CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA
Compilador: Florencio Barrera Fuentes
SESIÓN DEL 3 DE OCTUBRE DE 1914
Crónica del periódico El Liberal, publicada en su edición del día 4 de octubre de 1914
De enorme trascendencia pueden considerarse las sesiones que la Convención de generales, gobernadores y jefes constitucionalistas celebró ayer, a mañana y tarde, en el recinto de la Cámara popular.
En ellas se debatieron ampliamente cuestiones de capital importancia para el porvenir de la patria y para el éxito de las sesiones subsecuentes de la Convención. Por la tarde, el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista se presentó ante la Asamblea, rindió un informe explícito y manifestó que hacía entrega a los jefes revolucionarios del mando de que por ellos fue investido, y del Gobierno, que no quería ceder por imposición de un grupo infidente, sino que de él hacía entrega a los únicos que para ello estaban autorizados.
Los jefes militares discutieron ampliamente si era de aceptarse la dimisión del señor Carranza, y pudo verse que la opinión entre todos estaba unificada. Que un sentimiento palpitaba en todos los representantes del Ejército Constitucionalista, que acordaron no aceptar dicha renuncia, considerando que la presencia del señor Carranza es necesaria para el bien de la Patria.
LA SESION DE LA MAÑANA
Con asistencia de sesenta delegados y a las once y veinticinco minutos de la mañana, el general Francisco Murguía declaró abierta la sesión.
Acto seguido el secretario, coronel Samuel de los Santos, pasó lista, y a continuación dio lectura al acta de la segunda junta, efectuada la tarde del viernes último. Puesta a discusión, la objetaron los señores licenciado Juan Neftalí Amador y general Hay, y el coronel García Vigil expresó deseos de fundar una propuesta relativa a la reprobación de las credenciales de los licenciados Francisco Canseco y Onésimo González, representante, este último, del licenciado Meixueiro, jefe de las armas en Oaxaca. Aquí hay felicistas -dijo el coronel García Vigil-, y si no nos apresuramos a arrojarlos, la Convención dará albergue en su seno a la reacción. Y así, si queremos cumplir con las promesas hechas por la Revolución, si queremos ser radicales, nuestro deber está claramente definido: debemos meter en la Penitenciaría a los señores Canseco y González.
La secretaría llamó la atención acerca de que se estaba discutiendo el acta de la sesión anterior, y habiendo sido aprobada ésta con las modificaciones que propusieron los señores Hay, Amador y otros, se pasó a dar cuenta con un escrito en que el general Eulalio Gutiérrez manifiesta que por asuntos del servicio tuvo que marchar violentamente a San Luis Potosí, y delega su representación en el teniente cOronel Juan Aguirre Escobar.
En seguida, se dió lectura a una moción subscrita por los generales Lucio Blanco y J. Gallegos y coronel Salvador Herrejón, referente a que no sean admitidas en la Convención las personas que no estén identificadas con la Revolución, clara y distintamente, y aun cuando éstas vengan representando a quienes tengan mando de tropas.
Puesta a discusión, el primero en hacer uso de la palabra fue el general Eduardo Hay, y dijo que los signatarios de la proposición estaban dentro de la más elemental justicia, porque sería inmoral permitir la presencia de los que han sido considerados como enemigos de los soldados constitucionalistas y enemigos jurados de la Revolución; y por lo que respecta al proceder de quienes en tal caso se encontrasen, dijo que ello implicaba poca vergüenza al pretender estar dentro del seno de una asamblea netamente revolucianaria.
Todavía permanece fresca la sangre de nuestros hermanos derramada, en los campos de batalla -continuó-, y ya los mismos causantes de que esa sangre generosa corriera a raudales, tratan de hacerse aparecer como revolucionarios de última hora. Y así como en la sesión anterior -dijo-, él se opuso a que la credencial del señor Pesqueira fuese aprobada, no abstante sus relevantes merecimientos revolucionarios, ahora hacía invitación semejante a todos aquellos que no se sintieran, allá en el fondo de sus conciencias, con derecho a permanecer dentro de la asamblea.
Confía en que así la harán; ellos por propia mano se aplicarán el condigno castigo, sin que sea preciso que los verdaderos revolucionarios les tengan que aplicar la pena a que se han hecho acreedores.
LOS ELEMENTOS CIVILES Y LOS ELEMENTOS MILITARES
Pasó en seguida, el general Hay, a tratar otro punto que consideró ligado en cierta forma con el enunciado: Actualmente -dijo- se encuentran entre nosotros elementos civiles, como representantes de varios militares que no han podido concurrir a la Convención. Acerca de la presencia de esos elementos, yo me digo: ¿van a discutir los civiles con el criterio de los militares en cuya representación vienen? No podrán hacerlo. No podrán comprender los anhelos de los que padecieron hambre y sed y expusieron sus vidas en los campos de batalla. Y si por el contrario: ¿esos civiles van a discutir con su reconocido talento, con su facilidad de palabra, con sus artimañas de legistas?
Y esto no quiere decir -continuó el general Hay- que no niegue que algunos de esos civiles no sientan la Revolución; tal vez la sientan e indudablemente que podrán expresarla mejor que nosotros los militares. Y esto no se tome como antagonismo ni mala voluntad hacia los civiles, porque ya soy civil. Soy un elemento civil, un ciudadano armado. No soy militar. Pero, vamos a cuentas: ¿Por quién fue derrocado Huerta? Por el elemento militar, indudablemente. Los militares habrían triunfado sin la ayuda de los civiles. Y si el triunfo fue de los militares, a ellos, exclusivamente, debe dejarse la resolución de las asuntos de la Patria. Ellos son los únicos que tienen derecho a resolver lo que defendieron con su espada.
Yo creo que es honrado y que no es indecoroso, por parte de los militares, exigir que se les reconozca el derecho de ser los únicos que implanten el nuevo gabierno, emanado de la Revolución sostenida por ellos. Y después de que las militares hayan llevado al terreno de los hechos los ideales de la Revolución, cuando los ideales por que pelearon bravamente estén resueltos, los civiles podrán venir a completar la obra, sin rencores y sin resentimientos.
Terminó el general Hay: Compañeros, y al decir compañeros comprendo a los civiles y a los militares, os suplico que esta cuestión sea discutida con entero detenimiento y cordura, porque aquí está el enemigo. El enemigo de la Revolución no está en la División del Norte, no; el enemigo puede esconderse bajo la ropa del civil que no ha sido luchador, al menos de los muy conocidos. Aqui se ha denunciado a un civil que no sólo no es nuestro amigo, sino que es contrario a nuestra causa: que es un enemigo. El nos dice que simpatiza con nuestros ideales, ¿vamos a creerlo, tan sólo porque él lo afirme? ¿Quién nos demuestra que no se trata de un amigo de Huerta, de Pita o de Mondragón? Sólo ellos podrán dilucidar este punto abandonando el salón. Y los otros, nuestros amigos, pertenecientes al elemento civil, que permanezcan en la sala, deberán decirnos: - Tenéis razón; vosotros luchasteis en los campos de batalla, vosotros debéis resolver la situación que habéis creado, y cuando hayáis terminado vuestra obra, entonces nosotros estaremos para cuidar de los detalles que falten.
El general Alvaro Obregón entró al debate, y fue de opinión que la expulsión de los civiles, en concepto suyo, constituia un crimen, porque recordaba que el senador Belisario Domínguez era civil y fue un héroe; pero, señores -continuó-, la obra militar de la Revolución no ha terminado, y así, considero justa la proposición de los generales Blanco y Gallegos, no sin tributar un homenaje de admiración a los civiles, muchos de los cuales también tuvieron participación en la lucha.
LA ASAMBLEA ES LIBRE Y SOBERANA
Por su parte, el general Buelna fue de opinión que la Convención tenía derecho de no admitir en su seno a los delegados que considere que no deben estar en ella, aun cuando éstos aparezcan con el carácter de representantes de elementos militares que tengan mando de tropas.
A esto objetó el secretario, coronel Samuel de los Santos, que sólo el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista tenía derecho para decir quiénes eran los autorizados para formar parte de la Convención, y terminó haciendo notar que la discusión se había extraviado, pues únicamente se trataba de resolver lo referente a la no admisión de los delegados que se consideren como no identificados con los ideales de la Revolución.
Replicó el general Buelna, sosteniendo que la Asamblea debería ser libre y soberana, para rechazar a un invitado, aun cuando éste presente autorización subscrita por el Primer Jefe. Esta opinión fue apoyada por el general Murguía, presidente de la Asamblea, y quien expresó que muy bien podía suceder que el Primer Jefe fuera sorprendido, y por lo tanto, correspondía exclusivamente a los miembros de la Convención, expulsar al enemigo cuando viera que trataba de introducirse en su seno.
El coronel García Vigil amplió esta cuestión. Sostuvo que la Asamblea no debería acatar los mandatos de ninguna dictadUra, porque era soberana en sus decisiones, pues de otra manera, de nada valdría estar reunidos a mañana y tarde discutiendo con mayor o menor atingencia, si los dictámenes se pasaban a la decisión del Primer Jefe, y éste, de una plumada, borraba todo lo hecho.
Lo primero que debemos defender -continuó- es nuestra libertad de pensamiento. Es absolutamente necesario declarar que esta Asamblea es soberana, a despecho de enemistades y de consignas, y luego, debemos aclarar si todos y cada uno de los que estamos aquí tenemos derecho para ello. Hay muchos civiles entre nosotros que nada hicieron por la causa que costó la vida de tantos de nuestros hermanos. Muchos de ellos, a la muerte del Presidente Mártir, se quedaron a la otra orilla, observando la dirección de la corriente, y cuando vieron de que lado se inclinaba la victoria, entonces vinieron a nosotros y trataron de hacerse aparecer como revolucionarios, sin serlo.
Otros hay, como los licenciados Francisco Canseco y Onésimo González, que son felicistas; que lejos de combatir a Huerta, estuvieron en estrechas ligas con Mondragón, con Rodolfo Reyes, con De la Barra y con todos los que combatieron a la Revolución. Estos deben salir de aquí. Ellos son nuestros enemigos y deber nuestro es confinarlos en un presidio.
El teniente coronel Marciano González también pidió que la Asamblea fuera libre y que, dentro de ella pudiera hablarse con entera libertad. Así lo esperaba y en esa creencia entró en este recinto. De saber lo contrario, mejor habría preferido quedarse en la puerta de la calle. Yo quiero -dijo- que todos los que aquí estamos, se hallen identificados íntimamente con la Revolución; los que en ese caso no se encuentren, deben apresurarse a salir.
Y, nuevamente, refiriéndose a la libertad de palabra, dijo el teniente coronel González, que si a los militares de corta graduación se les quería poner una mordaza, recordándoles la ordenanza y el código militares, entonces, los coroneles y otros de menor graduación, saldrían a la calle, pero con la frente muy alta.
SITUACION DE LOS MILITARES
A esto contestó el general Obregón, manifestando que la cualidad que debe tener todo militar y todo ciudadano, es la franqueza, y así, pidió al teniente coronel González que dijera de quién de sus jefes ha sentido presión para expresarse libremente. Si tal ha sucedido -agregó- yo lo repruebo, porque creo firmemente que igual derecho tiene un general que un sargento.
Se apresuró a responder el teniente coronel González, y dijo que con gusto contestaba al general Obregón, que es un soldado y un guerrero. Y pasó a referirse a un incidente surgido en la junta a que el general Obregón convocara la noche anterior a los elementos militares.
Esa junta fue calificada de privada por el teniente coronel González, calificativo que ameritó que un general le hiciera un extrañamiento, diciéndole que había faltado a la disciplina. Si no se define la posición de los militares de poca graduación, y no se les deja amplia libertad de acción y de palabra, entonces -dijo el teniente coronel González- dejaremos de ser militares, seremos civiles, ¡y en las plazuelas hablan muy bien los ciudadanos!
Después de nueva interpelación hecha por el general Alvaro Obregón, se conoció el nombre del general que tal extrañamiento hizo al teniente coronel Marciano González. Ese general fue el gobernador de Michoacán, Gertrudis Sánchez. Entonces el general Obregón expresó su opinión acerca del incidente, y dijo que en su concepto no se comete falta alguna de disciplina cuando se discute algún punto.
El coronel Federico Montes hizo una moción de orden. Dijo que antes de resolverse sobre la proposición objeto del debate debería concederse el derecho de defensa a los aludidos, y a esto el licenciado Jesús Urueta agregó que lo primero que debería resolverse era la proposición de los generales Blanco y Gallegos y del coronel Herrejón, y cuando esto hubiera sido resuelto, debería pasarse a la cuestión suscitada por la credencial del licenciado Francisco Canseco.
No obstante esta juiciosa observación, le fue concedida la palabra al licenciado Canseco, gobernador de Oaxaca, quien dijo que no era diestro en asuntos de este género, porque no tenía costumbre de hablar en público, y no era orador. Sólo soy un pobre abogado -dijo- que en mi corta esfera de acción he procurado servir a mi Patria.
En Oaxaca todos me conocen; todos saben que no he servido más cargos públicos que juez de primera instancia y de distrito. Yo soy hijo del pueblo, y si vine a esta Convención fue obedeciendo a un llamado del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, que me ha considerado como un hombre honrado.
Y, por otra parte, no soy yo quien deba defenderse de los cargos de felicista o de porfirista. Los que me acusan deben probar sus acusaciones. Pero, no obstante, voy a probar lo contrario de cuanto han afirmado mis enemigos.
Durante la época de Huerta, fui objeto de persecuciones y el gobernador Bolaños Cacho ejerció sobre mí tenaz vigilancia, a grado tal que en cierta ocasión dijo a una persona, refiriéndose a mí, que sólo le faltaba conocer mis pensamientos; en estas condiciones, ¿cómo podía haberme levantado en armas? Por órdenes de Huerta fui despojado del cargo de juez de distrito, y cuando estalló la revolución de la Sierra de Juárez, me encontró en mi casa, de donde fui sacado para asumir el gobierno del Estado.
LABOR REVOLUCIONARIA DEL GOBERNADOR CANSECO
Ahora vamos a hechos positivos: en la región del Istmo, trataron de alzarse en contra de la Revolución Constitucionalista los generales Díaz y Santibáñez y yo los disuadí hasta lograr que entegraran las armas. Y otro hecho: cuando llegaron a Teotitlán del Camino los ex generales Aguilar, Almazán y Argumedo, me invitaron a que tomara la jefatura de ese movimiento y yo rehusé, como todo el público conoce, por haberse dado cuenta de los hechos' en la prensa, y conseguí que se movilizara tropa en contra de los que me invitaban a encabezar la nueva revolución.
No me da rubor -terminó- estar entre vosotros, porque me creo digno de ello, porque yo también soy revolucionario; también he contribuido al triunfo de la Revolución.
La revolución de la Sierra de Juárez -aseguró el licenciado Rivera Cabrera, que siguió en el uso de la palabra- no fue una verdadera revolución; fue un movimiento sedicioso para derribar al Gobierno establecido y sustituirlo por uno felicista. Y como el licenciado Canseco hiciera ademanes negativos, el orador repuso: -¿No? Basta con conocer al personal: Onésimo González, secretario de la Junta Central Felicista de Oaxaca, José Inés Dávila, presidente de dicha junta; Guillermo Meixueiro, todos reconocidos como partidarios ardientes del sobrino de Porfirio Díaz.
¿Y para qué decirnos que el señor Canseco rehusó las insinuaciones de Argumedo y Almazán? ¿Y para qué mencionar a los generales que trataban de levantarse en el Istmo en contra del Constitucionalismo? Eso nada prueba, como no sea que el señor Canseco consideró que no era tiempo todavía de procurar la reacción felicista.
El Gobierno de Oaxaca es felicista. El licenciado Fidencio Hernández, de cuya filiación no debemos ocuparnos, por ser de todos conocida, dijo en esta capital a un amigo mío: Tengo compromiso con don Félix para entregarle el Estado de Oaxaca. Y esto queda comprobado con el hecho de que todas las autoridades oaxaqueñas son felicistas, y que el candidato que resultará triunfante en los próximas elecciones de gobernador es el licenciado Fidencio Hernández, o el licenciado José Inés Dávila.
Y, por otra parte: ¿ qué obra revolucionaria se ha hecho en Oaxaca? Ninguna. En Oaxaca, el clero continúa imperando como antes; el proletariado sigue en su mismo estado de abyección. sin que nada se haya hecho en pro de su mejoramiento. Pero aún hay más: el gobernador Canseco, que se dice partidario de la Revolución Constitucionalista, reconoció a los llamados gobiernos de Huerta y Carbajal. No puede ser revolucionario. No debemos aceptarlo como tal.
LA REVOLUCION DE LA SIERRA DE JUAREZ
Replicó el licenciado Francisco Canseco: -Nada de lo dicho por el señor Rivera Cabrera, es verdad -fueron sus primeras palabras-. La revolución de la Sierra de Juárez, ciertamente que tuvo únicamente caracteres locales, pero no se trató de ningún movimiento sedicioso, puesto que tuvo sus planes perfectamente formulados. Y esa revolución, por medio de sus jefes, fue la que me llamó para asumir la primera magistratura de mi Estado natal.
No es cierto que yo haya reconocido el Gobierno del señor Carbajal, y en cambio, sí reconocí desde el primer momento al Jefe Supremo de la Revolución Constitucionalista. Cuando el señor Carranza vino a la capital de la República, se le presentó un enviado mío, quien en mi nombre le manifestó que el Estado de Oaxaca era suyo, que el Gobierno local obedecía sus disposiciones, y que detrás de ese Gobierno había un millón de hombres, que son los habitantes del Estado de Oaxaca.
Se me acusa de felicista. Yo no soy felicista; si lo fuera, no me avergonzaría y continuaría defendiendo mi credo político, que yo creo que dentro de un Gobierno caben todos los partidos, como dentro de un blanco rayo de luna, que dijo el poeta, caben todos los colores del iris.
Esta última afirmación motivó una calurosa protesta del general Alvaro Obregón: -Protesto -dijo- porque los canallas no deben tener cabida en ninguna parte.
Volvió a la tribuna el licenciado Rivera Cabrera, e interrogó al gobernador de Oaxaca en la siguiente forma:
- ¿Reconoció usted al Gobierno de Huerta?
- No -contestó el licenciado Canseco.
- Voy a probar a la Asamblea que sí lo reconoció usted -repuso el licenciado Rivera Cabrera, que continuó:
- ¿Reconoció usted el Gobierno del señor Carbajal?
- Sí.
- ¿Desempeñó usted algunos cargos públicos durante el gobierno porfirista?
El licenciado Canseco no respondió a esta última pregunta.
El licenciado Rivera Cabrera terminó: -Ahora yo voy a presentar las pruebas con las cuales la Asamblea quedará convencida de que usted no nos ha dicho la verdad. Y descendió de la tribuna a la vez que otro delegado formula nuevos cargos contra el señor Canseco, señalando que las tropas que existen en el Estado de Oaxaca no son revolucionarias.
Pide la palabra el licenciado Luis Cabrera. Dice que por primera vez va a hablar en contra de sus convicciones de revolucionario, y entra en materia.
El señor Canseco no es general, pero sí gobernador de un Estado más feliz que el mío, puesto que pudo hallar a uno de sus hijos que encontrara gracia ante los ojos del Primer Jefe. En cambio, el mío -yo soy de Puebla- no pudo conseguirlo y se encuentra gobernado por elementos muy dignos, pero que no nacieron en su suelo.
El señor Canseco fue designado por sus conterráneos y a esta Convención fue llamado por el Primer Jefe, que al efecto le envió un citatorio por la vía telegráfica. Y si el origen de esta Convención es el llamado del Primer Jefe, nosotros no debemos rechazarlo, porque está en perfecta regla.
Cuando se pelean las comadres, salen las verdades -prosiguió el licenciado Cabrera-. Todos sabemos que Huerta persiguió a los felicistas. Eso no es nuevo para nosotros, que también sabemos que esto fue cuando Huerta riñó con don Félix Díaz. Antes, unos y otros eran buenos amigos. Y sin embargo, ahora todos los felicistas hacen mención de las persecuciones que sufrieron. ¡Y creen que esas persecuciones del huertismo son su mejor defensa! Y no; no hay defensa posible. Los crímenes del felicismo fueron tan grandes, que no bastan para invalidarlos aquellas persecuciones; debemos continuar persiguiéndolo.
LO CONSIDERARON UNO DE SUS CORRELIGIONARIOS
La revolución de la Sierra de Juárez es de última hora y ningún punto de contacto puede tener con la Constitucionalista. Fue un movimiento local más o menos justificado y que obedeció a determinados intereses. Y prueba de ello, que para el 11 del mes en curso ha convocado a elecciones de gobernador, cuando todos los ideales revolucionarios se encuentran en pie aún, y no se ha pensado todavía en la constitución de mandatarios en las entidades de la Unión.
Pero aún hay otro hecho: señor gobernador de Veracruz, ¿podría usted decirnos por qué al pasar por sus terrenos los rebeldes de Higinio Aguilar, Argumedo y Almazán, no lo invitaron a unirse al nuevo movimiento revolucionario? Y la misma pregunta dirijo a otros generales: ¿por qué no recibieron insinuaciones en tal sentido, y sí las recibió el gobernador de Oaxaca? ¿No creen ustedes que fue porque lo consideraron como a uno de sus correligionarios?
Pero el licenciado Canseco no aceptó tales insinuaciones ... ¿Por qué?
- ¡Porque mientras Canseco rechazaba la invitación -interrumpió el licenciado Rivera Cabrera-, los representantes de los sublevados eran festejados y se entendían perfectamente con Meixueiro, jefe de las armas!
Terminó el licenciado Cabrera proponiendo se pidiera al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista que retire el llamamiento que hizo al gobernador de Oaxaca, en virtud de que no puede formar parte de la Convención. Al efecto, insinuó la conveniencia de nombrar en comisión a los generales Blanco y Castro, y, por último, a su vez afirmó que la Revolución Constitucionalista no había llegado al Estado de Oaxaca, y que las fuerzas que allí se encuentran no pueden considerarse como revolucionarias.
En seguida se concede la palabra al coronel García Vigil, y éste hace observar que el señor Canseco que dijo que iba a destruir los cargos que en su contra se habían presentado, nada demostró a este respecto, ya que lo único que dijo fue que había sufrido persecuciones de parte de Huerta y de Bolaños Cacho; que la revolución de la Sierra de Juárez io sacó de su casa y si habló con los jefes que operaban en el Istmo, cuidó de callar los nombres de José Inés Dávila, Guillermo Meixueiro y Onósimo González y otros felicistas también muy conocidos. Estos nombres, sobre éstos debió habernos hablado, y no que nos asegurara ser un hombre honrado, un abogado que vive de su profesión, porque eso nada nos importa; como tampoco nos importa que se llame Francisco y que se apellide Canseco.
El licenciado Cabrera -continuó- no está en lo justo. ¿Qué vamos a hacer si el Primer Jefe dice que no retira el llamamiento que hizo al gobernador de Oaxaca? ¿Qué haremos? ¿Vamos a permitir que sigan a nuestro lado dos felicistas, dos enemigos nuestros? Este es el asunto que debemos resolver inmediatamente: si debe admitirse o no a los felicistas Canseco y González. Lo demás es estar perdiendo el tiempo.
QUE SE LLEVE A LOS FELlCISTAS A LA PENITENCIARIA
El general Obregón terció en el debate y pidió que los aludidos fueran llevados a la Penitenciaría. El solo hecho de que permanezcan en este recinto -dijo- constituye una amenaza muy seria, porque pueden corromper a los elementos sanos, y para ellos será un timbre de orgullo que podrán ostentar ante sus correligionarios, y nuevamente formuló su petición: que fueran llevados a la Penitenciaría los señores Canseco y González.
El coronel Gregorio Osuna, que recientemente estuvo en la región de Tehuantepec, confirma los informes ya suministrados: que Oaxaca, de hecho, está sustraída a la Revolución, y que aquellas autoridades no obedecen las disposiciones dictadas por los jefes constitucionalistas.
Otros delegados más apoyan la petición del general Obregón y alguno propone se dé cuenta de los deseos de la Asamblea al Primer Jefe, para que sea éste quien ordene la aprehensión de los dos individuos de quienes se trata, y mientras eso se hace, que la policía los vigile estrechamente.
A esta proposición se opuso el presidente de la Asamblea, manifestando que el señor Canseco era un delegado y, por lo mismo, debería gozar de garantías, mientras el Primer Jefe resolvía esta cuestión.
El general Hay se refirió a que el gobernador de Oaxaca no ha destruido los cargos que en contra suya se formularon, y refiriéndose a su aspecto tranquilo e inmutable, opinó que ello debería obedecer a dos causas: una, que su conciencia estuviese tranquila, y otra, que fuese un perfecto cínico. Yo me inclino -dijo- a esta segunda hipótesis. Creo que el señor Canseco es un cínico capaz de todos los crímenes políticos, y esto queda comprobado con la afirmación que ante nosotros ha hecho, al decir que en un gobierno deberían tener cabida todos los partidos políticos ...
- ¡En el Gobierno Constitucionalista, no! -interrumpió el general Obregón-. ¡Allí no caben los canallas! No queremos las medias tintas.
Y el general Hay terminó: -Nosotros aceptamos a los enemigos leales. El ex general Rodríguez combatió en contra nuestra, y lo respetamos, porque es un valiente y un hombre honrado; no así los Ojeda y los Canseco. ¡Estos no deben esperar misericordia alguna de parte nuestra!
El gobernador aludido agregó unas cuantas palabras, manifestando que él deseaba ser juzgado por un tribunal, por un juez recto y justo, que no podrá castigarlo porque ninguna prueba en contra suya podrá presentarse. Y con esto se dio por terminada la discusión y fue aprobada por unanimidad la propuesta de los generales Blanco y Gallegos y coronel Herrejón.
En seguida la secretaría dio cuenta con el dictamen rendido por la comisión revisora de credenciales, acerca de las que recibió a últimas fechas, y las cuales eran de aprobarse. Sin discusión lo mismo hizo la Asamblea.
Vino después una nueva proposición, presentada por el general Hay, referente a que la Convención se declarara en sesión permanente mientras una comisión pone en conocimiento del Primer Jefe los graves cargos que se han presentado en contra de los felicistas Canseco y González, y se determina que éstos sean internados en la Penitenciaría.
Dicha proposición fue ampliada por el general Obregón, que propuso el nombramiento de otra comisión, encargada de vigilar a los acusados, mientras se resuelve sobre su suerte, y a esto el primero de los citados generales se opuso, porque hacer tal sería tanto como dictar desde luego una orden de aprehensión, cosa que en sus facultades no estaba.
GARANTIAS PARA LOS DELEGADOS
Para hacer una observación de simple sentido común, pidió la palabra el licenciado Luis Cabrera. Fue a la tribuna y dijo que no solamente en los países civilizados, sino aun en los pueblos salvajes se acostumbra la inviolabilidad de los delegados, concederles toda clase de garantías, aun cuando se trate de enemigos mortales.
Y recordó los incidentes del viaje reciente que hizo al Estado de Morelos, en compañía del general Villarreal. También a ellos, los zapatistas trataron de fusilarlos por considerar que no eran lo suficientemente revolucionarios, o porque a su juicio eran enemigos del Plan de Ayala. Y sin embargo, Zapata no les causó ningún daño.
Luego mencionó el incidente surgido entre los generales Obregón y Villa, el grito de protesta surgió de todos los hombres honrados cuando tuvieron noticias de que el primero se hallaba en inminente peligro de perder la vida a manos del segundo. Y agregó: -Si ahora nosotros internamos en la Penitenciaría a los señores Canseco y González, si no salen de este recinto por su propia voluntad y sin que nadie los moleste, cometeremos atentado semejante al de Chihuahua, y los miembros de esta Asamblea habrán hecho el papel de policías.
Nosotros, por garantía propia, por decoro, no debemos cometer acto semejante. Todos hemos sido llamados por el Primer Jefe para que desempeñemos muy altos deberes y para que podamos dar cumplimiento a ellos, debemos comenzar por respetar nuestra palabra de honor, si queremos que todos nos respeten.
Terminó el licenciado Cabrera, y entonces el general Obregón pidió la palabra para protestar de las citas por aquél enunciadas, porque -dijo- él no era un canalla, era un patriota que iba a Chihuahua a tratar de resolver una dificultad. Y, por último, aseguró que los constitucionalistas no habían empeñado ninguna palabra de honor, porque tal no acostumbran hacer con los canallas.
El profesor José María Bonilla, por su parte, opinó que la Asamblea no podía constituirse en guardián de los señores Canseco y González; que debería nombrarse una comisión especial que investigara la verdad de los hechos denunciados, y terminó insinuando que si alguno de los jefes presentes quería ordenar la aprehensión de los acusados, podía hacerlo, pero bajo su exclusiva responsabilidad.
Convino en parte con lo dicho por el delegado anterior, el general Hay, y añadió algunas explicaciones acerca de la causa de su proposición, que fue hecha para dar mayor solemnidad al acto; por lo demás, propuso que para que los señores Canseco y González tuvieran más libertad, podían retirarse de la sala y permanecer en el sitio que gustaran, hasta que se resuelva la suerte que les espera.
Con esto se dio por terminada la sesión, a las dos y quince minutos de la tarde, y como se dijera que a la salida del salón iban a ser aprehendidos los señores Canseco y González, el general Hay, en alta voz, expresó que él estaba dispuesto a impartirles toda clase de garantías para que no fueran molestados por nadie.
Por la tarde, a las seis y media, se reanudó la sesión, bajo la presidencia del general Francisco Murguía, y con asistencia de sesenta y nueve delegados. La secretaría dio cuenta con un escrito de protesta, presentado por el general Ramón N. Frausto, a causa de que su credencial fue rechazada y también hizo conocer el dictamen rendido por la comisión revisora de credenciales acerca de las últimas que le fueron turnadas. Sin discusión esas credenciales se aprobaron.
PROTESTA DEL GENERAL FRAUSTO
El señor general Ramón Frausto envió a la Convención la siguiente protesta por las frases que respecto a él fueron pronunciadas en la reunión del jueves.
Honorable Asamblea:
Por la prensa de hoy me he impuesto de la discusión provocada en el seno de la Convención Pacifista durante la sesión de ayer, al poner al debate mis derechos de representante y el poder amplio que, por hallarme imposibilitado de concurrir, debido exclusivamente a enfermedad, delegué en la personalidad del señor licenciado don José N. Macías. Profundamente afectado en mis sentimientos revolucionarios, así como en mi dignidad personal, por ciertas frases ahí vertidas, faltaría yo a un deber si no levantara ante esa H. Asamblea mi voz de enérgica protesta y que fundo en los siguientes términos. Seré breve en razón a mi misma enfermedad, que me imposibilita ser amplio y duro.
A fines de mayo del año próximo pasado, me lancé a la revolución, por aquel entonces aún naciente, en defensa del Plan de Guadalupe, y mi colaboración fue efectiva, con las armas en la mano, en el norte de Coahuila y Nuevo León, y en otras partes de la frontera; y así he tenido la satisfacción de seguir haciéndolo hasta el triunfo de la causa, como consta a varios generales amigos míos y puede verse en documentos que obran en mi poder.
El hecho de haber desempeñado y de estar desempeñando aún la comisión de Procurador General Militar, que en diciembre del año próximo pasado se sirvió encargarme el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, en Sonora, no me relevó del carácter de ciudadano armado que teníamos y tenemos en la Revolución, lo mismo los que ayer nos sacrificamos en campaña, como los que en aquel entonces paseaban con garantías en las capitales dominadas por el dictador.
Repugno el carácter de asimilado con que enemigos míos me señalaron, porque es un término de pretorianos; porque no lo merece el que ha combatido; porque aun la comisión que desempeño me da una representación legal del Ejército, sobre la de cualquier pequeña masa de hombres, y son necesarias la mala fe y la ignorancia para lanzar ese vocablo asimilado, que rechazo y desprecio.
Vengo, pues, ante la Asamblea, a hacer viva mi protesta por la no aceptación de la credencial aludida, reservando mis deréchos para el momento en que ante ella pueda presentarme, y a protestar, asimismo, por la palabra que reputo injuriosa y que sólo se pudo pronunciar en condiciones de no hacerla retirar de la boca de sus autores, fueran quienes fueran.
Hago presentes a la H. Convención las seguridades de mi consideración muy respetuosa.
México, a 3 de octubre de 1914.
General Ramón Frausto.
Luego se puso a discusión una propuesta presentada por el general A. de la Garza y coroneles Bauche Alcalde y Luis G. Cervantes. Dicha propuesta fue discutida en las dos partes de que se compuso, y que son las siguientes:
Primera: A fin de evitar una posible falta de disciplina, insubordinación a los superiores, o abuso de autoridad por parte de éstos, en el seno de la Asamblea no se reconocen grados ni jerarquías militares.
Segunda: Ninguno de los delegados, durante esta Convención, podrá ser aprehendido, por delito alguno, si no es en el caso de que una comisión especial, previas las investigaciones que practique, dictamine que ha lugar para proceder en su contra.
La primera de las referidas proposiciones fue discutida amplialnente, y en el debate tomaron participación los señores Bauche Alcalde, Paniagua, Marciano González y Castillo Tapia, y fue aprobada por unanimidad de votos. La segunda, sin discusión, fue aprobada.
LLEGO EL PRIMER JEFE
En estos momentos, siendo las siete y cuarenta minutos de la noche, se presentó en el salón el señor don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, seguido de los miembros de su Gabinete. Fue recibido por los generales Obregón, Blanco, Dosal y algunos más, que le acompañaron hasta la plataforma, donde tomó asiento a la derecha del Presidente de la Asamblea, general Murguía.
Tan pronto como se terminó la resolución del punto relativo a la protesta del general Frausto, el Primer Jefe se puso en pie y lo mismo hicieron los delegados y todos los que en tribunas y galerías se encontraban. El señor Carranza dio lectura al informe siguiente:
Señores generales del Ejército Constitucionalista:
Señores gobernadores de los Estados de la Unión:
Al iniciarse la lucha por la legalidad contra la dictadura rebelde, ofrecí a ustedes convocarlos a una solemne Convención que tendría lugar en la capital de la República cuando fuera ocupada por el Ejército Constitucionalista, y conforme al Plan de Guadalupe aceptado por todos ustedes, me hiciera yo cargo del Poder Ejecutivo de la Unión. Me es grato cumplir hoy el ofrecimiento que les hice. En consecuencia, todos ustedes discutirán el programa político del Gobierno Provisional de la República, y los asuntos de interés general que conduzcan al país a la realización de los ideales de justicia y de libertad, por los que tan esforzadamente hemos luchado.
Durante la campaña, los jefes del Ejército Constitucionaiista con quienes hablé, inclusive los de la División del Norte, estuvieron conformes conmigo en que esta Convención señalaria la fecha en que debieran verificarse las elecciones que restablezcan el orden constitucional, fin supremo del movimiento legalista. Igualmente todos los jefes de este Ejército convinieron conmigo en que el Gobierno Provisional debía implantar las reformas sociales y políticas que en esta Convención se consideraran de urgente necesidad pública, antes del restablecimiento del orden constitucional.
Las reformas sociales y políticas de que hablé a los principales jefes del Ejército, tan indispensables para satisfacer las aspiraciones del Pueblo en sus necesidades de libertad económica, de igualdad política y de paz orgánica son, brevemente numeradas, las que en seguida expreso:
El aseguramiento de libertad municipal como base de la división política de los Estados, y como principio y enseñanza de todas las prácticas democráticas.
La resolución del problema agrario por medio del reparto de los terrenos nacionales, de los terrenos que el Gobierno compre a los grandes propietarios y de los terrenos que se expropien por causa de utilidad pública.
Que los municipios, por causa de utilidad pública, expropien, en todas las negociaciones establecidas en lugares que tengan más de quinientos habitantes, la cantidad necesaria de terreno para la edificación de escuelas, mercados y casas de justicia.
Obligar a las negociaciones a que paguen en efectivo y a más tardar semanariamente, a todos sus trabajadores, el precio de su labor.
Dictar disposiciones relativas a la limitación de las horas de trabajo, al descanso dominical, a los accidentes que en el trabajo sufran los operarios y en general al mejoramiento de las condiciones económicas de la clase obrera.
Hacer en todo nuestro Territorio, el catastro de la propiedad en el sentido de valorizarla lo más exactamente que sea posible, con el objeto de obtener la equitativa proporcionalidad de los impuestos.
Nulificar todos los contratos, concesiones e igualas anticonstitucionales.
Reformar los aranceles con un amplio espíritu de libertad en las transacciones mercantiles internacionales, cuidando de no afectar hondamente las industrias del país, con el objeto de facilitar a las clases proletaria y media, la importación de artículos de primera necesidad y los de indispensable consumo que no se produzcan en la República.
Reformar la Legislación Bancaria estudiando la conveniencia de su unificación, o del establecimiento de un Banco del Estado.
Dar un verdadero carácter de contrato civil al contrato de matrimonio desligándolo de la indebida intervención de funcionarios del Estado, a efecto de que no esté sujeto en cuanto a su validez, a las eventualidades de la política como lo está ahora y pueda celebrarse ante notarios públicos. Juntamente con esta reforma, establecer el divorcio absoluto pOr mutuo consentimiento de los contrayentes.
Mientras llegaba la fecha fijada para la celebración de esta junta, la cité oportunamente; crei de mi deber dictar algunas disposiciones de evidente necesidad, dentro del espíritu de la Revolución, tales como los decretos relativos a la formación del Catastro, con el indicado objeto de valorizar la propiedad; el que se refiere a la emisión de ciento treinta millones de pesos en billetes, para unificar el papel moneda constitucionalista, sufragar los gastos precisos de la Administración Pública; y los que atañen a la organización de la justicia en el Distrito Federal y Territorios, y a la Instrucción Pública en las mismas entidades.
Los propósitos que el Ejército Constitucionalista tenía de que en esta Convención, única en la historia de México, se acordasen las reformas sociales y políticas que la Nación reclama, y se pusieran los medios más expeditos para restaurar el orden constitucional, roto por la traición y rebeldía de un usurpador, están a punto de frustrarse por la conducta del general Francisco Villa, Jefe de la División del Norte, que, con graves amenazas, que redundarían sólo en perjuicio de la Patria, me desconoció como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejeeutivo. Tal desconocimiento dio lugar a que algunos jefes de la División que está al mando del general Villa, y algunos civiles asimilados a ella como si fueran árbitros de los destinos nacionales, se dirigieran a mí pidiéndome que como un acto de patriotismo, renunciara la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista y el Poder Ejecutivo de la Unión, y entregara el Poder a un honorable ciudadano que, naturalmente, ha sido el primero en no aceptar la imposición de un grupo armado, por tener todos los caracteres de un golpe de pretorianismo que, de ser viable, nos haría regresar a las épocas turbulentas y sombrías, que trajeron como consecuencia la pérdida de una gran parte del Territorio Nacional. Debo, en consecuencia, exponer ante la Nación, porque es preciso que en el conflicto actual se definan responsabilidades ante la historia, los heehos que han determinado la preconcebida y preparada actitud de rebeldía del general Villa, que no es otra cosa sino la reacción instigada por los llamados científicos y por todos los vencidos por la Revolución triunfante, agrupándose a su alrededor despechados a quienes no he concedido puestos públicos por su ineptitud y cobardía.
El gobernador del Estado de Sonora, José María Maytorena, sobornando una parte de las fuerzas constitucionalistas en aquel Estado, aprehendió al general Salvador Alvarado y me desconoció de hecho como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y Encargado del Poder Ejecutivo, bajo el pretexto de pretendidos ultrajes a la soberanía del Estado cometidos por el coronel Elias Calles, Jefe de las Fuerzas Constitucionalistas en el Norte de Sonora. Con el objeto de intentar el arreglo de las dificultades surgidas entre el gobernador Maytorena y el coronel Calles, dí instrucciones' al general Alvaro Obregón para que fuera a Chihuahua y en unión del general Villa tratara de solucionar aquel conflicto. Mientras tanto, Maytorena avanzó con sus fuerzas a Nogales; y entonces el general Obregón, con el fin de evitar más derramamiento de sangre, ordenó a Calles abandonara la citada plaza, a donde llegaron Obregón y Villa poco después, para tratar con el gobernador rebelde, conviniéndose en que las fuerzas del coronel Calles, que había sido substituido en el mando de ellas por el general Hill, se retiraran a Chihuahua después de que el general Juan Cabral asumiera la Comandancia Militar del Estado, y quedaran bajo sus órdenes las fuerzas de Maytorena.
Antes de la llegada del general Cabral a Sonora, Villa ordenó a Hill que se retirara con sus fuerzas a Casas Grandes, orden que este general no obedeció por no provenir de su jefe el general Obregón. El general Obregón regresó a la Capital a darme cuenta de su comisión y unos días después salió de nuevo para Chihuahua con el objeto de dejar definido el problema de Sonora y arreglar el conflicto suscitado entre las fuerzas de los generales Calixto Contreras y Tomás Urbina, pertenecientes a la División de Villa, quienes se presentaron en Durango en actitud hostil contra el gobernador del Estado, general Domingo Arrieta. Apenas llegó el general Obregón a Chihuahua, Villa le exigió que ordenara la inmediata salida de Hill para Casas Grandes; el general Obregón se negó a obsequiar esta petición antes de que el general Cabral asumiera el mando militar de Sonora; surgió un disgusto entre ambos jefes; Villa trató de fusilar al general Obregón; la intervención de algunos jefes evitó el fusilamiento de este general; Villa lo retuvo preso un corto tiempo, y con el objeto de ocultar lo acaecido ofreció un baile al general Obregón.
Cuando estos acontecimientos tenían lugar, el general Hill comunicó a la Secretaría de Guerra la contestación que envió a un mensaje del general Obregón, en el que este jefe le ordenaba marchara siempre a Casas Grandes y en la cual se negaba a obedecer aquella orden, cumpliendo con la Ordenanza, pues sabía la prisión del general Obregón. Naturalmente yo aprobé la conducta del general Hill y le manifesté que en lo sucesivo no debía obedecer más órdenes que las de esta Primera Jefatura. Al conocer yo este mensaje ordené que se suspendiera el tráfico al Norte de Aguascalientes y entre Torreón y Monterrey y que si avanzaban las fuerzas de Villa, se destruyeran una y otra vías. Entonces Villa se dirigió a mí manifestándome que no sabía a qué atribuir tal determinación: yo le dije, como era mi deber, que antes de contestarle sobre el particular; me diera una explicación acerca de su conducta para con el general Obregón. En lugar de obedecer, Villa se negó a dar las explicaciones que yo le pedía como superior, enviándome el siguiente mensaje que creí de mi deber no contestar:
Chihuahua, septiembre 22 de 1914.
Señor V. Carranza.
México.
En contestación a su mensaje, le manifiesto que el general Obregón y otros generales de esta División salieron anoche para esa Capital con el objeto de tratar importantes asuntos relacionados con la situación general de la República, pero en vista de los procedimientos de usted que revelan un deseo premeditado de poner obstáculos para el arreglo satisfactorio de todas las dificultades y llegar a la paz que tanto deseamos, he ordenado que suspendan su viaje y se detengan en Torreón; en consecuencia, le participo que esta División no concurrirá a la Convención a que ha convocado y desde luego le manifiesto su desconocimiento como Primer Jefe de la República, quedando en libertad para proceder como le convenga.
El general en Jefe, Francisco Villa.
Algunos generales solicitaron entenderse con los jefes de la División del Norte para ver si es posible evitar un conflicto armado proveniente del desconocimiento que hizo Villa de la autoridad que represento, y sus trabajos se han encaminado a que esta Asamblea, una vez que esté integrada por los generales constitucionalistas que aún no han llegado, se traslade a la Ciudad de Aguascalientes para celebrar allí la Convención, en lugar de que se verifique en esta Capital, adonde yo la convoqué, y donde debe verificarse.
En esencia, estos son los hechos, a reserva de dar a conocer los detalles cuando el general Obregón rinda al Ejecutivo de mi cargo informe circunstanciado respecto de las comisiones que le fueron conferidas.
Yo no puedo admitir, por honor del mismo Ejército Constitucionalista, que me designó como su Primer Jefe y a cuya abnegación y patriotismo se debió el triunfo del Plan de Guadalupe, que un grupo rebelde, que una minoría indisciplinada, trate de imponer su voluntad a la mayoría de los jefes, que es la única que está facultada para ordenarme y la sola ante la cual se inclinará mi obediencia. Si no he tratado de someter a este Jefe rebelde por la fuerza de las armas, ha sido porque la prudencia así lo demandaba; pero si desgraciadamente llegare el caso de no poder tolerar más una persistente e injustificada rebeldía, debe saber la Nación que el Gobierno Constitucionalista tiene un número mayor de cien mil hombres, artillería, ametralladoras y pertrechos de guerra bastantes para someter al orden a ese Jefe rebelde, y cuenta además principalmente, con la invencible fuerza de la razón y la justicia que inspiran la opinión de la parte sana de la República para sostener al Gobierno.
Ustedes me confirieron el mando del Ejército, ustedes pusieron en mis manos el Poder Ejecutivo de la Nación; estos dos depósitos sagrados no los puedo entregar, sin mengua de mi honor, a solicitud de un grupo de jefes descarriados en el cumplimiento de sus deberes y algunos civiles a quienes nada debe la Patria en esta lucha; solamente puedo entregarlo y lo entrego en este momento, a los Jefes aquí reunidos. Espero la inmediata resolución de ustedes, manifestándoles que desde este momento me retiro de la Convención para dejarles toda su libertad, esperando que su decisión la inspirará el supremo bien de la Patria.
Y cuando las últimas palabras suyas se extinguieron, brotó un aplauso unánime y todos los delegados, al paso del Primer Jefe que se dirigía a su carruaje, lo estrecharon entre sus brazos, dando muestras de acendrado cariño.
La sesión hubo de suspenderse por breves minutos, en virtud de que la mayoría salió hasta el vestíbulo, a despedir al Primer Jefe.
Cuando la sesión se reanudó, pidió la palabra el licenciado Cabrera, y se expresó en estos o parecidos términos:
Ciudadanos miembros de la Convención Constitucionalista:
Es la primera vez que subo a la tribuna sin llevar hecho el esquema de lo que voy a decir. No habéis escuchado el informe del Primer Jefe. El estupor no ha permitido que nos demos cuenta del alcance de las últimas palabras de ese informe.
Las palabras de un hombre tienen, o derivan acaso toda su importancia, del momento en que se pronuncian y del espíritu con que son pronunciadas.
El momento en que han sido pronunciadas, todos lo conocéis, o mejor dicho, casi todos lo creemos conocer, porque a diario oímos hablar de él. En el momento actual, tenemos los miembros de la Convención Constitucionalista, los ciudadanos que más o menos contribuimos a este movimiento que se llama Revolución Constitucionalista, en los valles de México y Tlaxcala, corriendo de un lado para otro a Higinio Aguilar y a sus compañeros, que no buscan ni esperan el triunfo, sino que aguardan al movimiento que venga a establecer un nuevo orden de cosas; tenemos, como vimos esta mañana, al Estado de Oaxaca en poder de Félix Díaz; tenemos al Estado de Sonora sustraído al dominio de la Revolución Constitucionalista; tenemos los Estados de Chihuahua, de Coahuila, de Durango, fuera de la dirección del Gobierno del Centro. Y tenemos al Estado de Morelos en el mismo caso; y el tiroteo a diario surge entre las fuerzas de Lucio Blanco y las avanzadas zapatistas. Tenemos, por último, en San Antonio, Texas, la ciudad maldita, atestada de traidores, y la llamo así, porque de ella han salido todas las desgracias para la Patria. Tenemos también, en Veracruz, grandes grupos de conspiradores y tenemos también allí a las tropas de los Estados Unidos del Norte.
VIENEN EN NOMBRE DE LA REACCION
Contra su patria avanzan Villa y todos los demás que vienen en nombre de la reacción. Hagamos el balance de lo que tenemos a nuestro lado: ¿Qué se hizo el espíritu revolucionario de Francisco Villa, que jamás perdonaba a los que caían en sus manos? ¿Qué ha sido del vencedor de Tamaulipas, Lucio Blanco? ¿Qué del brío del general Obregón? ¿Y qué se ha hecho del brío de Cándido Aguilar y de tantos otros?
Sin duda creen todos que la Revolución ha triunfado ya, y esto no es verdad. Todavía no ha caído ninguna cabeza y ya comenzamos a sentir la tranquilidad burlona de nuestros enemigos, que se pasean por las calles de Plateros, como se paseaban en 1911, durante la administración del Hombre de la pechera blanca.
Ya se comienza a decir que este Gobierno no es fuerte. Ya comienza a sentirse el espiritu de la reacción. ¿Qué acto de justicia se ha hecho? Ninguno. Han sido ocupadas las casas de los magnates, pero las verdaderas fuentes de riqueza, esas siguien chorreando oro y sus productos marchan hacia Europa. No nos hemos dado cuenta de que la transacción hecha por el general Obregón sólo ha sido una etapa de la Revolución.
Nuestros enemigos, algunos han partido para el extranjero, pero otros muchos continúan entre nosotros, y consideran ya que han hallado amigos entre los constitucionalistas. Esto es la verdad. Esto es lo que se trasluce de las palabras del general Villa, dirigidas al Primer Jefe, desconociéndolo.
Todos nos hemos equivocado; creímos que el Primer Jefe contestaría haciendo respetar su autoridad ante la insubordinación del jefe de la División del Norte. Yo mismo me he equivocado. Y ahora, el Primer Jefe se ha despedido de los generales revolucionarios. Nosotros no nos dimos cuenta de las palabras que pronunció esa voz que aun cuando robusta, estaba ahogada por la emoción, Yo voy a darles lectura nuevamente.
Y así que el licenciado Cabrera hubo leído las últimas frases del informe del señor Carranza, continuó:
- En estos momentos no tiene jefe la Revolución Constitucionalista. Vosotros sois, desde este momento, los jefes de la Revolución y los jefes del Gobierno.
Yo he subido a esta tribuna, ahogado por la emoción que me produjo ver a ese hombre que se retiraba ya sin autoridad alguna, y quiero que no nos retiremos antes de considerar qué vamos a hacer con el mando que nos ha entregado. No debéis salir de aquí sin haber visto antes lo que haréis con ese mando.
NO ES PERSONALISTA EL GENERAL HAY
Siguió en el uso de la palabra, el general Hay.
- Vengo emocionado -dijo- por dos razones: la primera, porque me impone esta tribuna que por primera vez ocupo, y la segunda, porque tengo que confesar que el licenciado Cabrera tiene muchísima razón; nosotros hemos aplaudido sin escuchar, ignorando lo que implicaban las palabras del Primer Jefe. Yo entendí que venía aquí para que en conjunto procurásemos conjurar la situación, pero no pude comprender que nos hacía entrega del poder.
Yo creo -continuó- que mis antecedentes son suficientemente limpios para que no se me juzgue como personalista. Yo quise mucho al señor don Francisco I. Madero, pero no fui nunca personalista. He estado a las órdenes de varios jefes, y ninguno de ellos podrá decir de mí que sea personalista. Y ahora vengo, señores, a suplicaros que reconsideremos las últimas palabras del señor Carranza, porque creo que aún no es el momento de recibir ese Gobierno y ese mando que ahora nos entrega. ¿Y a quién lo entregó? A un grupo que todavía no ha podido ponerse de acuerdo acerca de si deben permanecer aquí los elementos civiles, o tan sólo los militares.
Yo creo que el señor Carranza debe seguir en el poder, mientras no se decida en la Convención de Aguascalientes una forma aceptable de gobierno, que pueda hacer creer que entraremos por el camino de la ley para el restablecimiento del orden constitucional. Yo admiro el desinterés del señor Carranza y la rectitud de todos sus actos, y por eso mismo, anhelo que continúe en su puesto, haciendo a un lado críticas mezquinas. Nosotros sólo debemos recordar su gran capacidad para haber reunido un ejército formidable que fue capaz de echar por tierra a la tiranía de Huerta.
Y no debemos aceptar la entrega que el señor Carranza nos hace, porque este momento es terrible para México, es de fatal importancia y creo que para nuestra patria implica casi el ser o no ser. Nosotros no debemos aceptar el poder que el señor Carranza trata de entregarnos.
Cuatro días antes de que el Ejército Constitucionalista entrara en la capital de la República -dijo el general Obregón, que siguió en el uso de la palabra-, estalló el conflicto de Sonora. Y en seguida, hizo un relato minucioso de los incidentes ocurridos en los dos viajes que realizó en fecha reciente, a Chihuahua, con la mira de buscar una pacífica resolución a tal conflicto. Mencionó también las gestiones hechas por la Junta Pacificadora y los compromisos contraídos con los jefes de la División del Norte, relativos a la suspensión de hostilidades, y a la Convención que deberá reunirse en Aguascalientes, en la que él y los otros miembros de la comisión nombrada con anuencia del Primer Jefe, se comprometieron a buscar la forma de resolver todas las dificultades. Y asi -terminó el general Obregón-, yo creo que el Primer Jefe no debe abandonar el poder cuando no hay otra persona que lo substituya; que no debe retirarse sin antes dejar formado un gobierno provisional, una Junta, o como quiera titularse.
MAS FUERTE QUE TODAS LAS INTRIGAS
Hablemos claro y digamos por qué no debe aceptarse la renuncia del Primer Jefe -dijo el teniente coronel Marciano González-, que substituyó en la tribuna al general Obregón. No debe aceptarse, porque el pacto firmado en la hacienda de Guadalupe es más fuerte que todas las intrigas y que todas las infamias, y es más fuerte, porque no somos los hombres de hoy los que vamos a substituir a las mesalinas de ayer. Para que don Venustiano Carranza continúe al frente del Ejército Constitucionalista y sea el representante del Ejecutivo de la República, las circunstancias de hoy no violan los compromisos de ayer.
El señor Carranza -continuó- no puede faltar a sus compromisos, tiene que estar con nosotros hasta el final de la lucha, porque la Revolución no ha terminado. Cuando no quede Zapata en Morelos pidiendo tierras, mostrándose intransigente y que no tiene conciencia de lo que es la ley; cuando no haya un grupo de políticos detrás de Villa; cuando no haya una bandera de las estrellas en territorio mexicano, entonces, podrá retirarse don Venustiano Carranza.
¿Y quién quieren los espectros del tiempo del señor Madero, que se agitan detrás de Villa, y que no tuvieron el valor de morir con el apóstol, que lo substituya? ¿El señor Iglesias Calderón? ¿Y cómo vamos a exigir de él que cumpla los compromisos de la Revolución, los ideales que hemos llevado a través de todo el territorio, cuando él nada ha prometido?
Don Fernando Iglesias Calderón, podrá, cuando surja nueva rebelión de un grupo armado, entregar la presidencia, y entonces, vamos a estar a merced de todos los cuartelazos y de todas las traiciones. Por ello, nosotros no podemos aceptar la renuncia del señor CarranZa. El Plan de Guadalupe nos lo prohibe, y, si en la Convención de Aguascalientes va a resolverse el porvenir del pais, yo creo que alli es donde debe resolverse esta importantísima cuestión.
En seguida, el licenciado Neftali Amador, a su vez, se opuso terminantemente a la aceptación de la renuncia, porque la Revolución aún no ha terminado, y el señor Carranza tiene grandes compromisos con ella. Además, la infidencia del Norte no puede regir los destinos de la Patria, y la presencia del señor Carranza al frente del gobierno, es una garantía de orden y de honradez.
El general Buelna hizo una moción de orden, consistente en que muchos de los allí presentes se habían comprometido a tratar esta cuestión en Aguascalientes, y como un orador anterior lanzara graves imputaciones al general Villa, protestó porque estaba agravando la situación de los generales que fueron a conferenciar con los jefes de la División del Norte.
Después, el teniente coronel David Berlanga manifestó que el señor Carranza había presentado su renuncia porque así lo ofreció solemnemente con anterioridad, y en seguida se entró en amplísima disertación acerca de los orígenes de la Revolución, su marcha, organización de los grupos combatientes, etc., haciendo severa crítica, que dio margen a que varias ocasiones fuera interrumpido por las protestas de los delegados, y al fin, terminó manifestando que la patria no se salvará con la renuncia del señor Carranza, y tal vez podrá salvarse si él continúa en el poder.
QUE SE NOMBRE NUEVO JEFE DEL EJERCITO CONSTITUCIONALISTA
El licenciado Luis Cabrera, a su vez, fue de nuevo a la tribuna, y sostuvo que no se trataba de aceptar ninguna renuncia, sino que el señor Carranza había hecho entrega del Poder a los jefes revolucionarios. Y así no cabían las disertaciones anteriores y lo único que restaba por hacer era la designación del nUevo jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo.
Vamos a realizar esa elección y aquí está mi voto, el primero, a favor de don Venustiano Carranza. Esa es la forma en que debemos proceder. El Primer Jefe ha depositado el mando de que fue investido por los jefes revolucionarios, y ahora éstos tienen el derecho de nombrar a su nuevo jefe, y éste será don Venustiano Carranza.
En nombre de la Junta Pacifista, el general Obregón expresó que se habían comprometido a designar en la Convención de Aguascalientes al jefe supremo del país y, por ello, él creía que no podía faltarse al compromiso contraído.
El licenciado Eduardo Ruiz hizo una proposición: tal vez la aceptación de la renuncia del señor Carranza solucione el conflicto provocado por el general Villa, puesto que éste tiene caracteres de ser absolutamente personalista. De ser así, la renuncia debe aceptarse, y puesto que todos los delegados están conformes con que el señor Carranza sea el jefe de la Revolución, en la Convención de Aguascalientes podrán designarlo nuevamente.
A esto se opuso el general Jara, porque -dijo- la situación no estaba para hacer pruebas. Y si la renuncia del señor Carranza obedece a la actitud del general Villa, por ello no debe ser aceptada, porque sancionar esa actitud sería sancionar todas las defecciones y todos los cuartelazos, el de Huerta, inclusive y después vendrán nuevas defecciones, hasta que las naciones extranjeras se cansen y se repartan nuestro territorio como quien se reparte un queso.
UN OJO EN CARRANZA Y OTRO EN VILLA
No hay que tener Un ojo en Carranza y otro en Villa -continuó el general Jara-, debemos ser honrados y valerosos para afrontar la situación y todas las consecuencias que vengan sobre nosotros. Si en algún caso existe completa claridad, es en el presente; el Plan de Guadalupe lo dice, el Primer Jefe estará en el Poder hasta que la Revolución termine, y no porque algún jefe se insubordine, la Revolución ya ha terminado ni cambia de faz.
Si aceptamos le renuncia del señor Carranza nosotros seremos los únicos responsables de lo que sobrevenga, y en nombre de lo único que debe invocarse, de lo único que debe tenerse presente, en nombre de la Patria, el general Jara terminó pidiendo que la Asamblea no aceptara la renuncia del señor Carranza.
- ¿Está suficientemente discutido el punto? -interrogó la secretaría, y como la respuesta obtenida fuese afirmativa, se procedió a recoger la votación, que no se llevó a efecto debido a que unos pedían fuera nominal y otros en diversa forma.
Con el propósito de encauzar el debate y ver si era posible recoger la votación, uno de los delegados pidió la palabra, de la que hizo uso en estos términos:
¿SE PUDO CONTRA HUERTA ...?
Yo voy a hablar con franqueza, señores. Hay un conflicto de intereses en opinión de ustedes, y es, si esta Convención es la que debe resolver si es de aceptarse o no la renuncia del Primer Jefe, o la que se celebre en Aguascalientes. Ahora se ve claro, y yo propongo en obvio de dificultades, que la Junta Pacifista levante una acta en la que se haga constar que no es de aceptarse la renuncia del Primer Jefe, porque no están aquí representados todos los elementos de la Revolución, circunstancia por la que es de devolverse el mando al señor Carranza. En todo caso, nuestra actitud está mejor legalizada, porque tampoco en Aguascalientes se encuentran reunidos esos elementos. Yo soy de la División del Nordeste y en esta Convención está la mayoría de los mismos, ya que aquí se encuentra la matriz de esa División, porque están representadas las del Centro y las del Sur, faltando sólo la del Norte. Creo que no debemos transigir con determinados elementos que están pugnando por asaltar el poder a todo trance. Vengo a excitaros a que se resuelva con toda serenidad este caso, por más que faltan para mayor satisfacción del resultado, varios jefes que con el carácter de delegados vinieron a la capital, y ello me hace sospechar otra cosa. ¿Por qué no han venido? ... ¿Se trata de obligarnos a que vayamos a Aguascalientes y consintamos que rija los destino de la República un faccioso? Tal hecho constituye una tiranía que no debemos aceptar, porque en estos momentos el general Villa está considerado como faccioso. ¡Señores, la muerte de la República está esbozada; pero debemos a todo trance impedirla, porque si se pudo con Huerta, seguramente que de igual manera se podrá con todos los traidores!
El orador descendió de la tribuna en medio de grandes aplausos.
HABLA EL GENERAL HAY
Cuando salí para el Norte en unión de los demás comisionados, fui con la plena confianza de que haríamos cuanto estuviera de nuestra parte en bien de la patria.
Llegamos a Zacatecas y al cambiar las primeras impresiones con algunos generales que nos esperaban, vi que ellos, como nosotros, estaban en la mejor disposición de llegar a un acuerdo para evitar la guerra.
La rebeldía del norte se concreta, por lo tanto, en una manifestación del general Villa, ya que él solo es quien ha expresado que desconoce como Jefe Supremo al señor Carranza, porque en su manifiesto no había más firmas que la suya, abrogándose por consiguiente teda la responsabilidad.
Fuimos, por lo tanto, a conferenciar con los generales del norte, impulsados por un espíritu de conciliación bien entendida, ya que del mismo estaba animado el Primer Jefe, con cuya plena autorización salimos, para tratar en esas conferencias la resolución del problema actual, particularmente. El resultado no respondió satisfactoriamente a nuestros esfuerzos, y si no hemos roto las hostilidades es porque hay que reflexionar detenidamente, antes de lanzar a la guerra millares de hombres, ya que la causa o motivo es egoísta, porque se trata de un orgullo personal.
Nuestro decoro no ha sufrido por eso, y si los jefes del Norte nos convencieron para que hubiera una Convención en Aguascalientes, y aceptamos ese pacto, debemos cumplir nuestra palabra.
Perfectamente saben ustedes que no soy villista, ni carrancista, ni fui maderista; pero soy patriota, y precisamente por eso estoy en el deber de sacrificarme por salvar a mi Patria.
En fin -concluyó- voy a depositar mi cédula sin ampararme en el anónimo; y para terminar, reitero a ustedes mi excitativa: cuando fuimos a Zacatecas nos comprometimos a volver a la Convención que se celebrará en esa ciudad o en la de Aguascalientes. ¿Por qué y cómo vamos ahora a borrar de una sola plumada lo hecho?
¡Antes que faltar a mi palabra, me daría un balazo al salir de esta Cámara!
OTRA VEZ EL GENERAL OBREGON
El señor general Obregón nuevamente hizo uso de la palabra, manifestando que iba a hacer una aclaración con respecto a las conferencias celebradas en el Norte, Y también al modo como había salvado su vida. Sobre este particular se dirigió a la Asamblea expresando que por un verdadero milagro no lo privaron de ella, y que si había alguna persona que dudara de sus palabras que 3e levantara y lo manifestara.
A este reto, el coronel Prieto, levantándose de su asiento contestó, en medio de una expectación general: ¡No solamente lo dudo, sino que lo niego, porque no creo en milagros!
El señor general Obregón, pasado este incidente, manifestó que si el señor Carranza le ordenara que marchara al Norte llevando sus cañones, que lo obedecería, porque no era traidor; pero que en esta vez le repugnaría ir por comprender perfectamente que sólo se trataba de asuntos personales.
ENCAUCEMOS EL DEBATE
Otro de los delegados subió a la tribuna y llamó la atención de sus colegas, expresando que se habían separado por completo del punto puesto a debate, debido al acaloramiento de las discusiones; y que se trataba simplemente de aprobar o no la renuncia que el señor Carranza había hecho del puesto de Primer Jefe Encargado del Poder Ejecutivo, y al mismo tiempo de saber si se iba o no a Aguascalientes.
Esta llamada al orden hizo que al mismo tiempo hablaran otros de los delegados, pidiendo unos que tal proposición que se había fundido en una sola, se dividiera en dos partes; otros que sin condiciones de ningún género se nombrara una comisión que llevara al señor Carranza a la Cámara para que protestara de nuevo seguir desempeñando el puesto que había renunciado, y por último, hecho el silencio, se aprobó la proposición relativa a que no debía aceptarse la renuncia del Primer Jefe, sino que por el contrario, se le confirmara tanto el grado de Primer Jefe del Ejército como el de Encargado del Poder Ejecutivo, en el que debía seguir hasta la completa pacificación del país, quedando como económico este artículo: Nómbrese una comisión que se encargue de traerlo a efecto de que proteste.
Antes que la directiva procediera a nombrar la comisión, otro de los delegados propuso que era necesario ir a Aguascalientes, donde sostendrían al Primer Jefe, que al fín tal era su obligación, ya que a eso se habían comprometido al firmar el Plan de Guadalupe.
AHI ESTAN MI ESPADA Y MIS GALONES
El general Obregón, excitado en extremo, volvió a la tribuna, donde expresó que quería probar a todos los generales -porque creía que los civiles no irían- que él iría a Aguascalientes y que si de la Convención que se celebrara no se obtenía un resultado satisfactorio y Villa continuaba observando la misma conducta, lo someterían por la fuerza. Yo -dijo- iré de sargento, de soldado, de lo que sea, e iré a la vanguardia. Ahí quedan mis estrellas, mis galones y mi espada.
Este arranque valió al general Obregón una salva de aplausos muy nutrida.
Después habló el general Acosta, quien se adhirió a los que estaban por marchar a Aguascalientes, manifestando que si algunos no querían ir, era porque tenían miedo de que los colgaran en el camino; que era indispensable ir, para sostener al Primer Jefe, ya que si antes que tenían menos gente lo habían hecho, ahora con mayor razón, para evitar con ello que algunos de los delegados los calumniaran. El señor teniente coronel García Vigil preguntó si se dirigía a él, obteniendo una respuesta afirmativa, que ortginó la alteración del orden por breves momentos. El general Acosta, una vez restablecido el orden, siguió en el uso de la palabra, manifestando que había que votar por el Primer Jefe y que él votaría en el sentido de que cuntinuara en el poder.
Si Villa -continuó- ha desconocido al Primer Jefe, no obedece a otra cosa que a los consejos de Felipe Angeles, porque Villa es un infeliz. Angeles es el causante de todo ... ¡Dejara de ser ex federal!
SE LLAMA AL PRIMER JEFE
El coronel Federico Montes, gobernador de Querétaro, al escuchar las anteriores palabras se levantó pidiendo la palabra para contestar una alusión personal; pero el general Acosta contestó diciendo que no se refería al coronel Montes, sino a Felipe Angeles, quedando con esto terminado el incidente.
El teniente coronel García Vigil, anteriormente aludido por el general Acosta, se empeñó en dar una satisfacción, lo que después consiguió gracias al auxilio que oportunamente le prestó el general Hay, y cuando el general Obregón -que volvió a la tribuna- manifestó que se habían cometido muchas irregularidades, pidió que ellas se subsanaran, ya que se trataba de asuntos de tanta trascendencia; la Asamblea aprobó la proposición a que hacemos referencia anteriormente, noonbrándose como comisionados para llevar al Primer Jefe a la Cámara de Diputados a los siguientes generales: Obregón, Blanco, Pesqueira, Hay, Caballero y Castro, los cuales inmediatamente salieron del salón para cumplir su cometido.
LA LLEGADA DEL SEÑOR CARRANZA
Poco después de la media noche un movimiento inusitado en el recinto de la Cámara anunció la llegada del Primer Jefe; y a las doce y veinte minutos se presentó aquél, acompañado de varios generales, entre los que se contaban los señores Pesqueira, subsecretario de Guerra, Obregón, Hay y Caballero.
Todos los concurrentes se pusieron de pie, en un solo movimiento, al llegar el señor Carranza; y brotó una aclamación unánime, estruendosa, que se prolongó por varios minutos. Solemnes fueron esos momentos en los que todos, absolutamente todos los jefes, rubricaron con aplausos y vítores su adhesión al Primer Jefe.
El señor Carranza, en medio de esas manifestaciones, ascendió a la plataforma y tomó asiento a la derecha del presidente.
LA PROTESTA
Cuando cesó el fragor de aplausos y vítores, el secretario Montes hizo la solemne declaración de que la Asamblea no aceptaba el poder en ella depositado por el Primer Jefe, y que por aclamación acordó devolvérselo.
Todos se pusieron de pie; nueva manifestación estalló, y al fin, cuando el silencio se rehizo, el señor Carranza, un poco turbado por la emoción, manifestó que agradecía profundamente aquella prueba de confianza y que con la misma buena fe, con la misma lealtad con que en la lucha correspondió a la confianza que en él depositaron los jefes de la Revolución, con esa misma buena fe y esa lealtad correspondería, en el restablecimiento de la paz, a la nueva prueba de adhesión que se le daba.
Se aplaudió otra y otra vez; y al fin la secretaría consultó si se debía leer desde luego el acta de la sesión.
El señor licenciado Cabrera opinó en sentido afirmativo, pues dijo que un discurso, por largo que fuese, no daría a conocer al Primer Jefe todo lo tratado en aquellas cinco horas, no de vacilación en ratificarle la confianza, sino de discusión de los graves problemas nacionales; y que la lectura del acta sería la rendición de cuentas.
LA CONVENCION DE AGUASCALIENTES
El señor Obregón desea que se trate desde luego si se está de acuerdo o no en realizar la Convención de Aguascalíentes; y al exponerlo así, el ingeniero Castillo Tapia pidió al señor Obregón que ya que estaba presente el Primer Jefe, le suplicaba que dijese a la Asamblea si era verdad que no sólo aprobaba la Convención de Aguascalientes, sino que estaba dispuesto a ir a ella.
El señor Obregón así lo hizo y el señor Carranza contestó, en suma, que tal cosa debería resolverla la Asamblea, y que si ella determinaba que era de efectuarse la nueva Convención, él iría, si fuese necesario, a donde aquélla se celebrase.
La secretaría pidió que la proposición del general Obregón fuera presentada por escrito, y al cabo de algunos minutos, se dio lectura al siguiente documento:
Los que subscribimos, miembros de la Comisión Permanente de Pacificación, proponemos que tenga lugar en Aguascalientes una convención de generales del Ejército Constitucionalista o de sus representantes militares, para resolver la forma de gobierno' que subsista mientras se restablece el orden constitucional.
Firman tal proposición los generales Blanco, Obregón, Iturbe, Buelna, Medina y algunos otros. La Secretaría informó que se transfería el debate de aquélla hasta la próxima reunión, y finalmente se acordó que ésta se efectúe hoy a las tres de la tarde.