Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera Fuentes | Primera parte de la sesión del 27 de febrero de 1915 | Biblioteca Virtual Antorcha |
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CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA
Compilador: Florencio Barrera Fuentes
SESIÓN DEL 27 DE FEBRERO DE 1915 CELEBRADA EN CUERNAVACA, MORELOS
Segunda parte
Presidencia del C. Delegado Otilio Montaño
El C. Quevedo
Voy a hacer una aclaración.
Dice el dictamen lo siguiente: (Leyó)
En estos momentos estoy viendo el artículo transitorio a que se refiere el artículo segundo, y encuentro que hay contradicción entre lo prevenido por uno y otro artículo. El artículo transitorio dice:
TRANSITORIO
Unico.
El Ejecutivo someterá desde luego a la ratificación de la Soberana Convención, el nombramiento de los actuales Secretarios de Estado, quienes, una vez admitidos, protestarán desde luego ante el encargado de dicho poder, como Ministros, y el mismo Ejecutivo nombrará a los que falten para integrar el Gabinete dentro de los ocho días siguientes a la fecha de la promulgación de esta ley, a la cual quedan sujetos los actuales miembros del Poder Ejecutivo y cualesquiera otros funcionarios que los substituyan dentro del período preconstitucional.
En el artículo que acabamos de aprobar, se dice:
El Presidente Provisional de la República durará en su encargo hasta el 31 de diciembre del año en curso, y entregará el poder al día siguiente, al Presidente Constitucional que resulte electo, conforme a la convocatoria que, en su oportunidad, expida la Convención.
Términos en los cuales no cabe la confusión a que alude en su citado oficio, por lo que deberá proceder a la promulgación de la citada ley, por bando solemne, dentro de cinco días a contar de esta fecha.
Esos cinco días se refieren a la promulgación del decreto y los ocho días que se conceden al Ejecutivo por el artículo segundo, deben comenzar a contarse desde la fecha de la promulgación; en consecuencia, pido permiso para modificar en ese sentido el artículo a discusión.
El C. secretario Ramírez Wiella
La Mesa, por conducto de la Secretaría, pregunta a esta H. Asamblea si está conforme en que la Comisión modifique el artículo a discusión, en el sentido indicado por el señor Quevedo.
Los que estén por la afirmativa sírvanse ponerse de pie.
Aprobado, que se modifique el artículo a discusíón. (Una voz: Moción de orden. Estamos perdiendo el tiempo)
El C. Soto y Gama:
Efectivamente, estamos perdiendo el tiempo. Yo me permito proponer que mientras la Comisión modifica el artículo segundo, se discuta el tercero.
El C. secretario Wiella
Se pone a discusión el punto tercero. (Voces: ¡No, no!) (Desorden, campanilla)
El C. Quevedo
Un momento, señores.
El C. secretario
El artículo segundo, modificado por la Comisión, dice:
II. Dígase al mismo ciudadano Encargado del Poder Ejecutivo, que en vista de que la República debe comenzar a disfrutar, a la mayor brevedad posible, de las ventajas que ofrece la implantación del régimen parlamentario, el término de ocho días a que se refiere el artículo transitorio de dicha ley y que se le concede para integrar su Gabinete y proponer el nombramiento de sus Ministros a la ratificación de la Convención, comenzará a contarse desde la fecha de la promulgación a que se refiere el artículo anterior.
(Voces: ¡Muy bien!) (Aplausos)
El C. Orozco
Pido la palabra en contra.
El C. presidente
Tiene la palabra en pro el ciudadano Quevedo.
El C. Quevedo
Según un artículo del Reglamento, ya aprobado, debe comenzarse por el contra.
El C. presidente
Tiene usted razón. Tiene la palabra en contra el ciudadano Orozco.
El C. Orozco
Como la diferencia es de cinco días y no queremos que se agrien los ánimos, estoy conforme siempre que se me asegure que sólo se trata de cinco días y que esto no significa obstrucción o mala fe. En estos momentos el señor Lic. Soto y Gama aclara mis dudas, y quedo convencido de que sólo se trata de cinco días ... (Voces: ¡A votar, a votar!)
El C. Orozco
Estoy perfectamente satisfecho, señores delegados. (Aplausos)
El C. secretario Wiella
La Mesa, por conducto de la Secretaría, pregunta si la Asamblea considera suficientemente discutido el punto.
Los que estén por la afirmativa sírvanse ponerse de pie.
Suficientemente discutido.
En votación económica se pregunta si se aprueba.
Los que estén por la afirmativa sírvanse ponerse de pie.
Aprobado.
Está a discusión el punto tercero, que dice:
III. Dígase al mismo ciudadano Presidente de la Convención, en funciones de Poder Ejecutivo, que en lo sucesivo no podrá demorar la publicación y promulgación de las leyes y decretos de la Asamblea, ni el cumplimiento de sus acuerdos, por ningún motivo, pues la Convención declara que el Presidente de la República o Encargado del Poder Ejecutivo, no gozan del privilegio del veto, ni aun con el carácter suspensivo.
El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Cervantes, en contra.
El C. Cervantes
Suplico a usted que se sirva imponer el orden. (Risas, campanilla)
El C. Cervantes
Señores delegados:
Si no fuera porque considero de toda buena fe a los señores dictaminadores, yo no vacilaría en creer, o por lo menos en suponer, basado en antecedentes, que este dictamen había sido rigurosamente inspirado por ideas del señor Soto y Gama; en efecto, el señor Soto y Gama, en las diversas ocasiones en que se ha expresado a ese respecto, incurre en el error, muy común, de pensar que parlamentarismo y veto son dos cosas enteramente antagónicas, y voy a demostrar con hechos y con razones, que, muy por el contrario, son dos cosas perfectamente ligables, de hecho.
Pero no quiero dejar de advertir también qUe he descubierto en el ánimo del señor Borrego y en el de varios compañeros más, la misma idea errónea; y es lastimoso que el señor Lic. Borrego, en su calidad de abogado y como representante del Encargado del Ejecutivo, venga a hacer una mala defensa o venga a hablar en contra de los intereses de ese Encargado, a quien tiene el deber moral de defender.
Al afirmar esto, lo hago recogiendo las frases del señor Lic. Borrego, que dijo en su peroración de hace un momento, que la negación del veto al Presidente era consecuencia natural del parlamentarismo; y yo debo decirle al señor Lic. Borrego que no sólo no es consecuencia, sino que desde que surgió el establecimiento del parlamentarismo surgió también la concesión y la existencia del veto; y no quiero parar mientes en otras afirmaciones erróneas del señor Lic. Borrego, tales como algunas que constituyen frases hermosas, pero sin sentido, y que se concretan a decir que el futuro Encargado del Poder Ejecutivo reinará pero no gobernará.
Confieso ingenuamente que esto no lo entiendo, y voy a entrar en materia.
El veto se e3tableció para los monarcas, como una de las facultades que les quedaban después de haber sido despojados sucesivamente por el Poder Legislativo, de todas sus prerrogativas y de todas sus facultades.
El veto quiere decir negativa, quiere decir, evitar en lo absoluto una determinación de la Asamblea Legislativa que no sea conveniente a los intereses generales; y por un error ideológico, de palabras, se ha venido a admitir la configuración de frases, estableciendo el veto llamado absoluto y el veto llamado suspensivo.
No quiero hablar del veto absoluto, del que soy refractario y que no seria punto a discusión, y del que nos da ejemplo el Gobierno de Inglaterra; pero sí voy a hacer hincapié en el veto suspensivo, que propiamente hablando no es un veto, no es más que una manifestación de lo que podíamos llamar Poder Ejecutivo, para hacer parar mientes a una Asamblea Legislativa, sobre los inconvenientes que podría tener la aplicación de una ley que ella hubiese decretado.
Es evidente que el Ejecutivo debe tener una determinada responsabilidad y una determinada personalidad. Yo no podré aceptar nunca, como lo pretenden los señores delegados, que el Representante del Poder Ejecutívo sea un monigote; siempre creeré que es un hombre a quien el voto de una Asamblea Legislativa o del pueblo, que es perfectamente respetable, lo eligió en vista de múltiples y reconocidas cualidades, porque seguramente que este puesto, como el primero de la República en responsabilidad y consideraciones, y que de hecho suponemos nosotros, los demócratas, que sólo debe concederse a un individuo que reúna un cúmulo de cualidades que constituyen supremacía en el sentido de aptitud para gobernar, de energía, etc., etc., en ese concepto yo no puedo concebir que al Ejecutivo se le supriman todo género de facultades y no se convierta más que en un empleado, en un instrumento de las decisiones de una Asamblea.
Con el establecimiento del parlamentarismo vamos, poco a poco, haciendo lo que toda Asamblea Revolucionaria ha hecho, y es que pretendemos arrogarnos toda clase de facultades y taxativas y ser los únicos qUe gobernemos y poseamos la verdad suprema; dígalo si no la actitud del señor Orozco, quien con un apasionamiento muy explicable en su juventud pero no en su talento, nos viene a afirmar con los puños cerrados, con los puños unidos, en señal de que pone en sus palabras todo su corazón, pero muy poco cerebro, que la única manera de salvar a la Patria es hacer del Presidente de la República un monigote; díganlo, si no, también, las afirmaciones del señor Soto y Gama, que viene al seno de esta Asamblea a faltarnos al respeto, porque le falta al respeto a un hombre a quien hemos considerado honrado, bueno y capaz.
De manera, señores, que yo me yergo contra la tendencia dictatorial de una Asamblea, porque, como lo he dicho mil veces, prefiero la dictadura de un hombre a la de una colectividad, que siempre es anárquica, que siempre es fatal, que siempre es despreciable.
La Asamblea revolucionaria francesa llegó a cometer excesos incalificables, por esa tendencia.
El Ejecutivo no debe ser un individuo que se cruce de brazos ante las decisiones de una Asamblea y que la obedezca servil y ciegamente, porque en ese caso no sería un poder sino un instrumento, y no quiero suponer, ni admitir, ni creer, ni espero tampoco que el actual Encargado del Poder Ejecutivo se conforme con ser un instrumento de una Asamblea revolucionaria.
El Ejecutivo debe tener actitud de defensa contra las decisiones de una Asamblea, que muy posible y puedo asegurar que muy frecuentemente, se equivoca.
Pongámonos en el caso de determinaciones de la Asamblea, enteramente absurdas, y convengamos también en que el Encargado del Poder Ejecutivo puede ser un hombre capaz y de experiencia, que nos dice: Poder Legislativo: Yo en mi calidad de hombre honrado y supuesto que tengo un cargo de importancia, como es el de Representante del Poder Ejecutivo, me permito hacerte observar que has incurrido en un error en tu resolución de tal fecha ... y ese Ejecutivo, señores, puede tener sobrada razón, y a pesar de ello y según el criterio de ustedes, no tendrá más remedio que obedecer, supuesto que no va a ser más que un vil instrumento de la Asamblea revolucionaria.
Y bien, en una Asamblea revolucionaria, formada en su mayor parte por elementos que pueden llamarse militares, pero que en verdad no constituyen una mayoría de hombres intelectuales y capaces de gobernar, puedo asegurar a ustedes que habrá errores aprobados muy frecuentemente.
De manera que yo quiero llamar la atención de esta Asamblea, respecto del llamado veto, que de una manera subrepticia e ilógicamente se nos ha querido introducir en el dictamen, porque afirmo que no viene al caso y que debe ser materia de mucho estudio, para fundar más abundantemente la conveniencia o inconveniencia de establecerlo; y lamento no haberlo estudiado con más amplitud, para demostrar que no debe coartarse la libertad al Ejecutivo, para defenderse aunque sea contra el poder arrollador de una Asamblea Legislativa, porque si aceptamos la no existencia del veto llamado suspensivo, y yo suprimiría la palabra veto, porque me parece muy incorrectamente empleada, y la substituiría con suspensión u observaciones del Ejecutivo, de las que soy absoluto partidario, por las razones que expondré: si aceptamos la no existencia del veto, entonces sencillamente podemos llegar a una conclusión que es completamente absurda, señores delegados: por un dictamen, o más bien dicho, por un acuerdo pasional de la Asamblea se puede llegar al absurdo de suprimir de plano al Encargado del Poder Ejecutivo, y francamente, si vamos a profesar estas ideas demagógicas y absurdas, digamos de una vez: se suprime el Poder Ejecutivo; la Asamblea revolucionaria será la única que legisle y que gobierne. Y de hecho, señores delegados; empezamos a seguir ese camino: por un acuerdo de esta Asamblea se nos ha hecho aceptar que ella asume el Poder Ejecutivo. De manera que así vamos insensiblemente rodando por la pendiente que nos conduce a un abismo sin fondo; según el señor Soto y Gama y algunos de sus compañeros, el Ejecutivo no debe ser más que un monigote, instrumento servil de esta Asamblea; poco a poco le mermamos sus facultades, y ya que de Ejecutivo no le queda más que el nombre, tengamos la honradez y el valor civil suficientes para aclarar que consideramos al Ejecutivo como un simple empleado de la Convención.
Debo advertir a los señores delegados que son partidarios de la supresión de las observaciones del Ejecutivo, que existe la facultad para la Asamblea Legislativa, de legislar, y esa facultad, si lo reflexionan bien los señores delegados, es una facultad enormemente amplia; la facultad de legislar es tan grande que casi impide todo abuso del P9der Ejecutivo, cuando se sabe desempeñar esa función. Si los que tienen la facultad de dictar las leyes, saben hacerlas obedecer, tengan la seguridad los señores delegados que el Ejecutivo no podrá oponerse a ninguna determinación de una Asamblea legislativa, y no vengamos con la idea errónea, al parecer admitida ya entre nosotros, de que el Ejecutivo es un monstruo execrable, reprobable y otras muchas frases que hasta son irrespetuosas, porque nosotros hemos tenido la debilidad, la falta de valor civil y de cuidado de no hacerle cumplir los decretos que aquí hemos aprobado, y no por esto voy yo a criticarlo.
El señor Lic. Soto y Gama hace cargos al Encargado del Poder Ejecutivo, diciendo que quiere establecer la dictadura, que tiene ambiciones, etc., etc., tan sólo porque no ha publicado el decreto estableciendo el parlamentarismo; pero no hace sus cargos concretos. Si el señor Lic. Soto y Gama, por el celo que tiene ha venido día a día observando que el Presidente de la República, a quien tanto desprecia, no le ha dado cumplimiento al decreto, el señor Soto y Gama ha cometido una lenidad que constituye culpabilidad, al no denunciarlo ante el tribunal de esta Asamblea, para que se le exija que sancione ese decreto con su promulgación. Y vuelvo a insistir en este argumento, que me parece muy fundado y de peso: teniendo la Asamblea Legislativa la facultad, como lo dice su nombre, de legislar, para dictar leyes, puede evidentemente y esto hasta constituye un peligro, puede ampliar sus facultades hasta límites inconcebibles, y puede restringir asimismo el circulo de facultades del Poder Ejecutivo. De manera que no tengamos temores, no vengamos con miedos relativos a la facultad de hacer observaciones, que es lógico y racional y que, en mi concepto, debe estar ligado al parlamentarismo.
Finalmente quiero hacer observar, como hechos que apoyan la idea de que el veto suspensivo debe existir para el Ejecutivo, que en naciones que poseen el sistema parlamentario está perfectamente aceptado el veto relativo, es decir, la facultad de que haga observaciones el Poder Ejecutivo a la Cámara Legislativa. Si nos concretamos a la América, puedo asegurar que la Argentina, Brasil y Chile sancionan en sus Constituciones la existencia del veto, y si vamos a Europa, en Francia también existe la facultad del Ejecutivo para hacer observaciones ...
El C; Borrego
¡No, no!
El C. Cervantes
Sí, señor, y siento mucho que me interrumpa usted en esa forma, porque no puedo mostrarle un libro en que le haga leer esa verdad; pero me reservo el derecho de hacerlo; de todas maneras, usted niega y yo afirmo, pero ni usted ni yo probamos. (Aplausos)
Repito, pues, que la introducción del veto relativo, en la forma que yo la propongo seria conveniente y altamente moralizadora entre nosotros, se entiende, bajo la forma de observaciones del Ejecutivo, y esas observaciones del Ejecutivo existen abundante y ampliamente consagradas en la Constitución admirable de los Estados Unidos del Norte; allí el Presidente de la República tiene la facultad que yo pido para todo Encargado del Poder Ejecutivo, de que cuando haya una ley dictada por una Asamblea Legislativa que merezca observaciones, vuelva a ella, bajo el concepto de que la Asamblea, llámese Cámara o llámese Convención revolucionaria, tiene el derecho de volver a aprobar esa ley, pero a condición también de que se apruebe por dos tercios, por esos dos tercios a los que tanto temen algunos, de los votos que haya en la Asamblea.
Yo no me cansaré de encomiar este sistema, que es perfectamente bueno; porque si entre nosotros existe el miedo de la invasión de facultades del Poder Ejecutivo sobre el Poder Legislativo, es debido a un defecto de organización. Los señores que opinan por la supresión del veto suspensivo, se hacen una consideración ilógica. Yo diría inmoral; dicen en este caso, lo mismo que respecto del ejercicio de la Constitución: puesto que los presidentes de México han sido siempre unos dictadores, indudablemente que no deben tener la facultad del veto; los que pretenden dar al Ejecutivo tal facultad, olvidan que la Constitución no ha sido observada en México nunca, porque los presidentes no han sido otra cosa que unos dictadores odiosos. La observación es deslumbradora; pero si en buena lógica se analiza, se convendrá en que sí debe concederse al Ejecutivo la facultad de hacer observaciones a la Asamblea Legislativa.
Ruego a los señores delegados que me permitan insistir sobre el caso en los Estados Unidos; allí ha tenido un ancho campo de aplicación el sistema de observaciones al Ejecutivo, y no hay hombre político que al analizar esta ley no la encomie, y esa ley ha tenido perfecta sanción por la aplicación que de ella se ha hecho.
De manera que pido a los señores delegados que reprueben ese tercer artículo del dictamen, que a más de partir de un falso principio, no es lógico en sus conclusiones, ni es consecuente con los demás derechos establecidos. La cuestión del veto suspensivo merece toda clase de consideraciones, y en mi concepto, un minucioso estudio.
Insisto en suplicar a los señores delegados que en vista de las razones expuestas, y obedeciendo únicamente a los dictados de su conciencia, reprueben el articulo a discusión. (Aplausos y siseos)
El C. presidente Pasuengo
La Mesa suplica a algunas personas asistentes a las galerías y que tienen el sombrero puesto, se sirvan quitárselo. Tiene la palabra en pro el ciudadano Quevedo.
El C. Quevedo
Mucho ha hablado el señor Cervantes; pero en verdad poco he entendido yo; porque son frases y calificativos de relumbrón; no son otra cosa; así, por ejemplo, llamar vil monigote, etc., etc., al Ejecutivo, es como si yo afirmase que una persona va en un vil caballo, haciendo así un calificativo para poder impresionar.
No entiendo ni a título de qué lanza el señor Cervantes este calificativo, porque en nuestro actual sistema de gobierno, el Encargado del Poder Ejecutivo es un personaje que ha sido ungido por el voto popular de la mayor parte de los habitantes de la República, y se le unge para que sea un Ejecutivo; no hay motivo para que se le diga un vil Ejecutivo ... (Risas)
Las razones en que yo me he fundado para firmar el dictamen a discusión, en primer término, las ha dado el mismo señor Cervantes: nos decía que en los sistemas parlamentarios y en el sistema monárquico el veto es una facultad que se ha dado al monarca como una concesión, como transición entre el poder omnímodo del monarca, que decía ser de origen divino, y los deseos del pueblo, que anhelaba justamente por libertad; así es como se le concedió al monarca el derecho del veto, es decir, se le concedió e] derecho de borrar de una plumada los acuerdos y las leyes del poder legislativo, y por eso nosotros al desechar el veto procedemos con perfecta lógica y razón.
Aquí hemos dicho desde un principio, que nos hemos constituido en Asamblea Soberana, y no sé a título de qué le vamos a dar al Ejecutivo, es decir, al ejecutor de nuestros mandatos, el derecho de que borre de una plumada lo que nosotros acordemos aquí. Eso, respecto del veto absoluto, que, según el mismo señor Cervantes, considera como insostenible, atendiendo a las razones de que había sido una concesión que se había hecho a los monarcas; en cuanto al veto suspensivo, en este caso tampoco tiene ninguna razón de ser, porque el Ejecutivo, por conducto de sus ministros, viene a estudiar con la Asamblea las leyes que aquí se discutan. Cuando se vaya a tratar de algún asunto en la Asamblea, se le pasa aviso, se le pone en conocimiento al Ejecutivo, y éste tiene el derecho y nadie se lo niega, y no sólo el derecho, sino la obligación, de mandar al ministro del Ramo, al ministro que conozca del asunto que aquí se vaya a tratar, para que ese ministro venga con datos a ilustrar a la Asamblea.
Este es el derecho que tiene el Ejecutivo para discutir, para ilustrar a la Asamblea en el sentido que él lo crea conveniente. No sé por qué el señor Cervantes viene a pedir, como aconteció en tiempos anteriores, que se le dé cierto poder al Ejecutivo, ciertas facultades; porque es restárselas a los representantes legítimos del pueblo, que son los que constituyen la Asamblea.
El C. Cervantes
El Ejecutivo también es representante del pueblo.
El C. Quevedo
Sí, señor; es un representante del pueblo y tiene, como tal, su representación en la Asamblea: tiene nueve voces que son sus nueve ministros, para que vengan a ilustrar a la Asamblea.
Entienda el señor Cervantes que cuando se vaya a tratar en esta Asamblea algún asunto de interés general, el Ejecutivo tiene el derecho de mandar al ministro del ramo, para que éste lo imponga de cuanto aquí se trate y para que ilustre a la Asamblea y haga cuantas observaciones creyere oportunas, y crea el señor Cervantes que sucederá lo que sucedió en Méxíco cuando se mandó llamar al ministro de Comunicaciones, ingeniero Manuel Bonilla, que a pesar de la formidable oposición que tenía en la Asamblea, para el asunto que estaba a discusión, se los echó al brazo y no hubo uno solo que votara en contra. Ya ve usted cómo el Ejecutivo, como representante del pueblo, tiene muchos más derechos que todos los que estamos aquí. Pero como el caso que se pone a discusión es el de que al Ejecutivo se le dé el derecho de esclarecer o corregir algún error que cometa la Asamblea, por eso tiene la facultad que sabe el señor Cervantes que entra en el sistema parlamentario, de que sus ministros concurran a las discusiones y hagan cuantas observaciones crean pertinentes, y no en forma escrita sino verbalmente, pudiendo expresar cuanto se les antoje.
Así es que no encuentro en lo absoluto que proceda la objeción que hace el señor Cervantes; y respecto a lo demás, voy a manifestar al propio señor Cervantes que nosotros no somos maniquíes; me refiero a los que firmamos el dictamen, para que nos hagan firmar alguna cosa que quieren introducir a la Asamblea subrepticiamente. Yo lo he hecho con la mayor conciencia y fundado no en que sea el representante del Poder Ejecutivo el general González Garza, sino en que es el Ejecutivo el que va a hacer obedecer las órdenes que demos aquí, porque esas son las funciones verdaderas del Ejecutivo. Yo comprendo perfectamente cuáles son las atribuciones de cada poder, y no hago de ellas una confusión, como se pretende hacer creer a esta H. Asamblea, y por eso, sin aprensiones de ningún género y sin prejuicios dictaminados en el sentido que lo hemos hecho, en la seguridad de que es lógico, es racional y sobradamente justo. Por esto creo que los señores delegados no tendrán ninguna dificultad en aprobar el artículo a discusión.
El C. presidente
Tiene la palabra en contra el ciudadano Zepeda.
El C. Zepeda
Señores delegados: precisamente porque lo he creído de sumo interés, como dijo muy bien el señor delegado Cervantes, porque es un asunto que puede ser de trascendencia para el Gobierno bueno y decente de nuestra República, por la cual estamos laborando, quiero hacer una advertencia, y he pedido para eso la palabra.
Hemos implantado aquí, y digo hemos implantado, porque creo que muy pronto comenzará a verse realizado, el sistema parlamentario.
¿Qué es el sistema parlamentario? Lo dije algún día: es un Gobierno en el que se sujeta al Ejecutivo a las decisiones de la mayoría de una Asamblea. En nuestro sistema parlamentario sui géneris, porque no tiene precedente ni en México ni en ninguna parte del mundo, nosotros elegimos sus ministros al Ejecutivo, lo sujetamos con toda clase de correas y no le damos ni siquiera un medio de defenderse contra esas decisiones.
El señor delegado Quevedo nos ha dicho que el Ejecutivo tiene el derecho de mandar a sus ministros a nuestras discusiones; evidentemente que vendrán cuando las leyes provengan de iniciativas del Ejecutivo; pero yo pregunto: ¿tiene el mismo derecho el Ejecutivo de venir a hacer aclaraciones en el momento de los debates, cuando la Cámara o la Asamblea Revolucionaria sea la iniciadora de esas leyes? En este caso equivale, indudablemente, a dar al Ejecutivo veto suspensivo, desde el momento en que se le da voz en esta Asamblea.
Para demostrar los defectos y la trascendencia que implica lo que vamos a hacer, voy a poner a la consideración de esta Asamblea, brevemente, un ejemplo de algo que no hace mucho tiempo sucedió.
La última Asamblea que tuvo existencia en nuestros anales históricos, decidió un día, como signo de protesta en contra del maderismo que triunfaba, elevar al rango de fiesta nacional el 2 de abril. Esto fue aprobado sin ninguna dificultad, y se le envió el decreto respectivo al señor Madero, y éste, fundándose en razones verdaderamente correctas y en juicios muy sanos, contestó de esta manera: Que el Ejecutivo tenía que hacer estas advertencias al Legislativo: que puesto que las fiestas nacionales debían ser días de regocijo para todo el pueblo, ligado por sentimientos y fines comunes, que él no creía que el 2 de abril, en que se celebraba la lucha entre hermanos y no el triunfo precisamente de una causa nacional, sino que tan sólo era el triunfo de un grupo que ya se destacaba, como era el de Porfirio Díaz sobre ciertas facciones, y sobre todo se había derramado sangre hermana, debiera ser declarado fiesta nacional.
El Legislativo no escuchó esas indicaciones; sancionó nuevamente su decreto y le dijo al Ejecutivo:
Promúlgala.
Esto no fue de trascendencia: se trataba de una fiesta nacional, que lo mismo nos da que exista o no, porque podemos celebrarla o no celebrarla; pero debemos ponernos en el supuesto de que este Cuerpo, como ha dicho con mucha razón el señor Cervantes, y yo lo ratifico y lo ratificará todo el que tenga conciencia de lo que somos y hacemos, no tiene el número suficiente no sólo de intelectuales, pero ni siquiera de personas que sepan de lo que se trata, en muchos asuntos, y que solamente por seguir a determinados jefes de partido, por espíritu de disciplina, deciden hacer cuanto a aquél le viene en mientes, por más que se comprenda que una decisión como la que hoy se nos propone conduciría al Ejecutivo a cometer aberraciones sin fin.
No debemos olvidar que el Ejecutivo, que lleva las riendas del país, puede compararse al capitán de un buque: si la nave está en malas condiciones, si el timón no obedece, esa nave tendrá que ir de peligro en peligro hasta estrellarse contra los arrecifes; y cuando el Ejecutivo tiene conciencia de sus actos, si ve que la nave va al precipicio, seguramente que nos dirá: Yo no soy el responsable. ¿Y a dónde vamos a parar? Nosotros debemos venir a discutir aquí, sin apasionamientos; debemos proceder con toda cordura, con toda honradez y con toda sinceridad, al tratar de esos problemas que son de tanta trascendencia para la Patria. No vengamos con prejuicios sosteniendo que porque los gobiernos anteriores fueron perversos, las leyes son malas.
No se debe a las leyes, señores; se debe a la falta de carácter, como muy bien expresó el señor Cervantes; se debe a la falta de carácter de los diputados elegidos, a la falta de carácter en el pueblo, que no supo elegir a sus diputados; a la falta de carácter en toda una nación que permitió que la pisoteara un hombre que se irguió sobre un pedestal formado por la adulación y el servilismo, y ante el cual no valía nada ni la justicia, ni la dignidad, ni el honor.
¿Por qué tachar las leyes de malas? ¿Por qué poner toda clase de trabas al Ejecutivo, en el desempeño de sus funciones? ¿Por qué no dejarle que se defienda de los ataques o de las decisiones de toda una Asamblea? Parece que le tenemos miedo; parece que tememos no poder tener carácter para enfrentarnos con él. Estos temores son infundados; ¿estamos seguros de que somos revolucionarios de verdad y de que estamos dispuestos a sostener las ideas revolucionarias? Entonces, ¿por qué tememos que por medio de una decisión nuestra le abramos al Ejecutivo la puerta para que nos deje oír su voz y sus opiniones en esta Asamblea? No debemos olvidar que el Ejecutivo tiene responsabilidades muy serias ante la Nación y ante el mundo entero, y procediendo con cordura y con justicia debemos dejar que se defienda, pues frecuentemente sucederán hechos como éste a que se refiere el señor Quevedo: supongamos que algún ministro no está de acuerdo ni con el Presidente ni con los demás ministros, y nos trae una ley, de acuerdo con la mayoría del grupo que impere en la Asamblea; esta ley se aprueba, y es tal vez esta ley terrible para la Nación. ¿Por qué tan solo por el capricho de un individuo que tal vez no consultó al Presidente de la República su opinión, hemos de aprobar una ley que pueda ser nociva a los intereses del país, pero que satisfacen las pasiones de un grupo hostil al Ejecutivo? Y si es una vileza y una indignidad no permitir al Ejecutivo que se defienda de esas pasíones. Si en una nave al individuo que se ha puesto en el timón para que dirija la nave, y a la marinería o estado mayor se le ocurre decirle: Vete de este rumbo y dirígete a tal punto, y no sabe la marinería el estado de los cascos ni si las máquinas funcionan perfectamente, o el timón no está en su lugar, indudablemente que ese piloto, ese capitán, les contestaría: Señores, la nave está en malas condiciones; estamos a punto de zozobrar; sin embargo, si me mandan, obedezco, pero no seré el respcnsable de los resultados.
Señores delegados:
Voy a vuestras conciencias: es de trascendencia el punto, y por eso estoy de acuerdo con el señor coronel Cervantes respecto de que en un dictamen tan ligeramente hecho, no cabe el tratar de las observaciones del Ejecutivo, porque es un punto de una trascendencia tan grande, que todavía, a pesar de lo que dice el señor Borrego, en Francia no sólo existe el veto suspensivo, sino que el Ejecutivo tiene un derecho más grande todavía: el de disolver las Cámaras.
Cuando una ley no está de acuerdo con los intereses generales, el Ejecutivo, que conoce bien la situación del país, que conoce bien cómo anda la Hacienda Pública y cómo la situación internacional, procede a la disolución de las Cámaras, si encuentra hostilidad marcada en ellas; y este procedimiento está sancionado por la Constitución francesa, es decir: un precepto de esa Constitución le otorga ese derecho al Presidente de la República.
¿Por qué entonces nosotros pretendemos cerrar todas las puertas al Ejecutivo, impidiéndole que se defienda de todas las pasiones de una Asamblea Legislativa? ¿Por qué hemos de inculpar a un hombre que tiene sobre sí enormes responsabilidades? ¿Por qué no le damos el derecho de defenderse, si es el Ejecutivo (como repito y repetiré muchas veces, por más que esto no sea del agrado de algunos señores oradores) el que tiene a su cuidado la nave de la República?
Debemos permitir que el Ejecutivo nos haga observaciones, debemos darle oportunidad para que pueda decirnos: El estado de la situación interior es éste; el de la hacienda pública, tal otro; ésta es la deuda; tales son nuestros compromisos internacionales; las riquezas con que contamos son tales o cuales; y, en virtud de todos esos datos, creo que no es posible llevar a término la disposición de esta Asamblea.
Preciso es ya que hablemos menos del pueblo, que aseguremos menos que sólo nos preocupamos por sus libertades y que procedamos a dar leyes que vengan a beneficiar los intereses y las libertades del pueblo, como son los anhelos de la Revolución, que hasta ahora no se han convertido en realidades.
No debemos proceder con festinación en este asunto; debemos estudiarlo detenidamente, y después de maduras reflexiones, resolver lo que más convenga a los intereses de la Patria. (Aplausos)
El C. presidente
Tiene la palabra, en pro, el delegado Soto y Gama,
El C. Soto y Gama
Señores delegados: nunca había oído tanto sofisma, ni tantos despropósitos tan laboriosamente ensartados como las cuentas de un hermoso rosario, ni nunca había visto tan mal defendidos los intereses del Ejecutivo, en un país que si ha sido víctima de algo, ha sido del Ejecutivo, de ese Ejecutivo a quien tanta lástima tienen.
¡Pobre Ejecutivo, hay que defenderlo! ¡Hay que defenderlo, aunque sea recurriendo a la figura retórica tan vieja, tan gastada, tan mal empleada, que viene desde la época de los clásicos latinos, llamando al Ejecutivo: nave, timón, y demás combinaciones marinas! (Risas)
Ya que se trata de una figura retórica, yo le contestaría al señor Zepeda con otra figura retórica: el Ejecutivo es como una ave de presa, que anda volando en el espacio y quiere caer a todo trance sobre su víctima, sobre su presa, que, en este caso, es el pueblo, con el fin de chuparle la sangre, de aniquilarlo, y una vez que lo agarra no lo suelta. No se ha dado hasta hoy un solo caso en nuestra Historia, de un presidente que entregue por la buena, voluntariamente, el poder; desde el gran Juárez, desde el ilustre Juárez, desde el inmenso Juárez, desde el gran Lerdo, el ilustre Lerdo.
Al gran Juárez sólo la muerte lo quitó, al colosal Lerdo hubo necesidad de que lo echaran a patadas de la presidencia. Respecto del señor Madero, sus actos demostraron que tenía intenciones de aferrarse por muchos años a la silla presidencial ... (Voces: No, no. Siseos)
Bueno, del señor Madero no hablo, por respeto a los maderistas. Del señor Carranza, ya lo hemos visto: le inspiró tal afecto y le gustó tanto la silla, que hasta se la llevó. (Risas)
El C. Cervantes (interrumpiendo)
Protesto contra las frases del señor Soto y Gama y pido la palabra, señor presidente, para una aclaración de urgencia. (Voces: No se puede interrumpir al orador)
El C. presidente
Ruego al señor delegado Cervantes que no interrumpa al orador; cuando termine de hablar el señor Soto y Gama hará las aclaraciones que quiera.
El ciudadano Soto y Gama continúa
Carranza, como Huerta, sí es afecto a los golpes de Estado, y pobres de nosotros, señores, si aceptáramos las absurdas teorías del señor Zepeda, de que estableciendo el régimen parlamentario le daremos al Ejecutivo la facultad de disolver las Cámaras, de dar el famoso golpe de Estado, no sancionado por la Constitución y castigado por ella con el nombre de traición, felonía y ataque a la soberanía nacional.
¡El golpe de Estado consagrado por la Constitución!
¡Admirable, señores! ¡Ese golpe de Estado sancionado por la Constitución francesa y aplicado en la nuestra, colosal!
¡Pobres de nosotros si vamos a seguir con esas teorías, pues terminaremos por dejar al presidente, que es la calamidad más grande, el monstruo más horroroso que se ha colado en nuestro país. Las tres cuartas partes, las siete octavas partes de las sangrientas revoluciones intestinas que han aniquilado a nuestro país, han sido provocadas por las ambiciones de los presidentes. La presidencia es una verdadera enfermedad: el hombre más bueno, el hombre más simpático, el hombre más patriota, apenas sueña con la presidencia y le entra una especie de epilepsia: empieza a temblar, y para no caerse se aferra fuertemente a la silla y no la suelta.
Todos nuestros políticos, todos los hombres que se sienten con algún talento y con algunas facultades, empiezan a soñar con la presidencia y se ponen malos: comienza el pequeño mal; y si por desgracia suben a la presidencia, viene después el ataque fuerte, viene la epilepsia y se aferran obstinadamente a la silla, de la que no quisieran desprenderse jamás; y eso sucede con todos nuestros hombres, con todos los que han ocupado la presidencia, llámense presidentes constitucionales, presidentes provisionales, presidentes interinos o sencillamente encargados del Poder Ejecutivo; y tenemos la prueba muy cerca: ya surgió en el ánimo del actual Encargado del Poder Ejecutivo, la duda de si es presidente por unos cuantos días o por todo un año; y si le decimos que por un año, entonces querrá serlo por cuatro, y después pretenderá estar seis y, por último, perpetuarse en el poder, al estilo Porfirio Diaz, hasta que el pueblo lo eche a bayonetazos, reclamando sus derechos y sus libertades.
Esta es la historia de nuestro país; si en alguna parte no podemos conceder al Ejecutivo las amplisimas facultades que algunos pretenden otorgarle, es en nuestro país, y el principal argumento para fundar esta afirmación, voy a tomarlo de los del señor Zepeda -y éste es el único de los suyos que no es sofístico-; este argumento es la falta de carácter entre nosotros, y por esa falta de carácter debemos precavernos de los ejecutivos, que en nuestro país no tienen figura humana, sino que son monstruos apocalípticos, son una verdadera calamidad nacional.
El señor Zepeda le tiene lástima al Ejecutivo; el señor Cervantes le tiene respeto, y yo le tengo miedo, un miedo horroroso, porque no ha hecho más que males a nuestro país; a los ejecutivos hay que amarrarlos: muchos cueros, muchas correas, y yo no solamente les pondría correas, sino que les pondría cinchos de acero, para que no se pudieran mover. (Aplausos)
En nuestra República debemos hacer del Ejecutivo solamente un títere. Yo propondría que la Nación diera un premio al que inventara un régimen constitucional cualquiera, en virtud del cual la presidencia fuera un cargo poco apetecible; en virtud del cual la presidencia fuera un cargo tan espinoso que nadie lo ambicionara; pero mientras que tenga ese atractivo especial que no tiene ninguna mujer, por bonita, por hermosa que sea, que no tienen ni los tesoros más grandes del mundo; mientras sea tan codiciable, mientras sea tan subyugante, algo así como el canto de las sirenas, habrá muchos ambiciosos.
Se debe procurar que la presidencia sea cada vez más escabrosa, cada vez sea menos apetecible, y estoy seguro de que con todo y los escollos (y así pueden creerlo los señores Zepeda y Cervantes) no se dará nunca el caso en México de que un presidente, durante su período, si es que no se perpetúa en el poder, se sienta desairado por las disposiciones de una Asamblea o de una Cámara y presente su renuncia. ¡Qué esperanzas: no renunciará por nada! Allí se pierde delicadeza, se pierde vergüenza, se pierde honradez, se pierde pudor, se pierde todo. (Aplausos)
Hablar como lo han hecho los oradores que defienden el veto es hablar contra toda la historia nacional; es casi burlarse de la credulidad de la Asamblea, lo cual, por fortuna, no sucede. Hablar como lo han hecho es querer que nos olvidemos, en un momento dado, de esa pestilencia de la presidencia; les asusta que se reduzca a la categoría de monigote al Presidente de la República, como debe ser, por más que desgraciadamente no ha sido así hasta ahora; y cuando por primera vez tratamos de maniatar, tratamos de amarrar al Ejecutivo, se nos tacha de que obramos con muy poca buena fe, no obstante que hasta aquí no hemos podido conseguir nada en favor del pueblo, a pesar de que tan caro nos cuesta nuestro primer ensayo democrático; todavía pretendemos defender las personalidades, sacrificando los principios y hundiendo al país.
Para discutir serenamente los argumentos de los señores Cervantes y Zepeda, necesitaríamos muchas noches y probablemente muchos días también (risas); y, sobre todo, necesitaríamos fijar la psicología de nuestro pueblo, enteramente distinto del pueblo americano, en donde sí hay carácter, en donde sí hay vergüenza, y en donde, sobre todo, la opinión pública tiene un peso enorme; tan enorme, que no hay presidente de la República a quien se le ocurra abusar del veto suspensivo, ni de las facultades militares, ni robar el Tesoro, etc., etc. ¡Infeliz del presidente de aquella República a quien se le ocurra hacer la octava parte de lo que haga el más bueno de nuestros presidentes! Allí no hay qué temer, allí no hace daño ese sistema tan malo y que el señor Cervantes admira como buen militar; pero entre nosotros ese sistema es terriblemente peligroso, ese sistema no lo podrán seguir los países latinos; Francia, el más adelantado de ellos, no podría con un presidente de esa clase, y tan es así que le tiene que poner taxativas, y el presidente de la República Francesa está reducido a la categoría de un firmón; y esto lo sabe el señor Cervantes, que ha estado en París. ¿Qué cosa es el presidente de Francia? Es el hombre más elegante de París, es un dandy, el hombre de mejores maneras, el que sabe presentarse mejor en los salones diplomáticos y en las reuniones de la alta sociedad; pero, ¿qué facultades tiene ese presidente?
El C. Cervantes (interrumpiendo)
La de disolver las Cámaras; nada más.
El C. Soto y Gama
Sí, efectivamente; las disuelve cuando es tiempo: cuando se viene encima la guerra europea, cuando se trata de graves conflictos internacionales, pero no cuando las Cámaras se oponen a seguir al presidente de la República en una política torcida, para satisfacer sus ambiciones personales, como sucedería entre nosotros.
El C. Cervantes (interrumpiendo)
La facultad del presidente de Francia para disolver las Cámaras es amplísima.
El C. Soto y Gama
¿De manera que el señor Cervantes se atrevería a proponer a esta Asamblea que se facultara al Ejecutivo para disolver las Cámaras?
El C. Cervantes
No he dicho eso. (Voces: ¡No! ¡No!)
El C. Soto y Gama
Pues ese es el sofisma sostenido por el señor Cervantes y por el señor Zepeda: querer implantar en nuestro país procedimientos que se emplean en países mucho más civilizados que el nuestro; pretender imitar lo que se hace en países más adelantados y con pueblos de carácter más viril; nosotros no podríamos jamás llegar a ese resultado, porque unas veces somos esclavos del servilismo, otras de la poca vergüenza, y estamos, siempre, sujetos a la corrupción. El resultado práctico es éste: supuesto que no nos podemos enfrentar con las tiranías, por nuestra falta de virilidad y de carácter, y de delicadeza y de vergüenza, debemos suprimir a los tiranos: debemos suprimir a los presidentes de la República del molde Juárez, del molde Lerdo, del molde Porfirio Díaz, del molde Huerta, del molde Madero, del molde Primer Jefe, etc., y también del molde Encargado del Poder Ejecutivo, aunque para nuestro miedo, éste resulta un poco más chico de estatura al lado de aquellos tiranos; de todos modos, debemos suprimir a los tiranos y reducir a los presidentes de la República a verdaderos títeres. Eso es lo que se debe hacer. (Aplausos y siseos)
El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Zubiría y Campa.
El C. Zubiría y Campa
Ha estado muy atinado el señor coronel Cervantes ...
Una voz
Debe hablar un orador en pro.
El C. presidente
Acaba de hablar, en pro, el ciudadano Soto y Gama, y, por consiguiente, debe hablar un orador en contra, correspondiéndole el turno al señor Zubiría y Campa.
El C. Zubiría y Campa
El señor coronel Cervantes ha estado muy atinado, llamando la atención de esta H. Asamblea sobre el punto del veto, que podiamos haber pasado inadvertido, a no ser por sus observaciones y brillantes exposiciones sobre el asunto.
Realmente se ha querido resolver la cuestión del veto sin que venga al caso y como una proposición incidental en el dictamen que está a discusión.
Yo creo que el veto suspensivo, el veto relativo, consiste en que el Ejecutivo haga observaciones a las leyes antes de que las promulguen y que forzosamente tienen que pasar por sus manos; y en tal virtud, el veto es de todo punto conveniente en México, y principalmente en las actuales circunstancias, en que la Cámara, o más bien dicho. la Convención, ha asumido el Poder Legislativo, va a funcionar como Cámara aislada, porque no existe Cámara revisora, es decir, el Senado; y funcionando en esta forma, puede cometer una ligereza o un error, aprobando una ley sin conocimiento del Ejecutivo y enviándosela para que la promulgue, y como no ha habido revisión por parte de otra Cámara, es muy conveniente, para garantía de las mismas leyes, que el Ejecutivo pueda hacer observaciones: únicamente observaciones, para que la misma Cámara, en este caso la Convención, resuelva si son de atenderse. Cuando llegue al Ejecutivo una ley, si lo cree conveniente, reunirá en consejo a sus ministros, quienes a su vez, teniendo el personal técnico necesario y perfectamente documentado, podrán hacer observaciones pertinentes a la Convención o a la Cámara que haya aprobado dicha ley, para que se vea si son o no de tomarse en consideración tales observaciones.
Esto es una garantía para las leyes; es en bien de las determinaciones que tome la Convención; así tendrá una válvula de seguridad la misma Convención.
Podrá suceder que una ley, una vez aprobada, al día siguiente la Convención quiera hacerle alguna modificación, y no tendrá manera de hacérsela; en cambio, si se deja la salvedad de que el Ejecutivo le haga observaciones, podrá desde luego tomar en cuenta esas observaciones y aceptar las que le convengan, después de una amplia discusión, y expedir una ley perfecta hasta donde es posible. Por eso creo yo que debe aceptarse el veto suspensivo: es decir, el derecho del Ejecutivo de hacer observaciones a las leyes que expida la Convención, por la razón que quiero recalcar, por la razón principalísima de que la Convención va a funcionar sin Cámara revisora, y puede muy bien cometer un error.
Yo no encuentro incompatibilidad de ninguna naturaleza entre la implantación del régimen parlamentario y el derecho del veto. He leído varias constituciones de los países europeos y latinoamericanos, y me llama la atención que en casi todas, el Ejecutivo tiene el derecho del veto, y en algunas hasta el derecho del veto absoluto; y no puedo precisar en qué país, el Ejecutivo tiene el derecho de no promulgar las leyes cuando no las cree convenientes.
Como la cuestión se ha presentado aquí tan intempestivamente, no ha habido tiempo de hacer un estudio concienzudo sobre la materia, pero entiendo que en muchos países en donde se halla implantado el parlamentarismo, el Ejecutivo tiene el derecho de veto. No lo puedo asegurar, pero sí me ha llamado la atención que el Ejecutivo no tenga el derecho del veto suspensivo, ahora que se trata de traer el parlamentarismo a México, en donde el Ejecutivo ha tenido siempre todas las prerrogativas, de las que ha usado bien o mal, esto no está a discusión.
En mi concepto, sí debe concederse al Ejecutivo el derecho del veto suspensivo, porque, repito, funcionando la Convención como Cámara Legislativa, sin que haya Cámara revisora, se corre el peligro de poner al Ejecutivo en el caso de sancionar leyes inconvenientes o perjudiciales para el país, o leyes que por su naturaleza no puedan ser llevadas a la práctica y vengan a obstruccionar la labor del Ejecutivo, que debemos recordar que es el que tiene toda la parte administrativa del Gobierno.
Aquí, francamente, parece que se trata solamente de un ataque al Ejecutivo actual; y por eso, sin pensar en las consecuencias, estamos festinando un asunto que merece, por el contrario, amplia meditación y estudio; por eso creo que ha estado muy atinado el señor Cervantes en sus observaciones y opino, como él, que esta Asamblea resuelva en un sentido o en otro esta cuestión, pero no de una manera ligera y sin la amplia discusión que merece el asunto.
El C. González Cordero
Han hablado tres oradores en pro y tres en contra; que se ponga a votación.
El C. Borrego
No, señor; yo fui el primero que pedí la palabra y no se me ha concedido.
El C. González Cordero
Que se cumpla con el reglamento.
El C. presidente
Falta nada más que hable en contra el ciudadano Orozco.
El C. Orozco
Señores delegados: ¡qué hermoso será este país y todos los países del mundo cuando ya no tengan encima ese monstruo terrible, ese monstruo abominable, como lo llamaba el compañero Soto y Gama, ese monstruo conocido con el nombre de presidente de la República; esa voluntad superior a todas las voluntades del pueblo, que siempre encuentra pretexto, que siempre encuentra recursos para defenderse de los ataques justificados de ese pueblo, que siempre priva al pueblo del ejercicio de su soberanía, que desde hace tanto tiempo, en la historia de todos los pueblos, ha venído proclamándose y que hasta ahora creo que en muy pocos pueblos ha llegado a ser efectiva!
La presidencia de la República, señores delegados (y esto lo estamos mirando palpablemente) es el motivo de todas las discordias. Bien es cierto que en los momentos actuales tenemos muy pocos enemigos reaccionarios al frente, y, sin embargo, hay quien venga a sostener todavía que deben conservarse al Ejecutivo todas sus facultades, que hasta ahora no han venido a producir sino nuestras grandes revoluciones, nuestras grandes divisiones, aun entre los revolucionarios de buena fe, abriendo entre nosotros profundos abismos. Es la presidencia de la República, señores delegados, la cauSa de todo; la presidencia de la República, que ofrece muchas satisfacciones, muchas vanidades, muchos honores, mucho poder, la causa única de estas profundas divisiones, la causa de estos profundos dolores, la causa de esta situación dolorosísima por la que venimos atravesando desde hace mucho tiempo, desde que se inventaron las presidencias de la República, y desde entonces ese poder ha estado por encima del único poder que debe existir: la soberanía del pueblo.
No haré caso, señores delegados, de los argumentos del señor Zepeda, porque más que argumentos parecen súplicas, unas súplicas conmovedoras que el señor Zepeda nos ha venido a hacer en defensa, como dice el señor Cervantes, de la mayoría; pero sí tomaré en cuenta los argumentos del señor Cervantes, porque ellos, según nos dice, están tomados de libros históricos que se han escrito respecto del asunto de que nos ocupamos en estos momentos; y tomaré en cuenta, también, los argumentos del señor delegado Zubiría y Campa, quien nos dice que no habiendo actualmente un Poder Legislativo, es decir, el complemento del Poder Ejecutivo, que no existiendo la Cámara revisora, la Cámara de Senadores, es así como debemos concederle el veto al Ejecutivo, para que éste pueda poner tacha, barrera, dificultades, a los decretos y acuerdos de esta Asamblea.
Verdaderamente yo me pasmo de que se venga diciendo a todo el pueblo, a esta Revolución que lucha por las libertades del pueblo, que no tenemos una Cámara revisora, que ha sido siempre una verdadera plaga nacional, una plaga gigantesca, y se nos pedía que nos condujéramos en este asunto con verdadera serenidad antes de dictar un acuerdo, puesto que le quitábamos al Ejecutivo la manera de defenderse contra nuestros actos, que siempre están inspirados en el patriotismo y en el bien del pueblo, y que sólo tienden a devolverle lo que durante tanto tiempo se le ha quitado.
Yo, señores, me felicito de que no exista ese poder; pero todavía hay algunos que quieren que, porque ese poder no existe, se le conceda al Ejecutivo el derecho, la facultad, la concesión de poner, por medio de ese famoso veto, barreras, dificultades y todo lo que encuentre a su paso a las leyes y a cuanto esta Asamblea resuelva.
Yo creo, señores delegados, que todas las razones que han expuesto los señores compañeros del pro, caen ante esta razón poderosísima que hay para no conceder el derecho del veto: estamos viviendo en estos momentos muy de prisa, no tenemos tiempo de permitir al Ejecutivo que demore la promulgación de las leyes que aprobemos, concediéndole el veto; no debemos permitir a nadie que se oponga a los acuerdos de esta Asamblea, puesto que la Nación entera, y el mundo entero, está pendiente de lo que hagamos, de lo que resolvamos para el bien de nuestro país y el bien de todos los países centroamericanos.
En consecuencia, creo que es ésta una de las razones más poderosas. Si viviéramos en paz sería de concederse el veto al señor Encargado del Poder Ejecutivo; si estuviéramos en un periodo constitucional, si tuviéramos el tiempo suficiente para estudiar detenida y concienzudamente los asuntos que tenemos por resolver, podríamos conceder el veto, si tuviéramos la conciencia de que todo lo que venimos a estudiar no es de inmediata y necesaria resolución; pero tenemos la conciencia de que sí lo es; si no tuviéramos la conciencia de los principios por los que hemos luchado, si no tuviéramos la conciencia de esos ideales por los que venimos aquí a argumentar, por los que venimos a estudiar y a pensar; si no los tuviéramos ya perfectamente estudiados; si no estuvieran en nuestras conciencias, sí podríamos tener dudas y pensar en que podríamos equivocarnos; pero estos problemas están en la conciencia de todos, están en la conciencia del pueblo, en nuestra conciencia y en la conciencia, no sólo de México, sino del mundo entero.
Por consiguiente, creo, señores, que si nosotros nos equivocáramos, con nosotros se equivocaría la nación entera; y eso sí sería doloroso, pues significaría el sacrificio estéril y el sufrimiento de todos los que se han agrupado en pro de los ideales que venimos defendiendo.
El señor delegado Cervantes presentó varios argumentos, que en el fondo no significan nada; a todo trance se ha querido aquí, como en otras Asambleas, imponernos un pasado de otros pueblos.
Ese pasado, puedo asegurar al señor Cervantes que no puede ser enteramente igual, por más que los pueblos, a grandes rasgos, sigan el mismo camino; y esto, menos puede ser si tenemos en cuenta las circunstancias en que nos encontramos actualmente. Yo creo que es un error querer hacer todo lo que no esté de acuerdo con nuestras circunstancias, con el medio en que vivimos; lo que no está de acuerdo con nuestro modo de ser, es inaplicable, y sale sobrando que el señor Cervantes nos venga a hablar aquí del pueblo americano, del pueblo argentino y del chileno y de todos los pueblos de la tierra; nosotros no debemos tomar en consideración esos argumentos, por más que, como ya dije, todos los pueblos sigan, más o menos, el mismo camino, a través de la Historia.
Nosotros no somos Dioses, pero nosotros debemos ser hombres perfectamente conscientes de las necesidades de nuestro pueblo, y si no lo somos, vale más renunciar el derecho de estar en esta Asamblea, siendo completamente ineptos para resolver los problemas trascendentales que se nos han puesto enfrente.
Por lo tanto, señores delegados, yo creo que ya que la Presidencia de la República es todo lo que significa honores, facultades y poder omnímodo, y que hace que haya tantos hombres armados y tantos que ambicionen llegar a la Presidencia, debemos ponerle todas las trabas, todas las dificultades, todas las barreras, todos los obstáculos, para que así sea muy poco apetecible, para que nosotros podamos con toda libertad desarrollar los ideales del pueblo, por más que le disguste al delegado Cervantes y a otros tres o cuatro más de esta Asamblea; hagamos escabrosa la Presidencia de la República, para que no haya hombres que la ambicionen, para que solamente los hombres honrados y sin ambiciones sean los que ocupen ese puesto; pero no la presentemos, como se ha estado presentando durante todo el tiempo, como un lugar de prebendas, de honores, de superioridad, de privilegios, de preferencias, de todo eso, para los hombres que con sus ambiciones y sus politiquerías llegan a elevarse hasta ese puesto.
Señores delegados:
Honradamente, con mi conciencia de hombre probo que ha luchado por la causa del pueblo, os pido que no déis veto ni a este presidente, ni a los que vengan, porque debemos acabar de una vez con el prejuicio de que el Presidente de la República debe estar sobre todos los hombres y sobre todas las conciencias. (Aplausos)
El C. Castellanos
Pido la palabra, para una moción de orden.
Ruego a la Presidencia que se sirva dirigirse a algunos asistentes a galería, que tienen el sombrero puesto.
El C. presidente
Suplico a los asistentes a las galerías que tengan el sombrero puesto, se sirvan descubrirse.
El C. Borrego
Pido la palabra, para una moción de orden.
El C. Cervantes
Para una moción de orden. (Desorden. Campanilla)
El C. presidente
Tiene la palabra, para una moción de orden, el ciudadano Cervantes.
El C. Cervantes
Yo reclamo el orden en vuestras conciencias, en el sentido de que no vacilo en creer y asegurar, con toda honradez, que el punto que se discute es de trascendencia, de una muy grande importancia. (Una voz: Pido la palabra, para una verdadera moción de orden)
El C. Amezcua
No está dentro del orden el señor Cervantes. (Desorden. Campanilla)
El C. Soto y Gama
El señor Cervantes está argumentando en contra.
El C. Cervantes
No, señor presidente, yo estaba invocando el orden ... (Siseos. Desorden. Campanilla)
El C. Borrego
Suplico a la presidencia se sirva preguntar a la Asamblea si me permite exponer algunas ideas sobre el régimen parlamentario. (Voces: No, no, a votar)
El C. Orozco
Han hablado ya tres oradores en pro y tres en contra; que se pregunte si está suficientemente discutido. (Desorden)
El C. Piña
Pido la palabra, para una aclaración urgente.
El C. Soto y Gama
Para rectificar un hecho.
El C. presidente
La Asamblea está ya sumamente cansada ... (Voces: No, no, no)
El C. Casta
Para una moción de orden.
El C. Piña
Para una aclaración muy importante.
El C. Soto y Gama
Para un hecho. (Desorden)
El C. secretario Ramírez Wiella
La Mesa, por conducto de la Secretaría, pregunta a la Honorable Asamblea, si está conforme en que continúe la discusión.
Los que estén por la afirmativa, sirvanse ponerse de pie.
Sigue la discusión.
El C. Soto y Gama
Para un hecho.
El C. Piña
Para una aclaración muy importante.
El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Piña.
El C. Piña
Señor presidente, renuncio al uso de la palabra, porque mi objeto era hacerle ver a la Asamblea que el asunto es más trascendental de lo que parece, y que mi opinión era que no se optara porque la cuestión estaba suficientemente discutida. Me reservo, para hacer uso de la palabra, cuando me corresponda. (Desorden. Campanilla)
El C. Aldabazo
Se están retirando los delegados.
El C. Casta
Ya no hay quórum.
El C. secretario Ramirez Wiella
Se suplica a los señores delegados que no se retiren, hasta que termine la discusión. (Voces: Ya no hay quórum)
El C. Casta
El público está impaciente estamos cansados; en consecuencia, pido que se aplace la discusión para el lunes. (Aplausos)
El C. secretario Wiella
Se procede a dar lectura a la orden del día. (La Leyó)
El C. presidente
Se levanta la sesión.
Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera Fuentes | Primera parte de la sesión del 27 de febrero de 1915 | Biblioteca Virtual Antorcha |
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