Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesSesión del 13 de febrero de 1915 Segunda parte de la sesión del 15 de febrero de 1915Biblioteca Virtual Antorcha

CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA

Compilador: Florencio Barrera Fuentes

SESIÓN DEL 15 DE FEBRERO DE 1915 CELEBRADA EN CUERNAVACA, MORELOS
Primera parte

Presidencia del C. Delegado Otilio Montaño


SUMARIO

Lectura y aprobación del acta de la sesión anterior.- Proposición de los ciudadanos delegados Pérez Taylor, Méndez y Zamora para que el Ejecutivo informe dos veces por semana, acerca de la situación militar que guardan en la República las fuerzas convencionistas.- A discusión y se aprueba el dictamen suscrito por la Comisión de Guerra, que consulta sean dados de baja y mandados procesar todos aquellos militares, que sin estar físicamente imposibilitados para hacerlo, no se incorporaron a esta Plaza.- Proposición presentada por varios ciudadanos delegados, a fin de que no se fusile a los indios de la tribu yaqui, que luchan al lado de las tropas carrancistas.- Orden del día.

Lista pasada por el ciudadano delegado Lecona.

Secretario: ciudadano Lecona.

Acta aprobada.

El ciudadano secretario leyó:

Los suscriptos, tenemos el honor de proponer a la consideración de esta H. Soberana Convención Revolucionaria, la siguiente proposición:Unica: Excítese al Ejecutivo para que informe dos veces por semana, acerca de la situación militar que guardan en la República las fuerzas convencionistas.

Cuernavaca, Mor., 13 de febrero de 1915.
Rafael Pérez Taylor.
Luis Méndez.
M. C. Zamora.
(Rúbricas)

El C. secretario

Por orden de la presidencia se pregunta a la H. Asamblea si considera esta proposición de pronta y obvia resolución; los que estén por la negativa, sírvanse ponerse de pie.

El C. Borrego

Para una moción de orden.

Unicamente se consulta a la Asamblea si una proposición es de pronta y obvia resolución cuando así lo piden sus autores.

El C. secretario

Tiene razón el señor Borrego. Pasa a la Comisión de Peticiones.

El C. Casta

Para una moción de orden: Como es una proposición, yo creo que debe preguntarse a la Asamblea si se toma o no en consideración.

El C. presidente

Como usted acaba de ver, ha habido una moción de orden para que esta proposición pasara a una Comisión, a fin de que ésta dictamine.

El C. secretario

Se da lectura al dictamen de la Comisión de Guerra que quedó pendiente en la sesión de anteayer, que dice:

Comisión de Guerra:

Dígase al Encargado del Poder Ejecutivo, libre acuerdo:

Primero. Que todos los militares en servicio activo y en disponibilidad del Ejército Convencionista, que no se hayan incorporado a esta Plaza, no estando físicamente imposibilitados para hacerlo, sean dados de baja del referido Ejército por deserción, inhabilitándolos por cinco años para desempeñar puestos en el Gobierno y en el antes dicho Ejército, a reserva de justificarse ante el Tribunal Militar que sea nombrado al efecto.

Segundo. Los militares que se sepa presten sus servicios en las filas disidentes, sean dados de baja por traidores, y juzgados militarmente en su oportunidad, es decir, cuando sean capturados.

En ambos casos se publicará esta disposición por la Orden General de la Plaza, dando a conocer los nombres de los mencionados Jefes y Oficiales.

Sala de Comisiones de la Soberana Convención Revolucionaria.
Cuernavaca, Mor., febrero 10 de 1915.
F. Cervantes.
J. V. Casarín.
M. Menchaca.
(Rúbricas)

Está a discusión en lo general y se invita a los ciudadanos delegados a que pasen a inscribirse.

La Mesa ordena que no habiendo delegados inscritos en el pro, la Comisión se sirva apoyar su dictamen.

El C. Casarín

La Comisión espera que algunos de los señores delegados apuntados en el contra, tomen la palabra.

El C. Casta

Pero esperamos que funden su dictamen, porque no está fundado.

El C. Fierro

Como este dictamen no está fundado, muy respetuosamente pido a los miembros de la Comisión se sirvan fundarlo.

El C. Cervantes

Voy a permitirme decir unas cuantas palabras para fundar este dictamen accediendo a la presión que en nosotros ejercen los colegas que se han inscrito en el contra, aunque no hay necesidad de fundar tal dictamen; es un derecho que se reservan sus autores, sin que esto constituya una obligación; pero puesto que los señores del contra lo quieren, voy a decir unas palabras.

Todo individuo que se separe del Ejército sin permiso de la autoridad militar, deserta de él; en consecuencia todos los individuos que hayan permanecido en México, son desertores; pero esos desertores en las circunstancias actuales, son culpables no sólo de deserción. Por la circunstancia de que no sólo todo militar, sino todo civil tiene obligación, en ocasión de luchas políticas en su país, de tomar parte con su conciencia, con su honradez y con su esfuerzo, con más razón están obligados los militares que se han afiliado a algún partido; de manera que el que renuncia a pertenecer al ejército por el hecho de permanecer en la ciudad, quiero suponer de una manera inactiva, dedicado a la vida civil, es desertor y se hace acreedor a una censura, a un castigo del partido a que pertenecía.

Por lo que se refiere a los que se pasan al partido contrario, me parece inútil afirmar que son traidores; en consecuencia, creo que con esta explicación, queda fundado el dictamen que está a discusión.

El C. presidente

Tiene la palabra en contra el ciudadano Fierro.

El C. Fierro

Ciudadanos delegados:

No estoy conforme con ese dictamen, porque lo tacho de impolítico y de completamente injusto. Comprendo, como el ciudadano Cervantes, que los individuos que hayan faltado a su deber permaneciendo en la capital de la República cuando la Convención salía de ella, deben ser dados de baja, es indispensable que lo sean para mantener la disciplina. Comprendo, y nadie lo discute, que los individuos disidentes, los que nos hayan traicionado, deben serlo también y deben dictarse medidas muy enérgicas para castigar su conducta indecorosa; pero, en la actualidad, sería completamente impolítico que fuéramos a dar de baja a un individuo, cuando no sabemos si su conducta se debe a mala fe.

¿Cómo podía saber el Ejecutivo que X o Z no nos han acompañado porque estaban impedidos para acompañarnos? A mí me consta que el delegado Buelna se encontró, el día en que nosotros marchábamos hacia esta ciudad, en Xochimilco, y, debido a que tuvo que ír a la capital de la República a recoger su ropa, que allí había dejado, ya no pudo salir tal vez, y después no ha podido verificarlo, porque teme que los enemigos lo encuentren, lo tomen prisionero y lo fusilen; y en este caso pueden encontrarse otros, y naturalmente estos individuos hallarán el procedimiento completamente injusto y hasta podrían volverse traidores, a pesar de su buena voluntad por acompañarnos, continuando a nuestro lado.

Respecto de los individuos que se hayan pasado a la facción carrancista, ya vendra la oportunidad de que puedan investigarse sus nombres y dictar las medidas conducentes para que se proceda en su contra; pero en la actualidad este acuerdo es completamente prematuro y por eso pido, en este caso, que se use de la mayor prudencia y se proceda de la manera más juiciosa, para que no demos este acuerdo, que es completamente impolítico.

El C. Cervantes

Me he convencido de que el estimable compañero señor Fierro, carecía de argumentación para sostener el contra, y de que tenía solamente el deseo de hablar, porque las frases que ha dicho no son, en manera alguna, en contra del dictamen; sucede sencillamente que el señor Fierro no ha prestado atención a los conceptos de este dictamen. Dice el señor Fierro que la medida será impolítica, porque no sabemos si esos individuos habrán tomado o no participación con la facción contraría; pero olvida el señor Fierro que justamente en este dictamen se dice que los militares -téngalo en cuenta el señor Fierro-, porque cita a un delegado de la Convención, que no es militar, y no es éste el caso; el dictamen dice: que los militares, etc.

De manera que los conceptos del señor Fierro no hacen más que afirmar la verdad, la conveniencia y la justicia del dictamen que está a discusión.

No encuentro otro argumento que contestarle.

El C. presidente

Tiene la palabra, en contra, el ciudadano Casta.

El C. Casta

Sin el deseo de hablar a que aludió el señor Cervantes, refiriéndose al señor Fierro, me permitiré manifestar de antemano, que, dada la fluidez de palabra del señor Cervantes, hoy se ha encontrado verdaderamente cohibido, porque no tiene, ni puede tener argumentos con qué defender su dictamen. Se ha esforzado en defenderlo, y yo impugno el dictamen a discusión porque, además de considerarlo impolítico, creo que hay una autoridad que podrá juzgar el día de mañana a los que pueden ser disidentes o traidores; creo que no debemos dictar en estos momentos esa medida, porque habrá muchas razones que podrán esgrimir esos oficiales por haberse quedado, y ahora nos impulsa a dietarlo por el simple hecho de que no se encuentran aquí en esta población cuando no sabemos si tomaron otros rumbos; así, pues, mi base principal es de que el día de mañana la Secretana de Guerra o los Tribunales Militares se encargarán de esclarecer quiénes ameritan ser dados de baja y juzgados debidamente; ¡pero no creo que, por ahora, deba aprobarse ese dictamen, y menos excítese al Ejecutivo como si estuviera en sus facultades! ¡sólo que se las queramos dar!

Por tal concepto, si son de tomarse en consideración las pocas palabras que he aducido, que la Asamblea lo repruebe ... (Voces: ¡No, no!)

El C. Menchaca

Pido la palabra.

El C. presidente

Pase usted a inscribirse. ¿En pro, o en contra?

El C. Menchaca

En pro.

El C. presidente

Tiene usted la palabra.

El C. Menchaca

En vista de que el señor Casta no ha dado ningún argumento en contra del dictamen, me reservo para cuando los dé.

El C. Casta

¿Pues qué más argumentos quiere usted?

El C. Menchaca

Por esta sencilla razón: hay que sentar un precedente como éste: ¡protestan cumplir con lo que han ofrecido, es decir, seguir prestando sus servicios a la causa que defienden!, y si ahora nosotros no sentamos el precedente de que sean castigados, el destino puede ser que nos obligue a que abandonemos esta Plaza y, por no haber tomado esas medidas, que creo de urgencia, puede suceder que muchos elementos falten a su palabra de honor, y nos abandonen, con las mismas razones o pretextos que tuvieron en la ciudad de México para hacerlo.

El C. secretario

Continúa la discusión. ¿No hay quién haga uso de la palabra?

En votación económica se pregunta si se aprueba en lo general.

Los que estén por la negativa, sírvanse ponerse de pie.

Aprobado en lo general.

El C. Casta

Para una moción de orden.

Yo pido que cuando se trate de votación de dictámenes, se paren los señores delegados, para manifestar que los aprueban; pero eso de decir por la negativa, da por resultado que todos se quedan sentados.

El C. Casarín

Para una interpelacíón: Yo pido que se pregunte a los delegados en la forma que ya se ha sancionado: ¿cómo se quiere que ahora esto se reforme?

El C. secretario

Se pone a discusión en lo particular el artículo primero.

El C. Piña

Para una moción de orden.

Tengo entendido que la Secretaría no preguntó a la Asamblea si el asunto se consideraba suficientemente discutido, y debió primero preguntarse si la Convención declaraba suficientemente discutido el asunto, para preguntar después si se aprobaba o no; no se ha hecho la primera interpelación.

El C. presidente

Con todo gusto accede la Mesa a lo pedido por el señor Piña; en consecuencia, sírvase el señor secretario preguntar si se considera suficientemente discutido el asunto.

El C. secretario

(Leyó)

Se pregunta a la honorable Asamblea si se considera suficientemente discutido el dictamen a que se acaba de dar lectura.

El C. Cervantes

Para una moción de orden.

La caballerosidad del señor Presidente de la Convención hace que sea enteramente consecuente con las indicaciones del señor Piña; pero no debía hacerse así cuando éstas sean improcedentes. Se ha tomado la votación, y se aprobó el dictamen en lo general, ya se había declarado aprobado en lo general; no veo por qué motivo se pregunta de nuevo y se va a votar otra vez.

El C. presidente

La Mesa manifiesta al señor delegado Cervantes, que así lo ha ordenado, porque el señor secretario no había preguntado si el dictamen se consideraba suficientemente discutido. Por eso se resolvió en el sentido que manifestó el señor delegado Piña, por cortesía, y en virtud de que la Asamblea ha manifestado que realmente aprueba el dictamen en lo general, no tuve inconveniente, porque veo que la mayor parte de los señores delegados de la Asamblea están de acuerdo con el dictamen, y para demostrar al señor delegado Piña, como a todos en general, que se procede con estricta justicia.

El C. Piña

Muchas gracias, señor presidente.

El C. secretario

Se vuelve a preguntar a la H. Asamblea si está suficientemente discutido.

Los que estén por la afirmativa, sírvanse ponerse de pie.

Se pone a votación.

Los que estén por la afirmativa, de pie.

Aprobado en lo general. (Aplausos)

Se pone a discusión en lo particular.

(Leyó el artículo primero del dictamen) Los ciudadanos delegados que tengan la bondad de tomar parte en los debates, sírvanse inscribirse.

El C. presídente

Tiene la palabra, en pro, el ciudadano Pérez Taylor.

El C. Pérez Taylor

Señores delegados:

El criterio revolucionario de esta Asamblea, a veces parece que se ahoga en un mísero vaso de agua. Nosotros, que hemos visto el movimiento político actual revolucionario, sabemos perfectamente bien que uno de los fracasos a los cuales se debe que ni una ni otra facción revolucionaria estén perfectamente unificadas y converjan al mismo fin, es sencillamente el cúmulo de traiciones, el cúmulo de infidencias y el cúmulo de perversos especuladores que únicamente se arriman a las filas revolucionarias para medrar a costillas de ellas; por eso nosotros debemos ya poner un hasta aquí a tanta miseria revolucionaria, nos debemos portar verdaderamente enérgicos y con un carácter verdaderamente revolucionario, para evitar que estas infidencias sigan por el camino que han llevado hasta la fecha.

Del lado del constitucionalismo hay infidencias, con el carácter de personalistas; del lado de la facción convencionista también hemos visto infidencias, con el carácter de personalistas, y ni una ni otra facción han castigado con mano férrea a aquellos individuos que en el léxico vulgar se titulan coñ la palabra de traidores.

Todos actualmente, vemos también, por una circular que Alvaro Obregón publicó en la prensa asalariada y mercenaria, que hace aparecer a la Convención con el carácter de reaccionaria, y ha contestado a Federico Gamboa, que está en los Estados Unidos, diciéndole que podrían venir él y todos los suyos a la República Mexicana, únicamente con la condición de que se afilien a un bando o a otro, a efecto de llevar a cabo de una manera pronta la pacificación del país.

Si nosotros ciudadanos delegados, no castigamos, como antes dije, con mano férrea a esos traidores, aun cuando nuestras filas sean mermadas, aun cuando su número, comparado con otros sea inferior, pero que, en cambio, se habrá depurado el carácter, se habrá depurado la manera de ser de ese conglomerado moralmente revolucionario; si no castigamos, digo, a esos traidores, no habremos formado una colectividad que traiga consigo el aniquilamiento completo del enemigo, para lo cual, repito, debemos tomar medidas de carácter verdaderamente revolucionario.

El que no está en la Revolución, sencillamente es un traidor a la Causa, porque nosotros sí estamos unificados, porque la Causa Convencionista es la Causa del Pueblo, es la legal, porque es un Cuerpo Colegiado, y todos aquellos que han jurado sobre su espada sostener los preceptos que broten de este Cuerpo Colegiado y que a la hora de la lucha se quedan gozando, con la perspectiva de seguir rodeados de las comodidades de la metrópoli, aquellos individuos no podrán formar nunca conjunto homogéneo con las unidades que integren esta Convención Soberana.

Así, pues, señores delegados, yo llegaría a decir que este dictamen es determinantemente débil, suave y delicado para aquellos individuos que llevan esculpido el dicterio de traidores; así, pues, aprobado el dictamen, y, que sobre todos aquellos que se han abierto de cuerpo entero, sobre aquellos que sabemos que son nuestros enemigos, ¡caiga todo el peso de la Convención Soberana!

Hay que tener en cuenta que en la proposición también existe la válvula de seguridad para aquellos individuos que no sean culpables, pues pueden justificarse a su debido tiempo. Así es que el dictamen, que es enérgico, a la vez es justo, porque abre las puertas a aquellos compañeros que, por determinadas circunstancias, no han podido venir con nosotros, sea con el carácter de civiles, sea con el carácter de militares; esos individuos podrán reivindicarse ante esta Soberana Convención; pero aquellos que, como antes he dicho, por falta de convicciones, de ideas y de principios, han abandonado nuestras filas convencionistas, caiga sobre ellos la cuchilla filosa de la guillotina de la Revolución Convencionista. (Aplausos)

El C. presidente

Tiene la palabra, en contra, el ciudadano Samper.

El C. Samper

Ciudadanos delegados:

Al discutirse el artículo primero del dictamen, esta Asamblea, si es lógica, no podrá tomar en consideración el discurso flamante del ciudadano Pérez Taylor, porque nos ha hablado en general; toda su peroración se encierra en esto: que es necesario castigar eso; ya lo sabemos, y tan es así, que la Asamblea aprobó el dictamen en lo general, y otra prueba más es que el mismo ciudadano Pérez Taylor no pidió a esta Asamblea la aprobación del artículo primero a discusión, sino que, con su afán de generalizar, dijo: pido la aprobación del dictamen.

Debería habernos fundado la clase de castigos que se proponen, esto es: dar de baja a los individuos que hayan permanecido en México, juzgarlos por un Tribunal Militar, y, por último, habría justificado lo más interesante que tiene ese artículo, la inhabilitación por cinco años para cualquiera clase de puestos públicos.

Manifiesto a la Comisión Dictaminadora que estoy completamente de acuerdo en que todo aquel que delinca, y muy principalmente en estas épocas de lucha por la libertad, sea castigado; pero, ciudadanos delegados, tan parca ha sido la Comisión Dictaminadora al sostener el dictamen, que no nos ha dicho, y no nos dirá satisfactoriamente en qué funda esa exclusión por cinco años, de cualquier puesto público.

Enhorabuena que si los militares son los castigados, lo sean dentro del fuero militar; pero ¿en qué se apoya la Comisión Dictaminadora, ciudadanos delegados, para excluirlos de los puestos públicos, para atacar algo que pertenece a las prerrogativas civiles del ciudadano?

Ha atacado a los derechos civiles una Comisión de Guerra, nos ha venido a proponer inmiscuirnos completamente en asuntos que están fuera de su carácter, ha venido a proponernos un castigo mucho más horroroso que el de llevar a los individuos a un Consejo de Guerra, mucho más espantoso; una de las causas que más han influido en los sucesivos fracasos de la Revolución, punto aparte de las infidencias y de las ambiciones personales de los demás, ha sido la falta de hombres para integrar el Gobierno, la falta de hombres capaces de sacrificarse por cumplir con su deber, y así, ¿cómo vamos, de un golpe, a cercenarlos? Ciertamente que no serán muchos, pero debemos fijarnos en el carácter abstracto del dictamen.

Imagináos una medida de esa naturalza, imagináos que a cada momento se nos venga a proponer para los infidentes la exclusión de los derechos civiles, y habremos asesinado a la Revolución, porque desde hace tiempo estamos diciendo que vamos a hacer República, y, para nuestras finalidades, ¿vamos a quitarles a los ciudadanos sus prerrogativas más preciosas?

No, señores delegados, yo sugiero que la Comisión nos proponga las medidas más coercitivas, las más enérgicas; pero que no sean medidas de orden civil, y suplico a la misma Comisión de Guerra que las deje para casos excepcionales; si acaso, desgraciadamente, hay necesidad de aplicarlas, se aplicarán, pero si no hay esa necesidad urgente, ¿cómo la Comisión de Guerra nos propone esas medidas para individuos que, aun cuando hayan delinquido, no han dejado de ser revolucionarios?

Señores delegados: yo creo que las medidas a que me he referido, como la de exclusión de derechos por cinco años, deben quedarse únicamente para los reaccionarios y, para esto, ya hay precedente, porque se han presentado iniciativas en ese sentido. Enhorabuena que se niegue la libertad a los que renegaron de ella; pero no debe aplicarse esto en el orden civil, porque sería contra lo justo, contra la libertad, una medida de esta naturaleza, puesto que va dirigida contra individuos que, de una o de otra manera; son revolucionarios.

El C. presidente

Tiene la palabra el ciudadano Menchaca, para contestar al miembro de la Comisión.

El C. Menchaca

El señor Samper está de acuerdo en que se imponga un castigo a los militares. El militar es un empleado que sirve al Gobierno en determinada forma, y nosotros hemos visto que todos los empleados civiles que abandonan el puesto que ocupaban, sin previo consentimiento, son inhabilitados para ocupar cualquier otro puesto público, por ese solo hecho. Y si ello se hace con los civiles, ¿por qué no ha de hacerse con los' empleados militares, que tienen, además, la agravante de que el militar es un hombre de honor y debe cumplir con su deber? Con más razón debe aplicárseles el castigo mencionado, es decir, inhabilitárseles.

El C. presidente

Tiene la palabra, en pro, el ciudadano Aceves.

El C. González Cordero

En pro acaba de hablar uno de la Comisión, de modo que le toca hablar al contra.

El C. presidente

Tiene la palabra el ciudadano González Cordero.

El C. González Cordero

Me permito hacer una aclaración. Está un poco ambiguo el dictamen, ahí se trata de civiles y militares.

Respecto a los empleados civiles, recuerdo que el señor Encargado del Poder Ejecutivo dijo a los empleados públicos que si querían, vinieran a Cuernavaca y que si no estaban en libertad de quedarse en México; tan es así, que se les dejó pagada una decena, lo cual prueba que estuvieron en libertad los empleados civiles, de quedarse ahí.

Hay otro género de individuos, que son los miembros de la Convención; aquí no se habla nada, en el dictamen, respecto a los convencionistas que nos han abandonado, porque no han podido venir o porque quisieron desertar de nuestras filas.

Tenemos otro grupo, el de individuos militares; yo creo que a los militares sí se les puede aplicar parte de la pena esa, pero quiero hacer observar a ustedes que hay un caso que no está previsto en el artículo primero, y es el de aquellos individuos que no han venido a Cuernavaca, siendo militares, pero que han tomado otro derrotero; hay muchos de los nuestros, de la División del Norte, que naturalmente han buscado el calor de sus respectivas Brigadas y, en lugar de venir a Cuernavaca, se han ido a incorporar a sus respectivos Cuerpos; así es que a ésos, ¿por qué los vamos a castigar de una manera tan dura?

Yo suplico a ustedes tengan en cuenta esta observación que les hago, y dicten un acuerdo especial respecto a los Convencionistas que hayan desertado, y respecto a los miliares, conforme al fuero militar de Guerra.

El C. presidente

Tiene la palabra el ciudadano Cervantes.

El C. Cervantes

El inteligente señor delegado Samper ha pretendido argumentarnos, tachando el dictamen de deficiente, porque no incluimos en él todo un Código Penal.

Quiere que en el artículo primero de ese dictamen, figuren toda clase de castigos, y olvida el señor Samper que se trata de una medida general, que no puede contener las diversas categorías de penas; por lo cual debo decir al señor Samper que sería ilógico el acuerdo, sería prácticamente imposible pretender darle tal amplitud, cuando se desconocen las condiciones, las atenuantes o agravantes en que se ha cometido el delito de deserción.

Por otra parte, el señor González Cordero incurre en el error de hacer una mezcla entre los civiles y los militares, o, al menos, dice que no sabe si el castigo se aplica a los civiles o a los militares; y como aclaración, le digo que en la conciencia de todos está que se refiere exclusivamente al elemento militar.

El delegado Samper funda uno de sus mejor logrados ataques en la pregunta de por qué se imponen cinco años de exclusión de las funciones del Gobierno a los individuos que hayan cometido aquella falta, y tacha esa medida de más espantosa que la muerte.

Yo me voy a permitir contestar al señor delegado Samper esa afirmación con esta que tal vez parezca exagerada: en mi concepto, el individuo que teniendo una filiación política perfectamente conocida, teniendo el compromiso de un militar de honor, abandona su filiación, su espada, es un criminal; si ese individuo, por debilidad o por cobardía abandona su espada, quedándose en la capital para vivir la vida a que hacía alusión el señor Pérez Taylor, es todavía más culpable y más cobarde; yo no vacilo en decir que es mucho más acreedor al castigo y más responsable, que aquel que se lanza a otro partido a defender con su espada sus nuevas convicciones.

Finalmente, quiero someter a la consideración del señor Samper el siguiente caso de perfecta actualidad y realismo: es un hecho que en las filas del Norte, como en Torreón, se han admitido ex federales; yo no quiero ponerme a discutir esa determinación, que quizá sería digna de crítica, pero sí quiero exponer al señor González Cordero que los elementos que figuraban, tenían la mancha de haber servido conscientemente a un Gobierno de traición y de crimen; a esos elementos se les brindó la oportunidad de lavar su mancha, y si esos individuos, después de esa falta, después de ese crimen, después de que esto podria tacharse de crimen, abandonan las filas en que fueron a inscribirse por conveniencia y permanecen en la Capital, abandonando de nuevo la espada, que es la espada de honor de los militares, que el señor González Cordero nos diga qué título merecen esos individuos; el título de doblemente traidores y doblemente cobardes. Para ellos, yo pediría todo el castigo de todas las leyes. (Aplausos)

El C. González Cordero

Para una aclaración, pido la palabra.

El C. presidente

Tiene usted la palabra.

El C. González Cordero

Mi compañero el señor Cervantes, al terminar su peroración, estuvo sencillamente defendiendo el artículo segundo, que no discutimos; todos estamos de acuerdo en que los militares deben ser castigados; pero yo me permito hacerle observar que no presentó argumentos verdaderamente políticos contra lo que yo dije. Hay casos en que -y tengo la seguridad de que lo vamos a comprobar- muchos de los nuestros, no ex federales, se irían al Norte ...

El C. Cervantes

Para una aclaración.

Pido perdón a su señoría. En efecto olvidé sus argumentos; pero le voy a contestar con lo siguiente: Si el señor secretario quiere leer de nuevo el dictamen, se convencerá el señor González Cordero de que esas personalidades están comprendidas en el dictamen, porque dice que se justificarán ante un Jurado que se nombre al efecto; a los que se hayan ido al Norte, a los que hayan permanecido fieles a su bandera, no les tocará nada de esa determinación y no tendrán nada que temer.

(El ciudadano secretario leyó nuevamente el artículo primero).

El C. presidente

Tiene la palabra el ciudadano Aceves, en pro.

El C. Aceves

Señores delegados:

Es perfectamente curioso, como dijera el licenciado Soto y Gama, ver cómo en estos momentos asusta al señor Samper que vayan a quedar incluidos en un dictamen los señores civiles.

Si los civiles no tuvieran un castigo, como lo van a tener los militares, dentro de poco la Asamblea sería de puros civiles, cosa que resultaría en extremo curiosa.

Repito que debe castigarse la infidencia; y tan infidente puede ser un civil, como un militar.

A los militares, que tienen obligación de presentarse a prestar sus servicios en campaña, debe castigárseles igualmente; pero con toda especialidad a los que pertenecemos al seno de esta Honorable Convención.

Se vienen registrando infidencias que han quedado perfectamente comprobadas, y que ha tenido todo el mundo miedo de tratarlas; se ha venido presentando una larga serie de infidencias desde noviembre, hasta esta fecha, y, sin embargo, todavía nos asustamos.

Es necesario que la Asamblea tome medidas a ese respecto, necesitamos que los hombres que están aquí sean puros, enteramente entregados a su deber, y no que más tarde tengamos que lamentar más infidencias.

El C. Samper

Para una aclaración.

Hago constar al señor Aceves, que no me opuse yo a que se castigara o no a los civiles, sino a que a los militares se les impusiera una pena que no era del orden militar.

El C. presidente

Suplico al señor Soto y Gama que pase a ocupar la presidencia.

El C. Casarín

Para una interpelación. Para que tenga la bondad de decirme, por qué esa pena no es militar, puesto que se les excluye de toda clase de puestos públicos, y no solamente de pertenecer al Ejército.

Es cierto que se les da de baja en el Ejército, por indignos, pero luego pueden servir al Gobierno en un Ministerio o en otros puestos.

El C. Samper

Pido la palabra, para una última aclaración. Al referirme a la pena, he llamado la atención sobre su extensión, porque me ha parecido excesivo el número de cinco años.

El C. Montaño, en pro

Señores delegados:

Verdaderamente el dictamen ha estado en lo justo; los señores que me han precedido en el uso de la palabra lo han sostenido con verdadera lógica; de suerte que esos señores que desertaron de nuestro Ejército merecen un castigo más severo y, en consecuencia, los cinco años que se les aplica de inhabilitación para ocupar un empleo público, son justos. Pueden justificarse ante los tribunales, pero si de su conducta se desprende que han faltado a su palabra de honor, que han faltado al juramento de defender a la Patria, entonces, hasta cierto punto, esa pena de los cinco años de inhabilitación, es suave, porque, señores, sobre sus cabezas debe caer la cuchilla de la Revolución. (Aplausos)

¡Cuántos hombres, principalmente de la capital de la República y otras regiones, verdaderos especuladores, cuántos elementos gangrenados se han incrustado en las filas revolucionarias, no con otro objeto sino con el de especular, con el objeto de adquirir grados, y de no ir a pelear!

Y precisamente cuando la Patria reclama su auxilio, cuando la Patria se encuentra en peligro, cuando ven que suena la derrota, son los primeros en abandonar las filas; pero precisamente los que abandonan las filas, son los soldados de última hora, son los hombres de última hora, que no vienen más que en pos del medro personal. Debemos entender que los revolucionarios de conciencia, que los revolucionarios de principios, que no son personalistas, jamás abandonan las filas, siempre se mantienen con la bandera de principios en la mano y son capaces de que les sirva de mortaja esa bandera.

En consecuencia, señores delegados, yo opto por que se apruebe el artículo a discusión, porque ese artículo está verdaderamente justo, desde el momento en que van a demostrar su conducta ante un Tribunal; de otra manera, si no se les exigieran responsabilidades, acabarían con nosotros esos elementos corrompidos, que vienen al seno de la Revolución a especular; esos elementos, repito, necesitamos extirparlos, pulverizarlos, y necesitamos, señores, que caiga la guillotina de la Revolución sobre sus cabezas; porque si no, en lo sucesivo tendremos esos elementos en el seno de la Revolución, y cuando vean que el abismo se encuentra a sus pies, cuando vean que la causa de la Revolución peligra, serán los primeros en abandonarnos, como nos han abandonado en la capital de la República.

Desde 1910, señores, permitidme que os lo diga, cuando principiamos la Revolución, muchos de esos elementos, que sólo vienen a medrar a la sombra de la bandera revolucionaria, positivos bandidos, salvajes que no tienen conciencia de la sangre que se derrama por la Patria, ni tienen conciencia de la bandera de la Justicia que enarbola el pueblo; esos elementos, señores, desde 1910 vinieron a incrustarse en nuestras filas; cuando comprendieron que nuestros principios no prosperaban, nos abandonaron.

Cuando el cuartelazo que se dio al señor Madero, entonces, señores, muchos se agregaron a nuestras filas, y cuando vieron que nuestros sacrificios se reforzaban, cuando vieron que la lucha verdaderamente se prolongaba, no tuvieron suficiente espíritu, ni tuvieron suficiente valor para empuñar las armas contra Huerta, y fueron los primeros en abandonarnos; cuando Carranza vino a la capital de la RepÚblica volvieron a ella de nuevo esos elementos dañados, con toda clase de grados, ostentando galones en el sombrero; y esos señores, permitidme que os lo diga, pues tengo informes en todos sentidos respecto de ellos, esos revolucionarios de última hora, son los primeros que han vuelto las espaldas a la Revolución, han desertado de nuestras filas para convertirse en iscariotes.

Por lo mismo, señores, yo creo que nosotros debemos escarmentar a esos traidores, creo que el pueblo y la Revolución deben unirse, a fin de aplastar para siempre a los elementos dañados, para que en lo sucesivo no haya traidores, para que la Patria se levante muy alta. (Aplausos)

El C. Marines Valero

Yo soy partidario de que se castigue a los traidores a los principios, y no de que se castigue a los traidores a las personas; hago la distinción aquí, en este caso, entre los traidores a las personas y los traidores a los principios.

Nosotros no podríamos demostrar que por el simple hecho de haberse quedado una persona en la ciudad de México, deja de ser defensora de la causa revolucionaria, porque esto sería el mayor disparate que cometeríamos en toda nuestra vida revolucionaria; y digo que sería el mayor disparate, porque hay muchos motivos que han obligado a muchas personas a quedarse en la capital; vamos a ver cuáles son; prímero, se nos estuvo diciendo siempre ...

El C. Menchaca (interrumpiendo)

Pido la palabra para una moción de orden.

El C. Marines (continuando)

Se nos estuvo diciendo que había muchos elementos con que detener al enemigo, que no había peligro; al grado de que casi todos creíamos que el enemigo no llegaría a la ciudad de México, y, aún en la última hora, lo único que vimos fue que solamente los que concurrímos a la última sesión verificada en la capital, tuvimos noticia de la retirada, y que no se tomaron providencias para comunicar a todos los elementos que con nosotros estaban, que nos íbamos a retirar; la prueba es que aquí está entre nosotros, y que últimamente vino un individuo de los que son hombres, de los que se han metido a los balazos, de quien no podemos dudar, y dice que no se vino con nosotros, porque nada supo respecto de la salida; así es que en el mismo caso pueden estar otros muchos que se quedaron en la ciudad de México, y a ello, ya sé que se me va a contestar que para eso va a haber un Tribunal después, ante el que justifiquen que se quedaron por una u otra causa. Chistoso sería que un individuo que se haya quedado escondido fuera a tener testigos de por qué se quedó; al contrario, tratará de no tener testigos, y, por otra parte, en todo caso, ese individuo habrá sido infidente a las personas.

Nosotros cometemos el gravísimo error de confundir la causa que nosotros defendemos, con nosotros mismos; pues no, señores, puede algún individuo, infidente a nosotros, no ser infidente a la causa; y digo puede ser infidente a nosotros, por muchas razones, porque hay mucho podrido en Dinamarca, que se podría citar; alguien, por ejemplo, que dijera: Yo no quiero ir allá, porque Fulano de Tal, que se considera tan partidario de los principios, es un ladrón, o alguna otra cosa; así es que, en ese caso, ese individuo sería infidente a las personas y no a los principios, y yo creo que vamos a cometer un gravísimo delito considerando infidente a una causa a aquel que nada más no se vino con nosotros.

Pues no, señores; para ser infidente a una causa, se necesita haber renegado de esa causa, haberse ido al bando contrario y el bando contrario no existe, porque tanto el bando de Carranza, como el bando nuestro, como el otro, defienden la causa del pueblo; lo único que sucede es que hay diferencias respecto al modo; pero, en realidad, tan revolucionarios son aquéllos como éstos.

Al que consideramos infidente, pudo haberse quedado escondido y, en ese caso, no porque se quedó escondido y, no porque no le avisaron, ya por eso vamos a cometer el gravísimo error de decir: este individuo es infidente a la causa, cuando puede haber indivíduos que han tirado más balazos que la mayor parte de los que estamos aquí; sí, señores, que se han metido de veras a los balazos, defendiendo esa causa; que, por un motivo o por el otro, cuando acordaron, ya habían caído en la ratonera, que estaba en México, y ¿los vamos a declarar infidentes tan sólo porque no se fueron a Xochimilco y de allí no se vinieron a pie? (Siseos)

A pesar de los silbidos, que no son más que el lenguaje de los dos animales más infelices de la creación, la víbora por rastrera y el ganso por imbécil, a pesar de eso, tengo razón. (Risas y aplausos)

¿Vamos a cometer, decía yo, el gravísimo error de considerar infidente a un individuo, porque no se vino montado en su yegua con nosotros?

No, señores. Vamos a demostrar que esos individuos ya no defienden la causa, vamos a demostrar que no son partidarios del pueblo, que son partidarios de Huerta, que son partidarios de la Dictadura y, ¡sólo entonces tendremos el derecho de borrar sus nombres del Ejército!; pero, entre tanto, sean revolucionarios de los honrados; si no queremos que a cada paso todo el mundo nos censure, no debemos aplicarles esa palabra de traidores.

Y hay otra razón. Nosotros queremos ganar satélites a balazos, ¡qué disparate más grande! ¡Se combate al enemigo con razones, con argumentos, que nuestra causa es tan bella como una mañana de primavera, que nuestra causa ofrece mirajes de bienandanza para el porvenir, y no se le convence quitándole el bienestar de su familia!

No, señores; apareceríamos lo más ruin tratando de ganar prosélitos de esa manera; no, señores, los hombres que tienen conciencia no olvidan jamás que las grandes causas, como la causa nuestra, nunca han ganado prosélitos a balazos, ni con la cuchilla de la Revolución, como tantas veces se nos repite. (Aplausos)

El C. Pérez Taylor

Señores delegados:

El ciudadano delegado Marines Valero, con acrisolada honradez, ha puesto el dedo sobre la llaga; la Revolución actual la ha definido a maravilla, distinguiendo aquellos que siguen a las personas y se titulan personalistas, de aquellos que siguen los principios de la Revolución. En la vida actual existen las dos falanges perfectamente definidas, la personalista, que sigue al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos Mexicanos, y ahora Jefe Supremo de la Revolución, y la que encarna los principios de la Revolución, representada por la Soberana Convención Revolucionaria; son dos falanges enteramente distintas, la falange carrancista y la falange convencionista; ésta no está en los momentos actuales definida más que por las traiciones, más que por las infamias y más que por las infidencias.

Ciudadanos delegados:

Es necesario poner coto, poner fin a tantos miserables que, como antes dije, únicamente se afilian a las filas revolucionarias para medrar a costillas de ellas y después, cuando ven que del lado contrario comienzan los resplandores del triunfo, abandonan la causa de los principios y van a añadirse a las filas personalistas del ciudadano Venustiano Carranza.

Les consta a todos los ciudadanos delegados que estuvieron en Aguascalientes si hubo o no principios; ahí el Plan de Ayala fue aprobado por los ciudadanos Villarreal, Gutiérrez, Obregón y demás secuaces y, no obstante que hubo principios en el Plan de Ayala, a la hora en que don Venustiano Carranza lanzó el grito de guerra diciendo: venid a mí todos los que sois mis adictos, aquellos ciudadanos que habían jurado trabajar y luchar por el cumplimiento del Plan de Ayala y del Programa de Gobierno que surgiera de la Convención de Aguascalientes, al grito del amo, fueron a poner sus espadas mercenarias a beneficio de la causa constitucionalista. (Aplausos)

Se viene aquí a hablar, ciudadanos delegados, de que todos aquellos compañeros que se quedaron en la metrópoli no tuvieron aviso de que la Convención se trasladaba a Cuernavaca; ahí está El Monitor con letras grandes diciendo: La Convención Revolucionaria se traslada a Cuernavaca, ahí está La Opinión diciendo con grandes encabezados que la Convención Revolucionaria se trasladaba a Cuernavaca. Ahí está también el sentimiento público, desde quince días antes de que abandonáramos la capital, que por doquiera decía que ya la Convención se trasladaría a Cuernavaca y el ciudadano Montaño hizo declaraciones diciendo que la Convención no se trasladaría aún a esta fecunda, hermosa y exuberante población.

Así, pues, ciudadanos delegados, ¿para qué venir con sofismas diciendo que aquéllos no lo supieron?, ¿para qué venir con prejuicios diciendo que aquéllos no lo supieron?; todavia después de que nos pasamos a esta hermosa población, a los tres días, hacía Alvaro Obregón su entrada, no tan triunfante como él creyó, a la ciudad de M€xico; así es que no cabe el sofisma de decir que esos individuos no vinieron aquí, a ponerse a las órdenes de la Convención, porque lo ignoraban; estamos, pues, ciudadanos delegados, en el momento crítico de obrar de una manera enérgica, para definir, de una vez por todas, nuestra actitud; si comenzamos por poner bandera blanca a todos los que nos han traicionado, no sólo habrá carrancistas, sino que habrá gutierristas, zapatistas y no sé, pero tal vez hasta valeristas y montañistas, como ejemplos de personalismos; si no matamos a cuchillo y de una vez por todas a los traidores, si no designamos quiénes son los que están por los principios, por la Revolución, y quiénes los que están por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos Mexicanos y ahora Jefe Supremo de la Revolución, don Venustiano Carranza. (Risas y aplausos)

El C. Samper

Para una moción de orden.

Suplico respetuosamente a la Mesa, se sirva exhortar a los ciudadanos que toman parte en el debate, a que se concreten exclusivamente al punto a discusión, porque el señor Pérez Taylor se salió de él; que se concrete a la pena que señala el artículo que está a discusión.

El C. presidente

La presidencia cree que el señor Pérez Taylor no se salió del debate.

El C. Casta (en contra)

Debo hacer observar que se cometieron dos anomalías: la primera consistió en que hablaron seguidamente dos oradores en pro, el señor Aceves y el señor Montaño, y la segunda, que después habló el señor Marines, no obstante que estaba yo inscrito antes. Paso ahora, aunque sin los tamaños necesarios para argumentar, según el doctor Menchaca, a hacer lo posible por conseguirlo.

Yo no estuve de acuerdo con este dictamen en lo general, porque, a pesar de las palabras vibrantes del señor Pérez Taylor y del señor Montaño, respecto al castigo que debe imponerse a los que no vinieron con nosotros, considero que esos discursos nada más fueron para atraerse a la Asamblea, para conquistar aplausos, porque a pesar de que estuvo a discusión en lo particular el artículo primero, hablaron en términos generales; pero refiriéndome, ya que se aprobó en lo general este dictamen, al artículo primero, voy a hablar de él en lo particular dirigiéndome principalmente al señor doctor Menchaca, que se alaba de argumentista y que ha hecho o ha ayudado a hacer ese artículo, de la manera más mal hecha. (Risas)

En primer lugar, nos dice el artículo ese que todos los militares que no hayan venido a esta plaza. Primer punto malo.

Así es que todos los que se hayan ido a otras partes, tendrán que sufrir el castigo que impone el articulito, porque claro dice: a esta plaza.

Además, dice que se establecerá un Tribunal para conocer de los procesos de los que no vinieron a esta plaza y (vuelvo a criticar a la Comisión), creo que hay tribunales militares que pueden conocer, en general, de los procesos que se instruyan, no solamente a los que no hayan venido a esta plaza, sino a todos los demás infidentes; así es que nada más concretan el punto a nuestra salida de México.

Y no tocaré el punto a que aludió el señor Marines Valero, porque ya lo dijo y no quiero entrar en repeticiones; pero, ya que se aprobó en lo general ese dictamen, que siquiera los señores de la Comisión presenten un artículo un poco más concreto; que presente la Comisión un artículo más especificado; esto da origen a una ley bastante extensa, que no verse exclusivamente sobre los que no vinieron aquí; por tal concepto, pido que la Asamblea no se fije exclusivamente en que se castigue, en que se corten cabezas, pido que se fije también en lo que va a aprobar.

El C. Menchaca

Pido la palabra para una aclaración.

El C. presidente

Va a preguntar la Secretaría si está suficientemente discutido el punto.

El C. secretario

La Mesa, por conducto de la Secretaría, pregunta a esta H. Asamblea si considera suficientemente discutido el artículo.

Los ciudadanos delegados que estén por la afirmativa, sírvanse ponerse de pie.

Suficientemente discutido.

En votación económica se pregunta a la H. Asamblea si se aprueba el artículo primero.

Los ciudadanos delegados que lo aprueben, sírvanse ponerse de pie.

Aprobado.

Se pone a discusión el artículo segundo, que dice: (Lo leyó)

El C. secretario

Está a discusión. Sírvanse pasar los oradores que quieran hacer uso de la palabra, en pro o en contra.

¿No hay quién quiera hacer uso de la palabra?

En vista de que ningún ciudadano delegado pasa a inscribirse, ni en pro ni en contra ...

El C. Piña

Pido la palabra en contra.

El C. presidente

Tiene la palabra el ciudadano Piña.

El C. Piña

Señores delegados:

Yo me había inscrito oportunamente en el contra, pero el señor presidente, por razón de que esta Asamblea declaró antes que estaba el punto suficientemente discutido, no me concedió el uso de la palabra; por lo tanto, no me ocuparé del artículo primero, puesto que ya está aprobado, y me concretaré al segundo, manifestando que sólo encuentro como inconveniente en él, el hecho de que se califique de traidores a los que sirven en las filas de los disidentes.

Quizá a muchos les parezca extraño que yo les manifieste mi inconformidad, la crítica que hago de esta palabra, pero es que yo creo que sólo debe aplicarse el estigma de traidores a los que conspiran contra los intereses de la Patria; los que militan en un bando y se pasan a otro son, sencillamente, infidentes, disidentes; pero no traidores.

Ruego a la Asamblea que se fije en esta circunstancia, porque, repito, son traidores los que traicionan a la Patria, pero no los disidentes.

El C. Cervantes

Yo también, señor Delegado Piña, voy a hacerle una explicación; tendría muchos argumentos con qué contestar a los delegados que han hecho uso de la palabra en contra; pero me voy a limitar, puesto que ya se terminó la discusión del artículo anterior, a contestar al señor Piña por lo que respecta a la palabra traidor, diciéndole que militarmente se comete el delito de traición cuando un militar se pasa al bando enemigo; el que comete esto, es traidor, militarmente traidor, y no se dice, como él mismo se lo explica, traidor a la Patria; de manera que creo que el término es justo.

El C. presidente

Tiene la palabra en contra el ciudadano Pérez Taylor.

El C. Pérez Taylor

El ciudadano delegado Piña acertó perfectamente el término y lo voy a demostrar; en medio de esta desorientación política que nos invade, cuando de un lado dicen tener la panacea maravillosa de la Revolución, de otro lado dicen tener la piedra filosofal de la Revolución; de un lado dicen haber resuelto maravillosamente la Cuestión Agraria, de otro lado se predica la nacionalización de los bienes de los enemigos de la Revolución; donde por un lado se decreta la ley del divorcio, donde por otro lado también vamos a decretar la ley del divorcio, y así sucesivamente, una especie de competencia revolucionaria, yo creo que no cabe aquí el término de llamar traidores a los revolucionarios que no piensen dentro del criterio revolucionario de esta Convención.

El mismo Voltaire, señores delegados, ha dicho: hay más diferencia en cerebros que en rostros.

Creen muchos, de buena fe, que la Revolución predicada por Venustiano Carranza, es la verdadera; y nosotros estamos perfectamente seguros de que la Revolución predicada por la Convención Revolucionaria, es la verdadera; así, pues ellos nos llaman a nosotros reaccionarios, nosotros los llamamos a ellos infidentes, pero nunca traidores, porque tanto ellos como nosotros tenemos la mira puesta en la Revolución, en llevar a efecto, a la práctica, los principios revolucionarios emanados del sentir general del pueblo y no seremos nunca traidores a la Patria.

También estoy de acuerdo con el señor delegado Piña en que cuando dos facciones revolucionarias riñen, no por eso deben considerarse mutuamente traidoras, pues este dicterio únicamente cabe para aquellos que traicionan, de una manera directa o indirecta, los intereses generales de la Patria.

Así, pues, ciudadanos delegados, ya que nosotros, en nuestro espíritu amplio y verdaderamente revolucionario, tratamos de que, a la larga, el final de esta Revolución, de esta guerra infame, sea la unificación revolucionaria, debemos evitar llamar los con epítetos denigrantes, a fin de comenzar nuestra labor de unificación revolucionaria, nuestra labor grande, la única que salvará al país que se encuentra en perfecta agonía; no lancemos dicterios al enemigo, sino digámosle: tú, en los momentos actuales, no estás encauzado en los verdaderos principios de la Revolución, no eres traidor a la Revolución, porque también te preocupas por el bien del pueblo; sea, pues, tu dicterio el único posible, el de infidente; pero nunca el de traidor. (Aplausos)

El C. Menchaca

Con el criterio que juzga el señor Pérez Taylor, voy a citar este hecho: aquí se trata del vocablo traidor aplicado a los militares, es decir, al que dé su palabra de honor para defender cierta causa y no cumple con ella. Por esta misma razón llamamos a Huerta traidor, porque no cumplió con su deber; por esta misma razón a los militares debe aplicarse el propio dicterio, el término traidor.

El C. Montaño

Señores delegados:

Verdaderamente que a los que han desertado de nuestras filas, no se les puede dar otro título que el de traidores, traidores a los principios revolucionarios que han jurado, porque debemos advertir: que, en la actualidad, casi generalmente se reconocen dos partidos el de la Convención y el carrancista, cuya bandera solamente se condensa en Carranza y esto lo manifiesta de una manera clara el Plan de Guadalupe. Desde el momento en que los individuos de que se trata en este debate juraron todos los principios que nosotros defendemos, desde el momento en que, de una manera solemne, pactaron con nosotros defender los mismos principios, creo que estamos en lo justo al calificarlos de traidores, no sólo de traidores a la Patria, sino de traidores a los principios de la Revolución.

Se acaba de decir que Carranza tiene tendencias, que tiene principios; pero yo llamo la atención del señor Pérez Taylor para que se fije en la última declaración que ha hecho, y que casi nos lo descubre como monarca. De suerte que el sistema de perdón, de reconciliación que se quiere ensayar, ha sido fatal.

Yo no reconozco como revolucionario al que trata de imponerse a la misma Revolución, al que trata de imponerse al pueblo, porque la Soberana es la Revolución, que aquí está debidamente representada por la Convención, no por Carranza, no por la simple figura de ese fetiche perfectamente calcado en el molde de los déspotas; esa figura está completamente vacía de principios, así es que los que la siguen son netamente personalistas y, aunque nos prediquen, como están predicando a los ilusos, para engañar a la Patria, no nos debemos dejar engañar, y sólo merecen el desprecio los que dieron el timo del Plan de Guadalupe, porque ofrecen la conquista de los principios constitucionales y no tienen más Constitución que su organismo personal (risas), porque esa Constitución la han desgarrado. (Aplausos)

Los que roban al pueblo, los que pisotean las garantías del pueblo, los que no respetan los Derechos del Hombre, los que ponen un letrero en la frente de los que ajustician, señores, esos hombres no merecen el título de ciudadanos, esos son salvajes. (Aplausos)

Es mi opinión que no debemos nunca pactar con el enemigo; porque el sistema de perdón, señores, es muy sublime, pero cuando se trata de persona a persona, es la aplicación de la doctrina predicada por el Mártir del Gólgota, que verdaderamente no puede ser más noble; pero nosotros queremos ensayar un sistema que no sea el del perdón, porque ese sistema de perdón, señores, ha perjudicado a la Patria, ha abierto nuevas heridas al seno de la Patria, para desgarrarla y hacer manar sangre; y si no, allí está el gran Juárez, señores, que no quiso ensayar el sistema de perdón, haciendo temblar a los monarcas y a todas aquellas testas coronadas que se creían intocables, y Juárez dio una lección al mundo, con la justicia en la mano, y la cuchilla de la justicia cayó sobre todos los traidores y cayó sobre el hombre que se creia intocable, el monarca real, el Maximiliano Primero; de suerte, señores, que nosotros debemos hacer caer la cuchilla de la justicia sobre esos traidores infames que toman el nombre de la Patria, esos traidores que realmente lo son, porque han traicionado a su Patria desde el momento en que protestaron y juraron acatar los acuerdos de esta H. Convención y desertan ahora, y, si son militares, buscan una cueva donde estar seguros y se dicen que han esperado mucho; pero yo no entiendo cómo es el valor de esos señores militares, yo no entiendo dónde está su entereza, su espíritu, puesto que se esconden en los momentos en que más los necesita la Patria, en los momentos en que deben decir al pueblo: aquí está mi sangre, aquí está mi vida, para afrontar contigo la suerte que te toque.

En ese concepto, señores, yo creo que esos hombres son más que traidores todavía, y que, desde el momento en que han venido al seno de la Convención a jurar y a protestar que iban a cumplir con los acuerdos de ella, desde el momento en que se afiliaron al bando nuestro, al bloque, al Evangelio que nosotros estamos predicando; en ese concepto, señores, si se quedaron ocultos en la ciudad de México, y no salieron para encararse con el enemigo, esos hombres son indignos de pertenecer al Ejército, porque les falta la mejor materia prima: el valor. (Aplausos)

Por tal motivo, señores, no vaciléis ni un momento; que el castigo, que la mano del pueblo, que la mano de la Convención, caiga sobre la cabeza de los traidores, de esos tímidos de última hora, de esos convenencieros que hoy invocan a Carranza y mañana vienen de nuevo a pedir que se les conceda perdón, cuando nosotros debemos imponerles un castigo ejemplar; nosotros no debemos vacilar en expedir un decreto terrible, si es que en lo sucesivo no queréis más traidores, si es que en lo sucesivo queréis que la Revolución se purifique, para que, ya purificada, se ciña la frente de la Patria con la verdadera corona de la gloria. (Aplausos)

El C. Méndez

Señores delegados:

Lamento tener que hablar en contra del señor Montaño, que lo ha hecho en pro del artículo a debate. En él se explica perfectamente que, como luchador viejo por el Plan de Ayala, vea con muy malos ojos a alguien que se haya afiliado e inscrito en ese Plan, cuyo nombre ya es histórico, y llegue a voltear las espaldas a esa bandera, yéndose a afiliar a otras huestes, aunque también sean revolucionarias; pero nosotros, que hemos podido apreciar los actos de unos y otros, no podemos y no debemos aceptar que se titule de una manera tan dura y tan severa a esos individuos, de los que estoy seguro que muchos de ellos son engañados, y engañados de buena fe.

No se vaya a creer que yo soy partidario ni de unos, ni de otros, soy partidario de la Revolución, soy revolucionario; para mí, los nombres de zapatistas, villistas y carrancistas deberían desaparecer, en honor de la Revolución misma, aunque comprendo que esto no es posible por ahora.

No estará de más que señale dos actos completamente inéditos en distintos partidos. A la entrada del llamado Ejército Carrancista a la capital de la República, el primer decreto que se dio fue el de fusilar a todo aquel que interrumpiera o trastornara el orden público, y, con ese pretexto, se fusiló a un infeliz que no había hecho más que pretender robar un reloj, y a otro que se fue con una pieza de pan, que porque no había cambio, se lo llevó sin pagar; ese también fue fusilado y, si mal no recuerdo, pertenecía a las mismas fuerzas de Alvaro Obregón; algunos compañeros y yo, fuimos a protestar ante el propio Alvaro Obregón, en persona, contra sus actos, pidiendo que se castigara a los grandes ladrones y no a los pequeños, que en general eran unos desgraciados. No se nos hizo caso, y las huestes de Alvaro Obregón, más tarde, se aprovecharon de las casas de sus enemigos personales; para ellos no hubo castigo.

Pasaron los acontecimientos, y cuando las huestes zapatistas llegaron a la capital de la República, en combinación con las huestes del Norte, uno de los primeros actos fue poner de Secretario de Gobierno a un señor Icaza, que es un perfecto conservador, o, mejor dicho, un reaccionario, un individuo al que se le había echado de las filas constitucionalistas, porque no pudo justificar la manera cómo había empleado algunos fondos, la inversión de ellos; este individuo fue a ocupar un puesto de mucha importancia; pues bien, en seguida salió un decreto idéntico completamente a aquél, diciendo que serían pasados por las armas todos aquellos que robaran cualquier cosa, y vino el triste espectáculo de que muchos zapatistas, que se habían batido cuatro años, llegaban a la capital de la República y tuvieron que mendigar un mendrugo, porque no tenían sueldo y no tenían qué comer.

Estos hechos, señores, son los que han dado lugar, y no sin razón, a llamar reaccionarios, conservadores y poco revolucionarios, a algunos actos de esta Convención; así, pues, esperemos, como decía el compañero Pérez Taylor, a que mañana o pasado, cuando las circunstancias lo permitan, se puedan borrar, para orgullo de la Revolución, los nombres de carrancistas, villistas y zapatistas y se fundan en un solo espíritu; ¿para qué vamos desde ahora a tener esa dificultad de llamarlos traidores? No tenemos la seguridad de que todos lo sean, como no podemos tenerla tampoco de que todos los que estamos aquí somos completamente honrados.

El señor Cervantes decía, y con justicia, un día, en un brillantísimo discurso, que fui de los primeros en aplaudirle, sobre todo por la forma elocuente y bien presentada, que había tantas estrellas en el cielo de Cuernavaca, que se podía formar una nueva vía láctea. El señor Cervantes decía perfectamente, y muchos de los que ahora lucen las tres estrellas y que en el Ejército se llaman coroneles, yo los conocí en el mes de marzo a las órdenes de Victoriano Huerta. (Aplausos)

Por eso no debemos ser intransigentes con los revolucionarios; el que es intransigente, generalmente es aquel que está perdido; Huerta y todos han expedido la Ley Marcial cuando no han tenido salvación y se han encontrado en el extremo del miedo; por eso no conviene que seamos intransigentes con ellos. En buena hora que se les juzgue, que se les llame a cuentas como infidentes, pero no que se les castigue con el estigma de traidores, porque no hay seguridad de que efectivamente lo sean; muchos podrá haber, verdaderamente revolucionarios, pero que por compromisos de amistad, consideraciones de conveniencia y compromisos de otro género, no pudieron venir.

El anhelo de la Convención debe ser formar una gran Asamblea, abrir los brazos a todos, que en las puertas de aquí se quiten calificativos infamantes, que únicamente quede el calificativo de revolucionarios, y a eso debemos aspirar, porque a balazos jamás llegaremos a imponernos a los carrancistas; hay que ver las cosas como son; jamás llegará la Revolución, con otros medios, al fin que se desea. (Aplausos)

Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesSesión del 13 de febrero de 1915 Segunda parte de la sesión del 15 de febrero de 1915Biblioteca Virtual Antorcha