdaderos revolucionarios queremos hacer, antes que obra de principios sublimes, antes que obra de principios filosóficos, ser mexicanos, señores; necesitamos hacer Patria, Patria libre, Patria democrática, pero Patria donde se venere y donde se tenga como emblema santo el emblema bendito de las Tres Garantías. (Aplausos y siseos)
Si estamos aquí, señor licenciado Soto y Gama, para trabajar por la Patria; si estamos aquí para hacer obra de confraternidad universal -ésa es mi interpelación- (murmullos); si estamos aquí, señor licenciado Soto y Gama, para hacer obra de confraternidad, obra de unión entre todos los revolucionarios, yo pido que públicamente digáis que no habéis tenido nunca la intención de insultar el emblema santo de la Patria mexicana. (Aplausos)
El C. Díaz Soto y Gama:
Señores:
Voy a hablar con el corazón, y no con la inteligencia. Nunca he creído que la malicia política llegara al extremo de llamar a un hombre traidor, si ese hombre es más patriota, y digo patriota en el verdadero sentido de la palabra, no en el sentido en que se ha traído a colación. Se quiere jugar con la noción de Patria, y tan se ha jugado, que el señor Marciano González, que enarboló en esta tribuna la bandera, queria llevarnos al combate, quería llevarnos a despedazar a los hombres del Sur, enarbolando en nombre de la Patria una bandera que iba a servir para despedazar a la Patria.
Yo he venido a protestar como hombre de corazón, y los hombres de conciencia estarán conmigo, porque se haga un juguete de esa bandera, que si no admiro con la inteligencia, sí admiro con el corazón, por mis recuerdos de niño, por lo que me enseñó mi madre cuando era niño, cuando era joven, cuando no aprendía socialismo, al ver pasar esa bandera enarbolada por nuestros pobres indígenas, a quienes esa bandera no cobijaba y que, sin embargo, seguían delante de ella; y ya que estamos hablando con franqueza, seamos honrados y seamos valientes, y digamos: la Patria no está formada si no son patriotas los señores que la formen. (Aplausos)
El C. Paniagua:
¡Hagámosla!
El C. Díaz Soto y Gama:
No me dejaron concluir; me acometió la Asamblea. Ustedes no saben lo que es tener un público encima, y un público que llama traidor a un hombre que sabe que no es traidor, un hombre que habla con todo el corazón, con toda su conciencia; o ¿es culpa que piense con la cabeza, cuando esa cabeza no engaña? Señores, la Patria mexicana no está formada, y por eso, o somos unos farsantes, o no entendemos la historia del país. (Aplausos)
Yo digo a ustedes, señores, que en el Sur no se va tras la bandera tricolor. La bandera tricolor está esperando que se le santifique, está esperando que se le rinda el homenaje de los hechos, no el homenaje de las palabras mezquinas, que se lleva el viento, de las palabras, que es muy fácil tener en los labios; los hechos probarán al señor quién es más patriota, él o yo; los hechos probarán a la Asamblea si quiero, o no, paz; pero también quiero ser libre y quiero ver a mi país libre de ese grupo de bribones, de ese grupo de herederos de los conquistadores. Los hombres del general Díaz, los hombres de Huerta invocan la bandera o invocan la palabra Patria, y quieren llevarnos a la lucha con el invasor, mintiendo siempre Patria, mintiendo siempre bandera, santificando siempre las palabras éstas, y siempre mintiendo.
Señores, hagamos Patria verdadera, y entonces, cuando esa Patria sea grande podremos decir a la bandera: Te hemos salvado de la deshonra, te hemos quitado la mancha que te arrojó Huerta en tus colores, y Porfirio Díaz al enarbolarle en las fiestas nacionales; no eres una piltrafa, no eres un instrumento; ahora sí representas a la Patria; pero hoy no existe Patria; hagamos Patria, señores; es nuestro deber. (Aplausos)
No hagamos palabras, sino hagamos hechos, y cuando hagamos hechos, entonces veremos si el socialismo tiene razón, entonces veremos qué es lo que hoy se proponen, y yo soy el primero en preocuparme primero por la Nación, por nuestros indios, por nuestra clase india, por esos indios cuya sangre muchos de nosotros no llevamos, sino en pequeña parte, pero que traemos y queremos más que si lleváramos toda su sangre; esos indios que son los verdaderos patriotas. Cuando esos indios sean elevados a la categoría de hombres libres y tengan que comer y sean nuestros hermanos, en vez de ser como son nuestros esclavos, como lo fueron de Hernán Cortés; cuando seamos dignos de estrechar la mano de esos hombres; cuando podamos llamarlos verdaderamente hermanos, y no nos avergoncemos de abrazarlos, como hoy se avergüenzan muchos; cuando sepamos ponernos la blusa del trabajo; cuando podamos decir: La Nación Mexicana es una nación de hombres libres, no miserables, esa bandera entonces será santa. Yo simplemente he querido explicar que no se juege con la idea de Patria, que no se engañe a las multitudes; señores, si eso es pecado, si eso es ser traidor, que lo juzgue la Asamblea y después la Nación; creo más en el criterio de la Nación que en el criterio mezquino de los políticos. (Aplausos)
El C. Paniagua:
¿Conviene usted en que como mexicano hagamos la Patria mexicana? (Aplausos)
El C. Díaz Soto y Gama:
El C. Siurob:
El señor Antonio Díaz Soto y Gama ha dicho muy bien, y con muy justa razón, que la bandera que ondeaba en los edificios suntuosos de la tiranía, y que llevaban a la cabeza los asesinos de hombres libres y patriotas, que pasean por las calles de la metrópoli, no es la bandera que está allí, que es la que nos ha convocado, la de los desheredados. Pues bien, señores, esa bandera es la bandera de ellos, es la bandera de los desheredados, y si hemos escrito allí nuestros nombres, es porque venimos a defender aquí sus derechos. Con esa bandera, para esa bandera, es para la que pedimos al señor Soto y Gama que se sirva tener respeto; para esa bandera es para la que le decimos que se sirva evocar todos sus recuerdos de niño, y considerarla la depositaria de nuestro honor, el honor que nos corresponde y el honor que queremos empeñar; para esa bandera, que representa en estos momentos el objeto de estar aquí congregados, el objeto por el cúal se ha declarado Soberana la Convención, que es defender ese derecho, para esa pedimos que diga que realmente es la bandera de la Convención, es la bandera del pueblo, es la bandera de los humildes, es la bandera que guarda nuestro honor, de defender esos derechos, de defender el emblema de la nacionalidad.
Yo suplico a mi estimado compañero el señor Soto y Gama -que él sabe bien, no necesito decírselo, que soy socialista, porque ya me conoce y ha visto que he luchado por sus ideas-, yo le suplico que aquí, que como símbolo de que esa bandera no es la de Iturbide ni la bandera de nadie, sino la bandera del pueblo, porque es la bandera de sus sufrimientos, de sus tristezas, de los que han muerto bajo el puñal asesino o el látigo del dictador; yo suplico al señor Soto y Gama que, por ser la bandera de la soberanía de la Convención, porque es la soberanía del pueblo, de los que van a defender la causa de los oprimidos y de los débiles, nos diga que la respeta como la bandera del pueblo, porque si él entra aquí, tendrá que respetarla. como la bandera del pueblo, como la bandera legítimamente nacional, puesto que en estos momentos, aun cuando no haya nación, sí hay necesidades, y esas necesidades del pueblo mexicano están condensadas en el honor nuestro, que está escrito bajo el símbolo de nuestra firma en esa bandera; no se puede negar. Este es el símbolo del honor, el símbolo más hermoso de que puede enorgullecerse la humanidad.
En tal condición, yo suplico al socialista Soto y Gama que, por ser esa bandera el símbolo de los oprimidos y de los desvalidos, la respete; así como nosotros respetamos al Ejército Libertador y le concedemos un lugar de honor, así él debe respetar esa bandera, que simboliza el objeto de congregamos en este lugar, es decir, defender la causa de los oprimidos y de los desvalidos. (Aplausos)
Se ha hablado mucho de nuestra bandera, y, sin embargo, con dolor digo que aquí muchos de los presentes han estampado su firma en esa bandera y se han ido a la calle a tener juntas privadas. Se obligó a los delegados a firmar y sostener cosas que no debemos hacerlo si somos honrados, porque vienen con su criterio ofuscado, desde luego que habíamos hecho un juramento; de manera que si nosotros creemos en ese juramento, debemos ser los primeros en respetarlo y respetar aquellas firmas que hemos estampado allí, y no andar teniendo juntas privadas, y no andar haciendo cosas en lo obscuro (siseos), para de una manera malévola comprometer a los delegados a algo que después en la discusión quedarán convencidos que cometieron un error; por el honor que se les ha pedido, vendrán a faltar a las firmas que han estampado en esa bandera.
El C. De la Barrera:
El C. E. González:
A mí el otro día se me presentó una lista para que firmara si estaba conforme con cierto candidato. Si la firmo o no la firmo, ya vengo con un criterio firmado que, aunque después en la Asamblea me convenzan de otra manera, he hecho otro juramento de sostener aquel candidato; eso no es legal y no es bueno y no es la manera de cumplir con la bandera. (Siseos)
El C. García Vigil (aplausos):
Efectivamente, son ellos muy revolucionarios.
En cuanto al uso de la palabra que voy a hacer, quiero también decir lo siguiente: comulgo con un principio de oratoria, y lo voy a enunciar, a repetir, porque lo tomé de un autor, no es mío; porque he visto que se ha hablado mucho aquí, ya realmente, de bandera, de Patria y de algunas otras cosas abstractas enteramente. Ese principio dice así: Excitar a una multitud excitable, por medio de la palabra, no debe tener por objeto más que la acción, y la acción violenta; en cualquier otro caso, el juego de un orador es de naturaleza histrionesca.
En efecto, ¿a qué venir aquí, no a discutir lo de la bandera como símbolo, lo de la bandera como trapo? Ni uno ni otro; tampoco debemos venir a hacer alarde de patriotismo: todos los mexicanos lo tenemos bastante intenso. Existe, pues, un error en ello. Tampoco debemos venir a pronunciar párrafos o cláusulas en lenguaje más o menos florido, sino que debemos venir a raciocinar, a filosofar, a echar por medio de silogismos y por medio de dilemas, los fundamentos de la Patria futura.
Primero proclamo con orgullo. que hemos dado una altísima prueba de nuestro liberalismo por nuestra tolerancia; cuando corazones demasiado vehementes se excitaron casi hiperestesiados al ver que el señor Soto y Gama, filosofando, llamaba a la bandera actual la bandera del Plan de Iguala, y hasta quisieron hacer que bajara de la tribuna, yo lo lamenté, porque realmente no lo comprendían.
Además, el principio fundamental del liberalismo es la tolerancia; no hay verdades absolutas todavía, sino las que nos den los números; pero en la política, en la filosofía, tenemos que admitir todo lo que se nos diga, y refutarlo todo, siempre, siempre. Así, pues, el señor Soto y Gama venía perfectamente intencionado; yo lo comprendo, sí, señores; pero también voy a refutar al señor Soto y Gama, porque, haciendo alardes de socialismo, ignora sociología.
Dice que ésta es la bandera de Iturbide, que ésta es la bandera de Iguala; ¿desconoce el señor Soto y Gama que la naturaleza no obra por saltos? Nosotros, para llegar a la cúspide de la civilización, necesitamos proceder con pausas, no podemos brincar, es imposible, y si nosotros hubiéramos preguntado a la generación de hace doscientos años o de hace trescientos años, no nos habría ni siquiera mencionado la palabra República: ¿por qué, pues, exigir a aquéllos de hace cien años lo que nosotros venimos a comprender ahora? El señor Soto y Gama, si hubiera vivido hace cien años, estoy segurísimo de ello, habría sido monárquico. (Risas)
Por tanto, ésta no es la bandera de Iturbide; esta bandera, como todas las cosas, como nosotros mismos, como la especie y como la materia, ha ido evolucionando, y esa bandera que enarboló Iturbide en el imperio, esos colores, más o menos adecuados al momento y que al señor Soto y Gama le parecen en la actualidad malos, funestos, tuvieron razón de ser en aquellos momentos, sociológicamente.
Está puesto de manifiesto el que esta bandera no sea la misma, por sus colores, que haya servido a Iturbide para encabezar una reacción de los criollos.
En cuanto a la obra revolucionaria, nosotros tenemos que convenir también en que todo tiene su proceso; así lo palpamos en la Revolución Francesa, que es clásica como revolución social, y aquí hay que impugnar la tesis que sostienen los señores que se titulan del Ejército Libertador.
La forma clásica de las revoluciones sociales no está sometida a la personalidad de un caudillo; esa forma clásica es asamblearia. ¿Qué representa el señor Zapata teniendo tantos elementos intelectuales, él, que es un hombre rudo -porque sostengo que no es genial- (risas), teniendo tantos intelectuales supeditados, a qué, a su intelecto? No, a su fuerza. (Voces: ¡No, sí! Una voz: ¡,Bien dicho! ¡Bien dicho! Risas)
Los señores que forman el núcleo intelectual que ha elaborado el Plan de Ayala, comprenden muy bien que están en un papel bastante desairado al tener una jefatura que es la misma que tuvo en el 76 lo que se llamó el tuxtepecanismo; sí, señores, eso no es en lo que respecta a las tendencias, pero sí en lo que respecta a la forma. Las revoluciones sociales se hacen por actos primos indeclinables de las multitudes que se reúnen en asambleas que establecen los principios aquellos a que tienden; luego se van a la acción, laboran conjuntamente, y las personalidades, los personalismos desaparecen en la gran vorágine de esas multitudes. (Aplausos)
El zapatismo es impugnable desde su nombre; cuando la sociedad, para evolucionar, necesita del nombre de un individuo, es seguro que esa es mezquina, esa evolución no es posible; al contrario, mientras menos se personalice, estaremos más cerca de la evolución a que tendemos. Por tanto, el Plan de Ayala es refutable, allí, al titularse zapatista; es refutable al enunciar como jefe a Pascual Orozco, si subsiste aún; es refutable al enunciar que en defecto de Pascual Orozco será Zapata. Aquí, pues, tenemos que hacer notar que si esa está elevada a la categoria de principio en el Plan de Ayala ... (Voces: ¡No, no, no, es principio!), se contradice por las declaraciones hechas por el señor general Zapata y de las cuales nos habló el señor Castillo Tapia, que dice que renuncia a todo poder.
En cuanto a la noción de Patria, y en cuanto a la bandera, se ha divagado mucho. También tengo que hacer notar al señor Soto y Gama que para llevar a cabo la obra a que tiende el socialismo, se necesita no sólo. que desaparezca la diferenciación humana, que establece gradaciones; se necesita que desaparezcan también los mares, los ríos y los atavismos étnicos. (Siseas y aplausos)
¿Cuándo se podrá hacer esa unidad a que tiende el señor Sato y Gama?, ¿cuándo se podrá hacer esa unidad a que tiende el socialismo? Y cabe preguntar aquí: ¿puede existir civilización sin excelencias? ¿Se cancibe una obra hermosa sin que exista en ella gradación por la belleza, que tenga base, que tenga medio y que tenga un pináculo? No; por eso, la prueba más alta de civilización en todos los pueblos, es el arte; allí es donde culminan todas las inteligencias y donde se manifiestan las más intensas emociones del alma humana. Sabre esa base, y sólo sobre ella, podemos edificar nosotros la sociedad ésta y la de cualquiera parte.
Por tanto, la noción de Patria es requisito indispensable para nosotros; es por ello por lo que nosotros estamos luchando. El día que sean abolidos todos los privilegios que tienen otras naciones y que se diga en un pacto solemne por la humanidad entera: Renunciamos a este distintivo -porque esto no es más que un distintivo- renunciamos a ellos, renunciamos también a los mares que nas separan, renunciamos a los productos que hemos adquirido con nuestro trabajo; vamos a hacer el reparto, entances sí, menos no. Por tanto, esta insignia, aunque esté escrita, no tiene -ni la insignificancia que le da el señor Soto y Gama, ni el altísimo valor que le dan los otros. Yo creo que si llegara a suceder que se incendiara o se desgarrara, se volvería a comprar tela y se volvería a firmar. (Risas)
El C. Paniagua:
El C. García Vigil (continúa):
Ahora bien; realmente tenemos que hacer Patria, pero no porque no la haya en absoluto, sino porque no está perfectamente constituida; y en cuanto al principio sentado aquí en la forma de una lisonja a la plebe, protesto; no son los indígenas los únicos que canstituyen la Patria mexicana; también somos nosotros, si es que no se me quiere reputar indígena. (Risas)
¿Por qué ellos solos, por qué esta canstante lisonja? Esto sí parece farsante. (Aplausos)
Constantemente se está diciendo: El pobre pueblo, y que coma, que tenga pan; ¿y yo qué soy? (Aplausos)
¿Nosotros no somos parte integrante de ese pueblo?
Precisamente estos señores que quieren hacer la Patria, son los que la deshacen cuando está en vías de formación. (Voces: ¡Muy bien! Aplausos)
¿Por qué distinguimos? ¿Pueblo será únicamente el que anda por las calles descalzo? Pueblo somos todos, absolutamente todos, y mientras no renunciemos por un acto deliberado, no se nos excluya de esa Patria; tenemos derecho a confundirnos con esos de los sombreros de petate y con esos de los sombreros altos. (Risas) Por tanto, no hay que lisonjear demasiado a éste de que el pueblo tiene hambre, que necesita vestirse y que todo lo demás. Yo estoy seguro de que si no nosotros, si no en la primera, sí en la segunda o en la quinta generación anteriores, quizá nuestros antecesores, en ese número de generaciones, también vivieron desnudos, también fueron miserables y también trabajaron de generación en generación para darnos hoy lo que llevamos encima y el intelecto de que hacemos alarde. (Aplausos)
Yo soy socialista en el concepto honrado de la palabra; pero no concibo una civilización en la cual estemos todos medidos con un mismo rasero, porque entonces no habría estímulo, y habría que renunciar a la vida; tendríamos que reunirnos como canicas, como esferas que salen de un torno: todos iguales. (Aplausos)
Tan es falsa esa tesis, que ¿por qué el señor Zapata es jefe y por qué los señores también son elementos representativos de esa multitud que se llama Ejército Libertador?, ¿por qué no fueron sorteados o prorrateados para venir a representar?, ¿por qué? Porque muestran la excelencia en su clase del Ejército Libertador; lo excelente es lo que está aquí (voces de los comisionados zapatistas: ¡No, no!); eso es lo excelente.
No quiero hacer desprecio de los pobres indios que están luchando; no es ese mi espíritu, no es esa mi intención; pero digo que entre ellos mismos han sido seleccionados los señores; ellos, por consiguiente, constituyen lo selecto del Ejército Libertador, y si no hubieran venido seleccionados, la representación sería mezquina, sería deficiente. Por tanto, mi tesis está probada.
Ahora bien; aquí parece prevalecer de parte de los señores del Ejército Libertador un espíritu más dado a deshacer lo que tienen hecho, que a acabar de realizar la obra, porque los señores piden que nos adhiramos al Plan de Ayala; los principios del Plan de Ayala los estamos sustentando desde hace años; el Plan de Ayala sólo ha hecho recopilar esos principios que estaban defendidos en el espíritu de todos los habitantes de la República, y los han ido ordenando; muy bien, como obra de glosa, es una obra muy buena. (Aplausos)
¿Por qué adherirnos? Estamos con esos principios, estamos con ellos, sin que podamos precisar quién es primero y quién es después; aquí nosotros no podemos establecer ni poner como base para las futuras deliberaciones el Plan de Ayala; sería supeditar a una obra que es discutible, todo lo que nosotros traemos aquí para que se discuta también. Por tanto, la obra más sabia que se puede hacer, la más sana, la más sincera, es que aquí sean hechos pedazos todos los planes y que se forme el nuevo. (Aplausos)
De aquí saldrá el verdadero plan revolucionario, el código de la revolución social, y con ese iremos al éxito.
En lo que respecta al Plan de Guadalupe, yo lo he impugnado durante más de un año; desde que lo conocí. (Risas y aplausos)
Evidentemente no es más que un plan político, y casi estoy tentado de decir que adolece del grave defecto que entraña por lo común el término político: político casi sugiere que está hecho con malicia. (Aplausos y risas)
Ese plan sirvió en un momento crítico para agrupar a unos hombres que iban, porque se hacía absolutamente indispensable hacer uso de la fuerza contra la fuerza. Por tanto, ese plan, como obra del momento, fue perfecto; pésimo, porque se limitó a ese momento, al instante, no previó absolutamente nada para el futuro, no promete, no dice no; todavía más: dice que se reconstituirá el orden constitucional, que se restablecerá el orden constitucional, y no dice sobre qué base.
Por tanto, yo también impugno el Plan de Guadalupe, así como he impugnado el Plan de Ayala, y el manifiesto del general Villa también, y que es hasta más impugnable que los otros dos. (Aplausos)
El manifiesto del general Villa no viene más que a dar un aspecto en la Revolución de lo que se produce siempre por ley histórica en todos los partidos políticos que se dividen. Aquí el manifiesto del general Villa y su rebeldía no son más que la aparición constante, una vez más, de ese fenómeno, y no significa sino el descontento; ese descontento no voy a decir que existe; voy a ser más categórico: lo creo en parte muy justificado, y en parte no. Por tanto, el manifiesto del general Villa, para que podamos deliberar, para que podamos resolver con esa intención sana y noble de que hacemos alarde, debe ser hecho pedazos aquí, juntamente con los otros. (Aplausos y risas)
En cuanto a la representación nacional que debe tener esta Asamblea, yo pienso, como lo dijo el señor Paulino Martínez, que no puede ser que nosotros, producto en el momento de una clase, porque somos del ejército, podamos resolver, y aunque pudiéramos, nosotros tenemos derecho de dar a todos los otros elementos su participio en la elaboración de ese programa; pero hay que hacer notar lo siguiente: aquí no vamos a resolver definitivamente los destinos de la República, no. Esta Convención es actual, y viene sólo a resolver cierto número de casos, entre los cuales está como el primero, el de la unidad revolucionaria, que ha estado a punto de romperse. No es, pues, que vengamos a elaborar todo el programa de la Revolución. Yo no me considero digno en esta Asamblea, si para elaborar ese programa vamos a excluir a todos los elementos que sociológicamente deben concurrir a su elaboración. (Voces: ¡Muy bien! Aplausos)
No podemos hacer discusión de clases, porque si no, en este momento nos constituimos nosotros, ya en oligarcas, ya en facciosos. Es, pues, indispensable que procedamos con método para obtener éxito; todas las obras que se hacen acaloradamente por los impulsos del ánimo, más que por el raciocinio, son defectuosas; renunciemos por partes, aquí, a los distintos planes de allá. Enumeremos los casos que serán sujetos a nuestra resolución, y bien intencionados, pero no con la palabra del histrión, sino de todo corazón, hagamos la consolidación de la República, de la República que debe venir indispensablemente, como ha venido la República Francesa, al cabo de vicisitudes innumerables, fuerte y libre. Allá en esa República existe un ejército, y en el ejército, como su elemento más grande, existe el mismo socialismo; allá en esa República están las representaciones completas de todos los habitantes, y ese ejército, lo estamos viendo, a pesar de que lleva en sus entrañas el socialismo, está combatiendo contra el enemigo jurado: el militarismo.
Hagamos, pues, una representación semejante o mejor que la representación francesa, fuerte y libre, y no nos apesadumbremos porque se haya derramado mucha sangre; se puede derramar más, si es necesario, para llegar al fin; pero sí tengamos presente que no podemos violar los pactos que tenemos hechos con nuestros antecesores, por nuestra raza, por nuestra condición étnica, por nuestro medio actual, por la diferencia tan notable que hay del indio al que sale de los primeros colegios de la República. Es indispensable que se haga una obra de equilibrio, una obra armónica, grandiosa, estableciendo, fundando y, en fin, coordinando tan diversos elementos que constituyen a la Patria mexicana. No podemos nosotros considerarnos como hijos de una sola categoría étnica, no; si tenemos aquí todas las razas, todas han concurrido, y se prefiere a la raza indígena. En cuanto a número, tenemos que establecer también que la raza que no es indígena, el producto de las razas europeas, es la raza directriz de la República. Hagamos, pues, la obra indispensable, sin creer que dándole mucho pan al indio y muchos zapatos, ya estamos relevados del compromiso. (Aplausos y risas)
Lo único que habremos hecho, habrá sido lisonjearlo, y quizá hasta hipócritamente nos aprovecharíamos de su fuerza para desarrollar nuestros instintos, que quizá sean perversos.
En este instante supremo, en que los señores que se titulan miembros del Ejército Libertador han venido a exponer sus teorías y sus tendencias, en que también los representantes de la División rebelde del Ejército Constitucionalista las han expresado, y en que todos, ya por boca de unos o de otros, hemos venido a hablar aquí con la mayor sinceridad de que hemos podido hacer uso y de la mayor capacidad intelectual, rompamos los planes, unifiquemos nuestro criterio sin pretender hacer privilegios ningunos de esos tres papeles; que en cuanto a principios, estoy seguro de que no hay aquí ningún conservador; y fijémonos en el número de casos que vamos a resolver, y esta Asamblea, que para muchos no parece soberana, lo será efectivamente, y démosle a ella la importancia que tiene, difundiendo por toda la República las ideas que surjan de aquí, con objeto de que el pueblo las sancione o las rechace. Así veremos si realmente hacemos obra revolucionaria; después de esto, la Patria estará hecha. (Aplausos)
Por disposición de la Mesa, se da lectura a los siguientes documentos, subscritos por el general en jefe del Ejército Libertador de la República, Emiliano Zapata.
En contestación a su atenta comunicación de fecha 15 de los corrientes, en la que invitan al Ejército Libertador para que concurra, por medio de sus delegados, a dicha Convención, he tenido a bien nombrar a los ciudadanos generales Otilio E. Montaño, Enrique S. Villa, Juan M. Banderas, Samuel Fernández y Leobardo Galván; coroneles: Paulino Martínez, licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, Leopoldo Reynoso, doctor Alfredo Cuarón, doctor Aurelio Briones, Genaro Amezcua, Manuel Robles, Gildardo Magaña, Herminio Chavarría, José Aguilera, Rafael Cal y Mayor, y Juan Ledesma; tenientes coroneles: Amador Cortés Estrada, Reynaldo Lecona, Salvador Tafoya; mayor Porfirio Hinojosa, y capitán Miguel Cortés Ordóñez, para que asistan a la expresada Convención en representación del Ejército Libertador, a fin de que expongan de viva voz los motivos por los cuales no es posible desde luego enviar a los jefes o delegados que los representen.
Asimismo, en nombre del Ejército Libertador, me permito solicitar a esa honorable Asamblea se conceda a mis comisionados voz y voto en las deliberaciones que surjan con motivo del desempeño de su mandato, a fin de que la Convención no retarde sus labores y pueda continuar.
Lo que hago saber a ustedes para su inteligencia y fines consiguientes.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Cuartel General en Cuernavaca, Morelos, a 22 de octubre de 1914.
El general en jefe del Ejército Libertador de la República, Emiliano Zapata.
A los ciudadanos: Antonio Villarreal, J. Isabel Robles, coronel S. M. Santos, M. González, Mateo Almanza, V. A. Robles, Pánfilo Natera, presidente, vicepresidentes 1°, 2°, 3° y 4° Secretarios, y 2° vocal, respectivamente, de la Convención Revolucionaria.
Aguascalientes.
El C. Aurelio Briones:
Una de las causas que han impedido al Ejército Libertador enviar sus delegados, con la oportunidad que se desea, a esta Convención, es la distancia, a la cual se encuentran todos los generales con mando de fuerzas, ocupando una extensión considerable en las líneas de los diferentes Estados. Teniendo en cuenta las dificultades de comunicaciones que existen en algunos puntos para poderlos llamar, y que ellos nombraran a su delegado, o bien que personalmente se trasladaran a esta capital, el señor general Emiliano Zapata deseaba se le concediera un plazo suficiente para que pudiera llamar a esos jefes, con objeto de que nombraran sus delegados, y esperaba de esta Asamblea le concediera el plazo suficiente para hacerlo.
El C. E. González:
El C. secretario:
Se suplica a los señores comisionados de la guardia de bandera, pasen a recogerla.
(Leyó en seguida las credenciales de los ciudadanos A. Serrano, Leobardo Galván y Eutimio Gutiérrez) Pasan a la comisión de Poderes.
El C. Berlanga:
Se nombró una comisión para que fuera a invitar al Primer Jefe, y la comisión no ha rendido informe. Suplico se nos diga el resultado de la comisión.
El C. secretario:
Se cierra la sesión de hoy, para abrirla mañana a las nueve de la mañana, suplicando a los señores delegados la puntual asistencia.